jueves, 3 de enero de 2019

Novio en funciones.

Si eres de las que me sigue en Twitter, seguramente te hayas enterado de que con este capítulo iba a venir una sorpresa.
Empezamos año, y con 2019 viene mi sorpresa:
¡Sabrae va a tener una portada diferente a partir de ahora!
He decidido que, como la novela va a ser bastante larga, la dividiré en "temporadas", por así decirlo, que harán que la portada cambie conforme la historia avance, y Sabrae vaya creciendo con ella.
¡Aquí están todas! Decidme qué os parecen, ¡me moría de ganas de enseñároslas!
Que disfrutéis del capítulo♥





Incluso si me quedaba alguna duda de qué era lo que todo mi círculo de amigos y conocidos estaba intentando hacer, apenas un par de horas antes de que el Big Ben marcara el comienzo de un nuevo año me habría quedado bastante claro, cuando mi repelente hermana pequeña se asomara a la puerta de mi habitación, donde yo asistía al festival de fotos que Tommy y Scott estaban enviando de los platos que se habían pasado la tarde preparando, y pronunciara mi nombre con voz melosa:
               -Al…
               -No-sentencié, con una mano tras la cabeza y el pulgar de la otra toqueteando la pantalla, preguntándome por qué Tommy no se había presentado a Masterchef Junior cuando estaba claro que el cabrón estaba listo para abrir un restaurante, a juzgar por la presentación de su lubina. Mimi siempre me hacía lo mismo. Me usaba como su recadero personal a pocas horas de un evento importante (como Nochevieja lo era para mí) para ir a sacarle las castañas de fuego, castañas que se quemaban por la falta de previsión de ella. Siempre que llegaba un viernes, o un sábado, o una fiesta a la que ambos teníamos pensado asistir, ella se las apañaba para recordar algo arrinconado en los confines de su memoria en el último momento, y siempre venía a llorarme a mí para que fuera a conseguírselo: un rímel que tenía tal amiga, una falda que quería ponerse y que todavía no se había planchado, una docena de pastelitos, las pastillas con las vitaminas de Trufas
               No iba a joderme Nochevieja. No iba a pasarme lo poco que me quedaba de ese año correteando para salvarle el culo a mi querida hermanita.
               -Pero es que…
               -Ocúpate tú.
               -Es importantísimo, de verdad-se mordisqueó el labio-. No te lo pediría si no fuera un asunto de vida o muerte.
               -Estoy ocupado no haciendo nada, Mary Elizabeth.

               Mimi se quedó en la puerta, con el ceño ligeramente fruncido.
               -Sólo necesito que vayas a buscar una cosa que a Eleanor se le ha olvidado darme-ahí que captó mi atención. Aparté el móvil de delante de mi cara para poder mirarla, y alcé una ceja. Mimi se relamió el labio y estiró la espalda, en la típica pose que hacían las bailarinas justo antes de ejecutar una coreografía especialmente complicada-. Iba a venir a dármela esta tarde, pero supongo que con toda la movida que tiene en casa se le habrá olvidado. ¿Sabes que ha estado cuidando de los pequeños mientras Scott y Tommy cocinaban?
               Parpadeé. Eleanor siempre cuidaba de los pequeños mientras Tommy y Scott cocinaban junto a Eri; cosa diferente era que este año ellos habían estado solos.
               -A-ja.
               -Por eso no ha podido venir. Y, bueno, dado que tú ya estás casi listo para salir…
               -Estoy en chándal, Mary Elizabeth.
               -Había pensado que podías pasarte por su casa y recoger eso. Será sólo un minuto, lo prometo-se acercó a mí y se me quedó mirando, los dedos estirados en dirección a mi cuello, pero yo me aparté. No iba a ponérselo fácil, pero cuando me tocaba el cuello haría cualquier cosa por ella sin rechistar.
               -Te he dicho que…
               -Venga, Al. Si estás deseando aceptar hacerme este favor. Así tienes excusa.
               -¿Para qué?-pregunté, haciéndome el loco, porque quería saber si Mimi estaba dispuesta a desvelar su malévolo plan ante mí.
               -Pues…  para ir a casa de Tommy.
               ¡Amago!
               -¿Y por qué querría yo ir a casa de Tommy?-dije con indiferencia, volviendo la mirada a mi móvil. La había arrinconado contra la pared, ahora sólo faltaba ver si seguía la ruta de escape que yo había elaborado para ella, en cuyo final la esperaba una trampa.
               -Sabes por qué-respondió en tono suave, juntando sus manos frente a su vientre-. Ella está allí.
               Aparté de nuevo mi teléfono y me la quedé mirando. Esbocé mi mejor sonrisa torcida, aquella que tenía un nombre tan sólo en Scott y en mí, y alcé una ceja.
               -¿Eleanor? Por supuesto. Es su casa. Pero yo no tengo ningún interés en ver a tu mejor amiga antes de tiempo. Ya la veré todo lo que me dé la gana cuando estemos de fiesta.
               Mimi puso los ojos en blanco, los brazos en jarras, y pronunció las palabras mágicas.
               -Eleanor no. Sabrae.
               Me pasé la lengua por las muelas para no empezar a reírme en su cara. Lo último que le dije a mi hermana fue que me pasara los vaqueros, y fingí no darme cuenta de la sonrisa triunfal con la que salió de mi habitación, seguramente para enviarle tranquilamente un mensaje a Bey en el que pusiera: “operación en marcha”.
               Una de dos: o todos los que me querían pensaba que era tan imbécil como para no darme cuenta de la desesperación con la que llevaban dos días tratando de juntarme con Sabrae, o de verdad lo veían tan chungo para mí que ni se molestaban en disimular.
               Vale, puede que pienses que estoy exagerando y que Mimi realmente se había dejado algo en casa de Tommy y yo tenía que ir a por ello como el caballero de la brillante armadura que ella me consideraba…
               … pero eso es porque no sabes qué había hecho yo ayer. Déjame ir hacia atrás, aunque sólo sea un día. Mi vida es tan jodidamente intensa que necesitaría una enciclopedia entera sólo para mí. Espero que quien se encargue de escribirla teclee lo bastante rápido como para no pasarse ochenta años relatando los gloriosos polvos que he echado a lo largo de mi vida con un batallón de mujeres. Y, si escribe despacio, por favor, que se centre en los que echo con Sabrae, que son los importantes.


El caso: ponte en situación. 30 de diciembre de 2034. Un día antes de que Mary Elizabeth Whitelaw entre en mi habitación a pedirme que vaya a buscar algo, sin siquiera decirme qué (¿verdad que es sospechoso? ¿Me culparías por pensar que no es más que una treta para hacer que me junte con Sabrae?), yo había quedado con mis amigos para ir a un parque de atracciones navideño en el centro de Londres, cerca del Museo Británico, aunque no lo suficiente como para que yo pensara en ese pequeño parque en el que había pasado la mejor noche de mi vida hasta la fecha (y digo “hasta la fecha” porque aún no había visto desnuda a Sabrae, ni le había hecho el amor mirándola a los ojos, ni ella me había dicho que me quería, estando en su interior o simplemente a su lado). Bey, Jordan y Tamika serían pacientes conmigo y esperarían un tiempo prudencial para que yo me cambiara la ropa de trabajar por algo mínimamente decente antes de ir aporrear la puerta de mi casa y gritarme desde la calle que era un tardón de mierda y que mi afición a llegar tarde a todos sitios (menos cuando quedaba con Sabrae, ahí descuida que llegaría media hora antes, sólo por si las moscas) haría que se hartaran de mí y terminaran dándome la espalda, como si eso fuera posible.
               De no haber estado hablando hasta bien entrada la madrugada con Sabrae, recimentando con mimo y esmero lo que su negativa había hecho tambalearse, habría empezado a sospechar mucho antes de lo que lo hice. Concretamente, cuando salí de casa con uno de los jerséis que había catalogado en mi cabeza como “los de parque de atracciones”, porque me daba igual si Bey me los vomitaba, y mis amigos me fulminaron con la mirada. Los tres.
               -¿Vas a ir así?-preguntó Tam, la más rápida en reaccionar de todos. Fruncí el ceño.
               -Sí.
               -No-sentenció Bey, señalando mi jersey-. No pienso consentirte que lleves ese jersey mugroso al parque de atracciones.
               -Pero, ¡si ya he ido más veces y a ti te parecía bien!
               -¡Pues por eso! Está sobado. No vas a ir con esa cosa puesta. Haz el favor de ir a cambiarte.
               -¿Estás de coña?-estaba flipando. Ahora entendía que algunas tías se pusieran a despotricar de sus padres como fieras cuando las obligaban a cambiarse las minifaldas por algo más recatado, no fuera a ser que se les acercaran tíos como yo. A mí siempre me había parecido que esos padres eran imbéciles, porque lo único que tenían que hacer las chicas era meterse la ropa que querían usar en el bolso y cambiarse de camino, pero ver que mis amigos opinaban sobre mi aspecto fue más molesto que el simple contratiempo que yo siempre lo había considerado.
               -Vete a cambiarte, Al-bufó Jordan en tono cansado, y sospechaba que le agotaba yo y no las chicas. Apreté la mandíbula, sopesando las opciones que tendría de hacer mi tarde más amena si me negaba en redondo y me quedaba en casa, o si debía ceder y cambiarme como ellos me habían dicho. 
               Finalmente vencieron mis ganas de ir a dar una vuelta con las chicas y Jordan. Me apetecía mucho pasar un día los cuatro, sin preocuparme de nada más que las colas que habría en nuestras atracciones favoritas… en lugar de quedarme en casa mirando al techo y rezándoles a todos los dioses habidos y por haber que alguna de las amigas de Sabrae pillara gastroenteritis y tuvieran que cancelar su tarde de compras.
               Extrañado y un poco irritado, me alejé de la puerta de mi casa para dejar que mis amigos entraran, y comencé a subir el tramo de las escaleras que llevaba al piso superior.
               -Ponte el jersey crema-urgió Bey desde abajo, y yo me volví para mirarla-. El que te hace los ojos tan bonitos.
               -Y revuélvete un poco el pelo-aportó Tam.
               -¡Sí! Revuélvete el pelo. Lo tienes un poco aplastado.
               -He estado sacudiendo la cabeza para que se me ahuecara como si fuera un puto san bernardo saliendo de la bañera durante más de media hora, ¿no os parece que no lo tengo bastante revuelto ya…?
               -¡NO!-ladraron Bey y Tam a la vez, haciendo que Jordan diera un brinco y Trufas pegara un chillido y saliera corriendo del salón, donde se estaba frotando contra el regazo de Dylan para que le diera una chuchería.
               Cuando bajé un par de minutos después, con el pelo como si hubiera estado durmiendo tres días seguidos y el jersey de color crema de castaña que, según Bey, hacía que mis ojos “brillasen con la intensidad de una puesta de sol” (a esas alturas ya estaba seguro de que tenía un vibrador con mi nombre), las gemelas asintieron con la cabeza, complacidas, y Jordan me escaneó de arriba abajo y sonrió para sus adentros.
               Me pareció un poco raro todo aquel paripé pero no le di más importancia: últimamente las gemelas estaban obsesionadas con la apariencia de sus cuentas de Instagram, asegurándose de que cada foto que subían combinaba con las demás, y el tono cromático que tocaba era la paleta de marrones y blancos.
               Eso habría explicado por qué me indicaron qué ropa ponerme, pero pronto descubrí que todo tenía un significado oculto que yo no alcanzaba a comprender porque me faltaba información.
               Todo dejó de parecerme raro y tomó el cariz de conspiración intergubernamental cuando nos encontramos “de casualidad” con Sabrae y sus amigas yendo a una atracción a la que las gemelas no habían querido subirse nunca, y a la que prácticamente me estaban arrastrando con una determinación inesperada para su recién desaparecida animadversión hacia las atracciones que desafiaban la gravedad.
               -Anda, ¿ésa no es Sabrae?-preguntó Bey mientras mordisqueaba una manzana caramelizada que Jordan había comprado y que había decidido que no quería después de estar más de quince minutos haciendo cola por ella. El tono falsamente inocente de mi mejor amiga le habría resultado cómico a todo aquel que no fuera imbécil y se hubiera percatado de que Tam no dejaba de teclear en su móvil, exactamente igual que una de las amigas de Sabrae, Amoke.
               Intenté que el corazón no se me detuviera al verla, y fracasé.
               Intenté no buscar una forma de llamar su atención, la más eficaz posible, incluso si suponía prenderme fuego a mí mismo, y fracasé.
               Intenté no levantar la mano y llamarla con toda la fuerza que mis pulmones pudieran insuflarle a mi voz, y habría fracasado de no haberse vuelto innecesario en el último momento.
               Porque, justo cuando notaba que levantaba el brazo para captar su atención, otra de las amigas de Sabrae, Taïssa, la de las trenzas de colores, le tocó el hombro y me señaló.
               Sabrae se volvió como a cámara lenta, de esa forma en que sólo pueden hacerlo las actrices de Hollywood después de horas de edición de sus planos, o las diosas que han venido a bendecir tu vida con sus besos y su sexo, y juro que cuando nuestros ojos se encontraron saltaron chispas.
               -¡Vamos a saludarlas!-festejó Bey, enganchándome del brazo y tirando de mí en dirección a Sabrae, a la que sus amigas empujaban a nuestro encuentro. Como si yo fuera a irme a ningún sitio que no fuera a su lado. Como si ella fuera a caminar en otra dirección que no fuera la mía.
               -¡Hola, chicas!-saludó con efusividad Tam, todavía a un par de metros de ellas, mientras la presencia de Jordan hacía presión tras de mí para que yo no pudiera escaparme. Si él supiera que la única forma de hacer que me fuera sería pedirle a Sabrae que se marchara también…
               -¡Hola! ¿Disfrutando de la tarde de colas interminables?-bromeó Kendra, apartándose los rizos de la cara, y tanto Bey como Tam y Jordan se giraron para mirarme y esperar a que yo soltara mi frasecita elocuente del momento, algo así como “para cola interminable, la mía, o si no, pregúntale a Sabrae”, pero…
               … yo estaba demasiado ocupado abriéndome paso entre la marea de cuerpos, amigos y desconocidos, agarrando a Sabrae de la cintura y jadeando a un milímetro de su boca cuando ella se puso de puntillas y se colgó de mi cuello para besarme con la profundidad con la que los dos estábamos deseando besarnos.
               Nuestros amigos se quedaron a cuadros, sin poder apartar la vista de nosotros mientras nos enrollábamos. Éramos algo así como el primer bebé panda que nace en un zoo, o una cría de lince ibérico que por fin se incorpora a la vida silvestre.
               Cuando nos separamos, los dos nos mordimos los labios y nos mordisqueamos la sonrisa. Sabrae se apartó un mechón de pelo de la cara y bajó la cabeza, dándose cuenta de repente de todas las atenciones que habíamos recibido. Mientras nos besábamos, era como si todo el universo desapareciera y sólo existiéramos nosotros dos; nosotros dos y aquella magia vibrante que flotaba a nuestro alrededor mientras nuestras bocas se enredaban y mis manos recorrían su cuerpo; sus dedos, mi pelo.
               Noté que se ruborizaba un poco y quise comérmela, o postrarme ante ella y adorarla como la diosa de la ternura que era. Sus ojos volvieron a levantarse y se encontraron con los míos, haciendo que un escalofrío me recorriera, como si fuera un ser inerte hasta que su preciosa mirada me insufló vida. Esbozó una sonrisa cómplice que me hizo saber que ella estaba pasando por el mismo proceso que yo, atravesando la laguna Estigia con la sombra que planeaba sobre nuestro futuro a rastras.
               Con su boca en la mía y su cuerpo en mis manos, todas las dudas habían desaparecido. Ni me iría a ningún sitio ni dejaría de luchar por ella, porque su mera presencia era la que me daba las alas de las que yo tan orgulloso me sentía, la que me hacía escupir ese fuego tan querido porque servía para calentarla. Allí, a su lado, era donde debía estar y estaría. Sabrae era la que me había convertido en la persona que yo era ahora, y me había descubierto teniendo en mejor estima a mi yo reciente que a todos mis egos anteriores juntos. Yo valía más por el mero hecho de tenerla, y tenerla hacía que mi valor aumentara con cada segundo que pasábamos juntos.
               Llegaría a merecerla. Si la tenía cerca de mí durante el tiempo suficiente, llegaría a merecerla. Cruzaríamos el mar y llegaríamos a tierra firme y virgen, donde todo lo que hubiera al alcance de la vista fuera hermoso, puro, y perfecto… como ya lo era Sabrae.
               -Vaya-Kendra rió con nerviosismo, aunque se palpaba un cierto alivio en su voz-. Y yo que pensaba que tendríamos que animaros a saludaros. Menos mal que no ha hecho falta.
               -Pero, ¿os seguís llevando bien?-se aseguró Taïssa, poniendo voz a las dudas que la corroían a ella, Kendra, Tamika, y Jordan.
               Bey y Amoke, por el contrario, habían hablado con nosotros lo suficiente y nos habían observado lo bastante cerca como para saber que haría falta más que unas simples calabazas de Sabrae para separarnos. Intercambiaron una mirada cómplice cuando Sabrae dio un paso hacia mí y me rodeó la cintura, mimosa. Me miró a los ojos con expresión soñadora, apoyando la barbilla en mi costado, como si aquél fuera el sitio en el que había nacido para estar.
               Sabía que estaba segura, en un lugar donde jamás le harían daño y la querrían como no la habían querido nunca y a la vez la habían querido siempre. No me consideraba especial por estar enamorado de Sabrae; lo difícil sería no estarlo. No. Me consideraba especial porque era capaz de poner en sus ojos aquellas estrellas preciosas, que hacían constelaciones que nada tenían que envidiar a las del zodiaco.
               -Pues claro-respondió como si fuera evidente, en un tono absolutamente feliz. Me descubrí pensando cómo sería su voz cuando tuviéramos nuestro primer hijo y, lejos de asustarme por haber tenido ese pensamiento, empecé a añorar un futuro que, aunque le había pedido y ella no había querido dármelo, estaba seguro de que tendríamos.
               Y estaba ansioso por vivirlo.
               Le di un beso en la frente cargado de promesas. Pasado, presente y futuro cristalizaron en el espacio de contacto entre mis labios y su piel. Deseaba a su cuerpo y deseaba a su mente; amaba a su cuerpo y amaba a su mente.
               Si Sabrae no existiera, habría que inventarla.
               Nuestros amigos se miraron entre sí, tanto dentro de nuestros respectivos grupos como fuera de ellos: Amoke y Jordan disimularon una sonrisa, Kendra y Tam se guiñaron un ojo mientras nos señalaban con los ojos, y Bey y Taïssa cruzaron una mirada de complicidad cuando yo volví a darle un suave beso a Sabrae en los labios.
               Con el disimulo que sólo puede venir para los planes falsamente improvisados, nuestros dos grupos se fusionaron y nos descubrimos discutiendo entre nosotros qué atracción sería la siguiente que visitáramos. Todos se esforzaban en hacer que Sabrae y yo nos sentáramos juntos, incluso cuando nosotros no lo intentábamos con todas nuestras fuerzas. Jordan remoloneaba en las escaleras de la noria con el pretexto de enseñarle algo a Amoke, Tam y Bey nos empujaban disimuladamente en la cola de las taquillas para que nos pegáramos incluso más de lo que ya estábamos, y Kendra y Taïssa giraban bruscamente en direcciones inesperadas para chocar contra nosotros y conseguir que nuestras manos se rozaran.
               Cualquiera diría que Sabrae y yo disfrutábamos con esos intentos de juntarnos con diversión, teniendo en cuenta las cosas que hacíamos cuando estábamos solos, pero la verdad es que ninguno de los dos sabía dónde meterse. Cada vez que Sabrae chocaba conmigo por culpa de sus amigas, se ponía colorada y musitaba por lo bajo una disculpa; cada vez que yo me chocaba contra ella por culpa de mis amigos, carraspeaba, musitaba una disculpa y le preguntaba si le había hecho daño, a lo que ella siempre respondía que no. Nuestros arranques de timidez ponían histéricos a nuestros amigos, que no entendían por qué estábamos tan cohibidos en presencia de ellos si los dos nos crecíamos contando las guarrerías que nos hacíamos por la noche una vez que nos separábamos.
               Supongo que Sabrae y yo estábamos hechos para la intimidad, y su presencia nos cortaba un poco el rollo.
               Creo que fue por eso por lo que, después de salir de una escape room, en la que el máximo de ocupantes podían ser cuatro, pero en el que entraron las amigas de Sabrae por un lado, los míos por el otro, y finalmente nosotros dos solos, simplemente desaparecieron.
               Cuando salimos finalmente a la calle, tratando de acostumbrarnos a la luz después de solucionar todos los acertijos en un tiempo récord (resultaba que se me daba bien eso de escaparme de sitios cerrados, y Sabrae era tremendamente lista incluso cuando estaba bajo presión), miramos en todas direcciones en busca de nuestros amigos. Incluso subí a Sabrae sobre mis hombros para que oteara entre el mar de capuchas, gorros de navidad y diademas con cuernos de reno en busca de las rastas de Jordan o el pelo afro de Bey. Y ni por esas conseguimos dar con ellos.
               -¿Qué hacemos?-me preguntó tras dejarla en el suelo, y yo me encogí de hombros. Le sugerí que buscáramos a los demás, y estuvimos así casi media hora, dando vueltas por el parque navideño sin ningún éxito. Regresamos a la entrada del complejo de las escape rooms y tratamos de llamarlos por teléfono, pero ninguno nos lo cogió.
               Cada vez había más y más gente, y yo veía a Sabrae algo angustiada, así que le sugerí que saliéramos a dar una vuelta por las cercanías del parque después de mandarles un mensaje a los demás, para que cuando terminaran de hacer lo que fuera que estuvieran haciendo, se pusieran en contacto con nosotros.
               -¿Y si quieren que volvamos a entrar?
               -¿Crees que querrás volver a entrar?-repliqué, tirando de ella para que una manada de mandriles que no hacían más que chillar no la arrollaran. Les grité qué cojones les pasaba y que miraran por dónde iban, y creo que me habrían roto la cara de no estar los guardias de seguridad demasiado cerca. Sabrae se pegó a mí, miró por encima de su hombro hacia la entrada, por la que cada vez pasaba más gente, y finalmente negó con la cabeza. Me dijo que quizá sería mejor que nos fuéramos y por toda respuesta yo la agarré de la mano con tanta fuerza que creo que le hice daño, y empecé a abrirme hueco en sentido contrario al aluvión de personas que querían hacer dos horas de cola para cinco minutos de noria.
               Pasadas las verjas del parque de atracciones y lejos de la marea de gente, Sabrae respiró aliviada y comprobó en su móvil que no le habían respondido a ningún mensaje.
               Levantó la mirada con preocupación y se encontró con mis ojos.
               -Uy. ¿No querrías subirte a nada más, verdad? Podemos… si quieres…
               -Estoy bien, bombón.
               -Ni siquiera te he preguntado si querías subirte a algo más. Perdona. Es que estaba un poco agobiada.
               -¿Un poco?
               -No me gustan los sitios tan llenos de gente. Lo paso bastante mal-me explicó-. No hacen más que empujarme y pisarme y… me agobio.
               -La gente es muy maleducada.
               -Es porque soy baja-sacudió la cabeza-. No me ven.
               -Pues ellos se lo pierden-respondí, colocándole un rizo detrás de la oreja y arrancándole una sonrisa. Sabrae apoyó la cara en la palma de mi mano y cerró los ojos. Agarró mi muñeca y me acarició el dorso de la mano con el pulgar, un suspiro de satisfacción escapándosele de los labios.
               -¿Quieres ir a algún sitio?-ofreció cuando se hartó del contacto de mi piel en su mejilla. Deseé que permaneciéramos así hasta que el mundo se desmoronara, o Londres fuera sepultada por una lluvia de ceniza y lava como había sucedido con Pompeya. La sola idea de permanecer así juntos, con mi mano en su rostro y la suya en mi muñeca, durante el resto de la eternidad, aunque fuera compuestos de piedra, bastaba para seducirme lo suficiente como para negarme una escapatoria a la catástrofe que nos enterrara. Porque no había mayor catástrofe que tener que separarnos.
               Asentí despacio con la cabeza y caminé a su lado sin atreverme a darle la mano en dirección contraria a la que tomaban la mayoría de los peatones, que se veía que querían ir al parque de atracciones. Aunque me moría por reclamarla de esa manera sutil que era cogerle la mano, no quería invadir su espacio. Anoche habíamos hablado mucho, poniendo de vuelta en su sitio las cosas que la conversación de por la mañana había descolocado, pero los límites que Sabrae quería imponernos no habían entrado en la charla y yo sentía que debía respetarlos.
               La forma más rápida de hacerse digno de una mujer es cumplir todos sus deseos, por mucho que a ti te apetezca saltarte los límites que ella decida imponeros.
               Fuimos andando en silencio, mirándonos de vez en cuando para asegurarnos de que no habíamos cambiado sin querer de compañero de paseo, y atravesamos pasos de cebra, sorteamos puestos de manzanas de caramelo, algodón de azúcar y llaveros, hasta llegar a un terreno recubierto de la duradera escarcha de la mañana. En el otro extremo del parque por el que paseaban familias, ancianos, perros y palomas, había un desfile de sombras recortadas contra los últimos rayos de sol, que teñían el cielo de un degradado naranja.
               Y, en uno de los parterres de césped, un pequeño ejército de cúpulas que reflejaban la luz como si la emitieran ellas mismas esperaban tranquilamente una nueva invasión. Sabrae y yo nos miramos un momento, como asegurándonos de que veíamos lo mismo.
               Los iglús.
               No nos lo pensamos dos veces; avanzamos hacia la cola casi al trote y esperamos con impaciencia a que llegara nuestro turno para coger las fichas en taquilla. Yo había sacado el móvil y Sabrae rebuscaba en su bolso con nerviosismo, comprobando la tabla de precios y preguntándose en voz alta si habría algún tiempo límite al uso de los iglús. Puede que creyera que estaba intentando contactar con Jordan, decirle dónde estábamos y quedar con él a una hora determinada, cuando no era así. Estaba tratando de averiguar si Rufus trabajaba ese día y si podía colarnos en un iglú que cerráramos nosotros. No tenía pasta como para conseguirlo por mí mismo, pero me conocía lo suficiente como para saber que no sería capaz de salir de aquel minúsculo paraíso si no era porque me echaran para cerrar.
               Por fin nos tocó el turno de pedir las entradas, y yo deposité un billete de veinte libras, calculando para cuánto nos daría eso, cuando la taquillera nos saludó con amabilidad. Nos tendió una única ficha y me devolvió dos libras y cincuenta, y yo me desinflé. No me había fijado en la tabla de los precios ni ahora ni cuando habíamos ido la primera vez, pero no me esperaba que fuera tan…
               Sabrae interrumpió el tren de mis pensamientos basculando su cartera encima del mostrador de la taquilla. Apartó los peniques a un lado para volver a guardarlos, y sacó un puñadito de billetes de cinco libras arrugados, que dejó al lado de la ficha que ya habíamos conseguido, la cara de la reina Isabel II hecha un Cristo. A la pobre mujer no le sentaba bien que la doblaran como si fuera un acordeón.
               Sabrae se volvió para mirarme y me dedicó una sonrisa inocente.
               -¿Te parece bien?
               En una situación normal yo habría protestado muchísimo. Odiaba que me invitaran salvo si era a comida, y porque yo tendría la ocasión de devolver más tarde el favor. Los chupitos y resto de bebidas que Jordan nos procuraba los fines de semana no contaban porque, aunque sí que le suponía un gasto, técnicamente no sacábamos dinero de su bolsillo, sino que él simplemente dejaba de ingresarlo.
               No había empezado a trabajar en cuanto llegué a la edad legal para hacerlo por vicio: me gustaba ser independiente en ese sentido y no tener que pedirles pasta a mis padres. No es que nos costara llegar a fin de mes, pero si yo tenía mi propio sueldo no tenía que darle explicaciones a nadie. Y eso me ayudaría a aprender a administrarme la pasta para cuando me fuera a vivir yo solo.
               Pero aquello no era una situación normal. Había salido con el dinero justo para pasármelo bien con mis amigos subiendo a atracciones y tratando de no echar la pota cuando nos bajáramos; tenía pensado cenar en casa, así que no necesitaría más de cincuenta libras.
               Y luego me había encontrado con Sabrae y, cuando me había querido dar cuenta, ya estaba planeando las vacaciones que nos daríamos con nuestros hijos en las Fiji después de que estos se graduaran de la universidad.
               -Me parece genial-le respondí, prometiéndome a mí mismo que la invitaría a algún sitio bonito en cuanto cobrara a final de mes. En un sitio caro. En uno de esos sitios a los que tienes que ir con corbata, porque si no el maître te invita muy amablemente a ir a tomar por culo.
               La taquillera terminó de contar el dinero que le dio Sabrae y nos tendió un nada despreciable montoncito de fichas que Sabrae me metió en el bolsillo, seguramente para no herir mi orgullo de macho neandertal que tiene que procurarle el alimento a su hembra.
               O puede que lo hiciera para así tener una excusa para darme la mano por dentro de mis pantalones. No me la soltó cuando la saqué. Ni cuando nos miramos. Ni cuando nos sonreímos. Ni mientras dábamos pasos de duende a medida que iba avanzando la gente. Ni cuando una chica con cola de caballo y una linterna vino hacia nosotros y nos llevó hasta nuestro iglú.
               Ni siquiera me soltó cuando entramos y tuvimos que meter las fichas dentro de la máquina que contaba el tiempo. Hicimos malabares para que mi mano izquierda llegara al bolsillo derecho de mi pantalón, hasta que ella se cansó de que hiciera el bobo y, entre risas, metió la mano en mis pantalones y sacó las fichas. Las fuimos metiendo una a una, y cuando el contador nos indicó que teníamos para tres horas de vídeos, Sabrae volvió a abrir la cartera con la intención de meter 2.50 libras para poder seleccionar los vídeos e incluso conectar los altavoces a nuestra cuenta de Spotify.
               -A esto invito yo-le dije, adelantándome a ella y metiéndole el cambio de la ficha que había comprado a la máquina con el cable de conexión a mi móvil. Se abrió una pequeña compuerta y dejé el teléfono enchufado. Me senté en el suelo y abrí Spotify-. ¿Qué quieres escuchar?
               -A ti-respondió-. Gimiendo.
               Me volví hacia ella. Se había quitado el abrigo, que había dejado caer al suelo. Llevaba unos pantalones de cuero negros que brillaban con tonos azulados por culpa de la animación el techo de un cielo estrellado. En vez de una cremallera y un botón, tenían un cordón que se anudaba por delante del mismo material, en el que Sabrae había hecho un nudo doble que yo me moría por deshacer.
               Y en la parte superior tenía un jersey granate, fino, en el que se le marcaba la tela del sujetador, que era de encaje. Me puse como una moto ya viendo las pequeñas ondulaciones que hacía la ropa interior en sus pechos, y más aún cuando me di cuenta de que el jersey tenía un nada desdeñable triángulo justo en el escote que me ofrecía una vista de su canalillo que, de haber estado en el exterior y poder verla bien, habría hecho que me abalanzara sobre ella a devorarle las tetas como si fuera un caníbal famélico.
               Me levanté como un resorte y a la misma velocidad me abalancé sobre ella. La agarré de la cintura y la pequé a mí mientras una música a la que ninguno de los dos hizo caso comenzaba a sonar en los altavoces, tan suave que no se escuchaba por encima de mis gemidos. Sabrae me clavó las uñas en los bíceps y jadeó cuando yo la agarré del culo y la pegué contra mí, frotando su entrepierna contra mi erección. Dejó escapar un suave “sí” que hizo que perdiera la razón.
               Olvídate de Nochevieja. Vamos a follar ahora.
               Sabrae me quitó el jersey y lo lanzó hecho una bola hacia un extremo del iglú. Chocó contra una de las paredes, cruzándose en la trayectoria de una estrella fugaz, y empezó a desabotonarme la camisa que llevaba debajo. Me la quitó con rabia, pasándome las manos por los hombros, y la camisa cayó al suelo con un ruido sordo que ninguno de los dos escuchó.
               Le quité el jersey y ella se estremeció con el contacto de mis dedos en su piel. Le pasé la uña por la columna vertebral y se volvió, literalmente, loca. Se puso de puntillas para comerme la boca como si yo fuera lo único comestible en kilómetros a la redonda, su lengua invadiéndome de una forma que era obscena incluso para mí, y sus manos volaron a mis pantalones.
               Me desabrochó la bragueta y tiró de ellos hacia abajo para poder liberar mi erección. Sonrió en mis labios cuando yo jadeé, sintiendo la presión de sus dedos (un poco fríos para mi gusto, pero oye, cuando te están empezando a hacer una paja la temperatura es el menor de tus problemas) alrededor de mi miembro. Lo recorrió con la mano y se relamió. Tiró de mis pantalones un poco más hacia abajo, ayudándose con las rodillas y los pies, y yo vi en ésa la oportunidad que estaba esperando.
               Con la mano de Sabrae en mi erección y su boca en la mía, mis manos fueron hacia sus pantalones y le desabrocharon el cordón. Mi mano se coló en su entrepierna, entre sus bragas, haciendo que los dos soltáramos un gemido: ella, porque le gustaba lo que le estaba haciendo, y yo, porque estaba mojadísima. Estaba seguro de que, si la penetraba ahora, con mi polla en pleno apogeo, no le haría daño. Parecía más excitada incluso que yo.
               Necesitaba probarla.
               -Dios mío…-jadeó.
               -No-contesté. De Dios nada. Esto se lo estaba haciendo yo, no Dios-. Tu Alec.
               Me quité los zapatos de un puntapié, salí de los vaqueros, me separé un segundo de ella para mirarla los ojos, y extraje mi mano de sus bragas. Sabrae me miró a través de la película de placer que le nublaba la vista, sin entender cuál era mi intención… hasta que me puse de rodillas frente a ella.
               Me postré para adorar a mi diosa, sintiéndome afortunado de que me hubiera elegido a mí para ser el primero en idolatrarla. La agarré otra vez del culo y la obligué a dar un paso hacia mí. Le mordisqueé la tripa, porque no llegaba a sus pechos aún ocultos tras su sujetador de encaje a juego con sus bragas (vale, puede que yo hubiera tardado en adivinar que nuestros amigos querían juntarnos porque necesitaba verla para confirmarlo, pero Sabrae ya había sabido que nos íbamos a ver esa tarde en cuanto sus amigas le dijeron que fuera con el pelo suelto), sonriendo y acariciándome cada vez que ella se estremecía.
               -Vas a ser mía-le dije, tirando de los cordones de sus pantalones para estirarlos lo suficiente como para que ya no le cubrieran las caderas. Acariciaron su piel mientras caían, poniéndome celoso. Ellos estaban siempre en contacto con ella, y yo no lo estaba casi nunca. Aquello no era justo.
               Sabrae sacudió la cabeza.
               -No puedo ser de nadie.
               -Sé mía-repliqué, dando un mordisquito cada vez que hablaba-. Sé mía. Sé mía. Sé mía.
               -No-jadeó, negando con la cabeza, y echándola atrás cuando tiré suavemente de la tela de sus bragas. Me detuvo un instante-. Alec…
               -¿Sigues con la regla?
               -No lo sé. He dejado de sangrar esta mañana, pero…
               -Guay-respondí.
               -No quiero mancharte-jadeó, y no se lo creía ni ella. Estaba tan cachonda que me dejaría comerle el coño estuviéramos en el día de su ciclo que estuviéramos. Y yo estaba tan cachondo que se lo comería estuviéramos en el que estuviéramos.
               -Pues tenemos un problema, nena, porque tú siempre me manchas, aunque sea sólo un poco-respondí, y ella se mordió el labio y dejó de luchar contra mis manos. Salió de sus bragas y yo le desanudé los cordones de sus botas de tacón-. Y a mí me encanta. Eres lo más delicioso que he probado en mi vida. Vas a ser mía dentro de este iglú-le aseguré, y ella negó con la cabeza.
               -No puedo ser de nadie.
               -Juguemos a algo-respondí, haciendo que mi boca descendiera de su ombligo hasta su monte de Venus. Tenía mi cara a la misma altura que su sexo, y me estaba costando la vida no zambullirme en el aroma a excitación que manaba de ella-. Yo hago que te retuerzas, te grites, y te corras. Si en algún momento gritas “sí”, serás mía. Sin posibilidad de cambiar de opinión más adelante-le separé las piernas y me quedé mirando su sexo palpitante, ansioso. Sentí que se me hacía la boca agua.
               -¿Y si nunca grito “sí”?-gimió ella, estremeciéndose ante el contacto de mis dedos. La miré desde abajo, con la boca tan cerca de su vulva que, cuando hablé, a Sabrae le recorrió un escalofrío, mi aliento entrando en lo más profundo de su interior.
                -Habrá segundo asalto. Y segundo. Y tercero. Hasta que grites sí, o te desmayes.
               -Yo no me desmayo fácilmente-me retó-. Ay, madre mía…-añadió por lo bajo cuando mis dedos exploraron su anatomía, deteniéndose y prestándole especial atención a nuestro mejor amigo: su clítoris.
               -Ni yo me rindo nunca, bombón.
               La cogí de los glúteos y la empujé de modo y manera que me fuera imposible moverme sin causarle placer. Tenía mi cara entre sus piernas, mi nariz en ese pequeño bultito que tan loca la traía, mis labios en los suyos y mi lengua buceando en lo más profundo de su sexo. Sabrae me clavó las uñas en la cabeza, resistiéndose a que me alejara de ella (como si fuera hacerlo. Hay dos cosas que soy incapaz de parar de hacer una vez que empiezo: comer y follar, y comer un coño es hacer ambas al unísono), y empezó a jadear y a gemir por lo bajo, hasta que yo le pasé una pierna sobre mi hombro y saqué mi lengua de su interior, para centrarla en su clítoris, mientras con dos dedos le masajeaba la vagina.
               Sabrae empezó a chillar, a decirme que no parara, que ni se me ocurriera parar, Dios mío, qué bien lo hacía, Alec, sigue, Alec, por favor, sigue, Alec, no pares, Alec…
               Alec, .
               Sonreí y me separé un poco de ella, que siguió agitando las caderas inconscientemente un momento más. Mis dedos aún estaban dentro de ella, haciendo presión, volviéndola loca.
               -¿Qué acabas de decir?
               Sabrae me miró desde abajo, impresionada.
               -Ha sido involuntario. No se volverá a repetir.
               -¿Al mejor de tres?
               -Ni se te ocurra.
               -¿De cinco?
               -Eso está mejor.
               Me eché a reír, asentí con la cabeza, la agarré de las caderas y tiré de ella para sentarla sobre mi cara. Me quedé tumbado con ella a horcajadas encima de mí, montando mi boca como si fuera un caballo salvaje al que había que domar, y no pude soportarlo más. Ahora que tenía las manos libres, era el momento de darme placer a mí mismo. Me sentía a reventar, bebiendo de ella como si fuera un nómada del desierto que se ha perdido durante una semana y que milagrosamente encuentra agua a una hora de morir de sed.
               Me di placer a mí mismo mientras se lo daba a ella, centrado en lo deliciosa que estaba y las ganas que tenía de probarla (¿hacía cuánto que no lo hacía? ¿Desde la última vez en aquella mesa de billar, quizá?), en las ganas que ella tenía de aquello, en cómo nos estábamos follando sin necesidad de penetración…
               Sabrae empezó a contraerse y trató de apartarse de mí. Ah, no. Ni de coña. No vas a alejarte de mí ahora que mejor sabes.
               Cómo odiaba esta costumbre de las mujeres de tratar de apartarse de ti cuando se corrían. Era superior a mí.
               La sujeté por las caderas y ella se dejó caer hacia delante. Pronunció mi nombre mientras su cuerpo se abandonaba a su placer y dejaba de pertenecerse a sí misma para hacerlo un poco a mí. Se retorció, se contrajo y se expandió, se echó a temblar mientras surcaba los cielos y llenaba mi boca de ese néctar de los dioses que tanto me gustaba probar, especialmente si era el suyo.
               Cuando terminó, se irguió lo justo para quedar ligeramente sentada sobre mi pecho. Le di un beso en la cara interna de la rodilla y ella soltó una risita. Me miró, mordiéndose el labio.
               -Te he echado de menos.
               Sonreí, complacido, le acaricié la piel y le guiñé un ojo. Saltó mi pecho y gateó hasta quedarse tumbada a mi lado, me dio un beso en la mejilla, y luego buscó mi boca.
               -Espera-susurró-. Yo termino.
               Una de sus manos recorrió mi pecho como un ciego que lee en braille. Cerré los ojos mientras ella me mordisqueaba el cuello y me pasaba el otro brazo por debajo de la cabeza, atrayéndome hacia sí. Su mano llegó a mi miembro y yo separé la mía para dejarle que hiciera conmigo lo que quisiera.
               -Sé mío-me susurró al oído, tras lo cual me mordisqueó el lóbulo de la oreja. Su mano se cerró en torno a mi erección y comenzó a acariciarla arriba y abajo, lentamente.
               -Vale.
               Sabrae se echó a reír en mi oreja, claramente el mejor sonido del mundo. Nadie se ponía de acuerdo en cuál era la mejor canción que había hecho su padre; eso era porque no habían escuchado jamás a Sabrae reírse así. Ella era la obra maestra de Zayn.
               -Se supone que tienes que oponer un poco de resistencia.
               -¿A ti? Imposible.
               Sabrae rió de nuevo. Siguió besándome en el cuello, subió por mi mandíbula, y cuando yo busqué su boca y la atraje un poco hacia mí, no se quejó. Continuó acariciándome tan despacio que pensé que me volvería loco, pero lo mejor de todo es que ni siquiera podía quejarme. A pesar de que me había encantado la rabia con que me había masturbado mientras le daba placer a ella, corriendo hacia las estrellas con la esperanza de alcanzarla y llegar a la vez, lo cierto es que ahora estaba disfrutando incluso más. Me gustaba el cuidado con el que ella me tocaba, como si temiera hacerme daño. Me gustaba la falsa seguridad que transmitía, queriendo hacerme ver que había hecho eso más veces de las que lo había hecho realmente para que yo no tuviera dudas ni miedo.
               Me gustaba que me lo hiciera ella más de lo que me gustaba hacérmelo yo, a pesar de que yo me conocía como nadie más lo hacía, porque con ella todo era diferente. Era más importante. Más especial.
               No tenía que apresurarme para llegar a las estrellas; sus manos eran las estrellas.
               ¿Sabes todas esas gilipolleces que dicen en las películas que les gustan a las tías sobre que en cuanto tocas a la persona de tu vida, con la que se supone que vas a estar siempre, que está destinada a ti, la persona a la que tú estás destinado, lo sabes en ese instante?
               Pues resulta que no son gilipolleces.
               Lo había sentido en mi propia piel en el momento en que la toqué como sólo un chico toca a una chica, pero no había querido verlo hasta ahora. Me alegraba muchísimo de haberlo hecho así. También me alegraba muchísimo de haberme dado cuenta entonces, de haberlo encontrado entonces, y no cuando era pequeño y no podía apreciarlo.
               Me alegro de que no me pasara como les pasó a Scott y Tommy, que cuando lo sintieron eran tan pequeños (seis meses tenía el primero, un día el segundo) que eran incapaces de recordarse.
               Yo no quería olvidarme nunca de la sensación de estar tirado en la cama, pensando en sólo el roce de tus manos sobre su cintura, y pensar “joder, de esto está hecho el universo”. Y quiero pasarme el resto de mi vida haciendo universos con ella.
               Y eso era lo que Sabrae estaba haciendo conmigo: crear universos.
               Todo mi cuerpo se tensó y traté de separarme de ella. No podíamos cometer el mismo error otra vez, pero ella estaba decidida a que nada se interpusiera entre nosotros.
               -No te alejes de mí-me pidió, y siguió acariciándome hasta que mi mente se puso en blanco, e incluso entonces no paró. Sus ojos surfearon por mi cuerpo hasta ese lugar en que sus dedos estaban afanados, y contempló con curiosidad cómo yo terminaba, bastante más tarde que ella. Puede que fuera entonces cuando terminara de decidir que merecía la pena arriesgarse conmigo, perder el tiempo conmigo.
               Le cogí la mano que tenía debajo de mi cabeza y eso atrajo su atención.
               -Nunca-le prometí, besándole la cara interna de la muñeca, donde las venas podrían llevarse mi cariño por todo su cuerpo, para que jamás tuviera frío. Ahí era donde debía estar: tirado junto a ella, con nuestras caras tan cerca que notábamos el rubor de nuestras mejillas en la piel del otro, las miradas enredadas y las manos unidas, como siempre deberían permanecer. Nunca había sentido algo así, esa sensación de pertenecer al momento, al lugar y a la persona con la que estaba, como me estaba sucediendo ahora con Sabrae. Y el hecho de que ella sintiera lo mismo que yo me parecía un capricho del destino tan aleatorio que tenía que ser una equivocación.
               Todos mis defectos, ella los volvía virtudes. Yo no hacía más que decir gilipolleces (como aquella vez en la entrevista de trabajo de Amazon en la que dije que una de mis aficiones era ver porno), pero a ella le encantaban. No la exasperaban como sucedía con los demás. Con ella no tenía que morderme la lengua, y no tenía que dejar de decir las cosas que decía, porque aunque pensara “joder, Alec, eres gilipollas, ¿por qué dices esto?”, ella se reía y le gustaba lo que le decía y cómo lo decía, y le gustaba que no lo pensara antes de decirlo, que fuera sincero. No podía meter la pata con ella, simplemente no podía.
               Y cuando llevas toda la vida metiendo la pata, encontrar a alguien con quien es imposible equivocarte es como encontrar la fuente de la eterna juventud.
                -¿Qué?-susurró en tono suave, como si acabáramos de declararnos en lugar de echar un polvo bestial. Como si mi boca no supiera a su placer y mi abdomen no estuviera manchado con el mío.
               Negué con la cabeza.
               -Nada-jugueteé con su melena-. Estaba pensando.
               -¿En qué?
               -Soy afortunado de tenerte.
               Sabrae sonrió.
               -Y yo de tenerte a ti.
               -Te mereces a alguien mil veces mejor que yo.
               -No lo hay. Y aunque lo hubiera, no lo quiero. Te prefiero mil veces a ti sobre cualquier otra persona, Al.
               Te prefiero mil veces a ti sobre cualquier otra persona, Al.
               Ya tengo epitafio.
               Sabrae se inclinó y me dio un suave beso en los labios.
               -Tengo que pedirte perdón.
               -¿Por qué? No has hecho nada.
               -No, sí que lo he hecho. La he jodido contigo. Te merecías que todo fuera bonito y especial, como tú. No te merecías que ayer reaccionara como lo hice. Que te dijera las cosas que te dije.
               -No pasa nada, Alec, de verdad.
               -No, Sabrae, sí que pasa.
               -Sé que no querías decir las cosas que dijiste para hacerme daño. Aunque dijeras algo feo, yo no me lo he tomado al pie de la letra. Sé lo que sientes por mí. Y sé que sabes lo que yo siento por ti.
               -Es que es precisamente por eso por lo que me estoy disculpando. Te dije cosas feas por el calentón, vale, pero también te dije cosas bonitas en un tono que las hacía dolorosas. Siento haberte dicho que te quería como te lo dije-me incorporé un poco hasta quedar acodado, mirándola-. No te lo merecías. Te merecías que te lo dijera en un momento precioso y especial, no como un ataque.
               -Ahora es un momento precioso y especial-contestó, desnuda en la penumbra a mi lado, con sólo su sujetador tapándola un poco. Tenía razón. Aquel era un momento bueno como cualquier otro y, desde luego, mejor que el que había elegido para decírselo por primera vez. Sabrae conocía mis sentimientos y yo sabía que lo hacía, pero no por ello iba a privarme del lujo que suponía verle la cara cuando los expresaba en voz alta.
               -Te…-empecé, pero me cortó.
               -Espera-me detuvo, y yo me la quedé mirando, estupefacto, mientras se ponía en pie, buscaba sus bragas, se las ponía dando saltitos y corría hacia su bolso. Sacó un paquete de pañuelos, se limpió por entre los muslos, y luego me limpió a mí el semen que brillaba en la oscuridad sobre mi vientre. Lo hizo una bolita y buscó una papelera.
               -No hay…
               -Creo que la gente no suele generar basura cuando entran aquí-respondí, alzando una ceja, sencillamente alucinado de que ella se pusiera a limpiar cuando yo estaba a punto de repetirle que la quería.
               -Pues qué poco previsores-chasqueó la lengua y negó con la cabeza. Lo tiró al lado de su bolso, cogió una manta del suelo y se dejó caer encima de mí, arrancándome un gemido de dolor y recompensándome con un beso a modo de disculpa-. Disculpa la interrupción. Ya puedes.
               Abrí la boca para hablar, pero ella siseó. Me cogió la mano y la puso en su mejilla, cerró los ojos un momento, disfrutando de la calidez de mi contacto y, cuando los abrió, sonreía.
               -Vale. Ahora sí.
               Incliné la cabeza hacia un lado y le dediqué mi mejor sonrisa torcida.
               -Sabrae Malik-pronuncié, y ella alzó las cejas-. ¿De verdad te has levantado y te has asegurado de que todo esté a tu gusto para cuando te lo diga?
               -Soy una persona exigente. Y quería que estuviéramos acurrucados-me guiñó un ojo y yo me eché a reír-. Venga, Al. Soy una chica algo impaciente.
               Hundí los dedos en su pelo, que mi mano había apartado hacia un lado, y la miré a los ojos.
               -Te quiero-pasé las yemas de mis dedos por las raíces su pelo; sus rizos me hacían cosquillas en el antebrazo. Ella abrió la boca, pero yo la sacudí-. Y no debes sentirte obligada a decírmelo ahora. Puede ser ahora, o mañana, o nunca. Yo sé que lo haces. Puedo verlo, y con eso me basta.
               Sabrae torció la boca, juguetona, pensando su siguiente movimiento, y finalmente sentenció:
               -Te lo diré cuando no tenga otra cosa que decirte.
               -Vale. ¿Ahora quieres decirme alguna cosa?-pregunté, y ella se echó a reír, asintió con la cabeza, tragó saliva y me miró a los ojos.
               -Alec Whitelaw. Gracias por esta preciosa segunda oportunidad-me acarició el pecho, sus dedos bailando sobre mi piel como si fueran patinadores sobre hielo en una pista olímpica, en una final en invierno. Tal cual se deslizaban, como si estuvieran hechos para recorrerme, diría que Sabrae sería capaz de ganar el podio completo: bronce, plata y oro-. Te prometo que será mejor que la primera.
               -No creo que eso sea posible, nena-sacudí la cabeza, mis dedos cada vez más enterrados en su melena. Ella asintió, afianzó un poco su posición encima de mí, y me pasó un dedo por los labios. Le agarré la mano y le di un beso en la yema de los dedos.
               -Quiero hablar contigo. No pongas esa cara. No es nada malo. He estado pensando acerca de lo que te dije ayer.
               -¿Vas a cambiar de opinión?
               -De momento, no. Y, aunque también estuve meditando sobre eso, la verdad es que no es a lo que más atención presté por la noche, después de hablar contigo-tomó aire y lo dejó escapar en un suspiro agotado-. He estado pensando mucho en nuestros límites, y…-dejó la frase en el aire, buscando las palabras, y yo por un momento me vi cayendo al vacío sin posibilidad de remontar el vuelo.
               Ya estaba. Había decidido que la relación física tendría demasiado impacto en la emocional, y ella no podía permitirse enamorarse de alguien como yo, así que ahora me diría que lo mejor sería que dejáramos lo nuestro en una amistad y nada más.
               A mí no me bastaría, pero me conformaría con lo que ella quisiera darme. Un amor platónico con Sabrae era bastante más de lo que había aspirado a tener en toda mi vida. Además, la verdad es que encajaba con ella. Nadie podría adorarla como ella se merecía, con la idolatría más absoluta. Puede que estuviera hecha para ser el objeto de un millón de amores platónicos, y yo hubiera tenido la suerte de ser el primero y el último que probaría su cuerpo antes de que ella decidiera consagrarse a su propia divinidad.
               -¿Te gustaría que tuviéramos más?-la animé, y ella frunció el ceño y sacudió la cabeza. No voy a decir que me encantó no tener razón.
               Pero me encantó no tener razón.
               -No. Claro que no. Todo lo contrario. He sido… muy cobarde, pidiéndote todas esas cosas. ¿Nada de acompañarme a casa, nada de ir de la mano, nada de ser la cita por defecto en las fiestas y demás?-puso los ojos en blanco e hizo una mueca de disgusto-. Quiero buscarte-me puso una mano en el corazón, aunque creo que no lo hizo a posta, pero a éste no le importó: empezó a latir desbocado, más aún de lo que ya estaba, teniéndola tan cerca, con tan poca ropa, tan encima de mí-. Quiero ir a los sitios y decepcionarme porque me hayas dicho la verdad y que no estés en ellos. Quiero intentar convencer a mis amigas de salirnos de la ruta de siempre sólo por verte cinco minutos. Quiero llevarte a cosas que sean importantes. Quiero que seas parte de mi vida, Alec, y que yo lo sea de la tuya. Quiero que me busques entre la gente y vengas hacia mí nada más verme. Quiero que te apetezca estar con otras chicas y que tengas que evocar mi recuerdo para decidir si me esperas o te vas con ellas. Quiero…
               -No voy a irme con nadie. No podría, aunque quisiera.
               Sabrae sonrió, y su mano me acarició la muñeca.
               -Quiero llevarte a casa y que tú me lleves a la tuya. Quiero estar borracha como una cuba y darles el coñazo a mis amigas como tú lo haces con tus amigos. Quiero verte en nuestro sofá blanco del cuarto morado, en nuestro banco del parque, en este iglú, en tu cama o en la mía. Quiero quitarme la ropa para ti y que tú te la quites para mí. Olvídate de todo lo que te dije ayer. No quiero que te cortes en nada. Quiero que sigas siendo tan auténtico e impulsivo como has sido siempre. Lo quiero todo contigo, absolutamente todo: flores, corazones, cenas, mimos, y también sexo. Mucho sexo.
               Solté un bufido, porque tengo un don para cargarme los momentos románticos…
               … y porque me pondría a llorar como un puto crío si Sabrae seguía diciéndome esas cosas. Me estaba revolviendo por dentro. Hacía que todo lo que había creído saber ayer se desintegrara y fuera una estupidez. ¿Cómo podía haber dudado de ella, de sus sentimientos, de si merecía la pena esperarla? Ni cuando llevara diez años muerto habría pasado el tiempo suficiente como para que el fuego de lo que sentía por ella se apagara.
               -Menos mal que lo has aclarado, ya pensaba que eso se iba a acabar.
               Sabrae se echó a reír. ¿Recuerdas lo que dije sobre que no puedo meter la pata con ella? Eso es porque es verdad. Incluso cuando hiciera las cosas mal, incluso cuando la cagara de una forma apoteósica, Sabrae simplemente no me permitiría meter la pata. Todas las cosas que yo dijera no podrían hacerle daño, porque sabía que no iban por cambiar de tema. No lo hacía con maldad. Era parte de mí ser así de payaso.
               -No quiero que se acabe. Jamás lo querré-me puso el dedo índice bajo la mandíbula para mirarme. Me pregunté por qué todas las culturas importantes tenían una figura masculina como dios principal, desde los egipcios hasta la cristiana, cuando no hay nada más imponente que la mirada cargada de amor de una mujer que se te está declarando, desnuda sobre ti-. Quiero una infinidad de cosas contigo. Y ninguna es perderte.
               Ninguna es perderte.
               Ninguna es perderte.
               Ninguna.
               Es.
               Perderte.
               Me mordí el labio. Sobre nosotros pasó una estrella fugaz, creo que la encargada de hacer ese deseo mío realidad. Parecía el director de una obra de teatro que termina la noche de su estreno con lleno absoluto y todo el público en pie, que sale a escena para recibir el ramo de flores de su elenco y admiradores y hace una reverencia que recoge todo el crédito. Gracias.
               -Sabrae…
               Ella me cogió la cara entre las manos, me dio un beso en los labios y dejó nuestras mentes juntas. Tenía los ojos cerrados.
               -Actúa como te salga, Al. Como necesites para no marcharte. Dime todo lo que quieras, hazme todo lo que quieras. Sé mi novio en funciones hasta que esté lista para decirte que sí.
               Vale, pues la estrella fugaz no estaba allí de paseo para que yo le diera las gracias. Todavía no me había cumplido ese deseo.
               Aunque había algo en su frase que me dio una renovada esperanza. Hasta que esté lista para decirte que sí.
               Sabrae me estaba dando tiempo para que yo me pusiera a su altura. Para ello, yo tendría que escalar la cima más alta del mundo. Incluso así, me habría sido imposible alcanzarla donde estaba, por encima de las nubes, pero yo no había contado con algo: si ella tenía alas, si podía volar… también podía aterrizar.
               Podríamos encontrarnos en el techo del mundo y estar juntos allí.
               Yo necesitaba tiempo para escalar, y ella, para descender. Estaba dispuesta a hacer del cielo su techo, en lugar de su suelo. De sus pies, sus sostenes, en lugar de un adorno.
               -No supone nada-le dije, y ella abrió los ojos y me miró-. Es sólo una palabra. No debes tenerle miedo. No va a cambiar absolutamente nada entre nosotros el hecho de que te refieras a mí como tu novio en lugar de como tu amigo especial, o lo que sea que utilices para pensarme. Escucha-me incorporé un poco, clavando los codos en el suelo-, sé lo que te preocupa. Los tíos somos unos gilipollas en el tema de las relaciones. Lo admito. Somos capaces de ir detrás de una tía meses, le prometemos cielo y tierra, y cuando la conseguimos, hablamos de ella como si fuera una especie de contrato que hemos firmado para aburrirnos durante quién sabe cuánto tiempo. Yo no soy así. Jamás hablaré de ti así con mis amigos, ni te trataré con el cansancio con el que lo hacen los demás.
               -Sé que sí.
               -Pues, si lo sabes, ¿qué es lo que te preocupa? Porque te juro que será en vano, Sabrae. No te lo he pedido por aburrimiento. Te lo he pedido porque me hace ilusión. Y ya me estás dando todo lo que ello conlleva, así que, ¿qué te da tanto miedo de esa palabra para que te niegues a usarla conmigo?
               Sabrae se mordió el labio.
               -A mí también me hace ilusión usarla, pero…-parpadeó-. Entiéndeme, Al. Estamos en una situación de mierda-se quitó de encima de mí y se quedó sentada a mi costado. Me incorporé hasta quedar sentado frente a ella.
               -¿Por qué?
                ¿Es que alguien le había dicho algo sobre mí?
               Se me encogió el estómago cuando un nombre pasó por mi cabeza. Scott. Sólo él tenía el poder de convencer hacer cambiar de opinión a Sabrae sobre algo y me conocía lo suficiente como para tratar de interceder, o no, por mí. Aunque no creía que fuera capaz de ello, la verdad es que me daba terror que Scott le fuera a su hermana con el cuento de que no me diera más alas.
               No, no era propio de Scott.
               No, Scott no lo haría.
               No, Scott intercedería por mí, no contra mí.
               Tenía que ser otra cosa.
               Sabrae tragó saliva y me sacó de mis pensamientos. Estaba al borde de las lágrimas. Joder. La había visto llorar más esos dos meses que en toda su vida, tiernísima infancia incluida. Sabrae nunca había sido uno de esos bebés que lloran por nada. Podía contar con los dedos de una mano, y aun así me sobrarían, las veces que había presenciado algún llanto suyo de bebé.
               Puede que por eso no quisiera ir a más. Puede que no quisiera darme más poder para hacerle daño.
               -Saab. Mi niña. No llores. No te preocupes-la atraje hacia mí y la acuné contra mi pecho, y Sabrae cerró los ojos. Todavía no había derramado la primera lágrima, pero ya le costaba respirar-. No pasa nada, de verdad. No tienes por qué darme una respuesta ahora. No te preocupes-le besé la cabeza y ella me abrazó los brazos.
               Negó con la cabeza.
               -Quiero decírtelo, pero… es que me da miedo de lo que pueda pasar.
               -¿Miedo? ¿Yo te doy miedo?
               Sabrae se separó de mí y me preguntó, de repente muy seria:
               -¿Cómo no vas a darme miedo, Alec, si eres la única persona que puede hacerme daño de forma que jamás me podría curar?
               Me quedé sin aliento, mirándola. Había una fiera determinación en sus ojos, a pesar de su aspecto frágil. Era como el cristal, que era tremendamente duro y, a la vez, con el menor golpecito se rompía en mil pedazos.
               Y, como una figura de cristal, también era muy hermosa.
               La entendía, a pesar de todo. A pesar de que sabría que daría mi vida antes de hacerle daño, que estaba dispuesto a morir defendiéndola… entendía que no quisiera ir a más, si en el fondo pensaba que yo podía herirla. En cierto sentido, tenía razón: yo tenía un poder sobre ella que nadie más tenía, igual que ella lo tenía sobre mí.
               -Necesito algo a lo que agarrarme-murmuró.
               -Yo puedo ser ese algo-respondí porque, ah, sí. Soy terco como una mula.
               Puede que eso fuera un defecto que debería esforzarme en corregir, pero… a los 17, no te apetece tratar de cambiar tu forma de ser, especialmente si ésta te ha llevado hasta un iglú con una chica increíble como lo era Sabrae.
               -¿Y qué va a pasar cuando no estés?
               -Yo voy a estar siempre, Sabrae.
               -Eso no es verdad-se echó a reír con amargura y sacudió la cabeza-. Eso no es verdad.
               -¿Piensas que te lo digo por regalarte los oídos?
               -No. Pero… yo te necesito de todas las formas en que una chica puede necesitar a un chico, Alec. Y una de ellas es física. Sabes que yo lo soy mucho. Me gusta tocarte, olerte, verte. Sentirte a mi lado, o dentro de mí. Y va a haber una época en la que no te voy a tener de ninguna forma. Sólo tendré mis sentimientos por ti, y eso es muy solitario. No estoy acostumbrada a estar sola.
               Fue entonces cuando caí. El voluntariado. Estaría un año fuera de Inglaterra, en África. Lejos de mis padres, de mis amigos, de mi hermana… de Sabrae.
               Joder.
               Joder, Dios mío.
               ¿Es que no había podido apuntarme a un puto programa de idiomas en Francia, como hacían los tíos normales? Se suponía que las francesas eran las más golfas de Europa, y cuando yo había decidido ir de voluntariado estaba en mi época de follarme a cuantas más tías, mejor. La monogamia todavía era algo que yo pensaba que era incompatible conmigo.
               ¡Y no, señores, en vez de largarme al literalmente único país con el que el mío estaba conectado con un tren, me piraba a la otra punta del mundo, donde seguramente no habría cobertura, ni digamos ya internet, a construir putos sistemas de regadío para las tribus indígenas!
               ¡Si es que cuando mi madre dice que soy imbécil, la mujer lo dice con toda la razón del mundo!
               -Eso no sería problema-respondí-. Podríamos hacer algún apaño. Hay gente que lo hace, cuando se van de Erasmus, y esas cosas. Se dan un año de carta blanca y que sea lo que Dios quiera.
               Sabrae abrió muchísimo los ojos y la boca, alucinada.
               Cuando yo pensé que no iba a hacer nada más porque había entrado un estado catatónico, se abalanzó sobre mí y empezó a golpearme. A cada palabra que pronunció le correspondió un golpe.
               -¿Crees que la falta de sexo es lo que me preocupa?-se separó de mí y apretó los puños-. ¡Me importaría una mierda estar sin sexo durante cinco años, si fuera porque tú no estuvieras cerca! ¿Cómo te atreves? ¡Me dan lo mismo los demás! ¡Sólo me interesas tú!
               -¿Pues entonces cuál es el puto problema, Sabrae?-ladré.
               -No quiero mantener una relación a distancia. Son una mierda.
               -Por favor-me eché a reír-. Si ya casi nos comportamos como si la mantuviéramos. No dejamos de hablar por todas las redes sociales.
               -¿Cómo eres tan tonto? No es lo mismo. Estás aquí. Estoy aquí. Que no hagamos más que mandarnos mensajes no quiere decir que ya nos relacionemos como si viviéramos cada uno en una punta del mundo. Podemos vernos cuando nos apetezca.
               -Mi portátil tiene cámara. Me lo llevaré conmigo.
               Sabrae entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.
               -Hay veces en que me sentaría en tu cara sólo para hacer que cerraras la boca y dejaras de decir gilipolleces.
               -Puedo hablar con la boca llena. ¿Quieres que probemos?
                Parpadeó un instante, y luego… sonrió. Descruzó los brazos y se acercó a mí.
               -Eres gilipollas, Alec.
               -Menuda novedad. Ven aquí-la agarré de la cintura y la pegué a mí. Le separé las rodillas y me metí entre sus piernas-. Me ha entrado hambre.
               -Estamos hablando.
               -Ya lo sé. No voy a dejar de hacerlo. Sólo que ahora lo haré con tus otros labios.
               -De cosas importantes.
               -Tu coño es importante para mí.
               Sabrae alzó una ceja y me soltó una bofetada. Maldije por lo bajo y me froté la mejilla dolorida.
               -Me he pasado, ¿verdad?
               -Aún no, pero te estabas poniendo pesadito, y tenía que hacer eso antes de que te sacaras la polla.
               -No haríamos nada que tú no quisieras-ironicé, poniendo los ojos en blanco.
               -Ya lo sé. Por eso. Tenemos que aclarar esto antes de volver a retozar. Y, si te viera la polla, no creo que me apeteciera mucho hablar de nuestra situación. Alec-chasqueó los dedos delante de mí y yo sacudí la cabeza-. ¿Me estás escuchando?
               -Perdón. Me he quedado en lo de “volver a retozar”. ¿Qué decías? Habla deprisa-le pedí, tumbándome sobre ella. Sabrae me puso las manos en el pecho y se echó a reír.
               -Quita, ¡quita!-se rió más fuerte cuando yo le soplé en el cuello y estalló en una carcajada fruto de cosquillas-. ¡Alec, basta! Debemos hablar de esto. Concéntrate. Vamos-me dio un pellizco en el costado y yo bufé.
               -¿Sabes qué palabra tiene que ver con hablar? Oral. Tengo un par de ideas al respecto…
                Sabrae se echó a reír y, mientras yo bajaba dejando un reguero de besitos por su vientre, ella se dedicó a acariciarme por detrás de la oreja como si fuera un perrito. No parecía de humor. Levanté la vista y la miré.
               -Al…-susurró con ternura, y yo asentí con la cabeza.
               -Perdona, nena.
               -No pasa nada.
               -Hablemos venga. ¿Cuál es el tema de hoy?
               Se echó a reír.
               -Las relaciones a distancia.
               -Ah. Muy bien. Estupendo. Sospecho que tienes unas cuantas opiniones al respecto.
               -¿Tú no?
               Me encogí de hombros, me tumbé a su lado y me pasé una mano por detrás de la cabeza.
               -Meh. Podrían ser peor. Creo que ahora son bastante fáciles de llevar, incluso en el tema del sexo. ¿Sabías que hay restaurantes que ofrecen conexión a Internet de alta velocidad para que hables con otra persona que esté en la misma filial? Ponen la misma carta y esperan a que los platos estén terminados para sacarlos a la vez y que los clientes los coman como en una cena normal. Mola.
               -Yo creo que son un asco-respondió, metiéndose en el hueco bajo mi brazo y acurrucándose contra mi pecho. Me rodeó la cintura con un brazo e hizo un mohín.
               -¿Sí? A las tías os suelen gustar.
               -¿Qué te tengo dicho sobre esas generalizaciones con respecto al género?
               -Hace un minuto he hecho una y no te ha parecido mal.
               -Porque hablabas mal de los tíos. No tengo nada en contra de las generalizaciones que dejen mal a los hombres.
               -Qué simpática-puse los ojos en blanco y le pedí que me explicara su punto de vista. Se lanzó a una perorata desgranando todas las desventajas de las relaciones a distancia, pasando por la falta de contacto físico hasta los cambios en las zonas horarias y la imposibilidad de encajar en una rutina ajena a una persona con la que no compartías país.
               -Son duras, sí, pero yo creo que podríamos llevarlo bastante bien. Podrías ir a hacerme alguna visita y yo venir de vez en cuando-aventuré, aunque si me detenía a echar cuentas, me daría cuenta de que no tenía suficiente pasta para hacer ni siquiera un viaje, al margen de que dudaba que me dieran vacaciones en el voluntariado lo suficientemente largas como para regresar a Inglaterra. Y quería conocer un poco de África, no sólo el rinconcito en el que estaría durante meses-. No tiene por qué ser tan duro.
               -Yo necesito tenerte aquí-zanjó, y yo me la quedé mirando. Pronuncié unas palabras que nunca pensé que pronunciaría por nadie. El voluntariado era importante para mí. Quería devolver parte de la suerte que había ido recolectando a lo largo de mi vida. Quería saber qué se sentía siendo completamente altruista.
               Pero por ella estaba dispuesto a renunciar a mis delirios de solidaridad y ser completamente egoísta.
               -¿Quieres que me quede?
               -Sí-respondió sin dudar, lo que me indicó que le había dedicado tiempo a reflexionar sobre nuestra situación-. Pero no puedo pedírtelo. Nunca me perdonaría que tuvieras que renunciar a algo tan importante como tu año fuera por mí. No puedo ser la dueña de tu vida.
               Le di un beso en la cabeza.
               -Eso te honra. Aunque lo seas de mi corazón-le acaricié el costado y Sabrae levantó la cabeza y se me quedó mirando un segundo. Hizo un mohín, pidiéndome un beso.
               -Lo entiendes, ¿verdad?
               -Pues claro. No funcionaría-mentí, encogiéndome de hombros y fingiendo indiferencia-. Los dos somos muy físicos. No estaríamos aquí de no serlo.
               Arrugó la nariz.
               -¿Te parece mal?
               -¿El qué? ¿Que seamos físicos? Por favor-me eché a reír.
               -No, Alec. Que no haya rectificado en todo.
               Me encogí de hombros.
               -Como ya te he dicho, es como si fuéramos novios. Sólo que tenemos que explicarles la situación a los que nos pregunten por lo que nos une, pero por lo demás… me da lo mismo. Además, en cierto sentido, incluso me esperaba que cambiaras de idea con respecto a lo que podíamos y no podíamos hacer.
               -¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
               -Los nudes-le guiñé un ojo y Sabrae se echó a reír-. Sabía que te harían cambiar de opinión. Estoy de muy buen ver.
               -Ah, sí, los nudes. Los salvadores de las relaciones a distancia-asintió con la cabeza y se acurrucó en mi pecho.
               -No es todo malo, ¿no te parece?
               -No. Aunque tampoco es necesario tener una relación a distancia para mandárnoslos-me guiñó un ojo y yo me hice el loco-. Por mí, nos los mandamos esta misma noche.
               -Prefiero ver el arte en persona por primera vez. Luego me llevaré las postales.
               Sabrae alzó las cejas y se tumbó encima de mí. Esbozó una sonrisa traviesa y se desabrochó el sujetador, cuyos extremos cayeron sobre mi costado. Me retó con la mirada, una ceja arqueada y sin poder disimular su expresión de triunfo. Me pasé una mano por el pelo y miré hacia el contador con el tiempo.
               -La primera vez que te vea completamente desnuda, quiero que tengamos más tiempo y haya más luz.
               La veía lo suficiente como para saber qué cara estaba poniendo y las curvas que la componían, pero no lo bastante como para apreciar cada uno de sus detalles. Quería que mi primera vez viéndola como la habían traído al mundo fuera en condiciones óptimas que me permitieran admirarla y recrearme en su desnudez una vez estuviera solo. Memorizaría cada detalle como si no fuera a volver a verla.
               Mañana, me dije.
               -¿Para qué necesitas la luz?
               -Ni de coña me conformo yo con verte desnuda a oscuras.
               -¿Y el tiempo?
               Entrecerré los ojos. Parece mentira que no me conozcas, Sabrae.
                -Estás loca si piensas que con dos horas y pico voy a conseguir follarte todo lo que quiero una vez te vea en bolas, niña. Voy a necesitar toda una noche. Y da gracias de que tenga que comer y dormir, porque si no, estaríamos dale que te pego toda una semana.
               Sabrae se echó a reír, asintió con la cabeza y se abrochó el sujetador mientras me besaba. Creo que nunca había querido que me hicieran cambiar de opinión tanto como lo hice entonces.


Después de esperar un ratito para poder vestirme (por eso de que subirte la bragueta de unos vaqueros es un pelín complicado cuando tienes una erección de caballo por culpa de los recuerdos de la noche anterior), había bajado las escaleras de mi casa en tromba, anunciando que me iba un momento a casa de Tommy a hacerle un favor de mierda a la puñetera Mary Elizabeth. Mamá me gritó que no hablara así de mi hermana, pero yo ya estaba cerrando la puerta de casa para evitar que Trufas se escapara, así que tenía excusa para fingir no oírla.
               Quince minutos después atravesaba el camino de entrada de casa de Tommy, con una única esperanza retumbándome en la mente: Que Zayn esté borracho y no me asesine con la mirada.
               Tomé aire y llamé al timbre, diciéndome que no tenía por qué preocuparme. Zayn no estaba en su casa, así que no tenía ninguna excusa para fulminarme con la mirada. Estaba claro que no iba allí (sólo) por ver a Sabrae, así que no había nada que temer de mí.
               Escuché un alboroto en el interior de la vivienda, platos y copas que entrechocaban y muebles que se arrastraban por el suelo. Unos pasos se acercaron apresuradamente mientras el dueño de los pies farfullaba por lo bajo. El picaporte se giró y en la puerta apareció Tommy, con el pelo revuelto y un delantal que ponía “besa al cocinero”. Abrió los ojos, sorprendido por mi presencia. Créeme, ninguno de los dos se esperaba que yo estuviera tan desesperado como para venir aquí.
               -Hola, Al-me saludó, una vez recompuesto. Incliné la cabeza en su dirección a modo de saludo.
               -Hola, ¿está Eleanor?
               -¿Alec?-se escuchó una voz dentro de la casa, y al instante Scott estaba al lado de Tommy, con el ceño fruncido, preguntándose qué carajos estaba haciendo yo allí.
               -¿Es que ahora vas detrás de mi hermana?-acusó Tommy en broma.
               -¿Me la quiere quitar, hijo de puta?-agregó Scott en coña, pero a mí no se me escapó el ligero tono de amenaza que había debajo de ese tono. Me pregunté si Tommy ya lo sabría y se lo había tomado sorprendentemente bien, o si por el contrario a Scott simplemente le había faltado oxígeno al nacer y le parecía que ese tipo de coñas con Tommy delante harían que a su mejor amigo no le pareciera tan mal que se estuviera follando a su hermana pequeña a sus espaldas.
               No debería ser tan duro con Scott, dado que yo también me estaba follando a su hermana pequeña, pero… ni hacía coñas con eso ni lo hacía a sus espaldas. Joder, menuda movida iban a tener cuando Scott se lo contara. Si yo fuera Tommy, le rompería la cara sólo por haberse reído de mí.
               -Mary se ha olvidado no sé qué mierda del vestido, y dice que la tiene Eleanor, y le ha tocado al puto pringado venir de recadero… por el pringado, es, en realidad, muy buena persona-asentí con la cabeza, como si pensara que mi buen corazón fuera a llevarme lejos. No sé si me conseguiría muchas amistades, pero estaba claro que no iba a aprobar el curso a base de ser buena gente.
               Scott y Tommy se miraron un momento, comprendiendo la situación… o lo que ellos pensaban que había sucedido. Después de poner telepáticamente en común todo lo que pensaban, se giraron y constataron al unísono:
               -Te ha tocado el cuello.
               Asentí con tanta profundidad que me sorprendió que no me diera tortícolis en ese preciso momento.
               -Eso también; la cabrona sabe qué es lo que tiene que hacerme. ¿Seguís de cena?-inquirí, echando un vistazo al interior de la casa de Tommy. Habían puesto una gran mesa en el salón, detrás de los sofás, cubierta con manteles y tomada por copas de vino a medio beber y postres de los que sólo quedaban migajas. El aroma a comida recién hecha y correctamente especiada que flotaba en el ambiente hizo que se me abriera el estómago y empezara a bailar dentro de mí. El único que era capaz de igualar la mano de mi madre en la cocina era Tommy. El tío realmente tenía un don para eso de freír, asar, guisar y hornear. El día que se repartió la hermosura, Tommy ni siquiera apareció; pero cuando se repartieron las dotes culinarias, el cabrón nos había adelantado a todos por la derecha y se había hecho con la primera posición.
               Es broma. Tommy es bastante guapo.
               A su manera, vamos.
               -Estamos con las uvas. ¿Quieres comértelas con nosotros?
               -Yo como melones, no uvas; ya lo sabes, T-respondí, porque tenía que mantener mi fachada de vividor follador con ellos. Si se enteraban de las cosas que le decía a Sabrae en la intimidad, me martirizarían hasta el milenio que viene. Me metí las manos en los bolsillos y me giré sobre mis talones, escaneando la estancia en busca de Sabrae. No había ni rastro de ella por ningún sitio.
               Tommy puso los ojos en blanco y se marchó a la cocina en busca de aquellas dichosas frutas que su madre había impuesto a su familia comer con la llegada del año nuevo. Se suponía que era costumbre en España hacerlo con las campanadas de un reloj que era minúsculo, en una plaza abarrotada de gente con gafas con el número del año en el que entrábamos y gorros con forma de abeto o condón. Me sorprendía que nadie se hubiera ahogado nunca con el tema de las uvas (Tommy nos había enseñado vídeos caseros de gente comiéndoselas con la entrada del nuevo año) porque me parecía complicado de cojones, pero cuando veías las imágenes de la gente disfrazada a destiempo de árbol de navidad viviente o vaquero marica con sombreros de lentejuela rosa, pensabas que puede que los españoles no la palmaran, pero que su costumbre tampoco era tan sana.
               Eleanor se incorporó como un resorte al percatarse de mi presencia (cuando Duna chilló mi nombre y dejó a Astrid sola para venir a abrazarme las piernas y suplicarme que la cogiera en brazos) y salió escopetada escaleras arriba, en dirección a su habitación. Scott arqueó las cejas.
               -Vaya-musitó-. Parece que, sea lo que sea, es importante.
               -Sí, lo suficiente como para que Mimi se olvide de que lo necesita-asentí con la cabeza en tono de fastidio y dejé a Duna en el suelo después de darle un sonoro beso en la mejilla que la dejaría atontada durante la siguiente media hora.
               Tommy volvió con un cuenco extra de uvas que me dejó en la esquina más cercana a mí de la mesa, dos mujeres franqueándolo. Una de ellas era su madre, que todavía conservaba un poco del maquillaje que se había puesto esa mañana para la comida de negocios con sus socias. La otra era una mujer de aproximadamente la misma edad, la misma altura y constitución menuda, con un maquillaje impecable: una raya de ojos larga y afilada, pestañas postizas que le agrandaban la mirada, y labios pintados.
               La desconocida se detuvo en seco al darse cuenta de que había más hombres en la habitación que cuando la abandonó, y esbozó una sonrisa lasciva, mirándome.
               Ojalá me hubiera molestado un poco que me mirase de aquella forma, pero no lo hizo en absoluto. Que tuviera a Sabrae no me impedía ligar con otras mujeres. Y a uno nunca le viene mal que le suban el ego.
               -¿Quién es este guapo?-preguntó con un acento diferente al que tenía la madre de Tommy cuando se enfadaba con él. Supuse que era una amiga de Eri de la facultad. Su acento era escandinavo, quizá de Noruega o Finlandia, tan ligerísimo que sólo un nativo podría notarlo.
               Tanto Scott como Tommy se giraron para mirarla, estupefactos. No podían creerse que ella me considerara guapo, y eso me molestó la de Dios. Eri se giró hacia ella e intercambió unas cuantas frases en español con su amiga que yo no pude entender: Eri le dijo que tenía la edad de Tommy, a lo que su amiga respondió que sólo había preguntado la edad que tenía, y la madre de mi amigo zanjó la conversación diciéndole que “relajara ese coño asaltacunas que tenía”. Desde luego, quien tiene un amigo tiene un tesoro.
               Tras ese breve intercambio, la mujer se volvió hacia mí.
               -¿Cómo te llamas, guapo?
               -Tengo muchos nombres-me escuché responder, y como solía hacer en ese tipo de situaciones, dejé que mi lengua hiciera el trabajo por mí y recé en silencio para no cagarla demasiado. Ya que no podía controlar mi labia, por lo menos confiaría en que ella misma se sacaría del atolladero en que estuviera a punto de sacarme. A veces simplemente hay que poner el piloto automático y quitar las manos del volante-. Algunas chicas me llaman “oh, sí”. “Madre mía” también está bastante solicitado. En ocasiones, “Jesús”. Y, de vez en cuando, “sigue, sigue, por ahí”-sonreí, y la mujer parecía encantada. Seguro que no había tíos como yo en el sitio de donde venía.
               En defensa de estos, diré que no había tíos como yo en ningún sitio.
               -Mi madre me llama Alec. Aunque tú, muñeca, puedes llamarme “el padre de tus hijos”.
               -¡Alec!-recriminaron Tommy y Scott al unísono, como los gemelos nacidos en diferentes fechas, madres y razas que eran-. ¿Qué cojones haces? Podría ser tu madre-aludió Tommy, y yo me encogí de hombros.
               -Mm, me la bufa. Tiene morbo.
               Ahora me irían con que ligar con una tía que probablemente tuviera más de 40 años no era un puntazo, cuando en Chipre nos habíamos dedicado a perseguir a millonarias cincuentonas con la esperanza de que alguna se encaprichara de nosotros y nos solucionara la vida.
               Bueno, vale, puede que eso sólo lo hubiera hecho yo, pero es que en Chipre hay cada mujer…
               -Alec, por favor…-suplicó Scott.
               -Cierra la boca, Scott; los mayores estamos hablando, es hora de que los niños se callen mientras hablan los adultos. ¿Y tú, muñeca?-pregunté-. ¿Qué nombre te han puesto?
               -Laura-respondió, sin pasar su nombre al inglés. Lo pronunció en español, como Tommy nos había enseñado a pronunciar algunos nombres. Es gracioso, porque se supone que yo en España me llamaría Alejandro, como la canción de Lady Gaga. Desde luego, menuda oportunidad había desperdiciado mi madre poniéndome Alec.
               Cómo amaba a esa mujer. Me había ahorrado el suplicio de tener que aguantar a mis amigos cantándola cuando quisieran hacerme de rabiar.
               -Y sería “la madre de tus hijos” si no tuviera ya dos niñas y tuviera intención de aumentar la familia-añadió, poniendo los ojos en blanco y dejando caer con gracilidad una mano sobre sus caderas. Joder, joder, joder. Esta mujer quería llevarme al catre.
               -¿No quieres tener más niños, muñeca? ¿Por qué? Con lo que mola hacerlos.
               Laura soltó una carcajada y se llevó una mano al pecho. Se volvió hacia Eri y le dijo en inglés, para que yo la entendiera:
               -Qué chiquillo más gracioso.
               -Sí, te sorprendería las risas que te puedes echar teniéndolo en clase-Zayn se autoinvitó a la conversación, entrando con un botellín de cerveza en la mano. Mi estómago se encogió un segundo cuando nuestros ojos se encontraron, aunque lo hizo en vano: a pesar de que me había lanzado una ligera mirada de advertencia, mis esperanzas de que no sería tan hostil conmigo ahora que estábamos en terreno neutral se habían hecho realidad.
               Allí no era Alec, el que quería tirarse a su niñita. Era Al, el amigo de su hijo. El chaval al que había visto crecer. Tenía que tenerme cariño.
               Y yo le recordaría hasta qué punto me tenía cariño, siendo el que siempre había sido antes de que Sabrae entrara en mi vida como un tifón.
               -Zayn… porfa… pídele a Stone que le eche otro vistazo a mi examen-pedí en tono meloso, como un niño de 5 años que quiere que le levanten un castigo antes de tiempo. Zayn era profesor de literatura en mi instituto, y era el que se encargaba de impartir Literatura Universal todos los años a los alumnos de último curso, así que debería interceder por mí. La única razón por la que no era mi profesor este año tenía nombres y apellido: Scott Yasser Malik.
               Ah, ¿te había contado que el segundo nombre de Scott es Yasser? Es muy cómico. Se pone rabioso cuando lo llamamos por su segundo nombre. No me extraña, es jodidamente horrible. Se supone que Sherezade lo quiere, pero desde que descubrí que Zayn le había puesto Scott a traición, ya no las tenía todas conmigo.
                -Tu examen daba pena y dolor, Alec-replicó, sentándose en el sofá y dando un sorbo de su botellín mientras miraba, sin ver, la televisión, donde un presentador de barba canosa, cara alargada y ojos vivarachos hablaba a toda hostia y sonriendo como si fuera a comisión: a más dientes en cámara, más dinero en la cuenta bancaria.
               -Venga, hombre, ¡que es Navidad! Ya sé que tú no la celebras… porque no la celebras, ¿no?
               Zayn se me quedó mirando y balbució algo que yo no conseguí entender.
               -¿Qué?
               -Es la shahada-explicó Tommy, y Scott se volvió hacia él, impresionado-. La profesión del islam. Ha dicho que no hay más dios que Alá, y Mahoma es su profeta.
               -Ah. ¿Y eso qué quiere decir?
               -Pues que no, Alec, en mi casa la Navidad no se celebra-contestó Zayn, y yo asentí con la cabeza y levanté las manos.
               -Me parece legítimo como cualquier otra cosa. Al fin y al cabo, ni siquiera se habían inventado los calendarios cuando nació Jesucristo, ¿no? El tío igual es de agosto, y nosotros aquí tan panchos, poniéndonos morados en su falso cumpleaños de diciembre.
               Zayn disimuló una sonrisa.
               -Puede ser.
               -El caso es que, aunque te dé igual el nacimiento de básicamente nuestro Señor y Salvador-Zayn me fulminó con la mirada, porque eso de decir que odias a un bebé es un poco feo-, el espíritu está por todas partes, así que… hoy por ti, mañana por mí-sonreí, y Zayn parpadeó-. Además, eres artista. Sacáis cosas buenas de todo. ¡Mira qué disco más cojonudo hiciste cuando nació Scott, acontecimiento aciago donde los haya!
               Tommy se echó a reír y Scott me preguntó si era puto gilipollas o si sólo me había caído de pequeño.
               -Fui yo quien convencí a Emma para que te pusiera un tres, y no un dos con cinco que te jodiera la media y te dejara suspenso hasta las recuperaciones.
               -¿Sacaste un tres?-preguntó Tommy, estupefacto.
               -Alec…-protestó Scott, frotándose la cara y negando con la cabeza.
               -¿Ves? Hay feeling entre nosotros; esto se puede arreglar-decidí ignorar a mis amigos y seguir insistiéndole a Zayn, porque le veía con posibilidades.
               -No está para aprobar, Alec, y lo sabes-sentenció en tono firme, aunque me sonrió. Tenía un aliado, después de todo.
               -Clavé la explicación de Tolstoi. Se la puse tal cual.
               -¡Se te preguntó por La Ilíada!-estalló Zayn. Scott y Tommy miraron al suelo, preguntándose cuándo dejaría de ser tan imbécil. Me quedé pensando un segundo cuál sería mi siguiente movimiento.
               -Gran libro, sí señor. Admirado por muchos. Entre ellos, Tolstoi.
               Zayn se echó a reír tan fuerte que incluso me asustó. Va en serio. Di un brinco y todo.
               -No puedo ayudarte, Al-agitó la mano en mi dirección y negó con la cabeza-. Lo siento.
               -Ni siquiera le pido un aprobado. De verdad. Con un cuatro, voy que chuto. Dile que le hago lo que sea.
               Zayn se volvió para mirarme.
               -Joder, Zayn, al final va a ser verdad lo que decían de ti en tu juventud. ¡No estoy hablando de favores sexuales! La señorita Stone es mayor para mí. Es muy abuelita adorable. Quiero que me adopte y me haga leche con galletas, no una mam…-Tommy tuvo la delicadeza de taparme la boca antes de que siguiera vomitando palabras.
               -¿A qué te referías, entonces?
               -Puedo hacerle un trabajo. Un PowerPoint. Con dibujitos. Le pondré fotos de Brad Pitt sin camiseta, si quiere. Sé que le mola. Yo soy más de Angelina, pero bueno, algún apañito podemos hacer.
               -Angelina no sale en Troya-me recordó Eri, divertida. Ah, cierto. No hay que hablar de cine con ella delante, porque barre el suelo contigo y todavía le quedan fuerzas para aleccionarte sobre lo injusto y vergonzoso que fue lo mucho que tardaron en darle a Leonardo DiCaprio su Oscar.
               -Pues me parece de coña que fichen al penco ése y no cogieran a su mujer. ¿Tres putas horas de mierda y ni una sola vez sale Angelina Jolie? Yo les denunciaría.
               -Pero sale Diane Kruger-aportó Scott, y él y yo nos miramos.
               -Joder, se me había olvidado. Ya estoy contento para toda la noche.
               -No creo que un PowerPoint con fotos de Diane Kruger le sirva a Emma-comentó Zayn, negando con la cabeza.
               -Pues no pienso escribir nada. Es mi última oferta.
               -¿Qué esperabas hacer cogiendo literatura universal, Alec?
               -Copiarle los exámenes a Bey, pero la muy hija de puta me dijo una hora antes del examen que eso se había acabado. No nos hablamos desde entonces.
               -El día que fui a daros la clase de refuerzo de sintaxis parecíais bastante… cómodos, el uno con el otro-alzó una ceja y yo me crucé de brazos.
               -Es que yo soy de perdonar muy fácilmente a las personas.
               Zayn rió por lo bajo.
               -Ya.
               -Coge tus uvas, anda, perdonador profesional-me instó Tommy, dándome una palmada en la espalda.
               Di mi suspenso por perdido y me acerqué a la mesa a recoger el pequeño cuenco de cerámica blanca lamentando mi suerte.
               Pero ésta no tardó en cambiar. Algo en el margen de mi campo de visión se movió, y cuando levanté la vista creyendo que sería Eleanor con lo que fuera que había ido a buscar, los dioses me hicieron un regalo inesperado.
               No era Eleanor.
               Era Sabrae.
               Bajaba aparentemente ajena a mí, con los dedos paseándose por sus rizos azabache, húmedos por la ducha reciente que acababa de darse y que hacía que la piel le brillara de un tono delicioso que me daba ganas de avanzar hacia ella y lamérsela. Llevaba puesto un mono de satén de color rojo sangre, con tirantes hechos de cadenas doradas que le cubrían los hombros. En los pies llevaba unas botas (si es que se las podía llamar así) de tiras de metal doradas, que escalaban hasta su rodilla, aproximadamente donde terminaba el mono, y que dejaban al descubierto tanta piel que prácticamente se podría decir que Sabrae iba descalza.
               En ese momento entendí por qué en todas las culturas, el demonio era rojo y su tridente, dorado. Con ella así vestida delante de mí, me apetecía pecar tanto que terminarían poniendo el infierno a mi nombre.
               Sabrae me miró por el rabillo del ojo y esbozó una sonrisa. Sabía lo que estaba pensando.
               Dos palabras.
               gu
               au.

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4 comentarios:

  1. PRIMERO DE TODO, LA SOPRESA ME ENCANTA. DIOS MIIIOOOOOOOO. NO HAY NADA QUE ENCAJE MEJOR CON SABRAE QURIEO LLORAR. ENCIMA LA TERCERA FOTO? A VER SI ME MUERO.
    Ahora el capítulo: que bonito eri quiero tumbarme en posición fetal en la cama y llorar porque no voy a encontrar a nadie tan bonito como Alec :(. La escena del iglú, si no tuvimos suficiente con una nos das oTRA, ES QUE AL FINAL TE PERDONO LO DE SCOTT (mentira, en la puta vida perdono eso desgraciada). De verdad que los amigos de ambos haciendo cualquier cosa para juntarlos me han dado ternura y vergüenza a la vez. Sinceramente a mí me hacen eso y en el momentos en el que nos quedamos solas les arranco los pelos AJAJAJAJAJAJ. Zayn, como siempre que sale en un capítulo, de diez porque mi puto hijo hace todo bien.
    Estoy deseando leer como follan en la fiesta de Nochevieja porque amén señor ya verás, ojalá sea cuando la vea desnuda completamente y a Alec se le escape una lagrimita de lo guapa es (obligó que hagas eso sí no quieres que la próxima vez que nos veamos tengamos pelea física).
    Y otra cosa aparte, estoy deseando, DESEANDO, que hagan el viaje a Barcelona de verdad es que vivo por y para ese viaje. ES QUE VOT A LEER COMO SE RECREA EL MEJOR VIDEO DEL MUNDO??? AODNWODNOQNDOS

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    1. AY PATRI ME ALEGRO MUCHÍSIMO DE QUE TE GUSTARA JO, estaba muy ansiosa y un poco nerviosa por vuestra reacción porque parece que no pero es un cambio super grande en la novela por todo lo que twitteo sus links y ay, ya echo de menos la antigua portada aunque me estoy acostumbrando a la nueva, y ya tengo ganas de las demás también jsjsjsjs
      La escena del iglú tengo que decir que iba a ser más corta pero mira es que me da igual todo a estas alturas yo lo que hago es sentarme a disfrutar mientras veo pasar la vida JSJSJSJSJJSJSJS
      Tía cómo vas a arrancarles los pelos a tus amigas por tratar de JUNTARTE CON ALEC fatal me está pareciendo
      Dios ojalá hubiera sido entonces cuando la vea desnuda porque estoy que no me aguanto ya aaaaaaaaaaa tengo unas ganas de escribir el momento porque va a ser ta bonito qu ME DUELE EL CORAZÓN
      DIOS MÍO EL VIAJE A BARCELONA VOY A IR APOR VOSOTRAS NO ESTÁIS PREPARADAS YO AVISO

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  2. Me ha dado un puto sincope con este capítulo pava. O sea estoy que hiperventilo. Entre la escena del iglú que me ha dejado literalmente sin palabras porque creo sinceramente que es lo mejor que has escrito nunca y la parte final que me ha dado toda la nostalgia porque recordaba los diálogos a la perfección (enferma quien)
    De verdad que no supero este capítulo y me muero por leer el siguiente que encima es del noche vieja y se viene lo gordo.

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    1. Paula te das cuenta de que cada semana subo algo que tú dices que es lo mejor que he escrito nunca JAJAJAJAJAJA realmente o soy una perra evolutiva o tú eres una perra supportive o puede que sean ambas cosas quién sabe
      No sé en qué posición me deja que tú recuerdes los diálogosde memoria mientras yo tengo que LITERALMENTE ESCRIBIR CON EL CAPÍTULO CORRESPONDIENTE DE CTS ABIERTO PORQUE SI NO NO ME ACUERDO DE #NADA DE LO QUE PASA

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