domingo, 31 de mayo de 2020

Fuego de boxeador.


¡Toca para ir a la lista de caps!

El rugido de la gente saboreando la batalla que se iba a desarrollar dentro de unas pocas horas reverberaba dentro de mis costillas. Hacía que mi respiración se descontrolara y que los latidos de mi corazón se acelerasen hasta casi duplicar su velocidad.
               Alec, que me había cogido de la mano apenas habíamos salido de la parada del metro, se giró un momento y me sonrió. Volvió a escanear mi conjunto con la mirada, tiró un poco de mí y me besó en la sien.
               -¿Estás nerviosa?-preguntó, y yo asentí con la cabeza, notando un sorprendente nudo en mi estómago. No me estaba jugando nada, de hecho, ni siquiera sabía si estaba realmente interesada en lo que estoy a punto de presenciar. Yo sólo había venido por acompañarle. Por acompañarle, y por estar con él.
               La única razón de que yo fuera a ver un  combate de boxeo era que a él le había hecho  ilusión llevarme. No voy a mentir: me picaba la curiosidad por ver cómo era ese deporte del que se habían hecho películas tan épicas, pero si Alec no me hubiera invitado a ir a uno, me habría ido a la tumba tan tranquila sin haber visto en persona un cuadrilátero. Y, aun así, el hecho de que me hubiera querido llevar con él, renunciando a que Jordan lo acompañara, me hacía una especial ilusión; ilusión a la que teníamos que añadir el hecho de que fuéramos a pasar un fin de semana juntos, lejos de nadie que nos conociera; el primer fin de semana en que podríamos ser completamente libres. Podría pedirme que fuéramos a un concierto de algún cantante que yo detestara, y habría aceptado igual, todo con tal de disfrutar de esa libertad que me había regalado.
               Hasta hacía muy poco, sentía curiosidad. Ahora, no estaba segura de en qué consistía esa mezcla de sensaciones en mi interior.
               -Emocionada-conseguí decir, y él asintió y sonrió, volviendo la cabeza de nuevo al impresionante edificio que teníamos delante. Estaba acostumbrada a estadios y demás zonas pensadas para espectáculos públicos, pero nunca pensé que un combate nacional entre un novato y un campeón podría reunir a tanta gente como para despertar terremotos en los cimientos de una construcción tan inmensa como la que teníamos delante.
               Es más, es que nunca había pensado que el boxeo pudiera concentrar a tanta gente como para llenar un estadio como ése.
               Nos acercamos a una de las entradas, en la que había menos cola. Alec entregó nuestros billetes de ida a ese espectáculo y esperó pacientemente mientras el guardia de seguridad las examinaba. Me pidieron que entregara la mochila y nos preguntaron si llevamos armas, algún objeto punzante, o drogas en el interior. Negamos con la cabeza. ¿Alcohol? Alec negó con la cabeza mientras yo me mordía la cara interna del labio. El segurata, de unos nada envidiables dos metros, se apartó para dejarnos paso cuando el encargado de las entradas asintió con la cabeza y me devolvió mi mochila, que anudé y me volví a colgar a la espalda.
               Atravesamos el pasillo y el rugido aumentó de volumen a medida que vamos acercándonos al ring, como si la pelea empezara antes de lo que indicaban nuestras entradas y fuéramos a pillar el combate empezado. Me estremecí y apuré el paso, odiando lo mucho que habíamos tardado en encontrar un vagón de metro en el que embutirnos con nuestras cosas (Alec había decidido dejar pasar un par de trenes al ver la cara que puse cuando estos se detuvieron en el andén, abarrotados) y sintiendo que el estómago empezaba a retorcerse en mi interior: si habíamos llegado tarde, no me lo perdonaría. Por mucho que Alec dijese que le daba igual, yo sabía que no era así.
               Como si se hubiera dado cuenta de mi cambio de humor, Alec me rodeó la cintura con el brazo y me presionó suavemente la cadera con los dedos, invitándome a tranquilizarme y a aminorar el paso. No había necesidad de que apurara a mis pobres pies, que se despegaban del suelo como si éste tuviera una fina capa de líquido atrapamoscas cada vez que los levantaba para seguir avanzando. Levanté la cabeza y miré a mi chico, que me devolvió la mirada desde arriba, como la aparición de un dios, y me dio un beso en la sien. Tranquila, me decía con ese simple gesto; a veces se me olvidaba lo fácil que le resultaba a Alec leerme. De hecho, todavía me sorprendía a mí misma cuando interpretaba sus más mínimos gestos, escuchando sus pensamientos como si los hubiera manifestado en voz alta.
               Tomé aire y lo solté muy despacio, normalizando los latidos de mi corazón desbocado. Vale, quizá hubiera sido un poco cínica al creer que lo del combate no me importaba. Lo cierto era que sí: a papá le había gustado el boxeo desde siempre, y de vez en cuando le había pillado viendo combates cuando se suponía que nadie le veía (a mis padres no les parecía bien que nos expusieran a semejantes espectáculos de violencia en nuestra más tierna infancia), así que puede que mi decisión de hacer kick-boxing estuviera un poco influida por él. Los movimientos de mi disciplina eran elegantes, rápidos y ágiles, y en cierto sentido me resultaban familiares… porque había visto a mi padre disfrutar de su deporte hermano.
               En definitiva: el combate me interesaba más de lo que había querido pensar en un principio… sobre todo porque me daría una idea de cómo había sido Alec en sus momentos de gloria, esa época épica perdida que yo no iba a poder recuperar.
               Sonreí al darme cuenta de que estábamos reequilibrando la balanza, pues esa misma semana, Alec había acudido a la primera manifestación de su vida cogido de mi mano cuando lo llevé al 8m. No era tan tonta como para pensar que lo hacía por su creciente preocupación por el feminismo, sino porque quería ver una faceta de mí misma a la que pocas veces le otorgaba el control: mi parte más revolucionaria.
               Así que allí estábamos… la manifestante y la vieja gloria, regresando juntos al lugar en el que Alec se había labrado un nombre hacía tiempo. He de confesar que me causaba una curiosa sensación de orgullo entrar con su brazo en mi cintura, proclamándome suya, como si fuera el trofeo que tanto había luchado por conseguir y del que por fin podía presumir. Y cuando su mano se bajó a mi culo y me lo apretó con ganas, hundiendo sus dedos en mi carne, un escalofrío me recorrió desde la punta de los pies al nacimiento del pelo, y le miré sonriente. Alec me guiñó un ojo, y toda mi preocupación desapareció, como siempre.
               Enredados como jamás podíamos dejar de estarlo cuando estábamos uno cerca de otro, salimos por una puerta del anillo interno del estadio y nos adentramos en el patio de butacas.
               Hice que Alec se detuviera cuando yo misma me quedé clavada en el sitio, girando sobre mis talones y observando, maravillada, todo lo que había a mi alrededor. Había estado en muchos estadios, y sin embargo ninguno era como ése.
               Las butacas, de un intenso color rojo, como la sangre que se derramaría pronto en el pequeño cuadrilátero, estaban repartidas a lo largo de una estancia circular e inclinada, observando todas al mismo punto azul del centro de la estancia, como si fueran abejas obreras en la ceremonia de coronación de su reina. Miles y miles de personas abarrotaban ya los asientos, haciendo de la estancia un hervidero de actividad y movimiento que nada tendría que envidiar a una colmena. En la parte superior, una cristalera sostenía el techo negro, y dentro de ella se veían figuras grises moviéndose de un lado para otro, ultimando detalles, cerrando negocios y apuestas de todo tipo; algunas, incluso, no tenían que ver nada con el deporte.
               Pero lo que más me llamaba la atención era el cuadrilátero. Era tremendamente pequeño, mucho más de lo que me esperaba, y, a pesar de todo, me parecía un lugar sagrado. Exudaba la energía del primer templo de una religión. Brillaba como la Luna en una noche de principios de mes, con la energía de los focos que por todos lados se orientaban hacia él. Las cuerdas, cuatro, eran como guardianes de una lona a la que todo el mundo en ese lugar, incluida yo, respetaba y veneraba a partes iguales.
               El cuadrilátero era tan importante que era el único lugar en el que no se percibía ningún movimiento, el único lugar en silencio en esa intensa cacofonía. A su alrededor, un pequeño espacio de baldosas blancas lo rodeaba como el anillo más grueso de Saturno. Sólo pequeñas motitas negras, que eran como los lunares de un dálmata, interrumpían en periodos irregulares la blancura de su protección. Sillas plegables, supuse que para el equipo de los combatientes.
               Y, sobre el cuadrilátero, flotando con un aura fantasmal, y cambiando de color con el ritmo de unos anuncios a los que nadie estaba haciendo ningún caso, cuatro pantallas, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales de ese estadio. Me las quedé mirando mientras hacían un repaso de las trayectorias de los dos boxeadores.
               Contuve el aliento y Alec se acercó a mí.
               -¿Era lo que te esperabas?
               -Mucho mejor de lo que me esperaba-contesté, y él sonrió, me atrajo hacia él y me dio un beso que supo al entusiasmo de compartir con la persona más importante para ti algo que también es esencial en tu vida. Me alegré muchísimo de que me haya ofrecido a mí la entrada que sus padres le habían por su cumpleaños, pero no por las razones por las que lo había hecho antes. Quería hacer esto con él. Había escogido el camino difícil conmigo. Podría haber ido con Jordan y todo le habría dado menos problemas; podrían haber vuelto a Londres de madrugada, en lugar de al día siguiente, como tendría que hacer conmigo, porque ya estaba empezando a cansarme y los zapatos de plataforma me estaban haciendo daño.
               Me alegraba de que eligiera el camino difícil conmigo, porque quería descubrir un mundo nuevo con él.
               -No sabes lo que me alegro de que estés aquí, conmigo-me dijo mirándome a los ojos, y yo sonreí, asentí con la cabeza y le devolví el beso. Me acarició las mejillas con los pulgares, y por un instante el mundo a nuestro alrededor, con ese vital zumbido, se evaporó. La historia dejó de existir, el tiempo se congeló y se desintegró, y sólo estábamos nosotros dos, mirándonos a los ojos, fortaleciendo aún más esa conexión que sentíamos y que nos impedía alejarnos el uno del otro por mucho que quisiéramos. Si medio mundo no era nada, ¿qué eran los pocos centímetros que separaban nuestras bocas?
               -Y tú no sabes lo que me alegro de que me hayas pedido que viniera contigo-susurré, notando sus huellas dactilares acariciándome los labios. Alec esbozó la típica sonrisa que me indicaba que estaba a punto de cargarse el romanticismo del momento sin que a mí me molestara. Había momentos para ser intensos, como cuando estábamos en habitaciones de hotel, y momentos en los que había que comportarse como dos personas acostumbradas a estar en sociedad.
               -Sienta bien decirme que sí, para variar, ¿eh?-me pinchó, y yo me reí. Se puso serio de repente, mirando la arruguita que se me formaba en el ceño cuando me echaba a reír-. Con lo que lloró tu padre cuando fui a buscarte a casa, pensé que no te dejaría marchar-una sonrisa relampagueó de nuevo en su boca, restándole hierro al asunto. Una cosa era que Alec cada vez tuviera menos problema expresando sus sentimientos y dando rienda suelta a sus emociones, y otra muy distinta era que se sintiera cómodo cuando lo hacían otros hombres como lo había hecho papá.
               Me mordí el labio. Lo cierto es que a mí también se me había hecho duro irme de casa, aunque sabía que volvería la noche siguiente, por cómo estaba llevando papá la ausencia de Scott. El día que mi hermano se fue de casa fue muy duro para todos; por suerte, Duna, Shasha y yo nos teníamos las unas a las otras para apoyarnos durante la ausencia de Scott: nos habíamos puesto la ropa que había dejado en el armario y nos habíamos metido en su cama, abrazándonos las unas a las otras, limpiándonos las lágrimas cuando a una se le hacía demasiado difícil, y dándonos un calor que normalmente le correspondía emanar a Scott.
               Papá y mamá, sin embargo, no podían meterse en la cama de Scott y fingir que estaba allí con la misma facilidad que nosotras. Durmieron abrazaditos, acariciándose, pero los dos sabían que había algo que les faltaba: el saber que, al otro lado de la pared, la razón de que se juntaran por primera vez dormía apaciblemente. Mamá, al menos, tenía la seguridad de que Scott los quería a ambos, pero papá… papá había convivido demasiado con la frialdad de mi hermano como para que no le calara en los huesos, y pensar que Scott estaba un poco mejor sin él, de modo que estaría con la guardia baja cuando el mundo se le echara encima, como le pasó a nuestro padre cuando contaba los mismos años que mi hermano.
               -Papá tiene el síndrome del nido vacío por Scott-expliqué, y Alec parpadeó, prestándome toda su atención. Dado que no me preguntó qué era, supuse que él también se había dedicado a buscar en Google qué les pasaba a los padres cuando sus hijos se iban de casa, probablemente con vistas a cómo llevaría su madre lo de su marcha a África. Eso me entristeció, pero decidí apartarlo a un rincón: no iba a dejar que me aguara la noche-. Incluso cuando no estaba mucho en casa, se notaba su presencia.
               En la cama sin hacer. En las toallas de baño que siempre cambiaba de sitio. En las botellas de agua a medio beber. En los mandos de la tele escondidos en el sofá… y un largo etcétera de cosas que me sacaban de quicio cuando mi hermano estaba en casa, y que ahora añoraba casi tanto como a él: a cada persona le corresponde un caos que es su seña de identidad.
               -¿Sí?-comentó Alec en tono dócil, y si fuera un perrito incluso habría agachado las orejas-. Debe de ser una mierda que se marche tu único hijo varón…-reflexionó. Si él supiera…
               Lo cierto es que le estaba muy agradecida a Alec. Se había dejado caer por casa más que de costumbre, asegurándose de que siempre había un ruido masculino que hiciera que el silencio que mi hermano había dejado en casa no fuera tan asfixiante. Sobre todo, se había concentrado en mí, pero también había tenido tiempo para ser monísimo con mi hermana más pequeña y hacer rabiar algo a Shasha, para que ésta no perdiera la costumbre de que un chaval la empujara a los límites de su paciencia. Eso había sido como un tapón en mi corazón: había disminuido la manera en que la corriente se escapaba de mi interior.
               -Por eso, se va a apoyar un poco en ti-comenté, acariciándole los brazos. Alec me miró asustado.
               -¿Significa eso que dejará de serme hostil?-inquirió, sorprendido. Eso no podía prometérselo; a papá le encantaba meterse con Alec, disfrutaba haciéndoselo pasar mal, y necesitaba alguna diversión ahora que su ansiedad le mordisqueaba el alma a la mínima oportunidad. Pero también había empezado a valorar sus visitas, y yo sabía que disfrutaba teniéndolo en casa, sobre todo porque mi risa cuando Alec estaba conmigo era un bálsamo que le ayudaba a cicatrizar sus heridas.
               -No, pero te invitará a quedarte a dormir-me reí, mordiéndole la palma de la mano. Alec dejó escapar un suave “¡au!”-. ¿Buscamos nuestros asientos?-ofrecí, dejando atrás ese momento. Ya hablaríamos de lo mal que lo estaba pasando mi familia en otra ocasión; ahora, el protagonista era él y su afición preferida. Alec asintió con la cabeza, miró de nuevo las entradas, y empezó a bajar escaleras y a bajar escaleras, con los tickets en una mano y mi mano en la otra, asegurándose de que no me perdía entre tantísima gente.
               Cuando creí que estamos tan cerca del cuadrilátero que podríamos escuchar el ruido de la sangre golpeando la lona con cada golpe, Alec se detuvo, se giró y me miró.
               -Es aquí-me dijo, y me dejó pasar delante después de indicarme cuáles eran nuestros asientos. Tuvimos que sortear a cuerpos que ya estaban sentados, cuerpos que se sacudían de pie, y cuerpos que no paraban de trasladarse de un sitio a otro.
               Estuve a punto de caerme un par de veces, debido a las estúpidas botas de tacón que había decidido ponerme con la excusa de ver mejor (cuando, en realidad, lo que quería era estar de infarto, y de momento lo estaba consiguiendo), pero Alec me lo impidió agarrándome de la cintura y sujetándome con firmeza para evitar que besara el suelo.
               Un calor llameante me escaló por la columna vertebral, naciendo de sus dedos. Me mordí el labio, conteniendo la excitación y recordándome que estábamos en un lugar público y que no debía pensar en esas cosas, y agradeciendo ser mujer a la vez, porque podía pensar en esas cosas sin que nadie lo notara.
               Encontramos dos asientos vacíos; los nuestros. Me acomodé en ellos, me quito la chupa de cuero robada de mi hermano (esperaba que Shasha no se enterara; quería que Scott estuviera un poco presente en su ausencia), con la que pretendía salir esta noche, y observé cómo Alec se dejaba caer a mi lado. No tardó ni dos segundos en incorporarse hasta el borde del asiento y estudiar nuestra posición.
               -Estamos cerca-comenté, toqueteándome una trenza y dando un sorbo de mi agua. Él asintió con la cabeza, apretando la mandíbula de esa manera que tan loca me volvía… y me vuelve.
               -Sí, no está nada mal-asintió.
               -¿No está nada mal?-le imité en el mismo tono indiferente, y él se echó a reír, me puso una mano en el muslo y me besó en la mejilla.
               -Perdona, bombón. Es la costumbre; yo suelo estar más cerca.
               -¿De veras?-inquirí, desinflándome un poco. No debería sorprenderme que ésta no fuera su primera competición como público, pero, de todas formas, una parte de mí se deleitaba con la posibilidad de que estuviéramos viviendo la primera vez de ambos.
               Él me miró y asintió, sus ojos brillaban con un matiz dorado gracias a las luces de la pantalla y de los focos, que le contraían la pupila hasta hacer de ella la cabeza un alfiler.
               -Pues sí. La última vez que estuve en una competición, era en segunda fila. Tercera, si cuentas los asientos del equipo.
               Alcé las cejas.
               -Vaya, ¿y por qué no te cogieron sitios tan cerca?
               -Supongo que porque estaban agotados-se encogió de hombros-. Se terminan enseguida. Son los mejores lugares, en realidad.
               -¿Por qué?
               -Puedes escuchar las charlas motivadoras de los entrenadores cuando los boxeadores están en su esquina, descansando entre asalto y asalto.
               -¿Y eso es importante?
               Alec me miró y me dedicó su típica sonrisa de Fuckboy®.
               -Bombón, si escucharas las cosas que me decían a mí, no estarías tan segura de que tu padre fuera tan bueno con las palabras.
               Estuve a punto de contestarle una tontería para relajar la tensión que él intentaba que se instalase entre nosotros, pero Alec vio a alguien paseando entre el público, se incorporó y pegó un silbido.
               -¡Miles!-gritó, y el chico al que había llamado lo buscó entre la multitud. No supe por qué se sorprendía de que alguien supiera su nombre, cuando llevaba una de las distintivas chaquetas con el apellido de uno de los combatientes, señal de que era miembro del equipo. El tal Miles encontró, por fin, a Alec entre el público, se llevó las manos a la cabeza y exhaló una sonrisa. Leí, más que escuché, lo que se escapaba de sus labios:
               -¿Alec?-inquirió, y el interpelado asintió. Miles dio una palmada y soltó una carcajada que quedó ahogada por el murmullo del estadio. Hizo una señal para que se acercara, y Alec se puso en pie, se giró y me miró.
               -No te preocupes-le dije, anticipándome a su “vengo ahora”, pero él me cortó con un:
               -Ven. Te presentaré.
               Y, ni corto ni perezoso, se puso a saltar las filas de asientos, conmigo siguiéndole con mucho cuidado. Al principio, me cogió de la mano; después, cuando vio que iríamos más rápido si me agarraba de la cintura para impedir que me apoyara en mis estúpidos tacones, se sirvió de esa estrategia.
               Después se cansó y me alzó en volandas en la última fila de asientos. Debería haberme asustado, pero no lo hice.
               Sabía que no me dejaría caer.
               Confiaba en él. Le confiaría mi vida. De hecho, creía que acababa de hacerlo, dado que si nos hubiéramos caído, nos habríamos pegado un leñazo importante.
               Por suerte, el tal Miles no había visto nada; estaba ocupado hablando con una chica con una tablilla con folios y un auricular en la oreja.
               -Te voy a presentar como mi chica-anunció Alec, y yo alcé una ceja-. ¿Algún problema?-preguntó, besándome la mano, y yo me eché a reír. Una corriente eléctrica descendió por mi columna vertebral al darme cuenta de que aquella sería la primera vez que me presentaba a alguien a quien fuera. Puede que éste no fuera su primer combate, pero sí era su primera vez presentando a su chica, y su chica era nada más y nada menos que yo.
               -¿No es lo que soy? Tu chica-contesté, saboreando la palabra, y él sonrió.
               -¡Vaya! ¿Hemos hecho oficial lo nuestro, y yo no me he enterado?
               -Que sea tu chica no implica que sea tu novia-repliqué con cierta tozudez, no porque no me hiciera ilusión ser su novia, sino porque adoraba hacerle de rabiar.
               -Es verdad: fijo que te hace más ilusión. ¡Miles, tronco! ¿Cómo lo llevas?-Alec extendió la mano y el chico chocó los cinco con él-. Te presento a mi chica, Sabrae. Sabrae, éste es Miles. Solíamos vernos muy a menudo, hace tiempo.
               -Cuando todavía valías para algo y te permitías competir-replicó Miles, riéndose y depositando un beso sobre mi mejilla a modo de respuesta del que yo dejé en la suya-. Vaya, Alec. Veo que algunas cosas que se dicen de ti no eran exageraciones.
               -Todo mentiras-contestó Alec, negando con la cabeza-. ¿De verdad creías que lo había dejado por el golpe en la cabeza? Me bajé del ring precisamente porque no soy gilipollas; que haya conseguido a una chica como la que tengo lo demuestra, ¿no te parece?
               Miles se echó a reír.
               -¿Cómo está tu hermano?-inquirió Alec, y su amigo asintió.
               -Está bien. Algo nervioso, ya sabes-se encogió de hombros-. En fin, aunque sea el campeón, una competición es una competición, ¿no?
               -Lo tiene ganado. He apostado 10 libras por él-Alec le dio un toquecito con el puño en el hombro-, no lo haría si no creyera que realmente va a vencer hoy.
               -Qué generoso-Miles puso los ojos en blanco.
               -Eh, cuando te cueste ganar tu propio dinero, aprenderás a valorarlo, flipado-Alec se echó a reír y su amigo lo acompañó. Miles se me quedó mirando un momento.
               -¿Tu primer torneo?-preguntó, y asentí con la cabeza-. Vaya, estás saliendo con una eminencia del boxeo, ¿y no te ha traído nunca a ninguna competición? Qué mal.
               -Soy como Bruce Wayne, tío. Procuro mantener el trabajo separado del placer. Lo que hago de noche no suele afectar a lo que hago de día, ya me entiendes.
               -Venid a ver a mi hermano-ofreció Miles, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a uno de los pasillos que conducían a unas puertas en las que yo no había reparado hasta entonces. Alec me miró.
               -¿Te gustaría?-preguntó, y yo asentí, ilusionada.
               -¡Claro! Nunca he conocido a ningún boxeador-contesté, y mi chico alzó las cejas.
               -¿Disculpa? ¿Y yo qué?
               -Me refiero a un boxeador bueno-respondí, y Miles se echó a reír.
               -Me gusta, esta chica tuya, hermano-se burló, y Alec puso los ojos en blanco.
               -Sí, bueno, no está mal cuando no va de graciosilla.
               Me eché a reír y me acerqué a él para darle un beso en los labios y borrarle ese gesto ceñudo de la cara. Él no aguantó ni medio segundo haciéndose el ofuscado teniendo mi boca sobre la suya. Miles agitó la cabeza, susurró un “tortolitos” y nos condujo por uno de los pasillos, entre la gente. Alec tenía su brazo sobre mis hombros y yo le abracé la cintura, mimosa.
               Me gustaba su mundo.
               Y me gustaba que me dejara formar parte de él, incluso cuando lo poco que él conservaba fueran retazos de otra vida que ya casi no era suya, a la que sólo volvía una vez por semana.
               Alec comenzó a saludar a gente cuyos rostros yo olvidaba enseguida a medida que nos adentrábamos en unos pasillos como de hospital. Las paredes, de pintura blanca desconchada, estaban llenas de carteles de antiguas peleas, como si incluso los boxeadores que atravesaban las puertas con sus equipos necesitaran que les recordasen a qué habían venido.
               Miles nos condujo por los pasillos, pero por la forma de caminar de Alec, deduje que no necesitaría de esa guía. Podríamos haber llegado a nuestro destino perfectamente sólo con él. Le di un apretón, levantando la mirada para encontrarme con sus ojos, que descendieron hasta mí.
               -¿Estás bien?-pregunté, analizando el tono nostálgico con el que miraba los pasillos. Él asintió, sonriendo con cansancio.
               -Sí. Muchos recuerdos-explicó.
               -¿Me lo cuentas luego?
               Exhaló una sonrisa.
               -Yo te cuento todo lo que quieras, bombón-contestó, besándome la cabeza, justo en la línea que dividía mi pelo en las dos mitades correspondientes a las trenzas, y Miles abría una puerta.
               -Te traigo una sorpresa, hermano-anunció a un chico de pelo rubio pajizo, rapado casi al cero, y ojos oscuros como la noche. El muchacho se dio la vuelta y nos observó un momento, los puños ya enguantados y la chaqueta recubriendo su torso.
               Su ceño se diluyó en cuanto posó la mirada en Alec, reconociéndolo casi inmediatamente. A pesar de que el entrenador le recriminó a Miles haber traído una distracción, al futuro combatiente no parecía molestarle.
               -¡Alec Whitelaw!-celebró, separándose del banco en que estaba apoyado y acercándose a nosotros con los brazos abiertos. Alec hizo lo mismo conmigo, y ambos se fundieron en un abrazo muy emotivo, de esos que se dan los tíos, golpecitos en la espalda incluidos. El boxeador se separó de Alec y lo cogió por los hombros-. Me alegra verte. Te has puesto fofo, ¿eh, cabrón?-comentó, pegándole otro puñetazo  en el hombro. Alec se echó a reír.
               -Ya sabes, patear culos quema un montón de calorías-contestó mi chico. El boxeador me miró por fin.
               -¿Y este aperitivo que me traes?-inquirió, y yo quería contestarle, pero Alec se me adelantó.
               -De aperitivo, nada, flipado. Es mía, y sólo mía. Mi chica, Sabrae-contestó, y dio un paso hacia mí y me cogió de la mano para hacerme saber que tenía todo su apoyo-. Saab, éste es Emmet. El tío que me va a hacer perder 10 libras, ¿verdad?-añadió, girándose hacia él, y el tal Emmet se echa a reír.
               Ahora que lo pienso, le pegaba su nombre. Tenía un cierto parecido al Emmet de Crepúsculo, con la diferencia de que él no tenía los ojos del color de la miel.
               -Encantado de conocerte, preciosa-dijo, cogiéndome la mano con sus enormes guantes azules y besándomela con ceremonia. Yo alcé una ceja.
               -Diría que igualmente, pero…
               -¿Pero…?
               -Espero que boxees mejor de lo que tratas a las chicas-respondí, retirando mi mano de su guante. Emmet se echó a reír y miró a Alec.
               -Veo que te las buscas de armas tomar.
               -Uno nunca se baja del ring del todo, ¿no?
               -Cierto-contestó el boxeador, mirando a una chica con el pelo adornado en trenzas minúsculas, de las que llevan las nativas de las naciones africanas en las cenas de gala. Ella le sonrió, sus jugosos labios pintados con un suave tono nude.
               -He estado viendo tus entrenamientos, y algunas competiciones. El pobre desgraciado no tiene nada que hacer.
               -Deberías ser tú el que está al otro lado del estadio, con sus estúpidas charlas motivadoras y el entrenador mordiéndole la oreja, y no ese flipado, Al-acusó el boxeador, riéndose para quitarle hierro al asunto. Miles sonrió, y levantó las manos a la altura de sus hombros cuando Alec le miró.
               -Te dije que estaba dolido con tu retirada.
               -¿Qué puedo decir? Soy egoísta, me encanta el sexo, y sé que no tendría mucho si dejara que algún payaso como tú me arreglara la cara. Era cuestión de tiempo.
               -Toda Inglaterra sabe que eres egoísta-respondió Emmet-. Sólo un tío así podría privarnos de disfrutar de su talento.
               -Todavía compito en eventos privados, cuando puedo poner reglas de que no me toquen la carita-contestó Alec, dándole una palmada amistosa al boxeador, que se zafó de él.
               -Debe de ser el único momento en el que ganas, ¿Verdad? Cuando puedes pagar al árbitro.
               Alec se echó a reír.
               -Te partiría la cara ahora mismo, pero me temo que hay mucha gente que ha pagado por ver cómo lo hacen. Sería una lástima privarles de ese espectáculo.
               -Es la hora-anunció el entrenador del chico, que asintió con la cabeza, solemne. Alec chocó la mano con él y se agarró a su guante.
               -Deséame suerte.
               -Como si la necesitaras-contestó Al. Y añadió-. Procura que no te maten.
               -No te voy a dar ese gustazo.
               Alec soltó una risita y negó con la cabeza; se acercó a mí y me condujo a la salida del vestuario para que el boxeador pudiera llevar a cabo su ritual preparatorio en paz.
               -Eh, Sabrae-llamó Emmet, y yo me volví-. Ha sido un placer.
               -Igualmente.
               -No le tengas en cuenta la gilipollez del aperitivo-dijo su novia, balanceando las piernas sobre el lavabo en el que estaba sentada-. Dice estas tonterías cuando está nervioso.
               -Tranquila-respondí, aunque me apetecía decirle que el hecho de que fuera un machista de mierda no encontraba excusa en sus nervios, sino en la educación que le habían dado y su poca intención de analizar lo ofensivo de su comportamiento.
               -¿Dónde os sentáis?-preguntó la chica, saltando de su asiento.
               -En las primeras tribunas-informó Alec, y ella frunció el ceño y se giró hacia Emmet.
               -Tío, dales buenos asientos, venga. Son tus amigos.
               -Poneos con nosotros, en primera fila.
               Alec abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó un segundo y finalmente se calló y sacudió la cabeza.
               -No, gracias, estamos bien donde estamos. Suerte, Emmet, tío. Ya lo tienes-respondió, cerrando la puerta antes de que nadie pudiera insistir. Me lo quedé mirando mientras avanzaba por el pasillo, plantada frente a una puerta de la que salían murmullos ininteligibles-. ¿Vamos?
               -¿No quieres estar en primera fila?
               Se metió las manos en los bolsillos, lo cual le infló los músculos de los bíceps, y se encogió de hombros.
               -Estamos bien en nuestros asientos. Son buenos.
               -Pero prefieres la primera fila.
               Alec se echó a reír.
               -El boxeo es intenso, Sabrae. Pasan muchísimas cosas en muy poco tiempo-explicó, y yo me acerqué a él, confusa. Mis tacones arrancaron tamborileos del suelo a medida que avanzaba hacia Alec.
               -¿Crees que no puedo manejar un poco de sangre? ¿He de recordarte las cosas que soy capaz de hacer?
               -No es por la sangre-contestó-. Es tu primer combate. Quiero que lo veas bien. Si estamos cerca del cuadrilátero, con tu tamaño, no… no lo verás todo.
               Me lo quedé mirando un segundo, sin comprender lo que me estaba diciendo. Hasta que el peso de sus palabras cayó sobre mí.
               Prefería que yo estuviera cómoda, viendo el combate desde la distancia en su totalidad, a sentir la emoción de la cercanía erizándote el vello de la nuca mientras escuchabas cada golpe en primicia. Quería que lo viera. Quería que lo viera más de lo que quería arañar un poco de la gloria que chispeaba en las primeras filas.
               Me abalancé sobre él y le di un profundo beso en los labios. Él sonrió en mi boca, me dio una palmada en el culo y me condujo de vuelta a nuestros asientos.
               Nos costó muchísimo más llegar, ahora que la gente estaba colocada y preparada. Las luces se apagaron y los rugidos aumentaron de nivel hasta amenazar con romperme los tímpanos. Se me pusieron los pelos de punta mientras escuchaba los aullidos del público, clamando por su campeón. Alec se reclinó en el asiento, sonriente, a la espera de que salieran los combatientes.
               No se hicieron de rogar y, cuando la primera de las figuras fantasmales apareció por uno de los pasillos, Alec y todo el mundo se levantaron de sus asientos.
               Tenía un tío que podía medir tranquilamente 3 metros frente a mí, con lo que me bloqueaba totalmente el campo de visión. No sólo no vi al boxeador acercarse al cuadrilátero, sino que tampoco veía su reflejo en las pantallas que flotaban sobre éste. Me mordí el labio y me puse de puntillas sobre mis tacones, pero así no conseguí más que ampliar un poco la visión mínima que tenía de la esquina superior izquierda de la pantalla que había frente a mí. Bufé y me afiancé la mochila en el hombro mientras el público rugía, abucheando al novato con la desconfianza de quien es retado en su propia casa.
               Alec se llevó los dedos a la boca y silbó, y se giró para comentarme algo. Fue entonces cuando se dio cuenta de mi lucha contra la mole y frunció el ceño.
               -¿Ves algo?
               -No te preocupes-contesté, poniéndome de puntillas y apoyándome un poco en la espalda del mastodonte, que se dio la vuelta y me fulminó con la mirada. Me separé de él enseguida, repelida por su contacto y hostilidad. Estaba sudado y olía a no haberse duchado en varias semanas.
               Los aullidos aumentaron de volumen cuando un puño solitario apareció por la esquina superior de la pantalla. El boxeador había subido al ring, dispuesto a pelear, y saludaba al público en actitud beligerante.
               O supuse que hacía eso, porque yo no veía nada.
               -Ven aquí-instó Alec, cogiéndome de la cintura y ordenándome que me sujetara.
               Cinco segundos después, tenía su cabeza entre mis piernas, un muslo en cada hombro, y todo el estadio se cernía ante mí.
               Donde antes había cuerpos de todos los colores y formas, moviéndose de manera caótica en cualquier dirección aleatoria, ahora sólo veía flashes que aparecían y desaparecían, teletransportándose varios centímetros por segundo, multiplicándose y uniéndose a la velocidad de la luz. Las pantallas iluminaban algunos rostros afortunados.
               El cuadrilátero brillaba con un azul chillón, mientras la figura de un muchacho se paseaba como una pantera por entre las cuerdas. Leí la información del aspirante mientras examinaba su cara en las pantallas, su peso, sus victorias, su posición en el ránking mundial (que no tenía), y no pude evitar preguntarme cómo sería ver a Alec en esa pantalla, todos sus datos en exposición, para que el mundo los viera y se maravillara con sus logros.
               Los rugidos me atontaban, los flashes me hipnotizaban, y el brillo del cuadrilátero me atraía como una luz a una polilla.
               -¡Esto es genial!-le grité a Alec, agarrándome a su cabeza y jugando con sus rizos. Él la levantó y sonrió.
               -Me alegra que te guste, bombón. Verás ahora-prometió, cuando vio que una luz se encendía en el otro extremo del estadio. Emmet apareció con su séquito, imponiendo al rival con una extraña coreografía en la que el fuego y sus anteriores trofeos incluso tenían un papel de figurantes. Un lanzallamas anunció su llegada y caldeó el ambiente, haciendo que el aire cobrara la temperatura del ánimo de los aficionados. Alec volvió a silbar y los dos nos unimos a los rugidos de bienvenida del público cuando Emmet entró en el cuadrilátero, seguido de dos animadoras que sostenían en alto los títulos que se había granjeado a lo largo de su carrera. Aplaudí como una loca cuando los dos boxeadores se acercaron el uno al otro y juntaron las cabezas, chocaron los puños por orden del árbitro y se retiraron a sus posiciones.
               -No pierdas detalle-me aconsejó Alec, y yo no lo hice. Observé con fascinación cómo cada entrenador preparaba a los jugadores, y pronto los dos se pusieron en pie, se retiraron las chaquetas, que lanzaron al público, y se pusieron en marcha.
               Los brincos dieron paso a saltos, las sacudidas de cabeza a retrocesos de ésta para esquivar ganchos de derecha e izquierda, flexiones y estiramientos del torso se convirtieron en puñetazos y bloqueos que el oponente luchaba por romper.
               Emmet se salía, pero el nuevo tampoco se quedaba atrás. Los dos bailaban, retrocedían, saltaban, se abalanzaban y esquivaban, golpeaban y golpeaban y se retiraban a su respectivo rincón cuando la campanilla sonaba, dando paso a un nuevo round. El cuadrilátero se tiñó momentáneamente de rojo, con la sangre de los dos contrincantes manchando el suelo hasta que la campanilla indicaba el momento de entrar del limpiador.
               Entonces, en el séptimo round, ocurrió. El novato, Jackson, aprovechó la guardia baja de Emmet mientras éste le golpeaba para darle un puñetazo en el estómago, empujarlo hacia atrás, y de un gancho limpio de izquierdas, lanzar a Emmet por el suelo unos instantes angustiosos en que todo el zumbido de los oídos se detuvo.
               Emmet golpeó el suelo y no se movió durante un precioso segundo.
               Todo el mundo tomó aire sorprendido. Incluso Alec lo hizo. Yo lo hice también.
               Y, entonces, el mundo explota de nuevo en una cacofonía indescifrable.
               -¡Levanta! ¡Levanta, Emmet, levanta!
               -¡Quédate en el suelo, desgraciado, quédate en el puto suelo!
               -Arriba-susurró Alec con los labios entreabiertos-. Arriba, arriba, arriba…
               -¡Arriba!-grité yo también, uniéndome el caótico coro.
               Emmet consiguió ponerse en pie cuando el árbitro anunció el octavo segundo. Éste le miró, le estudió, le preguntó si estaba bien, y se reanudó el combate. Ya no era lo mismo, la energía era diferente. Emmet estaba aturdido por los golpes.
               La campanilla sonó de nuevo y el mundo se echó encima de nosotros. Los rivales se retiraron a sus esquinas y yo bajé la cabeza. Me encontré con los ojos de Alec.
               -¿Vamos más cerca?-pregunté, porque ya me daba igual mirar, me daba igual ver. Quería escuchar los golpes y rascar gloria yo también.
               Alec sonrió por toda respuesta y me llevó sobre los hombros a marchas forzadas en dirección a la segunda fila. Emmet ni siquiera se enteró de que habíamos llegado, pero su novia agradeció nuestra presencia con una sonrisa.
               -Va a perder-gimió, angustiada, pero Alec negó con la cabeza.
               -Le acaba de hacer un favor. Ahora, tiene la ventaja psicológica de haber sido el primero en besar la lona-explicó-. El pavo se confiará. No van a llegar al décimo asalto.
               -¿Cómo lo sabes? Las cosas son diferentes ahora, hace mucho que…-comenzó ella, pero Alec se giró para mirar el cuadrilátero. Cuando ya pensaba que no iba a contestarle, lo hizo:
               -Así fue como perdí yo la primera vez.
               Y dicho, y hecho. Emmet y Jackson compartieron un último asalto antes de que Emmet se ensañara con él, dándole puñetazos, ganchos, bloqueando su campo de visión y levantándolo del suelo imitando su caída hace dos asaltos. Jackson cayó al suelo y permaneció tirado un par de segundos. Luchó por levantarse…
               … pero no lo hizo a tiempo.
               La novia de Emmet miró a Alec, que se volvió hacia ella con una sonrisa de suficiencia.
               El mundo explotó de nuevo y Emmet alzó las manos. El árbitro le cogió una y lo proclamó campeón, y Emmet se inclinó para recoger a su rival y chocar los puños con él. Jackson sonreía, cansado; se sentó un momento en su rincón para recuperar fuerzas, y pronto volvió al centro del cuadrilátero para recibir los honores que el subcampeón se merece, a pesar de su condición de perdedor.
               El techo estalló en una espiral de confeti, y Alec me dejó en el suelo, y yo sólo podía mirarle a él y asombrarme de lo guapo que era, especialmente cuando está feliz y en su entorno. Se acercó y le dio la mano a Emmet, le dijo que muy buena pelea, y luego se la dio al otro boxeador que, para mi sorpresa, le reconoció. Felicitó también al perdedor por su actuación mientras Emmet bajaba del cuadrilátero y besaba a su novia, que le dio un empujón y una bofetada por haberla preocupado con su intento de K. O.
               El perdedor se bajó por el otro extremo y se reunió con su equipo; Alec volvió conmigo y seguimos al campeón a su vestuario, donde nos invitó a las celebraciones. Alec rehusó en un principio, diciendo que estábamos cansados por el viaje (lo cual no era mentira pero tampoco excusa suficiente), pero que muchas gracias, pero yo me negué y dije que si le apetecía ir, por mí estaba perfecto. Me encantaba este mundo y no me explicaba cómo él había podido renunciar así como así, cómo no me ha hablado de él antes, con la profundidad que se merecía. Emmet se echó a reír y nos pide que esperásemos a que se diera una ducha y se pusiera la ropa, y se reunió con nosotros, su equipo y su novia, a la salida del estadio.
               Fuimos a un bar de comida basura en el que coincidimos con Jackson, que sonrió y chocó los puños con Emmet y con Alec, y nos fuimos a un reservado que habían preparado especialmente para los combatientes. Nos encontramos con un montón de chicos a los que Alec me presentó con orgullo (por parte suya, pero también por la mía por lo deliciosa que notaba su mano en mi cintura mientras me pegaba instintivamente hacia él), y todos me miraron con hambre y curiosidad a partes iguales. Nos sentamos a la mesa y nos pusimos a comer hasta que no pudimos más, riendo y bromeando y viendo cómo los chicos se tomaban el pelo.
               Sabía que Alec era bueno entrenando, pero no que había sido un buen boxeador y sus compañeros habían lamentado su pérdida, aunque eso les había hecho un poco más fácil hacerse con títulos. Me sentía totalmente identificada con ellos cuando dijeron que le echaban de menos incluso a pesar de que Alec les podía llegar a hacer la vida imposible. Él me acariciaba la cintura o el muslo, calentándome y prometiéndome una buena noche si la cosa seguía así, y sonreía con orgullo mientras yo escuchaba sentada sobre sus piernas todas las anécdotas de sus antiguos compañeros de competición.
               -Lo lamenté mucho cuando Emmet me contó que se retiraba-confesó Tessa, la novia de Emmet, sentada en el regazo de su chico igual que yo. Alec sonrió y dio un sorbo de su copa, como si necesitara tiempo para pensar su siguiente comentario, cuando la realidad es que ya lo tenía en la punta de la lengua.
               -Estoy fuera del ring, pero no del mercado, Tess-bromeó Alec, y todos, incluso yo, nos echamos a reír.
               -Creo que ya estás bastante retirado, hermano-discutió Jackson, quien resultaba tener un año más que Alec y ser el último oponente con el que se había batido. A pesar de que yo sabía que Alec era buen perdedor y que no le importaba ceder cuando se daba cuenta de que no llevaba la razón, me sorprendía ver lo bien que se llevaba con ese chico que le había arrebatado la gloria. Desde luego, yo no me habría comportado con tanta deportividad en su presencia, aunque también era cierto que yo era algo rencorosa, y Alec no lo era en absoluto. 
               -Mm-m-asintió Alec, cogiéndome del mentón y besándome con pasión y absoluta posesión. Gemí para mis adentros, disfrutando de lo obsceno de ese beso precisamente por lo público que era. Que todas las chicas se mueran de envidia; que el más atractivo de la mesa es sólo para mí.
               -Bueno, bueno, ¡dejad algo para el postre!-rió Emmet cuando vio que nuestro beso se prolongaba, y el equipo comenzaba a reír ante lo descarado de nuestra compenetración. Alec me dio una palmadita en el muslo y me guiñó un ojo.
               -Chicas, ¿os parece si vamos a criticarles a muerte ya?-ofreció la novia de Jackson, ante lo que Tessa asintió con una sonrisa, dio un sorbo de su chupito y se despidió de su novio con un pico.
               -¿Es una especie de ritual o algo así?-pregunté al ver que todas se levantaban. Por un lado, quería ir con ellas, pero por otro no me apetecía abandonar a Alec ahora que estaba tan a gustito, sentada sobre él. La decisión era difícil: ¿compenetración femenina, o con Alec? No me importaba quedarme sentada escuchando las fanfarronadas que seguro seguiría a la marcha de las chicas, pero lo cierto era que ellas me caían bien. Me había dado cuenta de que pertenecían a un selecto grupo de mujeres: eran las chicas a las que se les dedicaban los títulos, las que hacían que sus maridos o, en este caso, aún novios, boxearan peor por representar la razón por la que debían sobrevivir, según me había contado Alec. Que me incluyeran en ese grupo tan exclusivo me hacía ilusión por dos motivos: el primero, por lo rápido que se habían mostrado abiertas conmigo, integrándome al instante en que me senté a la mesa; y el segundo, porque realmente yo no merecía estar en aquel grupo. Como bien le recordaban a Alec medio en broma, medio acusadoramente, éste se había retirado hacía tiempo, así que el mundo del boxeo era más su pasado que su presente, ya no digamos su futuro. Y, dado que el boxeo estaba en el pasado de Alec y yo, en su presente, sin ningún tipo de comunicación, lo cierto es que era completamente ajena a ese grupo al que me ofrecían entrar. Yo no tenía ningún derecho a reclamar ninguna posición, por mínima que fuera, por la sencilla razón de que jamás había sentido lo que aquellas chicas a un borde del ring, por no haber estado jamás con el corazón peleando por su vida con guantes  gruesos y pies ligeros.
               Y, aun así, querían que fuera con ellas. De hecho, contaban conmigo. Algo en mi interior me decía que, si desaprovechaba esa oportunidad, lo lamentaría.
               Y también que Alec agradecería un poco de tiempo para estar con sus antiguos amigos, fantaseando con que se había quedado entre el público no porque hubiera colgado los guantes definitivamente, sino porque esa noche simplemente no combatía. ¿Quién decía que no había ido a analizar los movimientos de un rival, en lugar de simplemente disfrutar como un aficionado?
               -Sí-asintió Al, pellizcándome la cintura-. Ve con las novias, nena.
               -Pero yo no…-empecé, deseosa de aclararle que lo nuestro ni siquiera me legitimaba a estar con el resto de las chicas, porque yo no era una novia. Me daba miedo aquella última frontera. No estaba preparada para ser su novia. No, Sabrae, sólo susurras su nombre en sueños, dormís juntos, hacéis todo lo propio de unos novios juntos… pero no sois novios.
               -Lo sé, bombón-contestó él, besándome el hombro desnudo-. Pero lo hago por ti, créeme. Esto es parte de tu iniciación en el mundo del boxeo-prometió, y añadió junto a mi oído, apartando mi trenza-. Créeme, no haré más que pensar en ti mientras esté con ellos. Que te hayas sentado así encima de mí ha sido lo mejor de toda la noche.
               -Pues aún nos queda noche por delante-le respondí yo en el mismo tono confidente, incorporándome frente a él y ofreciéndole una sugerente vista del escote de mi top de cuero negro. Él sonrió, devorándome con la mirada, y me dio un apretón en los nudillos antes de dejarme marchar.
               Las chicas encontraron un rincón para nosotras y nos dedicamos durante la siguiente media hora a conocernos mejor y compartir anécdotas. Me preguntaron muchísimo por Alec, y se interesaron tremendamente por mí cuando se me escaparon mi apellido y mis orígenes. Pasé a ser el centro de conversación durante otra media hora en la que me acribillaron a preguntas que, si bien no estaba acostumbrada a que me las hicieran (pues normalmente me preguntaban por los proyectos de mi padre o la confianza de mi madre en cierto caso por la calle), no me parecieron nada intrusivas. Bebimos, charlamos, reímos y ellas compartieron preocupaciones al relacionarse con boxeadores o con su equipo. Descubrí que se sufre estando detrás de las cuerdas, viendo cómo a tu chico le apalean y sin poder hacer nada, porque él es el primero que desea recibir los golpes y los exhibe como un trofeo del que enorgullecerse.
               Parecían un poco apagadas cuando llegamos a ese punto de la conversación, pero una rubia explosiva intervino para animarlas.
               -Bueno, pero pensad en lo bien que os lo vais a pasar esta noche-animó, y tanto Tessa como Birdie, la chica de Jackson, se echaron a reír. Todas las chicas esbozaron sonrisas cómplices, algunas incluso se unieron más tarde a las carcajadas, pero el comportamiento de las demás me hizo pensar que, fuera lo que fuera lo que significara la broma que compartían las novias de los dos contrincantes de hoy, tenía relación con su condición de parejas.
               Así que decidí lanzarme a la piscina y, aun a riesgo de quedar como una boba que desconoce el ambiente en el que se mueve, pregunté:
               -¿Qué ocurre esta noche?
               Todas las chicas se callaron de repente, como si acabara de hacer una pregunta ofensiva ya en su formulación. Parpadeé, me aparté automáticamente un mechón de pelo detrás de la oreja y me mordí el labio, conteniendo el aliento mientras las chicas me estudiaban, decidiendo si me hacían partícipe de su mundo o no.
               -Pues… ya sabes, Sabrae. Un chico, una chica, de noche…-comenzaron, sin saber cómo explicarme el proceso de creación de los bebés. Se me secó la boca.
               -¿Qué?
               -Disculpa, pensábamos que Alec y tú… ya habíais…-Tessa tartamudeó, y Birdie le tomó el relevo.
               -Sí que ha cambiado, si no os acostáis… debe quererte mucho.
               Abrí los ojos de par en par y capturé todo el aire de la habitación con la boca.
               -¿Qué? ¡No! Por supuesto que Alec y yo nos acostamos, es sólo…-noté cómo me sonrojaba con los suspiros de alivio de las chicas. ¿Tan pequeña piensan que soy? Cómo se nota que no saben las cosas que hacemos Alec y yo cuando estamos solos…-. Que no entiendo a qué os referís. ¿Qué pasa hoy? Aparte de que lo vais a celebrar con vuestros novios, eso es evidente-atajé antes de que ellas tuvieran tiempo de pensar que era una niñata estúpida que no sabía en qué se ha metido. O, peor aún, que no sabía en la cama de quién.
               Contuve una risita nerviosa mientras ellas se miraban entre sí, echando a suertes quién me explicaba los secretos del universo. ¿Alec y yo, no acostándonos? Pero, ¡si nuestra relación estaba cimentada precisamente en el sexo!
               Bueno, no sólo en el sexo, pensé. Al menos, ya no. Habían cambiado muchas cosas entre nosotros; este viaje era prueba de ello.
               Me mordí el labio y me giré para mirar a los chicos. Me crucé de piernas y me abracé a mí misma mientras el silencio se instalaba entre nosotras. Me pareció que no debería haber hecho esa pregunta, pues de algún modo me había cargado el ambiente de celebración y distendido, así que trataba de evadirme mirando a Alec. Él estaba reclinado en la esquina del sofá, riéndose y bebiendo un sorbo de su cerveza mientras escuchaba lo que los chicos le decían. Estalló en una carcajada que llegó hasta mis oídos a trompicones, como el eco de un trueno lejano que retumba en un valle antes de mostrarse en todo su esplendor.
               Notó mis ojos en su cuerpo, en sus brazos, en el torso que se intuía en la camiseta. Me miró un momento y una sonrisa aleteó en su boca. Me guiñó un ojo con discreción, y yo le sonreí y me aparté un rizo rebelde tras la oreja. Volví la atención a las chicas, notando los ojos de Alec inspeccionándome, devorándome en la distancia.
               Las chicas estaban intercambiando sonrisas cómplices, examinándonos tanto a Alec como a mí. No nos quitaban ojo de encima, pero yo ahora no tenía hueco en la cabeza para pensar en ellas. Estaba demasiado ocupada fantaseando con cómo me desnudaría delante de Alec, cómo recorría la distancia que nos separaba, me sentaba en su regazo, le besaba en los labios y le decía que estaba cansada y que quería que nos fuéramos ya a dormir, por favor.
               Le miré. Estuve a punto de decírselo, él se relamía, conociendo mis intenciones, leyéndolas en mi expresión. Crucé y descrucé las piernas, con esa familiar presión entre mis muslos aumentando, el calorcito de la parte baja de mi estómago subiendo de temperatura. Alec se mordió el labio, se pasó la lengua inconscientemente por el labio inferior, se revolvió en el asiento, carraspeó , y rompió el contacto visual cuando uno de los chicos le dijo algo.
               Eso me permitió respirar y ocuparme de apagar el fuego de mi interior.
               -Parece que Tessa y yo no vamos a ser las únicas que disfrutemos de buen sexo hoy-bromeó Birdie, Tessa se echó a reír.
               -Me sorprende que aún lo tenga-comentó, y yo me la quedé mirando, confusa. Tessa dio un sorbo de su cerveza y se quedó mirando a Alec-. Ha pasado mucho tiempo.
               -¿De qué hablas?-pregunté, y procuré que mi tono no sonara ni desconfiado ni celoso.
               Porque no debería sonar desconfiado, ni celoso. Tessa tenía novio. Y Alec no era mío para reclamarlo e impedir que otras chicas le mirasen como le miraba yo.
               Claro que eso era mucho más sencillo de estudiar en la teoría que de aplicarlo en la práctica, y me era imposible apartar de la cabeza la imagen de Alec cerniéndose sobre una de esas dos chicas, completamente desnudo, para darles lo que me daba ahora a mí. No puedes hablar sobre sexo y meter a Alec en la conversación sin que yo sume dos y dos.
               Las chicas se miraron entre ellas. Tessa se echó el pelo hacia atrás, y reveló:
               -Del fuego del boxeador.
               Fruncí el ceño, preguntándome qué era eso. Me mordí el labio y alcé una ceja, decidiendo si debía preguntar y quedar como una pringada, o no hacerlo y quedarme por siempre con la duda.
               Las chicas sonrieron, y Birdie tomó la palabra.
               -Acuéstate hoy con él, nena-me aconsejó-. En las noches después de una competición, los boxeadores tienen un fuego dentro que sólo una chica puede apagarles.
               -Y lo mejor-añadió Tessa-, es que cuando tú se lo robas, por mucho que te llueva encima, jamás podrá extinguirse del todo.
               Sonreí, agradecida, y volví a mirar a Alec. Nuestros ojos volvieron a encontrarse y saltaron chispas entre nosotros.
               -Con él, seguro que es diferente. Ya nos lo pasamos genial en la cama-confesé, sonriendo, y  bebí mi cerveza mientras las chicas lanzaban exclamaciones al aire. Tessa y Birdie se echaron a reír.
               -No te hablamos de pasártelo bien, te hablamos de pasártelo genial. De sentirte conectada a él como no te lo vas a sentir nunca.
               -De placer-Birdie hizo que la palabra sonara sucia, erótica, placentera incluso en su pronunciación. Un placer que no sabes que él puede darte, porque de normal, no puede.
               -Pero hay algo en su sangre…
               -Es como si no terminaran de pelear ni pudieran relajarse hasta que entran en ti.
               -Es un consejo de amigas, Sabrae. De novia de boxeador a novia de boxeador-me dijo Tessa, inclinándose hacia delante hasta quedar al filo de su asiento. Yo sonreí, el botellín de cerveza en mis labios.
               -Alec y yo no somos…
               -Da igual cómo decidáis llamar vuestra relación. Te lo prometo, chica: si hoy te lo llevas a la cama, te pasarás el resto de tu vida rezando para que no cuelgue los guantes. No sé qué les hace el boxeo, no sé cómo superan el cansancio… pero yo nunca había tenido sexo tan bueno antes de conocer a Emmet en las noches de competición.
               -Es adictivo-confió Birdie, y Tessa sonrió y asintió con la cabeza.
               -Alec ya lo es.
               -Pues imagínate qué más puede hacer. Lo lleva dentro.
               -Él ya no boxea-contesté con cierta tozudez, porque sinceramente, después de ver con qué facilidad me llevaba a mis límites de placer, me parecía imposible que Alec pudiera follar mejor. No podía. No puedes superar algo que ya es perfecto, el maestro no puede aprender nada más en el momento en que domina la materia… y, desde luego, Alec la dominaba.
               -Pero sabe lo que es. Conoce la adrenalina, y ha estado muy cerca del combate. Serías tonta si pensaras que no le ha afectado.
               -Además-añadió Birdie-, se os están mezclando las ganas-comentó, señalando cómo nos mirábamos él y yo desde la distancia. Me eché a reír y di un sorbo de mi cerveza, negando con la cabeza.
               Pero lo cierto es que la presión por debajo de mis piernas no hacía más que aumentar a medida que bebíamos más, reíamos más, y la tensión entre Alec y yo aumentaba. Para cuando salimos del bar, estaba un poco mareada, las luces eran más intensas y los sonidos un poco más ruidosos.
               Y, sin embargo, nunca en mi vida me había sentido tan lúcida. Mi mente no dejaba de darle vueltas al hecho de que estaba en una ciudad desconocida con Alec, la persona que más había llegado importarme en esos últimos meses, el único que podía influir en mi estado de ánimo con la facilidad de quien aprieta el botón de un mando a distancia.
               No paramos de toquetearnos y de jugar con las manos del otro en el trayecto al piso de Miles, que nos acogería hasta mañana, cuando partiéramos de vuelta a Londres. Nos despedimos del equipo contrario al de nuestro anfitrión con besos, abrazos y promesas de volver a vernos.
               -Te mandaré entradas para mi siguiente final-le prometió Jackson a Alec, que asintió con la cabeza y le cogió de la mano, enganchando su pulgar con el de él-. Y procura traerte a esta preciosidad también, ¿eh?-puntualizó Jackson, mirándome.
               -Ah, ¿que yo también estoy invitada?-inquirí con cierta inocencia, y Jackson se echó a reír.
               -Bueno, Sabrae. Es que, si Alec no te trae, no le dejo entrar.
               -No le digas eso, que se crece-se burló Alec, dándole una palmada el omóplato cuando se abrazaron-. Adiós, hermano. Suerte. Nos vemos pronto, ¿eh?
               -Nos vemos, tío. Cuídate. Mantente en forma, ¿quieres? Quién sabe si algún día necesitaré batirme con un novato.
               -¿Novato, yo? No te parto la cara porque Birdie no se merece tener un novio más feo de lo que ya eres.
               La despedida de Emmet fue un poco similar, pero en las escaleras del edificio de Miles: resultó que los dos hermanos habían encontrado casa en el mismo portal, lo cual era muy conveniente para su relación profesional. Tessa me guiñó el ojo cuando Emmet terminó de besarla y empezó a tirar de ella escaleras arriba, como diciendo recuerda lo que te dije, y subió al trote tras su chico, que parecía ansioso por llegar a casa de una vez.
               Miles empujó la puerta de su casa y nos indicó con un gesto cuál era su habitación. El piso, de pequeño tamaño, no contaba más que con un dormitorio, y había decidido cedernos su cama a Alec y a mí, después de muchas protestas por parte de nosotros, porque éramos dos y él bien puede dormir en el sofá.
               -Si necesitáis algo…-dejó la frase en el aire, y tanto Alec como yo asentimos con la cabeza. Entramos en la habitación, dejamos las cosas en el suelo y nos abrimos paso en dirección al baño. Nos lavamos los dientes mirándonos, como hicimos en mi casa y en la suya, en aquellos gloriosos fines de semana en los que empezamos a compartir cama, y descubrimos lo que era despertarse al lado del otro. Alec me dio un empujón y yo no me quedé atrás; le di con la cadera y me agité las trenzas para azotarle el pecho, a lo que él respondió con un bufido que fingía irritación. Me eché a reír y él me besó con restos de pasta de dientes en los labios, y yo seguí riéndome cuando me limpié la boca y la espuma que nuestro beso había dejado en mí.
               Salimos del baño cogidos de la mano y nos despedimos de Miles, que había encendido la televisión y se había tapado hasta los hombros con una manta vieja.
               -Buenas noches-se despidió Alec, inclinando la cabeza. Yo agité la mano libre frente a mi rostro, y Miles asintió a modo de despedida.
               -Que descanséis.
               Abrimos la puerta, entramos en la habitación y la cerramos sigilosamente. Luego, Alec me puso contra la madera y se pegó a mí, de modo y manera que no me quedara otro remedio que fusionarme con su cuerpo si quería sobrevivir a ese aplastamiento.
               -Por fin solos-comentó, y yo solté una risita y asentí con la cabeza-. ¿Estás cansada?
               -No. ¿Y tú?-inquirí, acariciándole los brazos, los hombros, el cuello. Hundí las manos en su melenita ensortijada y sonreí cuando él cerró los ojos, disfrutando del contacto.
               -Un poco-admitió, juguetón. Me besó en la frente y yo me dejé llevar por esa tímida muestra de cariño.
               -Ha sido un día largo y muy intenso-contesté, y su pulgar recorrió mi mentón, subió por mi mejilla, recorrió las líneas de mi mandíbula y se aventuró por mis labios.
               -Eres hermosa-comentó, y la yema de su dedo toqueteó mis dientes cuando yo esbocé una sonrisa. Me giré hacia él y le besé despacio la palma de la mano.
               -Tú también. Gracias por lo de hoy-añadí tras un momento de silencio, y él negó con la cabeza.
               -No se merecen.
               -No, Al. De verdad. Gracias. Me lo he pasado genial, y que hayas pensado en mí para traerme a este sitio y hacerme ver todo esto… ha sido mágico, en cierta medida. Madre mía, ¿qué estoy diciendo?-Alec se echó a reír cuando yo me tapé la cara-. He visto a dos tíos darse de hostias hasta que uno se ha desmayado, se han destrozado la cara, ¿y yo lo califico como mágico? ¡No tiene ningún sentido!
               -El boxeo es así-contestó Alec, y yo me lo quedé mirando. Imité los movimientos de su pulgar en mi cara y le di un pellizco en la barbilla. Él se estiró cuan largo era, dejándome una visión fugaz de sus abdominales bajo su camisa, e hizo crujir su cuello.
               -Y lo que has hecho por mí… tenerme durante toda la competición sobre tus hombros…
               -Ni lo menciones, ¿vale? Tenías que verlo. No podía dejar que te lo perdieras. Ha sido una pelea de la hostia, no me habría perdonado que te hubieras perdido ni un solo segundo. Además, ver que te lo has pasado bien… merece todo el dolor del mundo.
               -¿Te duele?-pregunté, y él se encogió de hombros.
               -Bueno, tengo los hombros un poco cargados y el cuello algo resentido, pero… sobreviviré.
               Sonreí, le acaricié el pecho, me puse de puntillas sobre mis tacones y le besé los labios.
               -Déjame compensártelo.
               -Ya pensé que no me lo dirías-tonteó, divertido. Bajó sus manos a mi escote y descendió un poco más. Me acarició los pechos por encima del top y yo sonreí en su boca.
               -Siéntate-le pedí, y él obedeció. Se giró y apartó nuestras cosas de la cama, sentándose en el borde. Me fijé en lo minúscula que es, especialmente ahora que Alec estaba sentado en ella y podía comparar su estatura con la del colchón. No creía que fuera a dormir cómodo, y menos conmigo en ella.
               Aunque, si lo pensaba con detenimiento, era mejor ese colchón que el sofá.
               -La cama es enana-comenté, y él sonrió y la acarició.
               -Tendremos que dormir apretaditos-fue su respuesta, y sus ojos se clavaron en mí, impacientes, sedientos de mi desnudez-. Tú te pones encima, y yo, debajo. Como nunca deberíamos dejar de estar.
               -¿Es que no has tenido suficiente de mí en toda la tarde?
               -Yo jamás voy a tener suficiente de ti, bombón-contestó, tirando de mí y besándome la piel desnuda que mi top y los pantalones dejaban al descubierto. Le acaricié el pelo, jugué con los rizos que se le formaban en él, y bajé las manos hacia sus hombros. Se los acaricié y se los masajeé, y él gimió, jadeó y exhaló suspiros de satisfacción. Me senté detrás de él y continué apretando sus músculos, liberando una tensión que se descargaba a través de mis dedos y nos repartíamos entre los dos.
               Llevé una de mis manos por su pecho y la metí entre los botones de su camisa. Respiré sobre su oído, echando un vistazo por entre la ropa. Le desabotoné la camisa y Alec se volvió y comenzó a besarme.
               -Ponte recto-le pedí cuando nuestros besos bajaron en intensidad, y él asintió. Le quité la camisa y la dejé doblada sobre la silla del escritorio que hacía las veces de mesilla de noche excesivamente alta. Continué con el masaje.
               Mis ojos recorrieron con deseo sus músculos, tanto los de su cuello y sus hombros, como los de su espalda y su pecho. Alec jadeó, disfrutando de la sensación de liberación de mis manos en su piel.
               -Menudas manos tienes, nena-comentó  entre dientes.
               -Para tocarte mejor-respondí, dándole un suave mordisquito en el hombro, y él sonrió. Me acarició la mano y jadeó mi nombre cuando presioné sus músculos una última vez.
               Noté que Alec estaba duro.
               Y que yo estaba húmeda.
               Nos quedamos callados un momento, gozando de la respiración del otro. Luego, Alec se giró y me miró, una invitación, casi súplica, en sus ojos.
               Por toda respuesta, me quité los zapatos, los tiré a los pies de la cama, y me arrastré para que mis pies me sostuvieran de nuevo. Me quedé frente a él, que me observó con hambre.
               Sus ojos se oscurecieron mientras me observaba a la luz del flexo del escritorio. Nuestro subconsciente escuchaba a la vez los ruidos provenientes de los pisos superiores. Distinguimos de la misma forma los jadeos de Emmet de los de Tessa.
               No sé si era normal, pero me encendía como un incendio forestal el escuchar a otras parejas manteniendo relaciones sexuales.
               Alec esbozó su típica sonrisa torcida, esa que consigue que te bajes las bragas sin siquiera quitarte los pantalones. Cuando habló, su tono era sucio, animal, excitado. Ronco. Lanzó una descarga eléctrica por todo mi cuerpo.
               -¿Quieres jugar, bombón?-me preguntó, y yo me llevé las manos al pecho. Envalentonada por la noche, las copas, la adrenalina del combate y la lejanía de mi  casa, por estar en una ciudad en la que nadie sabía quién era, en una habitación en la que Alec sólo me pertenecía a mí, contesté:
               -Quiero montarte.
               Él sonrió y se reclinó a disfrutar del lento espectáculo en que convertí la cremallera de mi top bajando hasta convertirlo en una especie de chaleco que no se ajustaba ya a mis medidas. Me liberé de él y disfruté de cómo observaba con hambre mis pechos. Me aparté las trenzas de los hombros y me las dejé colgando tras la nuca, acariciándome la espalda. Alec me hizo un gesto con el dedo para que me acercara, y yo obedecí.
               Me metí entre sus piernas. Contemplé con orgullo el tamaño de su erección dentro de sus pantalones, que había crecido significativamente.
               Su fuego. Ya está ardiendo.
               -Disfruta de tu bombón, criatura-le dije, acercándome aún más a él. Su cara estaba a centímetros de mis senos. Él alzó la vista y sonrió.
               -Me apeteces-dijo, y, sin apartar la vista de mis ojos, besó mis pechos. Los acarició y los pellizcó con sensualidad, y yo noté cómo la flor de mi entrepierna se abría rápidamente, como si acabara de recordar que en marzo llega la primavera-. Me apetecen tus besos. Me apetecen tus senos. Me apetece tu sexo-añadió, bajando por mi anatomía y acariciándome las caderas. Deshizo el nudo de mis pantalones y metió una mano por entre mis piernas. Acarició mi sexo, hambriento de él, por encima de mis bragas. Yo gemí y me pegué todavía más a él, entreabriendo los labios para que salieran todos esos ruidos que tanto le gustaban-. Me apetecen tus gemidos y me apetecen tus gritos. Me apetece tu placer-dijo, y tiró lentamente de mis pantalones, junto a mis bragas, y me dejó deliciosamente desnuda frente a él. Tenía los pantalones por las rodillas. Las sacudí para que se deslizaran por mi piel y cayeran hechos un ovillo entre mis pies. Salí de ellos y Alec me levantó, apoyó mis rodillas en el colchón, a su lado, y me miró a los ojos mientras acercaba su boca a mi sexo.
               La abrió y besó el centro de mi ser. Su lengua exploró por entre mis pliegues mientras sus ojos seguían clavados en mí. Apoyé una mano en la pared y luché por impedir que mis caderas se movieran al ritmo de su lengua, pero fracasé estrepitosamente y clavé las uñas en la escayola.
               Alec siguió con esa deliciosa tortura, acercándome lentamente a una cima de la que no pensaba tirarme en solitario. Continuó besándome, lamiéndome y mordisqueándome tan despacio que estaba segura de que terminaría muriendo sobre su boca, deshecha en una explosión de estrellas que llovería sobre él con la frescura de una tormenta de verano, justo como más le gustaba.
               -Alec…-gemí, y él sonrió en mi sexo.
               -Sí, por favor. Di mi nombre.
               -Alec-repetí, frotándome despacio contra él mientras nos mirábamos a los ojos. Busqué sus manos y él no se hizo de rogar. Le acaricié la nuca mientras su lengua continuaba explorándome. Entrelacé los dedos de la otra mano con los suyos y me los llevé a la boca. Le besé el dorso de la mano, luego, le di un mordisquito. Separé dos de sus dedos y me los metí en la boca. Mi lengua jugó con ellos, prometiéndole algo que sabía que le encantaba. Volvió a sonreír, pillando la indirecta-. Alec-repetí, y me estremecí cuando escuché el ruido de la cremallera de sus pantalones al bajarse.
               Liberó su miembro y lo dejo allí para volver a acariciarme. No rompimos el contacto visual en ningún momento, incluso cuando mi respiración perdía su ritmo y todo mi cuerpo se echaba a temblar.
               -No dejes de mirarme, Sabrae-me pidió, y yo asentí con la cabeza. Tenía una mano en mi culo, sosteniéndome para que no me alejara de él, y la otra seguía entrelazada con la mía. Le clavé las uñas en el cuero cabelludo y empecé a respirar con dificultad.
               -Alec…
               -Di mi nombre.
               -A-A-Al-ec…-tartamudeé, olvidándome de mi intención de romperme con él dentro.
               -Dilo. Que te oiga toda la ciudad.
               -Dios mío, Alec.
               -Que todos sepan que soy yo quien bebe de ti cuando explotas.
               -A…
               Estoy muy cerca.
               -Conviértelo en tu orgasmo.
               Estoy cerquísima.
               Dios mío.
               -Alec…
               -Córrete diciéndolo. Llega conmigo. Sólo conmigo, bombón.
               -Alec-me pegué más a él-. Me apeteces.
               -Me apeteces, bombón. Dilo. Di cómo me llamo.
               -Aleccccccc…
               -Así me gusta, nena. Vamos, bombón. Córrete con mi nombre en la boca. Déjame probarte una vez más. Eres deliciosa, ¿lo sabías? Eres lo mejor que he probado nunca. Podría vivir sólo de ti.
               Estoy…
               Estoy…
               -¡ALEC!-grité, y él sonrió y bebió de mi placer cuando yo estallé y me deshice entre sus labios. Alec gimió, jadeó, bebió y bebió y bebió hasta que su sed quedó saciada, e incluso entonces, no dejó de saborearme. Entre temblores, me abracé a él y le dije que me apetecía, porque era una cobarde que se moría de miedo pensando en decirle que aceptaba ser su novia para poder decirle que le quería.
               Se separó de mí para dejarme un poco de espacio, y yo le cogí la cara, le acaricié las mejillas, y le besé en los labios.
               -Tómame-le pedí, y no necesitó que se lo dijera dos veces. Con la maestría de siempre, se desnudó y se puso el preservativo, y con el cariño de todos los días, se introdujo en mi interior. Le miré a los ojos mientras me llenaba, sonreí cuando noté cómo tocaba fondo, y me tocaba a mí amarle y adorarle al mover las caderas adelante y atrás, arriba y abajo, a izquierda y derecha.
               En círculos, como cuando estábamos en su casa y se derramó en mi interior mientras sonaba I Feel It Coming.
               Cerré las piernas en torno a su cintura y le besé la cara, los hombros, las orejas, las mandíbula, los labios, los ojos, las mejillas, la nariz, de nuevo los labios, mientras consagrábamos nuestra unión, nuestros cuerpos desnudos y sudorosos, nuestras almas mezcladas y enredadas en nuestro placer.
               Me encantaba cuando me tumbaba y él me penetraba, me encantaba cuando él se tumbaba y yo lo montaba, pero cuando estábamos sentados, abrazándonos, mirándonos a los ojos y acariciándonos la espalda, el torso, él mis pechos, yo sus hombros, sentía que había nacido para estar así con él. Podía perderme en sus ojos sin temor a no saber salir de su laberinto; no me importaba quedarme a vivir en su boca, y su mirada era mi hogar. Su pelo estaba hecho del mismo material que las nubes, era suave y esponjoso y a mí me encantaba jugar con él, y su boca sabía exactamente qué y cómo hacerme sentir la única chica en el mundo. Sus labios jugaban conmigo, besaban mis pechos, mis clavículas, mi cuello y mi mandíbula; sus dientes me mordían los labios y el lóbulo de la oreja, y yo…
               … yo estaba enamorada de él.
               Y él lo estaba de mí.
               Alec se tensó debajo de mí, a mi alrededor, en mi interior. Le acaricié la cara y él apretó la mandíbula.
               -Me apeteces-le dije, y él respondió con un beso que me sabe a miel y a hacer el amor-. Di mi nombre.
               -Sabrae.
               -Dilo mientras eres mío.
               -No podría dejar de decirlo nunca.
               Sonreí, emocionada, y me incliné y le di un beso sujetándole la cara con las manos. Era lo que Alec necesitaba para llegar al orgasmo y derramarse en mi interior. Me abrazó y me dio un beso en el hombro.
               -Te quiero-me dijo, y yo sonreí y le grité mentalmente que yo también le quería a él.
               -Y yo a…-empecé, pero él me calló con un beso y negó con la cabeza. Teníamos un trato: yo no le decía que le quería, y él no me rompía el corazón yéndose a África.
               Yo no le expresaba mis sentimientos y dejaba que me vaciara cuando se subiera a ese avión, y Alec no se rompía en mil pedazos cada noche, tumbado en la cama del campamento del voluntariado, escuchándome decírselo mientras nuestros cuerpos están unidos y nuestras esencias se diluyen, mezcladas.
               Los dos rompimos nuestra promesa en el segundo en que la formulamos, cuando estábamos en la habitación del hotel que le regaló Diana por su cumpleaños, su virilidad en mi interior y mi feminidad rodeándole.
               Alec no podrá irse si yo le decía que le quería.
               Y yo no podría quererle tranquila si él no se marchaba.
               No podíamos regalarnos cosas tan especiales, o empezaríamos a robarnos cosas muchísimo más importantes.
               Así que nos quedamos así, abrazados, su sexo en el mío y mis manos sobre sus hombros, sus brazos en mi cintura y mi nariz en su pelo, la suya en mi cuello, disfrutando del calorcito del otro hasta que el frío de la noche nos recordó repentinamente.
               Sentí el fuego del que las chicas hablaron en mi interior. Sentí cómo ardía en mi vientre gracias a Alec.
               -Ha sido el polvo más bonito que he echado en mi vida-me confesó con timidez en el oído, y mis dedos recorrieron su espalda, jugando a dibujar formas que ninguno de los dos podía ver.
               -No ha sido un polvo-contesté-. Hemos hecho el amor.
               Él me soltó y yo, a regañadientes, hice lo mismo.
               -Gracias-dijo, y yo lo miré.
               -¿Por qué?
               -Por dejarme hacerte el amor como lo hemos hecho esta noche.
               -Gracias a ti, por existir cuando yo lo hago y por vivir tan cerca de donde a mí me encontraron-contesté, y él sonrió, me limpió los labios con el pulgar, como recogiendo los restos de mi confesión de amante de mi boca, y me dio un suave piquito. Volvió a abrazarme y se tumbó sobre la cama. Como yo sospechaba, a duras penas cabía dentro de ella, pero no le di más importancia de la que él quería darle.
               Y él no parecía querer darle ninguna.
               Me deshizo las trenzas y derramó mi pelo por mi espalda, convirtiéndolo en una marea que lo arrasó todo a su paso.
               -Me daba muchísimo miedo traerte hoy, ¿sabes?-confesó, y yo levanté un poco la cabeza para mirarlo-. Temía que no te gustara mi mundo.
               -Ya sabías que me encantaba de antes. Sé que el kick no es lo mismo, pero…
               -No. Me he expresado mal. Lo que temía era… que no encajaras en él.
               Mi dedo índice jugó a dibujar intrincadas figuras en sus pectorales.
               -Todo lo que esté relacionado contigo me interesa.
               -No podría haberlo hecho sin ti, ¿sabes?-comentó, y yo alcé las cejas y le di  un toquecito en los labios.
               -¿A qué te refieres?
               -A venir.
               Apretó la mandíbula y yo lo supe. No, no lo supe, lo vi. A Alec, alzando los puños una última vez, su silueta reproducida cuatro veces, una en cada pantalla. Su nombre siendo el coro de un público que se organiza como el de esta noche.
               -Te retiraste aquí-constaté, algo sorprendida, y Alec asintió, un poco emocionado. La nuez de su garganta subió y baja mientras trataba de contener los sentimientos.
               -¿Lo echas de menos?
               -Cada día-gimió, y sus ojos se humedecieron-. No sabes lo que se siente hasta que no estás ahí. Sólo lo sientes cuando estás arriba. Ni siquiera estando pegado al ring tienes una sensación parecida.
               -Alec-gemí, arrastrando las vocales de su nombre y dándole un beso en la mejilla-. No llores.
               -Lo siento, es que… no sé qué coño me pasa. Dios, seré nenaza-bufó, impotente, y yo le acaricié la cara, más que dispuesta a dejarle pasar ese pequeño desliz.
               -Tienes sentimientos. No es malo que los expreses. De hecho, es lo mejor.
               -Estaba acojonado ante la idea de volver. Sabía que esto iba a pasar-jadeó, limpiándose las lágrimas-. Sabía que iba a llorar como un puto niño pequeño. Por eso necesitaba que vinieras tú. Tú me haces fuerte. Y, además, nunca habías estado. Tenía que aguantar. Tenía que traerte y enseñártelo todo. Con Jordan no me habría atrevido a cruzar las puertas, y él no habría conseguido arrastrarme dentro. Contigo, es diferente. Podría ir al fin del mundo por ti.
               -Y yo también. Pero, si tanto lo echas de menos, ¿por qué no vuelves?
               -Porque la razón por la que lo dejé no ha dejado de ser importante.
               -¿Qué te hizo dejarlo? ¿Las lesiones?-le animé. Ya me lo había contado, pero no podía impedir que volviera a sacarlo de su interior, o seguiría carcomiéndolo.
               Alec se ríe, sarcástico.
               -Las lesiones me dan igual. Moriría feliz peleando en el ring-me acarició el pelo y negó con la cabeza, la mirada en el techo-. Pero sabes lo que me importa la gente a la que amo. No podría haceros daño, ni aunque quisiera. Y la vida que llevo tampoco está…
               -¿Qué te pasó?
               -Me noquearon. Tardé en levantarme.
               -No pasa nada, todos… 
               -Estuve cinco minutos inconsciente-reveló, y yo tragué saliva.
               -Es normal que tu madre se preocupara.
               -Es lo que hacen-consintió-. Pero no lo dejé por mamá. Es decir, no del todo. No fue la razón principal.
               -¿Entonces?
               -Mimi-dijo, y a mí me recorrió un escalofrío. Yo no sabía cómo reaccionaría si viera a Scott volar por los aires y no responder a nada que le hicieran durante 5 minutos-. Es gracioso, ¿sabes? En el fondo, no podría volver. Cerré un círculo que no puede romperse. Empecé a boxear por ella-reveló-, y también lo dejé por ella.
               Le di un beso en los labios.
               -¿Y si lo haces por mí?
               -No sería lo mismo. Por ti ya hago otras cosas-bromeó, y me guiñó el ojo, y yo me eché a reír y le di un puñetazo en el hombro-. Au.
               -¿Eras bueno?-pregunté y él asintió, soñador. Se pasó una mano por debajo de la cabeza y sonrió, mirando al techo.
               -Era cojonudo. Me faltaba disciplina y paciencia, pero, ¿a qué crío de 15 años no le falta disciplina y paciencia? Lo tenía todo. Podía con contrincantes que me duplicaban el peso. Era listo. Para otras cosas, no, pero para el boxeo, sabía más que el hambre. Y era rápido. Y era fuerte. Tenía talento. Lo llevaba en la sangre. No sé de quién lo saqué, pero lo llevaba en la sangre. Habría sido el mejor. Seguramente le habría quitado los títulos a Emmet esta noche. Puede que, incluso, no los hubiera ganado.
               -Todavía hay esperanza-contesté-. Tienes 17, Al. No eres viejo, ni mucho menos.
               -No-consintió, besándome la cabeza-. Pero, aún en el caso de que pudiera hacerme profesional, tengo más razones ahora para estar al pie del ring que encima. Soy un poco como Hannah Montana: tengo lo mejor de los dos mundos.
               Me guiñó un ojo y yo me eché a reír.
               -¿Qué se supone que es eso?
               -Mi llama todavía arde. Todavía puedo quemarte-sonrió, dándome la vuelta y metiéndose entre mis piernas. Me hizo cosquillas y me eché a reír-. Y no me juego el cuello cuando entro en un estadio. Además, ahora sería peor. Tengo más cosas por las que protegerme, y yo no soy un boxeador defensivo.
               -¿Qué cosas son esas?-coqueteé, jugando con la piel de su nuca. Él se rió y me besó la cara interna de la rodilla.
               -Tú, bombón-contestó, tumbándose tremendamente cerca de mí-. Nunca he dejado de ser adicto a la gloria, después de todo.
               -¿Qué gloria te doy yo?
               -Antes, miles de personas gritaban mi nombre-contestó, acariciando todo mi cuerpo-. Ahora, sólo lo grita una chica. Pero me gusta cómo lo hace. Me gusta mucho. Y el paraíso que tiene entre sus piernas bien puede compararse al de cuatro esquinas-añadió, separándome los muslos y acariciando mi interior. Yo solté una risita.
               -No puedo creerme que estés comparando el follar conmigo con un combate de boxeo-solté entre risas, y Alec se puso muy serio de repente.
               -No seas tonta, Sabrae-me miró, severo-. Los combates no son tan violentos como tú.
               -¡Mira que eres gilipollas!-le reñí, dándole un manotazo  en el brazo. Alec se echó a reír, se inclinó hacia mí, y me besó y me besó y me besó hasta que en lo único en lo que pude pensar era en lo a gusto que se estaba sintiéndolo muy dentro.
               En eso, y en que el fuego del que me hablaron las chicas no era exactamente sexual. Nuestra conexión, ahora, ardía más fuerte.
               Como la llama olímpica de Grecia, de miles de años de antigüedad.

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1 comentario:

  1. Me pasaste este capítulo el 18 de Junio de 2018 para que lo leyera. No recuerdo muy bien porqué, posiblemente porque estabas comenzando a escribir la historia de Sabrae y Alec, ya no sólo la de Sabrae, y el capítulo se te presentó en un tu mente completamente entero y te lanzaste a por el. Creo que te había gusta tanto el resultado que por eso me lo mandaste, el caso es que me alegra un montón que lo hicieras porque a pesar de que para mí no era nuevo lo que he leído hoy me ha hecho especial ilusión ver como en el momento en el que lo leí para mi Sabrae y Alec eran otra pareja más dentro del mundo imaginario de CTS, Sabrae era la hermana de Scott que me encantaba y Alec, era sólo eso, Alec. Recuerdo lo mucho que me gustó el capítulo y lo much que me pregunte cómo sería el proceso de la historia que los llevaría hasta allí y joder hermana, menudo caminito ha sido.
    Me ha gustado notar los cambios que has hecho en lo que respecta a la forma de la escritura y sobre todo como eso cambios han sido perceptibles para mí en la forma en la que los Sabralec que ahora conocemos necesitan si o si esos cambios.
    Me alegra un montón este capítulo porque es un símbolo de ese camino que hemos ido recorriendo todos juntos, ellos como personajes, tu como escritora y yo como fiel lectora.

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