Después de salvarme la
vida y planear sobre mí un segundo, comprobando que ningún cazador
pudiera aprovecharse de mi debilidad, mi ángel cayó en picado y se
inclinó hacia mí. Me sostuvo el rostro entre las manos y me miró
con ojos llorosos. Tal vez le asustara ser bueno, encontrar aquello
que en mí se había manifestado mucho antes y con lo que estaba a
gusto, y feliz. Me acarició la mandíbula con los pulgares.
-Cyntia, Cyntia, quédate
conmigo, por favor, no cierres los ojos, no te duermas, ¿vale?
Estarás bien, yo cuidaré de ti, te pondrás bien-murmuraba, y me
apretó contra su pecho. Era cálido y dulce, pero a la vez duro, lo
suficiente como para considerarlo un hogar, aquel sitio en el que me
sentía segura. Me acarició el pelo, y cerré los ojos ante esa
muestra de cariño que hasta hacía unos minutos no me esperaría, y
no desearía.
O eso pensaba.
Puse todo el empeño del
mundo en mover la mano y colocarla alrededor de él, indicándole que
no quería irme sin luchar. Él, por su parte, se sentó tras de mí
y tiró lo justo para tenerme acunada y caliente a base de su calor
corporal. Me di cuenta de que tenía frío.
-Esto no es el fin,
¿vale? Te llevaré a casa. Allí te curarán.
Un rastro de conciencia
y lucidez se preguntó a qué casa iría: si a la suya, o a la mía.
Por el tono con el que hablaba, parecía que me llevaría a la mía.
Me estremecí. Lo matarían en cuanto lo vieran aparecer, y después
yo no tendría nadie que me cuidara ni que velara por mí en mis
caídas. Necesitaba un ángel de la guarda, todos lo hacíamos. Yo ya
había encontrado el mío, y no quería que nadie me lo quitara.
A través de los ojos
entreabiertos, dibujándose a medio diluir entre mis pestañas, el
Cristal brillaba como nunca antes. Traté de rememorar lo que había
pasado: la caída, la aparición de los ángeles, el viento de la
azotea, la sensación de ser la reina del mundo, la sala del centro
de control de la ciudad, el hueco de los ascensores, la gran sala en
la que nos esperaba la policía...
...Wolf...
… el párking, los
conductos de ventilación, las salidas de mantenimiento, los runners
que se detenían en sus misiones para escoltarnos, los abrazos y
despedidas a todos los demás runners. Blueberry contemplando cómo
me preparaba y siendo la última en dejar de aplaudir cuando aparecí
en la subasta tanto tiempo atrás.
El edificio brillaba con
luz propia, como si del capullo de una mariposa luminosa se tratara.
Se distinguían ya los primeros rayos de luz en el cielo, que
rasgaban el negro con tonos rosáceos que se iban haciendo más y más
poderosos a medida que el negro perdía la batalla. No había
estrellas; las luces las ahogaban por doquier. Sólo podías
disfrutar de ellas en la Cima del Mundo, o en lugares de gran
oscuridad, como, por ejemplo, el techo de la Base.
Una sombra se movió a
mi izquierda, y Louis se puso en tensión en cuanto ésta hizo acto
de presencia. Con un esfuerzo abismal, conseguí mover la cabeza y
contemplar a Blondie, que nos miraba a ambos sin comprender qué
estaba pasando. Sacó su pistola del cinturón, quitó el seguro y
apuntó directamente a Louis. Me habría gustado ponerme entre ambos,
ser un escudo cuando más necesitaba que me escudaran a mí. Pero
apenas podía moverme.
-Déjala en paz.
-Por favor-intenté
decir yo, y las palabras se confundieron de labios y surgieron de los
de mi ángel. Sus alas se agitaron en un gesto que más tarde
identificaría de rendición-. Por favor, déjame curarla. La caída
ha sido muy fuerte.
-¿Por qué la habéis
recogido? ¿Crees que voy a dejar que os la llevéis?
Louis me apretó más
contra sí al oír esas palabras. Lo comprendí: Blondie no iba a
disparar a un ángel, no sin antes dispararme a mí y asegurarse de
que no podían utilizarme como rehén, con todo lo que aquello
implicaba.
-Hay esperanza-musitó
él, derrotado. ¿No podía arrastrarme hasta un lugar seguro con
aquellos dos miembros enormes y blancos como las nubes de un día de
verano?
-No para ti.
Sus alas se cerraron un
poco en torno a nosotros. ¿Sería verdad que podían hacer magia?
La expresión de Blondie
resultaba imperturbable. Jamás hubiera podido decir qué se
proponía, en qué pensaba, qué opinión le merecía mi mano
alrededor de la cintura de Louis, aferrada a él como los moribundos
se aferran a la vida. Cerré los ojos.
-Por favor. Podemos
curarla. No quiero que muera.
-No vais a experimentar
con ella.
-No hemos venido a por
ella para que experimenten. Deja que me la lleve. Vosotros no podéis
curarla, pero nosotros sí.
Ella frunció el ceño.
La mano que sostenía la pistola tembló. Me giré para mirarla, la
observé con atención. Sus ojos me estudiaban con cautela: no estaba
segura de si estaba en plena posesión de mis facultades, pero,
¿quién lo estaba? No volvería a caer después de semejante caída.
Louis había tardado demasiado en cogerme. Apenas notaba algo más
allá de la cintura. Si tenía piernas, desde luego, no se estaban
afanando en hacer acto de presencia.
-Blondie-musité, y ella
se acercó a mí. Louis se puso aún más tenso. Comenzó a respirar
en silencio, temiendo que sus simples inhalaciones desataran la ira
con la que seguramente lidiaba mi compañera y amiga en esos
momentos.
Con los pasos que dio
ella, entró en el círculo de luz de una de las farolas de la
azotea. Pude comprobar que estaba llena de sangre: sangre en su pelo
sangre en la ropa, sangre manando de una herida del brazo...
-¿Qué?-pregunté,
porque sabía que no necesitaba más.
-Subieron arriba. Me
tocó distraerlos. Wolf y Fire se han ido, y Perk... bueno, él subió
arriba contigo, y nunca más bajó.
Suspiré, y me dolieron
todas y cada una de las costillas que conformaban mi caja torácica.
-Cuida de Blueberry.
Dile a mis padres lo que ha pasado. Haré lo posible por volver sana
y salva a casa lo antes posible.
Blondie alzó la vista
hacia mi captor y salvador.
-¿Cuándo será eso?
-En cuanto pueda.
La runner frunció el
ceño.
-Y, ¿por qué la
ayudas?
-¿No es evidente?
Blondie asintió con la
cabeza.
-Jamás pensé que fuera
verdad que pasó algo en la misión en la que la hiciste fallar.
-Yo nunca pensé que me
pasaría algo con alguien que no puede levantar los pies del suelo, y
sin embargo, aquí la tengo-murmuró él, sujetándome con fiereza
pero dulzura a la vez. No me dejaría marchar tan fácilmente.
-Por esta vez pase,
pájaro. Pero si te veo alguna vez por las calles, no dudes que
practicaré el tiro al blanco contigo-susurró, encañonándolo y
haciendo bailar el cañón de la pistola a medida que hablaba. Sin
embargo, ninguno de los dos temió que se disparara sin querer: le
había puesto el seguro antes de iniciar aquellos bailes.
-Vete, runner. No he
venido solo, y créeme si te digo que cuando somos dos, nos volvemos
mucho más cabrones.
-Como le hagáis daño,
os mataré-replicó, reculando y mirando al cielo un segundo. Una
sombra se movía en las alturas, dejando una mancha negra sobre el
cielo albar.
-Entonces, ¿qué hago
aún respirando?-replicó el ángel, pero ella ya se había marchado.
Sin decir adiós. Porque decir adiós, era olvidar, algo que no
podíamos permitirnos en aquellos tiempos.
Louis me volvió a dejar
totalmente en el suelo, me acarició la mejilla y me contempló con
gesto colmado de preocupación. No le quedaba ver tener las cejas
alzadas y fruncidas, la boca torcida, y los ojos chispeantes. Debía
dejar de mirarme así si no quería que me derrumbara y llorara como
pocas veces lo había hecho en mi vida.
No como en el funeral de
mi hermana, eso por descontado. Y no como lo haría cuando asumiera
totalmente que me iba al lugar de donde habían salido los asesinos
de tantos y tantos compañeros míos, con alguien que probablemente
también había matado a algunos de aquellos.
-No digas nada-murmuró
él, y yo pestañeé a modo de asentimiento.
En dos minutos de
silencio, sólo roto por el susurro de las alas de su compañera a
medida que descendía hacia nosotros, pude pensar en muchas cosas: en
cómo nos habíamos conocido, en cómo me había castigado a mí
misma por sorprenderme pensando en aquel primer beso, en cómo me
había aterrorizado la sola idea de que me consideraran una
traidora.. y ahora allí estaba, esperando a que me llevaran a la
Central de Pajarracos Express, donde todo eran diversión y golosinas
para aquellos que tenían alas, ¡yupi!, y donde se torturaba a los
que volábamos entre tejados aun careciendo de ellas, ¡jo!
Angelica aterrizó con
mucha elegancia, apenas rozando la superficie en la que nos
sosteníamos con los pies, y luego dejando caer las alas y
arrastrándolas tras de sí. Eran mucho más grandes que las de
Louis, con muchas más plumas, y parecían mucho más poderosas... y
pesadas. Tal vez por eso no pudiera sostenerlas erguidas como siempre
lo hacía Louis.
-El de arriba está
encerrado. Podemos llevárnoslo cuando quieras-informó sin hacerme
caso. Yo gemí. Louis me lanzó una mirada asesina, cargada de
desprecio. No supe si se debía a que no había obedecido lo que me
había dicho, o a que estaba metido en un papel extremadamente
convincente.
Me imaginé lo que debía
ser tener que cuidar de mí en aquel momento; bailar al filo del
espejo sin que nadie más se diera cuenta de su inestabilidad. Era
admirable la entereza con la que lo llevaba, al menos, delante de los
suyos.
-También nos llevaremos
a esta.
Temblé de miedo. Una
parte de mí comenzó a gritar en mi interior, preguntándose cuál
de los dos Louis era el verdadero, y cuál simplemente un producto de
un papel muy ensayado y un actor con muchas tablas.
-No podremos con los
dos.
-Entonces nos llevaremos
sólo a esta.
Angelica se lo quedó
mirando.
-No hay alas para los
dos.
¿Qué?
-¿Y si uno no
sobrevive? Así tendremos otro de recambio. Venga, Angie, tienes que
reconocer que las cosas no están tan mal como las pintas.
El ángel rubio se quedó
un momento en silencio, contemplando al de pelo castaño con los ojos
entrecerrados.
-Te gusta.
-Es guapa-replicó
Louis, bajando la mirada un segundo hacia mí y recorriendo mi cuerpo
dolorido y prácticamente inútil con los ojos.
-Es peligrosa. Ya has
visto la luz azul, y sabes lo que significa. ¿Llegaste, siquiera, a
cogerla?
Él negó con la cabeza.
-Una razón más para
llevárnosla, para poder interrogarla. ¿Cómo ha hecho eso?
-¿Cómo he hecho qué?
-Anda, pero si
habla-susurró la chica, inclinándose hacia mí y dejando que
algunas plumas sueltas me acariciaran las piernas desnudas. Vaya,
pues sí que sentía algo; algo muy lejano, pero algo al fin y al
cabo.
-Cómo has conseguido
activar unas alas que funcionan vinculadas con el ADN, runner-replicó
Louis con tono frío, que heló mi corazón.
-Yo no...
-Y de dónde has sacado
la bomba.
Negué despacio con la
cabeza, y Louis sonrió, satisfecho.
-¿Ves por qué tenemos
que llevárnosla?
Angelica asintió con la
cabeza.
-Pero yo me encargo de
ella. Tú... llévate al otro. O espera a que lleguen refuerzos.
Él se limitó a asentir
con la cabeza, luego, se quitó un cinturón que traía puesto y se
lo tendió a la chica. Mientras ella lo manipulaba, él me levantó
sin el menor gesto de preocupación por mi estado de salud. Gruñí
varias veces, gemí otras tantas e incluso solté una exclamación
cuando me hizo ponerme en pie sujetándome por la cintura, clavándome
las uñas en las costillas más de lo que dictaba la ley. Aquello ya
era regodeo.
-Ven aquí, ya está
bastante herida.
Angelica se adelantó
varios pasos, hasta pegarse a mí, y me pasó el cinturón por el
pecho. Me dolía hasta respirar. Noté cómo el color me abandonaba
el rostro, y ella sonrió al verlo.
-¿Has volado alguna
vez, runner?
-¿Eres tonta, Angelica?
Si me he quedado cuidándola es porque podía volar.
Ella no contestó, se
limitó a sonreír con autosuficiencia y alzar una ceja.
-Pásala también por
las piernas. No quiero llevarla colgando.
-Te costará volar.
-Para eso tenemos dos
cinturones-respondió la chica, y él obedeció. Me pasó la cinta
por las piernas, y luego las unió a las de ella, apretándola tanto
que me apeteció volver a gritar. Tal vez, si lo hubiera hecho, le
hubiera roto un tímpano a la paloma gigante y gilipollas que se
encargaría de llevarme. Puede que el quejarse no fuera sólo
inconvenientes.
-Y ocúpate de que no
pierda la bomba. Una vez vinculada con ella, no funcionará con otro.
Puede ser útil arriba.
Angelica alzó el vuelo
perdiendo toda la elegancia de la que había alardeado hasta
entonces. Nos tambaleamos en el aire y en varios momentos tuve la
certeza de que íbamos a caernos, pero consiguió mantenernos
flotando sin más apoyo que el de sus monstruosas alas hasta que mi
ángel despegó también. El chico nos dirigió una última mirada de
consideración, y se lanzó como un bólido en un abrir y cerrar de
ojos hacia el cielo, escalando el Cristal sin más ayuda que la de
unas alas que no deberían estar en su espalda.
-No se te ocurra
disfrutar del viaje-me advirtió mi nuevo taxi aéreo, y en un abrir
y cerrar de ojos el viento me azotaba la cara, me enmarañaba el
pelo, y hacía que no pudiera ver nada de lo que tenía debajo. Oí
su suspiro más allá de los silbidos del viento-. Por dios, levanta
la cabeza. Cógete a mí si quieres.
Consideré no hacerlo,
pero sabía que el viaje sería un poco largo y que no estaba para
más molestias. Y la verdad era que en menos de un minuto de viaje ya
me dolían muchísimo las cervicales, de llevar el cuello colgando y
luchando contra la fuerza del viento. Si seguía así, podría
incluso rompérmelo, y adiós juguete para los ángeles, adiós
vuelta a casa, y adiós venganza prometida a una niña muerta.
No era aficionada a
incumplir mis promesas y a las despedidas, de modo que alcé los
brazos y me aferré al cuello de la chica. A ninguna de las dos nos
gustó aquello, pero hubo que tragar. Ella podía distraerse
obligando a sus alas a mantener un ritmo constante, y yo podía mirar
los edificios entre los que pasábamos a toda velocidad. No
intercambiamos palabra, pero era mejor así. No íbamos a hacernos
amigas nunca, así que, ¿por qué conversar cuando podías maquinar
la forma en la que condenarla a correr siempre, porque le arrancarías
las alas?
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