domingo, 20 de enero de 2019

Preliminares suaves.


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Si mi vida fuera una película, a esa frase que acababa de pronunciar le habrían seguido trompetas y efectos especiales que hicieran que mi silueta pareciera recortada contra fuegos artificiales. El cielo se abriría para iluminarme como si los ángeles me hubieran elegido, y una escala de cantos celestiales llenaría el silencio que vino después, mientras me giraba para mirar a Sabrae, a la que milagrosamente se le habría pasado la borrachera y estaría de pie frente a mí, mirándome a los ojos sin poder creerse lo que acababa de decir. Me sonreiría, me cogería la cara entre las manos, me daría un beso en los labios y me diría que había escuchado toda la conversación, que le encantaba la forma en que la había dado por terminada, que me quería y que quería que le hiciera el amor.
               Claro que si mi vida fuera una película, ella no se habría emborrachado tanto; eso ya, para empezar. Seguro la peli terminaría con nosotros dos entrando en la habitación, un poco chispas y terriblemente cachondos, y con la puerta cerrándose para desesperación de los espectadores.
               Aunque que mi vida fuera una peli explicaría que ella fuera tan preciosa y que me hiciera sentir las cosas que me hacía sentir. Las emociones que me embargaban cuando pensaba en ella estando solo, o cuando la tenía delante con ropa no demasiado provocativa (porque si iba con ropa provocativa, como ese maldito mono que quería arrancarle a bocados, el único órgano que funcionaba como se esperaba de él era mi rabo), parecían sacadas directamente de una película ñoña de Hollywood o de uno de esos libros más ñoños aún en los que mi hermana hundía tanto la nariz.
               De todas formas, que la protagonista de mi vida fuera tan preciosa y me  tuviera tan loco por ella no era prueba suficiente de que mi vida fuera una película. Lo que sí probaba que no lo era, era la situación que me estaba tocando vivir.
               Cuando me volví para mirarla, ya con la puerta cerrada y los ruidos de la música amortiguados por la lejanía, Sabrae estaba tirada cuan larga era (que no era mucho, las cosas como son) sobre el colchón, tumbada sobre su costado, con el codo en la almohada y mirándome. Acariciaba con sensualidad el espacio de la cama a su lado, con unos dedos largos y sensuales que intenté no imaginarme rodeando mi polla y haciendo que perdiera la razón.
               Sabrae sonrió, arqueó una ceja, y me incitó a que me acercara a ella extendiendo la mano hacia mí y enrollando y desenrollando su dedo índice. Ven.
               Habría ido corriendo. Habría ido andando. Habría ido de rodillas e incluso habría ido a rastras.
               Estaba buenísima. Estaba sola conmigo. Estaba cachonda, lo podía notar en cada célula que la componía, porque su excitación también la sentía yo.
               Y sólo llevaba dos prendas puestas. Una que impedía que estuviera desnuda, y otra que hacía de puerta a ese paraíso salado que tenía entre las piernas.
               Y, Dios… esos zapatos. Esas botas casi inexistentes. Esas sandalias altas. No sabía cómo calificarlas: lo único que sabía era que querías arañándome los glúteos, mientras me la follaba desnudo, ella sólo calzada.
               Pero no podía. A pesar de que tenía muy claro que los dos lo deseábamos por igual (y ese deseo me estaba llevando por la calle de la amargura), sentía que estaba mal. Ella estaba borracha, muy borracha, y yo apenas estaba contentillo, aunque habría bebido poco menos que ella. Yo estaba en mis cabales; Sabrae, no.
               No es que no hubiera follado con chicas borrachas antes: claro que sí. Incluso me jactaba de que mis polvos borracho eran casi tan buenos como los que echaba sobrio (Chrissy y Pauline se habían encargado de confirmármelo cuando yo se lo pregunté), pero no era lo mismo. Las chicas con las que había estado no estaban tan mal como lo estaba Sabrae. Sabían lo que hacían. Sabían con quién lo hacían. Y se acordarían al día siguiente.
               Joder, se acordarían incluso cuando sus putos maridos estuvieran encima de ellas, intentando hacerles un hijo por enésima vez, y mi cara les cruzara la mente acompañada de un pensamiento: A Alec no le costaría tanto.
               No, nena, a mí no me costaría tanto.
               Y con él me gustaría más intentarlo.
               Vaya que si te gustaría, muñeca.
               Me acerqué a la cama y Sabrae sonrió. Rodó hasta quedarse tumbada sobre su espalda y esperó a que yo me colocara a sus pies. Separó las piernas sugerentemente y me guiñó un ojo mientras subía desde su rodilla hasta sus muslos, acariciándose con un dedo que tenía más suerte que yo.

               Si no la hubiera visto hacer las cosas que había hecho en la pista de baile, o lo expuesta que había estado con aquel puto baboso, habría sabido que me estaba torturando por diversión, habría saltado encima de ella y le habría hecho enterarse de lo que vale un peine.
               Pero la había visto extasiada y la había visto indefensa con aquel desgraciado. Y yo no la quería así cuando estuviera conmigo. Me gustaba que fuera activa, que me dijera lo que quería que le hiciera, cómo quería que se lo hiciera, dónde quería que se lo hiciera. Me gustaba que se retorciera y gimiera y gritara y me pegara a ella y en cierto sentido incluso lucháramos por el control. Me gustaba la forma rabiosa en que sabía que podía follarme, en la que me habría follado de no haber estado así.
               -Sabrae…-empecé, y ella gimió. Cerró los ojos, se acarició por encima de su ropa, y se incorporó. Se quedó de rodillas, con la cara a la altura de mi pecho, y cogió mi corbata entre las manos.
               -¿Qué tal el día, esposo mío?
               -¿Qué?
               -Quiero jugar-dijo, mirándome desde abajo, apoyándose en sus nalgas y soltando mi corbata. Se lanzó entonces a mi cinturón y comenzó a desabrocharlo-. Nunca te lo he dicho, pero me da mucho morbo asumir papeles en la cama. Bueno… no es que nunca hayamos estado en la cama-soltó una risita y terminó con mi cinturón-, pero tú ya me entiendes, ¿no? La enfermera sexy y su paciente, el médico y su paciente, un bombero al rescate de una damisela en apuros… o una esposa cachonda para un ejecutivo de éxito-me miró desde abajo mientras me soltaba la bragueta y se relamió-. Y con esa ropa que me traes, es un poco difícil que hagamos de bombero y damisela, ¿no crees?
               Estiró la mano para acariciar mi erección. No dejes que te toque, Alec. Si te toca, se acabó.
               Le cogí las manos por las muñecas y negué con la cabeza.
               -No vamos a hacer nada, Saab.
               Sabrae inclinó la cabeza a un lado, y su sonrisa titiló.
               -¿Estás enfadado conmigo por algo, cariño?
               -No me hables así. No estoy jugando. Voy muy en serio, nena. Mira cómo estás.
               -¿Buenísima?
               Abrí la boca para decirle que no, pero… ¿recuerdas la primera vez que fui yo quien te contaba las cosas? Dije que era un bocazas, pero que no era un mentiroso.
               Bueno, pues decir que Sabrae no estaba buenísima era de ser un puto embustero.
               -Sí-me escuché decir con un suspiro derrotado, y Sabrae sonrió.
               -Ven-murmuró, la boca entreabierta, las pupilas dilatadas, y las mejillas ligeramente teñidas de color. Di un paso hacia ella, que se las apañó para soltarse. Clavó con más firmeza las rodillas delante de mí y dejó su frente a la altura de mi boca-. Eres tan alto… me pone muchísimo. Todo tú me pone muchísimo.
               -Nena… lo digo de veras. Para.
               -¿Por qué? Tú quieres esto-me acarició el vientre-, yo quiero esto-se echó una trenza por encima del hombro y deslizó uno de los tirantes de su mono por su piel. No se dejó un pecho al descubierto porque el otro se lo impedía-. No hay nada de malo en el sexo. Es sano. Es muy bueno, de hecho. Y contigo… es mucho más que eso. La palabra “bueno” se queda corta.
               -Sabrae…-empecé, pero me calló con una caricia. Estaba demasiado ocupado jadeando por cómo estaba a punto de tener sus tetas al descubierto, sólo para mí, que ni me había dado cuenta en cómo había ido descendiendo su mano hasta mi entrepierna. Me acarició la erección con suavidad y yo me perdí. Incliné la cara hacia ella, para que pudiera hacerme todo lo que le apeteciera, completamente sometido a su merced.
               Sabrae se arrastró por la cama para dejar su bajo vientre pegado a mi erección y me sujetó la cara con las dos manos. Se inclinó hacia mí y juntó sus labios con los míos, devorándome la boca con un hambre lacerante. Su lengua entró en mi boca sin pedir permiso, e inició una danza acelerada en la que yo no podía coger el ritmo, porque justo cuando yo creía que le había pillado el truco, Sabrae cambiaba de estrategia.
               Algo en mi conciencia me gritaba que no me dejara seducir de esa manera tan poco sutil, pero yo no lo escuchaba. Estaba demasiado ocupado abandonándome a los placeres de la carne, volviéndome un ser completamente irracional. Lo único que existía para mí en ese momento era Sabrae, con su delicioso cuerpo, que estaba a disposición mía, para que yo cogiera lo que me apeteciese.
               La atraje hacia mí agarrándola por las caderas. La sola idea de pensar que pudiera haber centímetros de su piel que no estuvieran en contacto con la mía me volvía loco. Sabrae me cogió las manos y me invitó a recorrer las curvas de su figura, y gimió y sonrió y me metió la lengua hasta el esófago cuando yo llegué a sus pechos. Me imitó, agarrándome de las caderas, y me frotó contra ella mientras yo le manoseaba las tetas.
               Jadeé en su boca con ese gruñido gutural que sólo puedes emitir cuando tienes un buen par de tetas entre las manos, y por un instante pensé a la mierda. Hagámoslo.
               Si ya era difícil no pensar en cómo sería la sensación de entrar dentro de una chica cuyas tetas estabas magreando, si encima esa chica era Sabrae, la cosa se volvía imposible.
               Sabrae se quitó el otro tirante y luchó para bajárselo mientras yo le mordisqueaba el cuello, frotando mi erección contra ella. Se rió y me acarició la nuca, dejando que mis manos recorrieran su espalda desnuda. Se mordió el labio.
               -Sí… Ah-jadeó entre dientes cuando yo le di una palmada en el culo, y se retorció entre mis brazos.
               Sólo había una salida para aquel callejón en el que habíamos entrado.
               O eso pensaba yo, hasta que la escuché hablar.
               -Este sí eres tú.
               Me detuve en seco, estupefacto y desorientado, como cuando tu mente te saca de tu cuerpo y tu vida y te somete a uno de esos extraños fenómenos de despersonalización, en la que todo a tu alrededor te parece ajeno y un extraño frío que no te resulta doloroso se apodera de tus entrañas. No conoces a nadie; absolutamente nada de tu entorno te resulta familiar.
               Este sí eres tú.
               Me vi catapultado de vuelta hacia el momento en el que estaba, con todos sus matices: no sólo estaba presente, sino también recordaba el pasado. A Sabrae sentándoseme encima en el sofá y frotándose contra mí, sugerente, y saltando de mi regazo cuando una canción que le gustaba comenzaba a sonar. A Sabrae diciéndome que quería que me corriera en su cara.
               A Sabrae diciéndome que era tan genial que podía estar en dos sitios a la vez… sólo que yo no lo era. Ya me gustaría. Ojalá pudiera seguir con mi vida normal mientras a la vez no me separaba de su lado.
               Me había confundido con el puto baboso, tan borracha como estaba.
               Alec, para. Alec, para.
               Alec.
               Para.
               ALEC.
               PARA.
               Me separé de ella lo justo y necesario para poder respirar. Apoyé la frente en la suya mientras Sabrae seguía tratando de mezclar nuestros cuerpos, como una aspirante a bruja que todavía no domina las artes de las pociones y echa ingredientes aleatorios en un caldero, a ver qué pasa.
               Cuando notó mi pasividad, ella también se detuvo. Se me quedó mirando con el ceño ligeramente fruncido, una sonrisa juguetona en sus labios. Tuve que recordarme todo lo que me había dicho antes: que estaba borracha y no se daba cuenta de lo que hacíamos; que lo deseaba pero no sabía hasta qué punto lo quería, que no estaba bien…
               Siendo ella era tremendamente complicado resistirme a los impulsos de mi cuerpo. Y más cuando la tenía en aquella actitud.
               Se mordió el labio, me miró la boca y volvió a cogerme la cara. Todas las alarmas sonaron en mi cabeza. No dejes que te bese.
               -¿Te gustó mi baile de Crazy in love?-preguntó, coqueta, y yo me descubrí totalmente desarmado. Ah, genial. Ni siquiera había recordado aquello. Su forma de agitar las caderas, de bailar, de mirarme a los ojos mientras cantaba igual que Beyoncé. Desde luego, si esa noche yo conseguía que no me llevara a la cama, me merecía la medalla al mérito militar. Alec Whitelaw, comandante de las fuerzas armadas del ejército Británico, condecorado por sus servicios a la decencia sexual.
               -Eh…-me escuché decir, porque, sinceramente, ¿qué coño le dices a la chica de la que estás enamorado, cuando ella usa cada una de las muchísimas armas que tiene para meterse en tus calzoncillos? Ni siquiera Stephen Hawking podría conseguir una respuesta mejor.
               -Lo hice para ti-ronroneó como una gatita, y yo me imaginé sentándome y tumbándola sobre mi regazo, desnudos los dos, acariciándola mientras ella estaba panza arriba, mostrándome un hermosa visión de sus atributos femeninos expuestos para mí.
               ALEC, TRONCO, BASTA YA.
               -Quería que te entraran ganas de follarme-añadió, jugueteando con el cuello de mi camisa y acariciándome la nuca.
               -Y me entraron, bombón-respondí, porque no sólo me merezco la medalla al mérito militar, sino también el  Nobel de la estupidez.
               -¿Y por qué no viniste?-ronroneó, colgándose de mi cuello y mordiéndome el labio inferior. Siguió hablándole a mi boca-. Me habría encantado que vinieras. Te habría dejado hacerme lo que se te antojara. Ponerme contra la pared y poseerme allí, delante de todos. Que sepa todo el mundo que te pertenezco.
               Te pertenezco. Te pertenezco. Te pertenezco.
               No puedo pertenecerle a nadie, me había dicho cuando le pedí que fuera mía, en aquel iglú, que a mí me parecía tan lejano en el tiempo como la independencia de Estados Unidos, soy una persona.
               Ojalá fuera una cosa, para poder pertenecerte, me había dicho después.
               No. No. No eres mía. Jamás podrás serlo. Sólo eres tuya. No puedes ser de nadie.
               Ésta no eres tú.
                Chasqueé la lengua y negué con la cabeza. Sabrae levantó una mano para jugar con mi pelo, pero yo la cogí, entrelacé los dedos con los suyos y le di un beso a sus uñas.
               -Estás borracha, amor. No quiero que hagas nada conmigo de lo que puedas arrepentirte más tarde.
               -Yo ya me arrepiento de cosas que he hecho contigo-me confesó, repentinamente abatida, sentándose sobre sus glúteos y mirándose las botas. Se me detuvo el corazón.
               Por un instante pensé que iba a decirme que se arrepentía de lo nuestro, como buen gilipollas que yo era. Definitivamente pasaría a la historia como Alec Whitelaw, el primer chaval para el que creaban una categoría exclusiva de premio Nobel, y que lo ganaría incluso después de muerto; único recipiente del Nobel a la Estupidez, desde 2035 hasta la extinción de la humanidad.
               -No tendría que haberte dicho que no-musitó con un hilo de voz, mirándome con cara de cachorrito abandonado.
               Sentí que flotaba.
               -No pasa nada, Saab.
               -Sí que pasa. Eres muy bueno conmigo. Mírate. Prácticamente estoy forzándote y tú me sigues cuidando.
               -Me gusta cuidarte. Es un placer para mí.
               Le besé la frente y ella se colgó de mi brazo. Dejó mi mano sobre su mejilla y me besó la cara interna de la muñeca.
               -Te quiero-le dije. Me miró.
               -Yo también.
               Sonreí. No es ella, me dije. Está borracha.
               Habíamos acordado que se me declararía cuando no tuviera nada más que decirme, y estaba claro que esa noche todavía le rondaban muchas cosas por la cabeza.
               Además, por suerte o por desgracia, no había usado las mismas palabras que yo. Ni siquiera había pronunciado esa palabra mágica que sí se le había escapado abajo, en la cocina, con tanta bebida embotándole los sentidos. Todavía podía reservársela para una ocasión especial, para cuando quisiera decírmela con consciencia; ocasión en la que no la cagaría como había hecho yo.
               Sabrae se inclinó de nuevo hacia mí, en busca de unas atenciones que sabía que yo me moría por proporcionarle. Abrió la boca y me lamió la mandíbula, soltando un gruñido de satisfacción.
               -Sabes muy bien-alabó, y yo asentí, la agarré por los hombros, chasqueé la lengua, la miré a los ojos y sacudí la cabeza.
               -No va a pasar nada, nena.
               Sabrae hizo un mohín, se sentó sobre sus nalgas otra vez y tamborileó con los dedos en el colchón. Miró en derredor, examinando la habitación.
               -Qué sitio tan bonito-comentó, deteniéndose en el espejo que le devolvía su reflejo, de melena enmarañada (incluso recogida en las trenzas) por la pasión y la borrachera, de ojos chispeantes por el alcohol y la cercanía de mi presencia. Sabrae sonrió, reconociéndose en el espejo, y levantó la mano para agitarla y saludar así a su reflejo-. ¡Hola! Mira, Al, ¡soy yo!
               Soltó una risita como una colegiala enamorada de sí misma y se dio la vuelta para mirarse la espalda.
               -Estoy muy guapa-comentó, y yo asentí y le rodeé la cintura con el brazo.
               -Sí que lo estás.
               -Y tú estás buenísimo, con ese traje. ¿Es de diseñador?
               -¿Qué?
               -Te queda muy bien. Nunca había visto a nadie que le quedara tan bien un traje como a ti. ¿Te lo han hecho a medida?
               Me quedé mirando los pantalones, la chaqueta, la camisa. Pues no, la verdad. Simplemente había tenido la paciencia suficiente como para probar con varias tallas hasta descubrir cuál era la mía, y luego mi madre había tenido la amabilidad de hacerle algunos arreglos y soportar estoicamente mis quejas mientras yo protestaba porque no me gustaba eso de tener que quedarme quieto.
               Soy boxeador, joder. La primera regla del boxeo es que no debes quedarte quieto.
               Excepto si quieres que te maten, claro.
               -Mi madre me lo ajustó.
               -Qué buena mujer. Mi suegra en funciones-suspiró, parpadeando despacio, como si estuviera drogada, y yo por un momento pensé que quizá le hubieran echado algo en la bebida-. Debería ser profesora. Mira lo bien que hace las cosas.
               -Tampoco es para tanto, Saab, o sea… apenas tuvo que hacerle arreglos.
               -Me refería a ti Te hizo con ganas-respondió ella, juguetona, acercándose a mí de nuevo y pasándome los dedos por el cuello. Alec, no dejes que te toque así, tío. Que pareces nuevo.
               Pero es que daba tanto gustito…
               -Eres muy guapo.
               -Mira quién habla.
               -¿Me dejas verte? ¿No tienes calor?-tiró de las solapas de mi chaqueta-. Estás muy abrigado. Y yo estoy que me aso. ¡Tienes la chaqueta puesta y ni siquiera sudas! Eres tan elegante…-suspiró-. Aunque me gusta cuando sudas.
               -Nunca me has visto sudado.
               -Sí-contestó ella con elocuencia-. Cuando te pones encima de mí.
               -Ah.
               Claro. Vale. Sí. Sí que me había visto un poco sudado.
               Ella y medio Londres.
               Aunque en mi defensa diré que sólo sudaba cuando echaba un polvazo de esos que no se olvidan, y con Sabrae todos habían sido así, de una forma u otra.
               Sabrae me enganchó del pelo de la nuca y tiró de mí para ponerme los codos en los hombros y los labios tan cerca de los míos que podía saborear su aliento. Tenía mi cabeza capturada, completamente sometida a su merced.
               -¿Vas a ponerte encima de mí esta noche?
               -Ya hemos hablado de eso, bombón-respondí, cogiéndole las manos y bajándoselas-. Sabes que no.
               -Bueno. No pasa nada. Pero vamos a follar, ¿no?
               -No, bombón.
               -Oh-asintió, desilusionada, y miró la cama y después de nuevo a mí-. ¿Y a hacer el amor?
               -Tampoco, nena.
               No. No podría esa noche. Estaba demasiado guapa, enseñaba demasiada piel. Quería hacerle cosas tan sucias que ni siquiera podrías calificarlas de “hacer el amor”, por muy retorcido que tuvieras el concepto.
               -Jo-torció la boca haciendo un mohín y sus ojos se volvieron tristes-. Deberíamos hacerlo alguna vez. Creo que lo harías bien. Todo lo que haces, se te da genial.
               -Algún día. ¿Nos lo prometemos?-le ofrecí el meñique y ella se lo quedó mirando un momento antes de aceptarlo. Enganchó el suyo con el mío y dejó que su mano colgara de la mía, sin moverlo ni decir nada.
               -¿Por qué?
               -¿Por qué, qué?
               -¿Por qué no vamos a hacer nada esta noche?-se frotó una mejilla con la mano-. ¿No me deseas?
               -Pues claro que sí, nena. Muchísimo-le rodeé la cintura y la atraje hacia mí. A pesar de que sabía que no era una buena idea, no podía tenerla demasiado lejos, y muchos menos mientras le decía eso. No podía soportar la idea de que a ella se le pasara por la cabeza, aunque fuera un breve instante, que no hacíamos nada porque a mí no me apetecía.
               Me apetecería siempre, joder. Estaba seguro de que podríamos follar incluso aunque yo estuviera en coma. Me las apañaría para venir del séptimo sueño, o de donde coño se fuera cuando te quedabas KO, y darme cuenta de que estaba conmigo.
               -Sabes lo bien que lo pasamos juntos-le coloqué un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja-, y cómo se lo hacemos pasar al otro estando separados-Sabrae sonrió, comprendiendo perfectamente a qué me refería y recordándolo como si lo estuviéramos viviendo entonces: ella. Yo. Separados por centenares de kilómetros. Unidos por una línea telefónica que ya ni siquiera era corpórea. Escuchando cómo nos dábamos placer por separado, juntos pero no revueltos… pensando en el otro. Animándonos en las cosas que nos decía.
               Le pasé el pulgar por los labios y Sabrae se mordió el inferior.
               -Pero no quiero hacerlo así-miré la cama, que ya acusaba la continua actividad de Sabrae revolcándose sobre ella. La funda nórdica estaba arrugada; la almohada, hundida allí donde ella se había apoyado para tratar de atraerme hacia su cuerpo, como la miel para la mosca-. No contigo así-sacudí la cabeza y mis ojos volvieron a encontrarse con aquellos preciosos pozos suyos, de pupilas tan dilatadas que eran negros como una noche sin luna-. Quiero que te acuerdes, y que seas tú, ¿entiendes?
               Sabrae me agarró con firmeza de la chaqueta, como diciendo “de aquí no te vas”.
               -Sí.
               Me soltó las solapas, abrió los brazos y las manos, cerró los ojos y asintió vehementemente con la cabeza.
               -Hablo inglés-explicó-. Y urdu.
               -Mira qué bien.
               -Es difícil que no te entienda. Tú hablas inglés.
               -Sí. Y griego. Y ruso. Y alemán. Y francés. Y rumano. Y…
               Sabrae se echó a reír.
               -¡Guau! ¡Son muchos idiomas! ¡Pareces el traductor de Google!
               -Se hace lo que se puede.
               Sabrae se dejó caer sobre la cama y se me quedó mirando. Alzó las cejas de forma sugerente y yo me eché a reír. Estaba claro que no iba a dejarme ganar tan fácilmente: continuábamos echando un pulso en el que la ventaja no había quedado clara aún. Yo no iba a dejarme ganar, pero Sabrae tampoco.
               La noche sólo podría ir bien si ganaba ella, pero nuestra relación sólo podría remontar si ganaba yo. Y, para eso, necesitaba estar despejado. No tenerla enfrente de mí todo el rato y así poder tranquilizarme un poco.
               Como el puto kamikaze que soy, me caí sobre ella y me quedé a escasos centímetros de su cara, apoyado sobre las palmas de mis manos, haciendo la flexión más gloriosa y complicada de mi vida: la gratificación no estaba si conseguía levantarme y me descubría más fuerte que antes, sino si me rendía y me encontraba con su boca.
               -Voy al baño-le anuncié, y Sabrae asintió con la cabeza-. ¿Te portarás bien?
               Me ofreció su meñique y yo se lo mordí. No necesitaba que me hiciera a una promesa formal.
               -Me fío de ti.
               -Tú verás lo que haces. Ya eres mayorcito-Sabrae me sacó la lengua y yo pasé unas ganas tremendas de mordérsela, pero finalmente me incorporé, le guiñé un ojo y me metí en el único baño que no estaba manchado de vómito o drogas, gracias a que la única entrada y salida era la puerta dentro de la habitación en la que estábamos.
               Definitivamente tenía que chupársela a Jordan por haberme guardado la única habitación que tenía baño privado. Así me sería mucho más fácil recomponerme de un polvo o, ¿quién sabe? Repetirlo en la ducha. No es que fuera el sitio más cómodo del mundo, pero estaba seguro de que Sabrae nunca lo había hecho allí, y siempre hay un oscuro placer en ser la primera vez de otra persona, especialmente cuando tú no eres la primera vez más oficial.
               Abrí el grifo y dejé que el agua corriera para asegurarme de que estaba bien fría, y luego me eché un poco en la cara, tratando de no pensar en que Sabrae estaba al otro lado de la pared, echada en la cama, con literalmente dos prendas en su cuerpo. Sí, como podrás comprobar, el hecho de que estuviera tan poco vestida era algo en lo que a mí me gustaba pararme a pensar.
               No me hacía ningún bien, pero el ser humano es masoquista por naturaleza.
               Me quedé mirando mi reflejo en el espejo. A pesar de que estaba siendo una noche movidita para mí, en mi cara no se reflejaba nada de lo que había pasado, más que la sonrisa estúpida de rigor que Sabrae conseguía ponerme en la cara incluso cuando no estaba de humor para nada. Me brillaban los ojos, aunque con menos intensidad que a ella, y tenía el pelo algo más revuelto.
               Me aflojé la corbata y me quedé mirando a ese cabrón vividor.
               -Mantente la polla en los pantalones, Whitelaw-le ordené, y me ordenó él. Los dos asentimos con la cabeza, nos toqueteamos un poco el pelo (porque somos jodidamente coquetos, aunque jamás lo admitiríamos en voz alta) y nos fuimos a nuestros respectivos mundos, cada uno al encuentro de su propia Sabrae.
               Espero que a él le fuera mejor con la suya que a mí con la mía.
               Básicamente porque me la encontré empinando el codo con una botella de vodka.
               La madre que la parió.
               -¡Sabrae!-recriminé, abalanzándome sobre ella y quitándole la botella-. ¿Qué haces? ¿Te parece que estás poco borracha? ¿Es que quieres que te dé un etílico? ¡Tu hermano me mata si te pasa algo mientras yo te cuido!
               -Tengo sed-fue su indiscutible explicación, y yo suspiré. Claro que tendría sed; cuanto más bebías, más querías, especialmente cuando estabas tan borracho como lo estaba ella. Me pasé una mano por el pelo, y me saqué el móvil del bolsillo, ignorando el comentario de Sabrae...
               -No hagas eso-me instó-, o te ato a la cama y te monto como a un pony salvaje.
               Me la quedé mirando. En sus ojos había una fiera determinación.
               Tuve que recordarme que no debía acostarme con ella.
               Porque, joder, vaya si lo quería.
               Y más ahora que me había dicho que me “montaría”.
               -No sé cómo tengo que tomarme que me compares con un pony cuando soy claramente un joven semental, Sabrae.
               -Tan semental no serás si no quieres follar conmigo-bufó, cruzándose de brazos, y yo suspiré.
               -¿Por qué te molesta tanto que no quiera echarte un polvo si no te vas a acordar mañana de él?-desbloqueé el teléfono y abrí la aplicación de las llamadas.
               -Soy una chica a la que le gusta vivir en el presente. Además… se me ha ocurrido que podríamos grabarnos.
               Me quedé tan alucinado que seguí marcando el último dígito del número de Bey hasta que el móvil me dio error. Sabrae alzó una ceja y me dedicó una sonrisa torcida.
               -¿Qué… qué acabas de…?-empecé, sintiendo la boca seca. Sabrae señaló el móvil.
               -¿Tienes espacio suficiente o saco el mío?
               -Nadie va a sacar nada. No vamos a grabar ningún vídeo. El mero hecho de que lo sugieras es razón suficiente para… ni se te ocurra desvestirte-amenacé al ver que se llevaba las manos a la espalda, donde tenía la cremallera del mono-. Te lo juro, Sabrae. Como te bajes un solo milímetro la cremallera, te juro por mi madre que te dejo aquí sola y apáñatelas como puedas.
               Parpadeó y se bajó un poco la cremallera, asegurándose de hacer el suficiente ruido como para que yo supiera lo que hacía. Me mordí la cara interna de la mejilla.
               -¿Me estás poniendo a prueba?
               -Puede. ¿Está funcionando?
               Joder que si está funcionando, niña. Ya estoy otra vez como una puta moto.
               -A mí no me provoques, niña-di un paso al frente y le quité las manos de la espalda, sosteniéndoselas por encima de la cabeza-, que tú no sabes quién soy yo. Si te tengo que atar a la cama para que dejes de darme guerra, lo haré.
               Los ojos de Sabrae chispearon.
               -Nunca me habían hecho una oferta así de tentadora.
               Y entonces hice algo que nunca pensé que haría, en todos mis años de vida: me peleé con una chica para impedir que se desnudara. Mientras Sabrae se lanzaba las manos a la espalda para tratar de desabrocharse la cremallera, yo abusaba de mi superioridad en altura (¿qué? ¡Si ella puede ponerme las tetas en la cara para conseguir ventaja, lo justo es que yo utilice también mis armas secretas, ¿no?!) para tratar de apartarle las manos de la espalda.
               Como vio que no iba a permitirle desabrocharse la cremallera, finalmente decidió cambiar de estrategia y tratar de bajarse los tirantes. Nos enzarzamos en la típica disputa de yo hago esto, tú aquello, de forma repetida hasta que uno de los dos se cansó, y ese uno fui yo.
               La empujé sobre la cama y me senté encima de ella, con cuidado de no hacerle daño, y me las apañé para ponerle las rodillas encima de los brazos.
               -Menuda posición más interesante-comentó al ver que tenía su cara a centímetros de mi entrepierna, y yo me descubrí rezando en silencio porque no se le ocurriera soltarme un cabezazo en los huevos, o peor, un mordisco.
               Creo que no hay muestra de confianza mayor que el dejar que una chica te deje estéril empotrándote la frente en lo que viene siendo el plexo sexual.
               -¿Vas a estarte quieta?-le ladré al ver que no dejaba de retorcerse debajo de mí y de tratar de recobrar el control de sus brazos-. ¡Sabrae! No estoy de coña. ¡Que te ato en serio!
               -Átame-contestó, encogiéndose de hombros. Le cogí las manos.
               -Esto me jode más a mí que a ti.
               -Ya lo creo. A mí me pone cachondísima.
               Y se echó a reír.
               Miré en derredor, buscando algo con lo que atarla a la cama, sin éxito, hasta que se me ocurrió. Lo llevas al cuello, tío.
               Me deshice el nudo de la corbata y la estiré, y Sabrae se me quedó mirando.
               -¿Me vas a atar con la corbata? Uy-sonrió y se estremeció-. Ya verás cómo follamos hoy. Vaya que sí. Por mi madre.
               Llevé sus manos hasta el cabecero de la cama, que muy convenientemente estaba hecho de las típicas barras de metal, y le hice un nudo con fuerza, asegurándome de que no podría soltarse. Sabrae tiró y tiró para liberarse, pero no se le apañó.
               -Ya me perdonarás algún día-le dije, dándole un beso en la frente, creyéndome vencedor… pero entonces ella me rodeó con sus piernas y me aprisionó en una pinza que me sorprendió por lo firme y fuerte que era.
               -Tú no te vas a ningún lado. Tenemos que echar un polvo-gimoteó cuando conseguí liberarme, y empezó a gritarme y a retorcerse y a suplicarme que la soltara. Tuve que meterme en el baño para escuchar los tonos de llamada, pero no tuve suerte: Bey no me lo cogió. Tuve que enviarle un mensaje diciéndole dónde estaba y pidiéndole que nos subiera todo el agua que pudiera y un poco de comida, para que a Sabrae dejara de subírsele el alcohol o por lo menos tuviera algo más que eso en el estómago.
               Cuando salí del baño, ella se había quedado quieta, y se estremecía como si le estuvieran haciendo cosquillas en los pies. Me acerqué y me la quedé mirando.
               Ahí lo tienes. El pelotazo de lo último que ha bebido.
               Pues sí que le había subido rápido. Y sí que le estaba afectando al cerebro. Mira que empezar a reírse sola…
               -¿Estás llorando?-pregunté, alarmado, y tomé su cara entre mis manos en cuanto vi las lágrimas que le corrían por las mejillas, en direcciones opuestas-. Oye, Saab, lo siento mucho si te ha parecido humillante lo que acabo de hacer, es que me he visto en un apuro, pero te pido perdón si…
               -¡No quiero que te enfades conmigo!-gimió, angustiada.
               -¿Eh?
               -No quiero que te enfades-susurró en tono más bajo, entre hipido e hipido. Se echó a mis brazos y me rodeó con los suyos-. ¡Lo siento mucho! No quiero que te vayas. No me dejes sola.
               -Sólo me he ido al baño para…
               -Eres importante para mí-me cogió la cara y me miró. Me acarició las mejillas con los pulgares-. Siento mucho no respetar tu decisión. Si no quieres follar, no pasa nada. Lo entiendo. Y si quieres buscarte a otra para pasar la noche, también lo entiendo. Yo no estoy para mucho, así que no podría culparte si…
               -Vale, Sabrae; te voy a parar ahí. ¿Te has dado un golpe en la cabeza y de repente te has vuelto subnormal? ¿Con quién piensas que voy a querer irme yo? Todo lo que necesito está en esta habitación.
               Sabrae miró el enchufe de la mesilla de noche.
               -Estoy hablando de ti, palurda-ella se me quedó mirando-. Creía que te lo había dejado claro, pero parece ser que eres más terca incluso de lo que yo pensaba, así que te lo voy a repetir: quiero follar contigo. Me muero por follar contigo. Estoy teniendo ahora mismo una lucha conmigo mismo por no saltarte encima. Estás preciosa. Y buenísima. Y llevo teniéndote ganas desde que te marchaste a Bradford. Créeme, no quiero a ninguna otra. No voy a pirarme con ninguna otra. Si no hacemos nada es porque creo que está mal. Y tú también lo crees. Me has dejado bien claro lo que opinas sobre estas situaciones cuando las protagonizan otras personas. Si ahora te hiciera algo, no sería mejor que el hijo de puta al que reventé en la cocina.
               Sabrae se me quedó mirando. Y después sonrió.
               -Eres tan bueno. Jo. Cómo no voy a estar enamorada de ti-bueno, pues nada, ahí lo tienes, Alec. Te lo ha dicho y no va a acordarse.
               Oh, ojalá hubiera pensado eso. Ojalá no me hubiera subido a una nube de la que sería imposible bajarme.
               Ojalá aquella simple frase, que Sabrae había pronunciado como si no fuera lo más bonito que me había dicho hasta entonces, no hubiera tenido tanto poder sobre mí.
               Pero lo tuvo. Hizo que me sintiera, literalmente, como si estuviera hecho de luz. De la más pura y divina luz.
               -Saab…-empecé, pero ella siguió, ajena a la declaración que ni siquiera yo sabía que estaba a punto de hacerle.
               -Qué cosas más bonitas me dices. Ay. Me recuerda a ese politono del conejito cantarín. ¡Ya sé! Me lo pondré en el móvil para cuando tú me llames, y así correr a cogerlo.
               -¿Qué politono? ¿De qué hablas?
               Me miró con unos ojos que no eran capaces de enfocarme, sin poder creerse que no conociera la existencia de ese supuestamente famosísimo politono. Me cogió el móvil y me lo buscó, entregándome el teléfono después.
               Si ya estaba alucinando poco cuando vi que la pantalla de mi teléfono se llenaba con un conejo digital abrazándose a una zanahoria en medio de la noche, sentado en un campo, imagínate cuando Sabrae dio un brinco con la coordinación esporádica que sólo pueden tener los que están muy borrachos, y empezó a cantar a voz en grito mientras saltaba, a la par que el conejo:
               -¡Siempre a tu lado estaré, mi amor por ti mostraré, dándote muchos mimitoooooooooos, eres túúúúúúúúúú mi peluchitoooooooooooo!-me cogió la cara y siguió saltando-. ¡Caricias besos y mimitos, eres tú mi peluchito, eres tú mi estrella guía-puede, y sólo puede, que desafinara un poco cuando hizo aquel agudo, aunque en su defensa diré que aquella fue la única vez que vi a Sabrae fallando una nota-, te amaré toda la vida!
               Ya sabía que era tonta si aceptaba estar conmigo, pero lo que no me esperaba era que le faltara un tornillo, pensé mientras miraba, estupefacto, cómo seguía dando brincos en la cama, repitiendo la letra y agitando las manos, meneando la cabeza y azotándose a sí misma con las trenzas, hasta que se detuvo de repente, miró por la ventana y constató:
               -Creo que voy a vomitar.
               No necesité que me dijera nada más; mis reflejos eran los de un ninja. La cogí de la cintura y la llevé en volandas a toda velocidad hacia el baño, y ella se arrodilló frente a la taza del váter, metió la cabeza dentro y empezó a estremecerse con las arcadas. Yo le sujeté las trenzas y le acaricié la espalda mientras se retorcía, pensando en lo mucho que había cambiado mi vida desde el año pasado.
               El año pasado había hecho un trío.
               Y éste me dedicaba a sujetarle el pelo a una chiquilla.
               Claro que el año pasado yo no estaba enamorado. Y éste, pues… sí.
                Cuando por fin terminó, se quedó así, arrodillada, un ratito más. Sacó la cabeza de la taza y tiré de la cisterna. Me miró con ojos llorosos y la cara un poco pálida, los labios mojados. Me sonrió.
               -Jo. Gracias. Cuánto te quiero, Al.
               Y, bueno, supongo que me habría emocionado porque acababa de decírmelo, de no haberme puesto alerta porque se inclinó hacia mí, con los labios entreabiertos.
               -¡Quieeeeeeeeeta!-le puse las manos en los hombros y ella alzó las cejas-. ¡Que acabas de potar, tía!
               -No seas quisquilloso, ¡me comes el coño!
               -Sabrae, te quiero con locura y todo eso, pero no te voy a comer la boca después de potar, eso tenlo claro. O te lavas los dientes, o no hay besos.
               -Pero tenemos que follar. ¿Vamos a follar sin besarnos?
               Y dale.
               -Pues razón de más-constaté, dándole una palmada en el culo-. Venga, señorita.
               -No tengo cepillo-lloriqueó. Mierda, es verdad. No estábamos en casa de ninguno de los dos, así que no teníamos nada con lo que limpiarnos los dientes. Por suerte, los dueños de la casa eran gente previsora, y guardaban un paquete aún sin abrir de dos cepillos en uno de los cajones del armario de baño. Le dejé escoger el que más le gustara y el otro lo guardé en la cajita. Me senté en la taza del váter con la intención de mirar cómo se los lavaba, pero Sabrae se quedó quieta, mirándome.
               -¿No te los lavas conmigo?
               -¿Para qué me los iba a lavar yo?
               -A mamá le gusta ver cómo papá se los lava con ella-comentó-. Yo también quiero que el hombre de mi vida se los lave conmigo.
               Me sonrió con timidez, aunque creo que lo hizo más en respuesta a la sonrisa bobalicona que esbocé yo que para tratar de convencerme. Joder, que me llame el hombre de su vida cuando quiera que muera por ella, que yo lo haré gustoso.
               Cogí el otro cepillo, me quité la chaqueta, dejé que Sabrae me echara pasta de dientes y luego la cubrí con una toalla para que no se ensuciara el mono.
               -Te lavas los dientes de una forma muy sexy-comentó, y yo puse los ojos en blanco.
               -No hace falta que me hagas la pelota.
               -Es la verdad-me pasó la mano por la cara, como asegurándose de que yo era real, y se quitó la toalla-. ¿Has visto qué bonitas mis tetas?
               -Preciosas. Venga, a la cama.
               -¿¡Vamos a follar!?-sonrió, feliz, y yo chasqueé la lengua.
               -No. Vamos a echarnos un rato, a esperar a que venga Bey.
               -¿Bey se apunta?-inquirió, extasiada, y yo decidí no contestarle, sobre todo porque pensar en compartir la cama con Sabrae y Bey me subía el ritmo cardíaco y podría provocarme un infarto.
               Y tener un infarto cuando eres deportista y adolescente no es que sea una cosa que te gustaría añadir a tu currículum.
               -¿Me llevas tú a la cama? Me duelen los pies. Me están matando los tacones-me puso ojitos y yo suspiré. Asentí con la cabeza y extendí los brazos, y Sabrae saltó hacia mí, se me enganchó como un koala, y se echó a reír cuando la cargué mis hombros porque así estaba demasiado cerca de mi entrepierna como para permitirle que siguiera en esa posición. Me dio unas palmadas en el culo, convirtiéndolo en una especie de tambor improvisado, y luego me lo pellizcó, haciendo ruiditos.
               Si conseguía no cargármela esa noche, me merecía un premio.
               -Ñoc ñoc. Pink ferragano sliders on deck, silly rap beefs just give me more checks… tienes un culo espectacular, Al. ¿Haces sentadillas?
               ¿Recuerdas lo primero que dije la primera vez que yo te conté nuestra historia? ¿Lo de que era un bocazas?
               Bueno, pues por eso solté lo que solté entonces: porque se me hace imposible pensar las cosas que digo antes de decirlas.
               -Es de follar.
               La verdad es que los ejercicios que me hacía hacer Sergei no estaban destinados a que se me pusiera duro el culo, aunque sí que es verdad que el hecho de que lo tuviera respingón era un efecto colateral. Además, ésa era mi respuesta estándar: siempre que una chica me lo admiraba, yo le contestaba que lo tenía así por echar polvos, para ir ya preparando el terreno y que ella fuera mojándose.
               Pero estábamos hablando de Sabrae. Ya estaba mojada. Empapada, más bien.
               Y era más rápida que yo.
               -Buf. Pues entonces se te pondrá durísimo esta noche.
               Procuré no pensar en que se me pondría durísima otra cosa, lo cual me fue muy complicado, porque en cuanto la dejé sobre la cama, Sabrae decidió que era momento de empezar a desnudarse. Se echó las manos a la espalda y me sonrió con picardía, disfrutando de mi expresión estupefacta cuando escuché el sonido de la cremallera de su mono al bajarse.
               Colocó las manos nuevamente a la vista, y extendió las palmas en mi dirección.
               -¿Quieres seguir tú?
               Tomé aire, y tuve que luchar contra la última célula de mi cuerpo, que gritaba que sí, por supuesto que quería seguir yo. Me froté la cara un momento, para poder pensar con claridad.
               Sabrae era igual que yo. Tozuda como ella sola. Una vez que se le metía algo entre ceja y ceja, no había manera de sacarle la idea de la cabeza. Igual que a mí.
               Ella estaba decidida a tener sexo esa noche.
               Y yo estaba decidido a no tocarle un pelo. A estar con ella cuando los dos pudiéramos disfrutarlo bien. A que fuéramos los dos en la cama, y no sólo ella. No sería justo para ella, y, siendo sincero, por muy egoísta que sonara, tampoco lo sería para mí. Quería que recordara la primera vez que me viera desnudo. Quería que recordara cómo era la sensación de notar el peso de mi cuerpo redistribuyendo el colchón. Quería que recordara la primera vez que me hundiera en ella en una cama.
               Y, seamos francos… Sabrae llevaba las de ganar. Siempre lo haría, porque ella tocarme la fibra sensible y tenerme en la palma de la mano, dispuesto a hacer lo que se le antojara conmigo.
               Ante mi silencio, ella sonrió y deslizó sus dedos por las cadenas que hacían de tirantes para su mono diabólico, animada por mi silencio. Le gustaban los retos, y a mí también. Y mi reto de la noche era no acostarme con ella.
               La única solución factible para lograrlo, o al menos la única oportunidad que se me presentó, se instaló en mi cabeza en el momento en que las cadenas doradas se deslizaban por su piel de chocolate, y sus dientes se asomaban por entre sus labios, anticipando su hambre de mí, su sed de hombre.
               Yo también tenía sed de mujer, así que, ¿por qué no intentar satisfacer un poco los impulsos? Puede que no tuviera que luchar contra la bestia, después de todo. Puede que lo mejor para encerrarla no fuera darle con el látigo, sino acariciarla.
               Cambiaría de estrategia. Dado que ella no paraba, sería mejor que le tomara la delantera. Que la cansara.
               -Para-le dije, y ella se detuvo. Me desabroché los botones de las mangas de la camisa y me apoyé en la cama. Gateé hasta ella, que se había quedado con las piernas dobladas, conquistándome con la promesa de su sexo al alcance de mis manos. Sabrae apoyó las dos manos en el hueco que habían formado sus piernas, como una especie de rombo blanco de bordes deliciosamente marrones y un vértice carmesí, y juntó los codos. Estaba haciendo que sus pechos se juntaran y formaran una fosa increíble, en la que me permití perder un momento la mirada-. No vas a privarme del inmenso placer que me supone desnudarte.
               Sabrae sonrió, estiró la mano para tocarme la cara, y se tumbó con mi boca sobre la suya. Me eché encima de ella, con mi entrepierna apoyada en su sexo, y ella dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando todo el peso de mi cuerpo cayó sobre el suyo, aprisionándolo. Sonrió y asintió con la cabeza, mordiéndose el labio, cuando mi boca se deslizó por su piel del color del café, brillante por las luces, el alcohol que yo llevaba en vena y el sudor que la cubría un poco. Joder, así olía incluso más a maracuyá.
               Necesitaba poseerla.
               Una de mis manos se marchó hasta su rodilla, y Sabrae suspiró cuando empecé a ascender, siguiendo el contorno de su cuerpo. Me detuve un segundo en su cadera y me aventuré hacia el colchón, en busca de su culo. Me mordió el labio cuando se lo apreté, pegándola contra mí.
               -No uses condón-me dijo, y ojalá aquello no me hubiera puesto como una moto-. Quiero que te corras dentro de mí. Quiero sentirte. Me puso muchísimo cuando lo hicimos en el parque…
               -Podría dejarte embarazada-razoné, pero ella estaba en un punto demasiado alejado de la lógica. Era un mundo en el que ni siquiera existía ni la más remota idea de la racionalidad. Un mundo rojo, dorado, negro y chocolate: los colores que la componían. El mundo de la lujuria.
               -Acabo de tener la regla. No va a pasar nada. Alec, por favor…
               -Quítame la camisa-le sugerí, y ella jadeó y asintió con la cabeza. Me acarició el cuello y bajó hacia mis hombros; me acarició el pecho y comenzó a desabotonarme los botones-. Te voy a follar toda la noche. Se te pasará la borrachera, lo sé-Sabrae llegó al último botón y ocultó las manos por debajo de la tela. Acarició los músculos de mi espalda, cambió de lado en mi costado y me acarició de nuevo los pectorales, empujando mi camisa con sus manos cuando llegó a los hombros. Me ayudó a quitármela y la dejé a un lado, bien cerca de mí-. Sólo tenemos que esperar.
               -No quiero esperar de brazos cruzados.
               -Oh, no vas a tener los brazos cruzados, nena. Lo que cruzarás son las piernas. Alrededor de mí.
               Sabrae tomó aire sonoramente, se mordió el labio, y me miró desde abajo. Admiró los músculos de mi torso como si fuera una especie de dios griego, y luego sus ojos se encontraron con mi cara.
               Envalentonada por su ebriedad y más lúcida de lo que la había visto nunca, Sabrae se llevó las manos al pecho y tiró de la tela de su mono, que se deslizó por su piel como las caricias de un amante. Sus senos quedaron al aire, pero yo no me permití mirarlos. Si los miraba, estaría perdido. Me abalancé sobre su boca y la devoré, mientras se los acariciaba, y fingía que no me daba cuenta de que había algo en uno que me incitaba a mirarlo. Sabrae dobló las rodillas y me capturó entre sus piernas, y entonces bajó las manos a mi cintura y empezó a desabrocharme el cinturón.
               Está desnuda de cintura para arriba, Al. No dejes que te desnude a ti también.
               Estiré la mano en busca de mi camisa.
               -¿Qué haces?
               -No quiero que cojas frío.
               -¿Qué?
               -Tenemos que esperar un poco a que se te pase la borrachera. Serán unos diez minutos. No te preocupes.
               -Pero, ¡yo quiero hacerlo ahora!-protestó, incorporándose y dándome un empujón. Me quedé de rodillas entre sus piernas, y le cubrí los hombros con la camisa. Ella protestó, se revolvió y sacudió la cabeza, pero yo me las apañé para anudársela por las mangas a la altura del pecho y así no tener que verla-. ¡Alec! ¿¡Me has calentado a posta!?
               -Ya estabas caliente, Sabrae, no seas quejica. Sólo lo estoy haciendo por ti, venga-le di un beso en el hombro y ella se apartó-. Estás borracha, nena. No quiero follarte mientras estás borracha.
               Sabrae hizo un mohín.
               -Pues yo voy a tener sexo, lo quieras tú o no.
               Y, ni corta ni perezosa, se sacó las piernas del mono, lo tiró al suelo y se metió una mano en las bragas. Ay, Dios, eso sí que NO.
               Le cogí la mano, le besé la palma, y luego le di un morreo de película, pero de esos que consiguen que la calificación por edades se haga más estricta de lo obsceno que es. Sabrae se quedó sin aliento.
               -Te he dicho que no quiero follarte mientras estás borracha, pero no vas a estar borracha toda la noche, ¿o sí?
               Sabrae sacudió la cabeza con la decisión del borracho que no lo está. Yo sabía que tardaría horas en empezar a ser ella otra vez, pero ella no era consciente del tiempo que necesitaba... ni de lo mal que estaba en realidad.
               -Mientras tanto, podemos pasárnoslo bien de otra manera.
               Parpadeó.
               -Como me sugieras que echemos unas partidas por parejas al Candy Crush, te prometo que te dejo.
               Me eché a reír.
               -No somos novios. ¿Y te acuerdas de quién es la culpa?
               -De cierta estúpida-me enganchó de la bragueta y tiró de mí-. Una estúpida que ahora mismo lo único que quiere es una buena polla.
               -Y tendrás polla.
               -No quiero polla. Quiero una buena polla-se puso de morros y yo me eché a reír.
               -¿Te sirve la mía?
               -Es la que quiero. ¿Me la vas a dar?
               -Sí.
               -Pues, ¿a qué esperamos?-se abalanzó de nuevo hacia mi bragueta y yo le cogí las manos. Se le deslizó un poco mi camisa por el pecho, pero decidí que no era un buen momento para pedirle que se la subiera, porque podría darle un arrebato y terminar quitándosela, dejarse las tetas al aire y hacer que yo me sometiera a su voluntad-. ¡Alec! ¡Quiero sexo, y lo quiero ya!
               -¿Y si nos lo tomamos con calma?
               -¿Eh?
               -Me encantan los preliminares. ¿A ti no? Podríamos estirarlos un poco más, acurrucarnos un rato y luego ir poco a poco…
               -¿Has dicho “acurrucarnos”?-sus ojos chispearon, y no sabía muy bien si era de rabia.
               -Eh… sí. Acurrucarnos. Nos echamos un rato, nos metemos mano, nos sobamos un poco y nos enrollamos despacio, y luego empezamos a enrollarnos guarro, y luego… ya sabes. Si te sirve…
               Sabrae soltó una risita.
               -Sí me sirve-asintió con la cabeza, se dejó caer sobre el colchón y estiró un brazo, señalándome el sitio que quería que ocupara, a su izquierda-. Ven aquí.
               No necesité que me lo dijera dos veces. Me eché a su lado, la atraje hacia mí, y empecé a besarla despacio. Sabrae se estremeció, con mi boca en la suya, se pegó un poco más a mí, y se dejó hacer. Me acarició la espalda y hundió los dedos en mi pelo, me arañó despacio el cuello y siguió bajando por mi pecho, mientras nuestras lenguas se unían incluso en el exterior de nuestras bocas.
               Tengo que confesar que me sorprendió no habérmela tirado. Nunca en mi vida me había calentado tanto hacer eso con ninguna otra chica. Sabrae tenía un poder único en mí.
               Me dejó ponerle la camisa con la excusa de que así tendría algo que quitarle cuando empezáramos más en serio; incluso se abrochó un par de botones, justo los que yo necesitaba para mantener la cordura, y también me dejó meterle mano por dentro de la camisa, agarrando su cuerpo por los costados, mis pulgares acariciando el borde de sus pechos. Cuando mis manos comenzaron a explorar sus tetas por debajo de la camisa, en una maniobra arriesgada por mi parte, Sabrae empezó a retorcerse y gemir de placer.
               No era para menos: podría hacer que se corriera estimulándole sólo las tetas.
               Pero no era ésa mi intención. Ni siquiera lo estaba haciendo a profundidad, pero las tenía tan sensibles que el más mínimo roce ya conseguía volverla loca. No es que yo estuviera colaborando demasiado con eso, pero, ¿qué puedo decir? No puedo mantener las manos quietecitas cuando tengo un par de tetas a tiro, y mucho menos cuando son las de Sabrae.
               El caso es que ella bajó las manos a mi entrepierna y tragó de desabrocharme la bragueta, lo cual hizo soltar todas mis alarmas.
               -No, no, no-la reñí, y ella abrió los ojos-. Preliminares suaves, Sabrae.
               Le cogí la mano aventurera, me la llevé a la boca, y empecé a besarle las yemas de los dedos bajo su atenta mirada. Cuando mi boca llegó a la palma, Sabrae se retorció y soltó una risita. Seguí por la cara interna de su codo y ella se mordió el labio.
               -Sí… sigue, Alec. Me gusta mucho. Por favor, no pares.
               No paré.
               Ni siquiera cuando yo sabía que me estaba metiendo en un terreno peligroso.
               Ni siquiera cuando se desabrochó los dos botones y me dejó pasar con una senda de besos por entre sus pechos.
               Ni siquiera cuando llegué a su ombligo.
               Ni siquiera cuando llegué a sus bragas.
               Ni siquiera cuando se las quité.
               Ni siquiera cuando seguí bajando por el monte de Venus.
               Ni siquiera cuando arqueó la espalda y se agarró con una mano a uno de los barrotes de la cama.
               Ni siquiera cuando tuve su delicioso néctar a centímetros de la boca.
               Ni siquiera cuando lo besé, y ella dejó escapar un suspiro.
               -Alec…
               -¿Quieres probarte?
               -Uh-uh-asintió con la cabeza, y se estremeció cuando yo le di un nuevo beso. Le subí las bragas, acaricié su cintura, y subí hasta su boca. Besé sus labios y Sabrae se relamió.
               -¿Qué opinas?
               Se sonrojó un poco.
               -Ahora entiendo por qué te gusta tanto.
               Froté la nariz contra la suya y ella se colgó de mi cuello, abrazándose a mí.
               -Me gusta acurrucarme-me susurró al oído, y yo le acaricié la cara.
               -Te quiero, Sabrae.
               -Y yo a ti.
               Me di la vuelta, la coloqué sobre mi pecho desnudo, y le acaricié la espalda, nuestros dos cuerpos unidos por un lugar diferente: nuestro pecho. Sentía la respiración de Sabrae acariciándome el hombro y deslizándose por mi brazo, como el cosquilleo de un superpoder que me nacía del pecho y exteriorizaba por los brazos. Su corazón repiqueteaba contra el mío.
               Dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando mi mano dibujó figuras sin forma en su espalda, por dentro de mi camisa. Su piel rozaba delicadamente la mía, tanto en la yema de mis dedos como en mi pecho.
               Una vez más, envidié su ropa, por poder acariciarla siempre, y a la vista de todos. Ojalá yo pudiera abrazar su desnudez tanto tiempo como lo hacían sus camisetas.
               -¿Estás cómoda?
               Sabrae asintió con la cabeza.
               -Eres calentito. Y confortable-me miró con párpados pesados y yo le acaricié los glúteos.
               -Puedes dormirte, si quieres. No pasa nada.
               -Estoy tan cansada…
               -Pues duérmete-le besé la frente y ella cerró los ojos, apoyó de nuevo la cabeza sobre mi pecho y musitó:
               -¿Eres feliz?
               Tardé un momento en contestar, porque necesitaba encontrar las palabras adecuadas. Una declaración larga y preciosa, acorde con la situación. Algo que le hiciera pensar que estaríamos siempre juntos, que su sitio estaba a mi lado y que aquella noche, si bien no era como nosotros la habíamos planeado, se las había arreglado para ser perfecta en su imperfecta manera. Un monólogo encapsulado en aquella habitación en la que sólo existíamos nosotros dos, donde se nos olvidó el resto del mundo, que hiciera que me mirara y me sonriera, y con la misma lucidez de siempre, decidiera que no tenía nada más que decirme y me dijera que me quería, repentinamente sobria.
               Pero no lo había. Aunque estaba aguzando el oído, ninguna musa me susurró alguna palabra mágica y exótica que hiciera que Sabrae sonriera cuando la encontrara en algún libro escrito en un registro culto. No había ninguna palabra rara que hiciera que lo cerrara un momento, mirara por la ventana y se apoyara el puño en la boca para que nadie de su familia le preguntara por qué sonreía y tener que compartir aquel delicioso secreto nuestro con nadie más.
               Ninguna musa me habló porque no suelen pisarse las unas a las otras. Y yo ya tenía a una sobre el pecho, prácticamente dormitando, con su corazón haciéndome de metrónomo para la canción que ella se merecía que yo le compusiera, a pesar de que mi talento para la música fuera nulo.
               -Sí, bombón-respondí, besándole la cabeza-. Estoy contigo.
               Noté la sonrisa que consiguió robarle a Morfeo en mi pecho, y también en su voz.
               -Yo también. Porque estoy contigo.
               Me besó el pecho y yo le respondí devolviéndole el beso en la cabeza, sonriendo como un tonto. Me dolían las mejillas.
               -Duerme tranquila, pequeña. Yo te cuido.
               -Lo sé-exhaló un suspiro cansado en el que, si aguzabas el oído, podías escuchar sus sentimientos por mí. Y yo estaba lo bastante cerca como para oírlos, como el sonido de la lluvia lejana que arrastra el viento en primavera-. Confío en ti, amor.
               Y, sin más, dejó de luchar y dejó que se la llevaran en la dulce barca de los sueños, mientras yo continuaba acariciándola, la última palabra reverberando en mi interior. Amor. Amor. Amor. Amor.



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8 comentarios:

  1. Mira me está dando malísimo con lo puto goals que son joder y me da rabia que no hayan podido follar de verdad semejante polvazo podrían haber echado y por fin en una puta cama. Qué suplicio.
    Me he muerto de amor con la escena de lavado de los dientes y he soltado un “hija de puta” con Alec diciendo que incluso querría follarla estando en coma. Eres una perra mala Erikina.
    Pd: contenta porque en el siguiente se que ocurre la aparición estelar en la habitación de mi chico.

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    1. Es que son monísimos dios mío no se cansan de ser así de preciosos, mis hijos lindísimos 💘💘💘💘💘💘 vale que les jodí el polvo pero vaya como esta mereciendo la pena haber esperado tanto después de todo, eh???
      La escena de lavado de dientes fue una improvisacion del momento, mi mente cosmica back at it again awwwww
      Pd: NO SUPERAMOS A SCOTT PASE LO QUE PASE EH JAJAJAJAJAJA

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  2. Mira estoy LIVIN LA VIDA LOCA, aunque debería estar estudiando pero chica el titulo universitario no es importante cuando se trata de estos 2. Sinceramente Alec es un rollito de canela porque aun teniendo el calenton del siglo (normal hijo mio) se preocupa mucho por Sabrae y quiere que ella este bien y la cuida mucho Y YO QUIERO LLORAR DE LO BONITOS QUE SON (y tambien que follen mucho). No me cansare de decir que son mi otp perfecto y que se merecen lo mejor de la vida mis hijos, que me costo mucho parirlos.
    Estoy deseando leer el siguiente cap ����

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    1. SSDFGGHJKLLÑ MARIA QUE ILUSION ME HACE QUE COMENTES AUNQUE SES A ATRAVES DE MI ES QUE UF 💘💘💘💘
      Dicho esto totalmente de acuerdo con lo que dicen, Alec es un cuquisimo de la vida y a la vez todo lo que ella se merece, es que son perfectos el uno para el otro, menudas ganas tengo de que veáis cómo evolucionan para amoldarse el uno al otro porque 😍
      "Mis hijos que me costó mucho parirlos" SUPER SAME

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  3. Ay de verdad estoy llorando con lo bonitos que pueden llegar a ser estos dos. Maldito el momento en el que Sabrae se puso borrachisima porque podrían haber tenido el mejor polvo de sus vidas y encima en una cama, es que eran todo cosas buenas :((((. Pero buenos tambien te digo que por otra parte me alegro porque hemos visto a Alec lo mas domestic posible y siendo el mayor cachito de pan que se puede ser. Lo que yo no se es como Alec no ha llorado de emocion y le ha comida la cara a besos cada vez que Sabrae le decia que le queria (aun que fuese con un yo tambien) o cuando le ha dicho que estana enamorada de el, es que madre mia tremendo suplicio esta viviendo el pobre.
    Voy a corriendo a leer el siguiente capitulo y a chillar otro poquito mas

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    1. OYE QUE LE PASA A MI CUENTA DE GOOGLE DIOS MIO, QUE SEPAS QUE SOY PATRICIA AY AY.
      BLOGSPOT SI TE PIENSAS QUE ME VAS A FRENAR EN DEJAR COMENTARIOS ESTAD MUY EQUIVOCADO

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    2. Todo le male sal a esta pobre mujer, encima apreciemos que todo ha sido culpa de las amigas y que ellas querian justo lo contrario, que se liaran, es que de verdad la sincronizacion ha sido pesima me estoy estallando
      Pero mira haces bien viendo el lado positivo porque aunque nos ROBARON un polvazo impresionante en el que ambos partirian la cama (lo se yo, lo sabes tu, lo sabemos todos) por otro lado el momento cuqui no nos lo quita nadie, estoy tan tiernita que igual reviento, es que cada vez que recuerdo todo lo que hizo Alec por ella me convierto en el señor del meme de heart eyes motherfucker, y bueno se me fue de las manos lo de los te quieros de Sabrae pero no pasa nada, ya tengo pensado como solucionarlo jeje

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    3. DE VERDAD BASTA DE BOICOT A MI BLOG BLOGGER

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