Esperaba realmente
que él se atreviera a, al menos, decirme la verdad de dónde estaba,
por qué me había llevado allí, y por qué no a mi hogar verdadero.
Y le hubiera sonsacado la verdad por la fuerza de no ser porque
sentía miles de cadenas estrujándome la cabeza. Así era muy
difícil pensar.
Él esperaba
pacientemente a que yo hablara primero, sentado en un sofá de cuero
blanco que, según parecía, había arrastrado hasta los pies de la
cama (nadie tiene un sofá de cuero blanco a los pies de su cama, es
ridículo). Quería transmitir aires de comodidad y seguridad en sí
mismo, pero no lo consiguió del todo, ya que se veía perfectamente
el dolor escrito en el rostro y la preocupación marcada en sus
facciones. Tenía los brazos a ambos lados del sofá, y se reclinaba
sobre ellos mientras las alas guardaban sus espaldas cual escudo de
plumas. Sus rodillas estaban muy separadas.
A pesar de la
posición en la que se encontraba, no podría salir corriendo ni
aunque me lo plantease. Notaba todavía mi cuerpo torpe y dolorido, y
no iba a llegar muy lejos, por muy rápido que fuera el inicio de mi
carrera.
Me incorporé en la
cama y me tapé con las sábanas, de un blanco impoluto que pocas
veces había visto.
Decidí empezar por
algo fácil para constatar que diría la verdad.
-¿Qué hora es?
Sus ojos se
clavaron en los míos, y casi sentí cómo una fuerza invisible
atravesaba la habitación y se anclaba en mi mente, empujando cada
vez con más fuerza en los confines de mi mente, haciendo que se
pareciera mucho a una goma que se va estirando poco a poco y dentro
de la cual hay contenido un trozo de plastilina en el que se marcarán
más tarde esos movimientos.
-Las 3 y
20-respondió con voz trémula. Leyó mi pregunta en los ojos, y
sentenció-: Has dormido durante dos días y varias horas. Creíamos
que no despertarías después de esto.
Abrí los ojos como
platos y eché un vistazo al exterior, al doloroso exterior luminoso,
a través de las enormes ventanas que poblaban la habitación. Si aún
me quedaban dudas de si estaba o no en la Base, éstas se esfumaron.
Cuando alguien desaparecía sin dejar rastro, se encargaban a equipos
que fueran en su búsqueda. No podíamos arriesgarnos a que la
policía nos tomase como rehenes. Las reglas eran sencillas: o el
rescate o la muerte. No había tercer camino.
Tragué saliva, y
me pregunté si estaba lista para morir. Que me sacaran de allí era
imposible: sería un gran logro si conseguían entrar, así que...
La respuesta que
podía encontrarme me aterrorizó tanto que rápidamente volví a mi
interrogatorio externo. Se suponía que me habían preparado para
morir en aquel momento, y, sin embargo, ¿por qué de repente no me
apetecía en absoluto que vinieran a buscarme? Sólo quería
esconderme entre las sábanas, dormirme, y despertar semanas atrás,
cuando me disponía a entrar en la Central a robar los documentos que
me habían encargado y que habían desencadenado todo aquel desastre.
-¿Dónde estoy?
-¿De verdad no lo
sabes?-sonrió él incorporándose y acercándose a la ventana. Sus
alas hicieron de parasol, y me descubrí a mí misma agradeciéndole
el juego de sombras en el que me sumió durante unos instantes.-. Es
la Central.
Mis pulmones se
llenaron de gelatina. La Central de Pajarracos Express, conocida
entre los ciudadanos como la Central de los Ángeles. Su nombre
original era la Central Aérea, pero nadie recordaba ya aquel nombre,
al margen, por supuesto, de los burócratas del Gobierno que se
sentaban en sus sillones a fumar puros mientras contemplaban al pobre
gentío admirador, que no sabía hasta qué punto era un esclavo de
aquel régimen.
-¿Cómo la llamáis
vosotros?-me sorprendí preguntando. Tenía muchas versiones, pero no
la de los que cabalgaban el cielo en caballos incorporados en su
cuerpo. Se volvió para mirarme, y pasó de ser blanco a totalmente
negro debido a estar a contra luz.
-Sólo la Central.
-Tiene que tener
otro nombre. Las nuestras... bueno, tienen muchos, dependiendo de en
cuál estés y a cuál vayas. Coliflor, Seta, Base, Bomba... Todo el
mundo tiene varias palabras para llamar a su hogar.
-Este no es nuestro
hogar-se limitó a replicar, y volvió a girarse. Esta vez se quedó
a medias, y pude contemplar las líneas de su rostro recortándose
contra el cielo despejado. Varios aviones lo surcaban en aquel
momento (como siempre, por otra parte), pero ni una sola nube de
algodón se atrevía a hacer mella en aquel día soleado. Sería
horrible estar corriendo por los alrededores del Cristal; las
infinitas ventanas hacían las veces de lupa y conseguían que te
asases aunque la temperatura media de la ciudad fuera de 16 grados.
No era la primera vez en cerca del Cristal alcanzaban los 40.
-Pues esto tiene
pinta de ser bastante cómodo, como una casa.
-Una cosa es tu
casa, y otra cosa es tu hogar. Y aunque ésta sea mi casa, no estoy
en mi hogar-contestó, tozudo. Puse los ojos en blanco.
-De acuerdo. Y,
¿por qué estoy en tu casa-no-hogar?-quise saber, acariciándome las
piernas y maravillándome la no notar nada roto más allá de la
frontera de la piel. Ni siquiera había marcas de heridas. Había
pasado de ser un valle de relieve extremadamente accidentado a una
aburrida llanura sin mucho que destacar.
-Estabas herida, y
te hemos curado-respondió, encogiéndose de hombros. No me gustaba
que me tratara como si no me conociera. ¿Hola? Hemos follado.
Podrías al menos dar muestras de que mi puta cara te suena, para
bien o para mal.
-Ya estoy mucho
mejor. Si quieres, puedes dejar de vigilarme. En cuanto te plazca
estoy dispuesta a que me saques de aquí,volver a las calles, y
fingir que no ha pasado nada.
-Eres moneda de
cambio ahora mismo, así que eso de que te suelten va a ser un poco
complicado-volvió a sentarse en el sofá, pero en lugar de tirarse
sobre él, se quedó con el culo apoyado en el borde, la espalda
arqueada y los codos en las rodillas. Vale, no me iba a dejar marchar
tan fácilmente.
-¿Por qué
necesitáis un rescate? Tenéis alas. Y sois más que nosotros.
Podríais entrar perfectamente en mi Base y reducirla a menos que
cenizas, si quisierais.
-No si quieren que
lo que les habéis robado les sea devuelto sin publicarlo.
Fruncí el ceño.
-¿Qué había en
el Cristal la otra noche para que no pudierais renunciar a ello?
¿Realmente os merecía la pena cargar con dos de nosotros para
salvar eso?
Asintió despacio,
como si fuera tonta o me dieran miedo sus movimientos. Deberían
asustarme, pero no era consciente de que era capaz de arrancarme la
cabeza con una sola de sus alas. Estaba demasiado débil y aturdida
como para percatarme del peligro.
-Lo que robasteis
no puede caer en malas manos, y ya está en malas manos.
-Lleva en malas
manos desde que lo creasteis vosotros, fuera lo que fuera.
-Igualaría las
fuerzas, iniciaría una guerra de la que pocos escaparían, y toda la
paz de la que disfrutan los normales se rompería. Vivimos en una
balanza, Kat, una balanza con un equilibrio muy delicado y perfecto.
Los ángeles somos lo que se interpone entre vosotros y el Gobierno,
lo que hace que no salgáis a la calle y os pongáis a matar gente
como verdaderos terroristas, para así hacer saber al mundo que
vuestra Cruzada es la única legítima y que todas las demás están
mal.
-¿Qué había en
lo que robamos, Louis?
Apretó las
mandíbulas.
-No estoy
seguro-mintió-, pero eran códigos de seguridad. Las cámaras son lo
único que os detiene de entrar en el Gobierno, ¿no es así? Y ahora
tenéis los códigos, y algo peor. Lo que tú robaste: la manera de
fabricar ángeles.
Eso lo sabía, pero
que lo dijera en voz alta no ayudó a que me creyera realmente que yo
había formado parte de todo aquel follón. Para ser sincera, apenas
podía dar crédito a eso de que tuvieran las fórmulas de creación
de pájaros en papeles impresos, con cápsulas que fácilmente podían
abrirse a modo de defensa. Era surrealista. Te hacía pensar que el
Gobierno deseaba que las alcanzaras y comenzaras una guerra.
-Perk y yo no
podríamos recuperarlo ni aunque nos devolvierais a casa sanos y
salvos. Y los runners no son tontos. A estas horas ya habrán sacado
miles de copias y las habrán repartido por todas las Bases de la
ciudad. No puede haber nadie que no sepa ya las sustancias que
utilizan para crearos.
-Ojalá fuera tan
simple como juntar dos líquidos, créeme-sus ojos bajaron al suelo y
sus manos se tensaron en una mueca.
-No os serviríamos
de nada.
-Sin alas, no.
Me lo quedé
mirando.
-Y no tenemos alas.
-De
momento-respondió él con voz helada, y se estudió las manos. Noté
cómo mil volcanes explotaban en mi interior.
-No vais a ponerme
alas.
-No, no vamos a
ponerte alas. Al menos, yo no. Otra cosa es tu amigo. Es diferente.
Es bastante más fuerte que tú, tiene la espalda más ancha, y su
cuerpo soportaría la adición. Yo estoy en contra, claro. Un runner
jamás debería llevar alas, pero... yo no soy el que más manda
aquí.
Traté de
imaginarme a Perk con alas, alzándose en el cielo con una de las
armas que les daban a los ángeles. No sé por qué, pero me lo
imaginé con un tridente en la mano. Los ojos rojos, llenos de odio,
clavándose en mí. Y descendería para clavarme su tridente en el
pecho, hacerme sufrir, conseguir que desapareciera de la faz de la
Tierra...
Me estremecí.
-¿Te gustaría ir
a verlo?-preguntó, y en su voz escuché un tono más ilusionado de
lo que me esperaba. El típico tono del granjero que llama a sus
vacas para que las lleven al matadero, y que en lugar de pensar en
todo el trabajo que va a tirarse por la borda para que varias
familias coman, en la vida que está a punto de acabarse por el
disfrute de su carne, se emociona pensando en los fajos de billetes
que le esperan al despedirse de una mercancía viva en la que ha
invertido parte de su tiempo, mercancía a la que ha visto crecer.
Me quedé callada,
mirándole en silencio, meditando mi respuesta. La verdad es que me
apetecía bastante echar un vistazo a mi nueva prisión: cuanta más
información reuniera sobre ella, más fácil me sería escapar si
algún día conseguía recuperarme del todo y ellos me dejaban un
poco de autonomía.
Pero me aterraba
muchísimo la idea de salir de aquella gigantesca habitación y
adentrarme en un mundo aún más grande, un territorio donde yo era
el enemigo y mi cabeza se pagaba más cara incluso que la vaca entera
que el granjero hacía subir por la rampa del enorme camión.
Y no olvidemos a
Perk. No sabía cómo estaba; dudaba bastante, por descontado, de que
lo hubieran tratado con la deferencia con la que me habían tratado a
mí. Seguramente no hubiera dormido en un colchón de plumas y no le
hubieran curado sus heridas quién sabía cómo, sino que estaría
tirado en alguna estancia sucia y oscura, más parecida a una cárcel
que a otra cosa, en la que le darían de comer acercándole de un
puntapié un plato de acerco con comida fría, asquerosa. De esa a la
que nadie podía acostumbrarse nunca por mucho tiempo que estuvieras
encerrado. Tu estómago protestaba siempre.
Tal vez esté
bien, susurró una voz en mi cabeza, que me quiso recordar para
qué me habían entrenado. Reconocer el terreno. Buscar salidas. Usar
salidas. Escapar lo más rápido posible. Si es factible, ayudar a
los compañeros. Si pone en peligro la propia vida, dejarlos allí.
Es mejor perder a un runner que perder a dos, siempre.
Me descubrí a mí
misma asintiendo con la cabeza. Louis se me quedó mirando, se golpeó
las pantorrillas y se levantó con una agilidad que hizo que mi
corazón diera un brinco.
-Ahora vengo.
Comprueba que puedes caminar. Nunca hemos usado a nuestros médicos
para curaros a vosotros-meditó un momento, colocándose el índice
en la mandíbula, y salió de la estancia dejándome con un millar de
preguntas en los labios, preguntas que no podría formular con la más
mínima coherencia.
Decidí que sería
buena idea tratar de levantarme y constatar que, efectivamente, mis
piernas estaban curadas y funcionaban bien. Me arrastré hasta el
borde de la inmensa cama y dejé los pies colgando de ésta un
momento. Las yemas de los dedos rozaban el suelo. Al menos no había
perdido la sensibilidad; supe que le suelo estaba helado. Claro que
si hubiera perdido la sensibilidad, no estaría moviendo mis miembros
como si nada.
Haciendo acopio de
todo el valor que tenía, y que no era excesivo, me apoyé en las
piernas y me incorporé despacio. Me sorprendí al no notar ningún
latigazo de dolor cruzándome el alma. Todo estaba en orden.
Me acerqué a un
espejo y observé mi reflejo impoluto. La caída no había dejado más
marca en mí que un pequeño corte en el labio. No recordaba que me
hubieran pasado aquella luz por la cara, así que era natural. Y, oh,
allí estaba la herida de la frente, tapada con una pequeña venda
ajustada con algodones.
-Mi ropa-le dije al
silencio, que se quedó callado, esperando a que dijera algo más. No
había rastro de cortes, la sangre que antes había teñido mis
prendas de un color carmesí había desaparecido sin dejar ni una
sola mancha. Todo estaba en orden, no había ninguna costura de más
en mi traje. Aquello era imposible, pero si me la había cortado en
numerosas ocasiones durante los ataques de la policía y las fuerzas
del Gobierno que nos habían sorprendido dentro de su edificio más
querido...
-Supongo que no
sabíais nada de la regeneración hasta la fecha, ¿verdad?-sonrió
mi ángel de la guarda, apareciendo en una esquina de mi espejo y
echándome un vistazo de arriba a abajo. Ya volvía a ser el mismo
chulo y engreído que se había apoderado de mí y de mi lealtad
hacia los míos.
-Sabíamos que
hacíais algo con ella para eso-me toqué la espalda, y su sonrisa
vaciló un instante-, pero no teníamos ni idea de en qué ámbitos
la aplicabais.
-En todos los que
podemos. Os sorprendería ver lo útil que es. Aunque, claro, ya lo
habéis visto.
-¿Me lo habéis
hecho todo a la vez?
Esta vez su sonrisa
alcanzó dimensiones inhóspitas hasta la fecha.
-No, bombón.
Tuvimos que desnudarte para poder regenerarla. Créeme, disfruté
mucho con ese proceso.
Me habría
sonrojado de no estar furiosa. Una cosa era que me secuestraran, que
me curasen las heridas que ellos mismos me habían infligido, que me
tratasen como a escoria por el simple hecho de tener la espalda
desnuda... pero no iba a consentir que me desnudaran mientras yo
estaba inconsciente. Y menos que me vistieran. No era una nenita. No
tenía miedo de mi cuerpo; podía pasearme desnuda por aquella sala
perfectamente.
No dije nada. Me
limité a bufar, bajar los hombros y apretarme más fuerte la trenza.
Era lo único que no se habían atrevido a tocar en mí. Mejor. Así
me recordaría cuando me despertara que todo lo que estaba viviendo
era real. Me había caído, Louis me había recogido en el último
momento en medio de un estallido azul, y me habían llevado hasta
allí, junto con un compañero, en contra de mi voluntad. Se suponía
que era por mi bien, pero la misma excusa habían utilizado los de
arriba para implantar cámaras de seguridad en cada esquina de la
ciudad y arrebatarles la intimidad a sus ciudadanos, a los que se
suponía que tenían que proteger.
Una vez me vi lista
y me infundí todos los ánimos que pude, me giré en redondo y
contemplé a Louis con mi mejor cara de póquer. No duró mucho. Mis
ojos bajaron hasta sus manos, entre las que bailaban unos objetos
metálicos que rápidamente identifiqué.
Me pegué contra el
espejo con todo el cuerpo en tensión.
-No me vas a poner
eso.
-Sólo son
esposas-replicó, alzándolas y poniéndolas al lado de su cara. Me
hizo sentir muy pequeña.
-¡No me vas a
poner eso!
Puso los ojos en
blanco.
-Sabes que no
muerden, ¿verdad?
-No quiero que me
las pongas.
-Es la única
manera de que te puedas pasear por aquí sin que nadie te mate.
-Pues he cambiado
de idea. Déjame en esta habitación.
-Ahora ya he
avisado de que nos íbamos. Venga, Cyntia. Son sólo de metal. No
tienen ninguna fórmula que hará que te queme la piel, ¿lo ves?-me
demostró, cogiendo una y colocándosela alrededor de la muñeca. La
cerró y sacudió su mano enjaulada en el aire.
Pude sentir las
gotas de sudor frío corriéndome por la espalda.
-No, no, no. Antes
muerta que esclava, antes manca que con esposas.
-¿Es alguna
especie de frase chula de runner, o qué? Relájate. No te van a
hacer daño-se liberó la mano y se acercó a mí. Cada paso que dio
hizo que aumentara mi pánico 300 veces.
No eran sólo las
esposas en sí lo que me aterrorizaba: era todo lo que representaban.
Desde el Gobierno en sí hasta a la policía, pasando por todas las
etapas intermedias. Disparos, balas, perros, helicópteros,
cámaras... todos los elementos servían a un mismo fin; el de
limitar mis movimientos y hacerme ir con cuidado, obedecer a lo que
me dijeran y hacerme conducir cual ovejita inofensiva. Exactamente
igual que hacían esas esposas. No podías correr con las manos
atadas, pues perdías velocidad y tu equilibrio era pésimo. Era
mucho más fácil correr con un tiro en la rodilla que con una
pistola juntándote los brazos.
-No, Louis, por
favor, no, no no-supliqué, pero él apoyó su dedo índice en mis
labios y me hizo callar. Ojalá pudiera haberme hundido en sus ojos
como me había acostumbrado a hacer, pero aquel no sería el caso:
alguien tan longevo, alguien a quien habían clonado hasta la
saciedad, se las sabía todas para tranquilizarme, y yo no debía
tranquilizarme. No debía mirarle a los ojos.
Muy despacio, pegó
el frío metal contra mi antebrazo. Me quedé tan quieta que incluso
dejé de respirar. Lo único que se movía en mí era mi corazón,
que latía frenético, tratando de compensar el hielo en que me había
convertido.
Subió lentamente
las esposas abiertas por mi brazo, las paseó por mi clavícula, y
siguió subiendo por mi cuello hasta la mandíbula. Luego las acercó
por mis labios. Fue ahí cuando cerré los ojos.
Deseé con todas
mis fuerzas que el espejo que tenía detrás se rompiera y me matara
allí mismo. No importaba si era rápido o despacio, sólo quería
que acabara con aquello.
-Abre los ojos,
Kat.
Exhalé el aire por
la nariz y lo volví a inhalar muy rápido.
-Kat.
Algo cálido y
suave sustituyó al duro y frío metal en mi cuello. Abrí los ojos.
-Sólo es metal. Su
fuerza está aquí-se tocó la sien con un dedo, luego pasó a la
mía, y fue bajando por mi mejilla hasta acariciarme los labios con
el pulgar.
Deseé que me
besara, y esta vez mis deseos fueron órdenes para el cosmos. Sus
labios se posaron en los míos muy despacio, luego se rindieron a la
pasión. Me pasó las manos por el cuello, y yo me estremecí un
segundo al volver a notar el frío contra mi piel. Abrí los ojos un
segundo, pero él se había vendido a mí, de modo que me sentí
segura. Podía volver a cerrarlos, y así lo hice.
Mis manos
recorrieron su espalda, él me las bajó hasta su cintura, y dejó
las suyas en la mía. Me pegó contra sí, y dejó que me rindiera.
Cuando nos
separamos y yo recobraba el aliento, descubrí que ya me había
maniatado. Lo miré con el miedo inscrito en mis ojos verde pardo, y
él trató de tranquilizarme con su mirada de mar.
-Con esto no se
tendrán que dar cuenta de cómo no voy a dejar que te hagan daño.
Mis labios
volvieron a entreabrirse y recibieron de nuevo su boca.
-No te separes de
mí-me susurró al oído. ¿A dónde cojones voy a ir?, me gustaría
haber preguntado, pero el pánico concentraba mi mente en aquellos
puntos donde el metal acariciaba mi piel.
Cogiéndome de las
manos, me condujo hasta la puerta. Echó un vistazo hacia atrás,
comprobando que no me había muerto, y abrió la puerta.
Joder, Eri, deja de escribir tan sumamente bien, en serio. Tienes un jodido don que te hace aún más genial de lo que ya eres.
ResponderEliminarSiento que este comentario no sea tan largo como me gustaría, pero tengo un dolor de cabeza de los de campeonato.
Un beso, Eri
Mari
Oh Mari, siento que te duela la cabeza. Y de verdad, no te disculpes, sabes que me encanta que me dejes comentarios, no importa su longitud ♥
Eliminar