domingo, 23 de mayo de 2021

Musa.

 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Me había dado la vuelta cuando llegué a los pies de la cama para ver su expresión cuando me abriera el albornoz, ya que me encantaba la forma en que sus ojos se oscurecían y chispeaban a la vez cada vez que le permitía echar un vistazo a mi anatomía, a esa parte del universo que le pertenecía en exclusividad.
               Por eso, a pesar de haber entrado en su habitación antes que él y haber avanzado mientras él se detenía para cerrar la puerta, pude ver cómo se echaba un vistazo por el rabillo del ojo en el espejo de su habitación. El subidón de confianza que había tenido en la ducha, mientras el agua se llevaba la purpurina y la pigmentación de mi paleta de sombra de ojos que había utilizado para que él pudiera verse como lo veía yo, estaba comenzando a retroceder, igual que el embate del mar con un cambio de marea. Haber sido capaz de sostenerme en alto con sus brazos, algo que hasta entonces los dos habíamos creído imposible por lo menos hasta pasadas unas semanas de vuelta a la normalidad y nuevos entrenamientos, se estaba evaporando en un rincón de su mente.
               El pobrecito ni siquiera había sido capaz de mirarme, a pesar de que me abrí el albornoz con lentitud y lo dejé caer al suelo. Los preliminares eran una parte fundamental de nuestra relación, y los dos considerábamos el desnudarse, incluso sin contacto, parte de esos preliminares. Mentiría si dijera que no tenía esperanzas de que mis curvas le condujeran a un bamboleo que terminara en él de nuevo sobre mí, a pesar de que estaba totalmente satisfecha después de meses y que sabía que lo que sentía era lujuria pura y dura.
               Claro que, para eso, él necesitaba estar concentrado. Y, ahora mismo, no lo estaba.
               -Bueno-susurró con un hilo de voz, suspirando y dirigiéndose hacia el armario, en cuyos cajones guardaba los pijamas que yo siempre le suplicaba que se pusiera para que el calorcito y el aroma de su cuerpo empaparan la ropa y me acompañaran a la hora de dormir. Tenía los hombros un poco hundidos, más cansado de lo que le había visto nunca, y una expresión de agotamiento cruzándole la mirada. Entendí en ese momento que puede que yo estuviera deseosa de un tercer, cuarto, quinto o sexto asalto (¿cómo se suponía que debía contabilizarlos? ¿En función de los orgasmos que habíamos tenido, o en función de las veces en que nuestros cuerpos se habían fundido en uno solo?) no implicaba que él también lo estuviera. Había sido un día muy largo, cargado de emociones, un auténtico vendaval de sentimientos encontrados, a cada cual más poderoso que el anterior. No debía siquiera considerar pedirle más de lo que él podía darme, porque pensarlo supondría que él tuviera la posibilidad de leerme el pensamiento y se viera obligado a hacerlo.
               Era demasiado bueno en ese sentido. Necesitaba ser un poco más egoísta. Y yo debía darle espacio, algo a lo que estaba más que dispuesta. Por mucho que me doliera y que el aire entre nosotros fuera tan denso que pareciéramos sumidos en una gota de agua gigantesca, sabía que tenía que dejarle espacio. No debía tirar de él para terminar de sacarlo del cascarón: las pocas veces en que había dejado que mi ansia por verlo bien triunfara sobre sus posibilidades y el ritmo que necesitaba imponerse, todo había terminado estallándonos en la cara y había hecho que Alec reculara en dirección a su espacio seguro, encerrado en su caparazón el tiempo necesario para curarse.
               Y sin embargo… me dolía que el efecto que el maquillaje había tenido en él se diluyera de aquella manera, con la facilidad con la que se lo había quitado. Sí, de acuerdo, su cuerpo no era tan impresionante como el que había tenido antes del accidente, y sus cicatrices eran más hermosas siendo doradas y plateadas que rojas y púrpuras, pero… seguía pareciéndome el hombre más guapo que hubiera pisado nunca la faz de la Tierra. Viéndolo así, desnudo, incluso con aquellas marcas de ese accidente horrible, me sorprendía haber sido capaz de querer a otros chicos, de pensar en otros hombres, de sentirme atraída por ellos. Ninguno se comparaba a Alec, incluso estando Alec en su estado actual.
               Ninguno había hecho un esfuerzo tan hercúleo para llegar hasta donde estaba. Ninguno había recorrido tantos kilómetros sin quejarse. Ninguno era tan valiente, tan persistente, tan bueno como él.
               Ninguno era la última prueba viviente de los mitos de las religiones antiguas, aquellos en los que el panteón estaba abarrotado de personalidades que hacían de la mitología la historia más interesante que aquella cultura pudiera contar. Ninguno era tampoco la transición natural del politeísmo hacia el monoteísmo, pues viéndolo así, desnudo, imperfecto, fuerte, vulnerable y mío, Alec me hacía entender por qué habíamos pasado de decenas, cientos, miles de dioses en la antigüedad, a uno solo en la actualidad: no había necesidad de más. No había posibilidad de escoger a otro en el momento en que Alec entraba en escena.
               Supongo que por eso di un paso hacia él y susurré su nombre cuando vi que, después de ponerse una muda limpia de calzoncillos (blancos, que le quedaban de miedo, todo sea dicho), se inclinaba para coger la camiseta de su pijama de Capitán América.
               Se giró y me miró. Vi cómo sus ojos se deslizaban hacia su reflejo en la televisión del otro lado de la habitación, y para impedir que retrocediera más, me interpuse entre ellos dos dando un sutil paso a un lado.
               -No te vistas-le pedí, y él se incorporó cuan largo era. Tenía los pantalones y la camiseta pegados al vientre, la primera parte de su cuerpo que él habría exhibido, si la situación no fuera la de ahora. Se mordió el labio, indeciso.
               -¿Quieres que…?
               -No-negué con la cabeza, haciendo que mi pelo se enganchara con las hebras del albornoz-. No quiero hacerlo más veces. Estoy cansada, el día… ha sido muy largo-me froté la mejilla con la mano y Alec asintió con la cabeza, una sonrisa agradecida asomándole en las comisuras de la boca.
               -Sí. Sí, es verdad, ha sido muy largo.
               -Pero no quiero… echo de menos dormir contigo.
               -Has dormido bastantes noches conmigo mientras estaba en el hospital.
               -Puede-cedí-, pero no dormía desnuda.
               Vi que le había desarmado completamente. Lo único más fuerte que sus miedos ahora mismo era su atracción irremediable hacia mí, la manera en que mi anatomía llamaba a la suya como un canto de sirena al otro lado del mar. Sabía que había una barrera de rocas que acabarían con su barco si trataba de sortearlas, y un anillo de arrecifes que lo harían encallar y le desgarrarían los músculos si intentaba nadar hasta mí, pero tenía que acercárseme de todos modos. Era una necesidad imperiosa.
               Lo sabía porque yo lo sentía de la misma manera.
               Inconscientemente, Alec se tocó la cicatriz central, la que yo sabía que le daba más problemas y de la que primero había querido ocuparme precisamente por eso, con la yema de los dedos. Se mordisqueó el labio de una forma tan ligera que parecía producto de mi imaginación.
               No había sido un error maquillarlo. Lo que había sido un error había sido no tatuarlo con tinta que se diluyera con el paso de los años. Sólo así podría estar seguro de sí mismo y cómodo de nuevo en su piel, por lo menos hasta que aceptara su nueva condición. Y, cuando lo hiciera, ya volvería a ser el de antes.
               Por desgracia, el único dorado que duraría todo lo que necesitábamos era el de sus ojos. Y yo no podía permitir que se lo frotara hasta quitárselo.
               -Que el maquillaje se haya ido con la ducha no quiere decir que tu atractivo haya desaparecido también. No te vistas, Al-le pedí, acercándome a él y cogiéndole la mano. Le acaricié los nudillos con el pulgar y lo miré a los ojos-. Necesito sentir tu piel junto a la mía. La echo mucho, muchísimo de menos. Me siento… me siento en carne viva cuando tú no me estás tocando.
               En silencio, alzó una mano y me apartó un mechón de pelo de la cara, colocándomelo detrás de la oreja. Su respiración se coló por el hueco entre el albornoz y mi piel, en caída libre por mi escote, acariciando el espacio entre mis pechos. Después, me colocó la mano en el mentón y me acarició la mejilla.
               -Si tienes miedo de que te haga daño durmiendo, lo entenderé. Y te prometo que no me molestaré si es por eso por lo que quieres vestirte. Pero… si es por lo otro… si es porque todavía no te gusta del todo verte… quiero pedirte que no me prives a mí de hacerlo. Adoro tu cuerpo, Alec. Lo he adorado toda mi vida. Es el sitio en el que se protege mi alma gemela, y el exterior del templo en el que venero a mi dios preferido.
               Se mordió el labio sin dejarme ver sus dientes, pero yo le sentía al otro lado de la muralla, empujándola, tratando de llegar hasta mí. Sí, mi amor. Ven conmigo. Estoy aquí.
               -Para mí sigues siendo el chico más guapo, y también el más buenorro del mundo. Eso no va a cambiar, como tampoco va a cambiar lo que siento por ti. Te quiero, Al. Con cicatrices o sin ellas, tallado en mármol o moldeado con arcilla. Déjame dormir piel con piel con el único hombre al que me he entregado y le he dado el derecho de decir “eres mía”.
               Con sus ojos aún en los míos, Alec abrió las manos y la ropa cayó al suelo con un golpe sordo que a mí me supo al clímax de la mejor canción jamás escuchada. Luego, deshizo despacio el nudo del cordón de mi albornoz, y lo hizo deslizarse por mi piel hasta caer también al suelo, como un halo a mis pies.
               Me puso las manos en la cintura y tiró suavemente de mí para pegarme a él. Apoyó la mandíbula en mi frente y los dos cerramos los ojos, inhalando nuestro perfume favorito en el mundo: la esencia del otro.
               Le pasé las manos por la cintura yo también y le di un beso en el pecho.
               -Te prometo que se acabará-le dije-. Algún día, esta guerra que llevas librando contra ti mismo se acabará.
               -No me importa si nunca se acaba. Nunca me cansaré de luchar por una compañera como lo eres tú-me respondió. Entonces, me tomó de la mandíbula y me hizo alzar la cabeza para darme el beso más dulce del mundo. Sus labios rozaron los míos, su lengua acarició mi boca, y cuando nos quisimos dar cuenta, nuestras respiraciones se habían acompasado y nuestros corazones latían sincronizados.
               Lo tomé de la mano y lo llevé hasta la cama. Me puse unos bóxers suyos limpios y me tumbé a su lado, sobre la funda nórdica. Nos quedamos así un rato, besándonos sin prisa, dejando que el ambiente de la habitación, que comenzaba a enfriarse, nos hiciera acercarnos hasta estar prácticamente pegados el uno al otro. Nuestras respiraciones comenzaron a acelerarse, nuestras manos se volvieron más urgentes y audaces, y por un momento, pensé que terminaríamos llegando hasta el final, cogiendo ese barco cuyo muelle sólo estaba disponible para nosotros, y demostrándole a la abuela de Alec que sí, que nuestra juventud nos permitía hacerlo toda la noche, hasta que saliera el sol.
               Conseguimos sobreponernos a nuestros instintos más primarios, sorprendentemente. La necesidad que sentíamos del otro era acuciante, pero los dos sabíamos que había cosas más importantes de las que ocuparnos, como el hecho de que aún no estábamos listos para intentar reprimirnos, cosa que tendríamos que hacer si al final pasábamos al siguiente nivel, ahora que su familia ya estaba en casa.
               De modo que tuve que dejar que se pusiera una camisa y unos pantalones de chándal, en una curiosa combinación que no me disgustó, y saliera de la habitación para hacerse con una nueva muda para la cama. Cuando regresó, me encontró con la camiseta del pijama que había intentado ponerse puesta, y no pudo contener una sonrisa al ver cómo se me adhería la tela a mi anatomía. Puede que Alec visitera unas tallas más que yo, pero su ropa estaba hecha de forma distinta, de modo que lo más interesante de mi torso siempre cobraba un protagonismo especial cuando decidía asaltar su armario.
               Deshicimos la cama, trabajamos en equipo para ponerle la muda nueva, y Alec se quedó estirándola mientras yo llevaba la manchada de maquillaje al cesto de la ropa sucia en el baño. Cuando regresé, estaba de pie en la habitación, como si no supiera qué hacer.
               Se le escapó una risa cuando yo eché a correr hacia él y di un brinco para estrecharlo entre mis brazos, con el sonido de la puerta cerrándose tras de mí justo en el instante en que nos dábamos un beso.
               -¿Qué te pasa?
               -Eres muy guapo-ronroneé, frotándome contra él como una cachorrita que quería reclamar la atención de su dueño para que jugara con ella.
               -Sí, seguro que es por eso-Alec puso los ojos en blanco y, por primera vez en toda la noche, yo supe que no estaba dudando de mi palabra. Sabía de sobra lo que me ocurría: adoraba hacer tareas domésticas con él, por muy simples y rápidas que fueran. Me hacían ver que la vida que queríamos construir juntos era factible, era real, y alcanzable. Haciendo la cama en equipo, pasándole los platos que fregaba para que los secara, sacando del cesto de la colada la ropa para que él la tendiera, o dándole instrucciones precisas sobre lo que había que hacer con los ingredientes de turno para el plato que estábamos cocinando, me daba cuenta de lo afianzado que estaba lo nuestro, y de las muchísimas ganas que tenía de llegar un día a casa, dentro de no mucho tiempo, y encontrármelo allí.
               Llegaría el día en que pensaría en ir a casa y Alec estaría ahí. No vendría a visitarme a la mía, ni iría yo a la suya, sino que viviríamos bajo el mismo techo y haríamos vida en común, en absolutamente todo. Tendríamos citas, seguiríamos haciendo planes, pero las noches en que durmiéramos juntos o desayunáramos el uno junto al otro ya no tendrían que ser necesariamente ocasiones especiales. Se volverían rutina, pero qué rutina. Bendita rutina.
               De eso estaba hecho el amor y en eso consistía en estar enamorada: en convertir lo especial en ordinario, en hacer de las excepciones rutina, y en seguir disfrutándolas como la primera vez, porque te dabas cuenta de que los planes especiales no eran especiales por lo poco usuales, sino por con quién los compartías.
                Nos quitamos la ropa antes de abrir la cama, y nos metimos en ella acariciándonos por todo el cuerpo, leyendo en mis curvas y sus ángulos una historia más larga que la Ilíada y más romántica que la que contaba mi padre en sus discos. A pesar de la infinidad de veces en que habíamos hecho eso, cada vez que Alec y yo nos tocábamos era como la primera vez: quizá supiéramos más de la anatomía del otro y conociéramos con más exactitud los puntos en que debíamos tocarnos para hacernos disfrutar más, pero eso no quería decir que nos cansáramos o que hubiera ningún rincón capaz de aburrirnos.
               Y más ahora, que hacía tanto tiempo que no podíamos acurrucarnos como lo estábamos haciendo ahora, arropados por el dulce aroma a lavanda del suavizante de su ropa de cama y la  penumbra de su habitación, mantenida a duras penas gracias al tragaluz del techo. Yo necesitaba esos mimos tanto como Alec, pero a él había que añadirle la manera extraña en que había echado de menos su cama, ya fuera solo o acompañado, y cómo tenía que volver a aclimatarse al lugar en el que había crecido, a volver a tener las libertades que había disfrutado prácticamente desde que nació.
               Para mí, la habitación apenas había cambiado, salvo por el hecho de que ahora estaba más llena y más viva por el mero hecho de que él estuviera ahí. Sin embargo, él no dejaba de apreciar detalles insignificantes que no sabía que había echado de menos hasta que no los tuvo delante y se dio cuenta de que había acusado su falta, desde las marcas del uso de todos los muebles a los defectos en la colocación de los pósters de su habitación, pasando por el extraño orden en que se habían ordenado sus fotos cuando Annie no se dio cuenta de anotarlo de alguna forma mientras preparaba la habitación para la vuelta de su nuevo primogénito.
               Además, la habitación se estaba recargando de la energía de oasis, paz y descanso que Alec siempre encontraba en aquel lugar, de modo que no era de extrañar que mirara por el rabillo del ojo en todas direcciones, comprobando que todo estuviera en su lugar y vigilando que nada se esfumara ante sus ojos, como temiendo mantenerlos cerrados demasiado tiempo y que el hospital volviera a engullirlo.
               Nos quedamos acurrucados un rato en silencio, él entre mis brazos, yo con la espalda ligeramente apoyada sobre las almohadas, jugueteando con su pelo y maravillándome de lo bien que había salido todo. Había podido perderlo. Había podido darle un beso de despedida cuando me dejó en mi casa después de ir a Barcelona y que éste fuera el último que nos diéramos. Había podido ser capaz de contar todos los besos que nos habíamos dado, todas las caricias, todos los orgasmos, y volverme loca de dolor al ver que nuestra historia estaba fijada en un lapso de tiempo dolorosamente breve, como si nuestro amor estuviera condenado a ser efímero.
               Había podido convertirme en su viuda sin tan siquiera estar casados, sin tan siquiera ser su novia.
               Y, sin embargo, ahí estaba: entre mis brazos, magullado pero sano y salvo, un poco más arañado en su alma de lo que lo había estado cuando nos fuimos a Barcelona, pero bien. Entero.
               Mío.
               Mi novio. Todavía se me hacía raro pensar en Alec así; no porque no lo hubiera hecho con anterioridad, sino porque ya no le seguían esas voces de reproche diciendo que sí, bueno, yo lo consideraba mi novio, pero me apresuraba a puntualizar que lo nuestro no había sido declarado de manera oficial.
               Ya no había excusas que valieran, sólo estábamos nosotros dos. Nosotros dos, nuestra relación, y el tiempo que nos concediera el destino, que esperaba que fuera mucho. Ahora que sabía lo que era correr peligro de perderlo, todo lo que se alzara frente a nosotros, por muy duro que fuera a ser, no era nada en comparación. Había decidido arriesgarme con él, había puesto todo en un solo número y lanzado la bola en la ruleta, que seguiría girando y girando y girando por tiempo indefinido, hasta que uno de los dos decidiera terminar con esto.
               Sabía que no iba a ser yo.
               Había sido demasiado reticente a empezar como para ser yo también quien lo acabara.
               -¿Qué va a pasar ahora?-pregunté, y Alec levantó la cabeza y me miró.
               -¿A qué te refieres?
               Él había estado sumido en su propia laguna de pensamientos, flotando en un mar propio, a merced de las olas y la marea, analizando un cielo que no dejaba de cambiar también para él. Sin embargo, las constelaciones no eran exactamente las mismas, si bien algunas coincidían: era como estar en dos latitudes diferentes, pero dentro del mismo hemisferio. Había ligeros cambios en el cielo nocturno; no los suficientes para impedir la orientación, pero sí bastantes como para poder jugar a encontrar las diferencias.
               Para Alec, mi pregunta iba más bien encaminada hacia a qué nos tendríamos que enfrentar ahora. Qué era lo siguiente por lo que yo tendría que preocuparme por él. Nuestra relación se había construido sobre obstáculos (nuestra negativa a aceptar los sentimientos que nos inspirábamos, mis dudas respecto a cómo era él realmente, su seguridad en referencia a que no me merecía, la manera tan tóxica en que podíamos llegar a solucionar nuestros problemas, gritándonos y yo pegándole y él  reclamándome como suya con besos que llegaba a robarme… o la sombra de su padre. La sombra de su padre, siempre en el cielo, siempre alerta, siempre a punto de caer sobre nosotros en picado), así que, ahora que parecía que todo comenzaba a ir bien, que todo encajaba y que nuestra banda sonora pasaba del rock a góspel, no era de extrañar que él se preguntara qué iba a pasar ahora. ¿Funcionaríamos igual de bien sin presión que sometidos a un tremendo estrés?
               -Con África-dije, y él parpadeó, anonadado. De todas las cosas que se le habían pasado por la cabeza, esa era la única que no se había detenido a valorar-. Te han escrito para que digas cuándo vas. Y hace bastante, además.
               -¿Tenemos que hablar de eso ahora?-preguntó, y yo no podía dejar de excusar el tono cansado que había en su voz. Al final, todos nuestros problemas se terminaban conduciendo a uno solo: su voluntariado, y cómo lo íbamos a llegar. Siempre terminábamos llegando a la conclusión de que no podíamos dejar que el miedo nos doblegara y teníamos que dar ese salto, pero que estuviéramos decididos a saltar no alejaba del todo ese instinto de supervivencia que no paraba de insistir en que la altura era demasiado grande, el agua abajo podía estar demasiado fría, o las olas eran demasiado furiosas y podrían engullirnos.
               Entendía que estuviera cansado. De verdad, lo hacía. Yo también lo estaba. Pero necesitaba que me diera algo a lo que agarrarme una vez más. Todas las bailarinas comprueban por enésima vez que sus zapatillas están bien anudadas justo antes de saltar al escenario, a pesar de haberlo hecho entre bambalinas ya mil veces. Yo no era tan distinta de ellas.
               -Acaban de darme el alta y apenas hemos vuelto a estar juntos.
               -Sólo quiero saber de cuánto tiempo dispongo para estar contigo-murmuré, acariciándole los hombros. Al día siguiente no podría verle. Mis amigas y yo siempre celebrábamos una fiesta de bienvenida al buen tiempo a mediados de abril, fiesta que habíamos pospuesto por culpa de la convalecencia de Alec. Momo, Taïs y Kendra habían sido tremendamente comprensivas conmigo, y ellas mismas habían sido quienes habían tomado la decisión de dejarlo en pausa hasta que a Alec le dieran el alta y yo no me sintiera mal por no estar con él, entreteniéndolo de las formas más variadas que se me ocurrieran. A mí me había parecido una buena idea y había aceptado prácticamente sin considerar cómo me sentaría a alejarme de él durante un día, ya que lo habían propuesto cuando todavía no sabíamos cuándo le darían el alta, ya no digamos su estado de salud mental.
               Ahora, no obstante, me parecía una estúpida y una egoísta por haber accedido a mis estúpidos planes. Alec me necesitaba con él. Y, para colmo, estaría perdiendo un día precioso que bien podría aprovechar con él. Podía celebrar la fiesta del buen tiempo con mis amigas en cualquier otro momento; en cambio, tenía apenas un par de meses, tres a lo sumo, para estar con Alec.
               Pero, claro, no me sentía con la autoridad moral para cancelarlo. No cuando ya lo tenía todo, y las chicas habían adaptado completamente sus agendas a mí sin rechistar.
               -Pues… de toda la vida-contestó, y en sus ojos había tanta sinceridad que quemaba, encendiendo una bengala en mi boca en forma de sonrisa. Me incliné para darle un beso en los labios. Lo único mejor que que te prometan un “para siempre”, es que quien lo hace sea Alec-. Si es lo que tú quieres, claro.
               -Por supuesto que lo quiero, mi amor.
               -Vale-suspiró, aliviado, y yo lo apreté un poco más contra mí. Su hombro se me clavaba en el costado, pero me daba absolutamente igual. Mis dedos no podían dejar de recorrer su anatomía, deteniéndose en las cicatrices para adorarlas como lo había hecho cuando las estaba pintando. Mi piel aún estaba sensible por el sexo, así que su respiración sobre la mía era un consuelo para la necesidad imperiosa que sentía de él.
               -Sabrae-me llamó, y yo volví a buscar sus ojos-. Si te hago una pregunta, ¿me serás sincera?
               Se me cerró el estómago un momento, producto de la angustia y la incertidumbre. Alec era muy intenso, así que podía figurarme qué era lo que quería preguntarme, si necesitaba preparar el terreno de esa manera.
               Pero luego, me relajé. Sabía que la respuesta sería sí. Tendríamos que esperar a que yo fuera mayor de edad para poder hacerlo, pero para mí, apenas había diferencia entre ser su novia y su mujer. Bien podía llevar un anillo en el dedo que indicara que era la chica más afortunada del mundo.
               -Claro.
               -Sin rodeos, ¿vale? No me digas lo que creas que quiero o necesito oír, sino… lo que sientes de verdad.
               -Te lo prometo.
               -Vale. Yo… ¿te…?-empezó, y se quedó callado. ¿Te quieres casar conmigo?, me lo imaginé.
               Sus ojos demostraban una vulnerabilidad que no había visto nunca antes. Ni siquiera en las películas ñoñas, cuando el protagonista masculino se ponía de rodillas y se sacaba una cajita de joyería de la americana.
               Por mi mente pasó una estrella fugaz invertida, generándome un deseo en lugar de concediéndomelo: me gustaría que se pusiera de rodillas. Es más, me extrañaba que no lo hiciera. Por mucho que Alec se riera de esas cosas, yo sabía que, en el fondo, le gustaban. Había tradiciones de las que se burlaba en el exterior, pero de puertas para adentro le parecían la única manera de hacer las cosas en condiciones. Además, tampoco es que no estuviera un poco chapado a la antigua en según qué cosas; eso de que estuviera obsesionado con que tenía que cuidarme hasta el punto de pensar en buscar un trabajo cuando creíamos que había posibilidades de que estuviera embarazada, sin tener en cuenta que mi familia era millonaria y que jamás me faltaría de nada, no dejaba de ser divertido.
                Irritante, también. Pero, igualmente, divertido.
               -¿Te sigo gustando así?
               Parpadeé sin comprender, como si que me pidieran matrimonio con quince años y seis meses después de echarme el primer polvo fuera lo más normal del mundo. Tenía que dejar de leer tantos libros románticos, o de ver tantas pelis de llorar. Me creaba unas expectativas irrisorias, que hacían que luego me quedara con cara de lerda mirando a mi novio.
               Lo había preguntado con un tono de absoluta vulnerabilidad que sólo le había escuchado otra vez, en la consulta de Claire, cuando me confesó delante de ella y Fiorella lo que pensaba de sí mismo. Y, como entonces, ahora también temía la respuesta que yo podría darle. Sabía de sobra en qué estaba pensando en ese momento incluso si él mismo trataba de bloquear esos pensamientos y no darles credibilidad, tal y como Claire le había entrenado para que hiciera. Había hablado con el tono de voz de un niño asustado, un niño al que han abandonado en la oscuridad de la noche, sin nombre ni estirpe ni fecha de nacimiento, al que se le acaba el tiempo y el amor propio viendo que ninguna familia es para él.
               Un niño abandonado.
               Un niño que necesita que le adopten.
               Un niño al que no han adoptado.
               Un niño que bien podría ser yo.
               Se lo había dicho cien veces ya, y se lo diría mil, millones, miles de millones. Me había desnudado para él por su aspecto físico, pero lo que había hecho que le abriera mi corazón había sido su alma. Y su alma era todo lo contrario a la energía: no se transformaba, sólo se creaba o se destruía. O estaba, o no estaba ahí. Por muchos accidentes que pudiera sufrir, y por muy desfigurado que terminara, él siempre seguiría siendo él.
               Por lo tanto, yo siempre estaría enamorada de él. Si no había nacido enamorada de él, era porque no nos conocíamos. Si había estado un poco enamorada de él de niña, era porque le veía como realmente era, como le estaba viendo ahora.
               Y, si no le había soportado cuando crecí, era porque él había sido demasiado bueno ocultando su bondad bajo una capa de chulería insoportable que yo me había comido con patatas.
               -Por supuesto que sí, mi amor. Claro que sí, mi vida. Estás genial. Tienes mejor aspecto del que te ves, de verdad. Y, aunque no fuera así, tú siempre me gustarías. Ya te lo he dicho. No era por las hormonas del sexo, ni porque me muriera de ganas de tenerte dentro de mí. Era porque… porque lo siento de verdad. Porque siento en mi corazón que mis padres me encontraron sólo para que luego tú también pudieras hacerlo. No tengo escapatoria. No te voy a dejar. E, incluso si la tuviera, tampoco querría. Puedo ver lo que tienes dentro, y merecería la pena soportar un cuerpo feo con tal de llegar al alma preciosa que tú eres. Pero no me hace falta, porque, de verdad, Alec… creo que no hay nadie que sea más guapo que tú. A mis ojos, no le dejas ninguna oportunidad a ningún otro chico, incluso cubierto de cicatrices y en no tan buena forma física como antes.
               Sonrió, asintió con la cabeza y se dio la vuelta para rodearme el torso con los brazos. Me dio un beso entre los pechos y me acarició la piel por debajo de uno de ellos, la mano extendida en torno a mi cintura.
               -Vas a tener que ser muy paciente conmigo.
               -Me encantará ser paciente entonces, porque eso supondrá que tendremos mucho tiempo para disfrutarlo juntos-le acaricié la espalda, siguiendo las líneas de sus músculos, no tan definidas como antes, pero que seguían demostrando una fuerza que no había perdido del todo. Estaba orgullosa de él, no sólo por todo lo que había pasado, sino por lo rápido que se había recuperado y su determinación a que todo volviera a ser como antes a la mayor brevedad posible. Era un luchador, y no iba a ceder ni un ápice del terreno que consideraba suyo a sus demonios. Gracias a Dios, yo estaba en ese terreno, como me había demostrado tantas veces a lo largo del día, pero, sobre todo, en la ducha, sobreponiéndose a sus molestias para poder entregarse como él deseaba a mí, al agua y el jabón, y a mi cuerpo.
               Sonrió contra mi piel, como si no se creyera que se lo decía en serio, o como si estuviera aliviado de que, de momento, le prefiriera a él antes que a la tranquilidad de no aguantar sus rayadas mentales.
               -Es culpa mía-tomé su rostro entre mis manos y le hice mirarme-. Si no hubiera tenido tantas reservas a la hora de decirte que sí, tú te querrías más. Te valorarías más. Pensarías que vales lo que vales, porque no te habrías acostado durante meses con alguien que no estaba dispuesta a apostar por ti.
               Alec parpadeó, sus ojos enclavados en los míos.
               -Saab… estuve diecisiete años y medio acostándome con gente que no estaba dispuesta a apostar por mí. Tú fuiste la primera. Así que sí, un poco, es culpa tuya-sonrió-, pero no lo que tú piensas. Tú no tienes la culpa de que yo no me quisiera, sino de que me haya dado una oportunidad a mí mismo, y esté empezando a hacerlo.
               Dicho lo cual, me dio un beso en la palma de la mano, y tiró suavemente de mí hasta colocarme debajo de su cuerpo, entre él y el colchón.
 
 
La segunda vez que me desperté esa mañana, ya estaba totalmente solo.
               Como de costumbre, y ahora que había vuelto a mi habitación con más razón todavía, el sol saliendo había sido el primer despertador de la mañana, e insonoro. Estando en el hospital también me había despertado con cada amanecer, a pesar de lo mucho que odiaban las enfermeras que no quisiera correr las cortinas para impedir que el sol les diera de lleno en la cara cuando estaban en el puesto de control, pero no había sido lo mismo.
               No había sido lo mismo despertarme y verme solo, lleno de sondas y vendas, en una cama minúscula e incómoda, pero móvil y de ruedas, a hacerlo ya sin nada que me molestara a la hora de moverme, en mi cama de siempre, grande y fija…
               … y con Sabrae al lado.
               También como de costumbre, a ella ni le molestó el sol, ni la despertó, de modo que pude observarla en su máximo esplendor, respirando relajada y hermosa incluso sin estar intentando serlo lo más mínimo. Cuando estaba dormida era cuando más guapa me parecía, porque su piel destilaba vulnerabilidad, y su postura, confianza. La manera en que mejor me demostraba su amor y el resto de sus sentimientos por mí era quedándose dormida conmigo, porque siempre se acurrucaba inconscientemente contra mi cuerpo y suspiraba de satisfacción cuando yo volvía a tumbarme al lado de ella.
               Me incorporé un poco, cogí el móvil para no despertarla, y continué con la tarea que había empezado cuando me comentó que echaría mucho de menos mis videomensajes cuando estuviera en el voluntariado. Así, me había pasado cada mañana desde entonces grabando un par de videomensajes por amanecer: uno, el que le enviaría en el mismo momento de su realización, y otro que iba programando para que se fueran enviando conforme pasaran los días y no me echara tanto de menos.
               Empujé suavemente el cristal de la claraboya y me puse en pie despacio en la cama para poder grabar el amanecer, que teñía el cielo de un ligero tono entre el naranja y el rosa, y hacía que Londres refulgiera con tonos dorados, resplandeciendo los edificios al lado de los que pasaba el Támesis. Grabé un par de videomensajes extra, a modo de compensación por el tiempo en que no había podido grabarlos, y dejé el móvil sobre el cabecero de la cama, junto al resto de cosas que había ido colocando allí con el paso del tiempo. Me pasé la mano por el pelo, notándomelo más revuelto que nunca, y disfruté del aire de la mañana azotándome la cara durante un instante, espabilándome hasta el punto de que cualquier otro se habría desvelado y ya no podría seguir durmiendo.
               Cuando me sentí preparado para verla y no tocarla, bajé la mirada y miré a Sabrae. La sombra que mi cuerpo proyectaba la había convertido en una representación humana del ying y el yang, de manera que una parte de ella estaba más oscura, y la otra mitad, brillaba con un tono dorado que nada tenía que envidiarle no sólo a la ciudad, sino también a las estatuas de oro que adornaban los templos de todas las religiones.
               Mirándola por las mañanas, brillando como si estuviera hecha de la misma materia que el sol, comprendía por qué el oro era el metal más preciado con que pudiera crearse arte, pero no porque se asemejara al astro rey, sino porque así era el cuerpo de Sabrae cuando comenzaba a amanecer.
               Sabiendo que no se enfadaría conmigo, había estirado la mano para recuperar el móvil y hacerle una foto. Puede que la cámara no fuera capaz de capturar completamente su belleza en ese momento, pero era mejor que mi memoria, y necesitaría algo tangible a lo que aferrarme en los meses más duros del voluntariado, cuando llevara tanto tiempo fuera de casa que comenzaran a olvidárseme los detalles más insignificantes, pero hubiera todavía demasiado tiempo extendiéndose ante mí como para comenzar a albergar esperanzas y contar los días para regresar a casa.
               Con mi familia, con mis amigos. Con Sabrae.
               Despacio, cerré la claraboya y me tumbé de nuevo en la cama. Sabrae apretó los párpados un momento, bailando en la frontera entre la duermevela y el sueño profundo. Inhaló profundamente y luego exhaló sonoramente, en un suspiro nacido exclusivamente de su nariz. Se revolvió un poco en la cama, al lado de mí. Su mano buscó mi cuerpo, con su ceño frunciéndose cada vez más y más mientras exploraba mi cama desde lo más profundo de su subconsciente.
               -Alec-suspiró cuando por fin me tocó. Se acercó instintivamente a mí y continuó durmiendo, su pelo extendiéndose a su espalda sobre la almohada, como la espuma de La gran ola de Kanagawa.
               Y yo me pregunté cómo cojones iba a ser útil en un voluntariado en el que apenas podría dormir, y cuando lo hiciera, me aterrorizaran las pesadillas. Después de dormir con ella, y soñar con ella por estar oliendo su aroma, se me haría imposible volver a mi rutina de antes de Sabrae.
               Tiré suavemente de la funda nórdica para poder mirarla, analizar sus curvas con la esperanza de que se quedaran tatuadas en mi memoria como se tatuaban en mi piel, o como sus huellas dactilares se habían tatuado sobre mi maquillaje.
               La contemplé un rato más hasta volver a quedarme dormido, pensando en que si aún tuviera las marcas brillantes de mis manos en su cuerpo, tanto sobre sus pechos como en zonas más inocentes, me quedaría ciego de lo hermosa que sería.
               En lo último en que había pensado antes de dormirme a su lado fue en lo lejos que habíamos llegado desde aquella primera vez en que había llamado a la puerta de su casa y me había abierto ella, cuando había aprovechado un paquete que había pedido Shasha para ir a tratar de verla. Cómo estaba cubierta de pinturas de colores, por haber estado pintando con Duna; la manera en que las manchas se habían fusionado con su piel hasta convertirla en un arcoíris viviente. Todavía miraba de vez en cuando la foto que había subido de ellas dos, en la que se apreciaba tanto su tarde de juegos como la marca de mi dedo al limpiarle la cara. Conmigo se había afanado con un solo color, pero con Duna, se había convertido en todo el espectro.
               Para mi gran desdicha, mi musa de arcoíris ya se había marchado cuando me desperté la segunda vez. A pesar de que me había pasado casi dieciocho años de mi vida durmiendo solo, y tan pocas noches acompañado por ella que ni siquiera sumarían un mes si las contabilizábamos todas, noté que algo no cuadraba y comencé a buscar por la cama, bajo las sábanas y sobre la almohada. Mi mundo se había vuelto gris ahora que no la encontraba.
               -Sabrae-me di cuenta cuando mis dedos alcanzaron un trozo de papel, que hizo una acrobacia hasta el colchón. Me incorporé con los ojos aún entrecerrados y lo cogí, preguntándome qué sería: no tenía ningún diploma con ese tacto, ni de ese tamaño, en ningún lugar cercano a la cama. Bueno, no tenía ningún diploma cercano a la cama, punto.
               Me di cuenta de que era la mitad de un folio y de que lo habían doblado cuidadosamente por la mitad cuando lo abrí y me encontré con la letra redondeada y bonita de Sabrae.
               “¡Buenos días! ”, empezaba (sí, había dibujado un corazón). “Tengo que irme ya al instituto, pero quiero que sepas que me lo he pasado genial las últimas 24 horas. Me parecen de las mejores de mi vida. Te comería a besos para demostrártelo, pero me ha dado pena despertarte, ¡parecías tan a gusto! Necesitas descansar, así que tómatelo con calma.
               Creo que hoy me van a monopolizar las chicas, pero espero que me mandes un par de mensajes para contarme qué tal va tu día. Sé bueno en terapia, ¿quieres? Y dale un beso a Josh de mi parte.
               ¿Nos vemos mañana? Rodea la respuesta correcta:
               a. Por supuesto.
               b. Intenta impedírmelo, bombón.”
               Me eché a reír, cogí un boli y rodeé la segunda opción.
               “Te haría algún dibujito porque estás guapísimo, pero voy súper tarde, así que mañana te lo compenso, ¿vale? Vete pensando algún plan chulo que NO incluya subir a más de metro y medio del suelo o montar en vehículos en cuya carrocería no te proteja.
               Te quiere mucho, mucho
               -Sabrae
               (la Malik que más mola)
               (por favor, asegúrate de enseñarle esto último a mi hermano).”
               Me llevé la cartita a la cara y la inhalé como un imbécil, pues aún olía a ella. Estaba a punto de guardarla en la mesilla de noche cuando me di cuenta de que había escrito algo en la parte trasera: un enlace a Youtube. No pude evitar sonreír cuando lo tecleé y descubrí que era el vínculo hacia el vídeo oficial de Fight for you de Jason Derulo.
               Hice una captura de pantalla y se la envié a modo de mensaje. A pesar de que hacía un par de horas que se había desconectado, entró al segundo en nuestra conversación y empezó a mandar muchos emoticonos riéndose.
 
Siempre te aceleras cuando se trata de mí.
¿Es eso una crítica? Ven y dímelo a la cara, sinvergüenza.
😂😂😂
¿Has dormido bien?
De fábula, sol❤❤❤❤❤❤
 
Me encantaría charlar, pero tengo que tomar apuntes. Algunas nos tomamos en serio nuestra vida estudiantil.
Doña Estudios, siempre alerta ante la posibilidad de que se le escape un sobresaliente. Muy bien. Te dejo en paz DE MOMENTO, no quisiera que te mataran… o peor, te expulsaran.
               Me envió un nuevo batallón de emoticonos, me tiró besos, y se despidió con una pegatina de un dibujo de un pájaro con piernas de Barbie sentado sobre una montaña de corazones. Miré con desilusión cómo su estado pasaba de un azul “en línea” a un gris “última vez hace un momento”. Y luego, un minuto. Y luego, dos.
               Les envié un mensaje a mis amigos a modo de saludo, y bloqueé el teléfono antes de que empezaran a bombardearme con coñas sobre lo tarde que me había despertado para ser un día entre semana. Dejé el móvil sobre la mesilla de noche y me quedé un momento tumbado sobre la cama, mirando el techo, escuchando el silencio de la casa, que parecía vacía. Dylan se habría ido ya a trabajar, y mi hermana estaría como mis amigos y Sabrae, en el tercer cuarto de la segunda clase del día. Quizá mamá hubiera aprovechado que dormía a pierna suelta para levantarse temprano e ir a comprar la comida del día, por si acaso la necesitara. Y Mamushka… bueno, Mamushka se contentaba con sentarse en silencio a leer un libro, o a pensar. Los programas matinales no le gustaban; todas las recetas que ofrecían los chefs de los canales públicos le parecían aberrantes y pobremente condimentadas, en comparación con los platos  rusos, y sobre todo griegos, que ella estaba acostumbrada a preparar.
               Eso sí, no había programa sobre cotilleos que se perdiera. Pero, claro, por la mañana no hay mucho salseo que comentar; era todo después de la comida, así que había que matar el tiempo de alguna manera.
               Me incorporé en la cama hasta quedar sentado, sintiendo las protestas de mis músculos agarrotados, que se quejaban del exceso de ejercicio que había hecho el día anterior. Tampoco es que me arrepintiera, pero preferiría no tener agujetas de follar, sobre todo porque solamente había echado tres polvos, así que tener agujetas por eso era bastante triste.
               Unas patitas empezaron a rascar la puerta de mi habitación. Seguramente Trufas me había escuchado levantarme y quería venir a comprobar cómo estaba, así que le dejé entrar. El conejo correteó por la habitación, saltó sobre la cama, empezó a correr en círculos sobre ella, y después impactó contra la almohada, quedándose tumbado boca arriba, con las patas en alto y la naricita palpitando.
               -Buenos días a ti también, bicho.
               Estaba acariciando a Trufas, que había corrido hasta mis pies, cuando noté el olor a desayuno variado y recién hecho flotar hasta mi nariz. Automáticamente empecé a salivar, pero no bajé las escaleras a toda velocidad como habría hecho en otras ocasiones, sino que bajé despacio y en silencio, con Trufas pisándome los talones, atento a que no me cayera por las escaleras.
               Mamá y Mamushka me esperaban en la cocina, conversando en voz baja sobre algo que no logré escuchar. Mi abuela hablaba en ruso, y mamá le contestaba en griego, algo que a mi abuela le reventaba, y que mamá hacía muchas veces por el mero placer de fastidiarla.
               -Dobroye utro-saludó Mamushka al verme, y mamá se giró a la velocidad del rayo, con una espátula en la sartén.
               -Dobroy utro.
               -I zoí mou! Kaliméra-sonrió mamá, acercándose a mí, Mamushka puso los ojos en blanco y repitió en ruso lo que había dicho mamá, regodeándose en que, según ella “mi vida, buenos días” sonaba mejor. Mamá me estrechó entre sus brazos con fuerza durante un brevísimo segundo, el que tardó en darse cuenta de que podía hacerme daño. Se retiró de mí como si quemara, y me preguntó qué hacía levantado.
               -¿Podemos no hacer esto ahora? Estoy cansado y no puedo calentarme la cabeza pensando en tres idiomas a la vez.
               -¿Cuál es el tercero?-preguntó Mamushka en ruso-. Y, como digas el inglés, te juro que te desheredo, niño.
               -Lituano-respondí, y Mamushka se echó a reír, asintiendo con la cabeza, complacida. Mamá me puso las manos en los hombros.
               -¿Estás bien, cielo? ¿Por qué te has levantado?
               -Tengo que desayunar, mamá. Es la comida más importante del día.
               -Vuelve a la cama. Te lo subo enseguida. ¿Huevos revueltos con beicon? ¿Quieres también una tostada? Te he comprado crema de cacao con avellanas-me guiñó un ojo.
               -¿No puedo desayunar aquí?
               Mamá y Mamushka intercambiaron una mirada preocupada.
               -Vamos. Me han dado el alta. Debería poder hacer vida mínimamente normal, ¿no?-insistí, y ellas volvieron a mirarse-. Tampoco es que vaya a ponerme a escalar el Everest o a cruzar a nado el Canal de la Mancha, o algo por el estilo. Además, tengo que ir a ver a Claire. No pretenderéis que venga a verme a casa, ¿verdad?
               -¿No puedes hacer videollamada?
               -Mamá…-suspiré.
               -Sólo lo pregunto. Todavía estás débil. Y más ahora que…-mamá se quedó callada, reticente a meterse en mis asuntos. Mamushka no era tan de andarse por las ramas.
               -La chica se ha dedicado a montarte toda la noche como si fueras un potro sin domar.
               Tuve que contener una carcajada.
               -“La chica” tiene nombre.
               -Nuestra joven emperatriz.
               -Que no es ése, pero… servirá-le guiñé un ojo a Mamushka y rodeé a mamá para coger un plato y dejar claro que no tenía pensado comportarme como un impedido durante el resto de mi vida. Me habían dado el alta y, aunque me habían recomendado que me tomara las cosas con calma, eso significaba que podía empezar a hacer vida normal.
               Entre lo que estaba incluido, por supuesto, desayunar.
               Al preguntar por Dylan, mamá encontró la oportunidad para ofrecerse a llevarme al hospital pero, aunque resultaba tentador, tuve que declinar la invitación. Me apetecía recuperar mi independencia, y puede que no lo parezca por ser el empezar a conducir el ritual de bienvenida a la edad adulta por excelencia, pero veía en la posibilidad de ir solo a algún sitio (aunque compartiendo transporte con un montón de desconocidos) como la mejor manera de encauzar mi vida.
               Además, así mamá no tendría excusa para protestar cuando me fuera al gimnasio después de la sesión con Claire. De la misma manera que mi loquera podía arreglarme la cabeza,  mi entrenador podría arreglarme el cuerpo, y ahora más que nunca, uno y otro tenían relación. Ya lo decían los antiguos, mens sana in corpore sano. Por mucho que me doliera, debía reconocer que no podría hacer introspección como Claire deseaba, sentándome frente al espejo y manteniendo una conversación mental conmigo mismo, siendo completamente sincero y desnudándome psicológicamente, si antes no soportaba estar delante de mis cicatrices y mis lorzas.
               Seguro que Claire lo entendería. Puede que incluso accediera a darme un volante de que necesitaba hacer ejercicio físico para que mamá me dejara tranquilo.
               Comí como un cerdo en previsión a la sesión de cardio que tenía pensado hacer, lo que hizo las delicias de las dos mujeres de la casa. Verme bajar las escaleras más adelante, ataviado con una camisa y unos vaqueros claro, ya no fue tan de su agrado, por culpa de la bolsa de deporte tan familiar que llevaba colgada del hombro.
               -¿Seguro que no quieres que te acompañe?-preguntó mamá, y yo asentí con la cabeza.
               -Me sé el camino. Además, tienes cosas que hacer.
               -Ya-había dejado de ser la madre paciente y comprensiva, enrollada y guay que se había propuesto hacía un rato, cuando me presenté en la cocina. Ahora que ya había averiguado mis intenciones, era el momento de la ofensiva, aprovechando que tenía las cartas aún ocultas pero ya tenía las mías sobre la mesa. Y no tenía pensado dejarme escapar, ni ponerme las cosas medianamente fáciles-. Y, por curiosidad, ¿para qué es esa bolsa?
               Me mordisqueé la boca, aguantándome las ganas de ponerme chulo con ella. No podía decirle que ya era mayorcito y que sabía cuidar de mí mismo, no porque no fuera verdad, sino porque ella tenía una manera muy fácil de rebatírmelo: ¿había cuidado de mí mismo a principios de abril, cuando me pegué la hostia de mi vida con la moto haciendo horas extra, y había terminado en coma una semana en el hospital?
               -Mamá, no vamos a hacer esto-decidí zanjar. El método que utilizaba cuando Sabrae quería bronca y yo no sería el mejor con mi madre, porque por mucho que con ella no tuviera los límites que sí tenía con mi chica (o viceversa), era cierto eso de que dos no pelean si uno no quiere.
               Y, la verdad, yo no quería. Estaba demasiado cansado como para meterme en estas mierdas. Necesitaba concentrar las pocas energías que me quedaban en arrastrar mi culo ya no tan respingón a la consulta de Claire, y luego, en dirección al gimnasio.
               -No tienes derecho a decidir qué hacemos y qué no, Alec. Contéstame: ¿qué piensas hacer con esa bolsa?
               -No te preocupes-traté de calmarla, o por lo menos, de aplacarla.
               Lo que pasa es que lo dije en el típico tono chulito de los hijos adolescentes que se creen que lo saben todo y en realidad no tienen ni puta idea de la vida y… bueno, le toqué la fibra sensible.
               -¡Soy tu madre, Alec!-aulló, lanzando el cuchillo con el que estaba picando las verduras que utilizaría para la salsa del plato de la comida sobre la tabla de madera igual que una experta ninja. E, igual que una estrella ninja, el cuchillo se quedó clavado en oblicuo sobre la tabla. Mamushka dio un respingo, y miró a mamá con expresión consternada, pero mamá ya estaba desquiciada y no atendía a razones cuando pasaba a esa fase de su personalidad-. ¡Por supuesto que me preocupo! ¡¿Te piensas que por haber conseguido venir a casa ya puedes seguir con tu vida como si no hubiera pasado nada?! ¡¡No pretenderás en serio ir y ponerte a boxear, ¿verdad?!!
               -He perdido mucho fondo. Necesito ir recuperando forma física.
               -¡Si quieres recuperar algo, abre un libro y ponte a estudiar! ¡Al menos eso no va a ponerte en peligro!
               -Mamá, sé lo que me hago. Conozco mis posibilidades. No voy a apuntarme a ningún puto campeonato ni nada por el estilo, fundamentalmente porque paso de hacer el ridículo. Así que, ¿quieres, por favor, tranquilizarte? No va a pasarme nada.
               -Me decías que no iba a pasarte nada cada vez que te subías a esa puñetera moto, y terminaste postrado en una cama durante dos meses.
               -No han sido dos meses.
               -Disculpa; un mes y casi tres semanas.
               -No estaba postrado en la cama. Me levanté. Podía hacer cosas.
               Mamá parpadeó.
               -¿Es que no has aprendido nada de esto?
               -Sí, mamá: he aprendido que el mundo no se va a parar a esperarme el día que yo no esté, así que más me vale ponerme en marcha y recuperar el terreno perdido.
               -El mío se paró cuando me llamaron del hospital-acusó con lágrimas en los ojos. Mamushka se removió en su asiento, incómoda. Suspiré. Dejé la bolsa en el suelo y me acerqué a ella. Como se pusiera a llorar, me quedaría en casa. No quería disgustarla hasta ese punto: odiaba cuando mamá lloraba.
               Así que mi única esperanza era hacer que no llegara a derramar ni una sola lágrima.
               -Mamá-dije, agarrándola por los hombros-. Siento muchísimo todo por lo que te he hecho pasar. Créeme, me duele más saber lo mucho que has sufrido por culpa del accidente que las heridas en sí. Pero no puedes tenerme en un tarrito de cristal como si fuera un gusano de seda. Necesito respirar. Necesito seguir con mi vida. Tengo 18 años y me estoy quedando atrás. Ya no llevaba un buen ritmo antes, pero ahora…-se me quebró la voz. Ahora sí que no me graduaría. Ahora sí que ni siquiera podría participar en combates clandestinos, no con opciones de ganar. Por lo menos, Claire me estaba arreglando la cabeza. Era lo único que estaba bien en mí, pero no era suficiente. También necesitaba estar bien por fuera, estar cómodo con mi cuerpo y no sólo con mi mente.
               Nunca había estado incómodo con mi cuerpo, así que toda esta sensación era nueva. Impresionante. Y agobiante. Muy, muy agobiante. Necesitaba quitármela de encima y tener algo sobre lo que trabajar cuando estuviera en África, solo, a miles de kilómetros de la gente que me importaba.
               -Entiendo que te preocupes y sé que jamás sabré lo que significa tener un hijo hasta que yo tenga los míos, pero no puedes dejar que tu miedo te venza, mamá. Y sabes cómo soy. En el fondo, lo sabes. Seré un sinvergüenza, pero soy responsable. Sé dónde están mis límites, y no los sobrepaso. Ahora menos que nunca. Sé que no estoy como antes y no pretendo hacer lo que hacía antes, pero por algo tengo que empezar. El accidente no fue culpa mía, mamá. Si la del cruce no hubiera estado mirando el…-me quedé callado. Mejor no ir por ahí-. Podría pasarme cualquier cosa incluso estando en casa. Podría caernos encima un meteorito, o un avión. Podría abrirse una fosa en el jardín y salir por ella un volcán. Hay tantas cosas que podrían pasarme que…-me encogí de hombros, haciendo una mueca-, creo que merece la pena arriesgarme y salir fuera, para no morirme antes de aburrimiento.
               -Dime que no llevas los guantes-me pidió, cerrando los puños a sus costados.
               -No llevo los guantes-aseguré, y ella me fulminó con la mirada.
               -¿Cómo te atreves siquiera a mentirme?
               -¡Me has pedido que te diga que no llevo los guantes!
               -¿Es absolutamente necesario que te pongas a boxear otra vez menos de 24 horas después de que te den el alta?
               Suspiré, me di la vuelta y cogí la correa de la bolsa.
               -¡Alec Theodore Whitelaw!-tronó, haciendo que Trufas saltara de un brinco del sofá y subiera disparado en dirección a la habitación de Mimi-. ¡Contéstame!
               -Sí, mamá. Tengo que volver a boxear. Sintiéndolo mucho, no puedo hacer natación sincronizada. Tendría que depilarme las piernas, y entonces, ¿de qué pelos me va a tirar Sabrae con los pies?
               -¿Lo sabe Sabrae?
               -¿El qué?
               -Que vas a ir al gimnasio.
               Me quedé quieto en el sitio, mirándola fijamente.
               -No. Y tú no se lo vas a decir-añadí, percatándome de que tenía el móvil encima de la mesa.
               -¿Por qué? Porque sabes que te convencerá para que no vayas, ¿verdad?
               -¿Me convenció para que no fuera a África?
               Mamushka agachó la cabeza y murmuró algo que ni me molestaré en traducir. Porque, como lo haga, me pasaré los siguientes ocho párrafos insultándola, y no es plan de llamar todo lo que se me está pasando por la cabeza a la mujer que me enseñó el idioma en el que antes empecé a pensar.
               -Como se te ocurra salir por esa puerta, no te molestes en volver a esta casa.
               Me reí.
               -Las buenas costumbres nunca cambian, ¿eh?
               -¡Lo digo en serio!
               -Vale. Adióóóóós, mamáááááááá-me despedí, cogiendo las llaves y abriendo la puerta principal. Salí al jardín y de allí pasé a la calle. Me puse los auriculares para no tener que pararme a darles conversación a los vecinos, que se habían asomado a las ventanas y los porches, atraídos por el griterío, y estaban dispuestos a aprovechar el comodín de mi vuelta al vecindario para sonsacarle qué le había hecho a mi madre ahora.  
                La verdad es que, movida con mi madre aparte, me vino bien el camino hacia el hospital.  Era la primera vez en dos meses que estaba solo, y por lo tanto podía pensar sin tener que esforzarme en ser el payaso de la habitación. Echaría mucho de menos la moto precisamente por eso: la sensación de libertad que te empapaba cuando notabas el viento golpeándote el pecho facilitaba que tu mente se pusiera en blanco y pudieras pensar con tranquilidad. Se me habían despejado muchas veces las ideas yendo a toda velocidad por la calle, y los itinerarios de reparto habían sido el escenario perfecto para la toma de muchas decisiones trascendentales.
               Para cuando estaba atravesando las puertas del hospital, ya había decidido que iría esa misma tarde al depósito, y rescataría lo que pudiera de mi preciosa moto. Ni siquiera había visto fotos de ella, así que no tenía ni idea a lo que debía enfrentarme.
               Sabrae y mi madre iban a matarme cuando se lo dijera, pero me daba igual. Ya que no tenía sentido que me pusiera a estudiar, tendría que matar el tiempo en que mi cuerpo dijera basta y no pudiera entrenar en algo productivo, y hacer de mecánico me vendría bien. También podía pensar con claridad cristalina cuando estaba arreglando cosas, y pronto terminaría de ocuparme de todo lo de la casa, así que… pros de arreglar la moto: llenaría muchas horas muertas y recuperaría un buen medio de transporte.
               Contras: es probable que Sabrae no me dirigiera la palabra en una semana.
               Claro que yo soy muy habilidoso con la lengua, y no me refiero necesariamente a hablar.
               Me dirigí al área de Salud Mental, donde las administrativas me dejaron pasar directamente sin tan siquiera pedirme que me identificara. Puede que mi estatus hubiera cambiado en lo que respectaba a Medicina Interna o donde coño me hubieran metido, pero seguía siendo un paciente de esa área y no me había sometido a una cirugía que me cambiara la cara (¿te imaginas?, habría que ser gilipollas para querer tocarse esta cara), así que ni siquiera tenía por qué constarles mi alta.
               Después de comprobar que Claire no estaba en su consulta, me dirigí directamente a la Consulta Chula, que era como había llamado a la sala de reuniones en la que habíamos tenido las últimas sesiones. Como Sabrae había sido la primera y yo no había parado de cotorrear sobre lo mucho que me había gustado ese sitio y lo cutre que me parecía el despacho personal de Claire en comparación, habíamos terminado trasladándonos allí, de manera que ella pudiera analizar mi expresión mientras yo echaba un vistazo a la ciudad, escuchando a mi acompañante y lo que tuviera que decir sobre nuestra relación.
               Además, creo que también le molaba presumir de caché.
               -Bueno, ¿cómo está mi paciente externo más reciente?-saludó, incorporándose y viniendo a darme un abrazo. Era una novedad, pero era buena, así que no me quejé.
               -Genial, ¿y tú, doc?
               -Un poco ansiosa. Llegas tarde. No solías llegar tarde a nuestras consultas.
               -Sí, bueno, resulta que el metro no es tan rápido como el ascensor, así que aún no tengo controlado el tiempo. Lo siento-hice una mueca, pero Claire agitó la mano en el aire.
               -No te preocupes. Haces bien viniendo en transporte público. Si algo sobra en esta ciudad, son coches.
               -Seguro que tú bienes en coche, Claire, no seas cínica.
               -Puede, pero yo tengo razones de peso que me excusan: bastante tengo con comerme la cabeza con las cosas que me cuentan mis pacientes como para tener que soportar el pestazo a humanidad de las líneas de metro.
               -¿Verdad? La gente no se puto ducha. Ni que estuviéramos en medio del desierto y no tuviéramos agua. Me parece alucinante. Cerdos de mierda-puse los ojos en blanco y Claire sonrió.
               -Bueno, Alec, ¿cómo te encuentras?-preguntó, alcanzando su libreta y haciendo clic en el boli, de forma que saliera la punta y pudiera escribir en cualquier momento.
               -¿Cómo me ves?-respondí, repantigándome en el diván, abriendo los brazos y alzando las cejas de modo sugerente.
               -Eres tú el que tienes que decirme qué tal está, no yo la que lo adivine.
               -Oh, venga, Claire, ¿no me lo notas? La piel reluciente, el pelo brillante, sonrisa boba…-me froté las manos-. Inquietud y entusiasmo. Por no hablar de la sobredosis de feromonas de que estoy cargando la habitación.
               -¿Has tenido sexo?-aventuró ella, aburrida.
               -No, muñeca, no he tenido sexo: he follado como un cabrón. En serio, Claire, ¡ha sido alucinante! Creía que tardaría en recuperar mis dotes en la cama, pero resulta que ni siquiera las he perdido, para empezar. Es cierto que tengo dolores aquí y allá, pero nada grave. Es decir, sarna con gusto no pica, ¿no? Así que no me quejo, no me quejo. Joder. No sabías cómo lo echaba de menos, no te haces una idea de lo genial que es el sexo… porque, a ver, no es lo mismo estando casada que cuando sólo estás de novio con alguien. O, al menos, eso dicen, ¿no?
               -Soy lesbiana, querido: nuestro sexo es siempre genial.
               -Ya, bueno, si tú lo dices, pues…-chasqueé la lengua y me encogí de hombros-. En fin, no quisiera discutirte, pero sinceramente, creo que Sabrae disfruta más conmigo que tú con Fiorella. Lo cual no está mal, ¿eh? No quisiera yo por nada del mundo hacerte sentir mal, ni hacer que te plantearas el divorcio. Claro que… Karlie sigue soltera-me miré las uñas y luego la miré de reojo-. Por si te interesa. Tiene pinta de follar bien. Te lo digo yo, que sé de estas cosas.
               -Te lo agradezco.
               -¿Qué tal con Fiorella?
               -Estamos bien.
               -¿Y ella opina igual?
               -Alec.
               -Sólo me aseguro. La comunicación es importante.
               -¿Cuántas veces?
               -¿Perdona?
               -¿Cuántas veces has practicado sexo esta noche?
               Sonreí.
               -¿Por? ¿Eres morbosa?
                -Simplemente quiero asegurarme de que estás siguiendo los consejos de mis colegas y no estás forzando demasiado tus límites.
               -Toda mi vida he follado por encima de mis posibilidades, así que hacerlo más de lo que debería no deja de ser normal en mí.
               -¿Podrías explicarte?
               -Bueno, ha habido noches en mi vida en las que he acabado agotado, porque si me encuentro con varias chicas que me atraen y ellas están por la labor, yo no tengo inconveniente en tirarme a varias. O en hacerlo varias veces con la misma. O en hacerlo varias veces con chicas distintas. ¿Me explico?
               -¿Y no debería cambiar eso ahora que estás en pareja?
               -No necesariamente, ¿no? Estar en pareja supone hacer sacrificios.
               -No estoy muy segura.
               -Me esfuerzo más con Sabrae. Quiero que disfrute más de lo que lo quería con las demás. Las demás me daban lo mismo. Bueno, relativamente. No me gustaba dejarlas insatisfechas, pero… con Sabrae es diferente. No me basta con que le guste; quiero que le encante. Tiene que encantarle.
               -¿Y no crees que eso puede resultar peligroso a largo plazo?
               -¿A qué te refieres?
               -Mantener unas expectativas excesivamente altas puede llevar a desgaste, tanto físico como emocional.
               -No son excesivamente altas. Las cumplo.
               -Ya sabes a qué me refiero.
               -Si fueran excesivamente altas, no las cumpliría.
               -Verás, Alec…-Claire dejó la libreta sobre la mesa, el boli encima de ella, y se acarició la coleta antes de entrelazar las manos sobre su regazo-. Antes no habíamos tocado apenas el tema del sexo porque con lo que me habías contado ya me bastaba para hacerme una idea aproximada de cómo es tu relación con él. Además, estaba el hecho de que durante tu estancia en el hospital, tu vida sexual era prácticamente inexistente-constató, y yo exhalé un “auch” y fingí sacarme un puñal del corazón-. ¿Me equivoco?
               -Bueno… Sabrae me hizo una paja en su cumpleaños. Y varias veces soñé que me la follaba. Así que supongo que eso es lo que pone el “prácticamente” en “prácticamente inexistente”. Pero vale, sí. No he follado en dos meses. No había follado en dos meses. Así que el tema no estaba sobre la mesa. De acuerdo, prosigue.
               -El sexo es un tema muy complicado de tratar en pacientes con tus problemas. La relación que cada uno tiene con el sexo es muy personal, y por lo tanto, muy difícil de definir. Estoy segura de que tú, por ejemplo, jamás me dirías que buscas validación con el sexo. Y, sin embargo, creo que una de las razones de peso por las que has sido tan activo y has tenido tantas parejas es por eso precisamente, por tus carencias de autoestima.
               -Follaba y follo mucho porque me gusta disfrutar y porque podía permitírmelo. Todos los tíos de mi edad harían lo mismo si se les presentara la ocasión.
               -Cierto, pero que tengas la oportunidad no implica necesariamente que debas aprovecharla, ¿lo entiendes? Mantener relaciones sexuales no es un deber. Ni estando soltero, ni en pareja.
               -¿Crees que follo con Sabrae por obligación? Se nota que no la has visto desnuda. Y, pensándolo bien, tampoco quiero que lo hagas. Le gustan las chicas, y tú eres lesbiana.
               -Alec, estás en un espacio seguro. No hay necesidad de que utilices el sentido del humor como mecanismo de defensa.
               Me quedé callado y quieto un momento.
               -Lo hago con ella porque me gusta.
               -No lo niego, pero, ¿en alguna ocasión has sentido que era un deber?
               Dediqué mis buenos cinco minutos a pensármelo. Estaba la primera vez que lo habíamos hecho, cuando yo le pedí hacerlo con las luces apagadas o con la ropa puesta, para que no me viera las cicatrices. Yo quería hacerlo. Pero… pero había una parte de mí a la que le daba muchísimo miedo.
               -No como un deber-respondí finalmente-, pero sí que… bueno, me imponía respeto. Pero no me he visto obligado en ningún momento. Eso sí que no. De eso, nada.
               -No digo que te veas obligado, pero sí que si te dejas convencer en lugar de hacerlo porque sientas apetito sexual, puedes terminar cogiéndole tirria al sexo-me reveló, y a juzgar por lo que me dijo a continuación, supuse que acababa de poner una cara de terror absoluto-. Y me imagino que no querrás eso.
               -¡Claro que no! Escucha, no te niego que quizá echara polvos para sentirme bien conmigo mismo. Tú eres la experta en el coco, no yo. Pero no lo hago para sentirme bien conmigo mismo con Sabrae. No hay ni rastro de eso. Es sólo que… bueno, es complicado. Ya no tengo el físico que tenía, así que mi gran baza ya no está. Supongo que es normal que mi actitud haya cambiado un poco en ese sentido, ¿no?
               -Supones bien. Has pasado por mucho.
               -Pero yo no lo hago por tener baja la autoestima. Es decir, sí, me supone un chute de la hostia hacerla correrse como lo hago, pero… no lo hago por mí. Me gusta hacerla disfrutar. Me gusta que disfrute. Creo que hay diferencia. La hay, ¿no?
               -La hay-Claire cogió su libreta de nuevo-. Claro que también está el hecho de que construisteis vuestra relación en base al sexo.
               -Pero hemos cambiado. Ya no es así. Es decir, somos muy físicos, pero… para mí esto dejó de ser sólo sexo hace mucho, mucho tiempo. La quiero de verdad. Creo que por eso me gusta tanto hacerla disfrutar.
               -¿Y para ella?
               -Para ella también. Ella también me quiere mucho.
               -Me alegra saberlo.
               -Lo digo en serio.
               -Lo sé, Alec-Claire me miró-. Sólo quería escuchártelo decir. Así puedo anotarlo y recordártelo por si alguna vez se te olvida mientras hagamos terapia. Ahora que te han dado el alta y puedes socializar con normalidad, tenemos que tratar temas más complejos, y las relaciones sexoafectivas se llevan la palma. Por eso es importante que me des algo con lo que trabajar, y que pueda obligarte a recordar si en algún momento tienes alguna recaída.
               No noté que me había metido la mano en la camisa y estaba toqueteándome la cicatriz del pecho hasta que mis dedos no ascendieron hasta la chapa que Sabrae me había regalado en Barcelona. Pasé la yema de los dedos por encima de la inscripción, y una miríada de recuerdos explotaron ante mí: Sabrae poniendo los ojos en blanco cuando le decía alguna tontería para que se riera, Sabrae sacándome la lengua por los pasillos del instituto, Sabrae pegándome el culo a la entrepierna mientras bailábamos en la discoteca, Sabrae cogiéndome la mano por la calle, Sabrae jadeando en mi oído mientras me montaba, Sabrae pasándome las piernas por la cintura mientras yo la montaba a ella, Sabrae esperándome con su mono de Nochevieja en mi cumpleaños, Sabrae abriendo los ojos y corriendo hacia mí en el suyo.
               Los sueños que había tenido con Sabrae mientras estaba en coma. Sabrae sentada a mi lado, cogiéndome la mano, cantándome y acariciándome y suplicándome que volviera con ella. Sabrae soltando un gruñido de placer cuando se acercaba a mí en la cama, en pleno sueño.
               Sabrae diciéndome que me quería en el hospital. En mi casa. En mi cama. En el instituto, cuando se le había escapado. Mirándome a los ojos mientras estaba en su interior y diciéndome que me quería, que no había otro como yo, que me esperaría mil años, que ni soñando podría imaginarme mejor.
               Sabrae haciéndose un piercing en el pezón que yo siempre le besaba primero cuando se quitaba el sujetador.
               Sabrae siendo la nueva estrella de Inglaterra, convirtiéndose en el descubrimiento de la edición de The Talented Generation de la que habían salido Scott y Eleanor, llevando mi inicial al cuello.
               Acaricié el borde de su anillo colgado en mi cuello, miré a Claire, y sonreí.
               -No se me va a olvidar.


 
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2 comentarios:

  1. Ayyyy la serotonina que necesitaba hoy joliin.
    Me ha parecido un capítulo muy soft, muy tierno. Poquito a poquito Alec va a ir matando esos fantasmas y me alegra ver como lo hace.
    Entiendo muy bien a Annie, yo tampoco le dejaría volver a boxear tan pronto y no estoy lista para la que le va a caer cuando diga lo de la moto. La segunda guerra mundial va a ser eso lol.
    Por otra parte me ha dado cosilla lo de Africa, no estoy lista para que tengan la conversación sobre cuando se va a ir finalmente Alec y mucho menos estoy lista para enfrentarme a cuando se tenga que ir finalmente, vamos es que me quiero pegar un tiro solo de pensarlo y encima cada vez está mas cerca el momento. Un ataque me va a dar señora.

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  2. Me ha parecido un capítulo súper bonito la verdad, me ha dejado súper soft.
    Vamos a ver que comente por partes:
    - Madre mía Sabrae hablando de Alec al principio :') osea es que le sorprende de haberse fijado en otros en algún momento de su vida. Dios es que sé que están los dos enamoradísimos pero cuando leo estas cosas alucino en serio.
    - “me siento en carne viva cuando tú no me estás tocando” bua cuándo vi que pusiste esto twitter esto pensé que sería Alec quién se lo diría a Sabrae jajajajajjja.
    - “- Te prometo que se acabará -le dije-. Algún día, esta guerra que llevas librando contigo mismo se acabará.
    - No me importa si nunca se acaba. Nunca me cansaré de luchar con una compañera como lo eres tú -me respondió” mira me muero con estos dos de verdad.
    - ME HA ENCANTADO LA PARTE DE SABRALEC SIENDO DOMÉSTICOS y Sabrae ahí emocionadísima.
    - Ay el párrafo miniresumen de por todo lo que han pasado, jo es que ver cómo están ahora me pone contentísima de verdad.
    - “Lo único mejor que te prometan un “para siempre”, es que quien lo hace sea Alec” ES QUE DE VERDAD NO PUEDO.
    - Mira me meo con que Sabrae se pensara que Alec le iba a pedir matrimonio ME DESCOJONO.
    - QUE ALEC ESTÉ GRABANDO VIDEOMENSAJES PARA QUE SE VAYAN ENVIANDO CUANDO ESTÉ EN EL VOLUNTARIADO Y SABRAE NO LE ECHE TANTO DE MENOS ME TIENE FATAL FATAL FATAL. No estoy nada preparada para verles separados e
    - Me meo con Alec recordando cuando le llevó el paquete a Shasha porque justo me releí ese capítulo el otro día jajajaja.
    - La discusión de Alec y Annie me ha recordado MUCHISIMO a los primeros capítulos de verdad sobretodo cuando Alec sale de casa en medio de la discusión JAJAJAJAJJAJA.
    - El final ha sido PRECIOSISIMO osea me ha encantado.
    Me ha gustado mucho el capítulo!! con ganas del siguiente <3

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