La terapia con Claire se había vuelto más chunga ahora que habíamos metido el sexo también en la ecuación, puesto que yo siempre lo había considerado una especie de espacio seguro y zona intocable en la que todo estaba perfectamente bien, y por lo tanto, no había nada que tratar ahí, de modo que podíamos pasar de puntillas, ¿verdad? ¡¿Verdad?!
Pues resultó que no, y tal y como Claire me había explicado a lo largo de la sesión, en la que apenas tuvimos tiempo de hablar de otra cosa, durante el sexo era el momento en que los rasgos más ocultos de nuestra personalidad se manifestaban con mayor libertad y visibilidad, por eso de que supuestamente estábamos en confianza y no había ningún tipo de convención social que seguir, sobre todo cuando se trataba de una pareja estable y de larga duración como era el caso de Sabrae. Que ella no fuera mi primera compañera “de larga duración”, puesto que Chrissy y Pauline habían estado antes que ella, no influía tanto como podía pensar en un principio: lo que acompañaba a Sabrae, la monogamia, era la clave. Yo no tenía manera de “desfogarme” con nadie que no fuera ella desde que Sabrae y yo habíamos estrechado la relación y habíamos pasado a un régimen de absoluta exclusividad (con, eh, la salvedad de la ida de olla que había tenido con Zoe, pero hablaría de eso con Claire más adelante, para que no se pensara que era básicamente un gigoló), de manera que habría rasgos de mi personalidad que podían salir a la luz tarde o temprano estando con ella.
Le comenté el episodio de cuando la agarré del cuello y Claire ni siquiera parpadeó con extrañeza cuando lo relacioné directamente con mi padre y sus tendencias violentas, así como tampoco se sorprendió de la conclusión a la que había llegado respecto a que yo era violento también y por lo tanto tenía que alejar a Sabrae de mí.
-Te sorprendería la cantidad de comportamientos autodestructivos que tenemos las personas, y de las vueltas que les damos a las cosas que hacemos en la intimidad con nuestra pareja una vez que decidimos comentarlas en voz alta con otras personas.
-Yo sólo lo había comentado con mi mejor amigo-repliqué, deseoso de que Claire me diera la misma respuesta que me había dado Sabrae a aquello: que lo había hecho no porque fuera malo, sino porque veía porno.
Había disminuido radicalmente el consumo de porno desde entonces (especialmente porque, bueno, me había pasado casi dos meses metido en un hospital), pero la costumbre de agarrarla del cuello seguía ahí. Lo bueno era que ahora a Sabrae le gustaba.
Lo malo, que yo ya no estaba tan seguro de que una industria multimillonaria y misógina me la hubiera grabado a fuego en la sesera.
-Luego te parecía algo relevante-Claire se encogió de hombros como restándole importancia al asunto, y cuando yo le insistí en que me diera su opinión respecto a qué obedecía aquel pequeño gesto, me había pedido que no me estancara y que no mantuviera a flote las ideas que estábamos tratando de enterrar.
Qué gracia. Habíamos pasado de hablar de cómo podía sentirme presionado a tener sexo con Sabrae, a mis fetiches en la cama y la manera en que ella lidiaba con ellos. Todo muy guay. La terapia es muy versátil.
En fin, el caso es que allí estaba yo, metido en el ascensor del hospital que tantas veces había tomado para bajar a ver a Claire a Salud Mental, pero ahora plenamente consciente de que estaba haciendo el trayecto al revés, reflexionando sobre lo que supondría para mí la terapia ahora que habíamos añadido el ingrediente explosivo del sexo a la misma, y cómo cambiaría el sexo para Sabrae y para mí ahora que también lo trataba en terapia con Claire, y preguntándome también cómo haría para disimular frente a Josh.
Resultó que no hizo falta. En cuanto crucé la puerta de mi habitación (la de Josh, me corregí), un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Era extraño estar allí dentro y notar que las cosas habían cambiado tanto para mí en tan poco tiempo.