domingo, 20 de julio de 2014

Pequeña mariposa.

Me habría esperado mil cosas diferentes más allá de aquella puerta.
Cosas horribles, cosas como océanos de magma con islas de magma solidificado por los que tendría que saltar para salir de aquel infierno.
Cosas como un país hecho de nubes, que sólo podrías conquistar si tenías alas.
Cosas como una infinidad de pasillos con complejo de laberinto, al estilo de mi Base, en el que la vida fluía como fluía la sangre por las venas y arterias del cuerpo; decenas de personas de un lado a otro, corriendo para cumplir con sus misiones, sin preocuparse de los demás a menos que fuera estrictamente necesario. Gente atareada con el dedo en el oído, escuchando las instrucciones de su próxima misión, con un libro arrugado y utilizado hasta la saciedad en las manos, pegado al pecho, dispuesto a disfrutar de unas vacaciones comparables a encontrar trufa en medio de la nada, gente con los hombros cubiertos de tatuajes, gracias a los cuales podrías saber a qué se dedicaban cada uno de ellos, y el grado de calidad con el que hacían su trabajo.
Pero nunca, jamás, me hubiera esperado encontrarme con una amplia sala llena de los muebles más lujosos que pudieras encontrar. Decorada en una escala de grises, en el otro extremo del lugar había una televisión tan grande como los cristales de las ventanas del comedor de mi hogar. Y frente a ella, un sofá grisáceo en el que podrían tumbarse tres o cuatro personas sin tocarse siquiera. Parecía hacerle frente con valentía, parecía plantarle cara como sólo un sofá puede plantarle cara a una televisión.
Había cuadros en las paredes, cuadros que no pude apreciar porque no tuve tiempo, ni energías, debido a mi estupor. Una mesa, sillas, una cómoda, y al otro lado, una barra de acero que trataba de separar la estancia, escudo de una cocina sin paredes a la que sólo podías identificar por la nevera, el horno y la vitrocerámica.
Hubiera mirado a Louis a los ojos con la estupefacción escrita en verde pardo de no ser porque iba delante de mí, casi arrastrándome, como si le avergonzara que pudiera ver los entresijos de su casa, o que siquiera supiera que él tenía una casa.
-¿Todos los ángeles vivís así?
Se encogió de hombros, concentrado exclusivamente en sacarme de allí cuanto más rápido mejor. Silbé, haciendo un poco de resistencia y girándome para contemplar mi entorno, pero no me dio tregua y siguió arrastrándome sin piedad. Podría haber protestado si quisiera, y él habría dejado de comportarse como un bulldozer, pero lo cierto era que nada de lo que hiciera conseguiría darme unos minutos para estudiar el ambiente.
-No me extraña que os aclame tanto la gente; si saben cómo vivís...-susurré, y él contestó con un tirón que me hizo trastabillar y casi caerme. Por suerte, mis reflejos estaban volviendo a mí, y conseguí mantener el equilibrio sin avergonzarme aún de que una tontería semejante me hubiera hecho tropezar y amenazar con estamparme en el suelo.
Sin mediar palabra, se giró, me echó un vistazo, comprobando quién sabía qué, y dejó que su mano se abalanzara sobre un cuadro de mandos que no dejaba espacio a nada más. Unas puertas de acero se abrieron, y me empujó dentro del ascensor más grande en el que había estado en mi vida.
Y eso que yo había estado en muchos ascensores, los mejores amigos de un runner. Aquellos pequeños te salvaban de cualquier cosa: desde una gran pérdida de tiempo subiendo escaleras para volver a tu hogar, los tejados, hasta de puerta interdimensional a los sótanos de los edificios, la parte preferida de las ratas para proliferar. Allí era donde más tiros se repartían. Sin olvidar, por supuesto, la deliciosa función de escudo que hacían contra las balas de tus enemigos, las cuales eran incapaces de atravesar las paredes de metal que el ascensor construía en torno a ti.
A pesar de que yo lo miraba con los ojos más inquisitivos que había conseguido colocar, él no se molestó en alzar la cabeza. Se contemplaba los pies, nervioso, y daba pequeños saltos que sólo consistían en doblar y estirar las piernas. Tenía las manos entrelazadas y caídas, con la desgana de su alma materializada en ese gesto aburrido. Quise acariciarle el brazo, decirle que todo estaría bien. Estúpida de mí. Yo era la que estaba encerrada en territorio enemigo, y él debía consolarme a mí, no al revés.
Ojalá pudiera decir que no le acaricié porque me di cuenta a tiempo de lo irónico de la situación, pero sería mentir, y la mentira es un robo terrible de la verdad. No, la cruda realidad era algo mucho más simple y doloroso, inocente y traidor: tenía las manos atadas por esposas de acero (me recorrió un escalofrío cuando mi cerebro volvió a recibir el tacto frío y duro de mis captoras), de manera que no podía mover una mano sin mover la otra.
-¿Estás bien?-pregunté, inclinando la cabeza y pestañeando despacio. Todo aquello me superaba, no estaba hecha para las sutilezas con las que se comportaba aquella gente. Nosotros no teníamos tiempo, ni energías, para todas aquellas tonterías: si te encontrabas mal, lo decías, y punto. Y si no decías nada, te ibas a una misión, y sólo tu vigilante se encargaría de darse cuenta de que en realidad no estabas para ello, pero sería demasiado tarde y tú te distraerías siendo un buen runner y cumpliendo con tu deber lo antes posible.
Pero, claro, cuando tienes alas y puedes volar, todo adquiere una dimensión diferente, y supuse que sería más difícil de manejar. Un techo más alto, unos edificios aún más rápidos, unas caídas que no te mataban, menos riesgos, y más dolor.
O tal vez sólo le preocupara que más tarde tendría que limpiar su enorme habitación, aquella cuya superficie en el lugar de donde yo procedía se repartiría entre casi diez personas.
-Sí, sólo... estoy preocupado.
Claro, debo de haberle manchado algo al pobre pájaro,pensé poniendo los ojos en blanco y asintiendo con la cabeza. Localicé la salida de emergencia, consistente en la misma trampilla en el techo por la que habíamos escapado Blondie y yo tres eternidades atrás, y me satisfizo darme cuenta de que no había perdido facultades. Luego, miré en derredor, y cientos de Kats diferentes me devolvieron la mirada cautelosa y curiosa que tan sólo una cautiva que siempre ha sido libre podía tener. Me acerqué a un espejo, y sentí cómo mi ángel de la guarda alzaba la mirada y me estudiaba en silencio, preguntándose qué hacía, pero con miedo a preguntar.
Mi reflejo no me dejó entrever nada que no hubiera visto en la habitación en la que me habían mantenido presa: mi cuerpo se guardaba con celo el secreto de la caída, dejando que éste sólo se entreviera en mi labio partido y mi frente magullada, con la herida cicatrizando lenta y trabajosamente, pero sin pausa, lo cual era de agradecer. Todos los tatuajes estaban allí, y mis ojos aún conservaban las rayas negras que aportaban una mirada felina y me hacían parecerme aún más a un gato de ojos verdes, pelo rojo y movimientos elegantes.
Parecía la misma chica que había salido de la Base con intención de volver, pero en mi interior, yo sabía que aquella chica agonizaba en una cama rodeada de cortinas corridas, y que la que iba a ocupar su lugar no se tomaba la molestia de sentarse a apretarle la mano, decirle que el viaje que iba a tomar sería duro, pero le causaría un descanso sin parangón.
-Asegúrate de notar las esposas-me dijo él, sacándome de mi ensoñación y rompiendo el hechizo hipnótico en el que me había sumido a mí misma-. Cuando las notas, te pones tensa. No quiero que estés demasiado relajada porque sea yo quien te lleve de paseo, y no otro. Los demás no deben notar que tenemos un pasado.
-¿No saben que eres un traidor? ¿No os gustan los traidores?
-¿A quién le gustan?-replicó, frunciendo el ceño. Alcé en un acto reflejo una comisura de mis labios, divertida por la pequeña victoria que me había anotado en mi marcador-. En serio, Kat. Llévalas a la vista. Con ellas no representas ninguna amenaza.
-La única amenaza que hay aquí está en tu espalda-contesté yo, y alcé las manos y señalé sus alas a modo de reiteración de mi postura. Él echó un vistazo sobre su hombro, y no dijo más nada.
El ascensor se detuvo lentamente, como si la atmósfera electrificada le afectara también a él, y las puertas se abrieron en un silencio tan absoluto que me llamó la atención. Louis carraspeó, y se dispuso a arrastrarme igual que a un animal de carga otra vez, conduciéndome por los parajes más pintorescos sin tocarme siquiera. Rodeó con los dedos la cadena que unía a mis dos preciosas pulseras, y tiró de mí.
Se me hizo muy difícil caminar tras él, principalmente porque sus alas se movían al andar (como era natural), y me golpeaban y acariciaban a partes iguales. Además, mi campo de visión se veía muy reducido por lo que tenía delante, de manera que apenas podía distinguir luces y señales por todas partes, compuestas en un azul claro que recordaba al cielo.
Pero cuando llegamos a la zona donde la vida palpitaba, todo cambió. Sus pasos se volvieron más calmados, mucho más calculados, como si controlara la situación y fuera el único que tenía ese poder... al contrario que los míos, que se volvieron más irregulares e indecisos.
Apenas giramos una esquina que nos vomitó en un pasillo concurrido, sentí todos los ojos de la Central de Pajarracos Express clavándose en mí. Parecía que habían recordado mi presencia de repente y querían tenerme bien vigilada.
Decenas y decenas de personas con protuberancias clavadas en la espalda se volvieron y se me quedaron mirando con incredulidad, como si el bicho raro fuera yo. Vamos, hombre, yo no era la que tenía alas ensartadas en la espalda, yo no era el experimento genético... y me hicieron sentir como tal.
Hubiera agachado la cabeza de no haberme recordado a mí misma que era una embajadora de los runners en aquel lugar, y que debía comportarme como tal: cabeza alta, hombros atrás, mirada de desaprobación, odio manando de mis poros cual veneno. Desde luego, eso era lo que recibía con cada pestañeo de uno de aquellos seres antinaturales: odio, odio, puñaladas de odio, flechas de odio, aguijonazos de puro odio.
Los ojos bajaban rápido a las cadenas que me mantenían presa, y comprendí el nerviosismo de Louis por que se vieran bien: en cuanto notaban que estaba atrapada y que no había manera de que fuera peligrosa, su odio se relajaba un poco. Ya no les apetecía tanto matarme rápido, sino jugar conmigo de la misma forma que el gato juega con el ratón al que acaba de cazar. Por supuesto, yo no me dejaría cazar fácilmente.
A no ser que jugara con desventaja. Y las putas esposas eran una desventaja.
A medida que iba caminando detrás de Louis, me di cuenta de que yo no era la única diana para aquellas flechas oculares. De vez en cuando, algunas chicas se molestaban en cambiar su objetivo, y contemplaban a Louis con preocupación. Se mordían los labios, bajaban la mirada, se retorcían las manos nerviosas, y todo aumentaba a medida que la distancia entre nosotros y ellas se reducía. Luego, cuando su influjo pasaba, volvían a contemplarme.
-Eres una especie de don Juan, ¿verdad?-inquirí, y algunos sisearon al escucharme hablar. Vaya, pero si habla y todo, parecían decir aquellos susurros aterrorizados.
-Lo que pasa es que soy muy guapo-replicó Louis, regalándome una sonrisa que levantó siseos más silenciosos pero con más furia. Decidí divertirme, y a partir de ese momento les devolví la mirada a todas y cada una de las muchachas que contemplaban a mi captor con ojos de cordero degollado. Ellas eran conscientes de lo mismo que yo: la cercanía con la que Louis me aferraba no era estrictamente profesional, y desde luego él no ponía mucho empeño en hacer que no se notara que iba confiado conmigo. De vez en cuando nuestras manos se rozaban, y yo notaba cómo el corazón me daba un vuelco, más por las reacciones de las chicas que por cómo me hacía sentir aquella piel contra la mía.
Varios ángeles incluso se giraron cuando pasamos, consumiéndose en llamaradas de fastidio, y yo me permitía sonrisas de autosuficiencia que hacían que las llamas aumentaran aún más su calor: “Sí, ¿lo veis? A mí me esposa antes que a vosotras. Y no necesito unas alas para vuestros polvos celestiales”.
Cuando vi a lo lejos la silueta de una morena de alas negras, traslúcidas, fue cuando comencé a fijarme en las diferencias que había entre los ángeles. Me reprendí a mí misma por no darme cuenta antes de que las alas blancas de Louis no eran algo que todos compartieran, ni de lejos.
Desde que vi a la morena de alas negras, que resultó ser una morena de alas de murciélago (a la que Louis obsequió con una sonrisa que ella le devolvió), constaté que entre ellos no había dos con las mismas alas. A partir de aquella visión vampiresca (me recordó a aquella novela de Bram Stoker), convertí mi paseo de la vergüenza en una excursión por un zoo.
Me sorprendió ver hasta qué punto los ángeles tenían un catálogo de alas que se podían insertar. Desde alas de libélula que permitían a un muchacho cambiar de dirección a la velocidad del rayo, hasta alas de águila de una chica que apenas le permitían caminar acompañada por un mismo pasillo, pasando por alas de paloma gris, de buitre... y de mariposa.
Cuando encontramos a la chica mariposa, estábamos ya muy cerca del lugar donde tenían encerrado a Perk. Estábamos en un pasillo con una ventana lateral, que daba a una gran zona de techo abovedado y acristalado con un suelo tan irregular que no podía ser natural. Di un suave tirón de mis cadenas, casi sin pensarlo, y me desvié ligeramente hacia aquel cristal, muerta de curiosidad, atraída por los colores que había en su interior. Era una polilla que iba a la luz, pero, sencillamente, me daba igual.
Louis fue benévolo conmigo, y se olvidó de su papel de duro y férreo captor para dejar que satisficiera mi capricho. Me miró a los ojos, y el mundo se evaporó un instante.
-¿Quieres vernos?
Asentí con la cabeza. Rompió el contacto visual, y el universo se apresuró a explotar de nuevo y colocarlo todo en su sitio otra vez, a una velocidad a la que no estaba acostumbrado.
Me llevó hasta el cristal y soltó las riendas, dándome el control de la situación. Los ángeles de nuestro entorno se detuvieron y formaron un corrillo en torno a nosotros dos, preparados para ayudar si su compañero se lo pedía, pero yo no estaba de humor para escapar.
Mis ojos bailaron por todas las formas que se movían en aquella jaula tan bien construida: alas grises, negras, marrones, blancas... todas se entremezclaban y cobraban fuerza, moviéndose con soberbia mientras cortaban el aire. Varias chocaban y se separaban en una danza tan complicada como bonita, y lo suficientemente fascinante como para tenerme contemplándola varios minutos, mientras aguantaba la respiración, y preguntándome cómo algo tan hermoso podía contribuir a algo tan horrible.
Estaba a punto de separarme del cristal cuando una figura pequeña captó mi atención. A unos 40 metros de donde estaba yo, una chiquilla de no más de metro y medio había entrado por una puerta invisible. Y sus alas eran lo más hermoso que había visto hasta entonces: de un amarillo brillante, devolvían la luz del sol con más intensidad, moteada por los tonos rojos, verdes y azules que cubrían sus alas.
-¡Louis! ¡¿Tenéis mariposas?!
Él se acercó a mí y pegó la cara al cristal, siguiendo la dirección que mi dedo le marcaba. Sonrió.
-Oh, sí, es Gwen. Le pusieron las alas hace menos de un mes.
Como si supiera que estábamos hablando de ella, la pequeña Gwen se giró en nuestra dirección, buscó algo y finalmente nos encontró a nosotros. Sus ojos fueron de los míos a los de Louis, y una sonrisa se dibujó en la boca de la chiquilla. Sacudió la mano en el aire y Louis le devolvió el saludo. Yo no me atreví. Todavía era el enemigo, por muy preciosa e inocente que fuera.
-¿Puede volar con eso?-pregunté. Las alas, aunque bonitas y grandes, parecían demasiado débiles para soportar el peso de la chiquilla. Simplemente no eran lo bastante gruesas. Louis se limitó a encogerse de hombros.
-Aún no lo sabemos. Todavía no sabe usarlas bien.
-Pero, si lleva un mes con ellas...
-Esto-dijo, agitando sus propias alas- requiere mucha más práctica que lo de encogerse en pleno salto para llegar más lejos-replicó, y sin decir nada más, volvió a coger mi cadena y me llevó lejos de aquella ventana y la mirada inquisidora de sus compañeros.
Parecía que él no era lo único bonito que el Gobierno había hecho allí.

Lejos, a cada vez más y más decenas de metros, Gwen echó a andar. Una de sus alas se movió. La otra, no. Y por el rostro de la chiquilla cruzó tal expresión de dolor que, mientras se arrodillaba, yo no pude hacer más que sentirme mal por haber olvidado que aquellas alas, aunque bonitas, aunque útiles y liberadoras, dolían... dolían más que ninguna caída.

3 comentarios:

  1. Te he dejado comentarios en otras entradas, comentarios diciendote lo geniales y perfectas que son. Pero me da miedo que como son antiguas te quedes sin leerlos y sin saber que tu novela es la mas impresionante que he leido en mi vida. No voy a mentirte, solo me he leido la de It's 1D bitches, y ahora estoy a la mitad de la segunda parte. Pero, sabes cuantas veces me la he leido? Tres. Y ahora voy por la cuarta. Y me sigue gustando igual que la primera vez. Me la leo y me la releo, igual que se relee uno sus libros favoritos. Y me apena ver que la gente deja pocos comentarios, cuando tu novela en espectacular. Osea que yo te voy dejando unos poquitos para que lo sepas

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  2. Por que se ha cortado mi comentario a la mitad...misterios del universo. Solo decirte que eres de las pocas personas que conozco que opina igual que yo sobre los libros, sobre la vida. Que cuando hablas de Taylor parece que estes en mi cabeza, aunque para serte sincera siempre he sido mas de Harry Potter. Cuando hablas de Louis...me asusta, la verdad. Me asusta que puedas plasmar tan perfectamente lo que siento sin estar dentro de mi mente. Desde el primer momento me encanto tu forma de escribir, de pensar. Y cuando digo desde el primer momento es desde el primer momento. Con solo decirte que me he leido tantas veces tu "soy eri. La de verdad. La que se pasa las tardes aqui metida porque no tiene vida social ni tiene nada" ya me lo se de memoria. Te sigo en twitter, y te hago publicidad entre mis amigas para que lean tu novela, aunque pasan de mi las muy perras. A veces me da pena no conocerte en la vida real. Un beso enorme, y sigue escribiendo que lo haces de miedo. C.T

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    1. Aw amor, me alegra muchísimo que compartamos opiniones y que te identifiques tanto con lo que yo escribo y siento sobre Louis. Y en cuanto a lo de leer Its 1D bitches, sólo puedo darte las gracias por tus lecturas. Realmente ver cómo suben las visitas, aunque sea poco a poco y no a la velocidad con que solían hacerlo, me motiva a seguir escribiendo.
      Si lees este comentario mencióname en Twitter y ya hablamos más tranquilas, porque por aquí es un poco raro, ya ves lo que tardo en contestar... pero acabaré haciéndolo, tranquila, al igual que buscaré tus comentarios en mis entradas más viejas para poder leerlos y contestarlos como te mereces.
      Otro besazo para ti♥

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