Empezamos año, y con 2019 viene mi sorpresa:
¡Sabrae va a tener una portada diferente a partir de ahora!
He decidido que, como la novela va a ser bastante larga, la dividiré en "temporadas", por así decirlo, que harán que la portada cambie conforme la historia avance, y Sabrae vaya creciendo con ella.
¡Aquí están todas! Decidme qué os parecen, ¡me moría de ganas de enseñároslas!
Que disfrutéis del capítulo♥
Incluso si me quedaba alguna duda de qué era lo que todo
mi círculo de amigos y conocidos estaba intentando hacer, apenas un par de
horas antes de que el Big Ben marcara el comienzo de un nuevo año me habría
quedado bastante claro, cuando mi repelente hermana pequeña se asomara a la
puerta de mi habitación, donde yo asistía al festival de fotos que Tommy y
Scott estaban enviando de los platos que se habían pasado la tarde preparando,
y pronunciara mi nombre con voz melosa:
-Al…
-No-sentencié,
con una mano tras la cabeza y el pulgar de la otra toqueteando la pantalla,
preguntándome por qué Tommy no se había presentado a Masterchef Junior cuando
estaba claro que el cabrón estaba listo para abrir un restaurante, a juzgar por
la presentación de su lubina. Mimi siempre
me hacía lo mismo. Me usaba como su recadero personal a pocas horas de un
evento importante (como Nochevieja lo era para mí) para ir a sacarle las
castañas de fuego, castañas que se quemaban por la falta de previsión de ella.
Siempre que llegaba un viernes, o un sábado, o una fiesta a la que ambos
teníamos pensado asistir, ella se las apañaba para recordar algo arrinconado en
los confines de su memoria en el último momento, y siempre venía a llorarme a
mí para que fuera a conseguírselo: un rímel que tenía tal amiga, una falda que
quería ponerse y que todavía no se había planchado, una docena de pastelitos,
las pastillas con las vitaminas de Trufas…
No
iba a joderme Nochevieja. No iba a pasarme lo poco que me quedaba de ese año
correteando para salvarle el culo a mi querida hermanita.
-Pero
es que…
-Ocúpate
tú.
-Es
importantísimo, de verdad-se mordisqueó el labio-. No te lo pediría si no fuera
un asunto de vida o muerte.
-Estoy
ocupado no haciendo nada, Mary Elizabeth.
Mimi
se quedó en la puerta, con el ceño ligeramente fruncido.
-Sólo
necesito que vayas a buscar una cosa que a Eleanor se le ha olvidado darme-ahí sí que captó mi atención. Aparté el
móvil de delante de mi cara para poder mirarla, y alcé una ceja. Mimi se
relamió el labio y estiró la espalda, en la típica pose que hacían las
bailarinas justo antes de ejecutar una coreografía especialmente complicada-.
Iba a venir a dármela esta tarde, pero supongo que con toda la movida que tiene
en casa se le habrá olvidado. ¿Sabes que ha estado cuidando de los pequeños
mientras Scott y Tommy cocinaban?
Parpadeé.
Eleanor siempre cuidaba de los pequeños mientras Tommy y Scott cocinaban junto
a Eri; cosa diferente era que este año ellos habían estado solos.
-A-ja.
-Por eso no ha podido venir. Y,
bueno, dado que tú ya estás casi listo para salir…
-Estoy en chándal, Mary
Elizabeth.
-Había
pensado que podías pasarte por su casa y recoger eso. Será sólo un minuto, lo
prometo-se acercó a mí y se me quedó mirando, los dedos estirados en dirección
a mi cuello, pero yo me aparté. No iba a ponérselo fácil, pero cuando me tocaba
el cuello haría cualquier cosa por ella sin rechistar.
-Te
he dicho que…
-Venga,
Al. Si estás deseando aceptar hacerme este favor. Así tienes excusa.
-¿Para
qué?-pregunté, haciéndome el loco, porque quería saber si Mimi estaba dispuesta
a desvelar su malévolo plan ante mí.
-Pues… para ir a casa de Tommy.
¡Amago!
-¿Y
por qué querría yo ir a casa de Tommy?-dije con indiferencia, volviendo la mirada
a mi móvil. La había arrinconado contra la pared, ahora sólo faltaba ver si
seguía la ruta de escape que yo había elaborado para ella, en cuyo final la
esperaba una trampa.
-Sabes
por qué-respondió en tono suave, juntando sus manos frente a su vientre-. Ella
está allí.
Aparté
de nuevo mi teléfono y me la quedé mirando. Esbocé mi mejor sonrisa torcida,
aquella que tenía un nombre tan sólo en Scott y en mí, y alcé una ceja.
-¿Eleanor?
Por supuesto. Es su casa. Pero yo no tengo ningún interés en ver a tu mejor
amiga antes de tiempo. Ya la veré todo lo que me dé la gana cuando estemos de
fiesta.
Mimi
puso los ojos en blanco, los brazos en jarras, y pronunció las palabras
mágicas.
-Eleanor
no. Sabrae.
Me
pasé la lengua por las muelas para no empezar a reírme en su cara. Lo último
que le dije a mi hermana fue que me pasara los vaqueros, y fingí no darme
cuenta de la sonrisa triunfal con la que salió de mi habitación, seguramente
para enviarle tranquilamente un mensaje a Bey en el que pusiera: “operación en
marcha”.
Una
de dos: o todos los que me querían pensaba que era tan imbécil como para no
darme cuenta de la desesperación con la que llevaban dos días tratando de
juntarme con Sabrae, o de verdad lo veían tan chungo para mí que ni se
molestaban en disimular.
Vale,
puede que pienses que estoy exagerando y que Mimi realmente se había dejado
algo en casa de Tommy y yo tenía que ir a por ello como el caballero de la
brillante armadura que ella me consideraba…
…
pero eso es porque no sabes qué había hecho yo ayer. Déjame ir hacia atrás,
aunque sólo sea un día. Mi vida es tan jodidamente intensa que necesitaría una
enciclopedia entera sólo para mí. Espero que quien se encargue de escribirla
teclee lo bastante rápido como para no pasarse ochenta años relatando los
gloriosos polvos que he echado a lo largo de mi vida con un batallón de
mujeres. Y, si escribe despacio, por favor, que se centre en los que echo con
Sabrae, que son los importantes.
El caso: ponte en situación. 30 de diciembre de 2034. Un
día antes de que Mary Elizabeth Whitelaw entre en mi habitación a pedirme que
vaya a buscar algo, sin siquiera decirme qué (¿verdad que es sospechoso? ¿Me
culparías por pensar que no es más que una treta para hacer que me junte con
Sabrae?), yo había quedado con mis amigos para ir a un parque de atracciones
navideño en el centro de Londres, cerca del Museo Británico, aunque no lo
suficiente como para que yo pensara en ese pequeño parque en el que había
pasado la mejor noche de mi vida hasta la fecha (y digo “hasta la fecha” porque
aún no había visto desnuda a Sabrae, ni le había hecho el amor mirándola a los
ojos, ni ella me había dicho que me quería, estando en su interior o
simplemente a su lado). Bey, Jordan y Tamika serían pacientes conmigo y
esperarían un tiempo prudencial para que yo me cambiara la ropa de trabajar por
algo mínimamente decente antes de ir aporrear la puerta de mi casa y gritarme
desde la calle que era un tardón de mierda y que mi afición a llegar tarde a
todos sitios (menos cuando quedaba con Sabrae, ahí descuida que llegaría media
hora antes, sólo por si las moscas) haría que se hartaran de mí y terminaran
dándome la espalda, como si eso fuera posible.
De no
haber estado hablando hasta bien entrada la madrugada con Sabrae, recimentando
con mimo y esmero lo que su negativa había hecho tambalearse, habría empezado a
sospechar mucho antes de lo que lo hice. Concretamente, cuando salí de casa con
uno de los jerséis que había catalogado en mi cabeza como “los de parque de
atracciones”, porque me daba igual si Bey me los vomitaba, y mis amigos me
fulminaron con la mirada. Los tres.
-¿Vas
a ir así?-preguntó Tam, la más rápida en reaccionar de todos. Fruncí el ceño.
-Sí.
-No-sentenció
Bey, señalando mi jersey-. No pienso consentirte que lleves ese jersey mugroso
al parque de atracciones.
-Pero,
¡si ya he ido más veces y a ti te parecía bien!
-¡Pues
por eso! Está sobado. No vas a ir con esa cosa puesta. Haz el favor de ir a
cambiarte.
-¿Estás
de coña?-estaba flipando. Ahora entendía que algunas tías se pusieran a
despotricar de sus padres como fieras cuando las obligaban a cambiarse las
minifaldas por algo más recatado, no fuera a ser que se les acercaran tíos como
yo. A mí siempre me había parecido que esos padres eran imbéciles, porque lo
único que tenían que hacer las chicas era meterse la ropa que querían usar en
el bolso y cambiarse de camino, pero ver que mis amigos opinaban sobre mi
aspecto fue más molesto que el simple contratiempo que yo siempre lo había
considerado.
-Vete
a cambiarte, Al-bufó Jordan en tono cansado, y sospechaba que le agotaba yo y
no las chicas. Apreté la mandíbula, sopesando las opciones que tendría de hacer
mi tarde más amena si me negaba en redondo y me quedaba en casa, o si debía
ceder y cambiarme como ellos me habían dicho.
Finalmente
vencieron mis ganas de ir a dar una vuelta con las chicas y Jordan. Me apetecía
mucho pasar un día los cuatro, sin preocuparme de nada más que las colas que
habría en nuestras atracciones favoritas… en lugar de quedarme en casa mirando
al techo y rezándoles a todos los dioses habidos y por haber que alguna de las
amigas de Sabrae pillara gastroenteritis y tuvieran que cancelar su tarde de
compras.
Extrañado
y un poco irritado, me alejé de la puerta de mi casa para dejar que mis amigos entraran,
y comencé a subir el tramo de las escaleras que llevaba al piso superior.
-Ponte
el jersey crema-urgió Bey desde abajo, y yo me volví para mirarla-. El que te
hace los ojos tan bonitos.
-Y
revuélvete un poco el pelo-aportó Tam.
-¡Sí!
Revuélvete el pelo. Lo tienes un poco aplastado.
-He
estado sacudiendo la cabeza para que se me ahuecara como si fuera un puto san
bernardo saliendo de la bañera durante más de media hora, ¿no os parece que no
lo tengo bastante revuelto ya…?
-¡NO!-ladraron
Bey y Tam a la vez, haciendo que Jordan diera un brinco y Trufas pegara un chillido y saliera corriendo del salón, donde se
estaba frotando contra el regazo de Dylan para que le diera una chuchería.
Cuando
bajé un par de minutos después, con el pelo como si hubiera estado durmiendo
tres días seguidos y el jersey de color crema de castaña que, según Bey, hacía
que mis ojos “brillasen con la intensidad de una puesta de sol” (a esas alturas
ya estaba seguro de que tenía un vibrador con mi nombre), las gemelas asintieron
con la cabeza, complacidas, y Jordan me escaneó de arriba abajo y sonrió para
sus adentros.
Me
pareció un poco raro todo aquel paripé pero no le di más importancia:
últimamente las gemelas estaban obsesionadas con la apariencia de sus cuentas
de Instagram, asegurándose de que cada foto que subían combinaba con las demás,
y el tono cromático que tocaba era la paleta de marrones y blancos.
Eso
habría explicado por qué me indicaron qué ropa ponerme, pero pronto descubrí
que todo tenía un significado oculto que yo no alcanzaba a comprender porque me
faltaba información.
Todo
dejó de parecerme raro y tomó el cariz de conspiración intergubernamental
cuando nos encontramos “de casualidad” con Sabrae y sus amigas yendo a una
atracción a la que las gemelas no habían querido subirse nunca, y a la que prácticamente me estaban arrastrando con una
determinación inesperada para su recién desaparecida animadversión hacia las
atracciones que desafiaban la gravedad.
-Anda,
¿ésa no es Sabrae?-preguntó Bey mientras mordisqueaba una manzana caramelizada
que Jordan había comprado y que había decidido que no quería después de estar
más de quince minutos haciendo cola por ella. El tono falsamente inocente de mi
mejor amiga le habría resultado cómico a todo aquel que no fuera imbécil y se
hubiera percatado de que Tam no dejaba de teclear en su móvil, exactamente
igual que una de las amigas de Sabrae, Amoke.
Intenté
que el corazón no se me detuviera al verla, y fracasé.
Intenté
no buscar una forma de llamar su atención, la más eficaz posible, incluso si
suponía prenderme fuego a mí mismo, y fracasé.
Intenté
no levantar la mano y llamarla con toda la fuerza que mis pulmones pudieran
insuflarle a mi voz, y habría fracasado de no haberse vuelto innecesario en el
último momento.
Porque,
justo cuando notaba que levantaba el brazo para captar su atención, otra de las
amigas de Sabrae, Taïssa, la de las trenzas de colores, le tocó el hombro y me
señaló.
Sabrae
se volvió como a cámara lenta, de esa forma en que sólo pueden hacerlo las
actrices de Hollywood después de horas de edición de sus planos, o las diosas
que han venido a bendecir tu vida con sus besos y su sexo, y juro que cuando
nuestros ojos se encontraron saltaron chispas.
-¡Vamos
a saludarlas!-festejó Bey, enganchándome del brazo y tirando de mí en dirección
a Sabrae, a la que sus amigas empujaban a nuestro encuentro. Como si yo fuera a
irme a ningún sitio que no fuera a su lado. Como si ella fuera a caminar en
otra dirección que no fuera la mía.
-¡Hola,
chicas!-saludó con efusividad Tam, todavía a un par de metros de ellas,
mientras la presencia de Jordan hacía presión tras de mí para que yo no pudiera
escaparme. Si él supiera que la única forma de hacer que me fuera sería pedirle
a Sabrae que se marchara también…
-¡Hola!
¿Disfrutando de la tarde de colas interminables?-bromeó Kendra, apartándose los
rizos de la cara, y tanto Bey como Tam y Jordan se giraron para mirarme y
esperar a que yo soltara mi frasecita elocuente del momento, algo así como
“para cola interminable, la mía, o si no, pregúntale a Sabrae”, pero…
… yo
estaba demasiado ocupado abriéndome paso entre la marea de cuerpos, amigos y
desconocidos, agarrando a Sabrae de la cintura y jadeando a un milímetro de su
boca cuando ella se puso de puntillas y se colgó de mi cuello para besarme con
la profundidad con la que los dos estábamos deseando besarnos.
Nuestros
amigos se quedaron a cuadros, sin poder apartar la vista de nosotros mientras
nos enrollábamos. Éramos algo así como el primer bebé panda que nace en un zoo,
o una cría de lince ibérico que por fin se incorpora a la vida silvestre.
Cuando
nos separamos, los dos nos mordimos los labios y nos mordisqueamos la sonrisa.
Sabrae se apartó un mechón de pelo de la cara y bajó la cabeza, dándose cuenta
de repente de todas las atenciones que habíamos recibido. Mientras nos
besábamos, era como si todo el universo desapareciera y sólo existiéramos
nosotros dos; nosotros dos y aquella magia vibrante que flotaba a nuestro
alrededor mientras nuestras bocas se enredaban y mis manos recorrían su cuerpo;
sus dedos, mi pelo.
Noté
que se ruborizaba un poco y quise comérmela, o postrarme ante ella y adorarla
como la diosa de la ternura que era. Sus ojos volvieron a levantarse y se
encontraron con los míos, haciendo que un escalofrío me recorriera, como si
fuera un ser inerte hasta que su preciosa mirada me insufló vida. Esbozó una
sonrisa cómplice que me hizo saber que ella estaba pasando por el mismo proceso
que yo, atravesando la laguna Estigia con la sombra que planeaba sobre nuestro
futuro a rastras.
Con
su boca en la mía y su cuerpo en mis manos, todas las dudas habían
desaparecido. Ni me iría a ningún sitio ni dejaría de luchar por ella, porque
su mera presencia era la que me daba las alas de las que yo tan orgulloso me
sentía, la que me hacía escupir ese fuego tan querido porque servía para
calentarla. Allí, a su lado, era donde debía estar y estaría. Sabrae era la que
me había convertido en la persona que yo era ahora, y me había descubierto
teniendo en mejor estima a mi yo reciente que a todos mis egos anteriores
juntos. Yo valía más por el mero hecho de tenerla, y tenerla hacía que mi valor
aumentara con cada segundo que pasábamos juntos.
Llegaría
a merecerla. Si la tenía cerca de mí durante el tiempo suficiente, llegaría a
merecerla. Cruzaríamos el mar y llegaríamos a tierra firme y virgen, donde todo
lo que hubiera al alcance de la vista fuera hermoso, puro, y perfecto… como ya
lo era Sabrae.
-Vaya-Kendra
rió con nerviosismo, aunque se palpaba un cierto alivio en su voz-. Y yo que
pensaba que tendríamos que animaros a saludaros. Menos mal que no ha hecho
falta.
-Pero,
¿os seguís llevando bien?-se aseguró Taïssa, poniendo voz a las dudas que la
corroían a ella, Kendra, Tamika, y Jordan.
Bey y
Amoke, por el contrario, habían hablado con nosotros lo suficiente y nos habían
observado lo bastante cerca como para saber que haría falta más que unas
simples calabazas de Sabrae para separarnos. Intercambiaron una mirada cómplice
cuando Sabrae dio un paso hacia mí y me rodeó la cintura, mimosa. Me miró a los
ojos con expresión soñadora, apoyando la barbilla en mi costado, como si aquél
fuera el sitio en el que había nacido para estar.
Sabía
que estaba segura, en un lugar donde jamás le harían daño y la querrían como no
la habían querido nunca y a la vez la habían querido siempre. No me consideraba
especial por estar enamorado de Sabrae; lo difícil sería no estarlo. No. Me
consideraba especial porque era capaz de poner en sus ojos aquellas estrellas
preciosas, que hacían constelaciones que nada tenían que envidiar a las del
zodiaco.
-Pues
claro-respondió como si fuera evidente, en un tono absolutamente feliz. Me
descubrí pensando cómo sería su voz cuando tuviéramos nuestro primer hijo y,
lejos de asustarme por haber tenido ese pensamiento, empecé a añorar un futuro
que, aunque le había pedido y ella no había querido dármelo, estaba seguro de
que tendríamos.
Y
estaba ansioso por vivirlo.
Le di
un beso en la frente cargado de promesas. Pasado, presente y futuro
cristalizaron en el espacio de contacto entre mis labios y su piel. Deseaba a
su cuerpo y deseaba a su mente; amaba a su cuerpo y amaba a su mente.
Si
Sabrae no existiera, habría que inventarla.
Nuestros
amigos se miraron entre sí, tanto dentro de nuestros respectivos grupos como
fuera de ellos: Amoke y Jordan disimularon una sonrisa, Kendra y Tam se
guiñaron un ojo mientras nos señalaban con los ojos, y Bey y Taïssa cruzaron
una mirada de complicidad cuando yo volví a darle un suave beso a Sabrae en los
labios.
Con
el disimulo que sólo puede venir para los planes falsamente improvisados,
nuestros dos grupos se fusionaron y nos descubrimos discutiendo entre nosotros
qué atracción sería la siguiente que visitáramos. Todos se esforzaban en hacer
que Sabrae y yo nos sentáramos juntos, incluso cuando nosotros no lo
intentábamos con todas nuestras fuerzas. Jordan remoloneaba en las escaleras de
la noria con el pretexto de enseñarle algo a Amoke, Tam y Bey nos empujaban
disimuladamente en la cola de las taquillas para que nos pegáramos incluso más
de lo que ya estábamos, y Kendra y Taïssa giraban bruscamente en direcciones
inesperadas para chocar contra nosotros y conseguir que nuestras manos se
rozaran.
Cualquiera
diría que Sabrae y yo disfrutábamos con esos intentos de juntarnos con
diversión, teniendo en cuenta las cosas que hacíamos cuando estábamos solos,
pero la verdad es que ninguno de los dos sabía dónde meterse. Cada vez que
Sabrae chocaba conmigo por culpa de sus amigas, se ponía colorada y musitaba
por lo bajo una disculpa; cada vez que yo me chocaba contra ella por culpa de
mis amigos, carraspeaba, musitaba una disculpa y le preguntaba si le había
hecho daño, a lo que ella siempre respondía que no. Nuestros arranques de
timidez ponían histéricos a nuestros amigos, que no entendían por qué estábamos
tan cohibidos en presencia de ellos si los dos nos crecíamos contando las
guarrerías que nos hacíamos por la noche una vez que nos separábamos.
Supongo
que Sabrae y yo estábamos hechos para la intimidad, y su presencia nos cortaba
un poco el rollo.
Creo
que fue por eso por lo que, después de salir de una escape room, en la que el máximo de ocupantes podían ser cuatro,
pero en el que entraron las amigas de Sabrae por un lado, los míos por el otro,
y finalmente nosotros dos solos, simplemente desaparecieron.
Cuando
salimos finalmente a la calle, tratando de acostumbrarnos a la luz después de
solucionar todos los acertijos en un tiempo récord (resultaba que se me daba
bien eso de escaparme de sitios cerrados, y Sabrae era tremendamente lista
incluso cuando estaba bajo presión), miramos en todas direcciones en busca de
nuestros amigos. Incluso subí a Sabrae sobre mis hombros para que oteara entre
el mar de capuchas, gorros de navidad y diademas con cuernos de reno en busca de
las rastas de Jordan o el pelo afro de Bey. Y ni por esas conseguimos dar con
ellos.
-¿Qué
hacemos?-me preguntó tras dejarla en el suelo, y yo me encogí de hombros. Le
sugerí que buscáramos a los demás, y estuvimos así casi media hora, dando
vueltas por el parque navideño sin ningún éxito. Regresamos a la entrada del
complejo de las escape rooms y
tratamos de llamarlos por teléfono, pero ninguno nos lo cogió.
Cada
vez había más y más gente, y yo veía a Sabrae algo angustiada, así que le
sugerí que saliéramos a dar una vuelta por las cercanías del parque después de
mandarles un mensaje a los demás, para que cuando terminaran de hacer lo que
fuera que estuvieran haciendo, se pusieran en contacto con nosotros.
-¿Y
si quieren que volvamos a entrar?
-¿Crees
que querrás volver a entrar?-repliqué, tirando de ella para que una manada de
mandriles que no hacían más que chillar no la arrollaran. Les grité qué cojones
les pasaba y que miraran por dónde iban, y creo que me habrían roto la cara de
no estar los guardias de seguridad demasiado cerca. Sabrae se pegó a mí, miró
por encima de su hombro hacia la entrada, por la que cada vez pasaba más gente,
y finalmente negó con la cabeza. Me dijo que quizá sería mejor que nos fuéramos
y por toda respuesta yo la agarré de la mano con tanta fuerza que creo que le
hice daño, y empecé a abrirme hueco en sentido contrario al aluvión de personas
que querían hacer dos horas de cola para cinco minutos de noria.
Pasadas
las verjas del parque de atracciones y lejos de la marea de gente, Sabrae
respiró aliviada y comprobó en su móvil que no le habían respondido a ningún
mensaje.
Levantó
la mirada con preocupación y se encontró con mis ojos.
-Uy.
¿No querrías subirte a nada más, verdad? Podemos… si quieres…
-Estoy
bien, bombón.
-Ni
siquiera te he preguntado si querías subirte a algo más. Perdona. Es que estaba
un poco agobiada.
-¿Un
poco?
-No
me gustan los sitios tan llenos de gente. Lo paso bastante mal-me explicó-. No
hacen más que empujarme y pisarme y… me agobio.
-La
gente es muy maleducada.
-Es
porque soy baja-sacudió la cabeza-. No me ven.
-Pues
ellos se lo pierden-respondí, colocándole un rizo detrás de la oreja y
arrancándole una sonrisa. Sabrae apoyó la cara en la palma de mi mano y cerró
los ojos. Agarró mi muñeca y me acarició el dorso de la mano con el pulgar, un
suspiro de satisfacción escapándosele de los labios.
-¿Quieres
ir a algún sitio?-ofreció cuando se hartó del contacto de mi piel en su
mejilla. Deseé que permaneciéramos así hasta que el mundo se desmoronara, o
Londres fuera sepultada por una lluvia de ceniza y lava como había sucedido con
Pompeya. La sola idea de permanecer así juntos, con mi mano en su rostro y la
suya en mi muñeca, durante el resto de la eternidad, aunque fuera compuestos de
piedra, bastaba para seducirme lo suficiente como para negarme una escapatoria
a la catástrofe que nos enterrara. Porque no había mayor catástrofe que tener
que separarnos.
Asentí
despacio con la cabeza y caminé a su lado sin atreverme a darle la mano en
dirección contraria a la que tomaban la mayoría de los peatones, que se veía
que querían ir al parque de atracciones. Aunque me moría por reclamarla de esa
manera sutil que era cogerle la mano, no quería invadir su espacio. Anoche
habíamos hablado mucho, poniendo de vuelta en su sitio las cosas que la
conversación de por la mañana había descolocado, pero los límites que Sabrae
quería imponernos no habían entrado en la charla y yo sentía que debía
respetarlos.
La
forma más rápida de hacerse digno de una mujer es cumplir todos sus deseos, por
mucho que a ti te apetezca saltarte los límites que ella decida imponeros.
Fuimos
andando en silencio, mirándonos de vez en cuando para asegurarnos de que no
habíamos cambiado sin querer de compañero de paseo, y atravesamos pasos de
cebra, sorteamos puestos de manzanas de caramelo, algodón de azúcar y llaveros,
hasta llegar a un terreno recubierto de la duradera escarcha de la mañana. En
el otro extremo del parque por el que paseaban familias, ancianos, perros y
palomas, había un desfile de sombras recortadas contra los últimos rayos de
sol, que teñían el cielo de un degradado naranja.
Y, en
uno de los parterres de césped, un pequeño ejército de cúpulas que reflejaban
la luz como si la emitieran ellas mismas esperaban tranquilamente una nueva
invasión. Sabrae y yo nos miramos un momento, como asegurándonos de que veíamos
lo mismo.
Los
iglús.
No
nos lo pensamos dos veces; avanzamos hacia la cola casi al trote y esperamos
con impaciencia a que llegara nuestro turno para coger las fichas en taquilla.
Yo había sacado el móvil y Sabrae rebuscaba en su bolso con nerviosismo,
comprobando la tabla de precios y preguntándose en voz alta si habría algún
tiempo límite al uso de los iglús. Puede que creyera que estaba intentando
contactar con Jordan, decirle dónde estábamos y quedar con él a una hora
determinada, cuando no era así. Estaba tratando de averiguar si Rufus trabajaba
ese día y si podía colarnos en un iglú que cerráramos nosotros. No tenía pasta
como para conseguirlo por mí mismo, pero me conocía lo suficiente como para
saber que no sería capaz de salir de aquel minúsculo paraíso si no era porque
me echaran para cerrar.
Por
fin nos tocó el turno de pedir las entradas, y yo deposité un billete de veinte
libras, calculando para cuánto nos daría eso, cuando la taquillera nos saludó
con amabilidad. Nos tendió una única ficha y me devolvió dos libras y
cincuenta, y yo me desinflé. No me había fijado en la tabla de los precios ni
ahora ni cuando habíamos ido la primera vez, pero no me esperaba que fuera tan…
Sabrae
interrumpió el tren de mis pensamientos basculando su cartera encima del
mostrador de la taquilla. Apartó los peniques a un lado para volver a
guardarlos, y sacó un puñadito de billetes de cinco libras arrugados, que dejó
al lado de la ficha que ya habíamos conseguido, la cara de la reina Isabel II
hecha un Cristo. A la pobre mujer no le sentaba bien que la doblaran como si
fuera un acordeón.
Sabrae
se volvió para mirarme y me dedicó una sonrisa inocente.
-¿Te
parece bien?
En una
situación normal yo habría protestado muchísimo. Odiaba que me invitaran salvo
si era a comida, y porque yo tendría la ocasión de devolver más tarde el favor.
Los chupitos y resto de bebidas que Jordan nos procuraba los fines de semana no
contaban porque, aunque sí que le suponía un gasto, técnicamente no sacábamos
dinero de su bolsillo, sino que él simplemente dejaba de ingresarlo.
No
había empezado a trabajar en cuanto llegué a la edad legal para hacerlo por
vicio: me gustaba ser independiente en ese sentido y no tener que pedirles
pasta a mis padres. No es que nos costara llegar a fin de mes, pero si yo tenía
mi propio sueldo no tenía que darle explicaciones a nadie. Y eso me ayudaría a
aprender a administrarme la pasta para cuando me fuera a vivir yo solo.
Pero
aquello no era una situación normal. Había salido con el dinero justo para
pasármelo bien con mis amigos subiendo a atracciones y tratando de no echar la
pota cuando nos bajáramos; tenía pensado cenar en casa, así que no necesitaría
más de cincuenta libras.
Y
luego me había encontrado con Sabrae y, cuando me había querido dar cuenta, ya
estaba planeando las vacaciones que nos daríamos con nuestros hijos en las Fiji
después de que estos se graduaran de la universidad.
-Me
parece genial-le respondí, prometiéndome a mí mismo que la invitaría a algún
sitio bonito en cuanto cobrara a final de mes. En un sitio caro. En uno de esos
sitios a los que tienes que ir con corbata, porque si no el maître te invita muy amablemente a ir a
tomar por culo.
La taquillera
terminó de contar el dinero que le dio Sabrae y nos tendió un nada despreciable
montoncito de fichas que Sabrae me metió en el bolsillo, seguramente para no
herir mi orgullo de macho neandertal que tiene que procurarle el alimento a su
hembra.
O
puede que lo hiciera para así tener una excusa para darme la mano por dentro de
mis pantalones. No me la soltó cuando la saqué. Ni cuando nos miramos. Ni
cuando nos sonreímos. Ni mientras dábamos pasos de duende a medida que iba
avanzando la gente. Ni cuando una chica con cola de caballo y una linterna vino
hacia nosotros y nos llevó hasta nuestro iglú.
Ni
siquiera me soltó cuando entramos y tuvimos que meter las fichas dentro de la
máquina que contaba el tiempo. Hicimos malabares para que mi mano izquierda
llegara al bolsillo derecho de mi pantalón, hasta que ella se cansó de que
hiciera el bobo y, entre risas, metió la mano en mis pantalones y sacó las
fichas. Las fuimos metiendo una a una, y cuando el contador nos indicó que
teníamos para tres horas de vídeos, Sabrae volvió a abrir la cartera con la
intención de meter 2.50 libras para poder seleccionar los vídeos e incluso
conectar los altavoces a nuestra cuenta de Spotify.
-A
esto invito yo-le dije, adelantándome a ella y metiéndole el cambio de la ficha
que había comprado a la máquina con el cable de conexión a mi móvil. Se abrió
una pequeña compuerta y dejé el teléfono enchufado. Me senté en el suelo y abrí
Spotify-. ¿Qué quieres escuchar?
-A
ti-respondió-. Gimiendo.
Me
volví hacia ella. Se había quitado el abrigo, que había dejado caer al suelo.
Llevaba unos pantalones de cuero negros que brillaban con tonos azulados por
culpa de la animación el techo de un cielo estrellado. En vez de una cremallera
y un botón, tenían un cordón que se anudaba por delante del mismo material, en
el que Sabrae había hecho un nudo doble que yo me moría por deshacer.
Y en
la parte superior tenía un jersey granate, fino, en el que se le marcaba la
tela del sujetador, que era de encaje. Me puse como una moto ya viendo las
pequeñas ondulaciones que hacía la ropa interior en sus pechos, y más aún
cuando me di cuenta de que el jersey tenía un nada desdeñable triángulo justo
en el escote que me ofrecía una vista de su canalillo que, de haber estado en
el exterior y poder verla bien, habría hecho que me abalanzara sobre ella a
devorarle las tetas como si fuera un caníbal famélico.
Me
levanté como un resorte y a la misma velocidad me abalancé sobre ella. La
agarré de la cintura y la pequé a mí mientras una música a la que ninguno de
los dos hizo caso comenzaba a sonar en los altavoces, tan suave que no se
escuchaba por encima de mis gemidos. Sabrae me clavó las uñas en los bíceps y
jadeó cuando yo la agarré del culo y la pegué contra mí, frotando su
entrepierna contra mi erección. Dejó escapar un suave “sí” que hizo que
perdiera la razón.
Olvídate de Nochevieja. Vamos a
follar ahora.
Sabrae me quitó el jersey y
lo lanzó hecho una bola hacia un extremo del iglú. Chocó contra una de las
paredes, cruzándose en la trayectoria de una estrella fugaz, y empezó a
desabotonarme la camisa que llevaba debajo. Me la quitó con rabia, pasándome
las manos por los hombros, y la camisa cayó al suelo con un ruido sordo que
ninguno de los dos escuchó.
Le
quité el jersey y ella se estremeció con el contacto de mis dedos en su piel.
Le pasé la uña por la columna vertebral y se volvió, literalmente, loca. Se
puso de puntillas para comerme la boca como si yo fuera lo único comestible en
kilómetros a la redonda, su lengua invadiéndome de una forma que era obscena
incluso para mí, y sus manos volaron a mis pantalones.
Me
desabrochó la bragueta y tiró de ellos hacia abajo para poder liberar mi
erección. Sonrió en mis labios cuando yo jadeé, sintiendo la presión de sus
dedos (un poco fríos para mi gusto, pero oye, cuando te están empezando a hacer
una paja la temperatura es el menor de tus problemas) alrededor de mi miembro.
Lo recorrió con la mano y se relamió. Tiró de mis pantalones un poco más hacia
abajo, ayudándose con las rodillas y los pies, y yo vi en ésa la oportunidad
que estaba esperando.
Con
la mano de Sabrae en mi erección y su boca en la mía, mis manos fueron hacia
sus pantalones y le desabrocharon el cordón. Mi mano se coló en su entrepierna,
entre sus bragas, haciendo que los dos soltáramos un gemido: ella, porque le
gustaba lo que le estaba haciendo, y yo, porque estaba mojadísima. Estaba seguro de que, si la penetraba ahora, con mi
polla en pleno apogeo, no le haría daño. Parecía más excitada incluso que yo.
Necesitaba
probarla.
-Dios
mío…-jadeó.
-No-contesté.
De Dios nada. Esto se lo estaba haciendo yo, no Dios-. Tu Alec.
Me
quité los zapatos de un puntapié, salí de los vaqueros, me separé un segundo de
ella para mirarla los ojos, y extraje mi mano de sus bragas. Sabrae me miró a
través de la película de placer que le nublaba la vista, sin entender cuál era
mi intención… hasta que me puse de rodillas frente a ella.
Me
postré para adorar a mi diosa, sintiéndome afortunado de que me hubiera elegido
a mí para ser el primero en idolatrarla. La agarré otra vez del culo y la
obligué a dar un paso hacia mí. Le mordisqueé la tripa, porque no llegaba a sus
pechos aún ocultos tras su sujetador de encaje a juego con sus bragas (vale,
puede que yo hubiera tardado en adivinar que nuestros amigos querían juntarnos
porque necesitaba verla para confirmarlo, pero Sabrae ya había sabido que nos
íbamos a ver esa tarde en cuanto sus amigas le dijeron que fuera con el pelo
suelto), sonriendo y acariciándome cada vez que ella se estremecía.
-Vas
a ser mía-le dije, tirando de los cordones de sus pantalones para estirarlos lo
suficiente como para que ya no le cubrieran las caderas. Acariciaron su piel
mientras caían, poniéndome celoso. Ellos estaban siempre en contacto con ella,
y yo no lo estaba casi nunca. Aquello no era justo.
Sabrae
sacudió la cabeza.
-No
puedo ser de nadie.
-Sé
mía-repliqué, dando un mordisquito cada vez que hablaba-. Sé mía. Sé mía. Sé
mía.
-No-jadeó,
negando con la cabeza, y echándola atrás cuando tiré suavemente de la tela de
sus bragas. Me detuvo un instante-. Alec…
-¿Sigues
con la regla?
-No
lo sé. He dejado de sangrar esta mañana, pero…
-Guay-respondí.
-No
quiero mancharte-jadeó, y no se lo creía ni ella. Estaba tan cachonda que me
dejaría comerle el coño estuviéramos en el día de su ciclo que estuviéramos. Y
yo estaba tan cachondo que se lo comería estuviéramos en el que estuviéramos.
-Pues
tenemos un problema, nena, porque tú siempre me manchas, aunque sea sólo un
poco-respondí, y ella se mordió el labio y dejó de luchar contra mis manos.
Salió de sus bragas y yo le desanudé los cordones de sus botas de tacón-. Y a
mí me encanta. Eres lo más delicioso que he probado en mi vida. Vas a ser mía
dentro de este iglú-le aseguré, y ella negó con la cabeza.
-No
puedo ser de nadie.
-Juguemos
a algo-respondí, haciendo que mi boca descendiera de su ombligo hasta su monte
de Venus. Tenía mi cara a la misma altura que su sexo, y me estaba costando la
vida no zambullirme en el aroma a excitación que manaba de ella-. Yo hago que
te retuerzas, te grites, y te corras. Si en algún momento gritas “sí”, serás
mía. Sin posibilidad de cambiar de opinión más adelante-le separé las piernas y
me quedé mirando su sexo palpitante, ansioso. Sentí que se me hacía la boca
agua.
-¿Y
si nunca grito “sí”?-gimió ella, estremeciéndose ante el contacto de mis dedos.
La miré desde abajo, con la boca tan cerca de su vulva que, cuando hablé, a
Sabrae le recorrió un escalofrío, mi aliento entrando en lo más profundo de su
interior.
-Habrá segundo asalto. Y segundo. Y tercero.
Hasta que grites sí, o te desmayes.
-Yo
no me desmayo fácilmente-me retó-. Ay, madre mía…-añadió por lo bajo cuando mis
dedos exploraron su anatomía, deteniéndose y prestándole especial atención a
nuestro mejor amigo: su clítoris.
-Ni yo me rindo nunca, bombón.
La
cogí de los glúteos y la empujé de modo y manera que me fuera imposible moverme
sin causarle placer. Tenía mi cara entre sus piernas, mi nariz en ese pequeño
bultito que tan loca la traía, mis labios en los suyos y mi lengua buceando en
lo más profundo de su sexo. Sabrae me clavó las uñas en la cabeza,
resistiéndose a que me alejara de ella (como si fuera hacerlo. Hay dos cosas
que soy incapaz de parar de hacer una vez que empiezo: comer y follar, y comer
un coño es hacer ambas al unísono), y empezó a jadear y a gemir por lo bajo,
hasta que yo le pasé una pierna sobre mi hombro y saqué mi lengua de su
interior, para centrarla en su clítoris, mientras con dos dedos le masajeaba la
vagina.
Sabrae
empezó a chillar, a decirme que no parara, que ni se me ocurriera parar, Dios
mío, qué bien lo hacía, Alec, sigue, Alec, por favor, sigue, Alec, no pares,
Alec…
Alec,
SÍ.
Sonreí
y me separé un poco de ella, que siguió agitando las caderas inconscientemente
un momento más. Mis dedos aún estaban dentro de ella, haciendo presión,
volviéndola loca.
-¿Qué
acabas de decir?
Sabrae
me miró desde abajo, impresionada.
-Ha
sido involuntario. No se volverá a repetir.
-¿Al
mejor de tres?
-Ni
se te ocurra.
-¿De
cinco?
-Eso
está mejor.
Me
eché a reír, asentí con la cabeza, la agarré de las caderas y tiré de ella para
sentarla sobre mi cara. Me quedé tumbado con ella a horcajadas encima de mí,
montando mi boca como si fuera un caballo salvaje al que había que domar, y no
pude soportarlo más. Ahora que tenía las manos libres, era el momento de darme
placer a mí mismo. Me sentía a reventar, bebiendo de ella como si fuera un
nómada del desierto que se ha perdido durante una semana y que milagrosamente
encuentra agua a una hora de morir de sed.
Me di
placer a mí mismo mientras se lo daba a ella, centrado en lo deliciosa que
estaba y las ganas que tenía de probarla (¿hacía cuánto que no lo hacía? ¿Desde
la última vez en aquella mesa de billar, quizá?), en las ganas que ella tenía
de aquello, en cómo nos estábamos follando sin necesidad de penetración…
Sabrae
empezó a contraerse y trató de apartarse de mí. Ah, no. Ni de coña. No vas a alejarte de mí ahora que mejor sabes.
Cómo odiaba esta costumbre de
las mujeres de tratar de apartarse de ti cuando se corrían. Era superior a mí.
La
sujeté por las caderas y ella se dejó caer hacia delante. Pronunció mi nombre
mientras su cuerpo se abandonaba a su placer y dejaba de pertenecerse a sí
misma para hacerlo un poco a mí. Se retorció, se contrajo y se expandió, se
echó a temblar mientras surcaba los cielos y llenaba mi boca de ese néctar de
los dioses que tanto me gustaba probar, especialmente si era el suyo.
Cuando
terminó, se irguió lo justo para quedar ligeramente sentada sobre mi pecho. Le
di un beso en la cara interna de la rodilla y ella soltó una risita. Me miró,
mordiéndose el labio.
-Te
he echado de menos.
Sonreí,
complacido, le acaricié la piel y le guiñé un ojo. Saltó mi pecho y gateó hasta
quedarse tumbada a mi lado, me dio un beso en la mejilla, y luego buscó mi
boca.
-Espera-susurró-.
Yo termino.
Una
de sus manos recorrió mi pecho como un ciego que lee en braille. Cerré los ojos
mientras ella me mordisqueaba el cuello y me pasaba el otro brazo por debajo de
la cabeza, atrayéndome hacia sí. Su mano llegó a mi miembro y yo separé la mía
para dejarle que hiciera conmigo lo que quisiera.
-Sé
mío-me susurró al oído, tras lo cual me mordisqueó el lóbulo de la oreja. Su
mano se cerró en torno a mi erección y comenzó a acariciarla arriba y abajo,
lentamente.
-Vale.
Sabrae
se echó a reír en mi oreja, claramente el mejor sonido del mundo. Nadie se
ponía de acuerdo en cuál era la mejor canción que había hecho su padre; eso era
porque no habían escuchado jamás a Sabrae reírse así. Ella era la obra maestra de
Zayn.
-Se
supone que tienes que oponer un poco de resistencia.
-¿A
ti? Imposible.
Sabrae
rió de nuevo. Siguió besándome en el cuello, subió por mi mandíbula, y cuando
yo busqué su boca y la atraje un poco hacia mí, no se quejó. Continuó
acariciándome tan despacio que pensé que me volvería loco, pero lo mejor de
todo es que ni siquiera podía quejarme. A pesar de que me había encantado la
rabia con que me había masturbado mientras le daba placer a ella, corriendo
hacia las estrellas con la esperanza de alcanzarla y llegar a la vez, lo cierto
es que ahora estaba disfrutando incluso más. Me gustaba el cuidado con el que
ella me tocaba, como si temiera hacerme daño. Me gustaba la falsa seguridad que
transmitía, queriendo hacerme ver que había hecho eso más veces de las que lo
había hecho realmente para que yo no tuviera dudas ni miedo.
Me
gustaba que me lo hiciera ella más de lo que me gustaba hacérmelo yo, a pesar
de que yo me conocía como nadie más lo hacía, porque con ella todo era
diferente. Era más importante. Más especial.
No
tenía que apresurarme para llegar a las estrellas; sus manos eran las estrellas.
¿Sabes
todas esas gilipolleces que dicen en las películas que les gustan a las tías
sobre que en cuanto tocas a la persona de tu vida, con la que se supone que vas
a estar siempre, que está destinada a ti, la persona a la que tú estás
destinado, lo sabes en ese instante?
Pues resulta que no son gilipolleces.
Lo había sentido en mi propia piel en el momento en que la toqué como sólo un
chico toca a una chica, pero no había querido verlo hasta ahora. Me alegraba
muchísimo de haberlo hecho así. También me alegraba muchísimo de haberme dado
cuenta entonces, de haberlo encontrado entonces, y no cuando era pequeño y no
podía apreciarlo.
Me alegro de que no me pasara como les pasó a Scott y Tommy, que cuando lo
sintieron eran tan pequeños (seis meses tenía el primero, un día el segundo)
que eran incapaces de recordarse.
Yo no quería olvidarme nunca de la sensación de estar tirado en la cama,
pensando en sólo el roce de tus manos sobre su cintura, y pensar “joder, de
esto está hecho el universo”. Y quiero pasarme el resto de mi vida haciendo
universos con ella.
Y eso
era lo que Sabrae estaba haciendo conmigo: crear universos.
Todo
mi cuerpo se tensó y traté de separarme de ella. No podíamos cometer el mismo
error otra vez, pero ella estaba decidida a que nada se interpusiera entre
nosotros.
-No
te alejes de mí-me pidió, y siguió acariciándome hasta que mi mente se puso en
blanco, e incluso entonces no paró. Sus ojos surfearon por mi cuerpo hasta ese
lugar en que sus dedos estaban afanados, y contempló con curiosidad cómo yo
terminaba, bastante más tarde que ella. Puede que fuera entonces cuando terminara
de decidir que merecía la pena arriesgarse conmigo, perder el tiempo conmigo.
Le
cogí la mano que tenía debajo de mi cabeza y eso atrajo su atención.
-Nunca-le
prometí, besándole la cara interna de la muñeca, donde las venas podrían
llevarse mi cariño por todo su cuerpo, para que jamás tuviera frío. Ahí era
donde debía estar: tirado junto a ella, con nuestras caras tan cerca que
notábamos el rubor de nuestras mejillas en la piel del otro, las miradas
enredadas y las manos unidas, como siempre deberían permanecer. Nunca había
sentido algo así, esa sensación de pertenecer al momento, al lugar y a la
persona con la que estaba, como me estaba sucediendo ahora con Sabrae. Y el
hecho de que ella sintiera lo mismo que yo me parecía un capricho del destino tan
aleatorio que tenía que ser una equivocación.
Todos
mis defectos, ella los volvía virtudes. Yo no hacía más que decir gilipolleces
(como aquella vez en la entrevista de trabajo de Amazon en la que dije que una
de mis aficiones era ver porno), pero a ella le encantaban. No la exasperaban
como sucedía con los demás. Con ella no tenía que morderme la lengua, y no
tenía que dejar de decir las cosas que decía, porque aunque pensara “joder,
Alec, eres gilipollas, ¿por qué dices esto?”, ella se reía y le gustaba lo que
le decía y cómo lo decía, y le gustaba que no lo pensara antes de decirlo, que
fuera sincero. No podía meter la pata con ella, simplemente no podía.
Y
cuando llevas toda la vida metiendo la pata, encontrar a alguien con quien es
imposible equivocarte es como encontrar la fuente de la eterna juventud.
-¿Qué?-susurró en tono suave, como si
acabáramos de declararnos en lugar de echar un polvo bestial. Como si mi boca
no supiera a su placer y mi abdomen no estuviera manchado con el mío.
Negué
con la cabeza.
-Nada-jugueteé
con su melena-. Estaba pensando.
-¿En
qué?
-Soy
afortunado de tenerte.
Sabrae
sonrió.
-Y yo
de tenerte a ti.
-Te
mereces a alguien mil veces mejor que yo.
-No
lo hay. Y aunque lo hubiera, no lo quiero. Te prefiero mil veces a ti sobre
cualquier otra persona, Al.
Te prefiero mil veces a ti sobre cualquier
otra persona, Al.
Ya tengo epitafio.
Sabrae
se inclinó y me dio un suave beso en los labios.
-Tengo
que pedirte perdón.
-¿Por
qué? No has hecho nada.
-No,
sí que lo he hecho. La he jodido contigo. Te merecías que todo fuera bonito y
especial, como tú. No te merecías que ayer reaccionara como lo hice. Que te
dijera las cosas que te dije.
-No
pasa nada, Alec, de verdad.
-No,
Sabrae, sí que pasa.
-Sé
que no querías decir las cosas que dijiste para hacerme daño. Aunque dijeras
algo feo, yo no me lo he tomado al pie de la letra. Sé lo que sientes por mí. Y
sé que sabes lo que yo siento por ti.
-Es
que es precisamente por eso por lo que me estoy disculpando. Te dije cosas feas
por el calentón, vale, pero también te dije cosas bonitas en un tono que las
hacía dolorosas. Siento haberte dicho que te quería como te lo dije-me
incorporé un poco hasta quedar acodado, mirándola-. No te lo merecías. Te
merecías que te lo dijera en un momento precioso y especial, no como un ataque.
-Ahora
es un momento precioso y especial-contestó, desnuda en la penumbra a mi lado,
con sólo su sujetador tapándola un poco. Tenía razón. Aquel era un momento
bueno como cualquier otro y, desde luego, mejor que el que había elegido para
decírselo por primera vez. Sabrae conocía mis sentimientos y yo sabía que lo
hacía, pero no por ello iba a privarme del lujo que suponía verle la cara
cuando los expresaba en voz alta.
-Te…-empecé,
pero me cortó.
-Espera-me
detuvo, y yo me la quedé mirando, estupefacto, mientras se ponía en pie,
buscaba sus bragas, se las ponía dando saltitos y corría hacia su bolso. Sacó
un paquete de pañuelos, se limpió por entre los muslos, y luego me limpió a mí
el semen que brillaba en la oscuridad sobre mi vientre. Lo hizo una bolita y
buscó una papelera.
-No
hay…
-Creo
que la gente no suele generar basura cuando entran aquí-respondí, alzando una
ceja, sencillamente alucinado de que ella se pusiera a limpiar cuando yo estaba
a punto de repetirle que la quería.
-Pues
qué poco previsores-chasqueó la lengua y negó con la cabeza. Lo tiró al lado de
su bolso, cogió una manta del suelo y se dejó caer encima de mí, arrancándome
un gemido de dolor y recompensándome con un beso a modo de disculpa-. Disculpa
la interrupción. Ya puedes.
Abrí
la boca para hablar, pero ella siseó. Me cogió la mano y la puso en su mejilla,
cerró los ojos un momento, disfrutando de la calidez de mi contacto y, cuando
los abrió, sonreía.
-Vale.
Ahora sí.
Incliné
la cabeza hacia un lado y le dediqué mi mejor sonrisa torcida.
-Sabrae
Malik-pronuncié, y ella alzó las cejas-. ¿De verdad te has levantado y te has
asegurado de que todo esté a tu gusto para cuando te lo diga?
-Soy
una persona exigente. Y quería que estuviéramos acurrucados-me guiñó un ojo y
yo me eché a reír-. Venga, Al. Soy una chica algo impaciente.
Hundí
los dedos en su pelo, que mi mano había apartado hacia un lado, y la miré a los
ojos.
-Te
quiero-pasé las yemas de mis dedos por las raíces su pelo; sus rizos me hacían
cosquillas en el antebrazo. Ella abrió la boca, pero yo la sacudí-. Y no debes
sentirte obligada a decírmelo ahora. Puede ser ahora, o mañana, o nunca. Yo sé
que lo haces. Puedo verlo, y con eso me basta.
Sabrae
torció la boca, juguetona, pensando su siguiente movimiento, y finalmente
sentenció:
-Te
lo diré cuando no tenga otra cosa que decirte.
-Vale.
¿Ahora quieres decirme alguna cosa?-pregunté, y ella se echó a reír, asintió
con la cabeza, tragó saliva y me miró a los ojos.
-Alec
Whitelaw. Gracias por esta preciosa segunda oportunidad-me acarició el pecho,
sus dedos bailando sobre mi piel como si fueran patinadores sobre hielo en una
pista olímpica, en una final en invierno. Tal cual se deslizaban, como si
estuvieran hechos para recorrerme, diría que Sabrae sería capaz de ganar el
podio completo: bronce, plata y oro-. Te prometo que será mejor que la primera.
-No
creo que eso sea posible, nena-sacudí la cabeza, mis dedos cada vez más
enterrados en su melena. Ella asintió, afianzó un poco su posición encima de
mí, y me pasó un dedo por los labios. Le agarré la mano y le di un beso en la
yema de los dedos.
-Quiero
hablar contigo. No pongas esa cara. No es nada malo. He estado pensando acerca
de lo que te dije ayer.
-¿Vas
a cambiar de opinión?
-De
momento, no. Y, aunque también estuve meditando sobre eso, la verdad es que no
es a lo que más atención presté por la noche, después de hablar contigo-tomó
aire y lo dejó escapar en un suspiro agotado-. He estado pensando mucho en nuestros
límites, y…-dejó la frase en el aire, buscando las palabras, y yo por un
momento me vi cayendo al vacío sin posibilidad de remontar el vuelo.
Ya
estaba. Había decidido que la relación física tendría demasiado impacto en la
emocional, y ella no podía permitirse enamorarse de alguien como yo, así que
ahora me diría que lo mejor sería que dejáramos lo nuestro en una amistad y
nada más.
A mí
no me bastaría, pero me conformaría con lo que ella quisiera darme. Un amor
platónico con Sabrae era bastante más de lo que había aspirado a tener en toda
mi vida. Además, la verdad es que encajaba con ella. Nadie podría adorarla como
ella se merecía, con la idolatría más absoluta. Puede que estuviera hecha para
ser el objeto de un millón de amores platónicos, y yo hubiera tenido la suerte
de ser el primero y el último que probaría su cuerpo antes de que ella
decidiera consagrarse a su propia divinidad.
-¿Te
gustaría que tuviéramos más?-la animé, y ella frunció el ceño y sacudió la
cabeza. No voy a decir que me encantó no tener razón.
Pero
me encantó no tener razón.
-No.
Claro que no. Todo lo contrario. He sido… muy cobarde, pidiéndote todas esas
cosas. ¿Nada de acompañarme a casa, nada de ir de la mano, nada de ser la cita
por defecto en las fiestas y demás?-puso los ojos en blanco e hizo una mueca de
disgusto-. Quiero buscarte-me puso una mano en el corazón, aunque creo que no
lo hizo a posta, pero a éste no le importó: empezó a latir desbocado, más aún
de lo que ya estaba, teniéndola tan cerca, con tan poca ropa, tan encima de
mí-. Quiero ir a los sitios y decepcionarme porque me hayas dicho la verdad y
que no estés en ellos. Quiero intentar convencer a mis amigas de salirnos de la
ruta de siempre sólo por verte cinco minutos. Quiero llevarte a cosas que sean
importantes. Quiero que seas parte de mi vida, Alec, y que yo lo sea de la
tuya. Quiero que me busques entre la gente y vengas hacia mí nada más verme.
Quiero que te apetezca estar con otras chicas y que tengas que evocar mi
recuerdo para decidir si me esperas o te vas con ellas. Quiero…
-No
voy a irme con nadie. No podría, aunque quisiera.
Sabrae
sonrió, y su mano me acarició la muñeca.
-Quiero
llevarte a casa y que tú me lleves a la tuya. Quiero estar borracha como una
cuba y darles el coñazo a mis amigas como tú lo haces con tus amigos. Quiero
verte en nuestro sofá blanco del cuarto morado, en nuestro banco del parque, en
este iglú, en tu cama o en la mía. Quiero quitarme la ropa para ti y que tú te
la quites para mí. Olvídate de todo lo que te dije ayer. No quiero que te
cortes en nada. Quiero que sigas siendo tan auténtico e impulsivo como has sido
siempre. Lo quiero todo contigo, absolutamente todo: flores, corazones, cenas,
mimos, y también sexo. Mucho sexo.
Solté
un bufido, porque tengo un don para cargarme los momentos románticos…
… y
porque me pondría a llorar como un puto crío si Sabrae seguía diciéndome esas
cosas. Me estaba revolviendo por dentro. Hacía que todo lo que había creído
saber ayer se desintegrara y fuera una estupidez. ¿Cómo podía haber dudado de
ella, de sus sentimientos, de si merecía la pena esperarla? Ni cuando llevara
diez años muerto habría pasado el tiempo suficiente como para que el fuego de
lo que sentía por ella se apagara.
-Menos
mal que lo has aclarado, ya pensaba que eso se iba a acabar.
Sabrae
se echó a reír. ¿Recuerdas lo que dije sobre que no puedo meter la pata con
ella? Eso es porque es verdad. Incluso cuando hiciera las cosas mal, incluso
cuando la cagara de una forma apoteósica, Sabrae simplemente no me permitiría meter la pata. Todas
las cosas que yo dijera no podrían hacerle daño, porque sabía que no iban por
cambiar de tema. No lo hacía con maldad. Era parte de mí ser así de payaso.
-No
quiero que se acabe. Jamás lo querré-me puso el dedo índice bajo la mandíbula para
mirarme. Me pregunté por qué todas las culturas importantes tenían una figura
masculina como dios principal, desde los egipcios hasta la cristiana, cuando no
hay nada más imponente que la mirada cargada de amor de una mujer que se te
está declarando, desnuda sobre ti-. Quiero una infinidad de cosas contigo. Y
ninguna es perderte.
Ninguna es perderte.
Ninguna es perderte.
Ninguna.
Es.
Perderte.
Me
mordí el labio. Sobre nosotros pasó una estrella fugaz, creo que la encargada
de hacer ese deseo mío realidad. Parecía el director de una obra de teatro que
termina la noche de su estreno con lleno absoluto y todo el público en pie, que
sale a escena para recibir el ramo de flores de su elenco y admiradores y hace
una reverencia que recoge todo el crédito. Gracias.
-Sabrae…
Ella
me cogió la cara entre las manos, me dio un beso en los labios y dejó nuestras
mentes juntas. Tenía los ojos cerrados.
-Actúa
como te salga, Al. Como necesites para no marcharte. Dime todo lo que quieras,
hazme todo lo que quieras. Sé mi novio en funciones hasta que esté lista para
decirte que sí.
Vale,
pues la estrella fugaz no estaba allí de paseo para que yo le diera las
gracias. Todavía no me había cumplido ese deseo.
Aunque
había algo en su frase que me dio una renovada esperanza. Hasta que esté lista para decirte que sí.
Sabrae
me estaba dando tiempo para que yo me pusiera a su altura. Para ello, yo
tendría que escalar la cima más alta del mundo. Incluso así, me habría sido
imposible alcanzarla donde estaba, por encima de las nubes, pero yo no había
contado con algo: si ella tenía alas, si podía volar… también podía aterrizar.
Podríamos
encontrarnos en el techo del mundo y estar juntos allí.
Yo
necesitaba tiempo para escalar, y ella, para descender. Estaba dispuesta a hacer
del cielo su techo, en lugar de su suelo. De sus pies, sus sostenes, en lugar
de un adorno.
-No
supone nada-le dije, y ella abrió los ojos y me miró-. Es sólo una palabra. No
debes tenerle miedo. No va a cambiar absolutamente nada entre nosotros el hecho de que te refieras a mí como tu novio
en lugar de como tu amigo especial, o lo que sea que utilices para pensarme.
Escucha-me incorporé un poco, clavando los codos en el suelo-, sé lo que te
preocupa. Los tíos somos unos gilipollas en el tema de las relaciones. Lo
admito. Somos capaces de ir detrás de una tía meses, le prometemos cielo y
tierra, y cuando la conseguimos, hablamos de ella como si fuera una especie de
contrato que hemos firmado para aburrirnos durante quién sabe cuánto tiempo. Yo
no soy así. Jamás hablaré de ti así con mis amigos, ni te trataré con el
cansancio con el que lo hacen los demás.
-Sé
que sí.
-Pues,
si lo sabes, ¿qué es lo que te preocupa? Porque te juro que será en vano,
Sabrae. No te lo he pedido por aburrimiento. Te lo he pedido porque me hace
ilusión. Y ya me estás dando todo lo que ello conlleva, así que, ¿qué te da
tanto miedo de esa palabra para que te niegues a usarla conmigo?
Sabrae
se mordió el labio.
-A mí
también me hace ilusión usarla, pero…-parpadeó-. Entiéndeme, Al. Estamos en una
situación de mierda-se quitó de encima de mí y se quedó sentada a mi costado.
Me incorporé hasta quedar sentado frente a ella.
-¿Por
qué?
¿Es que alguien le había dicho algo sobre mí?
Se me
encogió el estómago cuando un nombre pasó por mi cabeza. Scott. Sólo él tenía el poder de convencer hacer cambiar de opinión
a Sabrae sobre algo y me conocía lo suficiente como para tratar de interceder,
o no, por mí. Aunque no creía que fuera capaz de ello, la verdad es que me daba
terror que Scott le fuera a su hermana con el cuento de que no me diera más
alas.
No,
no era propio de Scott.
No,
Scott no lo haría.
No,
Scott intercedería por mí, no contra mí.
Tenía
que ser otra cosa.
Sabrae
tragó saliva y me sacó de mis pensamientos. Estaba al borde de las lágrimas.
Joder. La había visto llorar más esos dos meses que en toda su vida, tiernísima
infancia incluida. Sabrae nunca había sido uno de esos bebés que lloran por
nada. Podía contar con los dedos de una mano, y aun así me sobrarían, las veces
que había presenciado algún llanto suyo de bebé.
Puede
que por eso no quisiera ir a más. Puede que no quisiera darme más poder para
hacerle daño.
-Saab.
Mi niña. No llores. No te preocupes-la atraje hacia mí y la acuné contra mi
pecho, y Sabrae cerró los ojos. Todavía no había derramado la primera lágrima,
pero ya le costaba respirar-. No pasa nada, de verdad. No tienes por qué darme
una respuesta ahora. No te preocupes-le besé la cabeza y ella me abrazó los
brazos.
Negó
con la cabeza.
-Quiero
decírtelo, pero… es que me da miedo de lo que pueda pasar.
-¿Miedo?
¿Yo te doy miedo?
Sabrae
se separó de mí y me preguntó, de repente muy seria:
-¿Cómo
no vas a darme miedo, Alec, si eres la única persona que puede hacerme daño de
forma que jamás me podría curar?
Me
quedé sin aliento, mirándola. Había una fiera determinación en sus ojos, a
pesar de su aspecto frágil. Era como el cristal, que era tremendamente duro y,
a la vez, con el menor golpecito se rompía en mil pedazos.
Y,
como una figura de cristal, también era muy hermosa.
La
entendía, a pesar de todo. A pesar de que sabría que daría mi vida antes de
hacerle daño, que estaba dispuesto a morir defendiéndola… entendía que no
quisiera ir a más, si en el fondo pensaba que yo podía herirla. En cierto sentido,
tenía razón: yo tenía un poder sobre ella que nadie más tenía, igual que ella
lo tenía sobre mí.
-Necesito
algo a lo que agarrarme-murmuró.
-Yo
puedo ser ese algo-respondí porque, ah, sí. Soy terco como una mula.
Puede
que eso fuera un defecto que debería esforzarme en corregir, pero… a los 17, no
te apetece tratar de cambiar tu forma de ser, especialmente si ésta te ha
llevado hasta un iglú con una chica increíble como lo era Sabrae.
-¿Y
qué va a pasar cuando no estés?
-Yo
voy a estar siempre, Sabrae.
-Eso
no es verdad-se echó a reír con amargura y sacudió la cabeza-. Eso no es
verdad.
-¿Piensas
que te lo digo por regalarte los oídos?
-No.
Pero… yo te necesito de todas las formas en que una chica puede necesitar a un
chico, Alec. Y una de ellas es física. Sabes
que yo lo soy mucho. Me gusta tocarte, olerte, verte. Sentirte a mi lado, o
dentro de mí. Y va a haber una época en la que no te voy a tener de ninguna
forma. Sólo tendré mis sentimientos por ti, y eso es muy solitario. No estoy
acostumbrada a estar sola.
Fue
entonces cuando caí. El voluntariado. Estaría un año fuera de Inglaterra, en
África. Lejos de mis padres, de mis amigos, de mi hermana… de Sabrae.
Joder.
Joder,
Dios mío.
¿Es
que no había podido apuntarme a un puto programa de idiomas en Francia, como
hacían los tíos normales? Se suponía que las francesas eran las más golfas de
Europa, y cuando yo había decidido ir de voluntariado estaba en mi época de
follarme a cuantas más tías, mejor. La monogamia todavía era algo que yo pensaba
que era incompatible conmigo.
¡Y
no, señores, en vez de largarme al literalmente único país con el que el mío
estaba conectado con un tren, me piraba a la otra punta del mundo, donde
seguramente no habría cobertura, ni digamos ya internet, a construir putos
sistemas de regadío para las tribus indígenas!
¡Si
es que cuando mi madre dice que soy imbécil, la mujer lo dice con toda la razón
del mundo!
-Eso
no sería problema-respondí-. Podríamos hacer algún apaño. Hay gente que lo
hace, cuando se van de Erasmus, y esas cosas. Se dan un año de carta blanca y
que sea lo que Dios quiera.
Sabrae
abrió muchísimo los ojos y la boca, alucinada.
Cuando
yo pensé que no iba a hacer nada más porque había entrado un estado catatónico,
se abalanzó sobre mí y empezó a golpearme. A cada palabra que pronunció le
correspondió un golpe.
-¿Crees
que la falta de sexo es lo que me preocupa?-se separó de mí y apretó los
puños-. ¡Me importaría una mierda estar sin sexo durante cinco años, si fuera
porque tú no estuvieras cerca! ¿Cómo te atreves? ¡Me dan lo mismo los demás!
¡Sólo me interesas tú!
-¿Pues
entonces cuál es el puto problema, Sabrae?-ladré.
-No
quiero mantener una relación a distancia. Son una mierda.
-Por
favor-me eché a reír-. Si ya casi nos comportamos como si la mantuviéramos. No
dejamos de hablar por todas las redes sociales.
-¿Cómo
eres tan tonto? No es lo mismo. Estás aquí. Estoy aquí. Que no hagamos más que
mandarnos mensajes no quiere decir que ya nos relacionemos como si viviéramos
cada uno en una punta del mundo. Podemos vernos cuando nos apetezca.
-Mi
portátil tiene cámara. Me lo llevaré conmigo.
Sabrae
entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.
-Hay
veces en que me sentaría en tu cara sólo para hacer que cerraras la boca y
dejaras de decir gilipolleces.
-Puedo
hablar con la boca llena. ¿Quieres que probemos?
Parpadeó un instante, y luego… sonrió.
Descruzó los brazos y se acercó a mí.
-Eres
gilipollas, Alec.
-Menuda
novedad. Ven aquí-la agarré de la cintura y la pegué a mí. Le separé las
rodillas y me metí entre sus piernas-. Me ha entrado hambre.
-Estamos
hablando.
-Ya
lo sé. No voy a dejar de hacerlo. Sólo que ahora lo haré con tus otros labios.
-De
cosas importantes.
-Tu
coño es importante para mí.
Sabrae
alzó una ceja y me soltó una bofetada. Maldije por lo bajo y me froté la
mejilla dolorida.
-Me
he pasado, ¿verdad?
-Aún
no, pero te estabas poniendo pesadito, y tenía que hacer eso antes de que te
sacaras la polla.
-No
haríamos nada que tú no quisieras-ironicé, poniendo los ojos en blanco.
-Ya
lo sé. Por eso. Tenemos que aclarar esto antes de volver a retozar. Y, si te
viera la polla, no creo que me apeteciera mucho hablar de nuestra situación.
Alec-chasqueó los dedos delante de mí y yo sacudí la cabeza-. ¿Me estás
escuchando?
-Perdón.
Me he quedado en lo de “volver a retozar”. ¿Qué decías? Habla deprisa-le pedí,
tumbándome sobre ella. Sabrae me puso las manos en el pecho y se echó a reír.
-Quita,
¡quita!-se rió más fuerte cuando yo le soplé en el cuello y estalló en una
carcajada fruto de cosquillas-. ¡Alec, basta! Debemos hablar de esto.
Concéntrate. Vamos-me dio un pellizco en el costado y yo bufé.
-¿Sabes
qué palabra tiene que ver con hablar? Oral. Tengo un par de ideas al respecto…
Sabrae se echó a reír y, mientras yo bajaba
dejando un reguero de besitos por su vientre, ella se dedicó a acariciarme por
detrás de la oreja como si fuera un perrito. No parecía de humor. Levanté la
vista y la miré.
-Al…-susurró
con ternura, y yo asentí con la cabeza.
-Perdona,
nena.
-No
pasa nada.
-Hablemos
venga. ¿Cuál es el tema de hoy?
Se
echó a reír.
-Las
relaciones a distancia.
-Ah.
Muy bien. Estupendo. Sospecho que tienes unas cuantas opiniones al respecto.
-¿Tú
no?
Me
encogí de hombros, me tumbé a su lado y me pasé una mano por detrás de la
cabeza.
-Meh.
Podrían ser peor. Creo que ahora son bastante fáciles de llevar, incluso en el
tema del sexo. ¿Sabías que hay restaurantes que ofrecen conexión a Internet de
alta velocidad para que hables con otra persona que esté en la misma filial?
Ponen la misma carta y esperan a que los platos estén terminados para sacarlos
a la vez y que los clientes los coman como en una cena normal. Mola.
-Yo
creo que son un asco-respondió, metiéndose en el hueco bajo mi brazo y
acurrucándose contra mi pecho. Me rodeó la cintura con un brazo e hizo un
mohín.
-¿Sí?
A las tías os suelen gustar.
-¿Qué
te tengo dicho sobre esas generalizaciones con respecto al género?
-Hace
un minuto he hecho una y no te ha parecido mal.
-Porque
hablabas mal de los tíos. No tengo nada en contra de las generalizaciones que
dejen mal a los hombres.
-Qué
simpática-puse los ojos en blanco y le pedí que me explicara su punto de vista.
Se lanzó a una perorata desgranando todas las desventajas de las relaciones a
distancia, pasando por la falta de contacto físico hasta los cambios en las
zonas horarias y la imposibilidad de encajar en una rutina ajena a una persona
con la que no compartías país.
-Son
duras, sí, pero yo creo que podríamos llevarlo bastante bien. Podrías ir a
hacerme alguna visita y yo venir de vez en cuando-aventuré, aunque si me
detenía a echar cuentas, me daría cuenta de que no tenía suficiente pasta para
hacer ni siquiera un viaje, al margen de que dudaba que me dieran vacaciones en
el voluntariado lo suficientemente largas como para regresar a Inglaterra. Y
quería conocer un poco de África, no sólo el rinconcito en el que estaría
durante meses-. No tiene por qué ser tan duro.
-Yo
necesito tenerte aquí-zanjó, y yo me la quedé mirando. Pronuncié unas palabras
que nunca pensé que pronunciaría por nadie. El voluntariado era importante para
mí. Quería devolver parte de la suerte que había ido recolectando a lo largo de
mi vida. Quería saber qué se sentía siendo completamente altruista.
Pero
por ella estaba dispuesto a renunciar a mis delirios de solidaridad y ser
completamente egoísta.
-¿Quieres
que me quede?
-Sí-respondió
sin dudar, lo que me indicó que le había dedicado tiempo a reflexionar sobre
nuestra situación-. Pero no puedo pedírtelo. Nunca me perdonaría que tuvieras
que renunciar a algo tan importante como tu año fuera por mí. No puedo ser la
dueña de tu vida.
Le di
un beso en la cabeza.
-Eso
te honra. Aunque lo seas de mi corazón-le acaricié el costado y Sabrae levantó
la cabeza y se me quedó mirando un segundo. Hizo un mohín, pidiéndome un beso.
-Lo
entiendes, ¿verdad?
-Pues
claro. No funcionaría-mentí, encogiéndome de hombros y fingiendo indiferencia-.
Los dos somos muy físicos. No estaríamos aquí de no serlo.
Arrugó
la nariz.
-¿Te
parece mal?
-¿El
qué? ¿Que seamos físicos? Por favor-me eché a reír.
-No,
Alec. Que no haya rectificado en todo.
Me
encogí de hombros.
-Como
ya te he dicho, es como si fuéramos novios. Sólo que tenemos que explicarles la
situación a los que nos pregunten por lo que nos une, pero por lo demás… me da
lo mismo. Además, en cierto sentido, incluso me esperaba que cambiaras de idea
con respecto a lo que podíamos y no podíamos hacer.
-¿Ah,
sí? ¿Y eso por qué?
-Los nudes-le guiñé un ojo y Sabrae se echó a
reír-. Sabía que te harían cambiar de opinión. Estoy de muy buen ver.
-Ah,
sí, los nudes. Los salvadores de las
relaciones a distancia-asintió con la cabeza y se acurrucó en mi pecho.
-No
es todo malo, ¿no te parece?
-No.
Aunque tampoco es necesario tener una relación a distancia para mandárnoslos-me
guiñó un ojo y yo me hice el loco-. Por mí, nos los mandamos esta misma noche.
-Prefiero
ver el arte en persona por primera vez. Luego me llevaré las postales.
Sabrae
alzó las cejas y se tumbó encima de mí. Esbozó una sonrisa traviesa y se
desabrochó el sujetador, cuyos extremos cayeron sobre mi costado. Me retó con
la mirada, una ceja arqueada y sin poder disimular su expresión de triunfo. Me
pasé una mano por el pelo y miré hacia el contador con el tiempo.
-La
primera vez que te vea completamente desnuda, quiero que tengamos más tiempo y
haya más luz.
La
veía lo suficiente como para saber qué cara estaba poniendo y las curvas que la
componían, pero no lo bastante como para apreciar cada uno de sus detalles.
Quería que mi primera vez viéndola como la habían traído al mundo fuera en
condiciones óptimas que me permitieran admirarla y recrearme en su desnudez una
vez estuviera solo. Memorizaría cada detalle como si no fuera a volver a verla.
Mañana,
me dije.
-¿Para
qué necesitas la luz?
-Ni
de coña me conformo yo con verte desnuda a oscuras.
-¿Y
el tiempo?
Entrecerré
los ojos. Parece mentira que no me
conozcas, Sabrae.
-Estás loca si piensas que con dos horas y
pico voy a conseguir follarte todo lo que quiero una vez te vea en bolas, niña.
Voy a necesitar toda una noche. Y da gracias de que tenga que comer y dormir,
porque si no, estaríamos dale que te pego toda una semana.
Sabrae
se echó a reír, asintió con la cabeza y se abrochó el sujetador mientras me
besaba. Creo que nunca había querido que me hicieran cambiar de opinión tanto
como lo hice entonces.
Después de esperar un ratito para poder vestirme (por eso
de que subirte la bragueta de unos vaqueros es un pelín complicado cuando
tienes una erección de caballo por culpa de los recuerdos de la noche
anterior), había bajado las escaleras de mi casa en tromba, anunciando que me
iba un momento a casa de Tommy a hacerle un favor de mierda a la puñetera Mary
Elizabeth. Mamá me gritó que no hablara así de mi hermana, pero yo ya estaba
cerrando la puerta de casa para evitar que Trufas
se escapara, así que tenía excusa para fingir no oírla.
Quince
minutos después atravesaba el camino de entrada de casa de Tommy, con una única
esperanza retumbándome en la mente: Que
Zayn esté borracho y no me asesine con la mirada.
Tomé
aire y llamé al timbre, diciéndome que no tenía por qué preocuparme. Zayn no
estaba en su casa, así que no tenía ninguna excusa para fulminarme con la
mirada. Estaba claro que no iba allí (sólo) por ver a Sabrae, así que no había
nada que temer de mí.
Escuché
un alboroto en el interior de la vivienda, platos y copas que entrechocaban y
muebles que se arrastraban por el suelo. Unos pasos se acercaron
apresuradamente mientras el dueño de los pies farfullaba por lo bajo. El
picaporte se giró y en la puerta apareció Tommy, con el pelo revuelto y un
delantal que ponía “besa al cocinero”. Abrió los ojos, sorprendido por mi
presencia. Créeme, ninguno de los dos se
esperaba que yo estuviera tan desesperado como para venir aquí.
-Hola, Al-me saludó, una vez
recompuesto. Incliné la cabeza en su dirección a modo de saludo.
-Hola,
¿está Eleanor?
-¿Alec?-se
escuchó una voz dentro de la casa, y al instante Scott estaba al lado de Tommy,
con el ceño fruncido, preguntándose qué carajos estaba haciendo yo allí.
-¿Es
que ahora vas detrás de mi hermana?-acusó Tommy en broma.
-¿Me
la quiere quitar, hijo de puta?-agregó Scott en coña, pero a mí no se me escapó
el ligero tono de amenaza que había debajo de ese tono. Me pregunté si Tommy ya
lo sabría y se lo había tomado sorprendentemente bien, o si por el contrario a
Scott simplemente le había faltado oxígeno al nacer y le parecía que ese tipo
de coñas con Tommy delante harían que a su mejor amigo no le pareciera tan mal
que se estuviera follando a su hermana pequeña a sus espaldas.
No
debería ser tan duro con Scott, dado que yo también me estaba follando a su
hermana pequeña, pero… ni hacía coñas con eso ni lo hacía a sus espaldas.
Joder, menuda movida iban a tener cuando Scott se lo contara. Si yo fuera
Tommy, le rompería la cara sólo por haberse reído de mí.
-Mary
se ha olvidado no sé qué mierda del
vestido, y dice que la tiene Eleanor, y le ha tocado al puto pringado venir de recadero… por el pringado, es, en realidad,
muy buena persona-asentí con la cabeza, como si pensara que mi buen corazón
fuera a llevarme lejos. No sé si me conseguiría muchas amistades, pero estaba
claro que no iba a aprobar el curso a base de ser buena gente.
Scott
y Tommy se miraron un momento, comprendiendo la situación… o lo que ellos
pensaban que había sucedido. Después de poner telepáticamente en común todo lo
que pensaban, se giraron y constataron al unísono:
-Te
ha tocado el cuello.
Asentí
con tanta profundidad que me sorprendió que no me diera tortícolis en ese
preciso momento.
-Eso
también; la cabrona sabe qué es lo que tiene que hacerme. ¿Seguís de
cena?-inquirí, echando un vistazo al interior de la casa de Tommy. Habían
puesto una gran mesa en el salón, detrás de los sofás, cubierta con manteles y
tomada por copas de vino a medio beber y postres de los que sólo quedaban
migajas. El aroma a comida recién hecha y correctamente especiada que flotaba
en el ambiente hizo que se me abriera el estómago y empezara a bailar dentro de
mí. El único que era capaz de igualar la mano de mi madre en la cocina era
Tommy. El tío realmente tenía un don para eso de freír, asar, guisar y hornear.
El día que se repartió la hermosura, Tommy ni siquiera apareció; pero cuando se
repartieron las dotes culinarias, el cabrón nos había adelantado a todos por la
derecha y se había hecho con la primera posición.
Es
broma. Tommy es bastante guapo.
A su
manera, vamos.
-Estamos
con las uvas. ¿Quieres comértelas con nosotros?
-Yo
como melones, no uvas; ya lo sabes, T-respondí, porque tenía que mantener mi
fachada de vividor follador con ellos. Si se enteraban de las cosas que le
decía a Sabrae en la intimidad, me martirizarían hasta el milenio que viene. Me
metí las manos en los bolsillos y me giré sobre mis talones, escaneando la estancia
en busca de Sabrae. No había ni rastro de ella por ningún sitio.
Tommy
puso los ojos en blanco y se marchó a la cocina en busca de aquellas dichosas
frutas que su madre había impuesto a su familia comer con la llegada del año
nuevo. Se suponía que era costumbre en España hacerlo con las campanadas de un
reloj que era minúsculo, en una plaza abarrotada de gente con gafas con el
número del año en el que entrábamos y gorros con forma de abeto o condón. Me
sorprendía que nadie se hubiera ahogado nunca con el tema de las uvas (Tommy
nos había enseñado vídeos caseros de gente comiéndoselas con la entrada del
nuevo año) porque me parecía complicado de cojones, pero cuando veías las
imágenes de la gente disfrazada a destiempo de árbol de navidad viviente o vaquero
marica con sombreros de lentejuela rosa, pensabas que puede que los españoles
no la palmaran, pero que su costumbre tampoco era tan sana.
Eleanor
se incorporó como un resorte al percatarse de mi presencia (cuando Duna chilló
mi nombre y dejó a Astrid sola para venir a abrazarme las piernas y suplicarme
que la cogiera en brazos) y salió escopetada escaleras arriba, en dirección a
su habitación. Scott arqueó las cejas.
-Vaya-musitó-.
Parece que, sea lo que sea, es importante.
-Sí,
lo suficiente como para que Mimi se olvide de que lo necesita-asentí con la
cabeza en tono de fastidio y dejé a Duna en el suelo después de darle un sonoro
beso en la mejilla que la dejaría atontada durante la siguiente media hora.
Tommy
volvió con un cuenco extra de uvas que me dejó en la esquina más cercana a mí
de la mesa, dos mujeres franqueándolo. Una de ellas era su madre, que todavía
conservaba un poco del maquillaje que se había puesto esa mañana para la comida
de negocios con sus socias. La otra era una mujer de aproximadamente la misma
edad, la misma altura y constitución menuda, con un maquillaje impecable: una
raya de ojos larga y afilada, pestañas postizas que le agrandaban la mirada, y
labios pintados.
La
desconocida se detuvo en seco al darse cuenta de que había más hombres en la
habitación que cuando la abandonó, y esbozó una sonrisa lasciva, mirándome.
Ojalá
me hubiera molestado un poco que me mirase de aquella forma, pero no lo hizo en
absoluto. Que tuviera a Sabrae no me impedía ligar con otras mujeres. Y a uno
nunca le viene mal que le suban el ego.
-¿Quién
es este guapo?-preguntó con un acento diferente al que tenía la madre de Tommy
cuando se enfadaba con él. Supuse que era una amiga de Eri de la facultad. Su
acento era escandinavo, quizá de Noruega o Finlandia, tan ligerísimo que sólo
un nativo podría notarlo.
Tanto
Scott como Tommy se giraron para mirarla, estupefactos. No podían creerse que
ella me considerara guapo, y eso me molestó la de Dios. Eri se giró hacia ella
e intercambió unas cuantas frases en español con su amiga que yo no pude
entender: Eri le dijo que tenía la edad de Tommy, a lo que su amiga respondió
que sólo había preguntado la edad que tenía, y la madre de mi amigo zanjó la
conversación diciéndole que “relajara ese coño asaltacunas que tenía”. Desde
luego, quien tiene un amigo tiene un tesoro.
Tras
ese breve intercambio, la mujer se volvió hacia mí.
-¿Cómo
te llamas, guapo?
-Tengo
muchos nombres-me escuché responder, y como solía hacer en ese tipo de
situaciones, dejé que mi lengua hiciera el trabajo por mí y recé en silencio
para no cagarla demasiado. Ya que no podía controlar mi labia, por lo menos
confiaría en que ella misma se sacaría del atolladero en que estuviera a punto
de sacarme. A veces simplemente hay que poner el piloto automático y quitar las
manos del volante-. Algunas chicas me llaman “oh, sí”. “Madre mía” también está
bastante solicitado. En ocasiones, “Jesús”. Y, de vez en cuando, “sigue, sigue,
por ahí”-sonreí, y la mujer parecía encantada. Seguro que no había tíos como yo
en el sitio de donde venía.
En
defensa de estos, diré que no había tíos como yo en ningún sitio.
-Mi madre me llama Alec.
Aunque tú, muñeca, puedes llamarme “el padre de tus hijos”.
-¡Alec!-recriminaron
Tommy y Scott al unísono, como los gemelos nacidos en diferentes fechas, madres
y razas que eran-. ¿Qué cojones haces? Podría ser tu madre-aludió Tommy, y yo
me encogí de hombros.
-Mm,
me la bufa. Tiene morbo.
Ahora
me irían con que ligar con una tía que probablemente tuviera más de 40 años no
era un puntazo, cuando en Chipre nos habíamos dedicado a perseguir a
millonarias cincuentonas con la esperanza de que alguna se encaprichara de
nosotros y nos solucionara la vida.
Bueno,
vale, puede que eso sólo lo hubiera hecho yo, pero es que en Chipre hay cada
mujer…
-Alec,
por favor…-suplicó Scott.
-Cierra
la boca, Scott; los mayores estamos hablando, es hora de que los niños se
callen mientras hablan los adultos. ¿Y tú, muñeca?-pregunté-. ¿Qué nombre te
han puesto?
-Laura-respondió,
sin pasar su nombre al inglés. Lo pronunció en español, como Tommy nos había
enseñado a pronunciar algunos nombres. Es gracioso, porque se supone que yo en
España me llamaría Alejandro, como la
canción de Lady Gaga. Desde luego, menuda oportunidad había desperdiciado mi
madre poniéndome Alec.
Cómo
amaba a esa mujer. Me había ahorrado el suplicio de tener que aguantar a mis
amigos cantándola cuando quisieran hacerme de rabiar.
-Y
sería “la madre de tus hijos” si no tuviera ya dos niñas y tuviera intención de
aumentar la familia-añadió, poniendo los ojos en blanco y dejando caer con
gracilidad una mano sobre sus caderas. Joder, joder, joder. Esta mujer quería
llevarme al catre.
-¿No
quieres tener más niños, muñeca? ¿Por qué? Con lo que mola hacerlos.
Laura
soltó una carcajada y se llevó una mano al pecho. Se volvió hacia Eri y le dijo
en inglés, para que yo la entendiera:
-Qué
chiquillo más gracioso.
-Sí,
te sorprendería las risas que te puedes echar teniéndolo en clase-Zayn se
autoinvitó a la conversación, entrando con un botellín de cerveza en la mano.
Mi estómago se encogió un segundo cuando nuestros ojos se encontraron, aunque
lo hizo en vano: a pesar de que me había lanzado una ligera mirada de
advertencia, mis esperanzas de que no sería tan hostil conmigo ahora que
estábamos en terreno neutral se habían hecho realidad.
Allí
no era Alec, el que quería tirarse a su niñita. Era Al, el amigo de su hijo. El
chaval al que había visto crecer. Tenía que tenerme cariño.
Y yo
le recordaría hasta qué punto me tenía cariño, siendo el que siempre había sido
antes de que Sabrae entrara en mi vida como un tifón.
-Zayn…
porfa… pídele a Stone que le eche otro vistazo a mi examen-pedí en tono meloso,
como un niño de 5 años que quiere que le levanten un castigo antes de tiempo. Zayn
era profesor de literatura en mi instituto, y era el que se encargaba de
impartir Literatura Universal todos los años a los alumnos de último curso, así
que debería interceder por mí. La única razón por la que no era mi profesor
este año tenía nombres y apellido: Scott Yasser Malik.
Ah,
¿te había contado que el segundo nombre de Scott es Yasser? Es muy cómico. Se
pone rabioso cuando lo llamamos por su segundo nombre. No me extraña, es
jodidamente horrible. Se supone que Sherezade lo quiere, pero desde que
descubrí que Zayn le había puesto Scott a traición, ya no las tenía todas
conmigo.
-Tu examen daba pena y dolor, Alec-replicó,
sentándose en el sofá y dando un sorbo de su botellín mientras miraba, sin ver,
la televisión, donde un presentador de barba canosa, cara alargada y ojos
vivarachos hablaba a toda hostia y sonriendo como si fuera a comisión: a más
dientes en cámara, más dinero en la cuenta bancaria.
-Venga,
hombre, ¡que es Navidad! Ya sé que tú no la celebras… porque no la celebras,
¿no?
Zayn
se me quedó mirando y balbució algo que yo no conseguí entender.
-¿Qué?
-Es
la shahada-explicó Tommy, y Scott se
volvió hacia él, impresionado-. La profesión del islam. Ha dicho que no hay más
dios que Alá, y Mahoma es su profeta.
-Ah.
¿Y eso qué quiere decir?
-Pues
que no, Alec, en mi casa la Navidad no se celebra-contestó Zayn, y yo asentí
con la cabeza y levanté las manos.
-Me
parece legítimo como cualquier otra cosa. Al fin y al cabo, ni siquiera se
habían inventado los calendarios cuando nació Jesucristo, ¿no? El tío igual es
de agosto, y nosotros aquí tan panchos, poniéndonos morados en su falso
cumpleaños de diciembre.
Zayn
disimuló una sonrisa.
-Puede
ser.
-El
caso es que, aunque te dé igual el nacimiento de básicamente nuestro Señor y
Salvador-Zayn me fulminó con la mirada, porque eso de decir que odias a un bebé
es un poco feo-, el espíritu está por todas partes, así que… hoy por ti, mañana
por mí-sonreí, y Zayn parpadeó-. Además, eres artista. Sacáis cosas buenas de
todo. ¡Mira qué disco más cojonudo hiciste cuando nació Scott, acontecimiento
aciago donde los haya!
Tommy
se echó a reír y Scott me preguntó si era puto gilipollas o si sólo me había
caído de pequeño.
-Fui
yo quien convencí a Emma para que te pusiera un tres, y no un dos con cinco que
te jodiera la media y te dejara suspenso hasta las recuperaciones.
-¿Sacaste
un tres?-preguntó Tommy, estupefacto.
-Alec…-protestó
Scott, frotándose la cara y negando con la cabeza.
-¿Ves?
Hay feeling entre nosotros; esto se
puede arreglar-decidí ignorar a mis amigos y seguir insistiéndole a Zayn,
porque le veía con posibilidades.
-No
está para aprobar, Alec, y lo sabes-sentenció en tono firme, aunque me sonrió.
Tenía un aliado, después de todo.
-Clavé
la explicación de Tolstoi. Se la puse tal cual.
-¡Se
te preguntó por La Ilíada!-estalló
Zayn. Scott y Tommy miraron al suelo, preguntándose cuándo dejaría de ser tan
imbécil. Me quedé pensando un segundo cuál sería mi siguiente movimiento.
-Gran
libro, sí señor. Admirado por muchos. Entre ellos, Tolstoi.
Zayn se
echó a reír tan fuerte que incluso me asustó. Va en serio. Di un brinco y todo.
-No
puedo ayudarte, Al-agitó la mano en mi dirección y negó con la cabeza-. Lo
siento.
-Ni
siquiera le pido un aprobado. De verdad. Con un cuatro, voy que chuto. Dile que
le hago lo que sea.
Zayn se
volvió para mirarme.
-Joder,
Zayn, al final va a ser verdad lo que decían de ti en tu juventud. ¡No estoy
hablando de favores sexuales! La señorita Stone es mayor para mí. Es muy
abuelita adorable. Quiero que me adopte y me haga leche con galletas, no una
mam…-Tommy tuvo la delicadeza de taparme la boca antes de que siguiera
vomitando palabras.
-¿A
qué te referías, entonces?
-Puedo
hacerle un trabajo. Un PowerPoint. Con dibujitos. Le pondré fotos de Brad Pitt
sin camiseta, si quiere. Sé que le mola. Yo soy más de Angelina, pero bueno, algún
apañito podemos hacer.
-Angelina
no sale en Troya-me recordó Eri,
divertida. Ah, cierto. No hay que hablar de cine con ella delante, porque barre
el suelo contigo y todavía le quedan fuerzas para aleccionarte sobre lo injusto y vergonzoso que fue lo mucho que tardaron en darle a Leonardo
DiCaprio su Oscar.
-Pues
me parece de coña que fichen al penco ése y no cogieran a su mujer. ¿Tres putas
horas de mierda y ni una sola vez sale Angelina Jolie? Yo les denunciaría.
-Pero
sale Diane Kruger-aportó Scott, y él y yo nos miramos.
-Joder,
se me había olvidado. Ya estoy contento para toda la noche.
-No
creo que un PowerPoint con fotos de Diane Kruger le sirva a Emma-comentó Zayn, negando
con la cabeza.
-Pues
no pienso escribir nada. Es mi última oferta.
-¿Qué
esperabas hacer cogiendo literatura universal, Alec?
-Copiarle
los exámenes a Bey, pero la muy hija de puta me dijo una hora antes del examen
que eso se había acabado. No nos hablamos desde entonces.
-El
día que fui a daros la clase de refuerzo de sintaxis parecíais bastante… cómodos,
el uno con el otro-alzó una ceja y yo me crucé de brazos.
-Es
que yo soy de perdonar muy fácilmente a las personas.
Zayn rió
por lo bajo.
-Ya.
-Coge
tus uvas, anda, perdonador profesional-me instó Tommy, dándome una palmada en
la espalda.
Di mi
suspenso por perdido y me acerqué a la mesa a recoger el pequeño cuenco de
cerámica blanca lamentando mi suerte.
Pero ésta
no tardó en cambiar. Algo en el margen de mi campo de visión se movió, y cuando
levanté la vista creyendo que sería Eleanor con lo que fuera que había ido a
buscar, los dioses me hicieron un regalo inesperado.
No era
Eleanor.
Era Sabrae.
Bajaba
aparentemente ajena a mí, con los dedos paseándose por sus rizos azabache,
húmedos por la ducha reciente que acababa de darse y que hacía que la piel le
brillara de un tono delicioso que me daba ganas de avanzar hacia ella y
lamérsela. Llevaba puesto un mono de satén de color rojo sangre, con tirantes
hechos de cadenas doradas que le cubrían los hombros. En los pies llevaba unas
botas (si es que se las podía llamar así) de tiras de metal doradas, que
escalaban hasta su rodilla, aproximadamente donde terminaba el mono, y que
dejaban al descubierto tanta piel que prácticamente se podría decir que Sabrae iba
descalza.
En ese
momento entendí por qué en todas las culturas, el demonio era rojo y su
tridente, dorado. Con ella así vestida delante de mí, me apetecía pecar tanto
que terminarían poniendo el infierno a mi nombre.
Sabrae
me miró por el rabillo del ojo y esbozó una sonrisa. Sabía lo que estaba
pensando.
Dos
palabras.
gu
au.
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PRIMERO DE TODO, LA SOPRESA ME ENCANTA. DIOS MIIIOOOOOOOO. NO HAY NADA QUE ENCAJE MEJOR CON SABRAE QURIEO LLORAR. ENCIMA LA TERCERA FOTO? A VER SI ME MUERO.
ResponderEliminarAhora el capítulo: que bonito eri quiero tumbarme en posición fetal en la cama y llorar porque no voy a encontrar a nadie tan bonito como Alec :(. La escena del iglú, si no tuvimos suficiente con una nos das oTRA, ES QUE AL FINAL TE PERDONO LO DE SCOTT (mentira, en la puta vida perdono eso desgraciada). De verdad que los amigos de ambos haciendo cualquier cosa para juntarlos me han dado ternura y vergüenza a la vez. Sinceramente a mí me hacen eso y en el momentos en el que nos quedamos solas les arranco los pelos AJAJAJAJAJAJ. Zayn, como siempre que sale en un capítulo, de diez porque mi puto hijo hace todo bien.
Estoy deseando leer como follan en la fiesta de Nochevieja porque amén señor ya verás, ojalá sea cuando la vea desnuda completamente y a Alec se le escape una lagrimita de lo guapa es (obligó que hagas eso sí no quieres que la próxima vez que nos veamos tengamos pelea física).
Y otra cosa aparte, estoy deseando, DESEANDO, que hagan el viaje a Barcelona de verdad es que vivo por y para ese viaje. ES QUE VOT A LEER COMO SE RECREA EL MEJOR VIDEO DEL MUNDO??? AODNWODNOQNDOS
AY PATRI ME ALEGRO MUCHÍSIMO DE QUE TE GUSTARA JO, estaba muy ansiosa y un poco nerviosa por vuestra reacción porque parece que no pero es un cambio super grande en la novela por todo lo que twitteo sus links y ay, ya echo de menos la antigua portada aunque me estoy acostumbrando a la nueva, y ya tengo ganas de las demás también jsjsjsjs
EliminarLa escena del iglú tengo que decir que iba a ser más corta pero mira es que me da igual todo a estas alturas yo lo que hago es sentarme a disfrutar mientras veo pasar la vida JSJSJSJSJJSJSJS
Tía cómo vas a arrancarles los pelos a tus amigas por tratar de JUNTARTE CON ALEC fatal me está pareciendo
Dios ojalá hubiera sido entonces cuando la vea desnuda porque estoy que no me aguanto ya aaaaaaaaaaa tengo unas ganas de escribir el momento porque va a ser ta bonito qu ME DUELE EL CORAZÓN
DIOS MÍO EL VIAJE A BARCELONA VOY A IR APOR VOSOTRAS NO ESTÁIS PREPARADAS YO AVISO
Me ha dado un puto sincope con este capítulo pava. O sea estoy que hiperventilo. Entre la escena del iglú que me ha dejado literalmente sin palabras porque creo sinceramente que es lo mejor que has escrito nunca y la parte final que me ha dado toda la nostalgia porque recordaba los diálogos a la perfección (enferma quien)
ResponderEliminarDe verdad que no supero este capítulo y me muero por leer el siguiente que encima es del noche vieja y se viene lo gordo.
Paula te das cuenta de que cada semana subo algo que tú dices que es lo mejor que he escrito nunca JAJAJAJAJAJA realmente o soy una perra evolutiva o tú eres una perra supportive o puede que sean ambas cosas quién sabe
EliminarNo sé en qué posición me deja que tú recuerdes los diálogosde memoria mientras yo tengo que LITERALMENTE ESCRIBIR CON EL CAPÍTULO CORRESPONDIENTE DE CTS ABIERTO PORQUE SI NO NO ME ACUERDO DE #NADA DE LO QUE PASA