Empezaba a comprender por
qué teníamos que ir los mejores al Cristal, y no podíamos ser un
grupo demasiado grande: cuanta más gente subiera, más fácil era
que pasara algo que nos hiciera tener que volver. Y cuantos más de
los nuestros escalásemos aquellas paredes acristaladas
inexpugnables, más fácil sería que cometiésemos errores, porque
la calidad del equipo descendería.
Después de un largo
viaje en coche por las calles más concurridas de la ciudad, nos
habían dejado finalmente en un callejón oscuro al que no daba
ninguna ventana. Era, en toda regla, un punto muerto a la visión de
la ciudad. Nadie podría dispararnos allí, a no ser que los
francotiradores estuvieran en las azoteas, cosa dudosa ya que
teníamos nuestros propios vigías.
Entramos por las salidas
de mantenimiento del Cristal: un demoníaco laberinto en el que te
era imposible orientarte, y del que pudimos salir gracias a las
indicaciones de nuestros vigilantes. Había oído que Blueberry
estaría allí también, aconsejando a uno de mi equipo, y me alegré
de que pudiera echar un vistazo a la misión a la que tanto había
aspirado y que, finalmente, se le había resistido. Por supuesto, la
alegría me duró poco, pues la acción empezó en cuando llegamos al
aparcamiento subterráneo más bajo de todos. No sabríamos decir si
nos estaban esperando (la idea de un chivatazo me aterrorizó
enormemente, tanto que estuve un segundo más de la cuenta quieta en
el vano de la puerta, ganándome un muy merecido empujón del tío de
la mochila, que quería escapar y no quería que me mataran, así que
gracias, mochilero) o si la
vigilancia era la normal, pero, teniendo en cuenta las armas que los
policías estaban utilizando y la disciplina de la que hacían gala,
más bien me parecía lo primero.
Blondie
fue la primera en salir de la zona de mantenimiento y lanzarse como
un rayo al campo de batalla: mató a dos policías e hirió a uno en
la pierna antes de que los demás advirtieran nuestra presencia; una
vez los primeros disparos resonaron en las paredes huecas, la cosa
cambió radicalmente, y una tormenta de balas cruzadas cayó sobre
nosotros.
Wolf
se encaramó a las paredes y abatió a casi todos los guardias,
dejando a uno libre, el de la herida en la pierna, para que los demás
nos ocupáramos de él. Los heridos nunca habían sido su estilo: los
consideraba una mancha en su honor y valentía de runner, más que un
número que agudizase su expediente de asesino bien pagado y con la
huida más fácil del barrio.
No
me tocó matar a nadie en aquella planta, y tampoco al de la mochila.
De ello se encargó el primero de nuestros ganadores, que escudriñó
los cadáveres mientras el de la herida en la pierna se arrastraba
hacia su pistola, sin poder hacer nada más que gemir y dejar un
rastro de sangre que recordaba a las películas de acción baratas
por las que los chicos sentían tanto apego. Le di una patada a la
pistola y el policía maldijo al alejarla más de sí.
-¿Sabíais
que veníamos?
Me
miró a través de sus gafas de sol (¿quién coño lleva gafas de
sol en un sótano iluminado por fluorescentes?), y no contestó.
Contuve mis ganas de acuclillarme, arrancarle las gafas de una
bofetada y estudiar sus facciones, porque sabía que si lo hacía me
pondría a tiro y sería fácil que mi misión acabara mucho antes de
que lo bueno hubiese llegado a empezar.
Perk,
que así se llamaba el primero en hacerse con su maletín en la
subasta, terminó de registrar los cadáveres y se acercó a mí.
-No
hay cámaras por aquí.
-Eso
no quiere decir que no hayan dado el aviso-replicó, cargando una
pistola de las que había robado y disparándole al policía justo
entre los ojos. Los gemidos roncos y los estertores cesaron en el
acto. Le quité todo lo que pudiera cargar sin que me afectara a la
carrera, y seguí a los demás hacia los ascensores.
La
siguiente etapa era bastante tranquila: caminamos por pasillos
desiertos en cuyos cristales se reflejaba a medias mi silueta, con el
fondo cambiado; en lugar de consistir en paredes blancas contra las
que me recortaba, se trataba del duro exterior, donde nadie quería
advertir aún nuestra presencia.
-Tanto
silencio me pone nerviosa-murmuró Blondie, y yo asentí con la
cabeza, mostrándome de acuerdo. Wolf se llevó un dedo a los labios
y negó con la cabeza, pegándose a una pared cercana a una puerta.
La abrí de una patada, empuñando el arma en alto, lista para
disparar...
…
pero allí no había nadie.
Atravesamos
oficinas, cruzamos por conductos de ventilación en las zonas donde
había más cámaras (era sorprendente que el ojo de la ciudad no se
vigilase con tanto cuidado a sí mismo como a sus dominios), nos
pegábamos a cada pared y conteníamos la respiración cada vez que
había que abrir una puerta.
La
acción real, por la que todos estábamos esperando y que ninguno
quería realmente, empezó cuando llegamos a un patio interior.
Habíamos tenido que bajar unas escaleras cubiertas a medias por
columnas, y en el blanco de las paredes se distinguían sombras que
se movían demasiado para ser de sofás o estatuas que los del
Gobierno hubieran puesto allí para embellecer. Al llegar abajo, no
había nada.
Pero,
cuando el último de los nuestros puso el pie en el piso, una decena
de policías vestidos de negro, armados hasta los dientes y con
cascos protectores, salió de sus escondrijos y se movió lentamente
por la habitación, esperando a que nosotros hiciéramos el primer
movimiento.
-Joder-murmuró
Puck, que no tenía un escáner térmico en aquella sala y que, por
tanto, sólo se valía de lo que yo estaba viendo. Los aparatos que
nos conectaban al cerebro para las misiones más importantes era
impresionantemente útiles, y te privaban horriblemente de toda
privacidad. Así no había traición posible.
-Estáis
rodeados-informó un policía con voz metálica a través de un
megáfono. Podríamos oírlo perfectamente sin aquellas gilipolleces,
pero, ¿qué se le iba a hacer? A la pasma le gustaban todas esas
tonterías-. Poned las manos en alto y no sufriréis daño alguno.
Nos
miramos entre nosotros. Los chicos asintieron al unísono y empezaron
a levantar las manos tímidamente. Blondie las alzó a la altura de
sus orejas, y las detuvo allí.
Yo
di una palmada, la palmada que empezó la fiesta.
Nos
lanzamos como rayos, cada uno en una dirección distinta, esquivando
las balas como nunca antes lo habíamos hecho. El sonido de los
proyectiles silbando cuando pasaban a mi alrededor me hacía sentir
bien; era la prueba de que no me habían dado. “Si las escuchas, es
que no te han alcanzado”, me habían explicado en las primeras
sesiones de entrenamiento con balas, en las que los aprendices nos
poníamos histéricos ante un sonido cuyo poder de relajación no
sabíamos apreciar.
Por
el rabillo del ojo vi cómo Blondie esquivaba los disparos de un
policía al que cada vez se acercaba más y más. Cuando el policía
quiso darse cuenta, ella ya estaba saltando sobre él, derribándolo,
rompiéndole el casco y pisándole el cuello. No escuché crujido
alguno, pero supe que lo había matado porque, de no ser así, no se
habría dado la vuelta con tanta agilidad para seguir su trayectoria.
Al
otro lado de la estancia había unos ascensores con las puertas
abiertas.
Escuché
murmullos en mi cabeza cuando Puck comprendió qué se me pasaba por
la mente y les daba instrucciones a los demás vigilantes. “A los
ascensores del final, ya”. Sonreí para mis adentros y me colé por
un pequeño pasillo hecho a base de unas pocas columnas dentro de la
misma sala. Al girar una esquina, me choqué de bruces con Wolf, que
me puso un cuchillo en el cuello y lo soltó en cuanto vio que sólo
se trataba de mí. Me observó con ojos oscuros, ennegrecidos por la
batalla.
-Esto
se está poniendo feo.
-Nunca
hemos ido por caminos de rosas.
-No
vamos a salir de esta todos-me apartó un mechón de pelo de detrás
de la oreja-. Son demasiados.
-También
hay demasiados pájaros en esta ciudad, y de momento no me ha cagado
encima ninguno.
-Si
me pasa algo, sé libre, Kat. No me llores. Sigue adelante. Cumple la
misión-me besó en los labios con una ternura infinita, desconocida
en su boca, y me dejé llevar un segundo. Lo suficiente como para que
entendiera que la despedida era sincera, pero no lo bastante como
para que las tornas cambiaran demasiado.
Perk
ya estaba llegando a los ascensores, y a Blondie le faltaba poco
también para alcanzar la puerta. Miré en derredor; el de la mochila
no estaba en ningún sitio.
-Hay
que largarse-dije, cogiéndole de la mano y tirando de él. Inició
su carrera detrás de mí, pero cambió de rumbo para enfrentarse a
un policía que había salido de detrás de uno de los pilares que
sustentaban aquel edificio de tan grandes proporciones, y lo perdí
de vista.
El
chico de la mochila surgió detrás de unos muebles del otro extremo
del a habitación. Corría a toda velocidad, con los pies apenas
tocando el suelo, casi como si volara. Cada vez nos quedaba menos
para llegar a los ascensores.
-¡Cierra
la puerta!-gritó Taylor a Blondie, que esperaba con la mano en los
paneles de la máquina. Atravesé el umbral de la caja mágica
metálica y me giré en el momento en que una bala se estrellaba
contra el espejo del ascensor. Grité.
-Subirá
con nosotros-dijo alguien a mi derecha, y dentro de mi cabeza a la
vez. El de la mochila. Claro-. Seguid. Despejad el camino para cuando
os alcancemos.
-Nada
de dispersarse-amenacé, pero Blondie ya estaba apretando el botón.
Las puertas comenzaron a cerrarse, y con el subidón de adrenalina
que experimenté al ver a uno de mis compañeros, el más preciado de
todos, vérselas con varios agentes armados a la vez, lo hicieron a
cámara lenta. Cuando aún quedaba una rendija a través de la cual
podía ver, pude presenciar cómo Taylor se daba la vuelta y abría
la boca para gritar algo. No llegué a oír lo que decía. Había
tirado el comunicador en cuanto se dio cuenta de que estaba haciendo
interferencia con los mensajes de la policía, y no podíamos
permitirnos eso. Alguien asintió en mi cabeza mientras Blondie y yo
salíamos disparadas hacia arriba, con una musiquita desquiciante
rebotando en las paredes de acero.
-Se
ha cargado a todos los polis-informó Perk en mi oreja. Asentí con
la cabeza, a pesar de que no podía verme-. Pero no ha subido con
nosotros.
Blondie
me sujetó por los hombros al ver mi cara de espanto. Nunca había
pensado que moriría allí.
-Se
encuentra bien-me aseguró ella-. No va a dejar esta misión sin
cumplir.
-Sí,
lo vimos yendo por las escaleras mientras las puertas se cerraban.
Tardará en alcanzarnos, pero lo hará.
Y
el mundo se detuvo en su escalada. Literalmente. Con un ruido seco,
el ascensor dio una sacudida, y todo se quedó en silencio un
momento.
-¿Qué
coño ha sido eso?-espeté.
-Salid
de ahí. Han parado las cajas-amenazó una voz que no era de ninguno
de los que estábamos en el campo. Venía de muy lejos, de un
edificio con forma de champiñón, pero no era la de Puck. Y, sin
embargo, obedecimos a toda velocidad: abrimos las compuertas de por
encima del ascensor, y nos quedamos muy quietas encima de las cajas
mientras oíamos el sonido de un soldador cortar el aire con su
llama. Blondie colocó un espejo (del que no sabía nada hasta
entonces) en el borde del agujero, y me indicó que me quedara muy
quieta. Echó un vistazo hacia abajo, para ver cómo Perk y el de la
mochila empezaban a moverse para llegar a nuestro nivel,
balanceándose por tuberías y subiendo escaleras de pared. Yo no
pude apartar los ojos de aquella pequeña ventana al mundo exterior,
y contuve la respiración cuando la puerta finalmente cedió y se
abrió. Un aluvión de manchas negras cubrió la visión, y de todas
surgía el cañón de una pistola. Tragué saliva.
-Está
vacío-informó un policía del que sólo se distinguían los ojos.
-Joder,
han subido en eso-replicó otro-. No pueden haberse teletransportado.
Blondie
me cogió la mano. Si caían en la cuenta de la trampilla, estaríamos
perdidas. Más nos valía lanzarnos por el hueco del ascensor.
-Tal
vez se hayan bajado en alguna otra planta y hayan cambiado de
ascensores-sugirió una mujer, a la que amaré eternamente por esa
ocurrencia. Los demás se quedaron un momento en silencio. Luego,
asintieron y comenzaron a cerrar la puerta.
Antes
de que ésta terminara de cerrarse, Perk resbaló y su espalda llena
de armas con el seguro puesto chocó contra la pared. Blondie saltó
para quitar el espejo y se colgó del otro lado del ascensor. Escuché
cómo la puerta volvía a abrirse, y me deslicé sigilosamente hacia
abajo en el momento en que un policía entraba en la caja y la
estudiaba.
-La
trampilla está abierta-informó. Más pasos dentro. Perk y el de la
mochila se escondieron en la sombra. Mis nudillos se volvieron
blancos mientras luchaba por mantenerme quieta. Blondie había
cerrado los ojos y se afanaba en no respirar como un hipopótamo.
-Aúpame.
Estamos
perdidos, joder, vamos a morir, vamos a fallar, nunca conseguiremos
llegar arriba empecé a ponerme
histérica.
-Unidad
6, tenemos actividad en las escaleras de la planta 38, repito.
Tenemos actividad en las escaleras de la planta 38.
-Los
hijos de puta han abierto la trampilla para despistar-protestó uno.
Otro rumió una respuesta que le dio una vez volvieron a cerrar la
puerta.
Tuvimos
que rodear todo el hueco, del ancho de un edificio, hasta llegar a
las azoteas de los últimos lugares. Como era de esperar, había
francotiradores de los que Blondie y Perk se encargaron uno a uno. El
de la mochila, con el que entablé una mínima conversación y cuyo
nombre no me decepcionó en absoluto, Fire, fue el primero en
lanzarse a la carrera por los tejados para volver a entrar al
Cristal. Por supuesto, nadie hubiera dado un dólar porque hubiera
sido el primero, siendo yo la mejor saltadora de mi sección. Fui la
primera en atravesar las azoteas y volver a encaramarme a la puerta
de las afueras del Cristal, aquellas cuya lógica no existía.
Recogí
a Fire y Blondie; Perk no necesitó de mis servicios. Tiró una
farola estratégicamente colocada y atravesó el vació haciendo
equilibrio en ella. Al final podía ser verdad que nadie fuera a
morir allí.
Volvimos
a aparecer en unas oficinas atestadas de papeles y mesas con tazas de
café a medio recoger. Daba la impresión de que el trabajo se había
interrumpido por un incendio. Era como si nadie descansara allí, y
se hubiera evaporado todo el mundo por tener tanto trabajo. Por las
paredes había repartidos monitores en los que se veía gran parte de
la ciudad. Me acerqué a uno, asombrada. Era una Base, no la mía,
pero eso no importaba. Me aterrorizaba la idea de que pudieran
controlar nuestros movimientos con tanta facilidad, sin que nosotros
pudiéramos hacer nada por impedirlo.
Al
final del festival de oficinas y mesas a medio recoger, había un
ascensor por el que Puck protestó mucho.
-Necesito
que lo pirateéis desde dentro.
Fire
quedaba automáticamente descartado aun siendo el mejor en estas
cosas. Lo necesitaríamos arriba, y cualquier imprevisto con el
ascensor podría hacer que nos lo arrebataran. Perk se empeñó en
hacerlo él, a pesar de ser con diferencia el que más tardaría. Yo
nunca había pirateado nada más complejo que una cerradura
eléctrica, y aquel ascensor estaba claramente cifrado.
Blondie
se quitó la cazadora, estiró los nudillos, y empezó a teclear en
una pantalla táctil. Las puertas se abrieron. Todos entramos, y nos
las apañamos para que se cerraran de nuevo y el ascensor escalara a
toda velocidad a los pisos superiores del edificio.
Una
de las paredes estaba hecha íntegramente de cristal, con lo que nos
acercamos a ella y contemplamos una vista de la ciudad como nunca
antes ninguno de nosotros la había experimentado.
-Blueberry-susurré.
-Lo
estoy viendo-dijo ella entre respiración contenida y respiración
contenida.
La
caja fue aminorando poco a poco hasta que finalmente se detuvo. Había
más guardias en aquel lugar; cuatro, uno para cada uno. Una vez
terminamos con ellos sin pena ni gloria, corrimos por la sala, de
techo alto y aire acondicionado activado, hasta atravesarla y
encontrarnos con el ordenador central, que constaba de un monitor
relativamente grande, pantalla anexa táctil, y, cómo no, el teclado
reglamentario.
-¿Todo
esto es la seguridad de la ciudad? Menuda mierda-protestó Perk,
bufando.
-Me
esperaba más-asentí yo también, subiendo por las escaleras que
había a ambos lados de la sala y paseando por un pasillo flotante
cuya función nadie sabía.
-Las
cajas blancas con la franja roja y negra son la memoria de la ciudad.
Esto sólo es la puerta-dijo Fire, señalando el monitor un segundo y
lanzándose a teclear de nuevo a toda velocidad. Alcé las cejas y
miré a mi alrededor. Así que ¡a eso se debía el aire
acondicionado tan fuerte! Ni siquiera había reparado en las cajas
blancas, de gran tamaño, como el tráiler de un camión. Los
servidores eran inmensos, y eran 12. Repartidos en grupos de tres, se
situaban alrededor de la sala, como guardianes colosales de su
acceso.
-Esto
me va a llevar tiempo-murmuró Fire-. Subid a la azotea si queréis.
Miré
a Perk y a Blondie.
-Me
quedaré con él-se ofreció Blondie, la que más posibilidades tenía
de volver algún día. Lo sabía. Todos lo sabíamos.
Perk
asintió con la cabeza, la abrazó, la besó en los labios (¿PERO
QUÉ?) y le dedicó una cálida
sonrisa y un apretón en el brazo. Ella le acarició la mejilla y
observó cómo me lo llevaba por unos pasillos condenadamente
estrechos, que parecían querer compensar lo monstruoso de la sala
que los precedía.
Allí
no había seguridad alguna, y pudimos acceder a la azotea sin gran
esfuerzo. El aire allá arriba soplaba con furia, tanto que podía
llegar a dejarte sorda y arrastrarte metros si tú no te resistías.
Con un helipuerto incorporado, el Cristal era útil en cada
centímetro. Perk subió las escaleras metálicas con paso firme y
mano segura, agarrando con fuerza la escalerilla, y se acercó lo más
posible al borde del edificio. Yo contemplé las vistas desde el
centro de la azotea, y fui saliendo poco a poco, acercándome al
borde y deleitándome aún más. Podría haber pasado años allí,
sentada en el techo del mundo, contemplando como una diosa la vida de
los demás mortales, tan inferiores a mí, sin preocuparme de los
problemas que éstos pudieran tener.
-Tenemos
que hacernos con este edificio, Perk-grité a las corrientes de
viento, que se llevaron mi voz y la colocaron en sus oídos. Él
asintió y se echó a reír. Se encaramó con más fuerza aún a las
barandillas, echó la cabeza hacia atrás y aulló con toda la rabia
y pasión que tenía dentro. Yo también me puse a gritar, segura de
que me oirían en cada rincón del mundo.
Entre
los gritos y el viento, no escuché las advertencias de Puck de que
volviera dentro.
-...ÁNGELES-gritaba,
y yo me detuve. Alcé la mano para que Perk se callara. Lo hizo y
agucé el oído-. YA ESTÁN ALLÍ. BAJAD A TODA HOSTIA. SE ACERCAN
ÁNGELES.
Lo
miré con el pánico tiñendo mis ojos, me giré y eché a correr sin
contar con la resistencia del aire. Me arrastró varios metros más
allá de mi objetivo mientras él se arrastraba por las escaleras,
agarrándose con fuerza a la barandilla.
Conseguí
estabilizarme, y caminé despacio hacia la puerta que se hundía en
el cemento. Estaba a escasos cinco metros cuando Perk me agarró por
detrás y me empujó y tiró de mí a la vez. Íbamos a lograrlo. No
nos cogerían allí fuera, y conseguiríamos luchar en el interior,
donde teníamos ventaja...
…
o eso creía hasta que una masa blanca y amarilla aterrizó donde
comenzaban las escaleras de la puerta. Todo plumas, la chica alada
alzó la cabeza cubierta de un glorioso pelo rubio que le arrancaba
destellos a las estrellas y nos miró con una sonrisa que anunciaba
problemas.
Me
detuve y comencé a sacar la pistola del cinturón, pero no conseguí
apuntar bien. Su sonrisa se ensanchó cuando mi bala ni siquiera la
rozó. Perk me soltó, seguramente para que pudiera pelear mejor.
Tal vez si era una tendríamos alguna posibilidad, tal vez Blondie
pudiera subir y ayudarnos...
Me
giré para comprobar que él también tenía armas, y me encontré
con que otro ángel lo arrastraba hasta el borde de la azotea. Perk
luchaba, se retorcía y daba patadas en un esfuerzo inútil por
recuperar la libertad.
-Queréis
la corona, y no os dais cuenta de que un decapitado no puede
llevarla-dijo el ángel chica, que se echó a reír y agitó sus alas
níveas, que se regocijaban con las corrientes de aire.
-Acabemos
el trabajo, Angelica, ¿eh? Quiero irme a casa-gritó una voz que yo
conocía muy bien, y que había susurrado mis dos nombres con un amor
tan bien fingido que había terminado creyéndomelo. Abrí la boca,
lista para jadear, cuando sentí cómo alguien me agarraba por los
hombros y me arrastraba hacia sí.
-La
chica es débil.
-Y
él no tiene pinta de saber mucho. Nos la llevamos a ella-dijo Louis,
girándose y observando a su compañera. Sus ojos se posaron en mí,
y toda expresión huyó de su rostro.
-No
sirven. Puede que si los tiramos los otros suban. Habrá más donde
elegir.
-Tienen
que llegar enteros-replicó él. La tal Angelica se echó a reír.
-No
pienso cargar con un runner-sentenció, haciendo que el suelo
desapareciera de mis pies. Había levantado el vuelo, había
incumplido su promesa. Me alzó en el aire varios metros, el aire
tiraba de ambas, y, con una sonrisa aterradora, la de la muerte
misma, me cogió del cuello. Clavó sus uñas en mi piel, sus ojos en
los míos, y sentí cómo todo valor me abandonaba-. Dulces sueños,
bombón.
Me
soltó.
En
los entrenamientos nunca te preparaban para caerte y matarte. Jamás
se contemplaba que pudieras morir en una caída, a pesar de que la
mayoría moríamos así. No te enseñaban a ver la belleza en los
objetos que ascendían a la velocidad de la luz mientas tú te
acercabas cada vez más al suelo. ¿O era el suelo el que se acercaba
a ti? No podía saberlo con claridad.
Y,
sin embargo, era lo único que teníamos garantizado: que moriríamos,
de una manera u otra, moriríamos. Y aún no había vengado a mi
familia, no había vengado a mis padres por el hijo que les
arrebataron cuando era demasiado pequeño.
-Lo
siento, Puck-susurré, con lágrimas en los ojos. Al otro lado de la
línea, alguien lloraba.
-Has
sido la mejor que he tenido, Kat-murmuró con la voz rota mientras
los primeros edificios corrían hacia mí. Cerré los ojos en un
resplandor azul que me quemaba el pecho, me abracé a mí misma, y
sentí un tirón antes de que el negro de mis pupilas se hiciera aún
más oscuro.
Lo
último que pude pensar antes de creer que tal vez quedara una
esperanza, durante el tirón, fue que el que los ángeles fueran la
principal causa de nuestra muerte no era casualidad. La muerte
también tenía alas.
Sentí
un golpe seco, más suave de lo que creía, y abrí los ojos, lo
justo para ver una sombra blanca planeando sobre mí. Sonreí, porque
todo ese tiempo había creído que no había tenido un ángel de la
guarda, pero parecía que estaba equivocada. Llevaba su pluma en el
pecho.
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