lunes, 30 de junio de 2014

Rehén.


No me percaté de que me había desmayado hasta que escuché una voz lejana, como pronunciada a través de montañas, exclamar:
-¡Ayudadme a quitármela de encima!
Abrí los ojos con las pocas fuerzas que me quedaban, preguntándome durante cuánto tiempo había estado dormida, grogui, o como quisiera que se llamara aquello. Tragué saliva, y me sorprendí al notar que tenía un sabor metálico. Había sangre en mi boca, además de corriéndome por la cara desde la herida de la frente y las del resto del cuerpo.
El mundo a mi alrededor no tenía sustancia; era incorpóreo salvo por aquella masa que me tenía bien agarrada. A sus ojos, era el objeto más preciado del mundo. Si no, no me explicaba por qué ponía tanto empeño en no dejar que la incorporeidad se hiciese cargo de mí.
Tras una sacudida, mis pies tocaron algo mucho más duro que la masa que me había sujetado. Me balanceé peligrosamente, y supe que me caería, y que me haría mucho daño. Efectivamente, pasó. La fuerza del mundo corrió hacia mí como si se hubiera acordado de repente de que existía, y la gravedad me tragó con toda la furia de quien descubre que tiene tareas pendientes.
Volví a cerrar los ojos, y las voces que siguieron a la caída desaparecieron: sólo estábamos el blanco del mundo, yo, y el pitido de mi cabeza. Fue lo único que me hizo saber que no estaba muerta.
Sentí muy de lejos, casi a través de una armadura que no recordaba haberme puesto, cómo alguien me levantaba. Escuché gritos e improperios mientras me movían, me separaban del mundo más blando y me arrastraban por el más duro. Me dejaron quieta. Volvieron a moverme. Me volvieron a detener en mi tortuoso avance de caracol vuelto sobre su concha.
-No sobrevivirá-dijo alguien, un chico, y supe que tenía razón. No recordaba aquella voz. Pero el suelo era demasiado familiar como para no estar en casa.
-Tiene que hacerlo; me ha costado muchísimo traerla-esta vez la voz era la de una chica, que jadeaba a causa del esfuerzo. Me resultaba familiar. ¿Blondie?-. Además, Louis no me perdonará que su juguete se haya roto antes de acabar sus juegos.
-¿Es de Louis?
-Es mía. Yo la cogí primero-replicó la chica, testaruda. Louis, Louis, Louis. ¿Por qué sabían quién era Louis? ¿Por qué no me mataban allí mismo si ya sabían del ángel, mi ángel de la guarda? No tenía ningún sentido.
-Sus heridas son muy graves. No podremos hacer mucho.
-Haced lo que queráis. No pienso renunciar tan fácilmente a mi primera runner. Además, Louis parece interesado en ella. No me extraña-alguien me movió el pelo, sentí una ráfaga de viento azotar mi cara. Una pestaña se desprendió de su sitio y voló por los aires, sin saber muy bien a dónde debía ir ni por qué se había escapado de mis párpados-; es bastante guapa.
-No puede juntarse con ella.
-Louis puede juntarse con quien le dé la gana, ¿lo has olvidado?
-Con ella, no-dijo el chico, tozudo. Dos troncos pasaron por debajo de mi cuerpo, sus ramas se curvaron y me sostuvieron con un calor que no era propio de la madera.
Puck, me estás haciendo daño, pensé a gritos, llenando el vacío con mis súplicas de que se detuviera o de que, al menos, tuviera más cuidado. No recordaba que la voz de Puck sonase tan rara, pero, ¿quién sabía? Bien podía estar medio sorda y oír mal. A eso debía deberse todo.
-Si muere, me encargaré perfectamente de que te dejen desarmado sin anestesia, y luego te tiraré desde el Cristal-amenazó Blondie, con una originalidad que no me esperaba de ella. ¿Desarmarlo sin anestesia? ¿A qué se debía aquello?
Un nuevo mundo blando se pegó a mi costado. Me balanceó varias veces, con ruido de tormenta muy lejana que se presentaba para destruir la poca calma que yo aún conservaba.
Con los relámpagos y sus correspondientes truenos de fondo, traté de recapitular. Pero es difícil mirar cuando no tienes ojos. No conseguí mucho.
-¿Qué llevas ahí?-preguntaban fantasmas que iban y venían. Intenté correr, moverme, perseguirlos, pero nada surtió efecto. Mis piernas apenas respondían, mis brazos colgaban inertes, bailando al son de un vals que no conseguía sintonizar en la radio.
-¿Y esos tatuajes?
-¿Es una de ellos?
-¿Va a sobrevivir?
A todos les respondía el silencio, y los fantasmas se iban por donde habían llegado, si es que alguna vez habían llegado a ningún sitio. Eso sí, antes de desaparecer sin dejar rastro, subían un poco el volumen de los lejanos truenos y su abundancia, de tal forma que llegó un momento en que apenas se oía nada más que el sonido de las nubes cargadas eléctricamente chocar las unas contra las otras, en una espiral de caos que pocas veces podría repetirse.
Entonces, llegó el terremoto.
El mundo que me sostenía vaciló un momento. Los troncos que me llevaban volando se movieron de forma tan violenta que creí que volvería a caerme (¿“volvería”?), las ramas desaparecieron, y otros troncos vinieron a recogerme.
-La ha traído Angelica.
No recordaba que Blondie se llamase en realidad Angelica. Ni siquiera sabía si me había dicho su nombre. Poco importaba. El caso era que me habían traído a casa, que me estaban depositando sobre algo frío y liso, y que por fin parecía que la tormenta había pasado. Desapareció en el más absoluto de los silencios.
-¿Se ha desmayado?
-No lo sé, no ha dicho nada y no se ha movido.
Tal vez esté muerta, y no pueda escapar de aquí nunca más, pensé.
-¿Qué quiere Angelica que hagamos con ella? ¿Intentamos insertárselas?
-Me parece que lo único que quiere es que la curemos. Nuestra leyenda viviente se ha encaprichado de ella-el sarcasmo de la voz me hizo preguntarme a qué se debía toda aquella fiesta de voces. En la Base nunca, jamás, iba nadie a recoger a los heridos, ni a preguntar cómo estaban, ni nada por el estilo. De ser así, en pocos minutos se interrumpirían todas las misiones, y casi nadie podría salir de nuestro edificio por temor a que llegase un nuevo lesionado y no poder enterarse.
Esperaba no estar realmente muerta. El protocolo cambiaba si había una muerte, más si eran varias, y si era en una misión muy importante, nuestra vida se paralizaba.
Me pregunté si los muertos serían conscientes de parte de lo que sucedía a su alrededor. Si realmente era así, me alegraría mucho se haber jurado ante el cuerpo aún caliente de mi pequeña hermana que no descansaría hasta poder vengarme y matar, al menos, a un ángel. Ojo por ojo.
Así ella sabría que lo habría intentado con todas mis fuerzas y que su marcha realmente me había dolido.
Cientos de manos me rozaron, me dejaron descubierta ante un frío que no me esperaba, y serpientes de bocas sin colmillos se clavaron en mi cuerpo.
-Tiene pulso.
-Está viva-susurró la voz del que me había traído, el Puck mutante. Alguien suspiró. Esperé que fuera Puck.
-Tiene mala pinta, pero creo que saldrá de esta-informó otra voz, esta vez la de una mujer, que no era Blondie. Tampoco era Blueberry. Parecía realmente mayor. No anciana, pero sí mayor. De las que se quedaban vigilando nuestras carreras.
-Bien. Iré a decirle a Angelica que su pequeña mascota se pondrá bien.
Y sonido de algo metálico arrastrándose, deteniéndose, y volviéndose a arrastrar.
Una luz penetró por mi campo visual y me hirió en lo más profundo de mi ser cuando alguien me movió un párpado.
-Decidme que no tiene ningún brazo roto.
-El desnudo.
-Bien. No debemos tocarle los tatuajes. Nunca nos han traído a ninguno con los tatuajes tan bien hechos y conservados. Vendádselos.
¿Qué pasaba con mis tatuajes? No era tan difícil volver a hacérmelos.
-Puede que esto de moleste un poco, runner-musitó una voz dulce, que no había hecho acto de presencia hasta la fecha. A continuación, me clavó una jeringuilla en el brazo. Sentí el líquido correr por mi cuerpo hasta que el frío se mezcló con el calor. Todo desapareció.
-¿La despertamos?
-Estaría bien, sí.
Les llevaron muchas sacudidas, momentos de espera y suspiros de frustración, pero por fin consiguieron que respondiera a sus estímulos y que la armadura que me llevaba cubriendo durante lo que parecía toda la eternidad desapareciera. Miré en derredor, intentando reconocer la sala. Por desgracia, no había estado nunca en todas las habitaciones de la Base. Sí que había frecuentado en cierta ocasión la enfermería, pero desde luego jamás había pisado todas y cada una de sus consultas. En cuanto lo hacías, te sentaban en una silla acolchada, cómoda, frente a varios monitores, y te hacían dar órdenes a cambio de no volver a tomar decisiones sobre la marcha.
Lo que me puso tensa fue que no reconocí ninguna de las caras con las que me encontré. Todos me miraban con la fascinación y la preocupación mezcladas en el rostro. Me hizo pensar que había estado muy mal, y que podría haber muerto. Seguramente era un milagro andante. Me pregunté si me exhibirían en alguna vitrina para recordarles a los aprendices que no estaba bien arriesgarse a lo tonto.
-¿Cuál es tu nombre?
-Kat-murmuré con un hilo de voz. ¿No sabían leer tatuajes, o qué? Los médicos que teníamos cada vez eran peores.
-Bien, Kat. Necesitamos que colabores. Vamos a pasarte unas luces para ver qué huesos tienes rotos. No te asustes.
Dicho eso, cogió una lámpara de mano que emitía una luz azulada, ligeramente violácea, y la paseó por mi cuerpo. El brazo de los tatuajes estaba bien. El desnudo, no tanto. Tenía una rotura a mitad del radio que hacía que una de las partes se clavase en el cúbito. ¿Por qué no me dolía si tenía tan mala pinta?
El doctor chasqueó la lengua. Pasó a mis piernas. Tenía una cadera ligeramente desplazada. Habría que arreglar eso.
Y no me dolía.
Oh, y me había roto una pierna. El fémur y el peroné. La tibia estaba bien.
Y no me dolía nada.
-De acuerdo. Vamos a soldártelos para que te recuperes, ¿eh? Volveremos a dormirte.
-¿Por qué no me duelen?-quise saber, pero otro líquido de un amarillo brillante ya estaba entrando en mi organismo.
Lo último que escuché fue el sonido de mi cabeza al caer y chocar contra una almohada que no había estado allí hasta hacía un segundo. Por supuesto, no noté nada.


Para cuando me desperté, la sala había sufrido una metamorfosis brutal. Estaba tendida en una cama, de proporciones épicas, mucho mayor que mi habitación en la Base. No podía haber lugares tan grandes en nuestro edificio. Me habían llevado a un lugar diferente.
Había muchísima luz, y no de la clase que procede de arriba, no. No era luz fluorescente, sino natural, luz solar, que se filtraba por unas enormes ventanas por las que podía pasar un humano perfectamente. Me incorporé, recordando todo lo que había pasado. Y esta vez pude ir más allá del mundo insustancial y el incorpóreo. Recordé la subasta. Lo anterior a esta, y lo posterior. La llegada al Cristal. La lucha por la supervivencia como nunca antes la había vivido. La azotea, las vistas, el ser la reina del mundo por un momento.
El ángel rubio, Angelica, atrapándome y tirándome por la azotea.
Y Louis volando y recogiéndome en medio de un resplandor azul.
Fui uniendo las piezas que no había conseguido asimilar y encajar en el puzzle hasta darme cuenta de lo evidente: si no había reconocido las voces, era porque no las había escuchado nunca. Si no había reconocido a los doctores, era porque había sido la primera vez que los veía.
Dios, era tan estúpida. Les había dicho mi nombre de runner. Ahora no podría correr más. Me matarían. Un bando u otro lo haría.
Temblando, me destapé con cuidado, esperando un ramalazo de dolor que jamás llegó. Observé mi cuerpo, y me fascinó no encontrar ningún cambio. Conté las cicatrices, y todas estaban allí, sin compañeras nuevas con las que jugar y de las que jactarme.
Cuando me decidí a alzar la vista, un pájaro de ojos azules y pelo castaño me estaba mirando, con la preocupación escrita en el rostro. Le sostuve la mirada, y supe que él no empezaría a hablar antes que yo.

Decidí hacer un esquema mental coherente antes de empezar con mi interrogatorio. Y mis huesos rotos sin cicatrices estarían en un lugar muy elevado.

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