lunes, 14 de julio de 2014

Gelatina.

Esperaba realmente que él se atreviera a, al menos, decirme la verdad de dónde estaba, por qué me había llevado allí, y por qué no a mi hogar verdadero. Y le hubiera sonsacado la verdad por la fuerza de no ser porque sentía miles de cadenas estrujándome la cabeza. Así era muy difícil pensar.
Él esperaba pacientemente a que yo hablara primero, sentado en un sofá de cuero blanco que, según parecía, había arrastrado hasta los pies de la cama (nadie tiene un sofá de cuero blanco a los pies de su cama, es ridículo). Quería transmitir aires de comodidad y seguridad en sí mismo, pero no lo consiguió del todo, ya que se veía perfectamente el dolor escrito en el rostro y la preocupación marcada en sus facciones. Tenía los brazos a ambos lados del sofá, y se reclinaba sobre ellos mientras las alas guardaban sus espaldas cual escudo de plumas. Sus rodillas estaban muy separadas.
A pesar de la posición en la que se encontraba, no podría salir corriendo ni aunque me lo plantease. Notaba todavía mi cuerpo torpe y dolorido, y no iba a llegar muy lejos, por muy rápido que fuera el inicio de mi carrera.
Me incorporé en la cama y me tapé con las sábanas, de un blanco impoluto que pocas veces había visto.
Decidí empezar por algo fácil para constatar que diría la verdad.
-¿Qué hora es?
Sus ojos se clavaron en los míos, y casi sentí cómo una fuerza invisible atravesaba la habitación y se anclaba en mi mente, empujando cada vez con más fuerza en los confines de mi mente, haciendo que se pareciera mucho a una goma que se va estirando poco a poco y dentro de la cual hay contenido un trozo de plastilina en el que se marcarán más tarde esos movimientos.
-Las 3 y 20-respondió con voz trémula. Leyó mi pregunta en los ojos, y sentenció-: Has dormido durante dos días y varias horas. Creíamos que no despertarías después de esto.
Abrí los ojos como platos y eché un vistazo al exterior, al doloroso exterior luminoso, a través de las enormes ventanas que poblaban la habitación. Si aún me quedaban dudas de si estaba o no en la Base, éstas se esfumaron. Cuando alguien desaparecía sin dejar rastro, se encargaban a equipos que fueran en su búsqueda. No podíamos arriesgarnos a que la policía nos tomase como rehenes. Las reglas eran sencillas: o el rescate o la muerte. No había tercer camino.
Tragué saliva, y me pregunté si estaba lista para morir. Que me sacaran de allí era imposible: sería un gran logro si conseguían entrar, así que...
La respuesta que podía encontrarme me aterrorizó tanto que rápidamente volví a mi interrogatorio externo. Se suponía que me habían preparado para morir en aquel momento, y, sin embargo, ¿por qué de repente no me apetecía en absoluto que vinieran a buscarme? Sólo quería esconderme entre las sábanas, dormirme, y despertar semanas atrás, cuando me disponía a entrar en la Central a robar los documentos que me habían encargado y que habían desencadenado todo aquel desastre.
-¿Dónde estoy?
-¿De verdad no lo sabes?-sonrió él incorporándose y acercándose a la ventana. Sus alas hicieron de parasol, y me descubrí a mí misma agradeciéndole el juego de sombras en el que me sumió durante unos instantes.-. Es la Central.
Mis pulmones se llenaron de gelatina. La Central de Pajarracos Express, conocida entre los ciudadanos como la Central de los Ángeles. Su nombre original era la Central Aérea, pero nadie recordaba ya aquel nombre, al margen, por supuesto, de los burócratas del Gobierno que se sentaban en sus sillones a fumar puros mientras contemplaban al pobre gentío admirador, que no sabía hasta qué punto era un esclavo de aquel régimen.
-¿Cómo la llamáis vosotros?-me sorprendí preguntando. Tenía muchas versiones, pero no la de los que cabalgaban el cielo en caballos incorporados en su cuerpo. Se volvió para mirarme, y pasó de ser blanco a totalmente negro debido a estar a contra luz.
-Sólo la Central.
-Tiene que tener otro nombre. Las nuestras... bueno, tienen muchos, dependiendo de en cuál estés y a cuál vayas. Coliflor, Seta, Base, Bomba... Todo el mundo tiene varias palabras para llamar a su hogar.
-Este no es nuestro hogar-se limitó a replicar, y volvió a girarse. Esta vez se quedó a medias, y pude contemplar las líneas de su rostro recortándose contra el cielo despejado. Varios aviones lo surcaban en aquel momento (como siempre, por otra parte), pero ni una sola nube de algodón se atrevía a hacer mella en aquel día soleado. Sería horrible estar corriendo por los alrededores del Cristal; las infinitas ventanas hacían las veces de lupa y conseguían que te asases aunque la temperatura media de la ciudad fuera de 16 grados. No era la primera vez en cerca del Cristal alcanzaban los 40.
-Pues esto tiene pinta de ser bastante cómodo, como una casa.
-Una cosa es tu casa, y otra cosa es tu hogar. Y aunque ésta sea mi casa, no estoy en mi hogar-contestó, tozudo. Puse los ojos en blanco.
-De acuerdo. Y, ¿por qué estoy en tu casa-no-hogar?-quise saber, acariciándome las piernas y maravillándome la no notar nada roto más allá de la frontera de la piel. Ni siquiera había marcas de heridas. Había pasado de ser un valle de relieve extremadamente accidentado a una aburrida llanura sin mucho que destacar.
-Estabas herida, y te hemos curado-respondió, encogiéndose de hombros. No me gustaba que me tratara como si no me conociera. ¿Hola? Hemos follado. Podrías al menos dar muestras de que mi puta cara te suena, para bien o para mal.
-Ya estoy mucho mejor. Si quieres, puedes dejar de vigilarme. En cuanto te plazca estoy dispuesta a que me saques de aquí,volver a las calles, y fingir que no ha pasado nada.
-Eres moneda de cambio ahora mismo, así que eso de que te suelten va a ser un poco complicado-volvió a sentarse en el sofá, pero en lugar de tirarse sobre él, se quedó con el culo apoyado en el borde, la espalda arqueada y los codos en las rodillas. Vale, no me iba a dejar marchar tan fácilmente.
-¿Por qué necesitáis un rescate? Tenéis alas. Y sois más que nosotros. Podríais entrar perfectamente en mi Base y reducirla a menos que cenizas, si quisierais.
-No si quieren que lo que les habéis robado les sea devuelto sin publicarlo.
Fruncí el ceño.
-¿Qué había en el Cristal la otra noche para que no pudierais renunciar a ello? ¿Realmente os merecía la pena cargar con dos de nosotros para salvar eso?
Asintió despacio, como si fuera tonta o me dieran miedo sus movimientos. Deberían asustarme, pero no era consciente de que era capaz de arrancarme la cabeza con una sola de sus alas. Estaba demasiado débil y aturdida como para percatarme del peligro.
-Lo que robasteis no puede caer en malas manos, y ya está en malas manos.
-Lleva en malas manos desde que lo creasteis vosotros, fuera lo que fuera.
-Igualaría las fuerzas, iniciaría una guerra de la que pocos escaparían, y toda la paz de la que disfrutan los normales se rompería. Vivimos en una balanza, Kat, una balanza con un equilibrio muy delicado y perfecto. Los ángeles somos lo que se interpone entre vosotros y el Gobierno, lo que hace que no salgáis a la calle y os pongáis a matar gente como verdaderos terroristas, para así hacer saber al mundo que vuestra Cruzada es la única legítima y que todas las demás están mal.
-¿Qué había en lo que robamos, Louis?
Apretó las mandíbulas.
-No estoy seguro-mintió-, pero eran códigos de seguridad. Las cámaras son lo único que os detiene de entrar en el Gobierno, ¿no es así? Y ahora tenéis los códigos, y algo peor. Lo que tú robaste: la manera de fabricar ángeles.
Eso lo sabía, pero que lo dijera en voz alta no ayudó a que me creyera realmente que yo había formado parte de todo aquel follón. Para ser sincera, apenas podía dar crédito a eso de que tuvieran las fórmulas de creación de pájaros en papeles impresos, con cápsulas que fácilmente podían abrirse a modo de defensa. Era surrealista. Te hacía pensar que el Gobierno deseaba que las alcanzaras y comenzaras una guerra.
-Perk y yo no podríamos recuperarlo ni aunque nos devolvierais a casa sanos y salvos. Y los runners no son tontos. A estas horas ya habrán sacado miles de copias y las habrán repartido por todas las Bases de la ciudad. No puede haber nadie que no sepa ya las sustancias que utilizan para crearos.
-Ojalá fuera tan simple como juntar dos líquidos, créeme-sus ojos bajaron al suelo y sus manos se tensaron en una mueca.
-No os serviríamos de nada.
-Sin alas, no.
Me lo quedé mirando.
-Y no tenemos alas.
-De momento-respondió él con voz helada, y se estudió las manos. Noté cómo mil volcanes explotaban en mi interior.
-No vais a ponerme alas.
-No, no vamos a ponerte alas. Al menos, yo no. Otra cosa es tu amigo. Es diferente. Es bastante más fuerte que tú, tiene la espalda más ancha, y su cuerpo soportaría la adición. Yo estoy en contra, claro. Un runner jamás debería llevar alas, pero... yo no soy el que más manda aquí.
Traté de imaginarme a Perk con alas, alzándose en el cielo con una de las armas que les daban a los ángeles. No sé por qué, pero me lo imaginé con un tridente en la mano. Los ojos rojos, llenos de odio, clavándose en mí. Y descendería para clavarme su tridente en el pecho, hacerme sufrir, conseguir que desapareciera de la faz de la Tierra...
Me estremecí.
-¿Te gustaría ir a verlo?-preguntó, y en su voz escuché un tono más ilusionado de lo que me esperaba. El típico tono del granjero que llama a sus vacas para que las lleven al matadero, y que en lugar de pensar en todo el trabajo que va a tirarse por la borda para que varias familias coman, en la vida que está a punto de acabarse por el disfrute de su carne, se emociona pensando en los fajos de billetes que le esperan al despedirse de una mercancía viva en la que ha invertido parte de su tiempo, mercancía a la que ha visto crecer.
Me quedé callada, mirándole en silencio, meditando mi respuesta. La verdad es que me apetecía bastante echar un vistazo a mi nueva prisión: cuanta más información reuniera sobre ella, más fácil me sería escapar si algún día conseguía recuperarme del todo y ellos me dejaban un poco de autonomía.
Pero me aterraba muchísimo la idea de salir de aquella gigantesca habitación y adentrarme en un mundo aún más grande, un territorio donde yo era el enemigo y mi cabeza se pagaba más cara incluso que la vaca entera que el granjero hacía subir por la rampa del enorme camión.
Y no olvidemos a Perk. No sabía cómo estaba; dudaba bastante, por descontado, de que lo hubieran tratado con la deferencia con la que me habían tratado a mí. Seguramente no hubiera dormido en un colchón de plumas y no le hubieran curado sus heridas quién sabía cómo, sino que estaría tirado en alguna estancia sucia y oscura, más parecida a una cárcel que a otra cosa, en la que le darían de comer acercándole de un puntapié un plato de acerco con comida fría, asquerosa. De esa a la que nadie podía acostumbrarse nunca por mucho tiempo que estuvieras encerrado. Tu estómago protestaba siempre.
Tal vez esté bien, susurró una voz en mi cabeza, que me quiso recordar para qué me habían entrenado. Reconocer el terreno. Buscar salidas. Usar salidas. Escapar lo más rápido posible. Si es factible, ayudar a los compañeros. Si pone en peligro la propia vida, dejarlos allí. Es mejor perder a un runner que perder a dos, siempre.
Me descubrí a mí misma asintiendo con la cabeza. Louis se me quedó mirando, se golpeó las pantorrillas y se levantó con una agilidad que hizo que mi corazón diera un brinco.
-Ahora vengo. Comprueba que puedes caminar. Nunca hemos usado a nuestros médicos para curaros a vosotros-meditó un momento, colocándose el índice en la mandíbula, y salió de la estancia dejándome con un millar de preguntas en los labios, preguntas que no podría formular con la más mínima coherencia.
Decidí que sería buena idea tratar de levantarme y constatar que, efectivamente, mis piernas estaban curadas y funcionaban bien. Me arrastré hasta el borde de la inmensa cama y dejé los pies colgando de ésta un momento. Las yemas de los dedos rozaban el suelo. Al menos no había perdido la sensibilidad; supe que le suelo estaba helado. Claro que si hubiera perdido la sensibilidad, no estaría moviendo mis miembros como si nada.
Haciendo acopio de todo el valor que tenía, y que no era excesivo, me apoyé en las piernas y me incorporé despacio. Me sorprendí al no notar ningún latigazo de dolor cruzándome el alma. Todo estaba en orden.
Me acerqué a un espejo y observé mi reflejo impoluto. La caída no había dejado más marca en mí que un pequeño corte en el labio. No recordaba que me hubieran pasado aquella luz por la cara, así que era natural. Y, oh, allí estaba la herida de la frente, tapada con una pequeña venda ajustada con algodones.
-Mi ropa-le dije al silencio, que se quedó callado, esperando a que dijera algo más. No había rastro de cortes, la sangre que antes había teñido mis prendas de un color carmesí había desaparecido sin dejar ni una sola mancha. Todo estaba en orden, no había ninguna costura de más en mi traje. Aquello era imposible, pero si me la había cortado en numerosas ocasiones durante los ataques de la policía y las fuerzas del Gobierno que nos habían sorprendido dentro de su edificio más querido...
-Supongo que no sabíais nada de la regeneración hasta la fecha, ¿verdad?-sonrió mi ángel de la guarda, apareciendo en una esquina de mi espejo y echándome un vistazo de arriba a abajo. Ya volvía a ser el mismo chulo y engreído que se había apoderado de mí y de mi lealtad hacia los míos.
-Sabíamos que hacíais algo con ella para eso-me toqué la espalda, y su sonrisa vaciló un instante-, pero no teníamos ni idea de en qué ámbitos la aplicabais.
-En todos los que podemos. Os sorprendería ver lo útil que es. Aunque, claro, ya lo habéis visto.
-¿Me lo habéis hecho todo a la vez?
Esta vez su sonrisa alcanzó dimensiones inhóspitas hasta la fecha.
-No, bombón. Tuvimos que desnudarte para poder regenerarla. Créeme, disfruté mucho con ese proceso.
Me habría sonrojado de no estar furiosa. Una cosa era que me secuestraran, que me curasen las heridas que ellos mismos me habían infligido, que me tratasen como a escoria por el simple hecho de tener la espalda desnuda... pero no iba a consentir que me desnudaran mientras yo estaba inconsciente. Y menos que me vistieran. No era una nenita. No tenía miedo de mi cuerpo; podía pasearme desnuda por aquella sala perfectamente.
No dije nada. Me limité a bufar, bajar los hombros y apretarme más fuerte la trenza. Era lo único que no se habían atrevido a tocar en mí. Mejor. Así me recordaría cuando me despertara que todo lo que estaba viviendo era real. Me había caído, Louis me había recogido en el último momento en medio de un estallido azul, y me habían llevado hasta allí, junto con un compañero, en contra de mi voluntad. Se suponía que era por mi bien, pero la misma excusa habían utilizado los de arriba para implantar cámaras de seguridad en cada esquina de la ciudad y arrebatarles la intimidad a sus ciudadanos, a los que se suponía que tenían que proteger.
Una vez me vi lista y me infundí todos los ánimos que pude, me giré en redondo y contemplé a Louis con mi mejor cara de póquer. No duró mucho. Mis ojos bajaron hasta sus manos, entre las que bailaban unos objetos metálicos que rápidamente identifiqué.
Me pegué contra el espejo con todo el cuerpo en tensión.
-No me vas a poner eso.
-Sólo son esposas-replicó, alzándolas y poniéndolas al lado de su cara. Me hizo sentir muy pequeña.
-¡No me vas a poner eso!
Puso los ojos en blanco.
-Sabes que no muerden, ¿verdad?
-No quiero que me las pongas.
-Es la única manera de que te puedas pasear por aquí sin que nadie te mate.
-Pues he cambiado de idea. Déjame en esta habitación.
-Ahora ya he avisado de que nos íbamos. Venga, Cyntia. Son sólo de metal. No tienen ninguna fórmula que hará que te queme la piel, ¿lo ves?-me demostró, cogiendo una y colocándosela alrededor de la muñeca. La cerró y sacudió su mano enjaulada en el aire.
Pude sentir las gotas de sudor frío corriéndome por la espalda.
-No, no, no. Antes muerta que esclava, antes manca que con esposas.
-¿Es alguna especie de frase chula de runner, o qué? Relájate. No te van a hacer daño-se liberó la mano y se acercó a mí. Cada paso que dio hizo que aumentara mi pánico 300 veces.
No eran sólo las esposas en sí lo que me aterrorizaba: era todo lo que representaban. Desde el Gobierno en sí hasta a la policía, pasando por todas las etapas intermedias. Disparos, balas, perros, helicópteros, cámaras... todos los elementos servían a un mismo fin; el de limitar mis movimientos y hacerme ir con cuidado, obedecer a lo que me dijeran y hacerme conducir cual ovejita inofensiva. Exactamente igual que hacían esas esposas. No podías correr con las manos atadas, pues perdías velocidad y tu equilibrio era pésimo. Era mucho más fácil correr con un tiro en la rodilla que con una pistola juntándote los brazos.
-No, Louis, por favor, no, no no-supliqué, pero él apoyó su dedo índice en mis labios y me hizo callar. Ojalá pudiera haberme hundido en sus ojos como me había acostumbrado a hacer, pero aquel no sería el caso: alguien tan longevo, alguien a quien habían clonado hasta la saciedad, se las sabía todas para tranquilizarme, y yo no debía tranquilizarme. No debía mirarle a los ojos.
Muy despacio, pegó el frío metal contra mi antebrazo. Me quedé tan quieta que incluso dejé de respirar. Lo único que se movía en mí era mi corazón, que latía frenético, tratando de compensar el hielo en que me había convertido.
Subió lentamente las esposas abiertas por mi brazo, las paseó por mi clavícula, y siguió subiendo por mi cuello hasta la mandíbula. Luego las acercó por mis labios. Fue ahí cuando cerré los ojos.
Deseé con todas mis fuerzas que el espejo que tenía detrás se rompiera y me matara allí mismo. No importaba si era rápido o despacio, sólo quería que acabara con aquello.
-Abre los ojos, Kat.
Exhalé el aire por la nariz y lo volví a inhalar muy rápido.
-Kat.
Algo cálido y suave sustituyó al duro y frío metal en mi cuello. Abrí los ojos.
-Sólo es metal. Su fuerza está aquí-se tocó la sien con un dedo, luego pasó a la mía, y fue bajando por mi mejilla hasta acariciarme los labios con el pulgar.
Deseé que me besara, y esta vez mis deseos fueron órdenes para el cosmos. Sus labios se posaron en los míos muy despacio, luego se rindieron a la pasión. Me pasó las manos por el cuello, y yo me estremecí un segundo al volver a notar el frío contra mi piel. Abrí los ojos un segundo, pero él se había vendido a mí, de modo que me sentí segura. Podía volver a cerrarlos, y así lo hice.
Mis manos recorrieron su espalda, él me las bajó hasta su cintura, y dejó las suyas en la mía. Me pegó contra sí, y dejó que me rindiera.
Cuando nos separamos y yo recobraba el aliento, descubrí que ya me había maniatado. Lo miré con el miedo inscrito en mis ojos verde pardo, y él trató de tranquilizarme con su mirada de mar.
-Con esto no se tendrán que dar cuenta de cómo no voy a dejar que te hagan daño.
Mis labios volvieron a entreabrirse y recibieron de nuevo su boca.
-No te separes de mí-me susurró al oído. ¿A dónde cojones voy a ir?, me gustaría haber preguntado, pero el pánico concentraba mi mente en aquellos puntos donde el metal acariciaba mi piel.

Cogiéndome de las manos, me condujo hasta la puerta. Echó un vistazo hacia atrás, comprobando que no me había muerto, y abrió la puerta.

2 comentarios:

  1. Joder, Eri, deja de escribir tan sumamente bien, en serio. Tienes un jodido don que te hace aún más genial de lo que ya eres.
    Siento que este comentario no sea tan largo como me gustaría, pero tengo un dolor de cabeza de los de campeonato.
    Un beso, Eri
    Mari

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    1. Oh Mari, siento que te duela la cabeza. Y de verdad, no te disculpes, sabes que me encanta que me dejes comentarios, no importa su longitud ♥

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