![]() |
¡Toca para ir a la lista de caps! |
No, desde luego que no necesité que me lo dijera dos
veces. Si ya con el resto de mujeres tenía un oído infalible en lo que se
refería a sus síes, con Sabrae era capaz de oír hasta sus pensamientos.
Pero
eso no significaba que no se lo fuera a hacer despacio.
Quizá
en otras ocasiones, Sabrae lamentaba mi historial; mi currículum no era digno
de la historia de amor que vivíamos, sino del antagonista que seduce a la
virginal protagonista y hace que la relación que mantiene con el protagonista
masculino peligre, porque, ¿quién quiere bombones y flores cuando puede tener
unos orgasmos increíbles, descubrir un mundo de placer a un cruce de piernas de
distancia? Te sorprendería la cantidad de chicas que creen que pueden cambiar a
los chicos como mi yo del pasado, pensando que así obtendrían lo mejor de los
dos mundos: una fiera en la cama y un caballero en la calle. Sabrae, sin
embargo, había pasado su vida detestándome, como si fuera la amiga de la
protagonista que siempre apuesta por el galán en lugar del chulo, y que
reprende a ésta cuando cae en la tentación.
Sin
embargo, otras veces, Sabrae se comportaba como esa chica virginal ansiosa de
que la corrompan, y adoraba que yo hubiera sido uno de los principales reyes de
la noche. Eso era lo que esperaba de mí en esa habitación del hotel:
descontrol, desfase, excesos. Un sexo tan bueno que él solo bastaría para dar
por completo el trío de sexo, drogas, y rock n’ roll.
Pero
había algo con lo que ella no contaba.
El
Alec que había sido hacía unos meses estaba muerto y enterrado, de acuerdo,
aunque recurriéramos a la magia negra de vez en cuando para que regresara y nos
hiciera disfrutar a ambos. Claro que ese Alec no necesariamente era el príncipe
del descontrol; más bien, todo lo contrario. Incluso cuando me había dejado
llevar hasta la última de las consecuencias con mis compañeras de polvo,
siempre había tenido el control de la relación. Raras veces me había puesto completamente
en manos de la otra persona, y si lo hacía, no era sino porque disfrutaba a lo
grande dejando que me mangonearan de vez en cuando.
Sabrae,
desde luego, era la chica que más veces me había traído por la calle de la
amargura a base de mangonearme. Cada vez que me había puesto en sus manos, el
polvo había sido increíble, de los mejores de mi vida, y cuando acabábamos,
agotados y sudorosos, yo estaba seguro de que acababa de archivar más material
en ese rinconcito de mi cerebro dedicado a los sueños eróticos (o
pornográficos, según se mire).
Claro
que ninguna de esas veces había sido mi cumpleaños. Se suponía que haríamos lo
que yo quisiera. Y dentro de lo que yo quisiera, se encontraba el hacerla
rabiar. En eso consiste también el amor: en querer tanto a una persona que, de
vez en cuando, en lugar de concederle cada capricho de forma inmediata, lo que
deseas es posponer un poco su satisfacción para conseguir que ésta sea mayor.
Tenía la sensación de que ésa sería una de esas noches en las que Sabrae estaba
lo suficientemente relajada y excitada como para correrse de aquella forma
estruendosa y furiosa como lo había hecho otras veces: a chorro, incapaz de
contenerse. ¿Qué mejor regalo que ese?
Así
que iniciábamos mi parte favorita del sexo: los preliminares. (Ja, ja. Es
broma. Mi parte favorita del sexo no son los preliminares. Mi parte favorita
del sexo es todo, pero ya me entiendes).
Era
la tentación hecha persona, la lujuria hecha mujer. Estaba seguro de que, si mi
pecado capital preferido tuviera algún tipo de manifestación física, Sabrae lo
sería, y más tal y como estaba entones. En la habitación de hotel de un
monocromático blanco, el toque de color lo ponía ella, sentada al borde de la
cama con su piel de delicioso caramelo brillando como el chocolate a la taza, y
su mono de satén de color rojo me recordaba a la sangre que me bombeaba por
todas partes, ardiente. Ni que decir tiene que las cadenas de oro me hacían
pensar en una jaula creada para satisfacer las perversiones de algún rey del
sexo.
Todo
en ella estaba hecho para que yo me abalanzara a devorarla nada más verla, pero
con lo que Sabrae no contaba era con la tensión que había entre nosotros, y que
podía volverse en su contra con la misma facilidad con que la estaba manejando
a su favor. El aire entre nosotros estaba cargado de electricidad estática, y
la tensión sexual que nos anudaba firmemente las miradas podía cortarse con un
cuchillo. Por mucho que me hubiera mordisqueado el pulgar, yo ya tenía el mango
de la sartén entre los dedos, y estaba a punto de darle la vuelta a la
tortilla. Metafórica y literalmente hablando.
¿Creía
que iba a ponerme cachondo como un mono diciéndome que quería follar de manera
explícita? Porque lo había conseguido. Tenía la boca seca, la carne de gallina,
y mi erección ya me molestaba en los pantalones: no era ése el tipo de presión
que mi polla quería. Sus ojos ardían con unas llamaradas que yo conocía muy
bien: era una diosa de fuego, y yo estaba más que dispuesto a quemarme… pero
primero, debía soplar en la llama para que ésta se hiciera más fuerte y me
consumiera con más alegría.
La
temperatura subía varios grados con cada minuto que pasaba, hasta el punto de
que si yo hubiera empezado a arder, no me habría sorprendido lo más mínimo. Me
sobraba la ropa, toda la ropa, y a
ella también.
Volví
a acariciarle la boca y Sabrae entreabrió los labios.
-Te
lo estás tomando con calma-susurró, y el tono ronco de su voz, que me hacía ver
su excitación, me hizo sonreír. La tenía donde quería. Estaba a punto de hacer
que perdiera el control: por tanto tratar de atraerme al borde del precipicio,
Sabrae se había acercado tanto que
terminaría cayendo antes que yo, obligándome a saltar tras ella para
zambullirnos a la vez en las olas de abajo que, embravecidas, hacían las veces
del canto de sirena para que te invitaba a saltar del acantilado.
Tiré
despacio de su labio inferior, de manera que la yema de mi dedo rozó sus
dientes, y le dediqué una sonrisa torcida. Mi sonrisa de hace unos meses, la
sonrisa de Fuckboy®.
-Estoy
pensando qué hago con mi regalo-respondí, y en sus ojos chispeó una estrella de
travesura.
-¿No
vas a rasgar el papel de regalo de pura ansia?
-No
creo que te haga gracia que te rasgue el papel de regalo, bombón-ronroneé como
un gatito; incluso me habría frotado contra ella si eso hubiera servido para
excitarla aún más-. Y aún me queda decidir qué hago contigo. No estuvo bien que
me dejaras solo, ya sabes-alcé las cejas e incliné a un lado la cabeza, como
los malos en las películas cuando consiguen atrapar al protagonista y se
disponen a torturarlo.
La
diferencia radicaba en que a Sabrae iba a encantarle esta tortura.
-Era
por una buena causa.
-Mm,
no sé-reflexioné, mirando en derredor, fingiendo estudiar la habitación. Sin
embargo, a pesar de que mis ojos se pasearon por ella, no habría sido capaz de
describirla, pues no estaba prestando atención. Los sonidos que captaban mis
oídos y las sensaciones que me llegaban desde el extremo final del brazo que
tenía en contacto con Sabrae eran más importantes que la información que mis
ojos estaban recogiendo-. Es cruel abandonar a un chico el día de sus
cumpleaños, y más si son sus dieciocho. Es un momento muy especial en su vida,
en el que debería poder elegir con quién quiere pasarlo.
-Estaba
preparando tu último regalo-se excusó-. No te has enfadado conmigo, ¿a que no,
papi?-coqueteó, descruzando las piernas y volviéndolas a cruzar con movimiento
ágil, propio de una bailarina. No en vano, Sabrae hacía kick boxing, y tenía las piernas lo suficientemente entrenadas en
velocidad como para sorprenderme con sus movimientos de pantera. Me acarició la
pierna con el pie que tenía más alto, y entrecerró los ojos levemente. Sus
dientes volvieron a acercarse a mi dedo, listos para capturarlo de nuevo. No
voy a mentir: dudaba que pudiera seguir con la farsa si volvía a chuparme el
dedo, es probable que toda mi treta del control se fuera a la mierda y
terminara en el suelo, de rodillas frente a ella, jurándole que haríamos todo
lo que le apeteciera, punto por punto.
Huelga
decir que el que me llamara “papi” tampoco ayudaba mucho. Al principio no me
había molado una mierda que empezara a usar el mote que me había puesto de
manera jocosa como yo usaba el bombón, como un apelativo cariñoso más, pero
ahora… empezaba a encontrarle morbo, sobre todo porque Shasha sabía que su
hermana usaba esa palabra para llamar a dos hombres, y no sólo a su padre.
-Sí,
estoy enfadado-respondí en voz baja pero firme, la propia de un profesor que
reprende a su mejor alumna por un comportamiento incorrecto, e inesperado en
ella. A Sabrae, no obstante, esto pareció darle alas. A las niñas buenas les
gusta que las traten como si fueran chicas malas, de vez en cuando. ¿No decía
la canción que las chicas buenas eran en realidad chicas malas a las que aún no
habían pillado? Desde luego, a ella se le aplicaba el cuento.
-¿Y
qué vas a hacer para castigarme?-preguntó en un jadeo tan sensual que pensé
que, si seguía hablándome así, me correría. Comprendí entonces que estábamos
echando un pulso, y yo no tenía pensado ceder ni un milímetro; gracias a Dios,
mis brazos eran más fuertes, tenía experiencia y… seamos claros, estaba más que
acostumbrado a trabajar bajo presión. Había conseguido manejar a medio Londres
estando cachondo perdido, y Sabrae a duras penas era capaz de reprimirse en
pleno calentón. Sonreí y me incliné hacia ella.
-Hacerte
suplicar-respondí.
Sabrae
tragó saliva y contuvo el aliento, puede que dándose cuenta de que iba a perder
la partida sin que todavía se hubieran terminado de repartir las cartas. Su pie
dejó de moverse en mi pierna, arriba y abajo, en cuanto mi mano se deslizó de
su mentón, haciendo que mi pulgar abandonara sus labios, y siguió la curva de
su cuello en dirección a su hombro. Le acaricié la mandíbula mientras ella me miraba
con cara de no haber roto un plato en su vida, pero a pesar del moreno de su
piel podía ver que se estaba sonrojando a marchas forzadas. Puede que la diosa
de fuego no fuera inmune a sus efectos, después de todo, y también pudiera ser
consumida por las llamas.
Sabrae
se removió en su asiento, y vi por el rabillo del ojo cómo apretaba
inconscientemente sus muslos; aquello era lo único que me impedía oler su
excitación, que se palpaba en el ambiente igual que una tormenta de verano en
un día de bochorno. Puse una mano en sus rodillas y la obligué a descruzar las
piernas. Sabrae jadeó por lo bajo, entreabrió los labios y emitió un gemido
ahogado cuando utilicé una pierna para separarle más las rodillas y me metí
entre sus piernas, mi sitio favorito en el mundo.
-¿Me
repites qué era lo que te apetecía que hiciéramos?-jugué con ella como si fuera
mi juguete preferido, porque en cierto modo así era. Su cuerpo era mi campo de
juegos favorito, y su placer, mi distracción predilecta. Joder, había nacido para verla así: sonrojada,
excitada, húmeda, al borde de un colapso del que mi propio cuerpo era el
antídoto.
-Follar-repitió
con voz monocorde, y yo sonreí. Le deslicé lenta, lenta, muy lentamente uno de los tirantes del mono por el hombro, haciendo
que la tela se deslizara por su piel en una caricia que no tenía nada que
envidiarle a las mías. Como los tirantes eran largos y el corte de la prenda
era de los que no dejaban mucho a la imaginación, gran parte de la piel de uno
de sus pechos quedó al aire. Con la misma lentitud, sabiendo que Sabrae no se
movería (y más que dispuesto a reprenderla si lo hacía), llevé los dedos de
nuevo por su hombro, esta vez en dirección ascendente, y luego bajé por su
clavícula. Buceé por su esternón hasta tocar la tela del mono, y tras
pensármelo un instante, decidí dejar que el aire fuera lo que cubriera su pecho
izquierdo, el del piercing. Me apetecía ver el pequeño pendiente de alitas
refulgiendo bajo las luces del techo, y cuando lo rocé suavemente con el
nudillo mientras retiraba la prenda, Sabrae exhaló un gemido ronco que me hizo
saber lo profundamente excitada que estaba (como si su pezón duro y su vello
erizado no la delataran).
Sabrae respiraba con dificultad cuando dejé al
descubierto su otro pecho. Clavó los ojos en mi entrepierna mientras sus senos
se crispaban ligeramente en los pezones por el contraste entre el frío de la
habitación y el calor que sentía ella.
-Alec-gimió
mi nombre, y a mí eso me encantó. Ninguno de los regalos que podían hacerme mis
amigos, por mucho que fueran cosas que llevaba pidiendo media vida, se comparaba con lo que Sabrae estaba
regalándome ahora.
-Te
noto desesperada-me burlé, obligándola a abrir más las piernas, de modo que sus
tacones arañaron el suelo, y paseando una mano por su torso desnudo, en
dirección al hueco libre que habían dejado sus muslos.
-Alec…-repitió.
-Así
ya sabes cómo me he sentido yo cuando me has dicho que te ibas-me reí, y me
incliné despacio hacia ella, tan despacio que cualquiera que nos viera pensaría
que se le había estropeado el reproductor de DVD y nos estaba viendo en cámara
súper lenta. Presioné levemente el sexo de Sabrae con los dedos, sobre la tela
del mono, y me regodeé en notar que la humedad la traspasaba-. Seguro que ya no
te hace tanta gracia el haberte ido como lo hiciste, ¿eh?-ella negó con la
cabeza-. No te oigo, niña.
-No-asintió,
buscando mi boca, pero yo me aparté y ella emitió un gruñido de frustración.
Era tan física (los dos lo éramos, en realidad) que no le gustaba nada cuando
yo me dedicaba a darle placer y ella no tenía manera de devolvérmelo, pero
tenía que aguantarse. Estaba más que decidido a putearla esa noche, porque sólo
así podría darme lo que yo quería: tanta anticipación que explotaría en mis
manos como una granada de fuegos artificiales.
-No
has hecho nada aún para merecerte mis besos, nena.
-¿Qué
quieres que haga?-inquirió con tono suplicante, y yo sonreí, me incliné hacia
su oído y la sujeté por las caderas.
-Lo
que estás haciendo, bombón. Así es como te quiero, nena-acerqué los labios a su
lóbulo y ella contuvo la respiración-: jadeante y cachonda para mí.
Sabrae
se apartó un poco para poder mirarme a los ojos con esa mirada de gata, de
pestañas infinitas y párpados dorados, igual que las cadenas que ahora
descansaban a ambos lados de sus caderas. Se relamió inconscientemente y luego
se mordió el labio, y después de un instante de vacilación, se inclinó hacia mí
para besarme. Dejé que lo hiciera esta vez, y nos fundimos en un largo y húmedo
beso que bien podría aparecer en una película porno. Le puse las manos en las
caderas y la pegué un poco contra mí, mientras ella arqueó la espalda, buscando
la cama sobre la que hacerlo. Notaba la filigrana de sus botas presionándome
las piernas en un diseño que sería incapaz de reproducir en papel, pero que no
por ello sentía menos. No tenía pensado quitárselas; no iba a negarme el placer
de sentirlas en mi piel mientras me espoleaba para que llegara más adentro, más
fuerte, más rápido… más todo.
Sabrae
se estremeció de pies a cabeza cuando mi mano presionó con un poco más de
intensidad la zona en la que su entrepierna dejaba paso a la abertura de su
sexo, y yo pudo resistirlo más. Sus manos pasaron de estar enredadas en mi pelo
a volar hacia los botones de mi camisa, intentando desnudarme, pero
inmediatamente yo la agarré de las muñecas y me separé de ella, que exhaló un
nuevo gemido de frustración.
-Acabas
de decir que el cumpleañero es el que abre los regalos-le recordé. Frunció el
ceño, enfadada.
-Pero
tú no eres un regalo.
-¿Ah,
no?-respondí, irguiéndome cuan largo era y desabotonándome la camisa, dejándola
caer al suelo. Las pupilas de Sabrae se dilataron al estudiar mis músculos, y
se sonrojó tras relamerse, imaginando lo que me haría si yo me dejaba.
¿Me
iba a dejar?
Por
supuesto que sí.
¿Tenía
que saberlo?
Ni de
coña.
Volví
a inclinarme hacia ella y reclamé su boca con furia, enredando mi lengua en la
suya de una forma que sólo podía significar una cosa: te voy a follar de lo lindo, nena. Ella pareció captar el mensaje,
puesto que empezó a jadear. Inconscientemente abrió las piernas para permitirme
hacer con ella lo que deseara, y chaqueó la lengua cuando descubrió que lo que
yo deseaba era mantenérselas cerradas. La cogí por los tobillos y la levanté en
el aire, dejando sus talones sobre mi clavícula mientras me afanaba en
desabrocharme el pantalón. Sabrae se revolvió y yo, ni corto ni perezoso, le di
un azote en el culo.
-Estate
quieta-ordené, y casi pude sentir su sexo hinchándome al escuchar el tono
autoritario que tanto le ponía. A Sabrae le molaba mucho hablar de la
emancipación de la mujer y todo ese rollo, pero estaba seguro de que si un día
me daba por atarla a la cama, se echaría a llorar del gusto.
-Ya
sabes que no puedo-protestó.
-Pues
no te queda otra-fue mi respuesta, desabrochándome los pantalones-. Cuanto peor
te portes, peor me voy a portar yo. Y te has portado como una cabrona conmigo.
-Alec…-jadeó,
suplicante, y yo sonreí.
-¿Sí?
-¿Y
si no quiero que te portes bien conmigo?
Mi
sonrisa se ensanchó, pero también se volvió más oscura. Noté cómo las comisuras
de mi boca se levantaban de manera desigual: el Alec que había sido hacía unos
meses había vuelto para quedarse, por lo menos durante unas horas, y el sueño
en el que se había sumido lo había dejado lleno de energía, una energía que a
Sabrae le iba a costar manejar con comodidad… si es que no pretendía entregarse
a ella y dejar que la consumiera, claro.
-Veo
que tú y yo nos vamos entendiendo, bombón-ronroneé, y le besé el tobillo allá
donde las botas dejaban la piel al aire, justo en el bultito del hueso. Sabrae
no pudo evitar gemir y se llevó las manos a los pechos, buscando complacerse.
Fue
viéndola así, empezando a darse placer a sí misma porque no soportaba la espera
a la que yo la estaba sometiendo, cuando supe que había llegado al límite de
mis fuerzas. No había tiempo que perder.
Con
la furia justiciera de un arcángel, caí sobre ella y me zambullí entre sus
piernas. Su boca me recibió con entusiasmo, y sus pechos se frotaron contra mis
pectorales cuando empecé a moverla debajo de mí para terminar de desnudarla.
Tenía el mono enrollado en las caderas, de modo que ahora yo tenía más espacio
para explorar su anatomía, y no tardé en hacerlo. Mientras Sabrae luchaba por
deshacerse de mis pantalones, su boca no dejaba de exhalar gemidos de
excitación. Presioné su clítoris con las yemas de mis dedos, aplastándolo, y
Sabrae dio un brinco.
-Joder…
-Sí,
eso vamos a hacer tú y yo, preciosa-ronroneé, agarrándola de la mandíbula con
la otra mano y orientando su boca hacia la mía. Le comí la boca como estaba
mandado, mordiéndole los labios, lamiéndole la lengua, y disfruté de cómo sus
caderas la abandonaban y seguían el ritmo que yo marcaba con los dedos-. Mm,
alguien no puede más…
-Por
favor-empezó a suplicar, desesperada. Ese tono necesitado e insoportable era
como música para mis oídos. Introduje un dedo en su interior y Sabrae me hundió
las uñas en los músculos de la espalda, abriendo las piernas para que yo
tuviera todo el espacio que quisiera para poseerla.
Iba a
protestar cuando saqué mis dedos de su entrepierna, pero sus protestas murieron
en su garganta cuando me vio metérmelos en la boca y saborear su placer. Sabrae
abrió la boca, estupefacta (como si no me hubiera visto hacerlo más veces, pero
yo ya me había acostumbrado a que reaccionara así) y jadeó sonoramente.
-Creo
que no he cenado suficiente-comenté, y con un rápido movimiento terminé de
desnudarla. Ni siquiera me detuve a admirar su tanga de encaje, de un dorado
que hacía juego con las cadenas del mono, las botas o los destellos de su piel.
Simplemente lancé el mono lejos, convirtiéndolo en un bulto carmesí arrugado en
una esquina, y lamí todo su cuerpo mientras descendía hacia su sexo. Sabrae
protestaba, diciendo que quería hacerlo ya, que no quería que le comiera el
coño, quería sentirme dentro, quería que la empotrara, que incluso le hiciera daño, quería ser invadida, quería…
-Ya
habrá tiempo para lo que tú quieras, bombón-espeté, tan cerca de su sexo que
supe que la cabeza le daba vueltas. Lo supe porque a mí también me las daba:
ahora que podía olerla y ver lo húmeda que estaba, me costaba horrores no
empezar a degustarla-. Pero ahora, debo alimentarme.
Sabrae
dejó escapar un alarido cuando le mordí, con rabia pero con cuidado, los
pliegues que guardaban la abertura de su sexo. Arqueó la espalda y empezó a
magrearse los pechos mientras yo mantenía sus piernas separadas, con los dedos
hundidos en sus nalgas, y me dedicaba a limpiar el dulce néctar de sus labios
como si aquello fuera suciedad en lugar de lo más hermoso del mundo, y yo
tuviera un trastorno obsesivo compulsivo.
Noté
que se tensaba, lo cual me hizo sonreír, y eso hizo que ella se tensara aún
más. Allí donde mis labios eran más gentiles, mis dientes rozaban aún más su
sensibilidad, lo que le hacía disfrutar más. Sorprendentemente, no protestó
cuando me separé de su sexo y escalé hasta su rostro. Le aparté el pelo de la
cara y le pedí que abriera los ojos, lo cual hizo no sin cierta dificultad.
Me
incliné despacio hacia ella, los cerramos para besarnos despacio, y entonces,
con ímpetu, me hundí en su interior.
En el
espacio de tiempo que había estado practicándole sexo oral, Sabrae había estado
demasiado ocupada gimiendo y jadeando como para escuchar cómo terminaba de
desnudarme y me ponía un preservativo, decidido a cumplir con sus más oscuros
deseos. ¿Quería que se la metiera? Lo haría. ¿Quería que lo hiciera fuerte? Lo
haría fuerte. ¿Quería que la hiciera gritar? La haría gritar.
A
cambio, ansiaba que ella pudiera darme aquello que más me gustaba: uno de esos
furiosos orgasmos que nos dejaban a los dos alucinados por el poder que se
escondía en nuestros cuerpos.
-¡DIOS
MÍO!-bramó cuando me hundí en ella, y yo sonreí, le mordí el labio y luego me
incorporé hasta quedar arrodillado entre sus piernas, empalándola. No fue un
polvo bonito, de esos que se describen en las novelas románticas o que las
lectoras se imaginan en base a lo que sucede en la última página. No tuve tacto
con ella, ni ella lo tuvo tampoco conmigo, a decir verdad. Me arañó la espalda,
me mordió el hombro, me acompañó con las caderas y hundió las uñas en el
cabecero de la cama mientras se empujaba para que yo entrara más profundo.
Y no
cerró la boca en todo el puto polvo.
-Sí,
joder, eres un rey, un puto dios, me
encanta, me encantas, Alec, sigue
así, amor, eres tan grande…
Joder,
cuando las chicas me recordaban el tamaño de mi polla no podía controlarme, de
verdad que no. No sólo me enorgullecía aún más de mi suerte, sino que me
regodeaba en que yo cumplía con las dos casillas básicas del sexo heterosexual:
que sea grande, y que sepa cómo usarla. De poco te sirve una polla de 30
centímetros si no sabes moverte, pero yo sabía
moverme (aunque, claro, 30 centímetros de polla es una puta monstruosidad).
Le di
la vuelta a Sabrae para ponerla de espaldas a mí y poder quitarle el tanga, que
dejé caer a los pies de la cama mientras
la penetraba de nuevo. Sabrae se puso tensa, arqueó la espalda, y gruñó cuando
un orgasmo la recorrió de pies a cabeza. Su coño se aferró a mi polla,
negándose a dejarme marchar, y yo tuve que controlarme para no correrme en ese
instante.
Dándose
cuenta de qué era lo que yo quería (aguantar todo lo posible hasta terminar no
pudiendo soportarlo más y desplomándome sobre ella), Sabrae hundió las rodillas
en el colchón y se impulsó hacia atrás, levantándose hasta quedarse a cuatro
patas.
-¿Esas
tenemos?-urgí, y me miró por encima del hombro. Sonrió, se relamió los labios y
cerró los ojos, disfrutando de mis empellones-. Joder, Sabrae. Mierda-ladré,
sintiendo cómo yo también me acercaba al orgasmo-. Me cago en Dios…-no era eso
lo que yo pretendía, quería darle por lo menos tres orgasmos antes de correrme
yo (si me corría a la vez que ella en el tercero, puede que me echara a llorar
de la ilusión), pero si ella seguía moviéndose así… dudo que aguantara más de
un minuto.
No
quería ponerme a pensar en cosas que no me gustaran, como gatitos muertos o el
himno de la Unión Soviética en griego, pero es que no me estaba dejando
alternativa. Tenía muy claro lo que quería, y si ya lo consigo en días de
normal, imagínate cuando estoy echando un polvo de cumpleaños. Piensa en otra cosa, piensa en otra cosa,
piensa en otra cosa…
-Sí, papi-enfatizó Sabrae, disfrutando de la fricción y la presión en su
sexo, lo cual me desconcentró. No podía pensar en otra cosa porque estaba
absorto en ella.
-Joder,
Sabrae-repetí, incapaz de controlarme. Ella empezó a mover las caderas en
círculos, aumentando la presión de mis embestidas, y me costó no echarme a
llorar.
-Qué
rico…-gimió.
La.
Madre.
Que.
La.
Parió.
Mi
cerebro se desconectó al escucharla. No había escuchado eso muchas veces, de
modo que no había sido capaz de acostumbrarme al sonido de una voz de una chica
que me ponía cachondísimo (y Sabrae era la máxima expresión de este
sentimiento) reproduciendo letra por letra y sílaba por sílaba la frase
estrella del porno, alabando ya no tus atributos masculinos o tu manera de
hacerlo, sino el placer que estaban sintiendo. Porque tú puedes ser muy bueno
follando, que si la chica no está por la labor o no tiene unas dotes similares
a las tuyas, no va a aprovechar todo tu potencial.
Pero
Sabrae lo estaba aprovechando.
Sin
darme cuenta de lo que hacía, entregado en cuerpo y alma a ese festival de sexo
y placer, la agarré del pelo, me lo enrollé en la muñeca y tiré de su melena
hacia atrás, haciéndola soltar un jadeo, un “sí” que me supo a gloria, y
arrancándole una sonrisa.
A
modo de respuesta, Sabrae se pegó todo lo que pudo a mí, empujándome con sus
nalgas en las caderas. El ángulo era insoportable. La presión era insoportable.
La fricción era insoportable. No podía posponerlo ni un minuto más; por eso lo
había hecho ella, porque quería que sintiera que no aguantaba más.
Eché
la cabeza atrás y le gruñí al cielo lleno de estrellas mientras me corría en el
interior de Sabrae, con su melena azabache en las manos, su sabor en la lengua
y la parte más importante de mi cuerpo en la parte más importante del suyo.
Sabrae gimió un goloso “mm, sí”, y siguió moviéndose, causando mi perdición.
Un
destello en el límite de mi campo de visión me hizo girar la cabeza y
deleitarme en la visión de nuestros cuerpos unidos, empapados de sudor, en el
otro extremo de la habitación. Un espejo. Sí, eso era lo que necesitábamos. Las
veces que mejor nos lo habíamos pasado, siempre había habido espejos
involucrados: hay un morbo indescriptible en verte mientras te lo estás pasando
bien, no importa si es en pareja o en soledad.
Claro
que, si estás en pareja, es mucho mejor.
De
modo que tiré un poco más de Sabrae, agarrándola también de la cadera para no
hacerle daño (porque puede que sea un animal, pero también soy un caballero, y
ella me importaba, me importa y me importará más que nade) y le susurré al
oído:
-Veamos
si te gusta de verdad lo que estamos haciendo o no.
Sabrae
abrió los ojos, curiosa, sorprendida de que me hubiera recuperado tan rápido de
mi orgasmo, y jadeó cuando nos hice pivotar sobre mi rodilla y nos puse de cara
al espejo. Se relamió los labios y, tal y como yo deseaba, se mantuvo en esa
posición. Separó más las piernas para anclarse sobre el colchón y acompañó los
movimientos de mis caderas con las suyas mientras nos mirábamos en el espejo.
Le quité las botas, que ya habían servido a su propósito y no hacían más que
molestarnos ahora, y volví a centrarme en su delicioso cuerpo. Mis manos
ascendieron a sus tetas, presionándolas, manoseándoselas y pellizcándoselas
hasta que ya no pudo más. Se estremeció de pies a cabeza, abrió la boca en una
deliciosa O y su cuerpo se deslizó en una deliciosa oleada de placer que sonaba
como un jadeo y un largo “sí”.
Supe
que debía actuar rápido, que nuestra oportunidad estaba ahí, y no vacilé.
Mientras con una mano continuaba manoseando su torso, con la otra volví al
punto en que nuestros cuerpos se unían, y masajeé en círculos su clítoris.
Cerró los ojos con más fuerza, entregándose a mí por completo, y arqueó aún más
la espalda, lo cual fue fatal para ella.
A la
oleada se unió una segunda mucho más poderosa y larga, y el resultado fue lo que
yo deseaba: un tsunami. Sabrae se estremeció de pies a cabeza, vibrando a plena
potencia, como si todas sus moléculas estuvieran sometidas a una gran presión,
y gritó mi nombre. Sonreí mientras le mordisqueaba el cuello, alargando al
máximo posible el orgasmo, y sintiendo cómo su calor líquido se derramaba por
entre sus piernas, deslizándose por las mías antes de llegar finalmente al
colchón.
En
cuanto Sabrae terminó, retiré la mano de su clítoris para permitirle un
respiro.
Nos quedamos así un par de
segundos, mirándonos el uno al otro en el espejo, completamente exhaustos,
empapados en nuestros sudores mezclados (lo cual era el mejor indicador de que
los dos os lo habíais pasado en grande: si uno de los dos terminaba empapado
pero el otro no, era que las cosas no estaban tan equiparadas como se merecían).
Su piel refulgía como una figura de bronce pulido colocada a la luz del
atardecer, y su piercing emitía pequeños destellos, como los de una estrella
lejana, al son que marcaba su pecho, subiendo y bajando, subiendo y bajando.
Sabrae sonrió, agotada pero satisfecha, y yo le devolví la sonrisa, feliz.
Había sido un polvo salvaje; puede que incluso violento, lo admito, pero,
¡joder, qué bien sentaba follar así! Era la mejor manera para descargar toda la
tensión acumulada, y la que había habido entre nosotros a lo largo de la noche
era tanta que ni diez elefantes podrían arrastrarla.
Sabrae
soltó una risita adorable cuando me incliné para darle un beso en la mejilla y
se dejó caer en la cama, a mi lado, sobre la maraña de sábanas que habían
convertido el colchón en un paisaje irregular. No pude evitar pensar en la
teoría de la tectónica de placas, cómo los distintos pedazos en que se dividía
la corteza terrestre creaban montañas allí donde colisionaban, convirtiendo lo
plano en escarpado. Desde luego, cuando estaba con Sabrae, nuestros choques
eran los de los continentes, y nuestros orgasmos bien podían medirse en la
escala Richter. Algunos, incluso, venían acompañados por un tsunami, como había
sido el caso.
Me
dejé caer hacia atrás, no hasta el punto de quedarme tumbado como Sabrae, pero
sí lo suficiente como para poder relajarme y dejar que mis músculos
descansaran. La verdad es que me había lucido, y lo había disfrutado, pero
cuando intentaba refrenarme me era mucho más fácil llegar al límite de mis fuerzas.
No sólo tenía que esforzarme en complacer a la chica, cosa en la que siempre
ponía esmero, sino que a eso le añadíamos el esfuerzo de resistir mis instintos
y no abalanzarme sobre ella.
Respiré
hondo, retomando el aliento, mientras Sabrae entrelazaba los tobillos y se
abanicaba.
-¿No
me vas a preguntar si me ha gustado?-quiso saber mientras yo me pasaba la mano
por el pelo, y me la quedé mirando.
-Tengo
la respuesta aquí mismo-repliqué, cogiendo las sábanas y mostrándoselas. Sabrae
volvió a exhalar esa risita adorable que tanto me gustaba, rodó hasta ponerse
de costado y me dio un beso en la cintura-. Sí, tú ríete, a ver si sigues igual
de contenta cuando tengas que abrirles la puerta a los de recepción para que
nos traigan sábanas limpias.
-Alec,
por favor-Sabrae puso los ojos en blanco y se levantó, aún con las piernas
temblorosas, lo cual me hizo temer que se caería. Se mantuvo en pie, con todo,
demostrándome que era más fuerte de lo que parecía y recordándome que no
necesitara a nadie que la salvara, ni siquiera a mí-. Estamos en un sitio fino.
Tenemos un juego de sábanas limpias en el armario, ¿ves?-se giró para mostrarme
el interior, con una caja fuerte negra sobre la que había cuidadosamente dobladas varias capas de ropa
de cama blanca. Parpadeé.
-No
hago la cama en mi casa, la voy a hacer aquí.
Sabrae
puso los brazos en jarras, lo cual puede que
fuera genial en el ángulo desde el que yo la estaba viendo, porque hacía que
sus pechos destacaran más en su anatomía.
-No
he pedido que las suban para que ahora no te dignes a echarme una mano. Yo sola
no puedo con el colchón.
-¿Perdona?
-Vamos,
Al. ¿De verdad te crees que en los hoteles dejan un juego entero de ropa de cama a disposición de los clientes? La mayoría de
la gente los robaría.
-Qué
tontería. Para empezar, si vas a llevarte algo de un puto hotel de lujo, sería
la tele de alta definición de la pared, no unas putas sábanas. Y además, ¿por
qué ibas a pedirles tú que nos subieran otro juego de sábanas? Ni que fuéramos
a hacer un ritual satánico antes de dormir.
Sonrió,
críptica.
-No
eres el único que disfruta cuando yo hago squirting,
¿sabes?-espetó, divertida, y a mí se me secó la boca.
¿Recuerdas
todo lo que dije sobre el autocontrol y demás? Bueno, pues olvídalo. Si en ese
momento Sabrae me hubiera pedido que la empotrara contra la pared, yo lo habría
hecho sin remedio. No habría sido capaz de resistirme.
Sabrae
se acercó a la cama, gateó hasta mí, se sentó sobre mi regazo y me besó en los
labios, aún sonriente. Le puse las manos en la espalda y extendí los dedos,
acariciándole la línea de su columna vertebral.
-Dame
unos minutos-murmuré-. Necesito descansar antes de volver a la carga, y
entonces te daré una buena razón para cambiar las sábanas.
-¿Qué?-rió
Sabrae-. Oh, no, vaquero; ese tren ya ha partido, lo siento-al ver mi expresión
desconcertada y ligeramente decepcionada, se apresuró a añadir-. ¡No! No es lo
que estás pensando-me apartó un par de mechones de pelo tras la oreja-, vamos a
seguir teniendo sexo. Es sólo que… bueno, acabo agotada, ya sabes-se sonrojó un
poco; no necesitaba que me dijera de qué me estaba hablando, pues el tema de
conversación no había cambiado todavía-. Y quiero estar a la altura. No quiero
forzar las cosas y que terminemos frustrados, ¿vale?
-Yo no
podría frustrarme contigo jamás, bombón-respondí, besándole el hombro, pero
asentí con la cabeza, haciéndole ver que lo entendía.
-¿Ni
cuando finjo que voy a hacerte una mamada y luego me voy?-jugueteó, pasándome
los brazos por los hombros y entrelazándolos a mi espalda.
-No
te confundas. Eso no me frustra: me encabrona-los dos nos reímos y yo me quedé
mirando la forma en que los lunares de su nariz vibraban, como una constelación
que baila un son que nadie más que sus estrellas puede escuchar.
-Yo sólo
quiero disfrutar-comentó, acariciándome los brazos-. Conseguir hacer squirting era mi regalo para esta noche.
Bueno, uno de ellos-confesó, sacándome la lengua, mordiéndosela, arrugando la
nariz y guiñándome el ojo, todo a la vez-. Pero… ahora mismo, me gustaría tomar
un baño. ¿Te apetece? Hay jacuzzi.
-Creo
que voy a pasar. Quiero concentrarme en las vistas.
-Has
sudado, Alec-me recordó.
-¿Y?
-Que
hueles a sudor.
-De
eso nada, Sabrae. Huelo a hombre, lo que pasa es que no estás acostumbrada,
porque hasta hoy, sólo te has tirado a críos.
Sabrae
alzó una ceja y se rió, levantándose. Dejó que le cogiera la mano mientras se
alejaba de mí.
-Voy
a abstenerme de hacer una lista de los críos a los que me he tirado, que no te
quiero amargar el cumple.
-¿Cómo
me los ordenarías?-pregunté, tumbándome sobre la cama mientras ella se alejaba
en dirección al baño y pasándome las manos por detrás de la cabeza-. ¿Por orden
alfabético o por ránking de calidad? Porque, en los dos casos, el primero sería
yo-me miré las uñas, y ella se echó a reír.
-Iría
más bien por orden cronológico-replicó, desapareciendo por el baño para abrir
el grifo-. Y ya sabes qué posición ocupas ahí.
Arrugué
la nariz y torcí la boca, cosa que le encantó cuando se asomó para mirarme. Me
guiñó el ojo y yo le hice un corte de manga.
Cuando
dije que quería disfrutar de las vistas, lo decía completamente en serio. Por
mucho que me apeteciera meterme en la bañera con Sabrae y ver en qué degeneraba
el asunto, lo cierto es que su confesión de que estaba cansada pesaba más que
todo lo demás. La dejaría tranquila si necesitaba reponer fuerzas; a fin de
cuentas, a mí también me venía bien un momento de relax. Pero que estuviera en
el banquillo no significaba que me desentendiera del partido, y mucho menos si
estaba tan interesante como aquel.
Sabrae
se anudó el pelo en un moño apresurado mientras la bañera se iba llenando a un
ritmo más rápido del normal, lo que me hizo sospechar, junto con el ruido que
procedía del baño, que el jacuzzi tenía más de un chorro, lo que permitiría que
pudieras improvisar un baño sin necesidad de planearlo todo con una antelación
de media hora, como mínimo. Colgó una toalla blanca de uno de los toalleros de
al lado del jacuzzi, y tras revolver en algún neceser que yo no podía ver, se
sentó en la esquina de la bañera desde la que tenía vistas de la habitación. Me
sonrió.
-¿Estás
bien?
-Mejor
que bien. ¿Y tú?
-De
cine.
-Eso
ya lo veo. Me refiero a anímicamente.
-Eres
tontísimo-se echó a reír, negando con la cabeza, lo cual me hizo regodearme.
Hay pocas cosas mejores que hacer que tu chica sería de pura felicidad (una de
ellas era hacer que se corriera como lo había hecho, pero las comparaciones son
odiosas). Cuando el agua llegó a un punto que la satisfacía, Sabrae se levantó
de nuevo y caminó por el baño. Debió de verter algo, quizá unas sales, porque
enseguida empezaron a formarse burbujas que pronto se convirtieron en espuma.
Entonces, Sabrae se sentó de nuevo en la esquina de la bañera, pasó las piernas
por el borde y se hundió lentamente en el agua, de la que salían nubes de
vapor.
-Mm-ronroneó.
-¿Está
buena?
-Ajá.
-Igual
que tú-solté, sonriente. Sabrae apoyó los codos en los bordes de la bañera.
-Alec,
para. Vas a hacer que me ponga roja a este paso.
-Para
ponerse roja hay que tener vergüenza, algo que tú ni siquiera sabes qué es, si
has tenido el morro de pedir un juego de sábanas de recambio para la cama.
-No
soy una sinvergüenza, soy previsora-respondió con altivez, y yo me reí.
-Sí,
y también una sinvergüenza-me reí, y disfruté del sonido de su risa
reverberando por la habitación. Aproveché el momento para echar un vistazo en
derredor, calculando lo que costaría una sola noche en aquella suite con vistas
al London Eye, que cambiaba de color en una cadencia lenta y armónica. Las
paredes eran blancas; los muebles, de madera oscura, y un par de sillones
orientados hacia una mesa baja, redonda, del mismo tono café tostado que el
resto del mobiliario, me recordaron nuestros orígenes. No pude evitar sonreír,
pensando lo lejos que habíamos llegado en tan solo unos pocos meses. Sabrae
había conseguido que me desnudara para ella de una manera en que jamás me había
desnudado para una chica; a cambio, ella me había dejado echar un vistazo en su
límpida y pura alma.
Volví
mi atención hacia el baño, en el que aún no había entrado, en el momento en que
escuché a Sabrae chapotear y canturrear en voz baja. Seguramente ni siquiera
fuera consciente de esa pequeña manía suya que tan adorable me parecía a mí, de
llenar cada estancia en la que estaba con música, de cualquier forma: sus
palabras, su risa, su placer, o su voz modulada al cantar. Podría quedarme
horas y horas escuchándola cantar, especialmente cuando lo hacía de forma
inconsciente, sin recordar siquiera que estaba acompañada.
Como
si supiera que necesitaba verla para poder creerme que era de verdad, Sabrae se
deslizó como el más precioso de los cisnes de vuelta al borde de la bañera, en
mi campo de visión. Se acurrucó en la esquina, cerró los ojos y se hundió
lentamente hasta que su barbilla arrancada ondas en la superficie. Se relamió
los labios y dejó escapar un suspiro de satisfacción.
-¿Vas
a dormirte ahí?-pregunté, sonriente, y ella negó con la cabeza, con los ojos
cerrados.
-Me
pondría como una pasa.
-Seguro
que ya tienes las piernas arrugadas-espeté, y ella abrió un ojo y replicó con
sorna:
-¿Seguirás
queriéndome cuando ya no sea joven y hermosa?
Incliné
la cabeza a un lado, de manera que mi sonrisa torcida estaba perpendicular con
respecto al suelo, y me mordí el labio.
-Si
eres Lana del Rey en Young and beautiful,
¿yo soy Gatsby?-Sabrae asintió-. Pues me faltan los fuegos artificiales.
-Yo
los veo cada vez que te beso-respondió, cerrando de nuevo el ojo y hundiéndose
en el agua un poco más, supongo que para que yo no viera su sonrisa. No pude
evitar que mi voz bailara cuando la pinché:
-Qué
coladita estás, ¿eh, Sabrae? Te estás poniendo roja, y todo.
Un
par de burbujas salieron a la superficie desde su escondite, y Sabrae se
deslizó hacia arriba, dejando a la vista el principio de sus pechos. Me hubiera
gustado poder ver su desnudez debajo del agua para así asegurarme de que no era
una sirena, pero también me gustaba que su cara flotara entre nubes de espuma:
reforzaba mi teoría de que era una diosa.
Nos miramos
un rato así, en silencio: yo sentado en la cama y ella sentada en la bañera,
completamente hechizados el uno por el otro. Ninguno de los dos se movió, y a
pesar de que diez personas podrían colocarse en fila india entre nosotros, yo
nunca me había sentido tan cerca y conectado con ella. Nos dijimos un millón de
cosas que no podían ponerse por palabras, y juro por Dios que sentí la
primavera llegando a mi interior, haciendo que todo floreciera antes de tiempo
a un ritmo acelerado.
Me di
cuenta entonces de que aquella habitación era la más cara del hotel porque era
la que tenía mejores vistas, aunque nada tuvieran que ver con Londres. Sabrae
apoyó la mejilla sobre un brazo, acurrucándose sobre el borde de la bañera, y
lanzó un suspiro trágico.
-¿Cansada?
-Me
has dado caña-reconoció.
-¿Me
perdonas?
-No
lo sé, ¿qué vas a hacer para que te perdone?-ronroneó, haciendo que algo dentro
de mí se despertara. Había un fuego en mis entrañas que llameaba con rabia
cuando estaba cerca de ella, o cuando la veía frente a mí, ya fuera a través de
una pantalla o en persona (claro que en persona, tenía que lidiar también con
su aroma, algo que me traía por la calle de la amargura cada vez que lo
percibía), y ese fuego tenía ganas de que le volvieran a echar gasolina para
prender todo el mundo a su paso.
-Creía
que eras tú la que estaba a mi disposición y no al revés-me recliné hacia
atrás, amo y señor de un cuerpo que había sido creado para complacerla.
-Siempre
me has dicho que no te importa que en nuestra relación no haya equilibrio.
-¿Que
no hay equilibrio en nuestra relación? Nena, ya hemos probado posturas que no
pueden hacer ni los del circo del sol.
-Ya
sabes a qué me refiero-respondió ella, en un tono que fingía fastidio no
demasiado bien.
-Oh,
sí, ese equilibrio-ronroneé, y paseé
los dedos por la cama-. Bueno, ¿qué piensas hacer para reequilibrar ese
marcador en el que me sacas tanta ventaja?
Sabrae
se acercó a la parte más cercana a mí de la bañera, se agarró al borde con los
dedos, se encogió de hombros y sonrió.
-Depende
de lo que me pidas.
-Sal
del agua-le dije en tono apremiante, y ella alzó las cejas.
-¿Y
si no quiero?
-Es
mi cumpleaños-le recordé.
-No-respondió,
negando con la cabeza-. Ya no-pero una sonrisa adorable seguía adornándole los
labios, haciéndome saber que haría lo que yo quisiera.
-Entonces,
¿qué hacemos aquí?-abrí los brazos, abarcando la habitación, y Sabrae sonrió.
Se incorporó y, lentamente, sacó su cuerpo del agua. Se quedó de pie, desnuda y
empapada frente a mí, con las manos en los costados, dejándome disfrutar de su
visión.
Me
había prometido una noche de sexo, y eso era lo que íbamos a tener.
No, yo tampoco necesité que Alec me dijera nada dos veces
esa noche. Cuando emergí del agua despacio, intentando ser lo más sensual
posible, no pude evitar recordar los videoclips de principios de siglo en los
que las chicas emanaban del agua como ninfas. Deseaba hacerlo bien mientras me
levantaba, pero cuando lo miré, supe que no habría podido hacerlo mal ni aun
intentándolo.
Me quedé
de pie frente a él, y aun a pesar de los metros de distancia que había entre
nosotros, pude sentir cómo la tensión volvía a escalar con la rapidez de un
géiser. Alec quería mirarme, disfrutar de mí.
-Buena
chica-celebró en un tono oscuro, rasgado, tan sensual que me puse cachonda en
el acto. Como si verlo desnudo y endureciéndose ante mí no fuera suficiente,
aquellas dos palabras dispararon mi libido hacia la estratosfera.
Sin
romper el contacto visual con él, y mientras sus manos se deslizaban a su entrepierna,
que comenzaba a espabilar a marchas forzadas, me senté en la esquina de la
bañera. Mis pies aún estaban en contacto con el agua, que lamía mi piel como
tratando de convencerme de que volviera a su abrazo cálido.
Lenta,
muy lentamente, separé las piernas, dejando que Alec viera mi sexo. Notaba cómo
los mechones de pelo más bajos de mi melena se me pegaban a la espalda mientras
la gravedad volvía a hacer efecto sobre ellos, y cómo se me erizaba la piel con
cada segundo que pasaba yo fuera del agua, pero en mi sexo sentía un calor que
no tendría nada que envidiar al del sol. Alec se relamió, se mordió el labio, y
se incorporó un poco más, para quedar mirándome directamente donde a mí más me
gustaba sentirlo.
Su
mano izquierda, la que siempre usaba para masturbarme, llegó a su miembro,
mucho más espabilado ahora que yo había empezado a exhibir mi feminidad. A modo
de respuesta, mis dedos descendieron a ese rincón de mi anatomía que le
pertenecía a él más que a mí, y lentamente, empezaron a masajearme en círculos.
Enrosqué los pies, buscando algún modo de sujeción para permanecer en esta
deliciosa postura un tiempo más, y me mordí el labio mientras miraba a Alec
dándose placer observándome.
Decir
que aquella situación me ponía como una moto era quedarse muy, muy corto. No es
que fuera la primera vez, ni mucho menos, que nos masturbábamos para que el
otro nos viera, pero sí la primera en la que lo hacíamos estando en la misma
habitación (bueno, suite). El resto de ocasiones, nuestros dedos habían llegado
para suplir la acción del cuerpo del otro, de su boca o de su sexo, daba igual;
pero ahora, lo que estábamos haciendo era simplemente disfrutar. Juntos, pero
no revueltos, como solía decirse. Recordé la tarde que pasamos en el iglú, a
oscuras, él dándome placer a mí, y luego yo dándoselo a él. A pesar de que yo
conocía mejor mis gustos, Alec se las apañaba para tocarme de forma que yo
disfrutaba más que si me lo hiciera a mí misma. Había puesto mucha atención las
otras veces, y allí me encontraba ahora, haciéndolo despacio, en la dirección
en que él me había enseñado sin pretenderlo, y de la manera en que él lo hacía
cuando eran sus dedos expertos, y no los míos, los que arrancaban sinfonías de
mi piel.
Contemplé
cómo su sexo crecía, se hinchaba hasta límites insospechados (siempre me
parecía más grande cuando lo veía que cuando lo sentía dentro, pues siempre
pensaba que aquello no me iba a caber y luego siempre nos las apañábamos para
hacerle sitio), y mis caderas empezaron a moverse como si lo sintiera dentro de
mí. Mis pliegues requerían las atenciones de su miembro, su sexo era una
apetitosa promesa de gozo.
De la
misma manera, mi entrepierna también floreció, abriéndose y preparándose para
el encuentro como una flor que intuye que se acerca el amanecer, y quiere
recibir al sol exhibiendo sus pétalos. Sentí cómo mis dedos se mojaban poco a
poco de ese dulce néctar que manaba de mi interior y que a él tanto le gustaba,
y me estremecí de pies a cabeza cuando esa humedad me sensibilizó un poco más.
Exhalé un leve jadeo que Alec se tomó como la señal para incorporarse y venir
hacia mí, caminando como si la tierra se estuviera moviendo bajo sus pies.
Avanzó hacia mí terrible y glorioso como un joven dios dispuesto a tomar las
ofrendas que sus más fieles súbditos presentaban en su templo, y yo supe que le
entregaría todo lo que él me pidiera. Todo.
Por
suerte, cogió un preservativo antes de atravesar la puerta del baño. Sin decir
nada, entró en la bañera por la parte más cercana a la puerta, se puso el condón
y se sumergió despacio en el agua, como un caimán a la espera de que su
inocente presa se acerque al borde de la balsa.
Me
tendió una mano, que yo acepté, y entré de nuevo en el agua. Me quedé en la
esquina, esperando a que él viniera a por mí, como efectivamente hizo. Puso las
manos a ambos lados de mi cuerpo, aprisionándome o protegiéndome, según se
mire, en la bañera, y se inclinó despacio hacia mi boca. Me incliné para
encontrarme con sus labios, y rocé los míos suavemente con los suyos. Le
acaricié el mentón, siguiendo las líneas que tan bien había esculpido su madre
en su rostro, y separé las piernas.
Alec
entró en mi interior despacio, saboreando mi boca mientras su miembro exploraba
mi sexo. La diferencia con cómo había sido la otra vez resultaba evidente:
mientras antes nos consumía el fuego, ahora estábamos rodeados de agua, el
elemento del que había surgido la vida. En lugar de lanzarnos de cabeza a las
llamas, nos derretíamos el uno para el otro, mezclándonos en una misma esencia.
Empecé
a sonreír en su boca, y él lo notó.
-¿Qué
pasa?
-Nada-negué
con la cabeza; seguramente eran cosas mías, pero me daba la sensación de que
estábamos llegando a un nuevo punto de no retorno que marcaría otro antes y
después en nuestra relación. Era un remolino de sentimientos en mi interior, a
cada cual más confuso y potente que el anterior. No quería que ese torrente de
emociones lo arrastrara a él también, de forma que sólo comenté-: Es la primera
vez que lo hago en una bañera, al menos para llegar hasta el final.
Alec
me sonrió con esos dientes que podrían ahorrarle la factura de la luz a toda la
ciudad. Sin romper el contacto visual conmigo, llevó sus dedos a un interruptor
en la pared, y entonces el agua empezó a burbujear.
-Es
la primera vez que lo hago en un jacuzzi-contestó, y yo sonreí, me abracé a él
y empecé a besarlo. Una estrella nació en mi pecho y empezó a calentar mi
interior, así que le susurré al oído:
-Quiero
una vida llena de primeras veces contigo, criatura.
-Todo
lo que hacemos es como una primera vez para mí, bombón-respondió, besándome en
los labios y moviéndose dentro de mí-. Oye, Saab, ¿los tauro no seréis, por
casualidad, un signo de fuego, verdad?
Me
encogí de hombros, sin saber a qué se refería. Cualquier otra palabra que no
fuera mi nombre o algo distinto a “te quiero” o “te deseo” carecía de sentido
ahora mismo para mí.
-No
lo sé, ¿por qué?
-Porque
ardes hasta en el agua, bombón.
Sonreí,
sintiendo que la estrella titilaba en mi interior cuando me incliné para
besarlo y continuaba moviéndome con él dentro de mí. Ya no buscábamos placer,
sino conexión. Lo hicimos despacio, tranquilos, pero no nos bastó con terminar
en la bañera. Seguí besándolo, con un brazo rodeándole el cuello y
acariciándole el costado con el otro, mientras él me sacaba del agua. Me hizo
poner los pies en el suelo un momento y se separó de mí el tiempo suficiente
para cubrirme con un albornoz, en un gesto cariñoso y amoroso que hizo que me
muriera de amor. De eso estaba hecho el remolino de mi interior: de amor, de
todos los tipos de amor. Por eso me sentía flotando en una nube, tan ligera
como una pluma a merced de las corrientes de aire, un globo aerostático que
sube y baja dependiendo de hacia dónde sople el viento, y que hace disfrutar a
sus pasajeros de unas vistas inigualables.
Justo
cuando pensé que no podía comportarse más como un caballero, se convirtió en un
príncipe azul, de los de cuento de hadas: me tomó en volandas y me llevó en
brazos hacia la cama, dejándome despacio sobre el colchón, asegurándose de que
no me hacía daño. Cuando mi espalda descansó sobre las sábanas y mi cabeza lo
hizo en la almohada, Alec me retiró la goma del pelo del moño que me había
hecho, y mis rizos se deslizaron por mis hombros. Los apartó con dos caricias.
-Eres
tan hermosa…-jadeó, como si fuera la primera vez que me veía desnuda. Yo doblé
las piernas en torno a él, entrelacé mis pies en sus caderas, y dejé que me
siguiera poseyendo. Cuando entró en mí esta vez, lo hizo terriblemente
despacio. Casi resultó insoportable. Era Dios sin prisa, creando el mundo;
Mozart componiendo La flauta mágica, Beeethoven
retocando Claro de luna y mi plato
favorito asándose al horno. Un helado de fresa derritiéndose al sol, un bombón
deshaciéndose lentamente en mi boca, nuestros cuerpos uniéndose por fin. Su
boca pronunciando mi nombre, sus labios en mis senos. Alec y Sabrae. Sabrae y
Alec. Amándonos por fin.
El
sexo destructivo estaba bien, pero cuando era como ése… no tenía comparación.
La
estrella de mi pecho empezó a crecer, y crecer, y crecer. Ahora tenía un tamaño
lo suficientemente grande como para sentirse encajonada entre mis costillas,
que ralentizaban su crecimiento de una manera dolorosa. Mientras mis manos
seguían las líneas de los músculos de Alec en su espalda, la estrella empezó a
calentar mis entrañas. Puede que sentir a mi hombre insuflando amor en mi
interior me estuviera trastornando, o puede que, después de todo, había llegado
el momento que los dos llevábamos tiempo esperando.
Como
siempre, Alec supo leer mis pensamientos antes de que yo terminara de
formularlos, porque se detuvo y se me quedó mirando, embobado y expectante a la
vez. Me dieron ganas de llorar viendo lo guapo y perfecto que era, y lo
afortunada que era yo. Tenía ante mí a un auténtico dios; no del sexo, sino de
lo absoluto. No había ningún ser en el universo que se comparara con Alec; él
era tan versátil, tan poderoso, que encajarlo en una única categoría
sencillamente no era justo. Puede que lo que habitaba en el Olimpo no fueran
más que prismas en los que se reflejaba su personalidad, sus distintas facetas.
Quizá, después de todo, los creadores de las religiones monoteístas no habían
andado tan desencaminados, después de todo: un dios es, por definición,
todopoderoso, y si todo lo puede, no tiene sentido que uno tenga la etiqueta de
“dios de la guerra” y otro “dios de la sabiduría”, como si no perteneciera todo
al mismo elemento de vida.
Pero,
si tenía que ser un olímpico, era evidente cuál sería. El rey de todos ellos.
Zeus, en su máxima expresión.
Me
acarició despacio la cara, como si yo fuera su creación predilecta. Desde
luego, cuando estábamos juntos, cuando nos acostábamos, yo me sentía su obra
maestra. No había nada que importara en el mundo más que yo cuando me quitaba
la ropa y me unía a Alec: él pasaba a un segundo plano, y yo lo adoraba aún más
por eso.
-Alec…-susurré,
saboreando su nombre. Que le hubieran puesto ése, y no otro, que tan bien
sonaba, ya era una pista de lo que en realidad era: el principio de todo. Que
su inicial fuera la primera palabra del abecedario no podía ser casualidad.
-Estoy
enamorado de ti-se me adelantó. Sus caderas, unidas a las mías, se movieron
deliciosamente cuando pronunció aquellas palabras, y lo único que pude pensar
yo fue “estoy completa por fin”-. Quiero que lo sepas. No quiero esconderme
más-me reveló, aunque yo ya lo sabía. Me lo había hecho mil veces, y en pocas
ocasiones me sentía yo tan querida como cuando estaba en sus brazos-. Me
gustas, estoy enamorado de ti, me apeteces, todo eso. Sé que tienes miedo de
que te haga daño, pero yo nunca lo haría, Saab. No a posta, al menos. Tenemos
algo que nos une, Sabrae. Una conexión-me cogió la mano y me la besó, y se me
llenaron los ojos de lágrimas-. Sé que la sientes, y no tienes que tener miedo.
Está vivo, y se mueve, y respira, y está dentro de nosotros… es real, Sabrae. Cuando te digo que medio
mundo no es nada, te lo digo convencido de que es así. Te esperé casi 18
años-sonrió, uniendo su frente a la mía-. Un año no va a cambiar nada de lo que
siento por ti.
La
estrella de mi interior dejó de rotar. Díselo,
Sabrae. Díselo.
Le
acaricié los brazos, aquellos brazos fuertes, que podrían destruirme si
quisieran, pero jamás lo harían, porque nunca querrían.
-Te
esperaré-le prometí, y su sonrisa chispeó en mi boca. Estaba deliciosa. Díselo, Sabrae. No puedes hacerle un mejor
regalo de cumpleaños-. Me va a doler, pero… te esperaré siempre.
-A mí
también me va a doler-confesó, riéndose-. Ya me va a doler cuando te deje en
casa después de esta noche increíble…-sacudió la cabeza y se relamió los
labios, pensativo. Sus ojos castaños volvieron a mí, sabios y antiguos como un
roble.
-No,
Al-musité, cogiéndole el rostro entre las manos-. No lo digo por eso. No sé
cómo sobreviviré a todo un año en el que no pueda decirte en persona lo que
siento, lo mucho que yo te…-su expresión cambió rápidamente, como si acabara de
ver un accidente de circulación en el que no habría supervivientes.
A la
velocidad del rayo, lo que me confirmó que era Zeus, me puso una mano en la
boca para impedirme seguir hablando, alarmado.
-¿Vas
a decirme que sí?-preguntó, y yo me estremecí de pies a cabeza. No podía
hacerme esto, y yo no podía hacerle lo que iba a hacerle. Bastante mal le había
hecho negándome hacía tres meses; no podía volver a pasar por aquello ahora. No
podíamos volver a la casilla de salida.
Pero
lo que había hablado con Pauline, con mi madre, con mis amigas… aún pesaba
demasiado en mi conciencia. Todas tenían razón, y yo en el fondo lo sabía. Alec
no se merecía que su primer noviazgo empezara con dudas. No se merecía medias
tintas. Era demasiado especial para que le dieran un sí a medias, y
desgraciadamente, aquello era lo único que yo podía ofrecerle.
En
sus ojos no había esperanza de que yo cambiara de opinión; eso es lo que nos
salvó a ambos de caer por el precipicio.
-No-susurré,
y él asintió con la cabeza, sorprendentemente aliviado. Su colgante del
colmillo de tiburón me acariciaba el esternón; el anillo que yo le había
regalado descansaba sobre la mesilla de noche, y traté de no pensar en si eso
sería una premonición. Llevaba a su chica griega siempre consigo, en cambio, a
mí…
Ni
siquiera con eso lo ataría a mí. Especialmente por eso no debía atarlo a mí. No, si lo hacía por miedo.
Jugueteé
con su colgante mientras sus ojos me taladraban. Su miembro aún estaba dentro
de mí, pero yo ya no sentía nada del estómago hacia abajo. Estaba demasiado
ocupada reteniendo la cena en él.
-Entonces,
prefiero que no me lo digas-respondió, apartándome el pelo de la frente y
depositando un tierno y casto beso en ella.
-Pero…
¿por qué?-pregunté. Quería confesarle lo que sentía. Ahora que ya lo había
hecho dos veces, una porque él me lo había pedido, y otra porque se me había
escapado, ya sabía cómo sonaban mis te quieros dedicados a él, y me parecía la
frase más bonita que pudiera pronunciar nunca. Alec tragó saliva, se relamió
los labios, y respondió:
-Porque
no quiero estar en África volviéndome loco, y reproduciendo en bucle lo que me
quieres decir, sabiendo cómo suena e imaginando cómo se lo dices a otro.
Abrí
los ojos, estupefacta, y sentí que la cabeza empezaba a darme vueltas.
-¡No
voy a decírselo a otro, Alec! ¡No se lo he dicho a nadie como te lo quiero
decir a ti!-protesté, escandalizada, y sentí que se me llenaban los ojos de
lágrimas-. No quiero que te vayas. Si eso supone que ni siquiera me vas a dejar
despedirme diciéndotelo, no quiero que te vayas-sollocé debajo de él, lo cual
le rompió el corazón. Si ya le mataba que yo me echara a llorar en su presencia
(sobre todo cuando pensaba que era por su culpa), que lo hiciera mientras
hacíamos el amor era una traición a la que él no iba a sobrevivir.
Sin
embargo, consiguió reponerse pronto. Me tomó de la mandíbula y me hizo mirarle
a los ojos.
-No
me voy a ir realmente, amor-susurró, y yo me quedé sin aliento. ¿Tan
terroríficas eran las palabras “yo” y “te” que no soportaba que las encadenara
con ese último apelativo?-. Voy a estar aquí-me puso una mano cálida en el
pecho-. Aquí-me besó la frente-. Y, con suerte, también aquí-llevó una mano a
nuestra unión, acariciándome suavemente la cintura. Tiró despacio de mí para
pegarme aún más a él, y la presión que su cuerpo ejercía en el mío bastó para
tranquilizarme. Puede que en mis pesadillas yo estuviera sola, pero ahora no
estaba viviendo esas pesadillas. Él aún estaba conmigo.
Alec planeó
como una pompa de jabón en un día de verano hacia mi oído.
-Escapándome
en tus suspiros, mientras otros te poseen.
-Nadie va a poseerme-repliqué, alarmada pero a
la vez tranquila-. No voy a darle a nadie lo que te doy a ti. No tengo dos
corazones, sólo uno, y es completamente tuyo, y mi cuerpo…-volvió a callarme,
esta vez poniendo un dedo sobre mis labios. Se relamió los suyos y negó con la
cabeza.
-Ya
sé que no te gusta que te diga que eres mía, pero me gusta escuchar, fantasear con
lo imposible de esa idea. Porque me vuelve loco tu libertad, Saab. Me enloquece
tu pasión por vivir la vida. Me fascina cómo me miras después de correrte
estando encima de mí, como perdonándome la vida porque yo estoy tardando
demasiado, y haciéndome el favor de no detenerte antes de que yo acabe. Adoro cómo
gritas mi nombre cuando no hay nadie más en casa, sólo porque sabes que me
encanta escucharte. Me gusta cómo te coges al cabecero de la cama para que vaya
más profundo. Adoro la manera en que me buscas en la oscuridad. Me apasiona
cómo eres capaz de despertarme con una mera caricia. Y sí, seguramente pienses “sólo
me quiere por el sexo”, pero te quiero por todo: por cómo me adoctrinas, y también
cómo me enseñas-sonrió, cómplice-, cómo me riegas con tu sabiduría como si
fueras lluvia, y yo una planta en sequía; cómo me sonríes al verme, y las pocas
ganas que tienes de soltarme la mano cuando te dejo en casa, y cómo tus dedos
buscan los míos cuando voy a recogerte, o al vernos por primera vez; y el tacto
de tus rizos en mi mano y tu cintura contra la mía, la forma en que mis dientes
chocan con los tuyos cuando te digo que eres preciosa y lo mejor que me ha pasado
en la vida, antes de besarte; y tú sonríes, y yo beso tu risa. Y cómo me haces
de rabiar, y me sacas de quicio, y consigues que no te soporte y menos soporte
aún vivir sin ti… Pero es especialmente en el sexo donde yo más lo veo.
Comparadas contigo, las demás no son nada. Todo lo que hice con ellas se puede
considerar variantes de besos. Eres tú la que me descubre un nuevo universo de
placer. Es contigo con la que me estoy acostando por primera vez en mi vida. Incluso
cuando floreces para mis manos, me haces disfrutar más de lo que nunca he hecho
en mi vida.
Me quedé
callada, observándolo. ¿Cómo podía decirme todo aquello y pretender que yo no
le respondiera que él era el único hombre con el que quería estar el resto de
mi vida? ¿Que mi corazón era suyo? ¿Que le amaba?
-Pero
eso no es lo mejor de todo. Lo mejor de todo es… que me correspondes. Sé que lo
haces. Todo el mundo te lo nota, pero yo lo noto más. Lo noto en todas las
cosas que han hecho que me enamore de ti. Te gusta estar conmigo como a mí me
gusta estar contigo, te gusta besarme mientras sonrío igual que a mí, te gusta
mandarme mensajes de madrugada porque sabes que te contestaré, y porque sabes
que si no puedes dejar de pensar en mí, lo mejor es mandarme un mensaje y
hablar, y estar juntos aunque estemos separados. Me correspondes, Sabrae, y eso
es lo mejor que ha podido pasarme en la vida-me acarició la mejilla con el
pulgar-, pero también sé que te he puesto en una posición muy jodida, y por eso
te ha dado miedo hasta ahora admitirlo, pero… me quieres igual que yo te quiero
a ti. Puede que yo te quiera más-bromeó-, que yo esté enamorado y tú sólo estés
pillada…
-Eso
no es verdad-protesté-. Sabes que está equilibrado. Te correspondo en
absolutamente todo.
Sonrió,
agradecido, y frotó su nariz con la mía.
-El
caso es que… se te nota, ¿sabes? Que sientes algo por mí que no has sentido
antes. ¿Me equivoco?-esperó a que le rebatiera, y como no lo hice, sonrió con
altivez-. Ya me parecía. Contigo me he dado cuenta de que el amor está en los
más pequeños detalles, ¿sabes? Y tú lo destilas incluso cuando pronuncias mi nombre.
Nadie ha pronunciado mi nombre así jamás, y estoy convencido de que tú tampoco
has pronunciado otro nombre así… y precisamente por eso dejé de estar con otras
chicas antes de que me lo pidieras. Sabía que ellas no me darían lo que tú me
dabas. Puede que alguna vez me llamara enrollarme con alguna, pero… ¿sexo? Nunca.
Sólo quiero sentirte a ti, sólo quiero estar dentro de ti, porque sé que tú
también me eres fiel incluso aunque no quieras. Sé que me consideras tu pareja
aunque yo no lo sea, y yo no te voy a traicionar, te lo prometo-me juró,
mirándome a los ojos-. No faltaré a esa confianza ni a las promesas que nos
hacemos cada vez que nos besamos o nos acostamos. Eres un poco mía, y lo sabes,
y yo soy completamente tuyo. Pero, por favor, no me pidas que me vaya
habiéndotelo escuchado decir, porque no voy a poder soportarlo. No, si no dejo
atrás algo que justifique que sueñe contigo cada noche, diciéndomelo en bucle,
mientras duermo en un colchón de mierda, en un rincón perdido del mundo.
Tenía
los ojos anegados en lágrimas. Me costaba respirar. Alec trató de separarse un
poco de mí para darme espacio, pero yo negué con la cabeza.
-No,
por favor. No. Cada milímetro que hay entre nosotros me duele-Alec me rodeó con
los brazos y tiró de mí suavemente para levantarme, de modo que quedé sentada
sobre su regazo, con las piernas alrededor de su cintura. Aún le tenía dentro
de mí-. Por eso… no estoy preparada para aceptar tu propuesta. Nada me gustaría
más, Al, de verdad…
-Lo
sé-asintió despacio, apartándome el pelo de la cara.
-Pero…
tú te mereces más. Te mereces a alguien que no sea tan egoísta como para pedirte
que te quedes a la mínima oportunidad, y alguien que no sea tan cobarde como
para que le aterre la posibilidad de estar lejos de ti un año como lo hace
conmigo.
-No
eres una cobarde. Lo que pasa es que no te soy indiferente-respondió, besándome
el hombro-. Y eso me encanta.
-No
sabes las cosas horribles que se me pasan por la cabeza cuando estoy de bajón y
recuerdo que tienes pendiente el viaje a África. Que encontrarás a una africana.
Que te enamorarás de ella. Que no vas a volver…
-Ya
he encontrado a una africana. Y me he enamorado de ella-me miró a los ojos, me puso
una mano en la mejilla, apartándome el pelo de la cara mientras sus dedos
hacían las veces de peine-. Y no voy a volver, porque no me voy a ir del todo. Mientras
uno de los dos esté vivo, Sabrae, mi amor por ti existirá. Si yo me muero antes
que tú…
-Te
vas a un voluntariado y no todos los voluntarios vuelven, Alec, no hables como
si tuvieras ochenta años, porque las posibilidades de que…
-¿Es
eso lo que te da miedo? ¿Que me pegue un bocado un hipopótamo y no pueda volver
contigo?
-No
tiene gracia.
-Sabrae
Gugulethu Malik-protestó, muy serio de repente-. Va a hacer falta algo más que
una puta bomba de obesidad que corre que se mata para que yo no envejezca a tu
lado, ¿me estás escuchando? ¿Te crees que te digo que vas a parir a mis hijos
por hacer la coña? ¿Porque soy un dramático de mil pares de cojones, o porque
presto más atención de la que digo a las telenovelas de mi madre? Tú y yo vamos
a tener críos, nena-me prometió-. Pienso sentarme en el porche de nuestra casa
a ver jugar a nuestros nietos al sol. Y luego, de noche, cascarla mientras
echamos un polvo. Lo siento si te dejo a medias; te prometo que no será mi
inten… ¡AU!-tronó cuando yo le di un manotazo todo lo fuerte que pude en el
brazo.
-¡No
estoy bromeando, Alec!
-¡Y
yo tampoco, Sabrae! ¿De verdad te crees que yo estaría considerando siquiera la
monogamia con otra que no fueras tú?-espetó-. Voy a volver. Igual hasta
secuestro una cría de jirafa y la criamos entre los dos en el jardín. Te gustan
las cosas altas-acusó, y yo fruncí el ceño.
-¿A
qué viene eso?
-Bueno,
no sabías que era el que la tenía más grande de mi grupo de amigos cuando te
enrollaste conmigo, así que lo único que se me ocurre es que te van los altos,
y yo soy el más alto, así que… ¡NO ME VUELVAS A PEGAR, SABRAE!-bramó, viendo que
levantaba de nuevo la mano-. Como me vuelvas a poner la mano encima, te echo un
polvo que te dejo paralítica, ¡a ver cómo te las apañas entonces para
defenderte!
-Sabes
que la gente paralítica sigue moviendo los brazos, ¿verdad?
Me dedicó
su mejor sonrisa de Fuckboy®.
-Por
eso me gustas tanto, nena. Estás buenísima, follas que te cagas, tienes un cerebro
dentro de este cabezón, y…
-¿Y?
-Tienes
el coño más delicioso que he probado en mi vida. O puede que eso sólo sea el
amor-reflexionó, y yo tuve que controlarme para no reírme-. ¿A ti mi lefa te
sabe mejor que la de otros con los que hayas estado?
-Bueno,
es de estrella Michelín-reconocí, y Alec se hinchó como un pavo-. Pero la de Hugo
sería de tres estrellas.
Parpadeó,
se masajeó la sien y negó con la cabeza.
-Mañana
mismo llamo al voluntariado para decirles que me voy la semana que viene. Estoy
hasta los cojones de tirarme a la mayor hija de puta que ha conocido Londres.
-¿Yo
soy la hija de puta? ¿Yo?-pregunté, empujándolo para que cayera sobre la cama. Sonrió.
-Uhhhhh,
me gusta el cariz que está tomando esto.
-¿Yo?-insistí-.
¿Yo, que no puede confesarte sus sentimientos a pesar de la perorata que me has
echado sobre lo mucho que te importo y cuánto te he cambiado la vida?
-Me
estoy poniendo malísimo en esta postura, ¿podemos seguir follando y luego lo
discutimos?
-No,
lo vamos a discutir ahora.
-¿Ves
cómo eres una hija de puta?
-Tienes
más cara que espalda. Vamos, Alec, ¿por qué soy yo la mala de la película?
-No
puedes estar cabreada en serio porque no te deje decirme que me quieres, que
morirías por mí, que soy lo mejor que te ha pasado en la vida, y todo ese
rollo, después de lo que te he dicho yo. ¡Venga! Eres hija de un compositor y profesor de Literatura. Tienes que
reconocerme algún mérito, nena. Para una vez que consigo una sinapsis completa,
no puedo dejar que la estropees. Soy de clase obrera.
Me eché
a reír.
-¿Qué
tiene que ver la clase obrera aquí?
-Pues
que no tengo las mismas oportunidades educativas que tú.
-Alec,
vamos literalmente al mismo instituto. Y tus padres te pagan la matrícula.
-Sí,
soy un mantenido de mierda-torció la boca y asintió con la cabeza, con la
mirada perdida-. Bueno, ¿seguimos follando o qué?
Parpadeé
despacio, fulminándolo con la mirada. Se frotó los ojos y suspiró.
-Pues
nada. Has querido vengarte por cuando me muera mientras echamos un polvo con 80
años-asintió-. No pasa nada. La culpa es mía, por bocazas. Si no te hubiera
dicho nada…
-Primero
quiero aclarar algo. Luego seguimos-respondí, apartándome el pelo del hombro y
esperando a que él se incorporara. Alec gruñó.
-No
soy un genio en las mates, pero, ¿nunca has oído eso de que el orden de los
factores no altera el producto, nena?
-En
este caso sí lo va a alterar. Vamos, ¡arriba!-insté, cogiéndole la mano y
tirando de él. Alec se incorporó hasta quedar de nuevo sentado, y automáticamente
me pasó la mano por la cintura, para que yo no me cayera. A modo de respuesta,
mis manos se posaron en sus hombros-. Te voy a esperar.
Alec puso
los ojos en blanco.
-Sabrae…
-No, ya
has tenido tu turno de palabra. Ahora me toca hablar a mí. Pienso esperarte,
¿me estás escuchando? Te voy a esperar, y te voy a ser súper fiel (porque,
sinceramente, me parece un poco mal que pienses que me voy a dedicar a acostarme
con todos los chicos que se me pongan a tiro en cuanto te vayas), y te voy a
demostrar que estás equivocado al pensar que tú me quieres más de lo que yo te
quiero a ti. Porque sencillamente no es así, Alec-me encogí de hombros-. Lo siento
si te parece algo tremendamente impactante, pero no puedes ganar en todo. Hay cosas
que no son una competición, y el amor lo es. No me dan miedo mis sentimientos
hacia ti; de hecho, estoy muy orgullosa de ellos. Lo que me da miedo es cómo lo
llevaré cuando te vayas. Sé que voy a sufrir, y el tiempo no va a pasar igual
para mí que para ti, porque tú vas a estar ocupado y yo voy a tener todo el
verano por delante antes de empezar las clases y distraerme… pero tengo total y
absoluta confianza en que me seguirás respetando. Y yo pienso seguir
respetándote a ti también. No obstante, hay cosas que no podemos controlar, y
si tú conocieras a una chica…-me froté las manos tras su cabeza, atragantándome
con las palabras-. Bueno, digamos que no me sentiría del todo cómoda sabiendo
que habrías renunciado a algo que te apetecía y te habría hecho más llevadero
tu tiempo en el voluntariado sólo por permanecer casto y puro para mí. Porque a
mí no me importa que te desfogues, ¿sabes? No pretendo, ni mucho menos, que te
pases un año entero sin tener sexo.
Alec parpadeó.
-¿Crees
que me va a apetecer con otras que no seas tú?
-Es
algo que no puedes controlar. Ninguno de los dos puede. Ahora estamos bien
porque estamos juntos, estamos satisfechos, pero… seamos francos, Alec. Tú ya
eres un hombre. Tienes necesidades de hombre. A mí todavía me faltan unos años
para experimentar lo que tú estás experimentando ahora mismo. Yo voy a sufrir
por tenerte lejos, porque estoy acostumbrada a que estés siempre cerca de mí,
pero tú… no me parece realista imponerte un período de castidad tan largo, la
verdad.
-No
sería imponérmelo; lo elegiría yo porque quiero, y las cosas que eliges son más
fáciles de sobrellevar. De todas formas, Sabrae… creo que sobrevaloras mucho mi
necesidad de tener sexo. Es decir, no es culpa tuya; no, después de ver mi
historial, pero… digamos que el Alec que era hace unos meses no se habría
pensado dos veces el tirarse a una tía si le apetecía, pero el Alec que soy
ahora ni siquiera sentiría ese impulso. Yo también soy muy físico, pero el contacto
que necesito es contigo-buscó mis manos y las entrelazó con las suyas,
mirándome a los ojos.
-Me
parece que… no sirve de mucho ponernos a elucubrar ahora. Sólo te explico mis
razones.
-Lo entiendo,
y lo respeto, bombón. Ya lo sabes. Sólo te estoy dando mi punto de vista. Pero piensa
una cosa: si la situación fuera a la inversa, ¿sentirías algún tipo de
tentación?
-Es
que no lo sé, Alec. Aún no tengo 18-contesté-. No sé cómo voy a cambiar en los
años que me faltan.
-Ahí
es adonde yo quiero llegar, Saab. Yo sí sé cómo se comporta la gente de mi
edad, los tíos de mi edad, porque soy
uno. Y si te prometo que no voy a hacer nada, es porque voy a cumplir esa
promesa. Confía un poco en mí.
-No
es que no confíe en ti. Todo lo contrario-respondí, acariciándole el pecho-. Tengo
una confianza ciega en ti; ése es precisamente el problema. Sé que si me dices
que no vas a hacer nada, no lo harás, pero odiaría sentirme responsable de
frustrar tus deseos, sobre todo si el período de tiempo es tan largo. No es lo
mismo que te controles cuando sales de fiesta por respeto a mí, a que lo hagas
cuando estás un año fuera de casa. Porque, claro, piensa que también vas a estar
un año solo. Formarás nuevos lazos de amistad, quizá alguien te llame la
atención… y no quiero que tengas alto atándote de tu vieja vida.
-Nada
que se refiera a ti podría ser mi vieja vida, bombón-contestó, dándome un beso
en los labios. Me relamí para saborearlo-. Tú eres lo primero que me pasó en mi
nueva vida, y no voy a cambiarla más veces. No puedo, ni quiero. Además… piensa
que, si no me dices que me quieres hasta que no vuelva, tendré un incentivo
extra para portarme mejor.
Suspiré,
mordisqueándome el labio. Alec estudió mi rostro cuando yo clavé los ojos en Londres,
que seguía con su vida a pesar de lo trascendental del momento que estábamos
viviendo Alec y yo. El silencio que se instaló entre nosotros era gélido;
tanto, que Alec empezó a acariciarme la espalda para protegerme del frío.
Y,
cansado del invierno que caía sobre nosotros, Alec encontró la solución a ese
descenso en picado de las temperaturas. Tras unos instantes observándome y
sopesando qué era lo más importante, finalmente pronunció las palabras mágicas,
las que se moría por pronunciar, y las que yo más temía… porque no sabía qué
era lo que iba a contestar.
-¿Quieres
que me quede?
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕
Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
Llevo una semana pensando que en este capítulo vendrías con toda la artillería pesada, que sería un despliegue de literatura erótica que dejaría a la de 50 Sombras a la altura del betún y joder, no niego que el polvo ha sido la hostia, la boca seca me ha dejado pero no sé qué cojones te ha poseído a mitad del capítulo que te has pasado el juego de los escritores. Creía que la carta de Sabrae de cuando se reconciliaban después de Navidad era la mejor declaración que habías escrito nunca y aun que puede que siga siéndolo tenía un alto contenido previsible y creo que por eso me ha impactado tanto la declaración de Alec. Mientras a Sabrae se le llenaban los ojos de lágrimas escuchándolo hablar, a mi me pasaba lo mismo, no me esperaba una mierda esa confesión, ese despliegue de sentimientos, ha sido brutal.
ResponderEliminarCreo que ha sido tan bueno y tan sorprendente que conforme iba leyendo me he dicho “Ya está, se los ha pasado a todos, el puto fuckboy que me daba tirria cuando empecé a leer cts hace ya tantos años se ha convertido en mi personaje favorito de todos los que ha parido la mente de Erika. Ya está”
Posiblemente flipes con que sea justo este capítulo y ese momento en el que me decida por fin a admitir que Alec ha ocupado ese puesto en mi corazoncito de lectora que siempre pensé que sería de Scott, pero creo que es como siempre, me di cuenta de que Alec estaba a la misma altura de Scott de sopetón, cuando te decidiste a narrar más a través de él y se empezó a ver como de humano era y ha sido ahora también de sopetón que creo ciegamente y sé que el personaje de Scott me marcó muchísimo, me dejó tocada toda el durante un tiempo cuando lei su muerte, pero es que Alec literalmente me ha hecho olvidar que hay otros protagonistas masculinos literarios durante al menos el tiempo que he leído este capítulo. Adoro sentirlo tan dentro de mi cabeza cada vez que narras un capítulo a través de él, me encanta como tiene tantos fallos que es imposible no adorarlo, como a primera estancia parece tan hermético y sin esperarlo se abre como una flor, como ahora, creo que el hecho de que poco a poco se haya hecho con ese primer puesto en mi corazón ha sido paralelo a como ha ido cambiado y se ha ido abriendo durante la novela, sin duda alguna no ha sido Alec en si lo que me terminado por pillarme, sino su evolución que sigue sin tener fin. Me alegro muchísimo de haberte aconsejado ayer que te esperases un día más publicar y dejases que algo te ayudase a inspirarte un poco más. Te has coronado jodida.
Pd: siguiendo con el alto contenido imprevisible me has dejado descolocada con que hayas metido ESA pregunta justo en este capítulo.