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Le molestó que me bajara del coche de un brinco, a pesar
de que nos habíamos pasado todo el trayecto besándonos. Una parte de mí no
quería llegar a casa, la parte que le pertenecía a Alec; pero otra parte, más
grande y poderosa, fiel a mis orígenes, se moría de ganas por regresar.
Normalmente, mi condición de hermana no estaba reñida con mi condición de,
¿novia en funciones?, de Alec, así que no tenía incompatibilidades horarias con
las que andar haciendo malabares.
No
era así esa mañana, pero yo sabía que Alec lo entendía. Por mucho que me
encantara estar con él y que no quisiera que su cumpleaños se terminara nunca,
lo cierto es que tenía un deber que cumplir, igual que un derecho que ejercer:
debía estar con mi familia, y podía estar con mi hermano en su última tarde en
casa, antes de que su vida diera un giro de 180 grados.
Lo
cual no impedía que mi chico no fuera a tomarme el pelo.
-¿Qué
pasa? ¿Has quedado con el otro y llegas tarde?-acusó, sacando los brazos del
coche por el hueco de la ventanilla y colgando medio cuerpo por fuera. Me giré
para mirarlo, y Alec me puso ojos de corderito degollado. Estaba guapísimo: el
pelo alborotado, los labios un poco sonrosados de mis besos y mordiscos, los
ojos brillantes por la sesión de sexo matutino.
-¿Quién
dice que el otro no eres tú?-acusé, riéndome. Alec hizo un mohín, pero no pudo
evitar esbozar una sonrisa. Su humor no podía ser mejor: se había despertado
conmigo sentada a horcajadas sobre él, acogiéndole dentro de mí, sonriéndole y
moviéndome, aprovechando esa costumbre tan fascinante de los hombres de
despertarse con una erección. Ya que habíamos tocado el tema de que siempre le
había apetecido que le despertaran con un polvo, no se me ocurría mejor manera
que iniciar los dieciocho tachando de su lista de deseos otra fantasía.
A lo
que teníamos que añadirle, por supuesto, que me había pasado la noche
demostrándole que no había otro como él en mi vida. Ningún otro podría haber
conseguido que me sentara a ver porno con él, ni tampoco le habría permitido
tocarme mientras lo hacía, ni habría terminado metiéndose entre mis piernas con
el sonido de gemidos de personas que yo conocía llenando la habitación. Ninguno
convertía el sexo en algo sagrado, puro y precioso, algo que yo quisiera
inmortalizar no por el morbo, sino porque las cosas hermosas deberían durar
para siempre, poder capturarse en un momento al que volver cuando tu alma
necesitara un lugar cálido en el que reconfortarse.
Debería
decir que me sorprendió que al comentárselo después de hacerlo, cuando las
endorfinas del sexo hacían que mi cerebro trabajara sin ningún tipo de
inhibición, él reaccionara asombrándose, pero ya conocía a Alec lo suficiente
como para saber de qué manera se minusvaloraba. Ojalá pudiera verse a través de
mis ojos, aunque sólo fuera un minuto: con esos preciados sesenta segundos le
bastaría para descubrir el potencial que había en su interior.
-Vaya,
sí que he desatado a la viciosa que llevas dentro-se había reído, acariciándome
la cabeza y besándome el pecho, tumbado como estaba sobre mí, sin agobiarme lo
más mínimo, aunque pesara más que yo. Yo me había limitado a negar con la
cabeza.
-No
es por el morbo. Me gusta cuando lo hacemos. Odio que nadie pueda vernos cuando
tenemos sexo, si los momentos más preciosos de mi vida son cuando estoy dentro
de ti. Es cuando mejor me siento-le acaricié los brazos bajo su atenta mirada-.
Hacemos el amor y tenemos que escondernos; no creo que la belleza deba ser
tabú, sino algo que celebrar. Y lo que hacemos juntos es muy hermoso.
Alec
me había mirado la boca, como hacía cuando le decía algo bonito de lo que no se
creía digno, y después me besó despacio los labios. Pensé que diría algo del
tipo “para tu cumpleaños, te regalaré una cámara de vídeo”, pero se limitó a
besarme y besarme y besarme hasta que me quedé sin aliento.
-Ya
sé qué regalarte para tu cumpleaños-terminó soltando, cosa que a esas alturas
ya no me esperaba, de modo que me arrancó una risa. A veces se me olvidaba que
todavía era capaz de sorprenderme, y se me seguiría olvidando el resto de mi
vida, cuando creyera que me había acostumbrado a él… y descubriera que no era
así.
El Alec de mi presente, el que ya se había
dado una ducha en compañía, se había vestido y había intentado alargar la
estancia en el hotel hasta que nos echara el servicio de habitaciones, lanzó un
silbido, demostrándome una vez más que el que no corre, vuela.
-Vaya,
¿estamos muy subiditas hoy, no? La verdad es que no me extraña-ronroneó,
guiñándome un ojo-. Yo también me creería el amo y señor del universo si
tuviera ese culo-chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
-¿Intentas
distraerme para que no entre en casa?
-Sí.
¿Está funcionando?
Me
eché a reír.
-Ya
sabes que puedes entrar, Al. Siempre habrá un plato en mi mesa para ti.
Alec
miró mi casa un momento, pensativo. La idea de comer conmigo era tentadora,
sobre todo ahora que mi padre ya no le trataba con la hostilidad que había
exhibido en un principio con él. Además, el instinto de manada que tenía muy
arraigado en su corazón le decía que debía aprovechar cada instante que les
quedara a sus amigos en el barrio, y queriendo como quería a Scott, tampoco
parecía tan mala idea pasarse a verlo una última vez. Puede que incluso le
tomara un poco el pelo con lo que había hecho con su hermana pequeña, tratando
de sacarlo de sus casillas una última vez.
Sabía
que a Scott le gustaría volver a verlo, que le echaría de menos igual que Alec
iba a echar de menos a mi hermano, y que incluso tenía una invitación formal.
Scott y Tommy, después de que Alec descubriera sus sentimientos ante todo su
grupo de amigos, le habían llevado a un aparte para asegurarse de que las cosas
entre los tres estaban bien. No querían irse dejando cabos sueltos, y que Alec
estuviera bien con ellos era algo esencial para mis hermanos. Limadas las
asperezas compartiendo un cigarro en el exterior del restaurante al que habían
ido, Scott incluso le había dicho que podía comer en su casa en la última
comida familiar.
-Tío,
yo ahí no pinto nada-había respondido Alec, sin ninguna pizca de rencor, sino
simplemente constatando hechos. Su calada se había quedado a medias cuando mi
hermano le retiró el cigarro.
-Sí
que pintas. Eres familia.
-Sabrae
y yo no somos nada-le recordó con cierto fastidio, poniendo los ojos en blanco,
en ese gesto que significaba un “mujeres” en un tono de incomprensión muy
específica.
-No
lo digo por Sabrae-le había contestado Scott. Alec había clavado los ojos en mi
hermano, que le sostuvo la mirada con tranquilidad, transmitiéndole la
seguridad que sientes cuando estás al otro extremo de una cuerda que sabes que
no se romperá con el paso de los años. No, si Alec y Scott eran familia, no
tenía nada que ver conmigo, sino con todo el tiempo que habían pasado juntos,
las vivencias, los piques, los apoyos y las rivalidades.
Alec
había experimentado una prueba de esa sensación de vértigo que lo asaltó cuando
se subió al coche de Alfred hacía unas doce horas, mirando a los ojos de Scott:
la sensación de autorrealización, de darse cuenta de que era Alec Whitelaw
porque mi hermano era Scott Malik…pero también que mi hermano era Scott Malik
porque él era Alec Whitelaw. Las dos caras de una misma moneda, los dos reyes
de la noche, las dos opciones completas que tenían las chicas para elegir
cuando salían de fiesta, y las dos mitades de mi corazón.
Fue
por eso por lo que Alec decidió que sus deseos de estar con uno de sus mejores
amigos no valían más que mi derecho a disfrutar de una última tarde en familia:
Scott se merecía ser el único que ocupara mi corazón una última vez, antes de
irse y que yo tuviera que “conformarme” con él.
-Voy
a pasar-declinó mi oferta con elegancia, sacudiendo la cabeza y señalando con
el pulgar en dirección a su casa-. Seguro que mi madre se muere de ganas de
echarme la primera bronca de mi edad adulta, y no vamos a negarle ese deseo,
¿no te parece, bombón?
-¿Por
qué debería reñirte?
-Por
no haber desayunado en casa-sonrió, encogiéndose de hombros. Me eché a reír.
-No
sé si me casa mucho con Annie ser así de territorial.
-Te
deja salir conmigo porque le traes postres. Prueba a venir un día por mi casa
sin una cesta de magdalenas, y ya veremos cómo te recibe-rió-. Pásalo bien.
Dile a Scott que no llore mucho; le mandaré una foto mía todos los días para
que no me eche de menos.
Negué
con la cabeza.
-Sobrevivirá-respondí,
girándome sobre mis tacones y caminando con gracilidad sobre la gravilla.
Estaba subiendo los escalones cuando Alec me llamó.
-Sabrae-me
giré y le miré; tenía un poco de frío en los hombros ahora que ya no tenía sus
brazos rodeándome y proporcionándome calor. Alec esbozó una sonrisa oscura-. Si
no quieres que se vaya… dile a tu hermano que hay un nuevo rey en la ciudad.
Me
guiñó un ojo y yo puse los ojos en blanco, le hice un corte de manga y comprobé
cómo se iba riéndose en aquel coche, aún con medio cuerpo fuera, negándose a
dejar de verme hasta que no fuera absolutamente necesario. Cuando el coche
negro giró la esquina y desapareció por detrás de las casas, una extraña
sensación de euforia se apoderó de mi cuerpo: acababa de pasar la primera noche
de lujos con Alec, la primera de muchas, y el fin de semana siguiente
volveríamos a estar solos, lejos de todo el que nos conociera, en un combate de
boxeo que prometía ser épico.
No
podía dejar de pensar en el festín de testosterona que iba a presenciar, igual
que tampoco podía esperar para ver a mi chico en su elemento. La noche que
habíamos pasado juntos había servido como la versión de prueba gratuita que
consigue engancharte al mejor servicio del mundo, y cuando entré en casa, estaba
activando varias cuentas atrás para los eventos que teníamos programados,
deseosa de que llegaran ya y poder estar a solas con Alec.
Después
de todo, no había sido tan mala idea por su parte no quedarse a comer. Tenía
razón en una cosa: no podría prestarle atención a nada que no fuera él. Si me
había ido de la lengua cuando estábamos en la cama, había sido por la
borrachera que tenía, pero no de alcohol, sino de él: Alec iniciaba una
reacción en cadena en mi interior que yo aún no había descubierto cómo detener.
Algo bastante evidente, a juzgar por el juego de sábanas que esperaba a las
limpiadoras en un rincón de la habitación, ansioso por que lo sumergieran en
lejía.
Cerré
la puerta de mi casa pensando que, quizá, hubiera sido mejor idea pedir que
clausuraran aquella suite, que nos la reservaran para siempre. Habían pasado
cosas demasiado importantes en ella, cosas de las que yo no podría olvidarme ni
aunque sufriera un aparatoso accidente que me hiciera perder la noción de mi
identidad, o de mi familia. No sólo se trataba de los polvos increíbles que
habíamos echado, alentados por saber que nadie en varios kilómetros a la
redonda sabía quiénes éramos, sino del momento tan íntimo que habíamos vivido,
poniendo por fin las cartas sobre la mesa. De lo único que me arrepentía era de
no haber reunido el coraje suficiente para ser egoísta una vez más, dejar de
hacerme la heroína y decirle a Alec que sí, que quería que se quedara. Por
supuesto que quería que se quedara, ¿qué clase de pregunta era esa?
Quería
poder ir a la playa con él en verano, llevármelo a las rocas en las que le
había descubierto con la española y pedirle que me hiciera lo mismo que a ella.
Quería
conocer su Mykonos, cogida de su mano, y dejar que me poseyera en la playa
donde le habían hecho hombre por primera vez.
Quería
viajar a Italia a su lado, descubrir con él aquel país que tanto le fascinaba,
y que misteriosamente no había conocido aún a pesar de que una estrecha franja
de Mediterráneo la separaba de su Grecia natal.
Quería
vivir un verano intensísimo con él, el primero de nuestra relación, a su lado.
Quería volver de la playa, ducharme con él, quizá hacerlo antes de salir del
agua y echarle crema hidratante por los hombros mientras él iba mucho más allá
y me hidrataba todo el cuerpo, incluso en zonas que no necesitaban hidratación.
Quería salir a cenar con él y con sus amigos y mis amigas, integrarlo nuestros
grupos hasta el punto de que Amoke, Taïssa, Kendra, Jordan, Bey, Tam, Karlie,
Max, Logan, Scott y Tommy fueran “nuestros amigos”, sin ningún tipo de
distinción. Los Nueve de Siempre sufrirían una adición, y bailaríamos todos
juntos y revueltos cada noche, Alec y yo besándonos mientras nuestros amigos
nos jaleaban.
Menudo
verano íbamos a perdernos porque me había enamorado del único superhéroe de
verdad que había en el planeta, pero, ¿cómo no hacerlo? Mis pies perdían
soporte cada vez que le miraba, e incluso acabándome de despedir de él, yo ya
estaba ansiosa por volverlo a ver. Por eso necesitaba un tiempo sin él, porque
no podría estar con mi familia si Alec también estaba en casa.
Si ya
de normal me costaba horrores concentrarme en lo que hacía cuando acababa de
estar con él, lo que había pasado esa noche lo volvía imposible. No tenía una
memoria fotográfica, precisamente, pero sabía que no me iba a olvidar
fácilmente de lo que me había dicho mientras lo hacíamos, la mejor declaración
de intenciones en toda regla.
Y la
manera en que me había tocado mientras nos acompañaba un vídeo que se suponía
que yo no debía ver… ahora entendía un poco mejor por qué le costaba tanto
controlarse y lo ansioso que se ponía cuando yo le dejaba con la miel en los
labios. Si tenía ese tipo de referentes, debía costarle horrores no saltar
sobre mí cada vez que me veía. Desde luego, a mí me estaba costando horrores no
echar a correr en dirección a su casa, mandarle un mensaje diciendo que iba de
camino y rezando para que le dijera a Alfred que diera la vuelta. Siempre había
querido hacerlo en un coche en marcha. Me pregunté si habría algún vídeo casero
del que pudiéramos disfrutar…
-¿De
qué te ríes?-preguntó mamá, sentada en el sofá con un libro entre las manos.
Como era sábado por la mañana, estaba tomándose un descanso del caso que
ocupaba toda su atención esa semana, y del que tenía el juicio en un par de
días. Claro que, por supuesto, se trataba de mamá: era una profesional de los
pies a la cabeza, y ya lo tenía todo atado y bien atado.
-Nada-canturreé,
acercándome a darle un beso de buenos días-. De una cosa de anoche. Es una
tontería-mamá, no puedes saber que tu
hija mayor se ha iniciado en el mundo del porno, y ahora quiere participar en
su propia coproducción cristiano-islámica.
-¿Te
lo has pasado bien?-sonrió mamá, acariciándome la mano mientras me inclinaba
para darle un beso a papá, que acababa de aparecer por la puerta de la cocina
para saludarme. Me sorprendió que se encargara hoy de la cocina: creía que mamá
querría ejercer de chef en el último día de mi hermano en casa. Asentí con la
cabeza, abriendo la boca para responder que “genial”, pero papá se me adelantó.
-Mira
la sonrisita que trae, Sher. Está más satisfecha sexualmente que tú, y mira que
es difícil.
Mamá
puso los ojos en blanco, pero yo me ruboricé, echando la vista atrás a todas y
cada una de las sensaciones que me habían embargado cuando Alec estaba dentro
de mí (ni siquiera tenía que ser con su miembro; también me valían su lengua o
sus dedos). Si papá supiera…
-¿Habéis
dormido bien?
-¿Habéis
dormido algo?-preguntó papá,
sentándose en el sofá, muy pagado de sí mismo, y creciéndose a cada segundo que
pasaba sin que mamá no le corrigiera porque sí,
sí que estaba satisfecha sexualmente, y todo gracias a él.
-¿Tengo
pinta de estar cansada?-respondí, riéndome. No había dormido apenas, y sin
embargo me sentía con las pilas a tope. Alec era como un chute de cafeína.
-Debería
cabrearme de qué tienes pinta, pero te veo tan contenta…-alabó papá, pasándose
una mano por la mandíbula como si se mesara la barba. Mamá lo miró por el
rabillo del ojo.
-Eso,
y que ahora que Scott está a punto de abandonarte, te has dado cuenta de que
necesitas que entre testosterona nueva en la casa. No vas a poder tú solo con
todas nosotras-acusó mamá, y una parte de mí se desinfló un poco. Scott. Tanto
pensar en Alec había hecho que me olvidara de Scott.
-Toda
ayuda va a ser poca, aunque si ya no puedo con mis mujeres estando mi hijo en
casa, no sé yo el impacto que tendrá Alec en nuestras vidas.
-Es
evidente que mucho-contestó mamá, mirándome con intención.
-¿Scott
se ha levantado ya?
-Sigue
durmiendo. Supuse que te apetecería ser tú quien lo sacara de debajo de las
sábanas, como en los viejos tiempos-comentó, acariciándose los pantalones de
pijama como si fuera una falda de tubo más cara que el sueldo medio de una
familia inglesa, en ese típico gesto de “acabo de pegarte la paliza de tu vida
frente a un juez que te era favorable, y ahora no tiene más remedio que fallar
a mi favor”.
Y
así, sin más, mamá consiguió que un momento tristísimo como era la marcha de mi
hermano se volviera agridulce. Me vi catapultada a mi más tierna infancia,
cuando Scott volvía muerto de cansancio del cole y se echaba una siesta conmigo
a su lado en la cama, y yo me cansaba de esperar y esperar y esperar a que se
despertara y finalmente terminaba siendo yo la que lo sacaba de los brazos de
Morfeo. Mi hermano siempre había respondido de forma positiva a sus
despertares, porque por aquella época yo aún era el único motor de su vida, la
que más fuerte gritaba cuando lo veía y la que más importante le hacía
sentirse. Me prometí a mí misma que así seguiría siendo hasta el último día de
ambos en la Tierra; no importaba quién se fuera antes, yo seguiría siendo la
fan número uno de Scott, incluso por delante de mamá.
Así
que, ¿qué hacen las fans número uno? Subir a acosar a su ídolo, por supuesto.
Tras dejar la bolsa en la que había llevado todo lo necesario para mi increíble
noche con Ya Sabes Quién (no quería pensar su nombre para que no me
desconcentrara su recuerdo), me metí en la habitación de mi hermano, que aún
permanecía a oscuras, a pesar de que toda la casa se había desperezado hacía
tiempo. Mis hermanas debían de estar en la habitación de una de ellas, tal vez
la de Shasha, esperando a que yo me jugara la vida sacando a Scott de su
letargo y pudiéramos divertirnos a costa del mayor de nosotras.
No
había hablado con Shasha de lo que tenía pensado hacer, pero sospechaba que mi
hermana tenía preparado algo gordo. Yo sería la ejecutora, pero Shasha como
mente pensante me daba mil vueltas, a pesar de que yo le sacaba dos años.
Puede
que ya estuviéramos cumpliendo con los planes malignos de Shasha. Ahora que la
alumna había superado a la maestra, no era de extrañar que fuera yo la
encargada de sacar a mi hermano de la cama. Mientras que ella y Duna se
apiadaban de él y de sus horarios de sueño, yo no tenía compasión alguna: allá
donde Shasha y Duna se levantaban sigilosamente de la cama cuando dormían con
él (lo que llevábamos haciendo desde que nos anunció que se iba al concurso),
yo me incorporaba como un resorte y me aseguraba de que Scott se enterara de
que estaba solo en la cama, para que hiciera lo que creyera más conveniente (lo
que, desde mi punto de vista, era levantarse y venir a disfrutar de un nuevo
día conmigo). Así llevaba siendo desde el primer día que había pasado en casa,
y así sería hasta mi último aliento.
Quizá
Shash le tuviera preparada una sorpresita para
cuando saliera de la habitación. Puede que hubiera vaciado la tinta de
la impresora en unos globos que le lanzaría a Scott en cuanto se le pusiera a
tiro. Así, mataríamos dos pájaros de un tiro: nos reiríamos a su costa y él no
podría irse hoy, pues nadie votaría por un chico que tiene la cara como el
cartel de publicidad de un festival holi.
Sí, pensé, sin poder evitar sonreír. Puede que eso sea lo que esta familia
necesita. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, ¿no?
Scott
empezó a revolverse en la cama, como si hubiera estado esperando hasta el
momento en que yo alcanzara la idea magistral de nuestra hermana pequeña. Ahora
que había descubierto los planes de Shasha, no tenía sentido posponerlos más.
Contuve las ganas de chasquear la lengua, pero no pude evitar poner los ojos en
blanco: ¿incluso eso me iba a robar Scott? ¿El permitirme despertarlo por
última vez en su casa?
Scott
abrió lentamente los ojos, como si le costara horrores mover unos párpados que
debían pesarle toneladas. Miró en todas direcciones, acostumbrándose a la luz
que las ventanas recién abiertas arrojaban sobre la casa. Estaba reconociendo
su habitación por última vez en mucho tiempo. Quizá, para siempre. Puede que a
mi hermano le fuera tan bien que lo metieran directamente en un tour que
normalmente se retrasaba un par de meses por cuestiones de logística, porque
Scott era un diamante en bruto demasiado valioso como para no intentar sacarlo
a subasta ante el mejor postor nada más terminar de pulirlo. Pensar eso me
enfadó: estaba convencida de que Scott triunfaría, pero se merecía un tiempo de
descanso una vez terminara el programa, para poder decidir con tranquilidad qué
era lo que quería y lo que no. No podía pasarle lo mismo que le había pasado a
papá: su vida desde que había entrado en The
X Factor había sido un auténtico caos, un torbellino de emociones que llegó
a desgastarle tanto que incluso llegó a perderse psicológicamente por culpa del
desgaste. Recuperar su salud, mental y física, le había llevado un año de
reclusión, un año de críticas y el abandono de quien antes creía que tendría
para siempre: sus fans, y sus compañeros de banda.
Suerte
que Eri se había acercado a él en unos premios en los que había coincidido con
los chicos y había mediado entre los dos. Le debía mucho a esa mujer: no sólo
había puesto en la tierra al único hermano varón de mi hermano, ni me había
alimentado cuando yo apenas era un bebé y había conseguido que mis defensas se
fortalecieran, salvándome literalmente la vida, sino que había hecho que mi
padre encontrara un camino de vuelta a la felicidad. Pensé que debía devolverle
el favor de alguna manera, ¿y qué mejor
forma que conseguir que su hijo se mantuviera lejos del precedente sentado por
nuestros padres? Protegería a Scott y a Tommy con mi vida, si hiciera falta,
porque eso era lo que había hecho Eri por mí.
Estaba
absorta en esa resolución, calculando los planes y el tiempo que me llevarían,
cuando Scott se percató de mi presencia y clavó los ojos en mí. Una chispa de
inteligencia somnolienta estalló en sus ojos color avellana, y las motitas
doradas y verdes que había heredado de mamá se balancearon en su iris mientras
trataba de enfocarme. Sorbió por la nariz, buscando respirar, y chasqueó la
lengua. Scott ya sabía que yo había venido a molestarle antes incluso de
averiguar en qué mes estábamos.
Me
incliné hacia un lado, apoyándome sobre una mano, y esbocé una sonrisa de
suficiencia. Puede que me tocara salvar a mi hermano más adelante, pero él aún
no se había ido de casa y yo todavía era la hermana pequeña, así que podía
comportarme como me diera la gana… en lo que se incluía, por supuesto, putear a
Scott hasta el límite de su paciencia.
-He
llegado a las dos y cinco-anuncié con un toque victorioso en la voz. A pesar de
que lo había dicho sólo por fastidiarle, porque ayer por la noche me había
susurrado al oído que tenía toque de queda, y ese toque era a las dos de la
madrugada (más o menos a la hora a la que se había venido él a casa, y la hora
en la que Alec se estaba metiendo en la bañera, o puede que directamente en mí
sobre la cama), Scott se echó a reír.
-Vaya
respeto te infunde tu hermano, ¿eh?-me tomó el pelo, y yo tuve que reír entre
dientes. Si él supiera…
-No
quería que llegara tarde-dije, a modo de excusa, pasándome una mano por la pierna y quitándome una pelusilla de la
manta de Scott de mi mono- Annie se disgustaría. Bastante mal le ha parecido
que no me lleve a comer hoy.
Annie
me había dejado caer durante el desayuno que estaba más que invitada a comer
esa mañana, pero después de que yo intentara sortear sus invitaciones con
elegancia, Alec le había recordado que la comida de hoy en mi casa era muy
importante. Perderíamos a uno de la familia, y quería estar presente todo el
tiempo posible para aprovechar lo poco que nos quedaba.
Sé
que estaba pensando con cierto dramatismo, pues muchos lo tenían peor que yo:
mientras que Scott seguiría estando a varios metros y buses urbanos de
distancia de mí, Layla tenía a sus padres en el norte del país, a varias horas
en tren de alta velocidad; Chad, directamente, tenía que coger un avión o un
ferry para poder ver a su familia, y Diana… Diana ni siquiera estaba en su
continente. Claro que Diana llevaba sin estar en su continente meses, con lo
que ya se podía acostumbrar, pero… ya me entiendes.
-¿Qué
tal con Alec?-preguntó Scott, deseoso de que le dijera que nos habíamos pasado
la noche durmiendo sólo para poder reírse de mí. La verdad es que incluso yo me
había sorprendido del aguante que había tenido Al: se había despertado temprano
para ir a clase, había ido a boxear, luego había salido de fiesta, y por último
se había entregado con entusiasmo a una intensa sesión de sexo, desgranada en
polvos de alucine. Debería empezar a pensar en realizarle controles antidopaje,
porque lo que mi chico era capaz de rendir no era ni medio normal. Si no le
hubiera visto los ojos en todo momento, diría que incluso había tomado la
cocaína que Diana tan amablemente nos había cedido.
Me
estremecí de pies a cabeza, recordando lo cerca que había estado de caer en la
tentación… y me pregunté cuándo podríamos probarlo de verdad. No es que me
entusiasmara la idea de tomar drogas, pero si eso iba a hacer que las
sensaciones que tenía estando con Alec se intensificaran, era incentivo más que
suficiente para arriesgarme a los efectos secundarios.
-Espectacular-respondí,
porque si había que definir a Alec con una palabra, ésa era. Espectacular. Si fuera listo, cobraría
entrada por dejar que fueran a verle, independientemente de lo que estuviera
haciendo. Claro que, si lo que estaba haciendo era tener sexo, debería cobrar
un suplemento; yo lo sabía bien-. Como siempre-me acaricié inconscientemente
una pierna, recordando la manera en que lo había hecho él-, en su línea.
Miré
a Scott de reojo y no pude evitar soltar una risita, preguntándome cuántas
veces Eleanor había respondido con palabras similares a preguntas parecidas de
Mimi. ¿Qué tal con Scott?
-En
su línea-repitió Scott, cachondeándose de mí-. Eso no suele ser muy buena
señal.
-Sí,
si estás hablando de alguien genial como él-le defendí, y fue sólo en ese
momento cuando me di cuenta de que me estaba tomando el pelo, pinchándome para
ver si me picaba. Una sensación de profunda tristeza me embargó: me quedaban
tan solo horas de disfrutar de mi
hermano de esta guisa.
-¿Qué
habéis hecho?-preguntó, alzando una ceja, y por un momento pensé que sabía lo
de la cocaína; viendo que él también la había tomado en Chipre, puede que
incluso no se hubiera opuesto a que Diana la pidiera para nosotros, sabiendo
que Alec me cuidaría como nadie, y que si me daba por experimentar, mejor lo
hacía en su presencia.
Luego
caí en la cuenta de que lo primero para Scott era mi seguridad, no mi
diversión. No es que quisiera encerrarme en una torre de marfil, pero jamás
dejaría que nadie me pusiera en peligro, ni siquiera yo misma. Así que no,
Scott no podía saber nada de la bolsita de polvos mágicos; de lo contrario, no
me habría dejado marchar.
-Una
dama no revelaría esas cosas jamás, Scott-respondí, cruzándome de piernas con
la clase de una dama de alta cuna. Como mínimo, lo había hecho como una
marquesa.
Scott
miró en derredor, comprobando cada rincón de su habitación.
-¿Ves
alguna dama en la habitación?-me eché a reír, y él esperó a que yo terminara,
regodeándose en ese sonido. Él también era consciente de que le quedaba poco
tiempo en casa, y debía aprovecharlo. Me pregunté si no habría preferido que le
despertaran nada más levantarse, poder sentarse a mirar a Duna jugando,
completamente ajena al mundo, mientras él desayunaba; acurrucarse contra Shasha
a pesar de sus protestas, y darle besos y besos y besos hasta que ella lo
apartara de un empujón, se limpiara las babas que él le había dejado a
conciencia con el dorso de la mano y le gritara “Scott, para”; esperarme sentado en el sofá para saber a qué hora llegaba a
casa y poder martirizarme mientras hacía el paseo de la vergüenza, en lugar de
permitirme sentarme en su cama y sacarle tiempo de espabilación de ventaja con
el que no podría lidiar-. Tú sólo… dime que habéis usado protección.
Arrugué
la nariz. ¿Tan irresponsable creía que éramos? Estaba a punto de contestarle
que no éramos tontos, cuando recordé que hacía menos de un mes me había visto
tomar la píldora porque se nos había roto el condón, y yo había aprovechado
para hacerlo todo lo posible con Alec antes de volver al aburrido mundo de la
seguridad sexual.
-¿Tantos
celos le tienes a Alec, que no quieres que lo hagamos sin nada, como Eleanor no
te deja?-acusé, y Scott alzó las cejas, impresionado por mi pulla… o lo que
pretendía ser un intento de pulla.
-Eleanor
sí me deja. De vez en cuando-especificó-. Pero eso no quita de que no me
apetezca que te dediques a poner huevos. Con que haya una como tú en este
mundo, ya hay de sobra. No hacen falta más.
-Oh,
qué bonito-ronroneé, pinchándole. Scott se me quedó mirando.
-Lo
que te acabo de decir es algo malo.
Puse
mala cara, le quité la almohada de debajo de la cabeza y le arreé en toda la
cara. Puede que no fuera a echarle tanto de menos, después de todo.
-Mamá
y papá están terminando con la comida-había escuchado a mamá reclamarle algo a
papá en el piso de abajo, lo cual me cuadraba más: no era propio de ella dejar
en manos de papá el último cocinado con toda la familia reunida-. Baja cuando
te dé la gana, y ten cuidado, no vaya a ser que te atragantes-me levanté de la
cama, procurando no tambalearme sobre mis tacones, pues la noche de sexo y los
tacones no solían ser una buena combinación, y exhalé un gemido cuando Scott se
incorporó y me reveló que no llevaba puesta una camiseta, ni siquiera de manga
corta. Chasqueé la lengua-. ¿Ahora siempre duermes desnudo?
-Paso
calor-fue su contestación.
-¿Y
por qué no te quitas una de las cuatro mantas con las que duermes?
-¡Porque
me gusta sentir peso encima! Además… tendrás tú mucha queja de que los tíos
durmamos sólo con los bóxers cuando duermes con Alec.
-No
duerme sólo con los bóxers-discutí, y Scott se echó a reír, saliendo de la cama
y yendo a buscar unos pantalones.
-Chica,
¿tan fea res desnuda, que le quitas las ganas de más?
-No,
imbécil-esbocé una sonrisa sardónica-. Alec duerme sin nada… igual que yo.
Scott
lanzó un aullido de frustración y me tiró la almohada, que se estrelló
silenciosamente contra la puerta de su habitación un segundo después de que yo
la cerrara a la velocidad del rayo. Escuchando sus protestas por la imagen
mental que acababa de hacer que se formara en su cabeza, me metí en mi
habitación y me quedé un rato mirando la colcha perfectamente colocada, la ropa
que había dejado doblada sobre mi cama con visión de ese momento, sin poder
evitar pensar en lo que había cambiado mi vida hacía apenas unas horas.
Cuando
Alec y yo decidimos que ya lo habíamos hecho suficiente (bueno, todo lo que
podíamos sin poner en peligro los estándares de calidad de nuestros polvos),
nos habíamos separado un momento para poder acicalarnos. Mientras yo volvía al
baño para ocuparme de no coger ninguna infección, Alec se encargó de recoger
las cosas que habíamos dejado por ahí tiradas, y luego, nos cruzamos en la
puerta. Ninguno de los dos desaprovechó la oportunidad de mirar de arriba abajo
al otro, analizando nuestros cuerpos y regodeándonos en que, de todas las
personas del mundo, nosotros fuéramos los afortunados de disfrutarnos. Puede
que suene a tópico, pero ningún pene me había parecido bonito hasta que vi el
de Alec. No es que sean, precisamente, la máxima expresión de la belleza. Y,
sin embargo, Alec era guapo en absolutamente cada rincón de su cuerpo, incluido
ése en el que era tan complicado. Lo mismo le sucedía a él conmigo: si bien a
él sí que le parecían bonitas las vulvas, la mía parecía ser su preferida en el
mundo. A nuestros genitales había que añadirles, por supuesto, el resto de
nuestros cuerpos: los hombros de Alec, los abdominales de Alec, las piernas de
Alec, el culo de Alec, las manos de Alec, la cara de Alec, el pelo de Alec… mis
muslos, mis caderas, mi vientre, mis piernas, mis tetas, mi culo, mi cara y mi
melena.
Fue
haciendo un homenaje a esa belleza la razón de que Alec me pidiera que no me
vistiera, ni tan siquiera con las bragas. Quería estar íntimamente conmigo,
sólo conmigo, sin nada más que el aire interponiéndose entre nosotros.
-No
te vistas-me pidió, rodeándome la cintura por detrás y besándome el hombro.
-¿Por
qué? ¿Es una petición de cumpleañero?-me reí, girándome para mirarlo a los
ojos. Así, con la expresión de un niño que no ha roto un plato en su vida en su
rostro de hombre, con algunos de sus mechones acariciando mi frente, sentí que
Alec me estaba entregando su alma, una bolita luminosa que bailaba al son de un
ritmo que yo no conseguía escuchar, pero que resonaba en mi caja torácica como
un vals lejano-. Porque tu cumple se terminó.
-Tu
desnudez es mi regalo-contestó, apartándome el pelo del hombro para ver las
curvas de mi cuerpo e inclinándose para besarme. Me hizo sentir la criatura más
sensual y a la vez inocente de la tierra, adorándome con su boca de la misma
manera que lo hacían sus ojos cada vez que me quitaba la ropa ante él.
Evidentemente,
no me vestí. Haría lo que fuera por él. Cuando nos metimos en la cama, le rodeé
los hombros con mis brazos y lo acuné sobre mi pecho, disfrutando del contacto
de nuestras pieles unidas. Estábamos un poco pegajosos por el sudor del sexo,
pero nos daba igual. Prefería a Alec sucio antes que a mil chicos de higiene
perfecta, especialmente si la suciedad de Alec era culpa mía.
Me
pidió que le cantara, y yo me incliné hacia su oído, dispuesta a complacerle,
sin saber qué iba a decir hasta que empecé a entonar con voz rasgada y
melancólica Lost in the fire.
-I wanna fuck you slow with the
lights on…
Alec
se echó a reír, negando con la cabeza.
-Joder,
Sabrae, ya está bien, ¿no te parece que lo hemos hecho suficiente?
-Demasiado
no es suficiente-le había respondido, besándole los labios como él me había
besado antes. Me hundí un poco más en la cama para estar a la altura de él, y
sonreí para mis adentros cuando me rodeó con sus brazos fuertes, poderosos y
amorosos, pensando en la suerte que tendrían mis hijos por poder sentir esos
abrazos, por vivir aquello incluso sin ser conscientes, y por ser parte de Alec
como yo nunca lo conseguiría.
Me
acerqué a la ropa y acaricié los leggings, la camiseta ancha, la sudadera vieja
de Scott que había dejado reservada para ese día. Era reacia a quitarme el mono
y las botas que llevaba puestas, pues eran lo último que quedaba de la
increíble noche con Alec, pero también porque eso significaba que me estaba
despidiendo de Scott definitivamente. Y no quería. No quería que mi hermano se
fuera. Quería esconderme en su maleta y pasar con él las tardes en ese
programa, esperar en su habitación mientras él asistía a las clases, seguir
siendo una parte importantísima de su vida.
Con
un suspiro, saqué los pies de las botas. No
puede ser, me dije. Las cosas pasaban por algo. No iba a ser tan malo.
Scott viviría una experiencia que nos uniría más cuando nos la contara, porque
nos daríamos cuenta de que nuestra relación no se basaba en la convivencia, ni
en lo mucho que nos queríamos. Ser su hermana no tenía nada que ver con vivir
pared con pared, sino con el vínculo que nos unía y que una distancia ridícula
no podría romper.
Enfundada
en mi ropa de andar por casa, que terminé cambiando por un pijama gordito de
osos panda en el que puede que mi consciencia corriera peligro, me prometí a mí
misma que disfrutaría de la última tarde de Scott en casa sin preocuparme de lo
que vendría después. No sabría decir si en mi vida había sido de las que no se
preocupan demasiado, pues preocuparse implica duplicar los problemas a los que
tendrás que enfrentarte (el problema en sí, y la ansiedad anticipada que éste
te produce cuando empiezas a anticiparlo), o de las que no pueden evitar aguar
los momentos bonitos en el instante en que suceden, sabiendo que la felicidad
es efímera. Por mi experiencia con Alec, diría que me inclinaba más bien a ese
lado de la balanza en el que están los que se agobian, y no quería que Scott se
fuera de casa viéndome sufrir por algo sobre lo que los dos no teníamos ningún
control. Lo hecho, hecho estaba, y de ambos dependía cómo afrontaríamos la
separación. Sólo esperaba ser lo suficientemente fuerte como para no llamarlo
llorando a la semana de ausencia, suplicándole que hiciera un número pésimo
para que le echaran del concurso y pudiera volver a casa, de donde nunca había
salido.
Scott
no se merecía eso. Se merecía triunfar, que el mundo lo conociera y lo
celebrara, ni más, ni menos. Mover montañas, crear mareas, que su nombre fuera
tendencia cada vez que asomaba la cabeza a las redes y riadas de amor le
asaltaran. Yo no podía quitarle la gloria de sentir el cariño del mundo; no, si
le quería tanto como decía. Y, efectivamente, así era.
Bajé
las escaleras con el pelo recogido en mis trenzas de siempre, ésas que no me
molestaban en absoluto, y ayudé a mis hermanas a poner la mesa mientras Scott
permanecía aún en el piso de arriba. Cada vez que nuestro hermano hacía un
ruido, todos en casa nos deteníamos, levantábamos la vista y esperábamos a que
Scott continuara dando señales de vida. Echaría de menos eso: que el mundo no
se detuviera por los sonidos del primer piso, porque no estaban contabilizados,
porque no había un extraño en el piso superior, ni un invitado. Echaría de
menos que mamá nos mandara callar cada vez que Shasha y yo empezábamos a
gritarnos en el piso inferior porque Scott aún dormía y no quería que le
despertáramos, igual que echaría de menos ser yo a quien riñeran en lugar de la
protegida.
Pues
en cuanto Scott saliera por la puerta, la hermana mayor pasaría a ser yo. Me
estremecí de pies a cabeza, sintiendo que el papel se me venía increíblemente
grande. Los zapatos de Scott eran inmensos, sus pisadas, profundas; yo era un
ratoncito correteando por unas montañas que no eran otra cosa que el relieve
del pie del dinosaurio que había dejado aquella huella tras de mí. Era
imposible que yo lo hiciera bien. O que lo hiciera en absoluto; se me rompería
el corazón si tenía que ejercer de hermana mayor en soledad con Shasha. No era
lo mismo tener una referencia directa, como tenía ahora que Scott aún estaba en
casa, que preguntarme qué sería lo que hacía mi hermano cuando yo no podía
hacer más que especular, en lugar de imitarle.
Mamá
entró en el comedor con un bol en el que había preparado una ensalada, y nos
miró con aprensión cuando volvimos a detenernos al escuchar que a Scott se le
caía algo en el baño.
-¡Perdón!-se
disculpó nuestro hermano, y a mí se me retorció el estómago. No importaba que
rompiera la más cara de las colonias, ni que echara a perder mis productos de
belleza más exóticos: preferiría mil veces vivir sólo del agua del grifo si eso
significaba que Scott en casa.
La
mesa estaba servida cuando Scott bajó las escaleras a toda velocidad,
disculpándose de nuevo por la demora. Todos los ojos se clavaron en él cuando
se sentó en su sitio de siempre. Consciente de la atención que despertaba, nos
miró a todos, uno por uno, hasta que sus ojos se posaron en los de mamá, y ella
se levantó como un resorte para pedirle el plato y echarle la comida.
No
pude evitar preguntarme si, cuando Scott se marchara, su sitio quedaría vacío o
reestructuraríamos la mesa de manera que pareciera que siempre habíamos sido
cinco, en vez de seis. No sabría decir qué me angustió más: que la familia
siguiera adelante con un miembro menos, o que dejáramos un plato vacío por si
Scott cumplía alguna vez la vana esperanza de dejarse caer por casa. ¿Qué duele
más? ¿Qué tu corazón nunca deje de supurar, o echar la vista atrás un día y
darte cuenta de que lo que te escuece no es más que una cicatriz?
Como
si supiera lo que estaba pensando, mi móvil vibró entre mis piernas. Lo recogí
del hueco entre ellas y me quedé mirando la pantalla, debatiéndome entre abrir
el mensaje que me había mandado Alec o dejarlo allí y concentrarme en la
presencia de mi hermano.
La
tentación fue demasiado grande, de modo que terminé deslizando el dedo para
leer el mensaje al completo.
Hola,
bombón☺ acabo de salir de la ducha y
ahora voy a comer. Espero que todo vaya bien en casa, y que te lo pases genial
con S. No dejes que te putee demasiado, que eso es tarea mía 😉 si te apetece que me pase un ratito por
la noche, dímelo, ¿vale? Prometo que no
haremos nada, sólo te proporcionaré un hombro sobre el que llorar de felicidad
porque por fin eres la más fea de tu casa 😝
Sé que había dicho que intentaría centrarme en mi
hermano, pero no podía dejar un mensaje así sin contestar. Además, Scott estaba
absorto en una conversación con papá sobre algo de lo que ni siquiera era capaz
de seguir el hilo, tan preocupada como estaba por el futuro (definitivamente
soy de las que se ahogan en un vaso de agua), así que no estaba tan mal que
dedicara unos segundos a responderle a Alec, ¿no?
Hola,
sol 😍 todo bien, mis hermanas me
han dejado que sea yo la que despierte a Scott. De momento no está muy
espabilado, así que me está dando tregua, pero creo que pronto me va a empezar
a chinchar. 😅
Levanté la vista y miré a Scott, que en ese momento se
estiraba a por un trozo de pan.
Lo
voy a echar muchísimo de menos.
Tecleé con un nudo en la garganta, sintiendo que las
lágrimas se me agolpaban en los ojos. Estaba escribiendo mi respuesta cuando
recibí la de Alec, enlazando con mi último mensaje.
Es
perfectamente normal, a fin de cuentas es tu hermano. Pero intenta no pensar
demasiado en eso, ¿vale? Aprovéchalo ahora que puedes. Te arrepentirás de no
haber estado ahí al cien por cien cuando se marche. No hace falta que me
contestes a este mensaje ahora; tómate el tiempo que necesites.
Y
si te apetece que vaya por la noche (sin connotaciones sexuales)… ya sabes. No
tengo ningún inconveniente en dormir acurrucados. Sabes que me encanta.
Te
quiero.
Me quedé mirando el primer mensaje, interiorizando lo
que me decía. Estate presente. Estate presente. Estate presente.
Gracias,
Al. Eso haré. Te dejo un ratito, ¿vale? Ya hablamos. Me apeteces.
Deslicé el móvil entre mis piernas, pero le eché un
vistazo involuntario cuando recibí otro mensaje.
¿Ni
siquiera me dices que me quieres por mensaje? Qué crueles sois las mujeres. No
me extraña que a Logan le molen los tíos. Yo no soy tan malo como tú.😂😂
Me
reí por lo bajo y todos se me quedaron mirando.
-Saab…-me
regañó con ternura mamá, y yo puse el móvil en modo “no molestar” y terminé de
encajonármelo entre las piernas.
-Lo
siento, lo siento. Nada de móviles, lo sé. Perdón-me disculpé directamente con
Scott, que negó con la cabeza y se encogió de hombros.
-Me
imagino que tendréis mucho que comentar. ¿Quieres hacer videollamada? Por mí no
te cortes-me pinchó.
-¡Ya
quisieras!
-¿Qué
se supone que hicisteis que te tiene tan sonriente?-me picó Shasha, y yo la
miré, estupefacta. ¿Desde cuándo comentábamos lo que hacía con mis novios en la
cama con mis padres delante? No tenía inconveniente en instruir a mi hermana en
los nobles artes del sexo, pero hacerlo a solas era una cosa, y en presencia de
mis padres otra muy diferente.
-¡Se
ha puesto roja!-se burló Scott, riéndose a carcajada limpia.
-¿Eso
significa que habéis hecho algo que empieza por A, sigue con N, continúa en A…?-empezó
a deletrear Shasha.
-Conociendo
a Sabrae, no me extrañaría que empezaran por la última frontera-comentó mi
hermano, metiéndose un trozo de lechuga en la boca.
-¡VALE
YA!-chillé, roja como un tomate. Me ardía la cara de la vergüenza que me
estaban haciendo pasar entre los dos. En ese momento, lo único que quería era
marcharme a Cancún con un pasaporte falso y dedicarme a servir daiquiris en
alguna playa con un nombre latinoamericano-. ¿Y a vosotros qué más os da lo que
haga o deje de hacer con mi…?-Scott alzó las cejas, expectante-. Con mi
novio-me corregí-. Par de cotillas-farfullé, pinchando con rabia una aceituna.
-Vaya,
vaya, así que ¿no habéis dado el paso? Y yo que tenía la ilusión de irme
sabiendo que te habías emparejado…
-Sabrae
está más casada que yo-aportó mamá, y todos se echaron a reír.
-Pero
bueno, ¿por qué la habéis tomado conmigo de esta manera? ¡Scott se pasó un fin
de semana entero con Eleanor en el piso del centro, y nadie le dijo nada!
-Eh…
¡sí que me lo dijisteis! Me sometisteis a un puñetero tercer grado-acusó él-.
Ni siquiera sé cómo podéis tenerme respeto.
-Fácil:
jamás te lo tuvimos-contestó Shasha, y choqué los cinco con ella.
-¿Qué
es la última frontera?-quiso saber Duna, que se había pasado prudencialmente
callada bastante parte de la conversación. Papá clavó los ojos en Scott.
-No
sé, Dundun. Que te lo diga tu hermano, que es el que ha traído a colación la
frasecita-comentó, arqueando las cejas. Scott se atragantó y miró a Duna.
-Pues…
es una cosa… oye, ¿por qué me tengo yo que ocupar de criar a vuestros hijos? Ya
he hecho suficiente por esta familia. ¡De no ser por mí, nadie estaría aquí
sentado! Me merezco ese reconocimiento, ¿no os parece?
-Precisamente
porque es culpa tuya que estemos todos aquí es porque tienes esa
responsabilidad de ayudarnos a educar a tu hermana-comentó mamá.
-Sí,
Scott. Eres el hermano mayor-acusó Shasha, tomando su vaso entre los dedos.
-Y
controla un poco ese ego que tienes, chaval. Mira a tu madre-comentó papá-. ¿De
verdad te piensas que la habría dejado escapar así, por las buenas? Aunque tú
no estuvieras aquí, yo me las habría apañado para encontrarla y conquistarla.
-¿De
verdad? ¿Y entonces por qué fue ella la que te encontró?-inquirió Scott con ese
punto chulo que a mí me encantaba en él, y hasta hacía poco odiaba en
absolutamente todo el mundo. Ahora, no obstante, debía reconocer que me atraía
esa personalidad, porque también la tenía Alec.
-Me
estaba haciendo el difícil.
-¿Perdona,
Zayn?
-Lo
que oyes, Sherezade. Yo no podía perseguir a una mujer por toda Inglaterra.
Tenía una reputación que mantener.
-¿Qué
reputación?-desafió mamá, y papá la miró de arriba abajo.
-¿Me
vas a hacer levantarme e ir a traerte los premios, nena?
-No
tienes vergüenza ni la has conocido nunca.
-Seré
un sinvergüenza, pero tú bien que disfrutabas mientras hacíamos a nuestro
primogénito aquí presente, ¿eh? Siempre suele hablar quien más tiene que
callar-contestó papá, señalando a Scott con la palma de la mano vuelta hacia el
cielo. Mamá se rió y se apartó el pelo del hombro.
-Me
acerqué a ti por tu dinero-comentó mamá, poniendo el codo sobre la mesa y
mirando a papá con adoración. Él sonrió.
-Qué
casualidad. A mí me pasa igual contigo.
-Eso
no es verdad, papá-aporté yo, riéndome.
-¿Habéis
oído, niñas, Scott?-sentí una punzada en el pecho al caer en que ése era uno de
los últimos “niñas, Scott” que
oiríamos en mucho tiempo-. Sois hijos del mayor gigoló de Londres.
-¿Ah,
sí? ¿Y eso en qué te deja a ti?
-Z,
cada canción que has compuesto desde que me conociste es gracias a mí. No
intentes compararme con una prostituta. A ninguna musa se le hace eso-mamá le
acarició la mandíbula a papá, que se quedó clavado en el sitio, y le cogió un
trozo de patata del plato. Cerró los ojos al metérselo en la boca, y lo miró
risueña mientras lo masticaba.
Papá
estuvo sin moverse durante todo el proceso, lo cual me llevó a pensar que le
estaba dando un ictus.
-¡Uh,
cuidado, la tensión sexual se dispara!-se burló Scott.
-¿Os
dejamos solos?-pregunté yo.
-¡Estáis
excusados si queréis subir al piso de arriba!-apuntó Shasha.
-¡S-e-x-o,
s-e-x-o, s-e-x-o, s-e-x-o!-deletreó Duna, encantada de la vida, mientras daba
puñetazos en la mesa con sus manitas.
Papá
nos miró a Shasha, Duna, y a mí.
-No
sé cómo tenéis que organizaros, pero por favor, aseguraos de que al menos una
se queda en casa. Como os independicéis todos, vuestra madre me mata.
-Como
si os molestáramos mucho estando en casa—picó mi hermano.
-¡SCOTT!
-Oh,
vamos, mamá. ¡Sabes que es verdad! ¿Desde cuándo tener la casa llena de gente
ha sido impedimento para que te tires a papá? Si Sabrae y yo ya sabemos hasta
reconocer vuestro tonteo.
-Es
verdad. Se nota mucho cuándo no vais a llegar hasta el final y cuándo estáis en
preliminares.
-¿En
qué lo notas?-me preguntó Shasha en voz baja. Le indiqué con un gesto que ya se
lo explicaría. Papá tenía los ojos fijos en mí; mamá, en Scott. Estábamos
siendo observados de una forma minuciosa, no debíamos cometer ningún error.
El
resto de la comida transcurrió de modo afable, toda la tensión que se había
producido por la inminente marcha de Scott relajada. Conseguimos olvidarnos de
que nos deparaba un futuro incierto, en el que sólo había una cosa que teníamos
clara: la habitación de Scott estaría inusualmente vacía, y en la casa habría
una disminución preocupante de la presencia masculina. Por mucho que papá y
mamá estuvieran abiertos a que Alec pasara tiempo en casa, quedándose a dormir
incluso, todos sabíamos que mi chico no era sustitutivo de mi hermano. Jamás
podría serlo, y tampoco es que Alec tuviera pensado intentarlo.
Lo
cierto es que incluso disfruté de esa comida más de lo que pensaba que lo
haría. Tras ese intercambio de fingida tensión con nuestros padres, la relajación
del ambiente fue tan ostensible que incluso nos lo pasamos mejor que nunca. No
nos despedimos de Scott, algo que me habría roto el corazón, pero sí que nos
enfrentamos al tema desde una nueva perspectiva. Él se iba, pero cuánto íbamos
a disfrutarlo ahora. La casa estaría vacía, pero qué llena se sentía ahora
mismo.
Íbamos
a alejarnos, pero nos sentíamos más cerca que nunca. No hay nada como saber que
el tiempo que te queda con alguien es limitado para que lo aproveches al
máximo. Y Duna estaba más que decidida a hacerlo, de una forma tan curiosa que
nos encantó a toda la familia: decidió invertir los roles que Scott y ella
habían tenido. Siempre habíamos sido muy protectores los hermanos mayores con
los pequeños, centrados en el cuidado de los menores como si fuéramos sus
padres, entre lo cual, por supuesto, entraba la alimentación. No se contaban la
cantidad de veces que mi hermano me había dado el biberón aun siendo
pequeñísimo, igual que tampoco se contaban las veces en que lo había hecho yo
con Shasha, a pesar de nuestra poca diferencia de edad. De alguna forma, yo me
las había apañado para cuidarla.
Y así
estaba haciendo Duna, metiéndole en la boca trocitos de comida de su propio
plato a un Scott visiblemente encantado con el intercambio de papeles. Mientras
papá y mamá hablaban con Shasha y conmigo de nimiedades cuyo único objetivo era
hacer creer a Duna que estaban distraídos, ella pinchaba comida con su tenedor,
se inclinaba disimuladamente hacia Scott y se lo metía en la boca a nuestro
hermano, que estaba increíblemente
pendiente de lo que hacía la más pequeña y aun así conseguía disimularlo a la
perfección, fingiendo un interés que nadie sentía por lo que hablábamos Shasha
y yo con nuestros padres.
Mamá
sacó una tarta deliciosa de chocolate, una de las preferidas de Scott, y la
colocó en el centro de la mesa.
-¿La
vas a comer por ti mismo?-preguntó, pinchando a Duna, que fingió no saber con
quién iba la cosa. Scott se echó a reír, asintió con la cabeza, y le pidió a
mamá un trozo inmenso que, sin embargo, compartió con la benjamina y reina de
la casa, a quien sentó sobre sus rodillas.
Confieso
que sentí un poco de envidia de Duna. Su condición de niña le permitía
disfrutar de un tipo de atenciones que, si bien había monopolizado yo durante
mucho tiempo, en ese instante añoraba como un pajarito enjaulado añora volar. Yo
también quería sentarme en el regazo de Scott, sentirme su persona preferida en
el mundo, que el tiempo pareciera no pasar mientras me acurrucaba contra mi
hermano, masticando un pastel que él mismo me cortaba.
Cuando
te sentabas en las rodillas de Scott, nada podía hacerte daño. Nada era más
importante que tú. Nada era más trascendental.
Terminamos
la comida, y un extraño retortijón que nada tenía que ver con el empacho me
asaltó. Ya está, pensé, con una
terrible sensación de vértigo. La última comida con mi hermano acababa de
terminarse.
La última vez que nos
habíamos peleado por uno de los postres de mamá, ni siquiera sabíamos que era
la última. Esta vez lo habíamos tomado en absoluta armonía. Le habíamos cedido
a Scott todo lo que quisiera, en lugar de pelearnos hasta por la más mínima
migaja.
Recogimos
la mesa en silencio, sumidos en nuestros pensamientos. Según el calendario de
tareas, a Scott le tocaba fregar, pero papá le dijo que se ocupaba él.
-Yo
no tengo los días contados-bromeó, pasándole una mano por el pelo a S, que
sonrió con tristeza pero asintió con la cabeza. ¿A quién le molesta que le exoneren de sus tareas
domésticas?
Shasha,
Duna y mamá salieron de la cocina y se encaminaron al salón, pero yo me quedé
remoloneando en la puerta del comedor, a la espera de lo que hiciera Scott. No
me avergonzaba pensar que mi conexión con él era más fuerte que la que sentía
con mis hermanas, aunque eso no quería decir que la fuerza que me unía a Duna y
Shasha no fuera igualmente poderosísima, pero con Scott… las cosas eran
diferentes. Scott no era sólo mi hermano, sino también mi descubridor; la
persona que me había puesto mi nombre y que se había empeñado en que quería una
hermanita pequeña, insistiendo hasta el punto que mis padres y él salieron en
busca de alguien que terminé siendo yo.
Mi
historia no podía contarse sin reconocer la importancia clave de Scott. Y yo le
había empezado a agradecer todo lo que había hecho por mí siendo un bebé,
haciendo que mi primera palabra fuera su nombre.
Scott
se giró y me encontró allí, apoyada contra el marco de la puerta, a la espera
de su siguiente movimiento. Me sonrió con cierta nostalgia, como si ya se
hubiera marchado. Fue entonces cuando comprendí que una parte de él no quería
irse, que también se arrepentía de la decisión que había tomado, porque era
duro irse de casa dejando atrás un ambiente que tan bien le había hecho durante
casi dieciocho años.
-¿Qué
vas a hacer ahora?-pregunté con cierto miedo tiñéndome la voz, temiendo que me
dijera que tenía pensado ir a ver a Tommy, porque tenían que prepararse para el
concurso. No sabía si había hecho la maleta; quizá la había preparado mientras
yo me acicalaba la tarde anterior, dejándolo todo atado y bien atado para el
cumpleaños de Alec. Me había olvidado completamente de mi hermano mientras me
centraba en mi chico; la próxima vez, tenía que buscar un poco más el
equilibrio entre los hombres de mi vida.
Scott
se metió las manos en los bolsillos y me dedicó su mejor sonrisa torcida, ésa
que hacía que medio Londres cayera rendida a sus pies, y el otro medio le
envidiara y respetara a partes iguales. Era la sonrisa de quien entra en tu
vida y la hace mil veces mejor. La sonrisa de alguien a quien mil historias no
podrían hacerle justicia. La sonrisa de quien aparece en escena y le roba el
foco al protagonista; el personaje que se rebela contra su autora y pasa de ser
un secundario recurrente a un incontestable principal, el más carismático, el
que más sentimientos mueve.
Su
sonrisa de Seductor™.
La
Sonrisa Del Único E Irrepetible Scott Malik.
-Estar
con vosotras, ¿no?
Mis
pies se despegaron del suelo y empecé a flotar varios centímetros por encima de
éste. En el intervalo que Scott tardó en sonreírme y contestar algo que era
evidente, mis miedos e inseguridades se habían apoderado de mí, y me había
descubierto deseando que Scott nos mostrara una deferencia suficiente para que
yo no sintiera celos de Tommy… como si él nunca nos tuviera en cuenta.
Creo
que fue por eso por lo que disfruté aún más de la tarde con él, porque me sentí
una prioridad que nunca había dejado de ser; no, desde que había llegado a casa
siendo un bebé y él se había empeñado en que quería dormir conmigo, quería
estar conmigo, quería darme de comer, no quería separarse de mí. Nada de ir a
clase, nada de dejarme sola.
Nada
de no acercarse a la verja del cole cuando yo estaba en preescolar para
saludarme. Nada de quedarse callado cuando alguien se metía conmigo, por mucho
que el abusón fuera diez veces mayor que él.
Nada
de dejarme pensar que yo no era importante en su vida, un pilar fundamental en
su felicidad… la que le había convertido en lo que más le gustaba ser, un
hermano mayor.
Me
colgué de su cuello y él se echó a reír, tomado por sorpresa por mi entusiasmo.
Me rodeó la cintura con los brazos y hundió su nariz en mi pelo, que lamenté
llevar recogido en las trenzas. Dejé que inhalara mi aroma y yo me concentré en
inhalar el que desprendía su cuerpo: a seguridad, a diversión, a hogar y a
mucho, muchísimo amor. Aroma, en definitiva, a Malik.
Le di
un beso en el cuello que él me devolvió en la sien, y por un momento yo tenía
tan sólo tres añitos, y él regresaba del cole en un momento crítico de mi vida,
en el que aún no sabía quién era pero sí qué: su hermana pequeña, la razón de
que sonriera cuando volvía del sitio al que yo detestaba que se fuera.
Fue
entonces cuando lo comprendí: de la misma manera que había sido un suplicio que
ni recordaba quedarme sola en casa con mis padres mientras Scott iba al cole,
avanzando así en la vida, que se fuera de casa sería un suplicio igualmente
temporal. Puede que más duradero, pero quizá no me cundía tanto: no, si
teníamos en cuenta que, para un bebé de unos días de vida, seis horas son una
inmensa fracción de su existencia, mientras que dos meses para una chica de
casi quince años representan un tiempo ínfimo.
No
iba a ser cínica y decir que no echaría de menos a mi hermano, porque sabía que
no sería así. Ya le estaba echando de menos, de hecho, incluso estando en sus
brazos, pero… sobreviviríamos a esto. De la misma manera que sus amigos eran
sus amigos porque Scott era Scott, yo era Sabrae Malik porque Scott era Scott
Malik. A Scott y a mí jamás podrían quitarnos eso. Quisiéramos o no, éramos
parte el uno del otro, una parte tan importante y poderosa como el sol lo es de
la Tierra, o la luna del cielo nocturno.
Scott
se tumbó en el sofá y todos en casa nos tumbamos sobre él, ocupándonos de
disfrutar de su cercanía el tiempo que nos quedaba. Encendimos la tele, pero
nadie le prestó atención: estábamos demasiado ocupados entretejiendo el
entramado de nuestras relaciones familiares como para interesarnos por lo que
fuera que pusieran en el último canal que habíamos visto, y en el que la tele
había reiniciado su actividad. Llegado un momento, papá y mamá se excusaron en
que iban a prepararse para dejarnos solos, disfrutando de un tiempo de hermanos
que era de agradecer. Visto en retrospectiva, creo que papá y mamá lo hicieron
a propósito: ellos podrían ver a Scott todas las semanas, pues se le permitían
dos invitados a las bambalinas justo después de cada concurso. Nosotras, sin
embargo, tendríamos que conformarnos con verlo por la televisión. Lo cual, oye,
era mejor que nada.
-¿Vamos
fuera?-ofreció Scott, y Duna, Shasha y yo lo miramos-. Me apetece que me dé un
poco el sol.
Salimos
al jardín. Nos dedicamos a corretear un rato, detrás de Duna, y luego, Shasha y
ella continuaron jugando mientras Scott y yo nos sentábamos en las hamacas.
Acaricié la tela suave y clara bajo la atenta mirada de mi hermano.
-La
primera vez que te dejé aquí, apenas medías lo que mide ahora mi brazo.
Levanté
la vista y me lo quedé mirando.
-Scott…
-Voy
a volver. Te lo prometo, Saab. Volveré en poco tiempo, tan poco que apenas
podrás echarme de menos. Volveré y todo seguirá igual que antes. Hay algo que
jamás nadie va a poder cambiar. Tú y yo siempre seremos hermanos. Siempre
seremos Malik.
Sentí
cómo las lágrimas se me agolpaban en los ojos y se me hacía un nudo en la
garganta. Sorbí por la nariz y aparté la vista, concentrándome en Duna, que
jugaba en brazos de Shasha completamente ajena a todo, y en Shasha, la que
ahora tendría que pasar a ser mi roca, que nos observaba con curiosidad desde
la distancia. No quería que Scott me viera llorar.
Pero
había algo con lo que no contaba.
Scott
era el primer chico que me había visto llorar.
Es
por eso por lo que me cogió de la mano y, balanceándonos un poco en la hamaca,
me tomó del mentón y me hizo mirarlo.
-Siempre
voy a ser tu hermano. Siempre-me prometió, y yo me eché a llorar, y él me
sonrió con tristeza-. No importa lo que pase. Ni cuánto tiempo llevemos muertos
los dos. Lo que tú y yo tenemos es más fuerte que el tiempo, Saab. Ni toda la
eternidad podría separarnos; imagínate el poco daño que nos harán dos meses. Y
eso a lo sumo.
-Son
dos meses como mínimo-respondí, luchando contra mis sollozos-. Es imposible que
no ganes, S. Absolutamente imposible.
-Dos
meses como máximo-contestó, deshaciéndome las trenzas y jugueteando con mi
pelo-. Porque, cuando vuelva del concurso, aunque me vaya de gira, siempre
volveré a estar aquí. Dormiré en buses y en hoteles, pero nunca en una cama que
considere mía. Mi cama se queda aquí, al igual que mi familia. Y donde están tu
cama y tu familia está tu hogar.
-Serás
una persona diferente-contesté en un hipido, y él sonrió, paciente. A veces me
sorprendía lo sabio que era Scott, a pesar de lo atolondrado que parecía en
ocasiones.
-Y tú
también. Más madura, como yo. ¿Sabes? En ocasiones, parece que la hermana mayor
eres tú y no yo. No físicamente, claro-bromeó, y yo sonreí entre mis lágrimas-.
Pero la forma en la que nos cuidas a todos…
-Yo
soy lo que soy gracias a ti. No gracias a mamá, ni a papá… a ti-respondí,
cogiéndolo de la camisa y jadeando en busca de oxígeno, el que me iba a faltar
cuando él no estuviera en casa-. Soy una Malik porque tú me encontraste. Sabe
Dios lo que me estaría pasando ahora mismo si tú…
-Y yo
soy Scott porque tú eres Sabrae, pequeña-respondió, negando con la cabeza-. De
no ser por ti, no habría sido un hermano mayor jamás. Puede que no tuviéramos
familia. Todos somos importantísimos en casa.
-No
tanto como tú, S-sollocé-. No tanto como tú…
Scott
sonrió, acariciándome las mejillas para limpiarme las lágrimas.
-Me
lo estás poniendo muy fácil-murmuró, y yo le miré. ¿Acaso se alegraba de
alejarse de su hermana, tremendamente intensa y de lágrima fácil? Porque
intentaría cambiar si con eso se quedara en casa.
-¿A
qué te refieres?
-A
cuando me convierta en la obsesión de todas las inglesas, y me pregunten si
creo en el amor a primera vista. Como no voy a creer en el amor a primera
vista, si fue por amor a primera vista por lo que ahora tengo hermanas-me
sonrió, dándome un suave pero intensísimo beso en la mejilla en el que me
transmitió todos sus sentimientos, poderosos como un vendaval.
Me
abracé a Scott como a una tabla salvavidas, y Shasha y Duna trotaron hacia
nosotros para unirse al abrazo. Nos estrujamos los unos a los otros, fusionando
nuestros átomos de manera que vibraran siempre al mismo ritmo.
Scott
se separó de nosotras, limpiándose las lágrimas de los ojos, unas lágrimas que
no iba a permitirse derramar… porque si lo hacía, se quedaría.
-Siempre
seréis mis hermanitas-nos dijo, mirándonos a los ojos, y a mí se me partió el
corazón pensar que esa noche no dormiríamos ni en el mismo distrito-. Siempre
seréis Malik. Aunque os caséis y os entierren con otro nombre, siempre
llevaréis el apellido de nuestro padre y la bondad de nuestra madre en las
venas. Sois Malik de sangre-me miró a los ojos, y yo comprendí que también se
aplicaba a mí; que, en ocasiones, la sangre no era sinónimo de genes-. Y de la
sangre nunca se escapa.
-Te
queremos muchísimo, S-gimió Shasha, que también estaba llorando. Imagínate lo
emotivo de la situación, si mi hermana más fría también estaba hecha un manojo
de lágrimas. Scott sonrió, triste, y miró la hora.
-Antes
de irme… quiero hacer una última cosa. ¿Me dejáis que os dibuje?
Abrí
los ojos, unos ojos llorosos, brillantes de sentimientos. Shasha se quedó muda:
fue Duna la que habló con voz rota, rasgada por el miedo a empezar a ser
impares.
-Claro,
S. Lo que tú quieras.
Scott
sonrió, se levantó y se fue a por un bloc de dibujo y un lápiz. Shasha, Duna y
yo nos sentamos en un extremo de la hamaca, yo abrazando a Duna y Shasha
abrazándome a mí, y nos quedamos quietas bajo el sol de finales de invierno
mientras Scott se concentraba en su arte. Nos tomó el pelo para que
sonriéramos, y pronto estábamos bromeando otra vez, como si él no se fuera.
Cuando se dio por satisfecho, nos mostró su dibujo, un retrato perfecto de
nosotras tres sobre una hamaca en la que podría ser una playa de Hawaii.
-¿Es
que hay algo que se te dé mal?-preguntó Shasha con cierto tono de fastidio.
-Deciros
adiós-contestó Scott, muy convencido de que decía la verdad.
Es
increíble lo mucho que me dolió esa tarde, a pesar de que confiaba en que Scott
cumpliría la promesa que me había hecho. Nada cambiaría entre nosotros, por
mucho que lo hiciera nuestra rutina. Tenía grabado quererlo en mi código
genético, al igual que él. Y de los genes es muy complicado huir, por no decir
imposible.
Ni
siquiera saber que lo iba a perder tarde o temprano hacía que fuera más fácil.
Iba a pasarnos eso mismo en unos meses, pero yo sentía como si me hubieran
arrebatado el tiempo de toda una vida. No nos perderíamos nada: seguramente se
graduaría, iría al baile de graduación, haría las cosas normales de un chico de
último curso incluso cuando ya no fuera un chico normal.
Para
mi sorpresa, Scott arrancó la hoja en la que había hecho el dibujo y nos
entregó el bloc.
-Quiero
llevármelo conmigo-explicó-. Para cuando esté estresado porque se me olvide lo
muchísimo que me puteáis.
Me
limpié las lágrimas con el dorso de la mano.
-O lo
guapas que somos.
-Eso
no se me va a olvidar-contestó, pagado de sí mismo. Shasha y yo gemimos-.
Porque sois feas-aclaró, y lo fulminamos con la mirada. Nos quedamos mirando
cómo se marchaba, riéndose de nosotras a carcajada limpia, aovilladas aún en la
hamaca.
-No
sé cómo vamos a sobrevivir a que se vaya-comenté.
-Yo
no quiero hacerlo-contestó Duna, enfadada de repente-. Y vosotras no deberíais
hacerlo tampoco-añadió con la ferocidad que sólo una niña de ocho años puede
tener. Saltó de la hamaca y entró en casa, y Shasha y yo la seguimos al poco
tiempo, cuando nuestros cuerpos por fin procesaron que había que moverse, que
la vida seguía incluso cuando el hijo mayor de una familia se independizaba.
Luego
nos enteramos de que lo que Duna quería decir en realidad era que deberíamos
irnos con él, pues se había escondido en la maleta de Scott cuando éste no
miraba.
El
trayecto a casa de los Tomlinson fue todo lo contrario a la comida: silencioso,
solemne, cargado de emoción. Papá y mamá se llevarían a Scott al edificio de
rodaje del concurso, acompañando a Louis y Eri con Tommy, Eleanor y Diana.
Durante la comida, la marcha de Scott era una ilusión, pero en casa de los
Tomlinson, era algo incontestable, una realidad como la copa de un pino. Me
ocupé de saludar rápidamente a Astrid y Dan, de los que tendría que hacerme
cargo mientras sus padres se llevaban a sus hermanos mayores, para poder
despedirme largo y tendido de los que se marchaban para no volver en más
tiempo.
La
primera en abrazarme fue Diana. Me hubiera gustado encontrármela en otras
circunstancias para comentarle lo de la cocaína, pero supe que no era el
momento y decidí dejarlo estar.
-Muchísima
suerte, aunque no la necesitas, Lady Di-sonreí, estrechándola entre mis brazos.
-Gracias,
Saab. Te voy a echar muchísimo de menos. Eres una hermana para mí, y lo sabes.
-Sí-también,
en cierto sentido, Diana se había convertido en una hermana para mí. Una
hermanastra, quizá, con la que me llevaba increíblemente bien. A lo sumo, una
prima hermana-. Me lo has demostrado con el regalo de esta noche. Quería darte
las gracias por eso.
-¿Para
qué están las amigas?-sonrió, besándome en la mejilla. Entonces, le llegó el
turno a Eleanor, que me miró con ojos de cachorrito abandonado.
-Saab-gimoteó,
y fue todo lo que necesitamos decirnos. Cuando tienes una relación con una
persona como la que yo tenía con Eleanor, en ocasiones las palabras sobran,
porque no sirven para transmitir todo lo que quieres decir. Con esa simple
palabra, Eleanor me dijo que me echaría de menos, que hablaríamos todo lo
posible, y que cuidaría del corazón de mi hermano como si fuera el suyo propio.
-El-respondí,
acariciándole la espalda y estrechándola bien fuerte entre mis brazos.
La
solté a regañadientes, y entonces fue el turno de Tommy. Me miró, esbozó una
sonrisa y abrió los brazos. Y me eché a llorar.
-Tommy-jadeé,
refugiándome en su abrazo, y él me protegió con sus brazos. Con él tampoco
había necesidad de palabras, pero yo quería asegurarme de que sabía que él era
esencial en mi vida. Iba en pack con mi hermano, era parte de él-. Tommy,
necesito…
-Cuidaré
de Scott-me prometió, acunándome despacio-. Cuídame tú a Alec. Ojalá no
tuviéramos que dejarlo solo, pero me marcho tranquilo viendo en qué manos lo dejo.
-Gracias-susurré-.
Por todo-le miré a los ojos, esos ojos azules como el cielo, como el mar, como
zafiros. Él había sido mi primer amor platónico, el primer chico que había
hecho que sintiera cosquillas en el estómago, y saber que tardaría en volver a
pasearse por mi casa como si también le perteneciera (porque así era) me
escocía en las entrañas.
-Gracias
a ti-contestó, dándome un beso en la nariz y apoyando su frente en la mía-. Por
dejar que me lo lleve-añadió en voz más baja, inhalando mi respiración.
Entonces, me soltó, y sentí su presencia antes que la vi.
-Scott-gemí,
y él sonrió, y me estrechó entre sus brazos con más fuerza que los demás
juntos, y eso que la fuerza había ido en aumento y ya Diana había hecho que me
crujiera la espalda.
-Te
quiero-me susurró al oído mientras yo lloraba-. Te quiero muchísimo, pequeña.
-Yo
también te quiero muchísimo, S. Muchísimo.
-Ahora
tú eres la hermana mayor-rió.
-No
digas eso ni en broma-protesté.
-Volveré
antes de que puedas echarme de menos.
-Ya
lo hago.
Y
entonces, me dijo algo que jamás olvidaría. Algo que me demostró que la parte
de él que creíamos que era mala no era más que un espejismo.
-Cuida
de papá.
No cuida de mamá. No cuida de Shasha, o de Duna. No. Cuida de papá. Del que se suponía que era su miembro menos querido de la
familia. Al que más desafiaba. Por quien menos debilidad sentía.
Y
entonces, lo supe. El único que se mantenía fuerte de la familia era papá,
porque era el único que sabía por lo que iba a pasar Scott… y no quería
asustarlo.
Scott
se soltó de mí antes de lo que yo desearía, me miró a los ojos y me limpió las
lágrimas.
-Te
quiero-susurró-, pequeña-me dio un beso en la punta de la nariz y me acarició
las manos. No me dijo adiós, lo cual yo le agradecí. No estaba preparada para
decirle adiós a mi hermano. Jamás lo estaría. Por muchos años que pasaran, nunca
lo estaría.
Mientras
miraba a los Tomlinson marcharse con Diana, mis padres y mi hermano, no pude
evitar recordar la conversación que había tenido con Alec mientras entrábamos
en el coche esa misma mañana, de camino a casa.
-Ha
sido el mejor cumple de la historia-me había dicho él, y yo le había agarrado
de la camisa y había tirado de él hacia mí para besarlo en los labios.
-El
siguiente será incluso mejor-le prometí, sin caer en algo que él me sacó a
colación.
-El
siguiente, estaré en África-un silencio pesado, pegajoso y putrefacto se
instaló en mi garganta, pero Alec consiguió deshacerme el nudo tomándome el
pelo-. Pero, ¡oye! Igual por aquel entonces ya me dices que me quieres, y todo.
-¿Crees
que lo llevaremos bien?-pregunté, acariciándole el cuello de la camisa.
-No-contestó
sin vacilar-. Pero no nos queda otra que llevarlo.
-Sí
que nos queda otra-había respondido yo, y aun así, me dolió. Me dolió que la
noche se terminara, que el futuro fuese como se auguraba.
Lo
mismo me pasaba a mí ahora que Scott se marchaba. Me había dado la mejor
infancia de la historia; normal que me doliera que se fuera. Porque en el
momento en que atravesó aquella puerta, la niña que había sido una vez, la que
había recogido de un capazo y de la que se había enamorado nada más verla,
desapareció. Ahora, sólo me quedaba el futuro. Mi infancia se terminó no cuando
perdí la inocencia, sino cuando mi hermano, el encargado de iniciarla, se fue
de casa.
Por eso
me permitía llorar. Porque no sólo perdía a Scott, sino que perdía aquella
versión de mí misma que tanto me gustaba, la única que conocía. La criatura que
había sido cuando me decidieron digna de ser una Malik había dejado de existir
en ese preciso momento.
Ahora,
tenía una misión. Lo había prometido con mi silencio. Cuida de papá, me dijo Scott. Pensé que él tendría que ser quien
cuidara de nosotras. Desde luego, cuando regresaron al cabo de casi una hora,
parecía bastante entero.
No fue
hasta que no llegamos a casa, atravesamos la puerta y nos enfrentamos al
silencio de ser uno menos, cuando vi lo que Scott había anticipado: a papá,
mirando en derredor, hundiendo los hombros, pasándose una mano por el mentón, comentando
con voz inestable…
-Bueno,
pues ya está.
… y
echándose a llorar como yo nunca le había visto llorar antes, porque nunca
antes había sido lo que era entonces: un padre que le dice adiós a su hijo, sin
saber cuándo va a volver.
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Llevaba semanas anticipándome al momento en el que escribieses la despedida de Scott narrada por Sabrae y es más que obvio que no me he preparado lo suficiente.
ResponderEliminarCon este capítulo he llegado a varias conclusiones.
Primero que Sabrae estaba destinada a escribirse y que por ende estaba destinada a ser escrita después de cts por el simple hecho de que leer este capítulo concretamente sabiendo la cantidad de relaciones literarias que se puede establecer con momentos de la primera novela y sabiendo ya cosas de antemano hace todo el triple de emotivo y sólo te queda llorar porque la emoción que te embarga es demasiada. El hecho de que hayan hecho muchas referencias a ser Malik y hermanos hasta la muerte no paraba de recordarme a cuando Scott muera y por ende a cuando Sabrae y Alec tengan que narrar su muerte y yo posiblemente muera de deshidratación. También el momento de Zayn, que sin duda alguna me ha roto por completo, al hilar sobre todo ese momento con la charla que tienen, primero cuando Scott vuelva a casa aun estando en el concurso y ya un después de haber roto con Eleanor porque necesita ver a su familia y le pide perdón a Zayn y cuando hablan en otro momento posterior al final del programa y le dice lo orgulloso que está de ser su hijo. Creo que ambas cosas me han hecho el click definitivo, adoro encontrar relaciones y similitudes y es que ambas las dos han sido maravillosas.
Otra conclusión es que si Alec me hace olvidarme de todo personaje literario existente en el mundo de los libros, Scott hace que hasta me olvide a veces de respirar cuando por un momento efímero le vuelves a dar una pequeña pizquita de protagonismo de más que me hace recordar la primera vez que me enamoré de un chico que no existía.
La conclusión definitiva es que yo no pienso irme de este mundo sin que antes te publiquen un libro porque una persona que escribe algo como esto “¿Qué duele más? ¿Qué tu corazón nunca deje de supurar, o echar la vista atrás un día y darte cuenta de que lo que te escuece no es más que una cicatriz?” debería vender millones de libros, hacer firmas mundiales y dejar que me riese de la gente que tenga que pagar por esas maravillas cuando yo me pase años leyendo gratis las tremendas obras de arte que paría tu cerebro.