No había hecho más que
sentir nervios cada vez que me acercaba a Taylor después del
incidente de la subasta. Todavía tenía en la cabeza su mirada en la
pequeña cápsula, su ceño ligeramente fruncido para no dar el
cante, sus labios sellados mientras estudiaba en silencio lo que
tenía entre las manos... y las palabras que no había llegado a
pronunciar, pero que su cabeza hacía gritado en el silencio de su
mente, el único rincón en el que podía esconder sus teorías
conspirativas, las que me ponían en peligro, y las que eran ciertas,
que casualmente eran las mismas.
Tenía mucho que
agradecerle a Blueberry, y lo haría en cuanto se me presentara la
ocasión. Ella había posado sus ojos un segundo en lo que le tendía,
aquel regalo momentáneo que tendría que darle a otro lo antes
posible, y no había hecho ni una sola pregunta. Ni siquiera pareció
dar muestras de que hubiera sentido curiosidad por lo que había en
el interior de aquella cápsula metálica: simplemente entendió que
le había pedido que se la diera a Puck, y a Puck se la había dado,
sin más demora que la que le llevó el alcanzarlo entre toda la masa
que saltó de las gradas para alcanzarnos y alzarnos sobre sus
cabezas, proclamándonos sus héroes antes incluso de salir
victoriosos de la cruzada que nos salvaría. Y todo por ganarles en
pruebas en las que la suerte y el descanso primaba sobre todo lo
demás.
Habíamos estado cerca
de batir el récord de la Sección del Año, y cuando abrimos las
puertas había decenas de runners de esa base, que habían
interrumpido sus misiones, sentados alrededor de la nuestra,
esperando para recibirnos con aplausos por estar a punto de quitarles
el nombre, pero rajarnos en el último minuto. Nadie había reparado
en lo que sostenía, al igual que tampoco se reparó en el
pseudo-runner que se había alejado de allí con las alas escondidas
tras la capucha de su chaqueta, los ojos azules como el cielo, la
mirada confiada y los brazos más amables y cariñosos que había
visto en la vida.
Y, aun así, yo no podía
dejar de pensar que se me escapaba algo muy importante, la clave de
mi muestra a la sociedad elitista a la que pertenecía de que no era
perfecta y no merecía subir al Cristal, privilegio reservado para
los mejores y más fiables runners de todo nuestro mundo. No sabía
qué era lo que me transmitía esa sensación: podía estar en el
aire con la misma facilidad con que estaría en el agua que bebía, o
infiltrada en la comida que había comido la comida que yo me estaba
comiendo en el comedor. Simplemente estaba ahí, asomando sus dedos
negros por el filo de la puerta, esperando pacientemente a que
apagara la luz para poder abalanzarme sobre mí.
La lámpara de la
habitación en la que me encontraba estaba empezando a parpadear,
amenazando con apagarse y dejarme sola, cuando nuestra espera
terminó.
La misión más
complicada a la que me había enfrentado hasta la fecha se había ido
aplazando por cortos intervalos de tiempo debido precisamente a la
meteorología: se acercaban tormentas durante las cuales nuestros
dispositivos podrían fallar; luego, el viento jugó un papel
fundamental amenazando con nuestros paseos por los exteriores del
Cristal, donde las ráfagas llegaban a triplicar su velocidad
superficial debido a la altura. Y, por último, un día de lluvia que
no habíamos previsto nos obligó a abortar la misión justo cuando
nos encontrábamos en el límite de nuestro sector, a punto de pasar
al siguiente y adentrarnos en territorio rival. Esta vez no habría
peleas por los maletines: todos los runners estaban al tanto de por
qué invadíamos su territorio y tenían órdenes de interrumpir sus
misiones en el caso de que la nuestra corriera peligro. Por eso,
cuando dimos la vuelta, una pareja que nos había estado esperando
para escoltarnos hasta el puente que yo no había llegado a cruzar en
aquella misión fallida que cambió tanto en mí se acuclilló para
estudiar la calle, preguntándose a qué se debía que un grupo de
ritmo constante y furioso se detuviese justo en el borde de una
azotea y no hiciese ademán de querer avanzar ni un paso más. Casi
parecía que nos habíamos encontrado con un muro invisible y
psicológico que hacía que olvidáramos nuestro propósito y que de
repente nos acuciaran las ganas de dar la vuelta.
Yo no podía creerme lo
que Puck me decía por el transmisor, y quise seguir, porque había
un claro en el cielo que prometía una breve tregua, suficiente para
llevar a cabo la parte de la misión en la que salíamos del Cristal
y cambiábamos de zona a base de rodearlo por una azotea exterior, la
cima de los últimos edificios que se atrevían a competir con él
por hacerle sombra a las calles.
Los del Gobierno eran
imbéciles. Eso ya se sabía, pero se confirmó en la reunión que
tuvimos de estudio sobre el Cristal, en la que descubrí, no sin
sorpresa por mi parte y por el resto de neófitos en estas misiones
estelares, que había puertas que daban al exterior en diversas
partes del edificio, casi como si el alcalde y sus concejales
quisieran que nos colásemos.
La excusa que se habían
esgrimido a sí mismos y que habían terminado creyéndose a pies
juntillas era sencilla: si había problemas en el Cristal, los
ángeles podrían entrar por aquellas puertas. Pero, ¿de verdad era
necesario una pequeña zona de aterrizaje para alguien que podía
mantenerse en vuelo durante horas, y flotar con sus alas en una
habitación de no más de tres metros de alto? Cierto que tendrían
sus dificultades, pero por lo que mis compañeros habían podido
experimentar, los ángeles no tenían problema ninguno en proteger
sus débiles cuerpos con sus poderosas alas y entrar como torpedos en
un edificio rompiendo las ventanas. De hecho, hasta les gustaba, o
eso me había dicho Louis. Según le había entendido (y no estaba
del todo segura de si realmente esas palabras habían salido de su
boca o si, por contra, yo me las había inventado), se entrenaban
para ser capaces de romper cristales en pleno vuelo sin hacerse daño,
o incluso atravesar barreras sin interrumpir su velocidad. Qué
cosas. Nuestros soldados no eran los únicos que tenían todo
previsto.
Por eso no me cuadraba
que pusieran las puertas por fuera, al igual que no me cuadraba que
en aquel último momento nos obligasen a dar la vuelta sin más
explicación que “estaba lloviendo demasiado, y las ventanas del
Cristal son más resbaladizas que a las que estábamos
acostumbrados”. Blondie tuvo que cogerme del brazo y tirar,
literalmente, de mí, mientras en mis ojos sólo se dibujaba la
silueta de aquella lanza opresora que se levantaba sobre la ciudad
como una daga rasgando el cielo, haciéndolo sangrar lluvia,
recordando a los ciudadanos que estaban a sus pies lo esclavizados
que estaban y la poca idea que tenían de su esclavitud.
Wolf pegó un grito, uno
solo, con mi nombre, y yo me obligué a dar la vuelta y cruzar la
azotea, imitando a los otros, tratando de convencerme de que no me
importaba esperar un poco más, cuando la realidad era que los
entrenamientos eran un asco. Dado que no querían que nos cansásemos
ni que resultásemos heridos (una lesión sería letal para la
misión, que tendría que aplazarse aún más), nos pasábamos la
vida en los centros de entrenamiento, tanto físicos como mentales,
en los que me había cargado, yo sola y con la mayor sangre fría que
se había visto hasta entonces, a nada más y nada menos que 20
ángeles.
La sensación que me
producía el ver cómo se disgregaban en partículas de luz que
desaparecían al poco rato de yo atravesarles el corazón, los
pulmones o el estómago con una bala, o cortarles la garganta con el
cuchillo de rigor, no tenían precio. Los besos robados de Louis me
habían aturdido en su momento, pero una vez mi mente se despejó y
me alejé de su área de influencia, pude ver que no había hecho más
que jugar conmigo, otra vez, y que estaba rabiada con el mundo casi
tanto como lo estaba con él. Necesitaba escupir mi adrenalina de
alguna manera, y lo hacía siendo la mayor asesina a sueldo que había
existido nunca en los runners. Los vigilantes que habían controlado
a mis padres decían que se notaba que mi padre me había criado
hasta antes de entrar a formar parte de ellos.
El día en que me
vinieron a buscar y me dijeron que, finalmente, salíamos, estaba
tumbada en la cama, contemplando el techo en actitud nostálgica, y
reflexionando sobre la mirada de Taylor y lo seco que había estado
conmigo, que era a lo que me dedicaba básicamente cada vez que tenía
un rato libre y me dejaban salir de mis sesiones de mutilamiento de
ángeles.
Blondie fue la encargada
de ir a buscarme, y ni siquiera llamó a la puerta. La abrió, se
asomó y se me quedó mirando, sorprendida de que no estuviera
afilando mis cuchillos ni experimentando con armas nucleares,
acciones mucho más acordes con mi actitud actual que el tirarme en
la cama y meditar sobre el mundo, buscando la conexión de mis
pensamientos y tratando de llegar al Silencio de la Verdad. Hacía
mucho que no meditaba, y tendía a divagar. Mi mente no estaba muy
centrada precisamente porque no estaba limpia.
-Prepárate, salimos en
diez minutos.
-Sabes que me sobran
nueve, ¿verdad?
Blondie se limitó a
sonreír, entró en la habitación e hizo sobresalir una de sus
caderas. En ella había colgadas tres pistolas, dos dagas, y varios
bultos que, me imaginé, se correspondían con granadas. Con todo, no
pregunté.
-¿Estás preparada para
la misión de tu vida?-pregunté, sonriendo a través de mi falsa
meditación, mientras me incorporaba y me ponía el cinturón similar
al que le adornaba el cuerpo. Se puso rígida.
-¿Es que vamos a entrar
en el Gobierno y matarlos a todos?
Nos echamos a reír;
durante aquellos días de frialdad con Taylor, ella había sido un
gran apoyo al que ahora no me imaginaba renunciando. En el fondo de
mi alma, sabía que podía confiar en ella, que me ayudaría si
llegara a estar en peligro, y que me defendería si hiciera algo mal
y todos los demás me lo echasen en cara.
La acompañé a los
pisos inferiores, donde estaban los vigilantes preparando los
aparatos con los que nos seguirían la pista. Alcé una ceja al
comprobar que Puck seguía escudriñando los papeles con el mismo
ahínco con el que los había mirado cuando Blueberry se los entregó,
hacía ya tanto tiempo. Sus ojos bailaban por las líneas a la
velocidad del rayo; no los estaba leyendo, lo que estaba haciendo era
comprobar que ya se los sabía de memoria.
-Necesito que tengas los
ojos en la pantalla, no en esas hojas arrugadas, cuando salga de
aquí-le avisé, sonriendo y dándole un puñetazo en el hombro. Él
asintió con la cabeza, tan distraído que supe que no me había
oído. Chasqueé la lengua-. ¿Puck? ¿Me estás escuchando?
-Vas a entrar en el
sistema de información del Cristal-murmuró, levantando la vista y
pasándose una mano por el pelo rapado-. Según esto, allí hay mucha
más información. No hace más que remitir a gran cantidad de
archivos de lo que sabemos que es el Centro del Conocimiento.
-Vale, ¿y? Puedes crear
tu propio ángel-espeté, bufando-. Creía que íbamos para
destruirlos, no para encontrar la manera de sobrepoblar aún más el
cielo.
-Vais para eso y para
causar una brecha en la seguridad que nos permita acceder al control
de la ciudad por unas horas, y la brecha tiene que ser indetectable,
sí. Pero eso no quita de que podáis tener misiones particulares que
tenéis que cumplir... os guste o no.
-Podría volver a
fallar-murmuré, encogiéndome de hombros y echando un vistazo a los
papeles que allí había. En el que estaba mirando Puck en ese
momento aparecía un dibujo de un hombre con los brazos en cruz, al
que se le habían superpuesto líneas negras sobre su contorno azul
que explicaban cómo se conectaban las alas creadas artificialmente
al cuerpo natural. Me pregunté si el proceso sería doloroso, si mi
ángel había sufrido cuando le habían dado sus alas.
-No vas a la cima para
tirarte por el borde-replicó él, sonriendo con calidez. Asentí con
la cabeza, notando cómo los pelos de mi nuca se erizaban. Taylor
acababa de llegar.
Me giré en redondo en
el momento justo en que él entraba en escena, con el mismo atuendo
que llevaba yo en su versión masculina. Sus ojos se posaron en mí
un momento, luego fueron a Puck. No pararon en los papeles, tal y
como llevaba haciendo desde que la cápsula desapareció del a vista:
seguramente no relacionaba aquellas hojas manoseadas y sucias por el
paso del tiempo e incontables cafés que habían ayudado a su
análisis con aquel objeto de contrabando que había metido en la
Base sin darle ninguna explicación. Tragué saliva con dificultad
mientras él se sumaba a Blondie y su vigilante, una mujer que
siempre llevaba una cola de caballo recogiendo su pelo canoso. La
mujer le saludó con una inclinación de cabeza; fue el único gesto
universal que le dedicaba a todo aquel que no fuera su protegida.
-No sé lo que os traéis
entre manos, pero desde la Subasta estáis los dos muy raros.
Deberíais solucionarlo. Allá arriba lo que más conviene es que
estéis unidos como piñas todos los que vais, y no sólo las chicas
con las chicas y los chicos con los chicos. Acabaréis muertos de ser
así.
-Por una vez, la culpa
no es mía.
-La culpa nunca es tuya
cuando se trata de Wolf y tú, Kat.
Lo miré a los ojos.
-Esta vez es la única
en que es realmente en serio. La culpa no es mía. Sospecha de la
cápsula.
-Créeme, le entiendo.
Cuando Blueberry me la tendió, lo primero que pensé es que se
trataba de una bomba que había encontrado, y que quería que la
desactivara.
-Por suerte, no lo era.
De lo contrario, habríamos muerto todos.
-¿Qué paso en la
Subasta, Cyn?-inquirió, poniéndome una mano en el hombro en actitud
tan paternalista que me apeteció arrancarle el brazo de cuajo. Miré
su mano, que no se movió de allí a pesar de que la traté de mover
con mi telequinesis infalible.
-Eso. Ya te lo he dicho.
-Al margen de lo de la
cápsula. Os pasó algo más.
Fruncí el ceño.
-Me ayudó cuando no
debía haberlo hecho, y... siento que no confiaba en que yo lograra
superar la prueba.
-Fuiste tú la que
descubrió su maletín.
-Aun así. No se fiaba
de mí, y ahora... yo tampoco me fío de él-el admitirlo en voz alta
le dio un cuerpo y un cariz que no pensé que tendría; la cosa era
mucho más grave de lo que en realidad había pensado. Así que a eso
se reducían las meditaciones y las reflexiones, los momentos tumbada
en la cama, contemplando el techo como si se abriera ante mí una
galaxia de estrellas y tuviera que memorizar su posición para no
quemarme cuando las atravesara durante mis sueños con unas alas que
no me pertenecían y que sin embargo estaban dentro de mí: desde el
momento en que él demostró que tenía sospechas acerca de mí, yo
me había defendido dejando de fiarme de él, mostrándome arisca,
gruñendo monosílabas cada vez que le era imprescindible hablarme...
porque en el fondo él había descubierto mi traición y la estaba
verbalizando sin abrir siquiera la boca.
Oh, oh, ¿era odio lo
que estaba empezando a sentir por él? Menos mal que era yo la
indigna, la que merecía la desconfianza. Yo con toda la rabia de mi
interior.
-Es una pena, porque tu
vida y la suya están muy unidas en estos momentos. Elegid otro día
para pelearos, ¿quieres? No me gusta que mi estrella se oculte en un
eclipse.
-Soy una profesional.
-Lo sé, Kat, pero ahora
no necesito que seas una profesional: necesito que seas una diosa.
-Con ser la mejor runner
que haya existido nunca, de momento basta. Ya han subido muchos
peores al Cristal y han vuelto. Llevamos gente que lo prueba-indiqué
con un gesto de la cabeza a mi espalda, donde Taylor esclarecía
detalles que aún no le parecían lo bastante impolutos de la misión
mientras Blondie escuchaba en un silencio sepulcral; casi la podía
ver con un tercer ojo escudriñarlo con el ceño fruncido y la boca
cerrada mientras procesaba cada una de sus palabras.
Tiene que volver al
mercado antes de volver a la cima, murmuró una voz en mi cabeza
con la que no podría haberme mostrado más de acuerdo incluso
habiéndolo querido. Asentí al silencio del ambiente y al diálogo
de mi mente. Nadie nos garantiza que vayamos a bajar por nuestro
propio pie de allí, ni que el descenso sea agradable.
-Os quiero a todos aquí
de vuelta-advirtió Puck, ensartando un dedo amenazante en mi
esternón-. Pase lo que pase. Si no, te las verás conmigo. Serás mi
conejillo de Indias y te pasearás por ahí con unas alas rotas... o
no te pasearás en absoluto, ¿estamos?
Asentí con los ojos en
blanco, sintiendo cómo la bolita que había encontrado en el policía
hacía tanto rodaba por la piel de mi pecho. Algo me había dicho que
debía llevarla... al igual que llevaba la pluma con la que llamaría
a Louis.
La venganza se servía
fría, pero, ¿quién decía que no convenía atraerla?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤