miércoles, 2 de julio de 2014

Por favor, Karma, mi recompensa.

Ya son dos las veces en las que aluden a "porque va tu amiga, que si no te quedabas en casa", y me dan ganas de gritar, pegarles, hacerles auténtico daño. ¿No les parece bastante ahogar todas mis esperanzas de vida y burlarse de lo que están haciendo? ¿Realmente necesitan joderme as 24 horas del día? Ya nada es lo mismo. Compré esas entradas en Septiembre creyendo que iba a ser un día genial. Que pasearía por Madrid en unos pantalones cortos, sin muslos rozándose por primera vez en la historia, que tendría buenas vistas en el concierto y que me compraría ese anillo que llevo tanto tiempo deseando.
Y la realidad es distinta, y yo me parezco demasiado a esa versión de mí misma que se subió al autobús del viaje de estudios a Italia porque ya estaba pagado, no porque le faltaran ganas de quedarse en casa; va a hacer un calor sofocante, no voy a poder llevar pantalones cortos, mis muslos seguirán sangrando, me pasaré una tarde entera a las puertas de un hotel por las que no se asomará nadie, y ellos seguirán siendo un montón de píxeles. Y todavía quieren "castigarme" privándome de eso, de estar en el mismo lugar que aquel al que admiro, quien no me ha salvado la vida, ni la sonrisa, ni ha hecho nada por mí, al margen de robarme el corazón y hacerme suya, fuerte, sin remedio.
Pero el problema no está ahí. El problema es todo: una masa gelatinosa en los pulmones que no me deja respirar, una nube que tapa el sol y me impide leer. El problema es que me quieren robar mi vida, que no me dejan volar. Cuando no estoy, para ellos todo es paz; cuando estoy se desata la guerra y, aun así, quieren tenerme vigilada. Les gusta destruirme despacio, y yo detesto las risas cuando no las comparto.
Algún día se acabará, y yo ya lo sé. Me cansaré de todo esto y trataré de escapar... de verdad. Se lo cuento a los demás cuando veo que no puedo con ello sola, y siempre me responde la misma risa incrédula, el mismo gesto y la misma frase: "Ya será para menos, Erika". Y yo me callo, asiento y sonrío, pero sé que en mi vida he dicho nada tan en serio como eso.
Nunca he sido de términos medios, y cubrirme el brazo de arañazos de cuchilla no es una opción.
Simplemente tengo miedo de que, por falta de apoyos, no alcance la felicidad encarnada en una ciudad, un cartel, y una acción. Para eso hay que ser fuerte, y yo me estoy cansando de serlo. Apenas me quedan fuerzas, pues las estoy gastando con quienes, en teoría, deberían dármelas.
Lo mejor es que si lo logro tendré muy poca gente a quien darle las gracias, y no seguiré el protocolo de mencionarlos los últimos, porque no estarán. Espero que no importe.
Y, ¿todavía tienen la cara dura de llamarme amargada y arisca y decirme a qué se debe? No lo sé. Tal vez a que me estoy cansando de ser fuerte. No se puede luchar siempre desarmado contra una espada del mejor acero.

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