No entendía cómo las guerras podían durar más de unas horas viendo cómo me sentí en el instante en que Alec abandonó la bañera y me dijo “quédate aquí”. Igual que un macho alfa que cuida de su manada, en cuanto había peligro, en Alec se despertaba un instinto protector que me recordaba muchísimo al de un león defendiendo a sus cachorros. Y en mí se despertaba la angustia propia de la presa moribunda que no podía hacer nada más que esperar y ver quién de los dos depredadores ganaba la batalla, rezando por que fuera el que sería benévolo con ella.
La opresión que sentí en la garganta era como una zarpa helada de fuertes músculos y afiladas garras que convertía el oxígeno que se almacenaba brevemente en mis pulmones en pura gasolina incandescente. El corazón me latía rápido como el aleteo de un colibrí, y sentí que toda sangre abandonaba mi rostro, concentrándose en el órgano en que Alec estaba más presente mientras éste trabajaba como loco. Y eso que ni siquiera iba a salir de casa; no podía dejar de pensar en las madres, hermanas, hijas o esposas que tenían que decirle adiós a un hombre al que querían durante los siglos anteriores, en los que los conflictos se resolvían enviando soldados en lugar de embajadores. Si todas se sentían como yo me sentí entonces, no me explicaba que las guerras hubieran durado más de un mes en toda la historia: a la primera civilización que tuviera que marchar a las armas, las mujeres se habrían sublevado y reinaría la paz, aunque sólo fuera por no experimentar la angustia que me atenazaba los músculos.
Si Mimi y Annie se sentían así cada vez que Alec se subía a un ring, no podía culparlas por haberse sentido aliviadas cuando él colgó los guantes, incluso si aquello significaba que una parte de él muriera con él.
Le rogué a Alec que tuviera cuidado con una voz atemorizada que no era propia de mí: no soy de las princesas que esperan que las rescate de las fauces del dragón un caballero de brillante armadura, sino más bien de las que doman al dragón y conquistan todo un reino a lomos de su compañero alado sin encontrar resistencia, así que todo aquello era el doble de intenso para mí: por la preocupación que producía pensar que a Alec pudiera pasarle algo (incluso cuando tenía absoluta confianza en sus dotes como luchador, que yo misma había podido ver y de cuya fuerza disfrutaba en mi interior cuando lo deseaba), y también por ser la primera vez que me sentía indefensa y desvalida. Porque había algo que me impedía moverme, desobedecer a Alec y salir a tratar de protegerlo. No era miedo, sino algo distinto: la certeza de que, si yo le acompañaba, estaría estorbándole más que ayudándole.
Detesté el momento en el que su sombra dejó de verse en el haz de luz de la puerta entreabierta del baño, e instintivamente me incorporé un poco, como si por moverme unos centímetros fuera a conseguir volverle a ver.
Y pude relajarme completamente cuando le escuché decir el nombre de su hermana. Jadeé una nube invisible de alivio y me hundí un poco más de nuevo en el agua, haciendo que las gotitas de sudor que me habían perlado la espalda se confundieran con aquélla.
-¿Sabes el putísimo susto que me has dado, Mary Elizabeth?-ladró, o más bien prácticamente rugió, cuando descubrió que el intruso misterioso no era otro que su hermana. El cabreo que se escuchaba en su voz me recordó a la rabia con la que lo habíamos hecho hacía poco, cuando me había corrido tantas veces que había perdido la cuenta, y me descubrí relamiéndome y sintiendo cómo mi sexo se abría un poco más, a pesar del reciente contacto sexual durante el cual nos habíamos servido del agua para sentirlo todo un poco más. No mentiría si dijera que me había dado mucho morbo hacerlo con él en el agua, y para más inri en esa bañera que lo había visto crecer (algo dentro de mí me decía que yo lo estaba terminando de convertir en hombre), pero la necesidad de volver a tenerlo dentro como hacía medio minuto me asaltó como una pantera a un cervatillo-. ¿Es que estás mal de la puta cabeza?-continuó, más enfadado de lo que nunca lo habían visto sus amigos pero no tanto como lo había visto yo, estando tan borracha que ni siquiera recordaba el momento con claridad, sólo cómo me lo había contado Alec: “un puto cerdo intentó propasarse contigo, así que le reventé la cara contra la encimera”. Y, vale, puede que no debieran gustarme esos despliegues de masculinidad y violencia, pero lo cierto es que cuando ves a tu chico, que tiene la paciencia de un santo, perder los estribos por cosas tan nobles como proteger a la gente que le importa te dan ganas de que te folle hasta final de mes.
Me imaginé a Alec apretando la mandíbula como hacía cuando se enfadaba, frunciendo el ceño como hacía cuando se enfadaba, cerrando las manos en dos puños e hinchando los músculos de sus brazos involuntariamente como hacía cuando se enfadaba, y una explosión estalló en mi entrepierna y subió por mi cuerpo hasta mis mejillas. Apoyé la espalda en la bañera, intentando no pensar en que Alec sólo llevaba una toalla alrededor de la cintura mientras le gritaba a su hermana por el susto que acababa de darle… e intentando no masturbarme cuando veía que era incapaz de dejar de pensar en la forma en que el agua le caía por la espalda y el culo mientras se anudaba la toalla.
Probablemente hasta aún lleve el condón puesto, ronroneó una voz en mi cabeza, y supe lo que habría hecho a continuación de estar en una situación normal. Me hundiría en el agua y arquearía la espalda de tal forma que mis pechos asomarían por la superficie, lamiéndome casi tan bien como lo hacía Alec, cerraría los ojos, descendería una mano por mi busto igual que lo hacía él, abriría las piernas y comenzaría a masajearme debajo del agua, poniendo quizá más énfasis en mi clítoris que en las paredes de mi vagina… porque lo cierto es que Alec es mejor haciéndome dedos que yo misma (por eso de que puede estimularme en dos puntos a la vez con más facilidad), pero yo sé exactamente cómo quiero tocarme, y eso siempre es una ventaja.
Pero no estábamos en una situación normal. Después de gritarle, Alec se había quedado callado. Mimi no había respondido con más gritos, como haría yo, o cualquier hermana menor, cuando su hermano mayor la confronta. Está en nuestro ADN desafiar a nuestros hermanos mayores, revolvernos como gatos panza arriba, sacarlos de quicio… así que algo malo tenía que pasar.
Me quedé escuchando, conteniendo el aliento ahora con una sensación de preocupación mezclada con curiosidad, amén de un poco de alivio. Estaban hablando en voz baja, así que yo no podía escucharlos. Alec rara vez hablaba así con Mimi, por lo menos en mi presencia: cuando yo estaba delante, los dos hermanos se toleraban con bastante dificultad, pero yo no tenía ni idea de cómo era su relación cuando estaban solos, o por lo menos sin tenerme a mí interfiriendo. Yo no me comportaba igual cuando estaba a solas con Scott que cuando él estaba con sus amigos, básicamente porque él se volvía un poco gilipollas cuando estaban los chicos delante, como si tuviera algo que demostrarles. Se convertía en un gallito si tenía a sus amigos consigo, y pasaba a ser un oso amoroso cuando estábamos solos… aunque me daba la sensación de que su cambio no era tan exagerado como el de otros chicos. Entre ellos, el mío.
Se hizo el silencio, interrumpido por el sonido de unos sollozos ahogados, durante un par de minutos. Trufas se asomó al baño, como comprobando que yo aún seguía ahí, y de nuevo desapareció por la puerta. Yo no sabía qué hacer. No sabía si debería salir e ir a ver qué ocurría, quedarme a esperar a que viniera Alec, seguir con mi baño o empezar a vestirme como si no estuviéramos haciendo nada.
Estaba debatiéndome entre las opciones que se abrían ante mí cuando escuché los pasos de Alec acercándose. Mi chico entró por la puerta pasándose una mano por el pelo, se mordió el labio y se plantó delante de mí. Había cerrado la puerta, pero eso no significaba que fuéramos a retomarlo donde lo habíamos dejado. De hecho, a juzgar por el bulto de su toalla (o más bien el bulto que no había en su toalla), estábamos lejos de retomar nada.
-Mi hermana está llorando-informó a modo de disculpa, con un toque triste que hizo que se me encogiera el corazón. Ahora mismo, no tenía ante mí a mi Alec, sino al Alec de Mimi. Por mucho que estuviera desnudo, estaba ejerciendo de hermano mayor en lugar de amante.
Y yo iba a ejercer también de hermana mayor. Puede que Mimi fuera mayor que yo (cinco meses, para ser exactos), pero yo tenía experiencia cuidando de hermanas que tenían un mal día, y seguro que Alec la valoraba.
-¿Se encuentra bien?-pregunté sin poder frenarme, como si hubiera posibilidades de que Mimi estuviera llorando porque le hubieran pedido matrimonio o le hubiera tocado la lotería. A Alec le molestó.