lunes, 23 de junio de 2014

Filo.

Después de salvarme la vida y planear sobre mí un segundo, comprobando que ningún cazador pudiera aprovecharse de mi debilidad, mi ángel cayó en picado y se inclinó hacia mí. Me sostuvo el rostro entre las manos y me miró con ojos llorosos. Tal vez le asustara ser bueno, encontrar aquello que en mí se había manifestado mucho antes y con lo que estaba a gusto, y feliz. Me acarició la mandíbula con los pulgares.
-Cyntia, Cyntia, quédate conmigo, por favor, no cierres los ojos, no te duermas, ¿vale? Estarás bien, yo cuidaré de ti, te pondrás bien-murmuraba, y me apretó contra su pecho. Era cálido y dulce, pero a la vez duro, lo suficiente como para considerarlo un hogar, aquel sitio en el que me sentía segura. Me acarició el pelo, y cerré los ojos ante esa muestra de cariño que hasta hacía unos minutos no me esperaría, y no desearía.
O eso pensaba.
Puse todo el empeño del mundo en mover la mano y colocarla alrededor de él, indicándole que no quería irme sin luchar. Él, por su parte, se sentó tras de mí y tiró lo justo para tenerme acunada y caliente a base de su calor corporal. Me di cuenta de que tenía frío.
-Esto no es el fin, ¿vale? Te llevaré a casa. Allí te curarán.
Un rastro de conciencia y lucidez se preguntó a qué casa iría: si a la suya, o a la mía. Por el tono con el que hablaba, parecía que me llevaría a la mía. Me estremecí. Lo matarían en cuanto lo vieran aparecer, y después yo no tendría nadie que me cuidara ni que velara por mí en mis caídas. Necesitaba un ángel de la guarda, todos lo hacíamos. Yo ya había encontrado el mío, y no quería que nadie me lo quitara.
A través de los ojos entreabiertos, dibujándose a medio diluir entre mis pestañas, el Cristal brillaba como nunca antes. Traté de rememorar lo que había pasado: la caída, la aparición de los ángeles, el viento de la azotea, la sensación de ser la reina del mundo, la sala del centro de control de la ciudad, el hueco de los ascensores, la gran sala en la que nos esperaba la policía...
...Wolf...
… el párking, los conductos de ventilación, las salidas de mantenimiento, los runners que se detenían en sus misiones para escoltarnos, los abrazos y despedidas a todos los demás runners. Blueberry contemplando cómo me preparaba y siendo la última en dejar de aplaudir cuando aparecí en la subasta tanto tiempo atrás.
El edificio brillaba con luz propia, como si del capullo de una mariposa luminosa se tratara. Se distinguían ya los primeros rayos de luz en el cielo, que rasgaban el negro con tonos rosáceos que se iban haciendo más y más poderosos a medida que el negro perdía la batalla. No había estrellas; las luces las ahogaban por doquier. Sólo podías disfrutar de ellas en la Cima del Mundo, o en lugares de gran oscuridad, como, por ejemplo, el techo de la Base.
Una sombra se movió a mi izquierda, y Louis se puso en tensión en cuanto ésta hizo acto de presencia. Con un esfuerzo abismal, conseguí mover la cabeza y contemplar a Blondie, que nos miraba a ambos sin comprender qué estaba pasando. Sacó su pistola del cinturón, quitó el seguro y apuntó directamente a Louis. Me habría gustado ponerme entre ambos, ser un escudo cuando más necesitaba que me escudaran a mí. Pero apenas podía moverme.
-Déjala en paz.
-Por favor-intenté decir yo, y las palabras se confundieron de labios y surgieron de los de mi ángel. Sus alas se agitaron en un gesto que más tarde identificaría de rendición-. Por favor, déjame curarla. La caída ha sido muy fuerte.
-¿Por qué la habéis recogido? ¿Crees que voy a dejar que os la llevéis?
Louis me apretó más contra sí al oír esas palabras. Lo comprendí: Blondie no iba a disparar a un ángel, no sin antes dispararme a mí y asegurarse de que no podían utilizarme como rehén, con todo lo que aquello implicaba.
-Hay esperanza-musitó él, derrotado. ¿No podía arrastrarme hasta un lugar seguro con aquellos dos miembros enormes y blancos como las nubes de un día de verano?
-No para ti.
Sus alas se cerraron un poco en torno a nosotros. ¿Sería verdad que podían hacer magia?
La expresión de Blondie resultaba imperturbable. Jamás hubiera podido decir qué se proponía, en qué pensaba, qué opinión le merecía mi mano alrededor de la cintura de Louis, aferrada a él como los moribundos se aferran a la vida. Cerré los ojos.
-Por favor. Podemos curarla. No quiero que muera.
-No vais a experimentar con ella.
-No hemos venido a por ella para que experimenten. Deja que me la lleve. Vosotros no podéis curarla, pero nosotros sí.
Ella frunció el ceño. La mano que sostenía la pistola tembló. Me giré para mirarla, la observé con atención. Sus ojos me estudiaban con cautela: no estaba segura de si estaba en plena posesión de mis facultades, pero, ¿quién lo estaba? No volvería a caer después de semejante caída. Louis había tardado demasiado en cogerme. Apenas notaba algo más allá de la cintura. Si tenía piernas, desde luego, no se estaban afanando en hacer acto de presencia.
-Blondie-musité, y ella se acercó a mí. Louis se puso aún más tenso. Comenzó a respirar en silencio, temiendo que sus simples inhalaciones desataran la ira con la que seguramente lidiaba mi compañera y amiga en esos momentos.
Con los pasos que dio ella, entró en el círculo de luz de una de las farolas de la azotea. Pude comprobar que estaba llena de sangre: sangre en su pelo sangre en la ropa, sangre manando de una herida del brazo...
-¿Qué?-pregunté, porque sabía que no necesitaba más.
-Subieron arriba. Me tocó distraerlos. Wolf y Fire se han ido, y Perk... bueno, él subió arriba contigo, y nunca más bajó.
Suspiré, y me dolieron todas y cada una de las costillas que conformaban mi caja torácica.
-Cuida de Blueberry. Dile a mis padres lo que ha pasado. Haré lo posible por volver sana y salva a casa lo antes posible.
Blondie alzó la vista hacia mi captor y salvador.
-¿Cuándo será eso?
-En cuanto pueda.
La runner frunció el ceño.
-Y, ¿por qué la ayudas?
-¿No es evidente?
Blondie asintió con la cabeza.
-Jamás pensé que fuera verdad que pasó algo en la misión en la que la hiciste fallar.
-Yo nunca pensé que me pasaría algo con alguien que no puede levantar los pies del suelo, y sin embargo, aquí la tengo-murmuró él, sujetándome con fiereza pero dulzura a la vez. No me dejaría marchar tan fácilmente.
-Por esta vez pase, pájaro. Pero si te veo alguna vez por las calles, no dudes que practicaré el tiro al blanco contigo-susurró, encañonándolo y haciendo bailar el cañón de la pistola a medida que hablaba. Sin embargo, ninguno de los dos temió que se disparara sin querer: le había puesto el seguro antes de iniciar aquellos bailes.
-Vete, runner. No he venido solo, y créeme si te digo que cuando somos dos, nos volvemos mucho más cabrones.
-Como le hagáis daño, os mataré-replicó, reculando y mirando al cielo un segundo. Una sombra se movía en las alturas, dejando una mancha negra sobre el cielo albar.
-Entonces, ¿qué hago aún respirando?-replicó el ángel, pero ella ya se había marchado. Sin decir adiós. Porque decir adiós, era olvidar, algo que no podíamos permitirnos en aquellos tiempos.
Louis me volvió a dejar totalmente en el suelo, me acarició la mejilla y me contempló con gesto colmado de preocupación. No le quedaba ver tener las cejas alzadas y fruncidas, la boca torcida, y los ojos chispeantes. Debía dejar de mirarme así si no quería que me derrumbara y llorara como pocas veces lo había hecho en mi vida.
No como en el funeral de mi hermana, eso por descontado. Y no como lo haría cuando asumiera totalmente que me iba al lugar de donde habían salido los asesinos de tantos y tantos compañeros míos, con alguien que probablemente también había matado a algunos de aquellos.
-No digas nada-murmuró él, y yo pestañeé a modo de asentimiento.
En dos minutos de silencio, sólo roto por el susurro de las alas de su compañera a medida que descendía hacia nosotros, pude pensar en muchas cosas: en cómo nos habíamos conocido, en cómo me había castigado a mí misma por sorprenderme pensando en aquel primer beso, en cómo me había aterrorizado la sola idea de que me consideraran una traidora.. y ahora allí estaba, esperando a que me llevaran a la Central de Pajarracos Express, donde todo eran diversión y golosinas para aquellos que tenían alas, ¡yupi!, y donde se torturaba a los que volábamos entre tejados aun careciendo de ellas, ¡jo!
Angelica aterrizó con mucha elegancia, apenas rozando la superficie en la que nos sosteníamos con los pies, y luego dejando caer las alas y arrastrándolas tras de sí. Eran mucho más grandes que las de Louis, con muchas más plumas, y parecían mucho más poderosas... y pesadas. Tal vez por eso no pudiera sostenerlas erguidas como siempre lo hacía Louis.
-El de arriba está encerrado. Podemos llevárnoslo cuando quieras-informó sin hacerme caso. Yo gemí. Louis me lanzó una mirada asesina, cargada de desprecio. No supe si se debía a que no había obedecido lo que me había dicho, o a que estaba metido en un papel extremadamente convincente.
Me imaginé lo que debía ser tener que cuidar de mí en aquel momento; bailar al filo del espejo sin que nadie más se diera cuenta de su inestabilidad. Era admirable la entereza con la que lo llevaba, al menos, delante de los suyos.
-También nos llevaremos a esta.
Temblé de miedo. Una parte de mí comenzó a gritar en mi interior, preguntándose cuál de los dos Louis era el verdadero, y cuál simplemente un producto de un papel muy ensayado y un actor con muchas tablas.
-No podremos con los dos.
-Entonces nos llevaremos sólo a esta.
Angelica se lo quedó mirando.
-No hay alas para los dos.
¿Qué?
-¿Y si uno no sobrevive? Así tendremos otro de recambio. Venga, Angie, tienes que reconocer que las cosas no están tan mal como las pintas.
El ángel rubio se quedó un momento en silencio, contemplando al de pelo castaño con los ojos entrecerrados.
-Te gusta.
-Es guapa-replicó Louis, bajando la mirada un segundo hacia mí y recorriendo mi cuerpo dolorido y prácticamente inútil con los ojos.
-Es peligrosa. Ya has visto la luz azul, y sabes lo que significa. ¿Llegaste, siquiera, a cogerla?
Él negó con la cabeza.
-Una razón más para llevárnosla, para poder interrogarla. ¿Cómo ha hecho eso?
-¿Cómo he hecho qué?
-Anda, pero si habla-susurró la chica, inclinándose hacia mí y dejando que algunas plumas sueltas me acariciaran las piernas desnudas. Vaya, pues sí que sentía algo; algo muy lejano, pero algo al fin y al cabo.
-Cómo has conseguido activar unas alas que funcionan vinculadas con el ADN, runner-replicó Louis con tono frío, que heló mi corazón.
-Yo no...
-Y de dónde has sacado la bomba.
Negué despacio con la cabeza, y Louis sonrió, satisfecho.
-¿Ves por qué tenemos que llevárnosla?
Angelica asintió con la cabeza.
-Pero yo me encargo de ella. Tú... llévate al otro. O espera a que lleguen refuerzos.
Él se limitó a asentir con la cabeza, luego, se quitó un cinturón que traía puesto y se lo tendió a la chica. Mientras ella lo manipulaba, él me levantó sin el menor gesto de preocupación por mi estado de salud. Gruñí varias veces, gemí otras tantas e incluso solté una exclamación cuando me hizo ponerme en pie sujetándome por la cintura, clavándome las uñas en las costillas más de lo que dictaba la ley. Aquello ya era regodeo.
-Ven aquí, ya está bastante herida.
Angelica se adelantó varios pasos, hasta pegarse a mí, y me pasó el cinturón por el pecho. Me dolía hasta respirar. Noté cómo el color me abandonaba el rostro, y ella sonrió al verlo.
-¿Has volado alguna vez, runner?
-¿Eres tonta, Angelica? Si me he quedado cuidándola es porque podía volar.
Ella no contestó, se limitó a sonreír con autosuficiencia y alzar una ceja.
-Pásala también por las piernas. No quiero llevarla colgando.
-Te costará volar.
-Para eso tenemos dos cinturones-respondió la chica, y él obedeció. Me pasó la cinta por las piernas, y luego las unió a las de ella, apretándola tanto que me apeteció volver a gritar. Tal vez, si lo hubiera hecho, le hubiera roto un tímpano a la paloma gigante y gilipollas que se encargaría de llevarme. Puede que el quejarse no fuera sólo inconvenientes.
-Y ocúpate de que no pierda la bomba. Una vez vinculada con ella, no funcionará con otro. Puede ser útil arriba.
Angelica alzó el vuelo perdiendo toda la elegancia de la que había alardeado hasta entonces. Nos tambaleamos en el aire y en varios momentos tuve la certeza de que íbamos a caernos, pero consiguió mantenernos flotando sin más apoyo que el de sus monstruosas alas hasta que mi ángel despegó también. El chico nos dirigió una última mirada de consideración, y se lanzó como un bólido en un abrir y cerrar de ojos hacia el cielo, escalando el Cristal sin más ayuda que la de unas alas que no deberían estar en su espalda.
-No se te ocurra disfrutar del viaje-me advirtió mi nuevo taxi aéreo, y en un abrir y cerrar de ojos el viento me azotaba la cara, me enmarañaba el pelo, y hacía que no pudiera ver nada de lo que tenía debajo. Oí su suspiro más allá de los silbidos del viento-. Por dios, levanta la cabeza. Cógete a mí si quieres.
Consideré no hacerlo, pero sabía que el viaje sería un poco largo y que no estaba para más molestias. Y la verdad era que en menos de un minuto de viaje ya me dolían muchísimo las cervicales, de llevar el cuello colgando y luchando contra la fuerza del viento. Si seguía así, podría incluso rompérmelo, y adiós juguete para los ángeles, adiós vuelta a casa, y adiós venganza prometida a una niña muerta.

No era aficionada a incumplir mis promesas y a las despedidas, de modo que alcé los brazos y me aferré al cuello de la chica. A ninguna de las dos nos gustó aquello, pero hubo que tragar. Ella podía distraerse obligando a sus alas a mantener un ritmo constante, y yo podía mirar los edificios entre los que pasábamos a toda velocidad. No intercambiamos palabra, pero era mejor así. No íbamos a hacernos amigas nunca, así que, ¿por qué conversar cuando podías maquinar la forma en la que condenarla a correr siempre, porque le arrancarías las alas?

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