miércoles, 18 de junio de 2014

Pluma.

Empezaba a comprender por qué teníamos que ir los mejores al Cristal, y no podíamos ser un grupo demasiado grande: cuanta más gente subiera, más fácil era que pasara algo que nos hiciera tener que volver. Y cuantos más de los nuestros escalásemos aquellas paredes acristaladas inexpugnables, más fácil sería que cometiésemos errores, porque la calidad del equipo descendería.
Después de un largo viaje en coche por las calles más concurridas de la ciudad, nos habían dejado finalmente en un callejón oscuro al que no daba ninguna ventana. Era, en toda regla, un punto muerto a la visión de la ciudad. Nadie podría dispararnos allí, a no ser que los francotiradores estuvieran en las azoteas, cosa dudosa ya que teníamos nuestros propios vigías.
Entramos por las salidas de mantenimiento del Cristal: un demoníaco laberinto en el que te era imposible orientarte, y del que pudimos salir gracias a las indicaciones de nuestros vigilantes. Había oído que Blueberry estaría allí también, aconsejando a uno de mi equipo, y me alegré de que pudiera echar un vistazo a la misión a la que tanto había aspirado y que, finalmente, se le había resistido. Por supuesto, la alegría me duró poco, pues la acción empezó en cuando llegamos al aparcamiento subterráneo más bajo de todos. No sabríamos decir si nos estaban esperando (la idea de un chivatazo me aterrorizó enormemente, tanto que estuve un segundo más de la cuenta quieta en el vano de la puerta, ganándome un muy merecido empujón del tío de la mochila, que quería escapar y no quería que me mataran, así que gracias, mochilero) o si la vigilancia era la normal, pero, teniendo en cuenta las armas que los policías estaban utilizando y la disciplina de la que hacían gala, más bien me parecía lo primero.
Blondie fue la primera en salir de la zona de mantenimiento y lanzarse como un rayo al campo de batalla: mató a dos policías e hirió a uno en la pierna antes de que los demás advirtieran nuestra presencia; una vez los primeros disparos resonaron en las paredes huecas, la cosa cambió radicalmente, y una tormenta de balas cruzadas cayó sobre nosotros.
Wolf se encaramó a las paredes y abatió a casi todos los guardias, dejando a uno libre, el de la herida en la pierna, para que los demás nos ocupáramos de él. Los heridos nunca habían sido su estilo: los consideraba una mancha en su honor y valentía de runner, más que un número que agudizase su expediente de asesino bien pagado y con la huida más fácil del barrio.
No me tocó matar a nadie en aquella planta, y tampoco al de la mochila. De ello se encargó el primero de nuestros ganadores, que escudriñó los cadáveres mientras el de la herida en la pierna se arrastraba hacia su pistola, sin poder hacer nada más que gemir y dejar un rastro de sangre que recordaba a las películas de acción baratas por las que los chicos sentían tanto apego. Le di una patada a la pistola y el policía maldijo al alejarla más de sí.
-¿Sabíais que veníamos?
Me miró a través de sus gafas de sol (¿quién coño lleva gafas de sol en un sótano iluminado por fluorescentes?), y no contestó. Contuve mis ganas de acuclillarme, arrancarle las gafas de una bofetada y estudiar sus facciones, porque sabía que si lo hacía me pondría a tiro y sería fácil que mi misión acabara mucho antes de que lo bueno hubiese llegado a empezar.
Perk, que así se llamaba el primero en hacerse con su maletín en la subasta, terminó de registrar los cadáveres y se acercó a mí.
-No hay cámaras por aquí.
-Eso no quiere decir que no hayan dado el aviso-replicó, cargando una pistola de las que había robado y disparándole al policía justo entre los ojos. Los gemidos roncos y los estertores cesaron en el acto. Le quité todo lo que pudiera cargar sin que me afectara a la carrera, y seguí a los demás hacia los ascensores.
La siguiente etapa era bastante tranquila: caminamos por pasillos desiertos en cuyos cristales se reflejaba a medias mi silueta, con el fondo cambiado; en lugar de consistir en paredes blancas contra las que me recortaba, se trataba del duro exterior, donde nadie quería advertir aún nuestra presencia.
-Tanto silencio me pone nerviosa-murmuró Blondie, y yo asentí con la cabeza, mostrándome de acuerdo. Wolf se llevó un dedo a los labios y negó con la cabeza, pegándose a una pared cercana a una puerta. La abrí de una patada, empuñando el arma en alto, lista para disparar...
… pero allí no había nadie.
Atravesamos oficinas, cruzamos por conductos de ventilación en las zonas donde había más cámaras (era sorprendente que el ojo de la ciudad no se vigilase con tanto cuidado a sí mismo como a sus dominios), nos pegábamos a cada pared y conteníamos la respiración cada vez que había que abrir una puerta.
La acción real, por la que todos estábamos esperando y que ninguno quería realmente, empezó cuando llegamos a un patio interior. Habíamos tenido que bajar unas escaleras cubiertas a medias por columnas, y en el blanco de las paredes se distinguían sombras que se movían demasiado para ser de sofás o estatuas que los del Gobierno hubieran puesto allí para embellecer. Al llegar abajo, no había nada.
Pero, cuando el último de los nuestros puso el pie en el piso, una decena de policías vestidos de negro, armados hasta los dientes y con cascos protectores, salió de sus escondrijos y se movió lentamente por la habitación, esperando a que nosotros hiciéramos el primer movimiento.
-Joder-murmuró Puck, que no tenía un escáner térmico en aquella sala y que, por tanto, sólo se valía de lo que yo estaba viendo. Los aparatos que nos conectaban al cerebro para las misiones más importantes era impresionantemente útiles, y te privaban horriblemente de toda privacidad. Así no había traición posible.
-Estáis rodeados-informó un policía con voz metálica a través de un megáfono. Podríamos oírlo perfectamente sin aquellas gilipolleces, pero, ¿qué se le iba a hacer? A la pasma le gustaban todas esas tonterías-. Poned las manos en alto y no sufriréis daño alguno.
Nos miramos entre nosotros. Los chicos asintieron al unísono y empezaron a levantar las manos tímidamente. Blondie las alzó a la altura de sus orejas, y las detuvo allí.
Yo di una palmada, la palmada que empezó la fiesta.
Nos lanzamos como rayos, cada uno en una dirección distinta, esquivando las balas como nunca antes lo habíamos hecho. El sonido de los proyectiles silbando cuando pasaban a mi alrededor me hacía sentir bien; era la prueba de que no me habían dado. “Si las escuchas, es que no te han alcanzado”, me habían explicado en las primeras sesiones de entrenamiento con balas, en las que los aprendices nos poníamos histéricos ante un sonido cuyo poder de relajación no sabíamos apreciar.
Por el rabillo del ojo vi cómo Blondie esquivaba los disparos de un policía al que cada vez se acercaba más y más. Cuando el policía quiso darse cuenta, ella ya estaba saltando sobre él, derribándolo, rompiéndole el casco y pisándole el cuello. No escuché crujido alguno, pero supe que lo había matado porque, de no ser así, no se habría dado la vuelta con tanta agilidad para seguir su trayectoria.
Al otro lado de la estancia había unos ascensores con las puertas abiertas.
Escuché murmullos en mi cabeza cuando Puck comprendió qué se me pasaba por la mente y les daba instrucciones a los demás vigilantes. “A los ascensores del final, ya”. Sonreí para mis adentros y me colé por un pequeño pasillo hecho a base de unas pocas columnas dentro de la misma sala. Al girar una esquina, me choqué de bruces con Wolf, que me puso un cuchillo en el cuello y lo soltó en cuanto vio que sólo se trataba de mí. Me observó con ojos oscuros, ennegrecidos por la batalla.
-Esto se está poniendo feo.
-Nunca hemos ido por caminos de rosas.
-No vamos a salir de esta todos-me apartó un mechón de pelo de detrás de la oreja-. Son demasiados.
-También hay demasiados pájaros en esta ciudad, y de momento no me ha cagado encima ninguno.
-Si me pasa algo, sé libre, Kat. No me llores. Sigue adelante. Cumple la misión-me besó en los labios con una ternura infinita, desconocida en su boca, y me dejé llevar un segundo. Lo suficiente como para que entendiera que la despedida era sincera, pero no lo bastante como para que las tornas cambiaran demasiado.
Perk ya estaba llegando a los ascensores, y a Blondie le faltaba poco también para alcanzar la puerta. Miré en derredor; el de la mochila no estaba en ningún sitio.
-Hay que largarse-dije, cogiéndole de la mano y tirando de él. Inició su carrera detrás de mí, pero cambió de rumbo para enfrentarse a un policía que había salido de detrás de uno de los pilares que sustentaban aquel edificio de tan grandes proporciones, y lo perdí de vista.
El chico de la mochila surgió detrás de unos muebles del otro extremo del a habitación. Corría a toda velocidad, con los pies apenas tocando el suelo, casi como si volara. Cada vez nos quedaba menos para llegar a los ascensores.
-¡Cierra la puerta!-gritó Taylor a Blondie, que esperaba con la mano en los paneles de la máquina. Atravesé el umbral de la caja mágica metálica y me giré en el momento en que una bala se estrellaba contra el espejo del ascensor. Grité.
-Subirá con nosotros-dijo alguien a mi derecha, y dentro de mi cabeza a la vez. El de la mochila. Claro-. Seguid. Despejad el camino para cuando os alcancemos.
-Nada de dispersarse-amenacé, pero Blondie ya estaba apretando el botón. Las puertas comenzaron a cerrarse, y con el subidón de adrenalina que experimenté al ver a uno de mis compañeros, el más preciado de todos, vérselas con varios agentes armados a la vez, lo hicieron a cámara lenta. Cuando aún quedaba una rendija a través de la cual podía ver, pude presenciar cómo Taylor se daba la vuelta y abría la boca para gritar algo. No llegué a oír lo que decía. Había tirado el comunicador en cuanto se dio cuenta de que estaba haciendo interferencia con los mensajes de la policía, y no podíamos permitirnos eso. Alguien asintió en mi cabeza mientras Blondie y yo salíamos disparadas hacia arriba, con una musiquita desquiciante rebotando en las paredes de acero.
-Se ha cargado a todos los polis-informó Perk en mi oreja. Asentí con la cabeza, a pesar de que no podía verme-. Pero no ha subido con nosotros.
Blondie me sujetó por los hombros al ver mi cara de espanto. Nunca había pensado que moriría allí.
-Se encuentra bien-me aseguró ella-. No va a dejar esta misión sin cumplir.
-Sí, lo vimos yendo por las escaleras mientras las puertas se cerraban. Tardará en alcanzarnos, pero lo hará.
Y el mundo se detuvo en su escalada. Literalmente. Con un ruido seco, el ascensor dio una sacudida, y todo se quedó en silencio un momento.
-¿Qué coño ha sido eso?-espeté.
-Salid de ahí. Han parado las cajas-amenazó una voz que no era de ninguno de los que estábamos en el campo. Venía de muy lejos, de un edificio con forma de champiñón, pero no era la de Puck. Y, sin embargo, obedecimos a toda velocidad: abrimos las compuertas de por encima del ascensor, y nos quedamos muy quietas encima de las cajas mientras oíamos el sonido de un soldador cortar el aire con su llama. Blondie colocó un espejo (del que no sabía nada hasta entonces) en el borde del agujero, y me indicó que me quedara muy quieta. Echó un vistazo hacia abajo, para ver cómo Perk y el de la mochila empezaban a moverse para llegar a nuestro nivel, balanceándose por tuberías y subiendo escaleras de pared. Yo no pude apartar los ojos de aquella pequeña ventana al mundo exterior, y contuve la respiración cuando la puerta finalmente cedió y se abrió. Un aluvión de manchas negras cubrió la visión, y de todas surgía el cañón de una pistola. Tragué saliva.
-Está vacío-informó un policía del que sólo se distinguían los ojos.
-Joder, han subido en eso-replicó otro-. No pueden haberse teletransportado.
Blondie me cogió la mano. Si caían en la cuenta de la trampilla, estaríamos perdidas. Más nos valía lanzarnos por el hueco del ascensor.
-Tal vez se hayan bajado en alguna otra planta y hayan cambiado de ascensores-sugirió una mujer, a la que amaré eternamente por esa ocurrencia. Los demás se quedaron un momento en silencio. Luego, asintieron y comenzaron a cerrar la puerta.
Antes de que ésta terminara de cerrarse, Perk resbaló y su espalda llena de armas con el seguro puesto chocó contra la pared. Blondie saltó para quitar el espejo y se colgó del otro lado del ascensor. Escuché cómo la puerta volvía a abrirse, y me deslicé sigilosamente hacia abajo en el momento en que un policía entraba en la caja y la estudiaba.
-La trampilla está abierta-informó. Más pasos dentro. Perk y el de la mochila se escondieron en la sombra. Mis nudillos se volvieron blancos mientras luchaba por mantenerme quieta. Blondie había cerrado los ojos y se afanaba en no respirar como un hipopótamo.
-Aúpame.
Estamos perdidos, joder, vamos a morir, vamos a fallar, nunca conseguiremos llegar arriba empecé a ponerme histérica.
-Unidad 6, tenemos actividad en las escaleras de la planta 38, repito. Tenemos actividad en las escaleras de la planta 38.
-Los hijos de puta han abierto la trampilla para despistar-protestó uno. Otro rumió una respuesta que le dio una vez volvieron a cerrar la puerta.
Tuvimos que rodear todo el hueco, del ancho de un edificio, hasta llegar a las azoteas de los últimos lugares. Como era de esperar, había francotiradores de los que Blondie y Perk se encargaron uno a uno. El de la mochila, con el que entablé una mínima conversación y cuyo nombre no me decepcionó en absoluto, Fire, fue el primero en lanzarse a la carrera por los tejados para volver a entrar al Cristal. Por supuesto, nadie hubiera dado un dólar porque hubiera sido el primero, siendo yo la mejor saltadora de mi sección. Fui la primera en atravesar las azoteas y volver a encaramarme a la puerta de las afueras del Cristal, aquellas cuya lógica no existía.
Recogí a Fire y Blondie; Perk no necesitó de mis servicios. Tiró una farola estratégicamente colocada y atravesó el vació haciendo equilibrio en ella. Al final podía ser verdad que nadie fuera a morir allí.
Volvimos a aparecer en unas oficinas atestadas de papeles y mesas con tazas de café a medio recoger. Daba la impresión de que el trabajo se había interrumpido por un incendio. Era como si nadie descansara allí, y se hubiera evaporado todo el mundo por tener tanto trabajo. Por las paredes había repartidos monitores en los que se veía gran parte de la ciudad. Me acerqué a uno, asombrada. Era una Base, no la mía, pero eso no importaba. Me aterrorizaba la idea de que pudieran controlar nuestros movimientos con tanta facilidad, sin que nosotros pudiéramos hacer nada por impedirlo.
Al final del festival de oficinas y mesas a medio recoger, había un ascensor por el que Puck protestó mucho.
-Necesito que lo pirateéis desde dentro.
Fire quedaba automáticamente descartado aun siendo el mejor en estas cosas. Lo necesitaríamos arriba, y cualquier imprevisto con el ascensor podría hacer que nos lo arrebataran. Perk se empeñó en hacerlo él, a pesar de ser con diferencia el que más tardaría. Yo nunca había pirateado nada más complejo que una cerradura eléctrica, y aquel ascensor estaba claramente cifrado.
Blondie se quitó la cazadora, estiró los nudillos, y empezó a teclear en una pantalla táctil. Las puertas se abrieron. Todos entramos, y nos las apañamos para que se cerraran de nuevo y el ascensor escalara a toda velocidad a los pisos superiores del edificio.
Una de las paredes estaba hecha íntegramente de cristal, con lo que nos acercamos a ella y contemplamos una vista de la ciudad como nunca antes ninguno de nosotros la había experimentado.
-Blueberry-susurré.
-Lo estoy viendo-dijo ella entre respiración contenida y respiración contenida.
La caja fue aminorando poco a poco hasta que finalmente se detuvo. Había más guardias en aquel lugar; cuatro, uno para cada uno. Una vez terminamos con ellos sin pena ni gloria, corrimos por la sala, de techo alto y aire acondicionado activado, hasta atravesarla y encontrarnos con el ordenador central, que constaba de un monitor relativamente grande, pantalla anexa táctil, y, cómo no, el teclado reglamentario.
-¿Todo esto es la seguridad de la ciudad? Menuda mierda-protestó Perk, bufando.
-Me esperaba más-asentí yo también, subiendo por las escaleras que había a ambos lados de la sala y paseando por un pasillo flotante cuya función nadie sabía.
-Las cajas blancas con la franja roja y negra son la memoria de la ciudad. Esto sólo es la puerta-dijo Fire, señalando el monitor un segundo y lanzándose a teclear de nuevo a toda velocidad. Alcé las cejas y miré a mi alrededor. Así que ¡a eso se debía el aire acondicionado tan fuerte! Ni siquiera había reparado en las cajas blancas, de gran tamaño, como el tráiler de un camión. Los servidores eran inmensos, y eran 12. Repartidos en grupos de tres, se situaban alrededor de la sala, como guardianes colosales de su acceso.
-Esto me va a llevar tiempo-murmuró Fire-. Subid a la azotea si queréis.
Miré a Perk y a Blondie.
-Me quedaré con él-se ofreció Blondie, la que más posibilidades tenía de volver algún día. Lo sabía. Todos lo sabíamos.
Perk asintió con la cabeza, la abrazó, la besó en los labios (¿PERO QUÉ?) y le dedicó una cálida sonrisa y un apretón en el brazo. Ella le acarició la mejilla y observó cómo me lo llevaba por unos pasillos condenadamente estrechos, que parecían querer compensar lo monstruoso de la sala que los precedía.
Allí no había seguridad alguna, y pudimos acceder a la azotea sin gran esfuerzo. El aire allá arriba soplaba con furia, tanto que podía llegar a dejarte sorda y arrastrarte metros si tú no te resistías. Con un helipuerto incorporado, el Cristal era útil en cada centímetro. Perk subió las escaleras metálicas con paso firme y mano segura, agarrando con fuerza la escalerilla, y se acercó lo más posible al borde del edificio. Yo contemplé las vistas desde el centro de la azotea, y fui saliendo poco a poco, acercándome al borde y deleitándome aún más. Podría haber pasado años allí, sentada en el techo del mundo, contemplando como una diosa la vida de los demás mortales, tan inferiores a mí, sin preocuparme de los problemas que éstos pudieran tener.
-Tenemos que hacernos con este edificio, Perk-grité a las corrientes de viento, que se llevaron mi voz y la colocaron en sus oídos. Él asintió y se echó a reír. Se encaramó con más fuerza aún a las barandillas, echó la cabeza hacia atrás y aulló con toda la rabia y pasión que tenía dentro. Yo también me puse a gritar, segura de que me oirían en cada rincón del mundo.
Entre los gritos y el viento, no escuché las advertencias de Puck de que volviera dentro.
-...ÁNGELES-gritaba, y yo me detuve. Alcé la mano para que Perk se callara. Lo hizo y agucé el oído-. YA ESTÁN ALLÍ. BAJAD A TODA HOSTIA. SE ACERCAN ÁNGELES.
Lo miré con el pánico tiñendo mis ojos, me giré y eché a correr sin contar con la resistencia del aire. Me arrastró varios metros más allá de mi objetivo mientras él se arrastraba por las escaleras, agarrándose con fuerza a la barandilla.
Conseguí estabilizarme, y caminé despacio hacia la puerta que se hundía en el cemento. Estaba a escasos cinco metros cuando Perk me agarró por detrás y me empujó y tiró de mí a la vez. Íbamos a lograrlo. No nos cogerían allí fuera, y conseguiríamos luchar en el interior, donde teníamos ventaja...
… o eso creía hasta que una masa blanca y amarilla aterrizó donde comenzaban las escaleras de la puerta. Todo plumas, la chica alada alzó la cabeza cubierta de un glorioso pelo rubio que le arrancaba destellos a las estrellas y nos miró con una sonrisa que anunciaba problemas.
Me detuve y comencé a sacar la pistola del cinturón, pero no conseguí apuntar bien. Su sonrisa se ensanchó cuando mi bala ni siquiera la rozó. Perk me soltó, seguramente para que pudiera pelear mejor. Tal vez si era una tendríamos alguna posibilidad, tal vez Blondie pudiera subir y ayudarnos...
Me giré para comprobar que él también tenía armas, y me encontré con que otro ángel lo arrastraba hasta el borde de la azotea. Perk luchaba, se retorcía y daba patadas en un esfuerzo inútil por recuperar la libertad.
-Queréis la corona, y no os dais cuenta de que un decapitado no puede llevarla-dijo el ángel chica, que se echó a reír y agitó sus alas níveas, que se regocijaban con las corrientes de aire.
-Acabemos el trabajo, Angelica, ¿eh? Quiero irme a casa-gritó una voz que yo conocía muy bien, y que había susurrado mis dos nombres con un amor tan bien fingido que había terminado creyéndomelo. Abrí la boca, lista para jadear, cuando sentí cómo alguien me agarraba por los hombros y me arrastraba hacia sí.
-La chica es débil.
-Y él no tiene pinta de saber mucho. Nos la llevamos a ella-dijo Louis, girándose y observando a su compañera. Sus ojos se posaron en mí, y toda expresión huyó de su rostro.
-No sirven. Puede que si los tiramos los otros suban. Habrá más donde elegir.
-Tienen que llegar enteros-replicó él. La tal Angelica se echó a reír.
-No pienso cargar con un runner-sentenció, haciendo que el suelo desapareciera de mis pies. Había levantado el vuelo, había incumplido su promesa. Me alzó en el aire varios metros, el aire tiraba de ambas, y, con una sonrisa aterradora, la de la muerte misma, me cogió del cuello. Clavó sus uñas en mi piel, sus ojos en los míos, y sentí cómo todo valor me abandonaba-. Dulces sueños, bombón.
Me soltó.
En los entrenamientos nunca te preparaban para caerte y matarte. Jamás se contemplaba que pudieras morir en una caída, a pesar de que la mayoría moríamos así. No te enseñaban a ver la belleza en los objetos que ascendían a la velocidad de la luz mientas tú te acercabas cada vez más al suelo. ¿O era el suelo el que se acercaba a ti? No podía saberlo con claridad.
Y, sin embargo, era lo único que teníamos garantizado: que moriríamos, de una manera u otra, moriríamos. Y aún no había vengado a mi familia, no había vengado a mis padres por el hijo que les arrebataron cuando era demasiado pequeño.
-Lo siento, Puck-susurré, con lágrimas en los ojos. Al otro lado de la línea, alguien lloraba.
-Has sido la mejor que he tenido, Kat-murmuró con la voz rota mientras los primeros edificios corrían hacia mí. Cerré los ojos en un resplandor azul que me quemaba el pecho, me abracé a mí misma, y sentí un tirón antes de que el negro de mis pupilas se hiciera aún más oscuro.
Lo último que pude pensar antes de creer que tal vez quedara una esperanza, durante el tirón, fue que el que los ángeles fueran la principal causa de nuestra muerte no era casualidad. La muerte también tenía alas.
Sentí un golpe seco, más suave de lo que creía, y abrí los ojos, lo justo para ver una sombra blanca planeando sobre mí. Sonreí, porque todo ese tiempo había creído que no había tenido un ángel de la guarda, pero parecía que estaba equivocada. Llevaba su pluma en el pecho.


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