sábado, 23 de mayo de 2020

El Único e Irrepetible Scott Malik.


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Le molestó que me bajara del coche de un brinco, a pesar de que nos habíamos pasado todo el trayecto besándonos. Una parte de mí no quería llegar a casa, la parte que le pertenecía a Alec; pero otra parte, más grande y poderosa, fiel a mis orígenes, se moría de ganas por regresar. Normalmente, mi condición de hermana no estaba reñida con mi condición de, ¿novia en funciones?, de Alec, así que no tenía incompatibilidades horarias con las que andar haciendo malabares.
               No era así esa mañana, pero yo sabía que Alec lo entendía. Por mucho que me encantara estar con él y que no quisiera que su cumpleaños se terminara nunca, lo cierto es que tenía un deber que cumplir, igual que un derecho que ejercer: debía estar con mi familia, y podía estar con mi hermano en su última tarde en casa, antes de que su vida diera un giro de 180 grados.
               Lo cual no impedía que mi chico no fuera a tomarme el pelo.
               -¿Qué pasa? ¿Has quedado con el otro y llegas tarde?-acusó, sacando los brazos del coche por el hueco de la ventanilla y colgando medio cuerpo por fuera. Me giré para mirarlo, y Alec me puso ojos de corderito degollado. Estaba guapísimo: el pelo alborotado, los labios un poco sonrosados de mis besos y mordiscos, los ojos brillantes por la sesión de sexo matutino.
               -¿Quién dice que el otro no eres tú?-acusé, riéndome. Alec hizo un mohín, pero no pudo evitar esbozar una sonrisa. Su humor no podía ser mejor: se había despertado conmigo sentada a horcajadas sobre él, acogiéndole dentro de mí, sonriéndole y moviéndome, aprovechando esa costumbre tan fascinante de los hombres de despertarse con una erección. Ya que habíamos tocado el tema de que siempre le había apetecido que le despertaran con un polvo, no se me ocurría mejor manera que iniciar los dieciocho tachando de su lista de deseos otra fantasía.
               A lo que teníamos que añadirle, por supuesto, que me había pasado la noche demostrándole que no había otro como él en mi vida. Ningún otro podría haber conseguido que me sentara a ver porno con él, ni tampoco le habría permitido tocarme mientras lo hacía, ni habría terminado metiéndose entre mis piernas con el sonido de gemidos de personas que yo conocía llenando la habitación. Ninguno convertía el sexo en algo sagrado, puro y precioso, algo que yo quisiera inmortalizar no por el morbo, sino porque las cosas hermosas deberían durar para siempre, poder capturarse en un momento al que volver cuando tu alma necesitara un lugar cálido en el que reconfortarse.
               Debería decir que me sorprendió que al comentárselo después de hacerlo, cuando las endorfinas del sexo hacían que mi cerebro trabajara sin ningún tipo de inhibición, él reaccionara asombrándose, pero ya conocía a Alec lo suficiente como para saber de qué manera se minusvaloraba. Ojalá pudiera verse a través de mis ojos, aunque sólo fuera un minuto: con esos preciados sesenta segundos le bastaría para descubrir el potencial que había en su interior.
               -Vaya, sí que he desatado a la viciosa que llevas dentro-se había reído, acariciándome la cabeza y besándome el pecho, tumbado como estaba sobre mí, sin agobiarme lo más mínimo, aunque pesara más que yo. Yo me había limitado a negar con la cabeza.
               -No es por el morbo. Me gusta cuando lo hacemos. Odio que nadie pueda vernos cuando tenemos sexo, si los momentos más preciosos de mi vida son cuando estoy dentro de ti. Es cuando mejor me siento-le acaricié los brazos bajo su atenta mirada-. Hacemos el amor y tenemos que escondernos; no creo que la belleza deba ser tabú, sino algo que celebrar. Y lo que hacemos juntos es muy hermoso.
               Alec me había mirado la boca, como hacía cuando le decía algo bonito de lo que no se creía digno, y después me besó despacio los labios. Pensé que diría algo del tipo “para tu cumpleaños, te regalaré una cámara de vídeo”, pero se limitó a besarme y besarme y besarme hasta que me quedé sin aliento.
               -Ya sé qué regalarte para tu cumpleaños-terminó soltando, cosa que a esas alturas ya no me esperaba, de modo que me arrancó una risa. A veces se me olvidaba que todavía era capaz de sorprenderme, y se me seguiría olvidando el resto de mi vida, cuando creyera que me había acostumbrado a él… y descubriera que no era así.
                El Alec de mi presente, el que ya se había dado una ducha en compañía, se había vestido y había intentado alargar la estancia en el hotel hasta que nos echara el servicio de habitaciones, lanzó un silbido, demostrándome una vez más que el que no corre, vuela.
               -Vaya, ¿estamos muy subiditas hoy, no? La verdad es que no me extraña-ronroneó, guiñándome un ojo-. Yo también me creería el amo y señor del universo si tuviera ese culo-chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
               -¿Intentas distraerme para que no entre en casa?
               -Sí. ¿Está funcionando?
               Me eché a reír.
               -Ya sabes que puedes entrar, Al. Siempre habrá un plato en mi mesa para ti.
               Alec miró mi casa un momento, pensativo. La idea de comer conmigo era tentadora, sobre todo ahora que mi padre ya no le trataba con la hostilidad que había exhibido en un principio con él. Además, el instinto de manada que tenía muy arraigado en su corazón le decía que debía aprovechar cada instante que les quedara a sus amigos en el barrio, y queriendo como quería a Scott, tampoco parecía tan mala idea pasarse a verlo una última vez. Puede que incluso le tomara un poco el pelo con lo que había hecho con su hermana pequeña, tratando de sacarlo de sus casillas una última vez.
               Sabía que a Scott le gustaría volver a verlo, que le echaría de menos igual que Alec iba a echar de menos a mi hermano, y que incluso tenía una invitación formal. Scott y Tommy, después de que Alec descubriera sus sentimientos ante todo su grupo de amigos, le habían llevado a un aparte para asegurarse de que las cosas entre los tres estaban bien. No querían irse dejando cabos sueltos, y que Alec estuviera bien con ellos era algo esencial para mis hermanos. Limadas las asperezas compartiendo un cigarro en el exterior del restaurante al que habían ido, Scott incluso le había dicho que podía comer en su casa en la última comida familiar.
               -Tío, yo ahí no pinto nada-había respondido Alec, sin ninguna pizca de rencor, sino simplemente constatando hechos. Su calada se había quedado a medias cuando mi hermano le retiró el cigarro.
               -Sí que pintas. Eres familia.
               -Sabrae y yo no somos nada-le recordó con cierto fastidio, poniendo los ojos en blanco, en ese gesto que significaba un “mujeres” en un tono de incomprensión muy específica.
               -No lo digo por Sabrae-le había contestado Scott. Alec había clavado los ojos en mi hermano, que le sostuvo la mirada con tranquilidad, transmitiéndole la seguridad que sientes cuando estás al otro extremo de una cuerda que sabes que no se romperá con el paso de los años. No, si Alec y Scott eran familia, no tenía nada que ver conmigo, sino con todo el tiempo que habían pasado juntos, las vivencias, los piques, los apoyos y las rivalidades.
               Alec había experimentado una prueba de esa sensación de vértigo que lo asaltó cuando se subió al coche de Alfred hacía unas doce horas, mirando a los ojos de Scott: la sensación de autorrealización, de darse cuenta de que era Alec Whitelaw porque mi hermano era Scott Malik…pero también que mi hermano era Scott Malik porque él era Alec Whitelaw. Las dos caras de una misma moneda, los dos reyes de la noche, las dos opciones completas que tenían las chicas para elegir cuando salían de fiesta, y las dos mitades de mi corazón.
               Fue por eso por lo que Alec decidió que sus deseos de estar con uno de sus mejores amigos no valían más que mi derecho a disfrutar de una última tarde en familia: Scott se merecía ser el único que ocupara mi corazón una última vez, antes de irse y que yo tuviera que “conformarme” con él.
               -Voy a pasar-declinó mi oferta con elegancia, sacudiendo la cabeza y señalando con el pulgar en dirección a su casa-. Seguro que mi madre se muere de ganas de echarme la primera bronca de mi edad adulta, y no vamos a negarle ese deseo, ¿no te parece, bombón?

               -¿Por qué debería reñirte?
               -Por no haber desayunado en casa-sonrió, encogiéndose de hombros. Me eché a reír.
               -No sé si me casa mucho con Annie ser así de territorial.
               -Te deja salir conmigo porque le traes postres. Prueba a venir un día por mi casa sin una cesta de magdalenas, y ya veremos cómo te recibe-rió-. Pásalo bien. Dile a Scott que no llore mucho; le mandaré una foto mía todos los días para que no me eche de menos.
               Negué con la cabeza.
               -Sobrevivirá-respondí, girándome sobre mis tacones y caminando con gracilidad sobre la gravilla. Estaba subiendo los escalones cuando Alec me llamó.
               -Sabrae-me giré y le miré; tenía un poco de frío en los hombros ahora que ya no tenía sus brazos rodeándome y proporcionándome calor. Alec esbozó una sonrisa oscura-. Si no quieres que se vaya… dile a tu hermano que hay un nuevo rey en la ciudad.
               Me guiñó un ojo y yo puse los ojos en blanco, le hice un corte de manga y comprobé cómo se iba riéndose en aquel coche, aún con medio cuerpo fuera, negándose a dejar de verme hasta que no fuera absolutamente necesario. Cuando el coche negro giró la esquina y desapareció por detrás de las casas, una extraña sensación de euforia se apoderó de mi cuerpo: acababa de pasar la primera noche de lujos con Alec, la primera de muchas, y el fin de semana siguiente volveríamos a estar solos, lejos de todo el que nos conociera, en un combate de boxeo que prometía ser épico.
               No podía dejar de pensar en el festín de testosterona que iba a presenciar, igual que tampoco podía esperar para ver a mi chico en su elemento. La noche que habíamos pasado juntos había servido como la versión de prueba gratuita que consigue engancharte al mejor servicio del mundo, y cuando entré en casa, estaba activando varias cuentas atrás para los eventos que teníamos programados, deseosa de que llegaran ya y poder estar a solas con Alec.
               Después de todo, no había sido tan mala idea por su parte no quedarse a comer. Tenía razón en una cosa: no podría prestarle atención a nada que no fuera él. Si me había ido de la lengua cuando estábamos en la cama, había sido por la borrachera que tenía, pero no de alcohol, sino de él: Alec iniciaba una reacción en cadena en mi interior que yo aún no había descubierto cómo detener. Algo bastante evidente, a juzgar por el juego de sábanas que esperaba a las limpiadoras en un rincón de la habitación, ansioso por que lo sumergieran en lejía.
               Cerré la puerta de mi casa pensando que, quizá, hubiera sido mejor idea pedir que clausuraran aquella suite, que nos la reservaran para siempre. Habían pasado cosas demasiado importantes en ella, cosas de las que yo no podría olvidarme ni aunque sufriera un aparatoso accidente que me hiciera perder la noción de mi identidad, o de mi familia. No sólo se trataba de los polvos increíbles que habíamos echado, alentados por saber que nadie en varios kilómetros a la redonda sabía quiénes éramos, sino del momento tan íntimo que habíamos vivido, poniendo por fin las cartas sobre la mesa. De lo único que me arrepentía era de no haber reunido el coraje suficiente para ser egoísta una vez más, dejar de hacerme la heroína y decirle a Alec que sí, que quería que se quedara. Por supuesto que quería que se quedara, ¿qué clase de pregunta era esa?
               Quería poder ir a la playa con él en verano, llevármelo a las rocas en las que le había descubierto con la española y pedirle que me hiciera lo mismo que a ella.
               Quería conocer su Mykonos, cogida de su mano, y dejar que me poseyera en la playa donde le habían hecho hombre por primera vez.
               Quería viajar a Italia a su lado, descubrir con él aquel país que tanto le fascinaba, y que misteriosamente no había conocido aún a pesar de que una estrecha franja de Mediterráneo la separaba de su Grecia natal.
               Quería vivir un verano intensísimo con él, el primero de nuestra relación, a su lado. Quería volver de la playa, ducharme con él, quizá hacerlo antes de salir del agua y echarle crema hidratante por los hombros mientras él iba mucho más allá y me hidrataba todo el cuerpo, incluso en zonas que no necesitaban hidratación. Quería salir a cenar con él y con sus amigos y mis amigas, integrarlo nuestros grupos hasta el punto de que Amoke, Taïssa, Kendra, Jordan, Bey, Tam, Karlie, Max, Logan, Scott y Tommy fueran “nuestros amigos”, sin ningún tipo de distinción. Los Nueve de Siempre sufrirían una adición, y bailaríamos todos juntos y revueltos cada noche, Alec y yo besándonos mientras nuestros amigos nos jaleaban.
               Menudo verano íbamos a perdernos porque me había enamorado del único superhéroe de verdad que había en el planeta, pero, ¿cómo no hacerlo? Mis pies perdían soporte cada vez que le miraba, e incluso acabándome de despedir de él, yo ya estaba ansiosa por volverlo a ver. Por eso necesitaba un tiempo sin él, porque no podría estar con mi familia si Alec también estaba en casa.
               Si ya de normal me costaba horrores concentrarme en lo que hacía cuando acababa de estar con él, lo que había pasado esa noche lo volvía imposible. No tenía una memoria fotográfica, precisamente, pero sabía que no me iba a olvidar fácilmente de lo que me había dicho mientras lo hacíamos, la mejor declaración de intenciones en toda regla.
               Y la manera en que me había tocado mientras nos acompañaba un vídeo que se suponía que yo no debía ver… ahora entendía un poco mejor por qué le costaba tanto controlarse y lo ansioso que se ponía cuando yo le dejaba con la miel en los labios. Si tenía ese tipo de referentes, debía costarle horrores no saltar sobre mí cada vez que me veía. Desde luego, a mí me estaba costando horrores no echar a correr en dirección a su casa, mandarle un mensaje diciendo que iba de camino y rezando para que le dijera a Alfred que diera la vuelta. Siempre había querido hacerlo en un coche en marcha. Me pregunté si habría algún vídeo casero del que pudiéramos disfrutar…
               -¿De qué te ríes?-preguntó mamá, sentada en el sofá con un libro entre las manos. Como era sábado por la mañana, estaba tomándose un descanso del caso que ocupaba toda su atención esa semana, y del que tenía el juicio en un par de días. Claro que, por supuesto, se trataba de mamá: era una profesional de los pies a la cabeza, y ya lo tenía todo atado y bien atado.
               -Nada-canturreé, acercándome a darle un beso de buenos días-. De una cosa de anoche. Es una tontería-mamá, no puedes saber que tu hija mayor se ha iniciado en el mundo del porno, y ahora quiere participar en su propia coproducción cristiano-islámica.
               -¿Te lo has pasado bien?-sonrió mamá, acariciándome la mano mientras me inclinaba para darle un beso a papá, que acababa de aparecer por la puerta de la cocina para saludarme. Me sorprendió que se encargara hoy de la cocina: creía que mamá querría ejercer de chef en el último día de mi hermano en casa. Asentí con la cabeza, abriendo la boca para responder que “genial”, pero papá se me adelantó.
               -Mira la sonrisita que trae, Sher. Está más satisfecha sexualmente que tú, y mira que es difícil.
               Mamá puso los ojos en blanco, pero yo me ruboricé, echando la vista atrás a todas y cada una de las sensaciones que me habían embargado cuando Alec estaba dentro de mí (ni siquiera tenía que ser con su miembro; también me valían su lengua o sus dedos). Si papá supiera…
               -¿Habéis dormido bien?
               -¿Habéis dormido algo?-preguntó papá, sentándose en el sofá, muy pagado de sí mismo, y creciéndose a cada segundo que pasaba sin que mamá no le corrigiera porque sí, sí que estaba satisfecha sexualmente, y todo gracias a él.
               -¿Tengo pinta de estar cansada?-respondí, riéndome. No había dormido apenas, y sin embargo me sentía con las pilas a tope. Alec era como un chute de cafeína.
               -Debería cabrearme de qué tienes pinta, pero te veo tan contenta…-alabó papá, pasándose una mano por la mandíbula como si se mesara la barba. Mamá lo miró por el rabillo del ojo.
               -Eso, y que ahora que Scott está a punto de abandonarte, te has dado cuenta de que necesitas que entre testosterona nueva en la casa. No vas a poder tú solo con todas nosotras-acusó mamá, y una parte de mí se desinfló un poco. Scott. Tanto pensar en Alec había hecho que me olvidara de Scott.
               -Toda ayuda va a ser poca, aunque si ya no puedo con mis mujeres estando mi hijo en casa, no sé yo el impacto que tendrá Alec en nuestras vidas.
               -Es evidente que mucho-contestó mamá, mirándome con intención.
               -¿Scott se ha levantado ya?
               -Sigue durmiendo. Supuse que te apetecería ser tú quien lo sacara de debajo de las sábanas, como en los viejos tiempos-comentó, acariciándose los pantalones de pijama como si fuera una falda de tubo más cara que el sueldo medio de una familia inglesa, en ese típico gesto de “acabo de pegarte la paliza de tu vida frente a un juez que te era favorable, y ahora no tiene más remedio que fallar a mi favor”.
               Y así, sin más, mamá consiguió que un momento tristísimo como era la marcha de mi hermano se volviera agridulce. Me vi catapultada a mi más tierna infancia, cuando Scott volvía muerto de cansancio del cole y se echaba una siesta conmigo a su lado en la cama, y yo me cansaba de esperar y esperar y esperar a que se despertara y finalmente terminaba siendo yo la que lo sacaba de los brazos de Morfeo. Mi hermano siempre había respondido de forma positiva a sus despertares, porque por aquella época yo aún era el único motor de su vida, la que más fuerte gritaba cuando lo veía y la que más importante le hacía sentirse. Me prometí a mí misma que así seguiría siendo hasta el último día de ambos en la Tierra; no importaba quién se fuera antes, yo seguiría siendo la fan número uno de Scott, incluso por delante de mamá.
               Así que, ¿qué hacen las fans número uno? Subir a acosar a su ídolo, por supuesto. Tras dejar la bolsa en la que había llevado todo lo necesario para mi increíble noche con Ya Sabes Quién (no quería pensar su nombre para que no me desconcentrara su recuerdo), me metí en la habitación de mi hermano, que aún permanecía a oscuras, a pesar de que toda la casa se había desperezado hacía tiempo. Mis hermanas debían de estar en la habitación de una de ellas, tal vez la de Shasha, esperando a que yo me jugara la vida sacando a Scott de su letargo y pudiéramos divertirnos a costa del mayor de nosotras.
               No había hablado con Shasha de lo que tenía pensado hacer, pero sospechaba que mi hermana tenía preparado algo gordo. Yo sería la ejecutora, pero Shasha como mente pensante me daba mil vueltas, a pesar de que yo le sacaba dos años.
               Puede que ya estuviéramos cumpliendo con los planes malignos de Shasha. Ahora que la alumna había superado a la maestra, no era de extrañar que fuera yo la encargada de sacar a mi hermano de la cama. Mientras que ella y Duna se apiadaban de él y de sus horarios de sueño, yo no tenía compasión alguna: allá donde Shasha y Duna se levantaban sigilosamente de la cama cuando dormían con él (lo que llevábamos haciendo desde que nos anunció que se iba al concurso), yo me incorporaba como un resorte y me aseguraba de que Scott se enterara de que estaba solo en la cama, para que hiciera lo que creyera más conveniente (lo que, desde mi punto de vista, era levantarse y venir a disfrutar de un nuevo día conmigo). Así llevaba siendo desde el primer día que había pasado en casa, y así sería hasta mi último aliento.
               Quizá Shash le tuviera preparada una sorpresita para  cuando saliera de la habitación. Puede que hubiera vaciado la tinta de la impresora en unos globos que le lanzaría a Scott en cuanto se le pusiera a tiro. Así, mataríamos dos pájaros de un tiro: nos reiríamos a su costa y él no podría irse hoy, pues nadie votaría por un chico que tiene la cara como el cartel de publicidad de un festival holi.
               Sí, pensé, sin poder evitar sonreír. Puede que eso sea lo que esta familia necesita. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, ¿no?
               Scott empezó a revolverse en la cama, como si hubiera estado esperando hasta el momento en que yo alcanzara la idea magistral de nuestra hermana pequeña. Ahora que había descubierto los planes de Shasha, no tenía sentido posponerlos más. Contuve las ganas de chasquear la lengua, pero no pude evitar poner los ojos en blanco: ¿incluso eso me iba a robar Scott? ¿El permitirme despertarlo por última vez en su casa?
               Scott abrió lentamente los ojos, como si le costara horrores mover unos párpados que debían pesarle toneladas. Miró en todas direcciones, acostumbrándose a la luz que las ventanas recién abiertas arrojaban sobre la casa. Estaba reconociendo su habitación por última vez en mucho tiempo. Quizá, para siempre. Puede que a mi hermano le fuera tan bien que lo metieran directamente en un tour que normalmente se retrasaba un par de meses por cuestiones de logística, porque Scott era un diamante en bruto demasiado valioso como para no intentar sacarlo a subasta ante el mejor postor nada más terminar de pulirlo. Pensar eso me enfadó: estaba convencida de que Scott triunfaría, pero se merecía un tiempo de descanso una vez terminara el programa, para poder decidir con tranquilidad qué era lo que quería y lo que no. No podía pasarle lo mismo que le había pasado a papá: su vida desde que había entrado en The X Factor había sido un auténtico caos, un torbellino de emociones que llegó a desgastarle tanto que incluso llegó a perderse psicológicamente por culpa del desgaste. Recuperar su salud, mental y física, le había llevado un año de reclusión, un año de críticas y el abandono de quien antes creía que tendría para siempre: sus fans, y sus compañeros de banda.
               Suerte que Eri se había acercado a él en unos premios en los que había coincidido con los chicos y había mediado entre los dos. Le debía mucho a esa mujer: no sólo había puesto en la tierra al único hermano varón de mi hermano, ni me había alimentado cuando yo apenas era un bebé y había conseguido que mis defensas se fortalecieran, salvándome literalmente la vida, sino que había hecho que mi padre encontrara un camino de vuelta a la felicidad. Pensé que debía devolverle el  favor de alguna manera, ¿y qué mejor forma que conseguir que su hijo se mantuviera lejos del precedente sentado por nuestros padres? Protegería a Scott y a Tommy con mi vida, si hiciera falta, porque eso era lo que había hecho Eri por mí.
               Estaba absorta en esa resolución, calculando los planes y el tiempo que me llevarían, cuando Scott se percató de mi presencia y clavó los ojos en mí. Una chispa de inteligencia somnolienta estalló en sus ojos color avellana, y las motitas doradas y verdes que había heredado de mamá se balancearon en su iris mientras trataba de enfocarme. Sorbió por la nariz, buscando respirar, y chasqueó la lengua. Scott ya sabía que yo había venido a molestarle antes incluso de averiguar en qué mes estábamos.
               Me incliné hacia un lado, apoyándome sobre una mano, y esbocé una sonrisa de suficiencia. Puede que me tocara salvar a mi hermano más adelante, pero él aún no se había ido de casa y yo todavía era la hermana pequeña, así que podía comportarme como me diera la gana… en lo que se incluía, por supuesto, putear a Scott hasta el límite de su paciencia.
               -He llegado a las dos y cinco-anuncié con un toque victorioso en la voz. A pesar de que lo había dicho sólo por fastidiarle, porque ayer por la noche me había susurrado al oído que tenía toque de queda, y ese toque era a las dos de la madrugada (más o menos a la hora a la que se había venido él a casa, y la hora en la que Alec se estaba metiendo en la bañera, o puede que directamente en mí sobre la cama), Scott se echó a reír.
               -Vaya respeto te infunde tu hermano, ¿eh?-me tomó el pelo, y yo tuve que reír entre dientes. Si él supiera…
               -No quería que llegara tarde-dije, a modo de excusa, pasándome una mano por  la pierna y quitándome una pelusilla de la manta de Scott de mi mono- Annie se disgustaría. Bastante mal le ha parecido que no me lleve a comer hoy.
               Annie me había dejado caer durante el desayuno que estaba más que invitada a comer esa mañana, pero después de que yo intentara sortear sus invitaciones con elegancia, Alec le había recordado que la comida de hoy en mi casa era muy importante. Perderíamos a uno de la familia, y quería estar presente todo el tiempo posible para aprovechar lo poco que nos quedaba.
               Sé que estaba pensando con cierto dramatismo, pues muchos lo tenían peor que yo: mientras que Scott seguiría estando a varios metros y buses urbanos de distancia de mí, Layla tenía a sus padres en el norte del país, a varias horas en tren de alta velocidad; Chad, directamente, tenía que coger un avión o un ferry para poder ver a su familia, y Diana… Diana ni siquiera estaba en su continente. Claro que Diana llevaba sin estar en su continente meses, con lo que ya se podía acostumbrar, pero… ya me entiendes.
               -¿Qué tal con Alec?-preguntó Scott, deseoso de que le dijera que nos habíamos pasado la noche durmiendo sólo para poder reírse de mí. La verdad es que incluso yo me había sorprendido del aguante que había tenido Al: se había despertado temprano para ir a clase, había ido a boxear, luego había salido de fiesta, y por último se había entregado con entusiasmo a una intensa sesión de sexo, desgranada en polvos de alucine. Debería empezar a pensar en realizarle controles antidopaje, porque lo que mi chico era capaz de rendir no era ni medio normal. Si no le hubiera visto los ojos en todo momento, diría que incluso había tomado la cocaína que Diana tan amablemente nos había cedido.
               Me estremecí de pies a cabeza, recordando lo cerca que había estado de caer en la tentación… y me pregunté cuándo podríamos probarlo de verdad. No es que me entusiasmara la idea de tomar drogas, pero si eso iba a hacer que las sensaciones que tenía estando con Alec se intensificaran, era incentivo más que suficiente para arriesgarme a los efectos secundarios.
               -Espectacular-respondí, porque si había que definir a Alec con una palabra, ésa era. Espectacular. Si fuera listo, cobraría entrada por dejar que fueran a verle, independientemente de lo que estuviera haciendo. Claro que, si lo que estaba haciendo era tener sexo, debería cobrar un suplemento; yo lo sabía bien-. Como siempre-me acaricié inconscientemente una pierna, recordando la manera en que lo había hecho él-, en su línea.
               Miré a Scott de reojo y no pude evitar soltar una risita, preguntándome cuántas veces Eleanor había respondido con palabras similares a preguntas parecidas de Mimi. ¿Qué tal con Scott?
               -En su línea-repitió Scott, cachondeándose de mí-. Eso no suele ser muy buena señal.
               -Sí, si estás hablando de alguien genial como él-le defendí, y fue sólo en ese momento cuando me di cuenta de que me estaba tomando el pelo, pinchándome para ver si me picaba. Una sensación de profunda tristeza me embargó: me quedaban tan solo horas de disfrutar de mi hermano de esta guisa.
               -¿Qué habéis hecho?-preguntó, alzando una ceja, y por un momento pensé que sabía lo de la cocaína; viendo que él también la había tomado en Chipre, puede que incluso no se hubiera opuesto a que Diana la pidiera para nosotros, sabiendo que Alec me cuidaría como nadie, y que si me daba por experimentar, mejor lo hacía en su presencia.
               Luego caí en la cuenta de que lo primero para Scott era mi seguridad, no mi diversión. No es que quisiera encerrarme en una torre de marfil, pero jamás dejaría que nadie me pusiera en peligro, ni siquiera yo misma. Así que no, Scott no podía saber nada de la bolsita de polvos mágicos; de lo contrario, no me habría dejado marchar.
               -Una dama no revelaría esas cosas jamás, Scott-respondí, cruzándome de piernas con la clase de una dama de alta cuna. Como mínimo, lo había hecho como una marquesa.
               Scott miró en derredor, comprobando cada rincón de su habitación.
               -¿Ves alguna dama en la habitación?-me eché a reír, y él esperó a que yo terminara, regodeándose en ese sonido. Él también era consciente de que le quedaba poco tiempo en casa, y debía aprovecharlo. Me pregunté si no habría preferido que le despertaran nada más levantarse, poder sentarse a mirar a Duna jugando, completamente ajena al mundo, mientras él desayunaba; acurrucarse contra Shasha a pesar de sus protestas, y darle besos y besos y besos hasta que ella lo apartara de un empujón, se limpiara las babas que él le había dejado a conciencia con el dorso de la mano y le gritara “Scott, para”; esperarme sentado en el sofá para saber a qué hora llegaba a casa y poder martirizarme mientras hacía el paseo de la vergüenza, en lugar de permitirme sentarme en su cama y sacarle tiempo de espabilación de ventaja con el que no podría lidiar-. Tú sólo… dime que habéis usado protección.
               Arrugué la nariz. ¿Tan irresponsable creía que éramos? Estaba a punto de contestarle que no éramos tontos, cuando recordé que hacía menos de un mes me había visto tomar la píldora porque se nos había roto el condón, y yo había aprovechado para hacerlo todo lo posible con Alec antes de volver al aburrido mundo de la seguridad sexual.
               -¿Tantos celos le tienes a Alec, que no quieres que lo hagamos sin nada, como Eleanor no te deja?-acusé, y Scott alzó las cejas, impresionado por mi pulla… o lo que pretendía ser un intento de pulla.
               -Eleanor sí me deja. De vez en cuando-especificó-. Pero eso no quita de que no me apetezca que te dediques a poner huevos. Con que haya una como tú en este mundo, ya hay de sobra. No hacen falta más.
               -Oh, qué bonito-ronroneé, pinchándole. Scott se me quedó mirando.
               -Lo que te acabo de decir es algo malo.
               Puse mala cara, le quité la almohada de debajo de la cabeza y le arreé en toda la cara. Puede que no fuera a echarle tanto de menos, después de todo.
               -Mamá y papá están terminando con la comida-había escuchado a mamá reclamarle algo a papá en el piso de abajo, lo cual me cuadraba más: no era propio de ella dejar en manos de papá el último cocinado con toda la familia reunida-. Baja cuando te dé la gana, y ten cuidado, no vaya a ser que te atragantes-me levanté de la cama, procurando no tambalearme sobre mis tacones, pues la noche de sexo y los tacones no solían ser una buena combinación, y exhalé un gemido cuando Scott se incorporó y me reveló que no llevaba puesta una camiseta, ni siquiera de manga corta. Chasqueé la lengua-. ¿Ahora siempre duermes desnudo?
               -Paso calor-fue su contestación.
               -¿Y por qué no te quitas una de las cuatro mantas con las que duermes?
               -¡Porque me gusta sentir peso encima! Además… tendrás tú mucha queja de que los tíos durmamos sólo con los bóxers cuando duermes con Alec.
               -No duerme sólo con los bóxers-discutí, y Scott se echó a reír, saliendo de la cama y yendo a buscar unos pantalones.
               -Chica, ¿tan fea res desnuda, que le quitas las ganas de más?
               -No, imbécil-esbocé una sonrisa sardónica-. Alec duerme sin nada… igual que yo.
               Scott lanzó un aullido de frustración y me tiró la almohada, que se estrelló silenciosamente contra la puerta de su habitación un segundo después de que yo la cerrara a la velocidad del rayo. Escuchando sus protestas por la imagen mental que acababa de hacer que se formara en su cabeza, me metí en mi habitación y me quedé un rato mirando la colcha perfectamente colocada, la ropa que había dejado doblada sobre mi cama con visión de ese momento, sin poder evitar pensar en lo que había cambiado mi vida hacía apenas unas horas.
               Cuando Alec y yo decidimos que ya lo habíamos hecho suficiente (bueno, todo lo que podíamos sin poner en peligro los estándares de calidad de nuestros polvos), nos habíamos separado un momento para poder acicalarnos. Mientras yo volvía al baño para ocuparme de no coger ninguna infección, Alec se encargó de recoger las cosas que habíamos dejado por ahí tiradas, y luego, nos cruzamos en la puerta. Ninguno de los dos desaprovechó la oportunidad de mirar de arriba abajo al otro, analizando nuestros cuerpos y regodeándonos en que, de todas las personas del mundo, nosotros fuéramos los afortunados de disfrutarnos. Puede que suene a tópico, pero ningún pene me había parecido bonito hasta que vi el de Alec. No es que sean, precisamente, la máxima expresión de la belleza. Y, sin embargo, Alec era guapo en absolutamente cada rincón de su cuerpo, incluido ése en el que era tan complicado. Lo mismo le sucedía a él conmigo: si bien a él sí que le parecían bonitas las vulvas, la mía parecía ser su preferida en el mundo. A nuestros genitales había que añadirles, por supuesto, el resto de nuestros cuerpos: los hombros de Alec, los abdominales de Alec, las piernas de Alec, el culo de Alec, las manos de Alec, la cara de Alec, el pelo de Alec… mis muslos, mis caderas, mi vientre, mis piernas, mis tetas, mi culo, mi cara y mi melena.
               Fue haciendo un homenaje a esa belleza la razón de que Alec me pidiera que no me vistiera, ni tan siquiera con las bragas. Quería estar íntimamente conmigo, sólo conmigo, sin nada más que el aire interponiéndose entre nosotros.
               -No te vistas-me pidió, rodeándome la cintura por detrás y besándome el hombro.
               -¿Por qué? ¿Es una petición de cumpleañero?-me reí, girándome para mirarlo a los ojos. Así, con la expresión de un niño que no ha roto un plato en su vida en su rostro de hombre, con algunos de sus mechones acariciando mi frente, sentí que Alec me estaba entregando su alma, una bolita luminosa que bailaba al son de un ritmo que yo no conseguía escuchar, pero que resonaba en mi caja torácica como un vals lejano-. Porque tu cumple se terminó.
               -Tu desnudez es mi regalo-contestó, apartándome el pelo del hombro para ver las curvas de mi cuerpo e inclinándose para besarme. Me hizo sentir la criatura más sensual y a la vez inocente de la tierra, adorándome con su boca de la misma manera que lo hacían sus ojos cada vez que me quitaba la ropa ante él.
               Evidentemente, no me vestí. Haría lo que fuera por él. Cuando nos metimos en la cama, le rodeé los hombros con mis brazos y lo acuné sobre mi pecho, disfrutando del contacto de nuestras pieles unidas. Estábamos un poco pegajosos por el sudor del sexo, pero nos daba igual. Prefería a Alec sucio antes que a mil chicos de higiene perfecta, especialmente si la suciedad de Alec era culpa mía.
               Me pidió que le cantara, y yo me incliné hacia su oído, dispuesta a complacerle, sin saber qué iba a decir hasta que empecé a entonar con voz rasgada y melancólica Lost in the fire.
               -I wanna fuck you slow with the lights on…
               Alec se echó a reír, negando con la cabeza.
               -Joder, Sabrae, ya está bien, ¿no te parece que lo hemos hecho suficiente?
               -Demasiado no es suficiente-le había respondido, besándole los labios como él me había besado antes. Me hundí un poco más en la cama para estar a la altura de él, y sonreí para mis adentros cuando me rodeó con sus brazos fuertes, poderosos y amorosos, pensando en la suerte que tendrían mis hijos por poder sentir esos abrazos, por vivir aquello incluso sin ser conscientes, y por ser parte de Alec como yo nunca lo conseguiría.
               Me acerqué a la ropa y acaricié los leggings, la camiseta ancha, la sudadera vieja de Scott que había dejado reservada para ese día. Era reacia a quitarme el mono y las botas que llevaba puestas, pues eran lo último que quedaba de la increíble noche con Alec, pero también porque eso significaba que me estaba despidiendo de Scott definitivamente. Y no quería. No quería que mi hermano se fuera. Quería esconderme en su maleta y pasar con él las tardes en ese programa, esperar en su habitación mientras él asistía a las clases, seguir siendo una parte importantísima de su vida.
               Con un suspiro, saqué los pies de las botas. No puede ser, me dije. Las cosas pasaban por algo. No iba a ser tan malo. Scott viviría una experiencia que nos uniría más cuando nos la contara, porque nos daríamos cuenta de que nuestra relación no se basaba en la convivencia, ni en lo mucho que nos queríamos. Ser su hermana no tenía nada que ver con vivir pared con pared, sino con el vínculo que nos unía y que una distancia ridícula no podría romper.
               Enfundada en mi ropa de andar por casa, que terminé cambiando por un pijama gordito de osos panda en el que puede que mi consciencia corriera peligro, me prometí a mí misma que disfrutaría de la última tarde de Scott en casa sin preocuparme de lo que vendría después. No sabría decir si en mi vida había sido de las que no se preocupan demasiado, pues preocuparse implica duplicar los problemas a los que tendrás que enfrentarte (el problema en sí, y la ansiedad anticipada que éste te produce cuando empiezas a anticiparlo), o de las que no pueden evitar aguar los momentos bonitos en el instante en que suceden, sabiendo que la felicidad es efímera. Por mi experiencia con Alec, diría que me inclinaba más bien a ese lado de la balanza en el que están los que se agobian, y no quería que Scott se fuera de casa viéndome sufrir por algo sobre lo que los dos no teníamos ningún control. Lo hecho, hecho estaba, y de ambos dependía cómo afrontaríamos la separación. Sólo esperaba ser lo suficientemente fuerte como para no llamarlo llorando a la semana de ausencia, suplicándole que hiciera un número pésimo para que le echaran del concurso y pudiera volver a casa, de donde nunca había salido.
               Scott no se merecía eso. Se merecía triunfar, que el mundo lo conociera y lo celebrara, ni más, ni menos. Mover montañas, crear mareas, que su nombre fuera tendencia cada vez que asomaba la cabeza a las redes y riadas de amor le asaltaran. Yo no podía quitarle la gloria de sentir el cariño del mundo; no, si le quería tanto como decía. Y, efectivamente, así era.
               Bajé las escaleras con el pelo recogido en mis trenzas de siempre, ésas que no me molestaban en absoluto, y ayudé a mis hermanas a poner la mesa mientras Scott permanecía aún en el piso de arriba. Cada vez que nuestro hermano hacía un ruido, todos en casa nos deteníamos, levantábamos la vista y esperábamos a que Scott continuara dando señales de vida. Echaría de menos eso: que el mundo no se detuviera por los sonidos del primer piso, porque no estaban contabilizados, porque no había un extraño en el piso superior, ni un invitado. Echaría de menos que mamá nos mandara callar cada vez que Shasha y yo empezábamos a gritarnos en el piso inferior porque Scott aún dormía y no quería que le despertáramos, igual que echaría de menos ser yo a quien riñeran en lugar de la protegida.
               Pues en cuanto Scott saliera por la puerta, la hermana mayor pasaría a ser yo. Me estremecí de pies a cabeza, sintiendo que el papel se me venía increíblemente grande. Los zapatos de Scott eran inmensos, sus pisadas, profundas; yo era un ratoncito correteando por unas montañas que no eran otra cosa que el relieve del pie del dinosaurio que había dejado aquella huella tras de mí. Era imposible que yo lo hiciera bien. O que lo hiciera en absoluto; se me rompería el corazón si tenía que ejercer de hermana mayor en soledad con Shasha. No era lo mismo tener una referencia directa, como tenía ahora que Scott aún estaba en casa, que preguntarme qué sería lo que hacía mi hermano cuando yo no podía hacer más que especular, en lugar de imitarle.
               Mamá entró en el comedor con un bol en el que había preparado una ensalada, y nos miró con aprensión cuando volvimos a detenernos al escuchar que a Scott se le caía algo en el baño.
               -¡Perdón!-se disculpó nuestro hermano, y a mí se me retorció el estómago. No importaba que rompiera la más cara de las colonias, ni que echara a perder mis productos de belleza más exóticos: preferiría mil veces vivir sólo del agua del grifo si eso significaba que Scott en casa.
               La mesa estaba servida cuando Scott bajó las escaleras a toda velocidad, disculpándose de nuevo por la demora. Todos los ojos se clavaron en él cuando se sentó en su sitio de siempre. Consciente de la atención que despertaba, nos miró a todos, uno por uno, hasta que sus ojos se posaron en los de mamá, y ella se levantó como un resorte para pedirle el plato y echarle la comida.
               No pude evitar preguntarme si, cuando Scott se marchara, su sitio quedaría vacío o reestructuraríamos la mesa de manera que pareciera que siempre habíamos sido cinco, en vez de seis. No sabría decir qué me angustió más: que la familia siguiera adelante con un miembro menos, o que dejáramos un plato vacío por si Scott cumplía alguna vez la vana esperanza de dejarse caer por casa. ¿Qué duele más? ¿Qué tu corazón nunca deje de supurar, o echar la vista atrás un día y darte cuenta de que lo que te escuece no es más que una cicatriz?
               Como si supiera lo que estaba pensando, mi móvil vibró entre mis piernas. Lo recogí del hueco entre ellas y me quedé mirando la pantalla, debatiéndome entre abrir el mensaje que me había mandado Alec o dejarlo allí y concentrarme en la presencia de mi hermano.
               La tentación fue demasiado grande, de modo que terminé deslizando el dedo para leer el mensaje al completo.
Hola, bombón acabo de salir de la ducha y ahora voy a comer. Espero que todo vaya bien en casa, y que te lo pases genial con S. No dejes que te putee demasiado, que eso es tarea mía 😉 si te apetece que me pase un ratito por la  noche, dímelo, ¿vale? Prometo que no haremos nada, sólo te proporcionaré un hombro sobre el que llorar de felicidad porque por fin eres la más fea de tu casa 😝

               Sé que había dicho que intentaría centrarme en mi hermano, pero no podía dejar un mensaje así sin contestar. Además, Scott estaba absorto en una conversación con papá sobre algo de lo que ni siquiera era capaz de seguir el hilo, tan preocupada como estaba por el futuro (definitivamente soy de las que se ahogan en un vaso de agua), así que no estaba tan mal que dedicara unos segundos a responderle a Alec, ¿no?
Hola, sol 😍 todo bien, mis hermanas me han dejado que sea yo la que despierte a Scott. De momento no está muy espabilado, así que me está dando tregua, pero creo que pronto me va a empezar a chinchar. 😅
               Levanté la vista y miré a Scott, que en ese momento se estiraba a por un trozo de pan.
Lo voy a echar muchísimo de menos.
               Tecleé con un nudo en la garganta, sintiendo que las lágrimas se me agolpaban en los ojos. Estaba escribiendo mi respuesta cuando recibí la de Alec, enlazando con mi último mensaje.
Es perfectamente normal, a fin de cuentas es tu hermano. Pero intenta no pensar demasiado en eso, ¿vale? Aprovéchalo ahora que puedes. Te arrepentirás de no haber estado ahí al cien por cien cuando se marche. No hace falta que me contestes a este mensaje ahora; tómate el tiempo que necesites.
Y si te apetece que vaya por la noche (sin connotaciones sexuales)… ya sabes. No tengo ningún inconveniente en dormir acurrucados. Sabes que me encanta.
Te quiero.
               Me quedé mirando el primer mensaje, interiorizando lo que me decía. Estate presente. Estate presente. Estate presente.
Gracias, Al. Eso haré. Te dejo un ratito, ¿vale? Ya hablamos. Me apeteces.
               Deslicé el móvil entre mis piernas, pero le eché un vistazo involuntario cuando recibí otro mensaje.
¿Ni siquiera me dices que me quieres por mensaje? Qué crueles sois las mujeres. No me extraña que a Logan le molen los tíos. Yo no soy tan malo como tú.😂😂

               Me reí por lo bajo y todos se me quedaron mirando.
               -Saab…-me regañó con ternura mamá, y yo puse el móvil en modo “no molestar” y terminé de encajonármelo entre las piernas.
               -Lo siento, lo siento. Nada de móviles, lo sé. Perdón-me disculpé directamente con Scott, que negó con la cabeza y se encogió de hombros.
               -Me imagino que tendréis mucho que comentar. ¿Quieres hacer videollamada? Por mí no te cortes-me pinchó.
               -¡Ya quisieras!
               -¿Qué se supone que hicisteis que te tiene tan sonriente?-me picó Shasha, y yo la miré, estupefacta. ¿Desde cuándo comentábamos lo que hacía con mis novios en la cama con mis padres delante? No tenía inconveniente en instruir a mi hermana en los nobles artes del sexo, pero hacerlo a solas era una cosa, y en presencia de mis padres otra muy diferente.
               -¡Se ha puesto roja!-se burló Scott, riéndose a carcajada limpia.
               -¿Eso significa que habéis hecho algo que empieza por A, sigue con N, continúa en A…?-empezó a deletrear Shasha.
               -Conociendo a Sabrae, no me extrañaría que empezaran por la última frontera-comentó mi hermano, metiéndose un trozo de lechuga en la boca.
               -¡VALE YA!-chillé, roja como un tomate. Me ardía la cara de la vergüenza que me estaban haciendo pasar entre los dos. En ese momento, lo único que quería era marcharme a Cancún con un pasaporte falso y dedicarme a servir daiquiris en alguna playa con un nombre latinoamericano-. ¿Y a vosotros qué más os da lo que haga o deje de hacer con mi…?-Scott alzó las cejas, expectante-. Con mi novio-me corregí-. Par de cotillas-farfullé, pinchando con rabia una aceituna.
               -Vaya, vaya, así que ¿no habéis dado el paso? Y yo que tenía la ilusión de irme sabiendo que te habías emparejado…
               -Sabrae está más casada que yo-aportó mamá, y todos se echaron a reír.
               -Pero bueno, ¿por qué la habéis tomado conmigo de esta manera? ¡Scott se pasó un fin de semana entero con Eleanor en el piso del centro, y nadie le dijo nada!
               -Eh… ¡sí que me lo dijisteis! Me sometisteis a un puñetero tercer grado-acusó él-. Ni siquiera sé cómo podéis tenerme respeto.
               -Fácil: jamás te lo tuvimos-contestó Shasha, y choqué los cinco con ella.
               -¿Qué es la última frontera?-quiso saber Duna, que se había pasado prudencialmente callada bastante parte de la conversación. Papá clavó los ojos en Scott.
               -No sé, Dundun. Que te lo diga tu hermano, que es el que ha traído a colación la frasecita-comentó, arqueando las cejas. Scott se atragantó y miró a Duna.
               -Pues… es una cosa… oye, ¿por qué me tengo yo que ocupar de criar a vuestros hijos? Ya he hecho suficiente por esta familia. ¡De no ser por mí, nadie estaría aquí sentado! Me merezco ese reconocimiento, ¿no os parece?
               -Precisamente porque es culpa tuya que estemos todos aquí es porque tienes esa responsabilidad de ayudarnos a educar a tu hermana-comentó mamá.
               -Sí, Scott. Eres el hermano mayor-acusó Shasha, tomando su vaso entre los dedos.
               -Y controla un poco ese ego que tienes, chaval. Mira a tu madre-comentó papá-. ¿De verdad te piensas que la habría dejado escapar así, por las buenas? Aunque tú no estuvieras aquí, yo me las habría apañado para encontrarla y conquistarla.
               -¿De verdad? ¿Y entonces por qué fue ella la que te encontró?-inquirió Scott con ese punto chulo que a mí me encantaba en él, y hasta hacía poco odiaba en absolutamente todo el mundo. Ahora, no obstante, debía reconocer que me atraía esa personalidad, porque también la tenía Alec.
               -Me estaba haciendo el difícil.
               -¿Perdona, Zayn?
               -Lo que oyes, Sherezade. Yo no podía perseguir a una mujer por toda Inglaterra. Tenía una reputación que mantener.
               -¿Qué reputación?-desafió mamá, y papá la miró de arriba abajo.
               -¿Me vas a hacer levantarme e ir a traerte los premios, nena?
               -No tienes vergüenza ni la has conocido nunca.
               -Seré un sinvergüenza, pero tú bien que disfrutabas mientras hacíamos a nuestro primogénito aquí presente, ¿eh? Siempre suele hablar quien más tiene que callar-contestó papá, señalando a Scott con la palma de la mano vuelta hacia el cielo. Mamá se rió y se apartó el pelo del hombro.
               -Me acerqué a ti por tu dinero-comentó mamá, poniendo el codo sobre la mesa y mirando a papá con adoración. Él sonrió.
               -Qué casualidad. A mí me pasa igual contigo.
               -Eso no es verdad, papá-aporté yo, riéndome.
               -¿Habéis oído, niñas, Scott?-sentí una punzada en el pecho al caer en que ése era uno de los últimos “niñas, Scott” que oiríamos en mucho tiempo-. Sois hijos del mayor gigoló de Londres.
               -¿Ah, sí? ¿Y eso en qué te deja a ti?
               -Z, cada canción que has compuesto desde que me conociste es gracias a mí. No intentes compararme con una prostituta. A ninguna musa se le hace eso-mamá le acarició la mandíbula a papá, que se quedó clavado en el sitio, y le cogió un trozo de patata del plato. Cerró los ojos al metérselo en la boca, y lo miró risueña mientras lo masticaba.
               Papá estuvo sin moverse durante todo el proceso, lo cual me llevó a pensar que le estaba dando un ictus.
               -¡Uh, cuidado, la tensión sexual se dispara!-se burló Scott.
               -¿Os dejamos solos?-pregunté yo.
               -¡Estáis excusados si queréis subir al piso de arriba!-apuntó Shasha.
               -¡S-e-x-o, s-e-x-o, s-e-x-o, s-e-x-o!-deletreó Duna, encantada de la vida, mientras daba puñetazos en la mesa con sus manitas.
               Papá nos miró a Shasha, Duna, y a mí.
               -No sé cómo tenéis que organizaros, pero por favor, aseguraos de que al menos una se queda en casa. Como os independicéis todos, vuestra madre me mata.
               -Como si os molestáramos mucho estando en casa—picó mi hermano.
               -¡SCOTT!
               -Oh, vamos, mamá. ¡Sabes que es verdad! ¿Desde cuándo tener la casa llena de gente ha sido impedimento para que te tires a papá? Si Sabrae y yo ya sabemos hasta reconocer vuestro tonteo.
               -Es verdad. Se nota mucho cuándo no vais a llegar hasta el final y cuándo estáis en preliminares.
               -¿En qué lo notas?-me preguntó Shasha en voz baja. Le indiqué con un gesto que ya se lo explicaría. Papá tenía los ojos fijos en mí; mamá, en Scott. Estábamos siendo observados de una forma minuciosa, no debíamos cometer ningún error.
               El resto de la comida transcurrió de modo afable, toda la tensión que se había producido por la inminente marcha de Scott relajada. Conseguimos olvidarnos de que nos deparaba un futuro incierto, en el que sólo había una cosa que teníamos clara: la habitación de Scott estaría inusualmente vacía, y en la casa habría una disminución preocupante de la presencia masculina. Por mucho que papá y mamá estuvieran abiertos a que Alec pasara tiempo en casa, quedándose a dormir incluso, todos sabíamos que mi chico no era sustitutivo de mi hermano. Jamás podría serlo, y tampoco es que Alec tuviera pensado intentarlo.
               Lo cierto es que incluso disfruté de esa comida más de lo que pensaba que lo haría. Tras ese intercambio de fingida tensión con nuestros padres, la relajación del ambiente fue tan ostensible que incluso nos lo pasamos mejor que nunca. No nos despedimos de Scott, algo que me habría roto el corazón, pero sí que nos enfrentamos al tema desde una nueva perspectiva. Él se iba, pero cuánto íbamos a disfrutarlo ahora. La casa estaría vacía, pero qué llena se sentía ahora mismo.
               Íbamos a alejarnos, pero nos sentíamos más cerca que nunca. No hay nada como saber que el tiempo que te queda con alguien es limitado para que lo aproveches al máximo. Y Duna estaba más que decidida a hacerlo, de una forma tan curiosa que nos encantó a toda la familia: decidió invertir los roles que Scott y ella habían tenido. Siempre habíamos sido muy protectores los hermanos mayores con los pequeños, centrados en el cuidado de los menores como si fuéramos sus padres, entre lo cual, por supuesto, entraba la alimentación. No se contaban la cantidad de veces que mi hermano me había dado el biberón aun siendo pequeñísimo, igual que tampoco se contaban las veces en que lo había hecho yo con Shasha, a pesar de nuestra poca diferencia de edad. De alguna forma, yo me las había apañado para cuidarla.
               Y así estaba haciendo Duna, metiéndole en la boca trocitos de comida de su propio plato a un Scott visiblemente encantado con el intercambio de papeles. Mientras papá y mamá hablaban con Shasha y conmigo de nimiedades cuyo único objetivo era hacer creer a Duna que estaban distraídos, ella pinchaba comida con su tenedor, se inclinaba disimuladamente hacia Scott y se lo metía en la boca a nuestro hermano,  que estaba increíblemente pendiente de lo que hacía la más pequeña y aun así conseguía disimularlo a la perfección, fingiendo un interés que nadie sentía por lo que hablábamos Shasha y yo con nuestros padres.
               Mamá sacó una tarta deliciosa de chocolate, una de las preferidas de Scott, y la colocó en el centro de la mesa.
               -¿La vas a comer por ti mismo?-preguntó, pinchando a Duna, que fingió no saber con quién iba la cosa. Scott se echó a reír, asintió con la cabeza, y le pidió a mamá un trozo inmenso que, sin embargo, compartió con la benjamina y reina de la casa, a quien sentó sobre sus rodillas.
               Confieso que sentí un poco de envidia de Duna. Su condición de niña le permitía disfrutar de un tipo de atenciones que, si bien había monopolizado yo durante mucho tiempo, en ese instante añoraba como un pajarito enjaulado añora volar. Yo también quería sentarme en el regazo de Scott, sentirme su persona preferida en el mundo, que el tiempo pareciera no pasar mientras me acurrucaba contra mi hermano, masticando un pastel que él mismo me cortaba.
               Cuando te sentabas en las rodillas de Scott, nada podía hacerte daño. Nada era más importante que tú. Nada era más trascendental.
               Terminamos la comida, y un extraño retortijón que nada tenía que ver con el empacho me asaltó. Ya está, pensé, con una terrible sensación de vértigo. La última comida con mi hermano acababa de terminarse.
               La última vez que nos habíamos peleado por uno de los postres de mamá, ni siquiera sabíamos que era la última. Esta vez lo habíamos tomado en absoluta armonía. Le habíamos cedido a Scott todo lo que quisiera, en lugar de pelearnos hasta por la más mínima migaja.
               Recogimos la mesa en silencio, sumidos en nuestros pensamientos. Según el calendario de tareas, a Scott le tocaba fregar, pero papá le dijo que se ocupaba él.
               -Yo no tengo los días contados-bromeó, pasándole una mano por el pelo a S, que sonrió con tristeza pero asintió con la cabeza. ¿A quién le  molesta que le exoneren de sus tareas domésticas?
               Shasha, Duna y mamá salieron de la cocina y se encaminaron al salón, pero yo me quedé remoloneando en la puerta del comedor, a la espera de lo que hiciera Scott. No me avergonzaba pensar que mi conexión con él era más fuerte que la que sentía con mis hermanas, aunque eso no quería decir que la fuerza que me unía a Duna y Shasha no fuera igualmente poderosísima, pero con Scott… las cosas eran diferentes. Scott no era sólo mi hermano, sino también mi descubridor; la persona que me había puesto mi nombre y que se había empeñado en que quería una hermanita pequeña, insistiendo hasta el punto que mis padres y él salieron en busca de alguien que terminé siendo yo.
               Mi historia no podía contarse sin reconocer la importancia clave de Scott. Y yo le había empezado a agradecer todo lo que había hecho por mí siendo un bebé, haciendo que mi primera palabra fuera su nombre.
               Scott se giró y me encontró allí, apoyada contra el marco de la puerta, a la espera de su siguiente movimiento. Me sonrió con cierta nostalgia, como si ya se hubiera marchado. Fue entonces cuando comprendí que una parte de él no quería irse, que también se arrepentía de la decisión que había tomado, porque era duro irse de casa dejando atrás un ambiente que tan bien le había hecho durante casi dieciocho años.
               -¿Qué vas a hacer ahora?-pregunté con cierto miedo tiñéndome la voz, temiendo que me dijera que tenía pensado ir a ver a Tommy, porque tenían que prepararse para el concurso. No sabía si había hecho la maleta; quizá la había preparado mientras yo me acicalaba la tarde anterior, dejándolo todo atado y bien atado para el cumpleaños de Alec. Me había olvidado completamente de mi hermano mientras me centraba en mi chico; la próxima vez, tenía que buscar un poco más el equilibrio entre los hombres de mi vida.
               Scott se metió las manos en los bolsillos y me dedicó su mejor sonrisa torcida, ésa que hacía que medio Londres cayera rendida a sus pies, y el otro medio le envidiara y respetara a partes iguales. Era la sonrisa de quien entra en tu vida y la hace mil veces mejor. La sonrisa de alguien a quien mil historias no podrían hacerle justicia. La sonrisa de quien aparece en escena y le roba el foco al protagonista; el personaje que se rebela contra su autora y pasa de ser un secundario recurrente a un incontestable principal, el más carismático, el que más sentimientos mueve.
               Su sonrisa de Seductor™.
               La Sonrisa Del Único E Irrepetible Scott Malik.
               -Estar con vosotras, ¿no?
               Mis pies se despegaron del suelo y empecé a flotar varios centímetros por encima de éste. En el intervalo que Scott tardó en sonreírme y contestar algo que era evidente, mis miedos e inseguridades se habían apoderado de mí, y me había descubierto deseando que Scott nos mostrara una deferencia suficiente para que yo no sintiera celos de Tommy… como si él nunca nos tuviera en cuenta.
               Creo que fue por eso por lo que disfruté aún más de la tarde con él, porque me sentí una prioridad que nunca había dejado de ser; no, desde que había llegado a casa siendo un bebé y él se había empeñado en que quería dormir conmigo, quería estar conmigo, quería darme de comer, no quería separarse de mí. Nada de ir a clase, nada de dejarme sola.
               Nada de no acercarse a la verja del cole cuando yo estaba en preescolar para saludarme. Nada de quedarse callado cuando alguien se metía conmigo, por mucho que el abusón fuera diez veces mayor que él.
               Nada de dejarme pensar que yo no era importante en su vida, un pilar fundamental en su felicidad… la que le había convertido en lo que más le gustaba ser, un hermano mayor.
               Me colgué de su cuello y él se echó a reír, tomado por sorpresa por mi entusiasmo. Me rodeó la cintura con los brazos y hundió su nariz en mi pelo, que lamenté llevar recogido en las trenzas. Dejé que inhalara mi aroma y yo me concentré en inhalar el que desprendía su cuerpo: a seguridad, a diversión, a hogar y a mucho, muchísimo amor. Aroma, en definitiva, a Malik.
               Le di un beso en el cuello que él me devolvió en la sien, y por un momento yo tenía tan sólo tres añitos, y él regresaba del cole en un momento crítico de mi vida, en el que aún no sabía quién era pero sí qué: su hermana pequeña, la razón de que sonriera cuando volvía del sitio al que yo detestaba que se fuera.
               Fue entonces cuando lo comprendí: de la misma manera que había sido un suplicio que ni recordaba quedarme sola en casa con mis padres mientras Scott iba al cole, avanzando así en la vida, que se fuera de casa sería un suplicio igualmente temporal. Puede que más duradero, pero quizá no me cundía tanto: no, si teníamos en cuenta que, para un bebé de unos días de vida, seis horas son una inmensa fracción de su existencia, mientras que dos meses para una chica de casi quince años representan un tiempo ínfimo.
               No iba a ser cínica y decir que no echaría de menos a mi hermano, porque sabía que no sería así. Ya le estaba echando de menos, de hecho, incluso estando en sus brazos, pero… sobreviviríamos a esto. De la misma manera que sus amigos eran sus amigos porque Scott era Scott, yo era Sabrae Malik porque Scott era Scott Malik. A Scott y a mí jamás podrían quitarnos eso. Quisiéramos o no, éramos parte el uno del otro, una parte tan importante y poderosa como el sol lo es de la Tierra, o la luna del cielo nocturno.
               Scott se tumbó en el sofá y todos en casa nos tumbamos sobre él, ocupándonos de disfrutar de su cercanía el tiempo que nos quedaba. Encendimos la tele, pero nadie le prestó atención: estábamos demasiado ocupados entretejiendo el entramado de nuestras relaciones familiares como para interesarnos por lo que fuera que pusieran en el último canal que habíamos visto, y en el que la tele había reiniciado su actividad. Llegado un momento, papá y mamá se excusaron en que iban a prepararse para dejarnos solos, disfrutando de un tiempo de hermanos que era de agradecer. Visto en retrospectiva, creo que papá y mamá lo hicieron a propósito: ellos podrían ver a Scott todas las semanas, pues se le permitían dos invitados a las bambalinas justo después de cada concurso. Nosotras, sin embargo, tendríamos que conformarnos con verlo por la televisión. Lo cual, oye, era mejor que nada.
               -¿Vamos fuera?-ofreció Scott, y Duna, Shasha y yo lo miramos-. Me apetece que me dé un poco el sol.
               Salimos al jardín. Nos dedicamos a corretear un rato, detrás de Duna, y luego, Shasha y ella continuaron jugando mientras Scott y yo nos sentábamos en las hamacas. Acaricié la tela suave y clara bajo la atenta mirada de mi hermano.
               -La primera vez que te dejé aquí, apenas medías lo que mide ahora mi brazo.
               Levanté la vista y me lo quedé mirando.
               -Scott…
               -Voy a volver. Te lo prometo, Saab. Volveré en poco tiempo, tan poco que apenas podrás echarme de menos. Volveré y todo seguirá igual que antes. Hay algo que jamás nadie va a poder cambiar. Tú y yo siempre seremos hermanos. Siempre seremos Malik.
               Sentí cómo las lágrimas se me agolpaban en los ojos y se me hacía un nudo en la garganta. Sorbí por la nariz y aparté la vista, concentrándome en Duna, que jugaba en brazos de Shasha completamente ajena a todo, y en Shasha, la que ahora tendría que pasar a ser mi roca, que nos observaba con curiosidad desde la distancia. No quería que Scott me viera llorar.
               Pero había algo con lo que no contaba.
               Scott era el primer chico que me había visto llorar.
               Es por eso por lo que me cogió de la mano y, balanceándonos un poco en la hamaca, me tomó del mentón y me hizo mirarlo.
               -Siempre voy a ser tu hermano. Siempre-me prometió, y yo me eché a llorar, y él me sonrió con tristeza-. No importa lo que pase. Ni cuánto tiempo llevemos muertos los dos. Lo que tú y yo tenemos es más fuerte que el tiempo, Saab. Ni toda la eternidad podría separarnos; imagínate el poco daño que nos harán dos meses. Y eso a lo sumo.
               -Son dos meses como mínimo-respondí, luchando contra mis sollozos-. Es imposible que no ganes, S. Absolutamente imposible.
               -Dos meses como máximo-contestó, deshaciéndome las trenzas y jugueteando con mi pelo-. Porque, cuando vuelva del concurso, aunque me vaya de gira, siempre volveré a estar aquí. Dormiré en buses y en hoteles, pero nunca en una cama que considere mía. Mi cama se queda aquí, al igual que mi familia. Y donde están tu cama y tu familia está tu hogar.
               -Serás una persona diferente-contesté en un hipido, y él sonrió, paciente. A veces me sorprendía lo sabio que era Scott, a pesar de lo atolondrado que parecía en ocasiones.
               -Y tú también. Más madura, como yo. ¿Sabes? En ocasiones, parece que la hermana mayor eres tú y no yo. No físicamente, claro-bromeó, y yo sonreí entre mis lágrimas-. Pero la forma en la que nos cuidas a todos…
               -Yo soy lo que soy gracias a ti. No gracias a mamá, ni a papá… a ti-respondí, cogiéndolo de la camisa y jadeando en busca de oxígeno, el que me iba a faltar cuando él no estuviera en casa-. Soy una Malik porque tú me encontraste. Sabe Dios lo que me estaría pasando ahora mismo si tú…
               -Y yo soy Scott porque tú eres Sabrae, pequeña-respondió, negando con la cabeza-. De no ser por ti, no habría sido un hermano mayor jamás. Puede que no tuviéramos familia. Todos somos importantísimos en casa.
               -No tanto como tú, S-sollocé-. No tanto como tú…
               Scott sonrió, acariciándome las mejillas para limpiarme las lágrimas.
               -Me lo estás poniendo muy fácil-murmuró, y yo le miré. ¿Acaso se alegraba de alejarse de su hermana, tremendamente intensa y de lágrima fácil? Porque intentaría cambiar si con eso se quedara en casa.
               -¿A qué te refieres?
               -A cuando me convierta en la obsesión de todas las inglesas, y me pregunten si creo en el amor a primera vista. Como no voy a creer en el amor a primera vista, si fue por amor a primera vista por lo que ahora tengo hermanas-me sonrió, dándome un suave pero intensísimo beso en la mejilla en el que me transmitió todos sus sentimientos, poderosos como un vendaval.
               Me abracé a Scott como a una tabla salvavidas, y Shasha y Duna trotaron hacia nosotros para unirse al abrazo. Nos estrujamos los unos a los otros, fusionando nuestros átomos de manera que vibraran siempre al mismo ritmo.
               Scott se separó de nosotras, limpiándose las lágrimas de los ojos, unas lágrimas que no iba a permitirse derramar… porque si lo hacía, se quedaría.
               -Siempre seréis mis hermanitas-nos dijo, mirándonos a los ojos, y a mí se me partió el corazón pensar que esa noche no dormiríamos ni en el mismo distrito-. Siempre seréis Malik. Aunque os caséis y os entierren con otro nombre, siempre llevaréis el apellido de nuestro padre y la bondad de nuestra madre en las venas. Sois Malik de sangre-me miró a los ojos, y yo comprendí que también se aplicaba a mí; que, en ocasiones, la sangre no era sinónimo de genes-. Y de la sangre nunca se escapa.
               -Te queremos muchísimo, S-gimió Shasha, que también estaba llorando. Imagínate lo emotivo de la situación, si mi hermana más fría también estaba hecha un manojo de lágrimas. Scott sonrió, triste, y miró la hora.
               -Antes de irme… quiero hacer una última cosa. ¿Me dejáis que os dibuje?
               Abrí los ojos, unos ojos llorosos, brillantes de sentimientos. Shasha se quedó muda: fue Duna la que habló con voz rota, rasgada por el miedo a empezar a ser impares.
               -Claro, S. Lo que tú quieras.
               Scott sonrió, se levantó y se fue a por un bloc de dibujo y un lápiz. Shasha, Duna y yo nos sentamos en un extremo de la hamaca, yo abrazando a Duna y Shasha abrazándome a mí, y nos quedamos quietas bajo el sol de finales de invierno mientras Scott se concentraba en su arte. Nos tomó el pelo para que sonriéramos, y pronto estábamos bromeando otra vez, como si él no se fuera. Cuando se dio por satisfecho, nos mostró su dibujo, un retrato perfecto de nosotras tres sobre una hamaca en la que podría ser una playa de Hawaii.
               -¿Es que hay algo que se te dé mal?-preguntó Shasha con cierto tono de fastidio.
               -Deciros adiós-contestó Scott, muy convencido de que decía la verdad.
               Es increíble lo mucho que me dolió esa tarde, a pesar de que confiaba en que Scott cumpliría la promesa que me había hecho. Nada cambiaría entre nosotros, por mucho que lo hiciera nuestra rutina. Tenía grabado quererlo en mi código genético, al igual que él. Y de los genes es muy complicado huir, por no decir imposible.
               Ni siquiera saber que lo iba a perder tarde o temprano hacía que fuera más fácil. Iba a pasarnos eso mismo en unos meses, pero yo sentía como si me hubieran arrebatado el tiempo de toda una vida. No nos perderíamos nada: seguramente se graduaría, iría al baile de graduación, haría las cosas normales de un chico de último curso incluso cuando ya no fuera un chico normal.
               Para mi sorpresa, Scott arrancó la hoja en la que había hecho el dibujo y nos entregó el bloc.
               -Quiero llevármelo conmigo-explicó-. Para cuando esté estresado porque se me olvide lo muchísimo que me puteáis.
               Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano.
               -O lo guapas que somos.
               -Eso no se me va a olvidar-contestó, pagado de sí mismo. Shasha y yo gemimos-. Porque sois feas-aclaró, y lo fulminamos con la mirada. Nos quedamos mirando cómo se marchaba, riéndose de nosotras a carcajada limpia, aovilladas aún en la hamaca.
               -No sé cómo vamos a sobrevivir a que se vaya-comenté.
               -Yo no quiero hacerlo-contestó Duna, enfadada de repente-. Y vosotras no deberíais hacerlo tampoco-añadió con la ferocidad que sólo una niña de ocho años puede tener. Saltó de la hamaca y entró en casa, y Shasha y yo la seguimos al poco tiempo, cuando nuestros cuerpos por fin procesaron que había que moverse, que la vida seguía incluso cuando el hijo mayor de una familia se independizaba.
               Luego nos enteramos de que lo que Duna quería decir en realidad era que deberíamos irnos con él, pues se había escondido en la maleta de Scott cuando éste no miraba.
               El trayecto a casa de los Tomlinson fue todo lo contrario a la comida: silencioso, solemne, cargado de emoción. Papá y mamá se llevarían a Scott al edificio de rodaje del concurso, acompañando a Louis y Eri con Tommy, Eleanor y Diana. Durante la comida, la marcha de Scott era una ilusión, pero en casa de los Tomlinson, era algo incontestable, una realidad como la copa de un pino. Me ocupé de saludar rápidamente a Astrid y Dan, de los que tendría que hacerme cargo mientras sus padres se llevaban a sus hermanos mayores, para poder despedirme largo y tendido de los que se marchaban para no volver en más tiempo.
               La primera en abrazarme fue Diana. Me hubiera gustado encontrármela en otras circunstancias para comentarle lo de la cocaína, pero supe que no era el momento y decidí dejarlo estar.
               -Muchísima suerte, aunque no la necesitas, Lady Di-sonreí, estrechándola entre mis brazos.
               -Gracias, Saab. Te voy a echar muchísimo de menos. Eres una hermana para mí, y lo sabes.
               -Sí-también, en cierto sentido, Diana se había convertido en una hermana para mí. Una hermanastra, quizá, con la que me llevaba increíblemente bien. A lo sumo, una prima hermana-. Me lo has demostrado con el regalo de esta noche. Quería darte las gracias por eso.
               -¿Para qué están las amigas?-sonrió, besándome en la mejilla. Entonces, le llegó el turno a Eleanor, que me miró con ojos de cachorrito abandonado.
               -Saab-gimoteó, y fue todo lo que necesitamos decirnos. Cuando tienes una relación con una persona como la que yo tenía con Eleanor, en ocasiones las palabras sobran, porque no sirven para transmitir todo lo que quieres decir. Con esa simple palabra, Eleanor me dijo que me echaría de menos, que hablaríamos todo lo posible, y que cuidaría del corazón de mi hermano como si fuera el suyo propio.
               -El-respondí, acariciándole la espalda y estrechándola bien fuerte entre mis brazos.
               La solté a regañadientes, y entonces fue el turno de Tommy. Me miró, esbozó una sonrisa y abrió los brazos. Y me eché a llorar.
               -Tommy-jadeé, refugiándome en su abrazo, y él me protegió con sus brazos. Con él tampoco había necesidad de palabras, pero yo quería asegurarme de que sabía que él era esencial en mi vida. Iba en pack con mi hermano, era parte de él-. Tommy, necesito…
               -Cuidaré de Scott-me prometió, acunándome despacio-. Cuídame tú a Alec. Ojalá no tuviéramos que dejarlo solo, pero me marcho tranquilo viendo en qué manos lo dejo.
               -Gracias-susurré-. Por todo-le miré a los ojos, esos ojos azules como el cielo, como el mar, como zafiros. Él había sido mi primer amor platónico, el primer chico que había hecho que sintiera cosquillas en el estómago, y saber que tardaría en volver a pasearse por mi casa como si también le perteneciera (porque así era) me escocía en las entrañas.
               -Gracias a ti-contestó, dándome un beso en la nariz y apoyando su frente en la mía-. Por dejar que me lo lleve-añadió en voz más baja, inhalando mi respiración. Entonces, me soltó, y sentí su presencia antes que la vi.
               -Scott-gemí, y él sonrió, y me estrechó entre sus brazos con más fuerza que los demás juntos, y eso que la fuerza había ido en aumento y ya Diana había hecho que me crujiera la espalda.
               -Te quiero-me susurró al oído mientras yo lloraba-. Te quiero muchísimo, pequeña.
               -Yo también te quiero muchísimo, S. Muchísimo.
               -Ahora tú eres la hermana mayor-rió.
               -No digas eso ni en broma-protesté.
               -Volveré antes de que puedas echarme de menos.
               -Ya lo hago.
               Y entonces, me dijo algo que jamás olvidaría. Algo que me demostró que la parte de él que creíamos que era mala no era más que un espejismo.
               -Cuida de papá.
               No cuida de mamá. No cuida de Shasha, o de Duna. No. Cuida de papá. Del que se suponía que era su miembro menos querido de la familia. Al que más desafiaba. Por quien menos debilidad sentía.
               Y entonces, lo supe. El único que se mantenía fuerte de la familia era papá, porque era el único que sabía por lo que iba a pasar Scott… y no quería asustarlo.
               Scott se soltó de mí antes de lo que yo desearía, me miró a los ojos y me limpió las lágrimas.
               -Te quiero-susurró-, pequeña-me dio un beso en la punta de la nariz y me acarició las manos. No me dijo adiós, lo cual yo le agradecí. No estaba preparada para decirle adiós a mi hermano. Jamás lo estaría. Por muchos años que pasaran, nunca lo estaría.
               Mientras miraba a los Tomlinson marcharse con Diana, mis padres y mi hermano, no pude evitar recordar la conversación que había tenido con Alec mientras entrábamos en el coche esa misma mañana, de camino a casa.
               -Ha sido el mejor cumple de la historia-me había dicho él, y yo le había agarrado de la camisa y había tirado de él hacia mí para besarlo en los labios.
               -El siguiente será incluso mejor-le prometí, sin caer en algo que él me sacó a colación.
               -El siguiente, estaré en África-un silencio pesado, pegajoso y putrefacto se instaló en mi garganta, pero Alec consiguió deshacerme el nudo tomándome el pelo-. Pero, ¡oye! Igual por aquel entonces ya me dices que me quieres, y todo.
               -¿Crees que lo llevaremos bien?-pregunté, acariciándole el cuello de la camisa.
               -No-contestó sin vacilar-. Pero no nos queda otra que llevarlo.
               -Sí que nos queda otra-había respondido yo, y aun así, me dolió. Me dolió que la noche se terminara, que el futuro fuese como se auguraba.
               Lo mismo me pasaba a mí ahora que Scott se marchaba. Me había dado la mejor infancia de la historia; normal que me doliera que se fuera. Porque en el momento en que atravesó aquella puerta, la niña que había sido una vez, la que había recogido de un capazo y de la que se había enamorado nada más verla, desapareció. Ahora, sólo me quedaba el futuro. Mi infancia se terminó no cuando perdí la inocencia, sino cuando mi hermano, el encargado de iniciarla, se fue de casa.
               Por eso me permitía llorar. Porque no sólo perdía a Scott, sino que perdía aquella versión de mí misma que tanto me gustaba, la única que conocía. La criatura que había sido cuando me decidieron digna de ser una Malik había dejado de existir en ese preciso momento.
               Ahora, tenía una misión. Lo había prometido con mi silencio. Cuida de papá, me dijo Scott. Pensé que él tendría que ser quien cuidara de nosotras. Desde luego, cuando regresaron al cabo de casi una hora, parecía bastante entero.
               No fue hasta que no llegamos a casa, atravesamos la puerta y nos enfrentamos al silencio de ser uno menos, cuando vi lo que Scott había anticipado: a papá, mirando en derredor, hundiendo los hombros, pasándose una mano por el mentón, comentando con voz inestable…
               -Bueno, pues ya está.
               … y echándose a llorar como yo nunca le había visto llorar antes, porque nunca antes había sido lo que era entonces: un padre que le dice adiós a su hijo, sin saber cuándo va a volver.

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1 comentario:

  1. Llevaba semanas anticipándome al momento en el que escribieses la despedida de Scott narrada por Sabrae y es más que obvio que no me he preparado lo suficiente.
    Con este capítulo he llegado a varias conclusiones.
    Primero que Sabrae estaba destinada a escribirse y que por ende estaba destinada a ser escrita después de cts por el simple hecho de que leer este capítulo concretamente sabiendo la cantidad de relaciones literarias que se puede establecer con momentos de la primera novela y sabiendo ya cosas de antemano hace todo el triple de emotivo y sólo te queda llorar porque la emoción que te embarga es demasiada. El hecho de que hayan hecho muchas referencias a ser Malik y hermanos hasta la muerte no paraba de recordarme a cuando Scott muera y por ende a cuando Sabrae y Alec tengan que narrar su muerte y yo posiblemente muera de deshidratación. También el momento de Zayn, que sin duda alguna me ha roto por completo, al hilar sobre todo ese momento con la charla que tienen, primero cuando Scott vuelva a casa aun estando en el concurso y ya un después de haber roto con Eleanor porque necesita ver a su familia y le pide perdón a Zayn y cuando hablan en otro momento posterior al final del programa y le dice lo orgulloso que está de ser su hijo. Creo que ambas cosas me han hecho el click definitivo, adoro encontrar relaciones y similitudes y es que ambas las dos han sido maravillosas.

    Otra conclusión es que si Alec me hace olvidarme de todo personaje literario existente en el mundo de los libros, Scott hace que hasta me olvide a veces de respirar cuando por un momento efímero le vuelves a dar una pequeña pizquita de protagonismo de más que me hace recordar la primera vez que me enamoré de un chico que no existía.
    La conclusión definitiva es que yo no pienso irme de este mundo sin que antes te publiquen un libro porque una persona que escribe algo como esto “¿Qué duele más? ¿Qué tu corazón nunca deje de supurar, o echar la vista atrás un día y darte cuenta de que lo que te escuece no es más que una cicatriz?” debería vender millones de libros, hacer firmas mundiales y dejar que me riese de la gente que tenga que pagar por esas maravillas cuando yo me pase años leyendo gratis las tremendas obras de arte que paría tu cerebro.

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