martes, 8 de enero de 2019

Insaciable.


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-Alec está aquí-anunció Eleanor, entrando en tromba en el baño y cerrando la puerta tras ella. Dejé escapar un pequeño alarido por la impresión (a pesar de que la casa estaba llena de gente, yo estaba acostumbrada a no cerrar la puerta del baño), y me volví hacia ella, sin registrar la información.
               -¿Qué?
               -Que Alec ha venido.
               -¿Cómo que Alec ha venido?
               -Pues sí. Ha venido. Está abajo, en el salón-explicó, sacando una toalla de un cajón y estirándola frente a ella.
               -Pero, ¿qué Alec? ¿Alec, Alec?
               -Sí. Alec, Alec. El hermano de Mimi. El amigo de nuestros hermanos. Tu Alec. Está aquí. Así que más vale que te des prisa…-comenzó, pero yo no la escuché. Me abalancé hacia ella, que se interponía entre la puerta y yo. En mi cabeza reverberaba su frase. Alec está aquí. Ha venido Alec. Alec está abajo.
               Seguro que había venido a cualquier cosa que no fuera verme. Puede que estuviera aburrido y hubiera decidido venir antes de las campanadas españolas para reírse de cómo Tommy se metía las uvas a puñados para conseguir arañarle un poco de suerte al reloj de la Puerta del Sol. Puede que los chicos le hubieran dicho que se habían pasado toda la tarde cocinando y hubiera venido para no perder la oportunidad de probar todo aquello que Tommy y Scott habían preparado.
               Puede que Mimi le hubiera encargado un recado de última hora y hubiera venido a regañadientes, sin acordarse siquiera de que los Malik pasábamos la Nochevieja en casa de los Tomlinson.
               Eso es lo que pensaría una persona normal a la que Alec no le importara mucho, pero a mí Alec me importaba mucho, demasiado, incluso. Y no podía quitarme de la cabeza la idea de que había venido para verme, porque no soportaba esperar más, porque quería empezar ya nuestra primera noche juntos. Juntos de verdad.
               No iba a ser yo quien se interpusiera entre nuestra noche y nosotros. Por eso corrí hacia la puerta: porque si él había venido para verme, yo iría a verle a él también. Tenía las mismas ganas de verlo que él tendría de verme a mí, tenía las mismas ganas de pasar la noche con él que él tendría de pasarlas conmigo; contaba los minutos que nos separaban, desesperándome por lo despacio que parecían pasar, de la misma forma en que los contaba y se desesperaba él.
               -Pero, ¿adónde vas, so loca?-inquirió Eleanor, agarrándome por los hombros húmedos e impidiendo que saliera en tromba del baño para verlo.
                -Eh… ¿a verlo?-inquirí con cautela, aunque yo sabía por cómo me miraba ella que había estado a punto de meter la pata. Eleanor frunció el ceño y se separó de mí.
               -Y dime, Saab, ¿piensas bajar así?
               Miré mi indumentaria, de la que no había sido consciente hasta entonces. Iba enrollada en mi toalla y con el pelo recogido en un turbante-toalla que había comprado con muy buen criterio en una droguería del centro. Envolver mi melena en una toalla normal y corriente que no estaba pensada para convertirme en una especie de reina árabe era una tarea imposible.
               Levanté de nuevo la vista, aterrorizada por la tragedia que habíamos evitado de milagro, y Eleanor alzó una ceja y asintió. Se puso los brazos en jarras.
               -Tengo que vestirme.
               -Efectivamente.
               Me acerqué al pequeño banco de baño que había pegado a una pared, donde mi ropa descansaba, esperando pacientemente a que me la pusiera. Me había llevado mi mejor sudadera heredada de Scott, la roja con la cara de Deadpool; unos leggings gruesos y calcetines gorditos con los que los dedos de mis pies no se enterarían de que estábamos cambiando de año. Eleanor carraspeó.
               -¿Vas a ponerte eso?
               Me volví para mirarla, y luego volví a mirar mi ropa, perfectamente doblada de forma que no tuviera ninguna arruga en el momento en que me la pusiera. Vale que no iba a salir de casa con aquello puesto, pero me gustaba estar presentable, al menos para comerme las uvas, robar un último trozo de turrón de la bandeja con los dulces, y luego subir a cambiarme de ropa y ponerme el mono y los zapatos.
               -Sí.
               -No-zanjó Eleanor.
               -¿No?
               -Sabrae-contestó ella con paciencia-. Alec ha venido a mi casa. En Nochevieja. A buscar algo que se supone que tengo que darle a Mimi. Y está en el salón. ¿Por qué crees que no ha subido detrás de mí a meterme prisa para poder largarse cuanto antes?
               Me quedé callada, flotando en una nube tan ligera que, si me movía o hablaba, puede que explotara como una pompa de jabón e hiciera que me precipitara hacia el suelo.
               -Porque… ¿quiere verme?

               -Exactamente-sonrió Eleanor, girándose y cogiendo un albornoz blanco con corazones bordados aquí y allá en un suave tono rosa de una percha tras la puerta en la que yo no había reparado hasta entonces-. ¿Y vas a ir a recibirle con una sudadera y unos leggings? Se ha tomado la molestia de venir antes, con el frío que hace, porque no soporta esperar más para verte. ¿Crees que se merece que te pongas la sudadera de Deadpool?
               Alce una ceja y me puse una mano en la cadera, a pesar de que estaba completamente de acuerdo con Eleanor. Alec había venido porque se estaba volviendo loco esperando.
               Bueno, pues yo iba a terminar de hacer que perdiera la cabeza.
               -Tú recibes a Scott con ropa mucho peor que yo.
               -Pero es que Scott no se espera que me ponga lo que me voy a poner esta noche-me guiñó un ojo-. De lo contrario, para poder ver cómo me lo pruebo, llevaría durmiendo en casa una semana.
               Extendí la mano para que me diera el albornoz y ella me lo tendió.
               -Busca a mi hermana. Que me traiga el mono. Y echadme una mano.
               Eleanor sonrió, asintió con la cabeza y salió del baño. En cuanto cerró la puerta, deshice el pequeño nudo con el que me había envuelto en la toalla, y contemplé mi reflejo borroso en el espejo. Di un paso hacia él y lo limpié con la mano para poder verme mejor, eliminando toda la condensación y encontrándome con mi tez impoluta, libre de toda suciedad; mi piel brillante por el agua y mis curvas más marcadas aún por las gotas de agua que descendían aún de mi pelo enredado. Me estudié con detenimiento: mi boca, mi cuello, mis clavículas, mis pechos, mi vientre, mi sexo, mis piernas y mis pies.
               Alec iba a verme tal y como yo era por primera vez esa noche, y me estaba asegurando de estar a la altura.
               Lo estaba. Creo que nunca me había gustado tanto la imagen que me mostraba el espejo como esa noche. Mis pechos estaban firmes donde debían estar, con el pequeño piercing plateado brillando en uno de ellos. Había llevado sujetador toda la tarde para asegurarme de que se mantuvieran turgentes, redonditos y preciosos, con esa forma que tanto les gustaba a los chicos.
               Mis esfuerzos habían dado resultados, y ahora contemplaba mi busto agradecida de que mi cuerpo se estuviera portando tan bien conmigo. Ambos éramos un equipo.
               Me mordí el labio para no ponerme a sonreír como si fuera boba mientras contemplaba mi reflejo en el espejo, imaginándome la cara que pondría Alec al verme. Ya había visto mis pechos y mi sexo más veces, pero estaba segura de que no les había prestado más atención que la necesaria para acariciarlos o besarlos. Sabía que se recrearía, y sabía que el piercing que ahora adornaba el pezón por el que siempre empezaba a adorarme con la lengua lo volvería loco. Todavía no habían pasado los días que me habían recomendado para que me quitara el medicinal y me pusiera le que había comprado, pero esa mañana había decidido probar suerte, y la jugada me había salido bien: nada más despertarme y mientras me cambiaba de ropa, había hecho acopio de toda mi fuerza de voluntad para no gritar (no estaba segura de si me dolería, y al final resultó que no) y me había quitado la barrita con el piercing medicinal y me había puesto el que tenía pensado utilizar a partir de entonces, que había comprado con Eleanor: uno de dos alitas plateadas, una en cada extremo de la barra, tan bonito que me daban ganas de llorar. Cuando me incliné hacia él y lo señalé, preguntándole a Eleanor si le parecía que debía llevármelo, ella me había contestado que parecía una broma privada del destino con mi familia, porque mi segundo piercing tendría la misma forma que la portada del segundo disco de mi padre.
               Así que no había tenido más remedio que comprarlo.
               Me puse el albornoz y me solté el pelo, que cayó en cascada por mi espalda cubierta y mi busto desnudo. Tiré de la tela para verme de un lado y de otro, asegurándome de que estaba todo en orden y notando cómo me dolían las mejillas de lo mucho que estaba sonriendo. Me sentía pletórica; todo me estaba saliendo bien. Era como si el universo al completo hubiera estado preparando esa noche con esmero, y yo hubiera encajado en sus planes como la última pieza de un puzzle perfecto.
               Cogí el neceser con las cremas que tenía pensado usar esa noche, todas con perfume de maracuyá o extracto de manzana para reforzar mi aroma característico, que Alec me había dicho que tanto le gustaba, y me afané en extenderlas por mi piel despacio, recreándome.
               Era increíble cómo antes había tratado de salir corriendo en busca de Alec, y ahora quería postergar el momento en la medida de lo posible, porque eso significaría que estaría más guapa y apetecible para él.
               Deseaba que no se resistiera a mí nada más verme. Que me agarrara de la cintura y me plantara un beso delante de toda mi familia y me reclamara como suya. Que no se separara de mí en toda la noche. Que protestara cuando yo me fuera con mis amigas, sólo por hacerle de rabiar. Que se revolviera en el sofá, ocultando su erección, cuando yo bailara de forma provocativa para él. Que viniera en mi busca y me pegara contra su cuerpo para que me diera cuenta de lo que el mío le provocaba.
               Que me susurrara al oído las formas en que tenía pensado follarme. Que hiciera que me humedeciera antes de empezar a besarnos. Que me besara y me acariciara y me mordiera y me magreara de una forma en que podría hacer que llegara al orgasmo sin tan siquiera estimular mi clítoris.
               Que me quitara el mono, me abriera las piernas y devorara mi sexo con el morbo en que sólo él sabía hacerlo: lamiendo, chupando, devorando, succionando, mordiendo, y todo eso mientras llenaba el aire de sus bufidos, gruñidos y gemidos de placer, como si mi entrepierna fuera lo más delicioso que había probado nunca.
               Que me sujetara bien fuerte para que no pudiera escaparme de su boca durante mi orgasmo. Que pusiera una rodilla pegada a cada uno de mis muslos, sostuviera su erección contra mi sexo hinchado y, a pesar de estar saciado, todavía hambriento de él; y me torturara paseándolo por mi clítoris, mis labios, mis pliegues. Que hiciera que le suplicara, que le suplicara desesperada.
               -Prueba tu sabor de mi boca, bombón-me diría, inclinándose hacia mí y devorándome los labios. Me agarraría de la mandíbula y me haría mirarlo a los ojos-. Mírame mientras te follo.
               Y lo haría. Y chillaría. Y me revolvería, buscando más fricción, me arquearía, acariciaría, besaría, arañaría, mordería, suplicaría. Cerraría las piernas en torno a sus caderas mientras me castigaba con su polla por haber tardado tanto en llamarlo a mi cama. Dejaría que me hiciera todo lo que él quisiera, porque sería también todo lo que yo querría.
               Se dejaría caer a mi lado, jadeante, cuando hubiera terminado, con el condón como la única prenda que llevaríamos ambos. Sonreiría sin poder creerse su suerte cuando yo estirara la mano y comenzara a masturbarlo. Me había prometido una noche de sexo, y eso era lo que iba a darme, no una noche de un polvo y luego mimos. No quería eso. Quería sentirlo dentro de mí incluso cuando lleváramos una semana separados.
               Puede que, si se portaba lo bastante bien, o yo seguía igual de cachonda de lo que me estaba poniendo ahora, incluso acercara la cara a su entrepierna y le devolviera el favor. Casi podía escucharlo.
               -Mi bombón insaciable.
               Estaba segura de lo que sucedería a continuación. Me cogería de las caderas y, mientras mi boca se ocupaba de su miembro, la suya se ocuparía de mi sexo.
               Menos mal que en ese momento la puerta se abrió y Eleanor y Shasha llegaron a echarme una mano. Si estaba un segundo más sola con mis pensamientos, estaba segura de que comenzaría a darme placer a mí misma. Y todavía no debía oler a una mezcla de maracuyá, manzana y orgasmos.
               Me reservaba esa fusión de aromas para cuando estuviera con Alec.
               Me anudé el cordón del albornoz a la cintura y me volví para mirarlas. Eleanor cerró la puerta del baño con ceremonia, como si fuera la ayudante de una emperatriz, y Shasha colgó la funda de plástico del mono de la percha donde antes había estado mi albornoz. Las dos se volvieron hacia mí y mi hermana esbozó una sonrisa traviesa.
               Seguro que sabía en qué había estado pensando. La forma en que me miró y sus labios se curvaron en una sonrisa cómplice me hicieron entender que ella me había leído el pensamiento, y había sabido identificar todas las señales en mi piel: mejillas sonrosadas, respiración ligeramente acelerada, ojos brillantes y pupilas dilatadas. Sí, puede que Shasha no hubiera dado aún su primer beso, pero sabía lo suficiente como para adivinar cuándo a alguien le apetecía masturbarse o tener relaciones sexuales con otra persona. No sólo porque me hubiera visto después de una sesión de atenciones personales, sino porque también vivía con papá, mamá y Scott en casa. Supongo que para los Malik, el sexo dejaba de ser un misterio muy pronto.
               -¿Te dejamos sola?-me provocó, confirmando mis sospechas, y yo puse los ojos en blanco y le dije que cerrara la boca, que no fuera absurda, ¿qué querría hacer yo sola?- Cierto. Necesitas a alguien-aludió, acercándose al lavamanos y depositando en él mi neceser con el maquillaje.
               Dedicamos el siguiente cuarto de hora a tratar de domar mi melena (“¿Te has echado el acondicionador contra el encrespamiento?”, “¡Que sí, pesada!”  ), echándome cremas hidratantes corporales y faciales con olor a frutas tropicales, perfume de maracuyá, y una ligerísima capa de maquillaje.
               Cuando me eché un chorrito de base en la mano para empezar a extendérmela, Eleanor me detuvo.
               -Deberías esperar.
               -¿A qué?
               -Yo me tengo que vestir y que maquillar. No nos va a dar tiempo-miró el reloj de su móvil-. Puedes subir conmigo y terminamos juntas.
               -No voy a querer irme. No si Alec está aquí.
               -No está en traje, si eso es lo que te preocupa-informó Shasha, y yo la fulminé con la mirada. ¿Se creía que ver a Alec de traje iba a impactarme? Porque vale, sí. Me gustaban mucho las series de abogados tanto porque eran un momento de disfrute pasivo con mamá, que me explicaba todo lo que no entendía mientras apuntaba recursos para su propio trabajo, como por el vestuario. No iba a decirle que no a un tío trajeado, con camisa a medida y corbata gruesa que pudiera pasarme por los hombros como si fuera una estola tremendamente delgada. Y mucho menos a una mujer de falda de tubo, tacones de infarto y blusas vaporosas de todos los colores que te pudieras imaginar, poniendo a directivos de empresas en su sitio durante sus rabietas.
               Pero me gustaba esa gente porque estaba en su elemento. Los actores irradiaban una confianza muy natural en trajes caros, la misma que desprendía mamá cuando se ponía su conjunto rosa y blanco de la suerte y salía de casa subida a unos tacones que podrían atravesarle el corazón a una persona. Me gustaba la sensación de poder, de riqueza y de excesos que te hacía experimentar ver a esas personas en ese vestuario, porque eran un reflejo de su personalidad, algo tan característico de ellos como mi piel o mi melena lo eran de mí.
               Y Alec no tenía ese aura de poder, de riqueza y de excesos. Por mucho que me gustara y me dejara sin aliento, no sería capaz de dejarme sin palabras, totalmente desarmada, con sus conocimientos legales.
               No es que me importara que no pudiéramos tener ese espejismo. Me gustaba lo que teníamos: mis mejillas arreboladas eran buena prueba de ello.
               Simplemente no quería hacerme ilusiones y luego descubrir que era un farsante, como pronto descubriría que eran los chicos en Nochevieja: mientras nosotras acostumbrábamos a llevar vestidos cortos, tacones de vértigo y maquillaje que protagonizaría las pesadillas más oscuras y pervertidas de los guionistas de las pelis de James Bond, ellos solían llevar jerseys, camisas como mucho. Nunca chaquetas, nunca pantalones de traje, ya no digamos pajaritas o corbata. Al principio, disimularían bien su incomodidad, exactamente igual que lo hacían en las bodas; pero, cuando el alcohol empezara a correr como en ríos, se librarían de sus chaquetas y se anudarían las corbatas en la cabeza, o guardarían las pajaritas todas arrugadas en un bolsillo… exactamente igual que pasaba en las bodas.
               Y, francamente, yo no quería ver a Alec borracho como una cuba y con una corbata anudada en la cabeza como si fuera un ninja de rasgos equivocados. Me gustaba cómo era ahora.
               -No es eso lo que me preocupa-agité la mano en dirección a Shasha-. Es Alec, por el amor de Dios. Eso es lo que me preocupa. Que se las apañe para no dejarme subir.
               -Yo no te dejaré quedarte abajo, tranquila-Eleanor me echó un mechón de pelo hacia un lado y torció la boca-. ¿Deberíamos dejarte una parte del cuello despejada? Creo que te quedaría muy bien llevar la melena suelta, pero hacia allá…-probó a hacer lo que tenía en mente, agarrando mi melena y colocándola de forma que cayera solamente sobre un lado de mi cara. El otro estaba totalmente libre, de forma que se veía a la perfección toda mi oreja, aún desnuda de ningún pendiente, y mi cuello.
               Me imaginé a Alec inclinándose hacia mi mentón y dándome un mordisquito allí, antes de dejar una estela de besos que me volvería loca. Me lo imaginé acariciándome con sus dientes, subiendo hasta mi oreja.
               -Estás increíble esta noche, Sabrae. Deliciosa. Un bombón literal. Me dan ganas de comerte…
               -Sí. Definitivamente-sentencié, sintiendo el fantasma de la boca de Alec haciéndome cosquillas en el cuello. No iba a renunciar a eso ni en sueños.
               Crucé las piernas con disimulo y Eleanor asintió con la cabeza. Me echó un poco de espuma (“No te acartonará los rizos, tranquila”) y, cuando se dio por satisfecha, le pidió a Shasha que nos trajera el mono para que yo pudiera vestirme.
               Me metí dentro de mis bragas negras de encaje e hice amago de coger el sujetador sin tirantes, pero Eleanor chasqueó la lengua y yo me volví.
               -¿Qué?
               -¿Tienes pensado bailar?
               -Pues claro. Vamos de fiesta, ¿no?
               -¿Seguro que vas de fiesta?-me provocó Shasha.
               -Cállate, gilipollas.
               -Gilipollas tú.
               -Payasa.
               -Payasa tú.
               -Eres una notas.
               -Lerda.
               -Subnormal.
               -Culo gordo.
               -Friki.
               -Zorra.
               Alcé las cejas, expectante.
               -¿Vas a llamarme “puta”?
               -¿Para que me digas esa tontería de “y mi coño lo disfruta”?-Shasha puso los ojos en blanco-. Ni de coña. No pienso darte esa satisfacción.
               -Cabro…
               -Gatitas, gatitas, basta. Sabrae necesita sus uñas para arañar a su hombre. Ya os pelearéis otro día. Tema sujetador-Eleanor lo señaló-, volvamos a él.
               -¿A qué hay que volver? Es el que he traído. Lo compré expresamente para esta noche. No quería que estuviera estirado, está sin usar.
                -Por eso te lo digo. Nunca has llevado un sujetador sin tirantes a ninguna fiesta, ¿verdad?-negué con la cabeza y Eleanor asintió-. ¡Estaba clarísimo! Sólo a alguien que no ha ido de fiesta con un sujetador sin tirantes se le ocurriría llevarlo en Nochevieja.
               -¿Qué hay de malo en ellos?
               -¡Que son el demonio! No hacen absolutamente nada más que amargarte la noche. No puedes moverte sin que se te desparramen las tetas. Están muy bonitos en las modelos y en los maniquíes, pero ni las modelos ni los maniquíes bailan, y tú vas a bailar.
               -Es el que tengo.
               Eleanor puso los brazos en jarras.
               -Estoy segura de que encontrarás una solución.
               -¿¡Pretendes que vaya sin sujetador!?
               Eleanor hizo sobresalir si labio inferior mientras alzaba una ceja, como diciendo sí, básicamente.
               Me volví para mirarme en el espejo. Shasha sostenía con cuidado el mono entre sus manos, agarrándolo de la percha para que no perdiera su forma. Me toqué el busto por encima de la tela del albornoz, pensativa. Puede que Eleanor exagerara. Mamá no me había dicho nada de los sujetadores sin tirantes; claro que, cuando los usaba, los llevaba hechos a medida, y no fabricados al por mayor como yo. Por mucho que me lo hubiera probado en la tienda y le hubiera pedido opinión a Momo, había una diferencia abismal entre llevar ropa interior confeccionada para tu cuerpo y otra que se adhería a él por circunstancias ajenas a la intención con la que se había cosido.
               Recordé las veces en que mamá me había llevado con ella a elegir el vestido con el que acompañaría a papá a la gala del MET de cada año; cómo me había sentado pacientemente, chupando una piruleta, mientras ella se subía a un pedestal en ropa interior y dejaba que le tomaran todas las medidas. Yo siempre me preguntaba por qué no las tomaban un año, las anotaban y ya estaba, pero ahora lo entendía: el cuerpo de una mujer cambia más incluso de lo que lo puede hacer su humor. Y mamá quería estar perfecta y cumplir con ese papel de mujer florero que le imponía el trabajo de papá una noche cada año.
               Mamá sabía que todas las revistas de moda la consideraban el accesorio más caro e importante que papá llevaba a la gala del MET. Sabía que era un elemento tan crucial en su carrera, que aparentemente no tenía ninguna relación con VOGUE, como podían serlo las reuniones y las sesiones de escucha de las maquetas de su disco. Era el único evento en el que no le importaba no ser Sherezade, sino la señora Malik, incluso la “señora de”. Disfrutaba con ello, en realidad. Siempre iba a la diseñadora que le preparaba el vestido de cada año con la invitación en la mano, por delante, como si fuera la acreditación que necesitaba para atravesar las puertas de la tienda. Y en aquella invitación ni siquiera ponía su nombre, sino “el señor Zayn Malik y señora”.
               -La única vez que no me importa ser “señora”-comentaba ella cuando a papá le llegaba la carta certificada, que sólo podía recoger él, y papá le dejaba abrir el sobre del interior para empezar a leer.
               A mamá no le habría pasado esto que me estaba pasando a mí, porque ella se rodeaba de los mejores, especialmente cuando algo de papá dependía de ella, y dejaba que le dieran consejo. Yo había sido necia, creyéndome mayor y decidiendo que podría hacerlo todo sola, que no sería tan difícil.
               Miré a mi hermana. Shasha me devolvió una mirada de comprensión, porque ella también se había encontrado en la posición en la que estaba yo ahora: subestimando algo que hacían los demás, dando por sentado algo que en realidad era muy complicado, anhelando ser mamá, no porque ella era más hermosa y más segura de sí misma, sino porque era mucho más sabia que nosotras dos juntas y multiplicadas por diez.
               -Es una posibilidad. La verdad es que tienes unas tetas muy bonitas, Saab-y, como si eso fuera a consolarme por mi metedura de pata, se abrió la camiseta y echó un vistazo a su propio sujetador. Me descubrí soltando una carcajada.
               -Pero el mono no me quedará igual.
               -Puedes probártelo con el sujetador, estar un rato con él, y ver cómo vas.
               -No tiene por qué darte vergüenza ir sin sujetador. Nadie se va a dar cuenta.
               -Todo el mundo se va a dar cuenta. Pero me da igual. Es mi cuerpo. No ha hecho nada malo. Y no voy a pedir perdón por tener cuerpo. No hay nada que haga más de rabiar al patriarcado que una mujer que se guste a sí misma, y yo esta noche me encanto.
               Eleanor sonrió.
               -¡Así se habla, Saab!
               Me probé el sujetador, me puse el mono, me miré en el espejo y me convencí de que estaba perfecta y podría bailar perfectamente. Si había comprado lencería en una tienda especializada, se suponía que sería de mejor calidad que de una tienda normal. Puede que Eleanor no hubiera comprado el sujetador infame en una tienda como la que había comprado yo, así que no pasaba nada por darle una oportunidad.
               Y si no, bueno… siempre podía quitármelo con el mono puesto y lanzárselo a Alec desde la distancia. Seguro que eso funcionaría como buen reclamo.
               Me las apañé para meter los pies en las botas hasta la rodilla de metal dorado, que se abrían y a la vez unían por la parte trasera para dejar la parte delantera de la pierna libre, presumiendo de piel, gracias a los pequeños óvalos dorados que hacía el material. Mamá había suspirado cuando las vio y me confesó que había llevado unas iguales, sólo que en negro, la primera vez que se tiró a papá en una discoteca.
               -¡MAMÁ!-grité, mientras ella chasqueaba la lengua y se quejaba de lo rápido que pasaba el tiempo.
               Y, tras hacerme una ligera raya, aplicarme el rímel, ponerme gloss en los labios y atusarme el pelo, decidí hacer algo a lo que le cogería mucho el gustillo a lo largo de mi vida: hacer de rabiar a Alec.
               -¿Queréis ver algo divertido?-les pregunté a Shasha y Eleanor, que me miraron con gesto interrogante y asintieron con la cabeza. Me llevé las manos a la espalda, y me desabroché el sujetador. Lo dejé caer sobre la alfombra y alcé las cejas mientras ellas se echaban a reír.
               Salí del baño y me acerqué a las escaleras. Pude escuchar la voz de Alec, intercambiando pullas con Tommy, y me giré para ver a las chicas, que me observaban desde la puerta del baño. Les guiñé un ojo. Atentas.
               Y, entonces, puse en práctica las lecciones que había aprendido sobre caminar con Diana y con el visionado nocturno de America’s Next Top Model. Eché a andar como si fuera a comerme el mundo, como si el suelo que yo pisara existiera sólo porque yo lo había decidido y porque yo le daba existencia con mis pies, agitando las caderas, andando con todo mi cuerpo y no sólo con los pies y las piernas, y asegurándome de que los pies se mantenían en un pasillo imaginario de anchura no superior a diez centímetros.
               Posé la mano con despreocupación en la barandilla de las escaleras de casa de Eleanor, y me dispuse a bajar sin mirar mis pies. No había nada menos sexy que bajar unas escaleras mirándose los pies.
               Ser sexy es una actitud. Lo habían dicho un millón de mujeres antes que yo, y lo dirán un millón después, pero es la verdad. Puedes ser sexy desnuda y puedes ser sexy vestida. Puedes serlo tumbada o serlo mientras caminas. Puedes serlo en un vestido de miles de libras, en unos vaqueros de saldo, o sólo con el aire como ropa. Puedes serlo maquillada o al natural. Puedes serlo con el pelo suelto o recogido.
               Simplemente tienes que creértelo, sentírtelo… y lo serás. Al principio, tú tienes que poner un poco de tu parte, pero después enseguida se pasa. Después, es el mundo el que te recompensa.
               Me pasé una mano por el pelo, fingiendo que atusaba mis rizos para mantenerlos en su sitio, y me permití mirar hacia abajo. Mis ojos no tardaron ni un segundo en encontrar a Alec. Era como si él fuera un trozo de hierro enorme, y yo, el imán más potente del mundo.
               Me miraba con la boca abierta, sus ojos paseándose por mi cuerpo como si estuviera a punto de abalanzarse sobre mí y devorarme. Su mirada se deleitaba en cada detalle que me componía como si fuera un crítico de arte y yo, la obra que se convertiría en su preferida. Sabía que no podía respirar, que no podía pensar, que no podía hacer nada más que admirarme.
               Me permití una sonrisa de suficiencia. Había invertido un miligramo en sentirme sexy para que él me viera así, y ahora Alec estaba tirando toneladas y toneladas de sensualidad sobre mi persona.
               Dios, qué ganas tenía de que esa noche empezara ya. No había dejado de fantasear con cómo reaccionaría él al verme desnuda, y cada cosa que se me había ocurrido, glorificada por las ganas que tenía de verlo, era polvo al lado de cómo él estaba reaccionando. Podía ver que me veía como una diosa en sus ojos, en su boca entreabierta, en la forma en que todo su cuerpo se relajó y a la vez se puso en tensión cuando me miró por primera vez.
               Y, si reaccionaba así sólo viéndome vestida… cómo sería cuando me quitara la ropa para él. Cuando todas aquellas fantasías que habían escalado por mi piel para pintarme un rubor delicioso en las mejillas, y hambre entre mis muslos, habían interrumpido el tren de mis pensamientos, haciéndolo descarrilar.
               Lo único mejor de todo lo que me había imaginado era la forma en que me miró. Porque muchas chicas habían hecho que Alec perdiera la cabeza, pero sólo una le había dejado sin palabras.
               Y esa una era yo.


No había que ser una lumbrera para darse cuenta de que las chicas se traían algo entre manos en el momento en que hicieron una mueca cuando llegué a la parada del bus, donde habíamos quedado para ir al centro. Al margen de que yo nunca era la última en llegar (traté de recordar la última vez que habían tenido que esperar por mí, y no pude), ni siquiera se molestaron en no ser unas descaradas totales mientras me estudiaban el pelo.
               -¿Por qué no te lo sueltas?-me sugirió Momo, la única que podía hacerme cambiar de idea en temas de estilo.
               -Porque vamos a un parque de atracciones, y no quiero que se me meta todo el pelo en la boca.
               -Pero con ese jersey te queda mucho mejor el pelo suelto, venga-instó Taïssa, y yo puse los ojos en blanco y dejé que me deshicieran las trenzas y me ahuecaran el pelo. Incluso agité un poco la cabeza hacia los lados para que recuperara volumen, adivinando ya lo que pasaría esa tarde: me encontraría “casualmente” con Alec.
               Conocía lo suficiente a mis amigas como para saber que eran capaces de ponerse de acuerdo con los amigos de él para orquestar un encuentro casual, así que me dejé llevar: sugerí sitios a los que quería ir (para ver las luces, comprar algún detallito de última hora, o simplemente para tomar un chocolate caliente) y no protesté lo más mínimo cuando descartaron mis ideas por unanimidad. Si mis amigas estaban intentando concertarme un matrimonio, lo mínimo que podía hacer yo era no resistirme.
               Ni siquiera me dio tiempo a pensar que estaba siendo paranoica o directamente desconfiada, porque en el momento en que decidieron que no querían subirse a más atracciones porque “ninguna les llamaba la atención”(ja), mi teoría se vio confirmada. Nos dedicamos a ir sin rumbo aparente hacia un extremo del parque con el pretexto de decidir si alguna atracción merecía la pena, como si no fueran las de todos los años, y todos los años nos montásemos en casi todas, y yo fingía no esperar encontrarme con Alec en cualquier momento.
               Claro que una cosa es esperar que os encontréis y otra muy distinta es que lo hagáis. Al margen de la intervención de nuestros amigos, que nos viéramos entre aquella marea de gente parecía casi obra de alguna divinidad que nos tuviera especial cariño. O puede que fuera sólo cosa de alguna de las aplicaciones de mensajes de Amoke, que le había estado enviando nuestra posición en intervalos regulares e inferiores a un minuto a Tamika. La sensación de cansancio y hastío que me producía el pensar que mis amigas serían las que no respetarían mi decisión de no ser nada más que una buena amiga de Alec, en lugar de precisamente él, que era el más interesado, se evaporó en cuanto nuestros ojos se encontraron.
               He de confesar que me esperaba que nos hicieran lo que nos hicieron: que nos empujaran para que estuviéramos pegados el uno al otro, que se rieran cuando intercambiábamos miradas y se soltaran codazos cuando nos pusiéramos colorados, porque no estábamos acostumbrados a estar juntos y a la vez con otra gente. Estaba segura de que Alec se sonrojaba por lo mismo que lo hacía yo: cada vez que lo miraba, una necesidad imperiosa de abalanzarme sobre él y repetir lo que hacíamos cada viernes por la noche me atenazaba por dentro. Cuando nuestros ojos se encontraban, todo mi cuerpo se estremecía, recordando la deliciosa sensación de tenerlo dentro de mí, alrededor de mí, debajo de mí. Cuando nuestras manos se rozaban, yo pensaba en las mías clavándose en su espalda mientras él me penetraba con dureza, como a mí me gustaba que me follara, agarrándome de las caderas para que la fricción fuera mayor.
               Cuando nuestros cuerpos se chocaban por accidente, yo sentía la presión de sus muslos golpeando mis glúteos aquella vez que lo habíamos hecho por detrás, con él cayendo en un ángulo nuevo sobre mi sexo que había hecho que perdiera la razón y estallara en un orgasmo intensísimo al que él no había tardado en seguirme.
               Lo que no me esperaba, definitivamente, era que las chicas me dejaran a solas con Alec utilizando la pobre excusa de que no cabíamos todos en una escape room. Y yo las conocía lo suficiente como para saber que, en cuanto se habían asegurado de que nosotros habíamos entrado en la nuestra, habían salido pitando por la puerta de emergencia, al encuentro de las gemelas y Jordan, para marcharse de allí lo antes posible y asegurarse de que no nos encontráramos con ellas al salir.
               No me molestó en absoluto que lo hicieran. Es más, incluso se lo agradecería en silencio más tarde. Si no nos hubieran dejado solos, Alec no me habría visto un poco agobiada y superada por la cantidad de gente que nos rodeaba y que no tenía ningún tipo de consideración con las bajitas, dando y recibiendo empellones como si la entrada fuera más barata por comportarse como animales. Si no nos hubieran dejado solos, Alec no me habría agarrado con firmeza de la mano y nos habría sacado de allí. Si no nos hubieran dejado solos y hubieran respondido antes a nuestros mensajes, no habríamos decidido dar una vuelta. Si no nos hubieran dejado solos, no habríamos visto los iglús. Si no nos hubieran dejado solos, no me habría dejado mis ahorros del mes en comprar fichas para estar con Alec en un sitio cerrado, cálido e íntimo, donde podíamos tumbarnos el uno al lado del otro a ver vídeos en bucle que conquistaran nuestro campo de visión; a enrollarnos mientras se reproducían dichos vídeos mientras nos metíamos mano, o directamente tener sexo bajo unas estrellas digitales que, como empezaría a sospechar muy pronto, cuando Alec hiciera que me corriera sentada sobre su cara y con una mano puesta en una constelación (¿Casiopea?), no tendrían nada que envidiarles a las de verdad.
               Si no nos hubieran dejado solos y Alec se hubiera cansado de esperar para probar las mieles de mi cuerpo, yo no estaría de un humor tan genial, incluso después de conversar con él, que haría que me apeteciera bailar.
               -Pues baila-me retó Alec, acariciándome la espalda y besándome la cabeza.
               -¿Quieres que baile?-alcé las cejas, divertida.
               -Quiero que bailes-asintió.
               -No pienso hacerte un strip tease.
               -Tampoco es que te puedas quitar mucha más ropa.
               -Capullo-le di un manotazo en el pecho y él se echó a reír-. Iba a quitarme la poca ropa que llevo y bailar desnuda para ti. Acabo de cambiar de opinión.
               -Pues menos mal.
               -¿¡Cómo que menos mal!?
               -Sí, menos mal-contestó, incorporándose y agarrándome de las caderas para tenerme tan cerca que su aliento impactaba contra mi cara con furia-. Porque no te habría dejado bailar ni dos segundos completamente desnuda delante de mí. Te cogería y te tumbaría y te abriría las piernas y te daría exactamente lo que más estás deseando, pero no quieres pedirme porque eres demasiado orgullosa.
               -¿Yo soy orgullosa?
               -Dios, vaya si lo eres, y tienes motivos para serlo-gruñó Alec, mordiéndose el labio y abalanzándose hacia mi boca. Dejé que me tumbara sobre la espalda y que se metiera entre mis piernas; incluso me froté un poco contra él sólo por el mero placer de hacer que gruñera mi nombre. Aunque he de decir que también disfruté muchísimo con lo preparado que estaba para satisfacerme. Me encantaba que su cuerpo no tardara nada en reaccionar a las provocaciones del mío. Me hacía sentir muy poderosa-. Dios, Sabrae, para. O serás mía. Te lo juro-me mordió la clavícula y yo me eché a reír.
               -¿Vas a obligarme?
               Alec alzó las cejas y estiró los brazos. Su torso estaba a decímetros del mío, pero su entrepierna seguía pegada a la mía.
               -No. Pero puedo hacer que me lo supliques. No me provoques.
               -¿Qué te hace pensar que te suplicaré?
               -No eres la única aquí que puede ser jodidamente provocativa, ¿sabes? Yo también tengo mis propias armas de destrucción masiva-me recordó, frotándose contra mí. Me descubrí arqueando la espalda y mordiéndome el labio para ahogar un gemido. Sí, Alec… dame más.
               -¿Se supone que eso es lo que más deseo?
               -No-sonrió-. Lo que más deseas es esto-se dejó caer sobre mí, embistiéndome de una forma en que, si hubiéramos estado desnudos, se habría hundido en mi interior y habría sido goloso. Me eché a reír en pleno suspiro de satisfacción.
               -Siempre con lo mismo en mente, Whitelaw. Qué simples sois los hombres-chisté varias veces y sacudí la cabeza, y Alec sonrió.
               -Mira quién fue a hablar, Malik. Apenas hemos parado y ya quieres más. Seguro que podría entrar en ti sin ningún problema-me susurró al oído, y yo me eché a temblar-. Sé que estás empapada. Puedo olerlo. Y escucharlo.
               -No estoy haciendo ningún ruido.
               -Estás hablando. En ese tono que me gusta tanto…-empezó a mordisquearme el cuello y yo doblé las piernas, capturándolo entre mis rodillas. Alec sonrió y llevó una mano a su improvisada prisión-. Es el tono que pones cada viernes, justo antes de que empecemos a follar. El tono que usas cuando quieres que te la meta pero no quieres pedírmelo, porque entonces yo ganaría esa absurda competición que tienes montada en tu cabeza.
               -No es ninguna competición absurda. Te gusta que me retuerza y que te suplique.
               -Me pone cachondo, ¿qué vamos a hacerle?
               -No quiero ponerte cachondo ahora.
               -Tarde.
               Le agarré de la mandíbula y le obligué a mirarme.
               -No vas a cansarte para mañana. Te lo juro, Alec. Como mañana no me eches el mejor polvo de mi vida, y luego el segundo, y luego el tercero, y luego el cuarto… no te hablo más. Voy en serio.
               Alec me dedicó su mejor sonrisa torcida. Joder. Quería que me sonriera así tan cerca de mi sexo que sus dientes arañaran mi piel más sensible.
               -¿Crees que aguantarás cuatro polvos en una noche?
               -No es la primera vez que tengo cuatro orgasmos en un corto período de tiempo.
               Alec se echó a reír y me besó los pechos por encima del sujetador.
               -Qué mona… igual te crees de verdad que a mí me bastará con que te corras una vez por cada polvo-se incorporó hasta quedar arrodillado entre mis muslos y estudió un momento mi entrepierna en la penumbra. Luego, me dio un pellizquito-. Vale. Nada de sexo hasta mañana por la noche.
               -¿Nada de sexo?-hice un puchero y me arrastré hacia él, ofreciéndome para que me tomara si le apetecía-. Todavía podemos hacer cosas sin que tú te canses.
               Alec puso los ojos en blanco.
               -Yo tampoco quiero que tengas una excusa para tirarte en cualquier cama y dejarte hacer. No eres pasiva, Sabrae.
               -O me comes el coño ahora mismo o te monto un pollo que te acuerdas hasta el día de tu muerte-le exigí, y Alec se reclinó hacia atrás, apoyándose en la palma de las manos, y alzó las cejas.
               -¿No querías bailar? Pues baila.
               -¡Alec!
               -¿A que jode que te dejen con las ganas?-me tendió la mano para incorporarme y yo la aparté de un manotazo. Se echó a reír-. Pero mira que eres caprichosa… lo estoy haciendo por ti. Para que estés fresca y descansada para domar a un semental como yo.
               -Podría domarte a ti y a cincuenta como tú con los ojos cerrados. No necesito estar descansada. ¿No ves que te tengo comiendo de la palma de la mano?
               -Alec, i mi quimis il quiñi ihiri mismi i…-empezó él, y yo me eché a reír, me abalancé sobre él y empecé a pegarle, hasta que consiguió cogerme las dos manos y pegarme a sí para comenzar a darme besos. Hizo que me tranquilizara y que recordara dónde estábamos, en qué día, y lo que teníamos pensado hacer mañana por la noche. Y entonces todo el cuerpo empezó a picarme con la misma magia de antes, con la felicidad luchando por salir de mí como si fuera un muñeco de tela con un ventilador en su base que bailan al son del viento que les llena y da vida.
               Me puse su jersey, que me quedaba inmenso, y me dediqué a dar brincos y cantar las canciones que sonaban en Spotify (incluso salieron algunas de papá, que yo canté y bailé como si estuviera en un concierto junto a miles de personas y sin nadie que me prestara atención, en lugar de darle a Alec el espectáculo de su vida), hasta que las luces del iglú comenzaron a atenuarse. Se nos había acabado el tiempo.
               Alec se echó a reír cuando encendió la luz del móvil y me enfocó con ella: estaba haciendo pucheros.
               -Ya me enteraré de cuándo trabaja Rufus para que nos enchufe una tarde entera y ver cómo termina la interesantísima película sobre la natación de las carpas koi.
               -No quiero quitarme tu jersey-musité, abrazándome a mí misma y hundiendo la cara en la lana suave. Olía tan bien… era como si Alec me estuviera abrazando durante todo ese tiempo, empapándome del delicioso aroma que desprendía su cuerpo.
               Se quedó callado un momento, y la luz avanzó hacia mí cuando él lo hizo.
               -Es calentito, sí, pero… nena, de veras que lo necesito. No puedo salir sin camiseta afuera; me congelaré.
               -Es que huele a ti-susurré, y Alec bajó su móvil. La pantalla se encendió con una notificación a la que ninguno de los dos hizo caso, demasiado ocupados como estábamos en mirarnos y decirnos un millón de cosas en absoluto silencio. Te quiero. Te necesito. No podemos dejar que nada nos separe. No podemos salir de este iglú. Tenemos que quedarnos aquí para siempre. Aquí somos felices. Aquí somos nosotros. Aquí estamos solos.
               Me acarició el mentón con el pulgar, y lo dejó sobre mi barbilla mientras su mano me sostenía la cara por la mandíbula.
               -Te prestaré mi colonia para que rocíes tu habitación con ella.
               -No me gusta porque huela a tu colonia. No sólo, al menos. Huele a mucho más. A ti-susurré, acariciándome la mejilla con su mano. Alec se mordió el labio.
               -Sabrae…
               -Alec…
               Se inclinó hacia mí, sus labios estaban a milímetros de los míos. No tenía nada que decirle.
               Así que podía decírselo todo.
               -Alec, yo… te...-empecé, pero no pude terminar la frase. A pesar de que no había vacilado, algo me interrumpió.
               La cremallera exterior del iglú se estaba abriendo y el haz de una linterna llegaba a nosotros, irregular como una sierra oxidada, por culpa de la cremallera interior.
               -¿Hola? Chicos, se os ha acabado el tiempo-nos quedamos callados-. ¿Hola? ¿Me oís? Por Dios, otros que se quedan dormidos aquí dentro. Deberíamos bajar un poco la calefacción… ¿chicos?-la cremallera interior se abrió y los paneles del techo se encendieron para proyectar una imagen en blanco que hiciera las veces de luz para su interior. Ante nosotros estaba la chica que nos había escoltado hasta el iglú, que se puso colorada al vernos.
               -Esto… tenéis que salir. Os dejo un par de minutos para… bueno. Que tenéis que salir-balbuceó, y salió del iglú a toda velocidad, procurando no fijarse demasiado en los abdominales de Alec, como estaba tratando de hacer yo. Se había marchado tan roja que los coches se detendrían a su lado porque pensarían que era un semáforo cerrado.
               Sentí un poco de lástima por ella: seguro que, si eras tímida, este trabajo era un infierno para ti. No hacía falta ser muy listo para adivinar lo que Alec y yo habíamos estado haciendo en el interior del iglú, protegidos de todo el mundo exterior, y sin más ropa que los calzoncillos y el jersey de él.
               Nos miramos un momento.
               -Será mejor que…
               -Sí.
               -Guay-musité, y me puse a todo correr los calcetines y los pantalones. Me los anudé rápidamente y me calcé las botas mientras Alec se subía la cremallera de sus vaqueros y se me quedaba mirando.
               -Esto… ¿Sabrae?
               -¿Sí?
               -El jersey. Lo necesito.
               -Ah. Claro. Perdona. Sí.
               Y entonces, hice lo más estúpido que podría hacer en la vida.
               Le tendí el jersey y me abracé a mí misma para que no viera mi torso desnudo.
               Como si no llevara un puñetero piercing en el pezón por el que empezaba a besarme. En fin.
               Escuché cómo terminaba de vestirse tratando de no prestar excesiva atención al susurro delicioso que hacía su ropa deslizándose por su piel. Tras acabar, ya con nuestros respectivos jerséis puestos y los abrigos sobre los hombros, salimos del iglú y nos encaminamos hacia la puerta con la mirada baja, temiendo que la chica que había venido a avisarnos pasara de nuevo por una situación tan embarazosa como la de antes. Un chico al lado de la salida nos dio las gracias por nuestra visita y nos pidió que volviéramos pronto.
               Alec y yo nos miramos.
               -Oh, créeme, lo vamos a hacer-musitó él entre dientes, con una sonrisa curvándole los labios, y yo me eché a reír y me pegué a su costado. Me rodeó con un brazo y me dio un beso en la cabeza, haciendo que por un momento el mundo se detuviera y sólo nosotros estuviéramos en movimiento.
               Rompimos la burbuja al mirar nuestros móviles, donde cada uno tenía llamadas perdidas de varios números de teléfono, todos con un nombre familiar adjudicado: Momo, Taïssa, Kendra, Tam, Bey, Jordan. Desbloqueé mi móvil y llamé a Momo, que no tardó ni dos toques en contestar.
               -¿Dónde estáis?-quiso saber-. Llevamos una hora dando vueltas por la feria. ¿Os habéis marchado?
               -Estamos en el parque de Russell Square. Lo siento. Es que me agobié un poco con tanta gente, y…
               -¿Cuándo habéis salido? Jordan y Bey llevan en la salida casi cuarenta y cinco minutos.
               -Eh… hace… tres horas.
               Alec se me quedó mirando mientras el silencio llenaba la línea.
               -Dios mío. Dios mío. Dios mío. ¿Lo habéis hecho? ¿Lo habéis hecho en los iglús? DIOS MÍO. DIOS MÍO. CHICAS. LLEVAN TRES HORAS EN LOS IGLÚS. DIOS MÍO. ¡SABRAE!
               -No hemos hecho nad…-empecé, y Alec hizo un mohín y rió entre dientes.
               -A mí no me pareció que no hiciéramos nada…
                Le di un manotazo en la tripa para que se callara… y entonces salimos de las verjas del parque y nos encontramos con nuestros amigos. Momo estaba dándome la espalda, hablando tan rápido que no la entendía, mientras gesticulaba en dirección a Taïssa y Kendra. Las gemelas jugueteaban con una bellota que se había caído de uno de los árboles, pasándosela la una a la otra entre los pies, mientras Jordan daba vueltas alrededor del grupo, haciendo tiempo. Fue él el primero que nos vio, y le dio un toque a Momo en el hombro para que se volviera.
               Mi mejor amiga se giró en redondo y dejó escapar un alarido que hizo que varios de los viandantes que iban por la acera se giraran y la fulminaran con la mirada. Había pocas más molestas que una adolescente londinense excesivamente entusiasta.
               -¡¡SABRAE!!-volvió a chillar, como si llevara años sin verme. Tuve que recordarme a mí misma que habían sido ellos los que nos habían dejado solos, y no al revés. La felicidad y la sorpresa que teñían la cara de Momo de ilusión hacían que creyeras que yo me había marchado a una guerra que ni siquiera era mía por el mero placer de ponerme a matar gente.
               -Son unos genios-indicó Bey, señalando a mis amigas, cuando Alec y yo llegamos al lado del grupo-. Sabían que estaríais en los iglús. No tenían ninguna duda.
               -Ya, bueno, es que son un sitio cojonudo. Tenemos que venir-indicó Alec, y Bey y Tam intercambiaron una mirada de complicidad. Kendra las había puesto al día de en qué consistían los iglús y, como Momo, se estaban imaginando lo que habíamos hecho en ellos durante tres horas.
               El único que no parecía impresionado era Jordan.
               -¿Con tres horas te ha bastado, tronco?
               Alec lo fulminó con la mirada.
               -Pregúntale a tu hermana sobre mis dotes de aprovechamiento del tiempo.
               Jordan puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, de forma que sus rastas bailaron sobre su capucha como si fueran los tentáculos de un pulpo de textura curiosa.
               -Se ha hecho tarde y vamos a ir a cenar-dijo Momo con entusiasmo-. ¿Alguna idea?
               -Me he quedado sin dinero, Momo. Otra vez será-musité por lo bajo, porque la verdad era que no me apetecía acabar la tarde aún, aunque el sol se hubiera puesto hacía tiempo y ya fuera de noche. No quería despedirme de Alec todavía, no quería dejar de ponerme roja como un tomate cuando me volvía de repente consciente de que estaba a mi lado cuando estaba con mis amigas…
               No quería acostarme y que lo que habíamos hecho y hablado en el iglú formara parte de mis recuerdos. Si por mí fuera, jamás volvería a dormirme, y ni siquiera echaría de menos los sueños: Alec me hacía soñar cada vez que me miraba.
               -No pasa nada. Hacemos bote, como siempre-ofreció Kendra, sonriente. Siempre que una de nosotras se encaprichaba de algo y lo terminaba comprando, reduciendo así su presupuesto para las comidas, y terminaba justa de dinero para volver a casa, las demás poníamos lo que necesitara para poder cenar o regresar a nuestros respectivos hogares. No éramos como aquellos grupos de amigos en los que cada uno tiene que buscarse la vida con lo que le dan los padres, o que llevan una cuenta mental discretamente con lo que se deben los unos a los otros. Si yo tenía diez libras, Momo, Taïssa y Kendra las tenían también. Éramos una especie de mininación comunista en un mundo que estaba dispuesto a destrozar gargantas por míseros peniques.
               -O te puedo invitar yo-propuso Alec, y yo me lo quedé mirando desde abajo. Me sonrió con timidez y cierta complicidad, como si estuviéramos diciéndonos algo delante de los demás en un idioma que sólo nosotros dos entendíamos.
               Yo tampoco quiero que esta tarde se acabe.
               -Pero tú vas justo de pasta.
               -Tengo trece libras, cortesía de cierta señorita que me invitó a dos horas y media de películas en una cúpula-contestó, y su sonrisa se ensanchó, y se volvió tan contagiosa que mi boca la reprodujo. Asentí con la cabeza y entrelacé mis dedos fríos con los suyos, cálidos. Estaba a punto de ponerme de puntillas para darle un piquito, pero el “Awwww” gemido a coro por Taïssa, Kendra y Amoke me disuadió.
               Probablemente se pondrían a tirarnos arroz y a gritar “¡vivan los novios!” si yo le daba un beso a Alec.
               Fuimos al McDonald’s más cercano y nos repartimos por las diferentes pantallas de pedidos de la misma manera que nos habíamos repartido por las escape rooms a las que tanto cariño les había terminado cogiendo yo. Las chicas terminaron las primeras, e hicieron cola diligentemente después de pelearse por pagar en las cajas para que su pedido se preparara más rápido. Les siguieron las gemelas, y Jordan, en último lugar, que nos miró por el rabillo del ojo (había tres máquinas, con dos pantallas en cada lado, y Alec y yo nos habíamos puesto en la de en medio, y Jordan en la que estaba a nuestra derecha, del lado contrario) con una sonrisa de satisfacción mientras yo decidía conjuntamente con Alec qué pedir. Quería un happy meal para poder llevarle el juguete de Ladybug a Duna, pero con una hamburguesita del tamaño de mi puño cerrado, un montoncito de patatas y un danonino no me bastaría para cenar.
               -Tenemos esta oferta de menú y happy meal por diez libras…
               -¿Y qué vas a comer tú?
               -Ya me apañaré, Sabrae.
               -Si para mí la hamburguesa del happy es poco, para ti no va a ser nada.
               -Es más con las patatas.
               Parpadeé.
               -Alec. Te he visto comerte un menú grande en el Burger King. Con chilli cheese bites incluidos. ¿De verdad te crees que voy a tragarme que te sirve con una porción minúscula de carne entre dos panes y dos patatas de mierda?
               -También hay un danonino.
               -Eres imposible-me eché a reír y le quité el móvil para ver las ofertas.
               -¿Qué? Me gustan los danoninos. Comía un montón de pequeño. Por eso soy tan alto.
               -Yo también comía danoninos de pequeña, y ya ves en lo que me he quedado.
               -Pero igual lo tuyo es genético. Quizá vengas de alguna tribu de enanos del corazón de África-soltó-, y con todos los danoninos has conseguido pasar del metro.
               Fruncí el ceño y a la vez alcé las cejas. Jordan se había quedado tieso en el sitio, mirando a Alec, sin poder creerse que acabara de decirme eso a mí. Hay dos cosas que no se le deben sacar a colación a una chica baja que es adoptada: la primera, que es baja. Y la segunda, que es adoptada.
               Si me lo hubiera dicho Jordan, me habría dolido muchísimo porque no haría más que recordarme mi condición. Que no me parecía a mi familia y que mis hijos no se parecerían tampoco.
               Pero, como me lo había hecho Alec, a mí no me molestó en absoluto. Para él era tan natural soltar cosas así que a mí se me hacía perfectamente natural escucharlas. No lo hacía con maldad, ni con la intención tampoco de hacer que yo le consolara por una incomodidad que la sociedad le había enseñado a tener.
               La diferencia entre Alec y el resto del mundo es que para todo el mundo yo era Sabrae, la hija adoptada de Zayn, la hija adoptada de Sherezade, la hermana adoptada de Scott, la hermana adoptada de Shasha, la hermana adoptada de Duna.
               Y para Alec, yo sólo era Sabrae.
               Y a mí me encantaba ser sólo Sabrae.
                -Las tribus que dices son asiáticas, Al.
               Jordan inhaló un poco más, sorprendido. A este paso, explotaría.
               -No tienes cara de asiática.
               -Menos mal, porque Shasha se moriría de la envidia si yo lo fuera. ¿De qué tengo cara?
               -Si te lo digo en voz alta, es probable que me lleven preso-me confesó, mirando en derredor como quien es un prófugo de la justicia, y dándome un beso en la sien. Me eché a reír mientras seleccionaba una hamburguesa de edición especial, con queso de cabra, y Jordan expulsaba todo el aire que había estado reteniendo en sus pulmones.
               Finalmente, conseguimos reunir el suficiente dinero como para coger un menú grande de Big Mac. Estuvimos rebuscando en nuestros bolsillos y en lo más profundo de nuestras carteras hasta reunir el dinero justo como para soltar toda la calderilla sobre el mostrador, para fastidio de la cajera, que lo tuvo que contar tres veces porque lo continuos gritos con los pedidos de los clientes le hacían perder la cuenta. Le lloriqueé a Alec para que aceptara llevar él la bandeja…
               -Sí, hombre, encima que pago también pretendes que la vaya paseando yo, ¿no?
               -Si la llevas tú, te la chupo mañana-ofrecí.
               -Vale-aceptó sin un instante de vacilación, y yo me eché a reír.
               -¿Estás ansioso?
               -Joder, ansioso definitivamente es la palabra.
               -Seguro que te la han chupado mejor de lo que te la voy a chupar yo.
               -Tú no te has debido de verte los labios, Sabrae, joder. Anda que no me lo habré pasado yo bien, solo en mi habitación, imaginándome esos morros alrededor de mi… nosotros-anunció cuando un chico con la gorra de McDonald’s preguntó por el número 31.
               … y fui abriéndole paso entre la gente, en busca de los demás. Se habían sentado en una barra alargada en la que no podría comer tranquila a no ser que escalara hasta los taburetes de enfrente.
               Y no había sitios libres en la barra.
               -Pero, ¡tío!-protestó Alec, mirando a Jordan, que masticaba con parsimonia un cuarto de libra.
               -A mí no me mires, macho, ¿no pretenderías que levantara a esta señora?-hizo un gesto con la cabeza en dirección a una madre con sus hijos y chasqueó la lengua.
               -¿Y dónde se supone que vamos a comer nosotros?-les recriminé a las chicas. Taïssa levantó las manos y señaló una mesa chiquitita en una esquina en la que había un bolso abandonado.
               Abrí la boca para protestar, pero antes de que pudiera hacerlo, Kendra saltó de su taburete y fue a recogerlo. Alec y yo nos miramos, intentando aguantar la risa. Fulminé a mis amigas con la mirada y dejé que él eligiera si sentarse en el sofá de pared o en una de las sillas. Me cedió el sofá como el caballero que podía ser cuando le apetecía.
               No dejaron de mirarnos mientras comíamos y hablábamos, y tratábamos de olvidarnos de que estaban allí. Cuando Alec me tendió la hamburguesa para que la probara (estaba deliciosa), se nos hizo imposible ignorarlos por más tiempo porque se pusieron a reír y a silbar. Alec se volvió y fulminó con la mirada a Jordan, que todavía tenía los dedos  entre los labios, mientras las gemelas se partían de risa.
               Esperaron a que termináramos de cenar jugueteando con los vasos de los helados, y nos fuimos en tropa en dirección a la boca de metro más cercana. No necesitaron empujarnos el uno contra el otro; en cuanto salimos del McDonald’s y nos subimos las cremalleras de los abrigos, Alec y yo nos dimos la mano y ya no nos soltamos hasta que no llegamos a la máquina de los billetes de tren. A Alec justo le había caducado el bono esa mañana, por lo que tenía que sacarse un viaje para el que no tenía pasta.
               -No deberíamos haber cogido el happy meal-musité, viendo cómo rebuscaba en sus bolsillos y sintiéndome horrible por todo lo que él había sacrificado por mí. Alec detuvo su inspección, me miró, me pellizcó la barbilla en un gesto tierno y negó con la cabeza.
               -Jor-se volvió hacia su mejor amigo, que esperaba pacientemente a que termináramos-, ¿me dejas una libra para el metro? Cuando lleguemos a casa te a devuelvo.
               -No hace falta que me la des, tío.
               -Que sí.
               Jordan se la lanzó por el aire y yo me abracé al brazo que Alec no había querido alejar de mí. Mientras toqueteaba la pantalla con la mano izquierda, me hacía cosquillas en el vientre con la derecha.
               A cualquiera que no lo conociera no le habría importado en absoluto que le hubiera pedido dinero a Jordan, aunque fuera una mísera libra. Incluso dirían que tenía mucho morro por aprovecharse así de sus amigos.
               Eso dirían quienes no le conocieran. Los que sí lo conocíamos sabíamos lo trascendental que podía resultar ese gesto. Alec detestaba pedirle dinero a la gente, fuera quien fuera su prestamista. Sólo le molestaba un poco menos cuando era a sus padres, e incluso entonces procuraba hacerlo el menor número de veces posible. Le gustaba valerse por sí mismo y no quería que nadie tuviera que sacrificar, aunque fuera momentáneamente, un penique por él. Quería depender exclusivamente de lo que él tenía, y dejar que los demás vivieran su vida como tenían planeado.
               Es curioso, porque no le molestaba en absoluto la situación al revés. De hecho, a veces su hermana se aprovechaba de que no gastaba tanto como otras personas durante los fines de semana, ya que Jordan invitaba a todos sus amigos en la discoteca que él atendía y que sus padres regentaban, así que Alec siempre contaba con unos cuantos billetes en la cartera que se iban a quedar ahí toda la noche, de modo que, ¿por qué no debía pedirlos Mimi? Y Alec siempre proveía, especialmente en lo que respectaba a su hermana.
               Un amor limpio y cálido me llenó hasta completarme como el aire completa a un globo. Con aquella simple petición, Alec nos había dejado algo muy claro a todos, especialmente a mí: estaba dispuesto a ponerme por delante de él. Prefería mil veces que yo estuviera contenta a ser independiente.
               Mi felicidad era más importante que su orgullo.
               Cuando se inclinó para sacar el billete, aproveché la oportunidad y le planté un beso en la mejilla que él no se esperaba. Sonrió.
               -¿Y eso?
               -Me apeteces-murmuré, pasándome una de sus manos por la cintura y dejando que reposara en mi cuerpo. Me apetecía él, y me apetecía también decirle que le quería, porque estábamos en la típica situación en que una persona se lo dice a otra sin que la segunda lo haya dicho primero.
               Pero yo no quería declararme así, en ese sitio. Alec se merecía algo más especial que una boca de metro fría y una máquina gastada por el tiempo y la torpeza de los turistas. Se merecía escucharlo conmigo desnuda, mientras estaba entre mis piernas, en mi interior.
               Mañana, por ejemplo. ¿Por qué no?
               -Me apeteces-ronroneó él cual gatito, rodeándome con la otra mano, atrayéndome hacia sí y besándome en los labios despacio. Los pitidos de las máquinas y los chirridos de los tornos girando para permitir el acceso a los pasajeros nos indicaron que nuestros amigos estaban empezando a entrar ya en la estación. Me separé un poco de él para tomar aire, lo miré a los ojos, le acaricié la mandíbula y me mordí el labio.
               -Necesito que sea ya mañana.
               Él apoyó su frente en la mía y frotó su nariz contra la mía, arriba y abajo, arriba y abajo. Recordaba haberlo visto en algunas películas, habérselo visto hacer a papá cuando mamá estaba mala y necesitaba mimos; incluso se lo había pedido a Hugo una vez, porque me parecía un gesto muy tierno, inocente e íntimo. Y, aunque me había gustado, aunque me había gustado presenciarlo en el caso de mis padres y verlo en las películas, no era nada comparado con lo que me gustaba cómo lo hacía Alec.
               No se lo dije en ese momento, pero sí cuando hablamos por teléfono por la noche. Sucedió sin más. Descubrimos que con tres horas no nos había resultado suficiente, y comenzamos a enviarnos mensajes en cuanto nos metimos en la cama, esgrimiendo ambos patéticas excusas ante nuestras familias sobre lo largo que había sido el día y lo agotador que resultaba pasar frío, cuando la realidad era que yo llevaba tanto tiempo envuelta en la calidez de tenerlo que ni siquiera recordaba qué era el fresco, ya no digamos el frío polar que azotaba Londres esos días.
Ya en la cama.
               Adjunté una imagen mía tapada hasta los ojos y haciendo el símbolo de la paz con la mano libre, y añadí:
¿Y tú?
               Su respuesta no se hizo esperar. El pequeño tick se duplicó y Alec empezó a escribir.
Lavándome los dientes. Voy a acostarme ahora.
😂😂 No te creo.
               Sonreí al ver que debajo del nombre de Alec unas letras azules al lado de un círculo intermitente me indicaban que estaba grabando un vídeo.
               -¿Por qué no?-preguntó con la boca llena de pasta de dientes-. Valoro mucho mi higiene bucal. Además, habría que ver si te gustaría tanto darme morreos si me oliera el aliento.
Te he dado morreos con el aliento oliéndote a queso de cabra.
El queso de cabra sabe bien.
Sí, pero... huele muy mal.
Bua, Sabrae. Lo tuyo es amor, ¿eh?
No sé, no sé. 😉
¿Nos casamos?
El anillo pa cuándo?
Niña, que estoy sin blanca. Por tu culpa. Haz el favor.
😂😂😂 Disculpa. Olvidaba que estabas en bancarrota. Voy a buscarme un marido pudiente que me tenga a cuerpo de reina.
¿Es que yo no te tengo como una reina?
Da gracias si me tienes como una duquesa.
Si quieres mi opinión, los reyes están sobrevalorados. Es decir… mira a la duquesa de Sussex. G u a u . Estuviste espabilado ahí, Harry.
¡Igual que tú conmigo! 😜
😡 cero mentiras detectadas.
¿Qué vas a hacer luego?
Descubrir América, ¿por?
Por si querías hablar.
Termino de lavarme los dientes, me meto en la cama y te abro, ¿vale?
Vale.
               No tuve ni que esperar cinco minutos para tener su nombre llenando mi pantalla. Apenas había cogido los auriculares y le había dicho a Scott que estaba demasiado cansada para ver una serie con ellos esa noche, Alec me llamó. Toqué en el icono verde para aceptar la llamada y me puse los auriculares.
               -Has sido rápido.
               -Perdona por la espera, bombón, es que Mary Elizabeth-pronunció el nombre de su hermana en el tono en el que lo hacemos todos los hermanos cuando nos exasperan-parece no entender el concepto de “intimidad en el baño”, y necesitaba venir a quitarse los potingues de la cara con tanta urgencia que literalmente me ha invadido. Tengo la boca llena de pasta de dientes aún, y todo por culpa suya. Por si te interesaba.
               Me eché a reír.
               -La verdad es que es un dato interesante.
               -Perdona un momento. Mary Elizabeth. Mary. Elizabeth. MARY ELIZABETH. QUÍTATE MI SUDADERA. ES MÍA. COMO ME LA ENSUCIES, TE… ¡QUÉ HIJA DE PUTA! ¡¡QUÉ HIJA DE PUTA!! ¡¡¡MAMÁ!!! ¡MAMÁ, MIRA LO QUE ESTÁ HACIENDO TU HIJA CON MI SUDADERA FAVORITA!
               Me acurruqué en la cama y disfruté de cómo Alec se peleaba con Mimi porque parece ser que el interés por robarle las sudaderas a nuestros hermanos mayores era algo inherente a la condición de hermana pequeña, y sonreí para mis adentros cuando escuché el clic de la puerta de la habitación de Alec.
               -Vale, ya está. Perdona que te haya hecho esperar, bombón. Es que no puedo con esta niña. Me supera, te lo juro. Jamás me ha cogido la sudadera que me dieron en el gimnasio, y justo hoy que me paso toda la tarde fuera y me apetece tener algo calentito… decide cambiar de costumbre.
               -La verdad es que no puedo culparla. Yo lo hago mucho con Scott. Seguro que os tiene fritos a quejas. ¿Cómo es?
               -¿Quién? ¿Scott? Tú sabrás. Es tu hermano.
               -No, bobo-rodé sobre mi vientre y me reí por lo bajo-. La sudadera.
               -Ah. Es negra. Con mi apellido y mi número en la espalda, y un guante de boxeo bordado en el pecho, a la altura del corazón. Todo esto en blanco.
               -¿Cuál es tu número?
               -No lo sé, Sabrae. ¿Cuál es mi número?-tonteó, y dedicó al siguiente media hora a escuchar con paciencia cómo iba desgranando teorías que me inventaba sobre la marcha para adivinar cuál era su número de la suerte. No acerté, pero lo hice a propósito: no era tan difícil adivinar cuál sería el número predilecto de un chico que tenía un 05 en su nombre de usuario en todas las redes sociales.
               Se metió conmigo y yo me metí con él, la conversación fue fluyendo como sólo puede hacerlo una que mantienen dos personas que necesitan desesperadamente seguir hablando y sentirse juntas, a pesar de estar en distintos barrios. Me cambié un millón de veces de posición, me tapé y me destapé, me reí y me aovillé mientras le escuchaba hablar… hasta que me percaté de que la luz del pasillo llevaba tiempo sin encenderse, y toqué la pantalla del móvil para mirar la hora.
               Vi que la pantalla se llenaba con un número que aumentaba a cada segundo que pasaba.
               -Al.
               -Mm.
               -Llevamos más de dos horas hablando.
               Escuché el sonido inconfundible de su teléfono alejándose de su oreja, y me pregunté si durante todo ese tiempo que habíamos estado hablando, él lo había hecho sin poner el manos libres o auriculares, como había hecho yo. La sola idea de que hubiera estado charlando conmigo y en ningún momento se hubiera quejado de lo que le dolía la muñeca o la oreja, o lo caliente que tenía la cara en el lado en que tenía apoyado el teléfono, me enterneció tanto que me entraron ganas de acurrucarme y hacerme tan pequeñita que me pudiera llevar en su bolsillo a cada sitio que fuera.
               -Guau. Es verdad.
               -Quizá debería ir pensando en acostarme. Toda mi familia duerme.
               -Sí-hubo un silencio por parte de Alec-. La mía también-sentenció. Pero su voz sonaba despierta, y mi cuerpo se resistía a la idea de que ahora me metiera en la cama con la intención de echarme una cabezadita.
               Bostecé, imaginándome cómo sería dormir con él. Despertarme a su lado y acurrucarme contra su cuerpo caliente. Deberíamos probarlo donde los iglús. Pondríamos canciones de cuna y un cielo estrellado con animaciones mucho más lentas, sin asteroides.
               Nos dejaríamos una fortuna en los iglús, pero me daba lo mismo.
               O podríamos, simplemente, ir a dormir a una de nuestras camas.
               Me lo imaginé entrando en mi habitación, observando los muebles, sentándose en la cama y acariciándola, haciéndose a la sensación de que tendría que dormir allí… o poseerme allí.
               Mañana tendremos por primera vez una cama para nosotros solos.
               Aunque me entristecía pensar que no habría una vuelta a la casilla de inicio cada vez que nos metiéramos en mi cama o en la suya, la verdad es que no podía esperar a saber qué se sentía apoyando la cabeza en una almohada mientras su boca estaba en la mía. Debía de ser una sensación increíble.
               -Además, cuanto antes me acueste, antes llegará mañana. Y no quiero que mañana me dé el sueño antes de tiempo y me quede dormida a las diez. Lo he estado esperando bastante. Tengo muchas ganas-sonreí, tirándome al vacío con la esperanza de que hubiera red. Dime que tú también tienes ganas.
               Como si no lo supiera.
               -Ya es mañana, técnicamente-replicó con su tono de sabelotodo, y yo hice una mueca.
               -Ya sabes a lo que me refiero, Al-protesté. Soltó una carcajada.
               -Sí, yo también tengo muchas ganas de que llegue mañana. Lo de hoy ha estado genial, pero era sólo una prueba. Lo sabes, ¿verdad? Un aperitivo. Mañana seré todo tuyo y tú serás toda mía, bombón.
               Me mordisqueé el labio mientras me pasaba un pie por la pierna contraria.
               -Dios, ojalá el tiempo pudiera pasar cuando estamos separados tan rápido como lo hace cuando estoy contigo.
               -Que le jodan a dormir-exclamó él, y me lo imaginé levantándose hasta quedar sentado en su cama, la habitación en penumbra, su torso desnudo (en mi mente, Alec no llevaba demasiada ropa, y cuando el de verdad se presentaba ante mí, me sentía personalmente atacada por cada prenda que cubría su glorioso cuerpo) iluminado por la luz que se colaba a través de la claraboya. Por un instante pensé que me pediría permiso para venir a mi casa, o que me avisaría de que me vistiera porque vendría a buscarme y pasaríamos nuestra primera noche juntos en la víspera de la que teníamos programada-. No puedo despedirme de ti. No después de lo de hoy.
               -Yo tampoco quiero dejar de hablar contigo.
               -Tengo una idea: durmamos juntos-me propuso, y a mí me dieron ganas de saltar-. Cada uno, en su cama, pero los dos juntos.
               -¿Qué? ¿Cómo se supone que vamos a hacer eso? ¿Piensas que dormimos junto a los millones de personas que lo hacen a la vez que nosotros?
               -No. Es más que eso. Mira, haremos esto: te pones el pijama, y yo haré lo mismo. Nos metemos en la cama, y seguimos hablando hasta que uno de los dos se duerma.
               -Ya me he puesto el pijama, y estoy en la cama.
               -Ah. Vale.
               -¿Dónde estás tú?
               -No, yo también estoy en la cama. Pero yo no tengo pijama. O sea… depende del día, ¿sabes? Del frío que haga.
               -Hace bastante frío. ¿Qué te pone cuando hace tanto frío?
               -Pues… pantalones de chándal, una camiseta vieja. No es que yo sea muy fan de los pijamas. Tienen dibujos un poco tontos, ¿no te parece?
               -A mí me gustan. Llevo puesto uno de Minnie Mouse gordito. Es muy mono, creo que te gustaría.
               -¿Por qué no me mandas una foto?
               -Porque estoy metida en la cama, Al-puse los ojos en blanco y él chasqueó la lengua.
               -Jo, casi cuela…
               -Pero ahora, ¿qué llevas puesto, para necesitar cambiarte? ¿No te has quitado los vaqueros y el jersey de hoy por la tarde?
               Alec se quedó callado un momento.
               -Sabrae… es que yo no tengo frío ahora.
               -¿Cómo? ¿Y con qué duermes cuando no tienes frío?
                -Con los gayumbos.
               Dios mío. Me lo imaginé en calzoncillos. Hablando conmigo. Tumbado en su cama, con los abdominales al aire. Nada más que una fina capa de algodón entre su miembro y el aire. Nada que le impidiera disfrutar de la conversación que mantuviéramos.
               -¿Sabrae?
               -Definitivamente yo hoy no duermo.
               Alec se echó a reír.
               -¿Quieres que te mande una foto?
               -Sí. Digo, ¡no! No puedes mandarme una foto a estas horas. Yo me… me…
               -¿Desvelaría?
               -Iba a decir “masturbaría”, pero sí, desvelaría también sirve.
               Alec rió, y le escuché hundirse en la cama.
               -¿Te masturbas pensando en mí?
               -No me hagas esto, Alec, por favor. O te pediré que vengas.
               -Hace frío y estoy en gayumbos, Sabrae. ¿Qué te hace pensar que iría?
               -Que estoy dispuesta a suplicártelo. Deja de decir que estás en gayumbos. O colgaré para ocuparme de mis asuntos. Te lo juro.
               -No necesitas colgar para ocuparte de tus asuntos. Si no recuerdo mal, no eres lo que se dice tímida.
               Noté cómo el rubor me subía a las mejillas, recordando lo que habíamos hecho en Bradford.
               -Eso no es justo. Hacía poco de nuestra última vez, te echaba de menos, estaba excitada, y…
               -¿Como ahora? Saab, nena. Eh. Me encanta pensar lo sexualmente activa que puedes llegar a ser. Relájate, ¿quieres? Sólo te tomo el pelo. No te pongas nerviosa.
               -¿Cómo quieres que no me ponga nerviosa si me preguntas si me masturbo pensando en ti? Por supuesto que me masturbo pensando en ti, Alec, ¿en quién quieres que piense?
               -Sólo quería saber si era recíproco-gruñó en tono travieso, y yo me quedé callada. Crucé los tobillos y traté de ignorar la presión que crecía entre mis muslos, como las palpitaciones del corazón de un monstruo a punto de desatarse y arrasar con la humanidad.
                -¿Desde cuándo?
               -Alec.
               -Sólo quiero saber eso, Sabrae. Por favor. ¿Desde cuándo? ¿Desde la primera vez?
               -No pienso contestarte a eso.
               -¿Más tarde?
               -Alec.
               -¿Desde antes?-preguntó, alucinado.
               -Alec, en serio, como sigas por ahí voy a colgar. Y olvídate de dormir juntos.
               -Chica, qué susceptible. Vale, vale. Nada de tus rutinas masturbatorias.
               -Eres increíble.
               -¿Quieres saber desde cuándo lo llevo haciendo yo?
               -Adióóóós, Aleeeeeeeeec-amenacé, y él empezó a protestar.
               -Vale, vale, ¡cambiaré de tema! Pero, por favor, no cuelgues. Entraré en depresión si cuelgas.
               Me eché a reír y conseguí sortear aquel obstáculo, porque no es que no estuviera preparada para hablar de eso con él (podíamos hablar de todo), sino que quería hablarlo con él delante, poder verle la cara.
               Me fui hundiendo poco a poco en mi almohada y él en la suya hasta que nuestras contestaciones se volvieron cansadas, monótonas, recubiertas de una gruesa película de disculpas y cocidas a fuego lento en el sueño que nos iba conquistando poco a poco.
               -Tengo mucho sueño, Al.
               -No cuelgues, por favor. No cuelgues.
               -Se me va a acabar la batería del móvil.
               -Ponlo a cargar, pero no cuelgues. Quiero dormir contigo, Saab.
               Me retorcí interiormente y enchufé el teléfono a la toma de corriente. Me quité los auriculares y activé el manos libres. Le avisé del modo en que lo tenía y dejé mi móvil al borde de la mesita de noche, pegado a mi cama.
               Cerré los ojos y me abracé a mi peluche de Bugs Bunny.
               -¿Te gusta que te abracen cuando duermes?
               -Sí. ¿Por?
               -Es que yo soy de abrazar. Siempre tengo que estar abrazada a algo. Si no, no puedo dormir.
               -Puedes venir a mi casa y abrazarme y quedarte dormida cuando quieras, nena.
               Bostezó, bostecé, bostezó de nuevo, bostecé de nuevo, y bostezamos a la vez.
               -Hora de acostarse-ronroneó.
               -Buenas noches.
               -Buenas noches.
               -Que descanses, criatura.
               Alec no respondió.
               -¿Estás dormido ya?
               -No. Pero ya me había despedido. ¿Querías que te contestara?
               -No. Sólo quería saber.
               -Ah. Vale. Bueno, que descanses, bombón.
               -Que sueñes con los angelitos.
               -Y tú.
               -Y que no te piquen las chinches.
               -Sabrae…
               -Lo siento. Es que no quiero que dejemos de hablar.
               -Pues habrá que hacerlo, o nada de dormir.
               Volví a bostezar y me aferré al peluche de Bugs Bunny. Creo que me quedé dormida en ese instante, porque cuando abrí los ojos de nuevo, el teléfono tenía la pantalla apagada y un suave sonido salía de sus altavoces.
               La respiración de Alec.
               Me quedé mirando el teléfono en la oscuridad, mordiéndome el labio.
               -¿Estás despierto?-pregunté, y como no obtuve respuesta, me di la vuelta en la cama y cerré de nuevo los ojos-. Espero que estés soñando conmigo. Yo no he tenido suerte. A ver si ahora me sonríe.
               -¿Sabrae?-preguntó su voz ronca, y yo abrí los ojos. Por las rendijas de mi persiana se colaba un poco de claridad. Me giré y cogí el teléfono. Toqué la pantalla y sonreí. Marcaba 11 horas de llamada. No se habían apagado ni se había cortado, ¡realmente habíamos dormido juntos!
               -Buenos días-ronroneé, estirándome y bostezando.
               -Buenos días, nena. ¿Qué tal has dormido?
               -Bien. ¿Y tú?
               -Genial. Tienes el sueño profundo, ¿eh? Me he despertado un par de veces esta noche, y te hablé, pero tú no contestabas.
               -Estaba cansada. Perdona.
               -No tengo nada que perdonar-se escuchó un golpe sordo, el de su mano cayendo sobre el colchón a su lado. Silbó y se rió-. ¿Sabes? He dormido con bastantes chicas, pero con ninguna lo había hecho así.
               -Eso es porque yo soy especial-bromeé.
               -Lo eres-respondió él, serio. Nos quedamos en silencio, escuchando la respiración diferente del otro. Era increíble cómo algo tan sencillo y casi inapreciable como una respiración podía parecerte tan hermoso cuando estabas enamorada.
               -Igual hay que desayunar-reflexioné, escuchando el tintineo de los cubiertos en el piso de abajo.
               -No quiero colgar aún.
               -Pero tu madre me va a reconocer por la voz.
               -¿No quieres que se entere de que es contigo con la que estoy?-en su voz había un cierto deje herido que no me pasó desapercibido.
               -Por supuesto, Al, pero… quiero que hagamos las cosas bien. No quiero que se entere así. Quiero que lo descubra en condiciones. Que tú se lo digas como está mandado, o que se lo digamos los dos… no porque vea en tu móvil que llevamos once horas de llamada.
               Suspiró.
               -No sé si puedo… no quiero que lo de ayer se acabe. Y esta llamada es lo único que nos conecta con lo de ayer.
               -Lo único, no. Nosotros nos conectamos con ayer. Seguimos siendo los protagonistas. Además… ayer nos prometimos un mañana, y ese mañana no puede llegar si no lo aceptamos como hoy.
               Alec se quedó callado un momento.
               -Te veo a medianoche.
               -Vale.
               -Me apeteces.
               -Y tú a mí. No sabes cuánto.
               Ni siquiera lo sabía yo. Cuando escuché el sonido de los toques que indicaban el fin de la llamada, me quedé tumbada un rato en mi cama, asimilando todo lo que había pasado. Habíamos dormido juntos, separados por cientos de metros. Habíamos dormido en nuestras camas, pero nos habíamos escuchado respirar y nos habíamos preguntado si estábamos despiertos a altas horas de la madrugada.
               Yo había estado en pijama, y él… él sólo con unos calzoncillos.
               Me relamí y crucé las piernas. Él me apetecía, sí, y no, no sabía cuánto, ni yo tampoco.
               Me costó Dios y ayuda no darme placer a mí misma pensando en cómo había dormido y en cómo lo tendría las noches en que compartiéramos cama…
               … y sólo me aguanté las ganas porque sabía que así, esa noche lo cogería con más ganas.


-Mamá, ¿cuándo me saldrán los rizos de Sabrae?-preguntó Duna con la envidia sana e impaciente que sólo una hermana pequeña puede tener.
               Seamos francos: entraba a matar. Y todos en el salón lo sabían; mi presa, la primera.
               Cuando terminé de bajar las escaleras y agité por última vez el pelo, esbozó una sonrisa canalla, la única que yo esperaba que pudiera tener. Me lo imaginé acostumbrado a ese tipo de atenciones por parte de las chicas, y más acostumbrado aún a los pensamientos que le cruzaban la mente.
               -Hola, Al-ronroneé, haciéndole saber que mi cuerpo no era lo único que le gustaba de mí. También le gustaba mi voz, porque podía gritar su nombre mientras me catapultaba a las estrellas. Si algo era yo, era tremendamente  vocal. Escandalosa, incluso. Y no había cosa que le gustara más a Alec que una mujer que hiciera un escándalo en la cama.
               Pronto me descubriría en todo mi esplendor.
               -¿Qué hay, Saab?-preguntó él en tono casual, como disimulando que estaba comiéndoseme con la mirada.
               -¿Te apetece quedarte y probar las uvas?-alcé un ceja y puse una mano en la cadera, seductora.
               -Hay un par de cosas que me apetecen ahora-comentó, atrayéndome hacia sí y pegándome contra su cuerpo. Sonreí, notando cómo había partes de él que me saludaban con más entusiasmo que otras.
               Papá sólo me miró de soslayo. No estaba de acuerdo con mi vestuario; cuando me había probado toda la ropa, zapatos y bolso incluidos, le había dicho a mamá que no podían permitirme salir así.
               -¿Pretendes que coarte la libertad de mi hija? Porque va muy elegante.
               -¿Qué libertad ni qué hostias, Sherezade? ¡Es cortísimo!
               -No te parecería tan corto si lo llevara puesto una chica a la que pretendieras tirarte. El vestido que llevaba cuando nos conocimos enseñaba más que su mono-lo señaló con el dedo y papá puso los ojos en blanco.
               -Era verano. En Ibiza. Va a coger frío.
               -Llevaré medias-le dije a papá en tono apaciguador, y él bufó y salió de mi habitación.
               -Mira, ¡haced lo que queráis! ¡Lo que os salga del coño, para ser más exactos!
               -¡Eso íbamos a hacer, Zayn, gracias!-gritó mamá, persiguiéndolo por la casa.
               -¡Pero, si le da una pulmonía y se muere por estas pijadas vuestras…!
               -No te preocupes, no tendrás que aguantarme, que si a la niña le pasa algo, yo voy detrás.
               -¡Nos ha jodido! Vaya que si vas detrás, Sherezade. ¡Es que te mato yo, vamos!
                -…peeeeeeero-continuó él, y yo alcé las cejas-. El deber me llama-hizo un gesto con la cabeza en dirección a Eleanor, que bajaba con una bolsita de papel en la mano.
               -Es una lástima-ronroneé, acariciándole la mandíbula. Mis ojos gritaban quédate, por favor.
               Los de él: dame una buena excusa, y lo haré.
               -Supongo que no tengo ninguna excusa para postergar mi marcha, ¿mm?-sonrió, burlón.
               -A mí se me ocurren un par de cosas que pueden postergarla.
               -¿Cuáles, Saab?
               -¿Queréis subir a mi habitación?-ofreció Tommy, y no sé quién lo miró peor: si Scott o papá.
               -Bueno, T… ya que lo sugieres, tampoco voy a decirle que no a despedir bien el año-sonrió Alec, y Scott tiró de él para separarlo de mí.
               -¡Pírate a tu puta casa, Alec!-protestó, y el muy cabrón incluso hizo ademán de marcharse. Suerte que yo fui más rápida y le dije que Mimi se las apañaría bien sin lo que había ido a buscarle, que sólo serían cinco minutitos de nada, y que si había estado esperándolo todo ese tiempo, bien podía hacerlo cinco minutos más. Además, las uvas españolas concedían deseos; concretamente, uno por cada una, y nunca estaba de más tener alguien extra a quien rogarle.
               Comimos las uvas sentados uno al lado del otro, tan pegados que mi pierna prácticamente estaba sobre su rodilla. Me eché a reír cuando él se metió cinco en la boca, agobiado, y empezó a toser. No conseguimos igualar la hazaña de Tommy, que había comido una uva por campanada, pero nos lo pasamos bien. Los presentadores españoles dieron la bienvenida al año adelantado y yo me levanté para ir a maquillarme.
               -¿Cómo me dejo el pelo, Alec?-le pregunté, provocándolo.
               -Suelto-dijo sin un segundo de vacilación.
               -¿Te gusta más suelto?
               -Ya sabes por qué, bombón-sonrió. Sí, lo sabía. Le hacía cosquillas cuando yo me sentaba sobre su polla y me ponía a cabalgarla. Y yo me ponía como una moto si él me tiraba un poco de él para dirigirme. El día que me quedara calva, Alec se moriría del disgusto.
               Me incliné sobre el tocador de la habitación de Eleanor para aplicarme pintalabios y un poco más de máscara de pestañas mientras ella se ponía su vestido plateado.
               -Se supone que esto es waterproof. A ver si es verdad-comenté, y Eleanor alzó una ceja.
               -¿Eres de las que lloran después del sexo?
               -Para nada. Pero pretendo sudar mucho. No voy a dejar de follar en toda la noche-le revelé, y Eleanor se echó a reír.
               -Ojalá yo con Scott, sinceramente, pero ya sabes… Tommy-puso los ojos en blanco y sacó la lengua, y yo también oculté mis iris.
               -Scott es imbécil por tardar tanto. Sólo va a conseguir que le explote en la cara.
               -¿Me lo dices o me lo cuentas?
               Bajamos las escaleras un poco apuradas, ahora que se nos echaba el tiempo encima. Queríamos pasar la medianoche en la casa, viendo los fuegos artificiales del centro desde su jardín.
               Hubo tiempo para hacernos una foto todos juntos, eso sí. Alec se apartó porque no estaba todavía vestido con el traje, pero mamá le insistió en que se pusiera porque “estaba muy guapo”.
               -¿Has oído, Scott? Tu madre dice que estoy muy guapo.
               Scott puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -La gente pierde vista con la edad.
               -Igual pronto te lo empieza a decir a ti.
               Tommy estalló en una sonora carcajada mientras Alec se ponía a mi lado y me agarraba de la cintura. Nos miramos un momento y nos sonreímos, y creo que mamá nos hizo una foto capturando ese instante para siempre.
               -Por qué no te vas un poco a tomar por culo…-gruñó Scott por lo bajo, y empezó a empujarnos a todos afuera, ignorando los consejos que Louis y papá les lanzaban a él y a Tommy.
               -Bebed agua.
               -Nada de drogas.
               -Ni de tatuarse borrachos.
               -Uf, Zayn, ¿y ese golpe bajo?
               -Sólo me estoy asegurando de que mi primogénito no aparece por casa con un puto gorrión gordo en el antebrazo. ¡Ah! Bebed con responsabilidad, usad las neuronas… en fin, mirad lo que hacéis. Sobre todo tú, Scott.
               -¡Perdona!-Scott se volvió hacia él-. ¿Acaso fui yo el que dejó embarazada a una tía que ni conocía?
               -¡SCOTT!-tronó mamá.
               -Mira a tu madre, chaval. ¿De verdad te crees que no debería haberla dejado embarazada, aunque no la conociera?
               -¡ZAYN!
               -Más razón que un santo-musitó Alec por lo bajo, y yo lo fulminé con la mirada-. ¿Qué?
               -Quizás prefieras quedarte aquí.
               -¿Y escoger a la madre cuando puedo tener a la hija? ¿Siendo la hija? Ni de coña.
               Sonreí para mis adentros y dejé que me llevara de la cintura hacia su casa. Eleanor charlaba con todos mientras yo me derretía, literalmente, en los brazos de Alec. Estaba pletórica. No podía creerme que hubiera empezado nuestra primera noche juntos.
               Cuando llegamos a su casa, prácticamente no me estaba quieta en el sitio. Alec llamó al timbre y esperó a que le abrieran; con lo último con lo que contaba era con que fuera Mimi, todavía con el pijama.
               -¿Todavía estás así?-espetó, estupefacto-. Te quedas en casa-sentenció, abriéndose paso y subiendo las escaleras. Entré en casa de Alec y examiné el interior, que apenas recordaba. Las paredes estaban pintadas de un suave color crema, y bloques de mármol marrón claro cubrían el suelo. El recibidor era cuadrado, con una lámpara redonda en el techo; estaba abierto hacia una estancia que yo no sabía muy bien cómo calificar, en cuyo extremo contrario había una cristalera que habría bañado de luz la casa de haber estado luciendo el sol. Y, en esa estancia, dos escaleras gigantes circulares conducían al piso de arriba, custodiando una lámpara de techo con cuentas de cristal que tenía cuatro (no, cinco) pisos.
               -Necesitaba lo que fuiste a buscar a casa de Eleanor; si no hubieras tardado tanto, ya estaría lista…
               -Que. Te. Quedas. En. Casa. Mary. Elizabeth-silabeó Alec, señalándola con un índice acusador. Nos miró a Eleanor y a mí-. Poneos cómodas, chicas. Me ducho, me  visto, y nos vamos.
               -¿Y nosotros qué?-protestó Scott.
               -Vosotros quedaos ahí y no toquéis nada, que sabe Dios lo que habréis estado haciendo toda la noche juntos.
               Mimi le lanzó a Eleanor una mirada de disculpa y luego empezó a subir las escaleras al trote. Cuando llegó a la parte superior, se giró, me miró, miró a su amiga, alzó las cejas, y desapareció antes de que pudiera decirle “me he dado cuenta de lo que significaba esa mirada”.
               Annie nos recibió a todos con besos y nos invitó a pasar al salón, y yo estuve a punto de seguirla, pero Scott y Tommy dijeron que no hacía falta, que habían estado sentados demasiado tiempo… y yo me quedé allí plantada, porque ni siquiera Eleanor se movió.
               Supongo que tenía que darles las gracias a los tres por lo que vi a continuación. Alec era rápido como un rayo duchándose, y en menos de tres minutos salía del baño con una toalla anudada a la cintura, presto hacia su habitación mientras Mimi se vestía.
               Pasó por el piso de arriba como un modelo de ropa interior que abre el desfile, y yo me lo quedé mirando. La potencia que desprendían sus músculos, la firmeza de su pecho, la definición de los abdominales, la fuerza de sus brazos y los músculos de su espalda…
               … todo ello combinado con las gotitas de agua que se deslizaban por su piel…
               … y los huesos de sus caderas, formando esa línea en forma de V que tan apetecible resultaba en los tíos.
               Alec se pasó una mano por el pelo y se mordió el labio fingiendo que lo hacía sin darse cuenta, pero yo sabía de sobra que no era así. De la misma manera que yo me había afanado para ponerme guapa y estar arrebatadora, él se había quitado la ropa, duchado y luego exhibido para hacerme perder la razón.
               Sólo por si acaso.
               Por si acaso yo estaba ciega y no podía verlo en traje. Por si yo era tonta y no percibía lo bien que le quedaba. Por si yo había apostado anteriormente que no podría quedarle bien, que no podría llevarlo bien…
               Cuando bajó las escaleras de su casa, ajustándose el reloj de esfera amplia en la muñeca, y el traje gris oscuro, casi negro, cubriéndolo, yo casi me caigo de espaldas.
               ¿Recuerdas todo lo que dije sobre que Alec no podría llevar un traje como lo hacían los de las series de vestuario elegante porque no era propio de él?
               Olvídalo. Alec había nacido para llevar traje. Desprendía más confianza en sí mismo, más seguridad, más poder, que nadie que hubiera visto nunca. Se le veía cómodo, se sentía más seductor que nunca con aquellas telas cortadas de forma tan favorecedora que tenían que estar hechas a medida, con la corbata rodeándole el cuello y cayéndole por el pecho…
               Desprendía poder. Desprendía riqueza. Desprendía excesos.
               Y desprendía algo que no habían desprendido los demás: sexo. Quería que me poseyera. Que me follara contra la pared, en su suelo de mármol, sobre un escritorio lleno de papeles de contabilidad. Quería que me atara a la cama con su corbata y me hiciera todo lo que se le ocurriera y más. Quería que me follara como no se había follado a nadie, como no me habían follado a mí, como nunca jamás dos personas habían follado.
               Nos imaginé empujándonos por las paredes de un pasillo en dirección a una habitación que no conocíamos, yo desanudándole la corbata, él rasgando mono y gruñendo de placer al tener mi cuerpo desnudo. Entrando en mi interior con fuerza y ganas, el traje aún puesto. Haciendo que me corriera y sujetándome contra él con aquellos brazos cubiertos con esa tela oscura.
               Ojalá su traje estuviera confeccionado con tela comestible, porque tenía pensado arrancárselo a bocados.
               Cuando estaba por mitad de las escaleras, Alec levantó la mirada y la clavó directamente en mí. Me dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®.
               Qué bien nos lo vamos a pasar esta noche, pensé.
               Lo mejor de follarse a un fuckboy como él, es la increíble experiencia en el campo sexual que tiene.
               Y la experiencia en el sexo implica, como siempre, que se va a hacer mejor.
               Y hacerlo mejor significa placer.
               Muchísimo más placer.
               Suerte que habíamos elegido Nochevieja para pasar nuestra primera noche juntos. Definitivamente, necesitaríamos todo un año para hacernos lo que queríamos.
               Sí, asentí para mis adentros. Nos lo vamos a pasar muy, pero que muy bien.



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7 comentarios:

  1. Por Dios que me muero muerta. Chillando con el momento de Sabrae bailando con el jersey de Alec puesto porque me lo he imaginado sentado en el suelo a lo indio mirandola embobado y casi me derrito encima de la cama. Yo casi me muero también porque me he imaginado a Alec de traje Y HA VUELTO A SER PELIGROSAMENTE PARECIDO A NOAH chillo tía. Estoy deseando leer el próximo aunque me da penita que tengan ambos las expectativas tan altas con respecto a lo que va a ser la noche sabiendo realmente como va a ser.

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    1. ASÍ HA ESTADO MIRÁNDOLA QUE NO SE NOTE QUE ESCRIBÍ LA ESCENA SÓLO PARA IMAGINÁRMELO A ÉL EN ESE PLAN,tipo como Zayn en el vídeo de versus en el que Gigi le hacía una entrevista y él estaba en plan HEART EYES MOTHAFUCKA
      Noah en traje por favor no puedo dejar de pensar en él aunque esté un poco hasta el coño de que sea un payaso realmente está dejando de merecerse ser la cara visible de Alec en fin veremos cómo se desarrollan los acontecimientos

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  2. Sinceramente? Odio tener una memoria de mierda y no acdorarme de que pasa por CTS a sí que tengo dos posibilidades: o hacerme una película de la hostia, que conociéndote no va a pasar o irme a CTS leerlo y venir aquí otra vez a cagarme en todos tus muertos. Porque te gusta el sadomasoquismo Eri, te gusta. Y yo te odio por ello, porque yo te iba a escribir un comentario diciendo que dios mío ojalá Alec de verdad llore al verla desnuda, ojalá una lagrimita, que va a ser un capítulo genial, etc. Y luego he caído en que ambos tienen muchas expectativas y no paran de repetirlo y eso solo puede significar una cosa: Erika no va a dejar que pase. Por qué si así es ella, Scott tenía mazo de ganas de decirle a Tommy que estaba con Eleanor y así ser felices, ¿Que hace eri? montar la mayor pelea que se ha conocido jamás en una novela y hacer que SCOTT CASIS SE SUICIDE. Otra, Scott y Tommy tienen muchísimas ganas de pasar toda su vida juntos y hacerse viejitos uno al lado del otro, ¿Que hace eri? CAGARSE A LOS DOS. LOS MATA. LOS ANIQUILA. Así que como no podia ser más, en el siguiente capítulo también la vas a liar. Y yo estaré preparada porque voy a leer lo que pasa en CTS y voy a buscar los mejores insultos para comentarte eri, porque eres una mala persona que le gusta hacer sufrir a sus lectores.
    Por cierto, EL CAPITULO HA SIDO ORECIOSA VALE? OJALA ALEC PIDIENDOME QUE BAILE CON ESA SONRISITA. Y POR CIERTO, SABRAE YA CONOCE LA SUDADERA QUE VA A LLEVAR PUESTA 24/7 CUANDO ESTEN SALIENDO, LA SUDADERA DE BOXEOOOOOOO QOSNQLSKOANSOSLQLQO. DE VERDAD SEÑOR SABRALEC ES LO MEJOE DEL MUNDO.

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    1. Ya me he leído lo que pasa, ahora solo quiero llorar

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    2. PATRI ME AHOGO CUANDO DICES "TE GUSTA EL SADOMASOQUISMO ERI, TE GUSTA" ME HE EMPEZADO A ESTALLAR PORQUE TE OÍA EN MI CABEZA PERFECTAMENTE COMOSI ME LO ESTUVIERAS DICIENDO EN PERSONA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
      Tranqui nena que aunque tardemos le veremos casi llorar cuando por fin la vea desnuda es que este hombre es un machito pero es un macihto redimidoy esos son los mejores literalmente
      NO ES SCOTT QUIEN CASI SE SUICIDA QUÉ DICES TÍA LÉEME CON MÁS ATENCIÓN TE VOY A SACAR LA NAVAJA

      SÍÍIIIIIIIIIIIII SABRAE YA CONOCE LA SUDADERA POR FAVOR ESTOY LLORANDO DE FELICIDAD ME ACUERDO DE CUANDOLA PRESENTÉ EN CTS CON ALEC VACILÁNDOLA Y SABRAE EN PLAN ME SUDA EL COÑO LO QUE ME DICES ES CALENTÍSIMA CÓMODA Y HUELE A TI LO TIENE TODO ME MATO

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    3. (Al comentario dos) ME ESTALLO AMAMOS A UNA REINA QUE CONSULTA SUS FUENTES

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  3. He vuelto jejeje

    QUÉ MONÍSIMOS DURMIENDO "JUNTOS" ES QUE ME MUERO DE AMORRRRR, QUÉ TIERNOS JODER

    Y bueno, que puto fan de Tommy soy cuando ha dicho "-¿Queréis subir a mi habitación?" cuando estaban Sabrae y Alec tonteando a tope, un beso en los morros le hubiera plantado

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