Me habría esperado
mil cosas diferentes más allá de aquella puerta.
Cosas horribles,
cosas como océanos de magma con islas de magma solidificado por los
que tendría que saltar para salir de aquel infierno.
Cosas como un país
hecho de nubes, que sólo podrías conquistar si tenías alas.
Cosas como una
infinidad de pasillos con complejo de laberinto, al estilo de mi
Base, en el que la vida fluía como fluía la sangre por las venas y
arterias del cuerpo; decenas de personas de un lado a otro, corriendo
para cumplir con sus misiones, sin preocuparse de los demás a menos
que fuera estrictamente necesario. Gente atareada con el dedo en el
oído, escuchando las instrucciones de su próxima misión, con un
libro arrugado y utilizado hasta la saciedad en las manos, pegado al
pecho, dispuesto a disfrutar de unas vacaciones comparables a
encontrar trufa en medio de la nada, gente con los hombros cubiertos
de tatuajes, gracias a los cuales podrías saber a qué se dedicaban
cada uno de ellos, y el grado de calidad con el que hacían su
trabajo.
Pero nunca, jamás,
me hubiera esperado encontrarme con una amplia sala llena de los
muebles más lujosos que pudieras encontrar. Decorada en una escala
de grises, en el otro extremo del lugar había una televisión tan
grande como los cristales de las ventanas del comedor de mi hogar. Y
frente a ella, un sofá grisáceo en el que podrían tumbarse tres o
cuatro personas sin tocarse siquiera. Parecía hacerle frente con
valentía, parecía plantarle cara como sólo un sofá puede
plantarle cara a una televisión.
Había cuadros en
las paredes, cuadros que no pude apreciar porque no tuve tiempo, ni
energías, debido a mi estupor. Una mesa, sillas, una cómoda, y al
otro lado, una barra de acero que trataba de separar la estancia,
escudo de una cocina sin paredes a la que sólo podías identificar
por la nevera, el horno y la vitrocerámica.
Hubiera mirado a
Louis a los ojos con la estupefacción escrita en verde pardo de no
ser porque iba delante de mí, casi arrastrándome, como si le
avergonzara que pudiera ver los entresijos de su casa, o que siquiera
supiera que él tenía una casa.
-¿Todos los
ángeles vivís así?
Se encogió de
hombros, concentrado exclusivamente en sacarme de allí cuanto más
rápido mejor. Silbé, haciendo un poco de resistencia y girándome
para contemplar mi entorno, pero no me dio tregua y siguió
arrastrándome sin piedad. Podría haber protestado si quisiera, y él
habría dejado de comportarse como un bulldozer, pero lo cierto era
que nada de lo que hiciera conseguiría darme unos minutos para
estudiar el ambiente.
-No me extraña que
os aclame tanto la gente; si saben cómo vivís...-susurré, y él
contestó con un tirón que me hizo trastabillar y casi caerme. Por
suerte, mis reflejos estaban volviendo a mí, y conseguí mantener el
equilibrio sin avergonzarme aún de que una tontería semejante me
hubiera hecho tropezar y amenazar con estamparme en el suelo.
Sin mediar palabra,
se giró, me echó un vistazo, comprobando quién sabía qué, y dejó
que su mano se abalanzara sobre un cuadro de mandos que no dejaba
espacio a nada más. Unas puertas de acero se abrieron, y me empujó
dentro del ascensor más grande en el que había estado en mi vida.
Y eso que yo había
estado en muchos ascensores, los mejores amigos de un runner.
Aquellos pequeños te salvaban de cualquier cosa: desde una gran
pérdida de tiempo subiendo escaleras para volver a tu hogar, los
tejados, hasta de puerta interdimensional a los sótanos de los
edificios, la parte preferida de las ratas para proliferar. Allí era
donde más tiros se repartían. Sin olvidar, por supuesto, la
deliciosa función de escudo que hacían contra las balas de tus
enemigos, las cuales eran incapaces de atravesar las paredes de metal
que el ascensor construía en torno a ti.
A pesar de que yo
lo miraba con los ojos más inquisitivos que había conseguido
colocar, él no se molestó en alzar la cabeza. Se contemplaba los
pies, nervioso, y daba pequeños saltos que sólo consistían en
doblar y estirar las piernas. Tenía las manos entrelazadas y caídas,
con la desgana de su alma materializada en ese gesto aburrido. Quise
acariciarle el brazo, decirle que todo estaría bien. Estúpida de
mí. Yo era la que estaba encerrada en territorio enemigo, y él
debía consolarme a mí, no al revés.
Ojalá pudiera
decir que no le acaricié porque me di cuenta a tiempo de lo irónico
de la situación, pero sería mentir, y la mentira es un robo
terrible de la verdad. No, la cruda realidad era algo mucho más
simple y doloroso, inocente y traidor: tenía las manos atadas por
esposas de acero (me recorrió un escalofrío cuando mi cerebro
volvió a recibir el tacto frío y duro de mis captoras), de manera
que no podía mover una mano sin mover la otra.
-¿Estás
bien?-pregunté, inclinando la cabeza y pestañeando despacio. Todo
aquello me superaba, no estaba hecha para las sutilezas con las que
se comportaba aquella gente. Nosotros no teníamos tiempo, ni
energías, para todas aquellas tonterías: si te encontrabas mal, lo
decías, y punto. Y si no decías nada, te ibas a una misión, y sólo
tu vigilante se encargaría de darse cuenta de que en realidad no
estabas para ello, pero sería demasiado tarde y tú te distraerías
siendo un buen runner y cumpliendo con tu deber lo antes posible.
Pero, claro, cuando
tienes alas y puedes volar, todo adquiere una dimensión diferente, y
supuse que sería más difícil de manejar. Un techo más alto, unos
edificios aún más rápidos, unas caídas que no te mataban, menos
riesgos, y más dolor.
O tal vez sólo le
preocupara que más tarde tendría que limpiar su enorme habitación,
aquella cuya superficie en el lugar de donde yo procedía se
repartiría entre casi diez personas.
-Sí, sólo...
estoy preocupado.
Claro, debo de
haberle manchado algo al pobre pájaro,pensé poniendo los ojos
en blanco y asintiendo con la cabeza. Localicé la salida de
emergencia, consistente en la misma trampilla en el techo por la que
habíamos escapado Blondie y yo tres eternidades atrás, y me
satisfizo darme cuenta de que no había perdido facultades. Luego,
miré en derredor, y cientos de Kats diferentes me devolvieron la
mirada cautelosa y curiosa que tan sólo una cautiva que siempre ha
sido libre podía tener. Me acerqué a un espejo, y sentí cómo mi
ángel de la guarda alzaba la mirada y me estudiaba en silencio,
preguntándose qué hacía, pero con miedo a preguntar.
Mi reflejo no me
dejó entrever nada que no hubiera visto en la habitación en la que
me habían mantenido presa: mi cuerpo se guardaba con celo el secreto
de la caída, dejando que éste sólo se entreviera en mi labio
partido y mi frente magullada, con la herida cicatrizando lenta y
trabajosamente, pero sin pausa, lo cual era de agradecer. Todos los
tatuajes estaban allí, y mis ojos aún conservaban las rayas negras
que aportaban una mirada felina y me hacían parecerme aún más a un
gato de ojos verdes, pelo rojo y movimientos elegantes.
Parecía la misma
chica que había salido de la Base con intención de volver, pero en
mi interior, yo sabía que aquella chica agonizaba en una cama
rodeada de cortinas corridas, y que la que iba a ocupar su lugar no
se tomaba la molestia de sentarse a apretarle la mano, decirle que el
viaje que iba a tomar sería duro, pero le causaría un descanso sin
parangón.
-Asegúrate de
notar las esposas-me dijo él, sacándome de mi ensoñación y
rompiendo el hechizo hipnótico en el que me había sumido a mí
misma-. Cuando las notas, te pones tensa. No quiero que estés
demasiado relajada porque sea yo quien te lleve de paseo, y no otro.
Los demás no deben notar que tenemos un pasado.
-¿No saben que
eres un traidor? ¿No os gustan los traidores?
-¿A quién le
gustan?-replicó, frunciendo el ceño. Alcé en un acto reflejo una
comisura de mis labios, divertida por la pequeña victoria que me
había anotado en mi marcador-. En serio, Kat. Llévalas a la vista.
Con ellas no representas ninguna amenaza.
-La única amenaza
que hay aquí está en tu espalda-contesté yo, y alcé las manos y
señalé sus alas a modo de reiteración de mi postura. Él echó un
vistazo sobre su hombro, y no dijo más nada.
El ascensor se
detuvo lentamente, como si la atmósfera electrificada le afectara
también a él, y las puertas se abrieron en un silencio tan absoluto
que me llamó la atención. Louis carraspeó, y se dispuso a
arrastrarme igual que a un animal de carga otra vez, conduciéndome
por los parajes más pintorescos sin tocarme siquiera. Rodeó con los
dedos la cadena que unía a mis dos preciosas pulseras, y tiró de
mí.
Se me hizo muy
difícil caminar tras él, principalmente porque sus alas se movían
al andar (como era natural), y me golpeaban y acariciaban a partes
iguales. Además, mi campo de visión se veía muy reducido por lo
que tenía delante, de manera que apenas podía distinguir luces y
señales por todas partes, compuestas en un azul claro que recordaba
al cielo.
Pero cuando
llegamos a la zona donde la vida palpitaba, todo cambió. Sus pasos
se volvieron más calmados, mucho más calculados, como si controlara
la situación y fuera el único que tenía ese poder... al contrario
que los míos, que se volvieron más irregulares e indecisos.
Apenas giramos una
esquina que nos vomitó en un pasillo concurrido, sentí todos los
ojos de la Central de Pajarracos Express clavándose en mí. Parecía
que habían recordado mi presencia de repente y querían tenerme bien
vigilada.
Decenas y decenas
de personas con protuberancias clavadas en la espalda se volvieron y
se me quedaron mirando con incredulidad, como si el bicho raro fuera
yo. Vamos, hombre, yo no era la que tenía alas ensartadas en la
espalda, yo no era el experimento genético... y me hicieron sentir
como tal.
Hubiera agachado la
cabeza de no haberme recordado a mí misma que era una embajadora de
los runners en aquel lugar, y que debía comportarme como tal: cabeza
alta, hombros atrás, mirada de desaprobación, odio manando de mis
poros cual veneno. Desde luego, eso era lo que recibía con cada
pestañeo de uno de aquellos seres antinaturales: odio, odio,
puñaladas de odio, flechas de odio, aguijonazos de puro odio.
Los ojos bajaban
rápido a las cadenas que me mantenían presa, y comprendí el
nerviosismo de Louis por que se vieran bien: en cuanto notaban que
estaba atrapada y que no había manera de que fuera peligrosa, su
odio se relajaba un poco. Ya no les apetecía tanto matarme rápido,
sino jugar conmigo de la misma forma que el gato juega con el ratón
al que acaba de cazar. Por supuesto, yo no me dejaría cazar
fácilmente.
A no ser que jugara
con desventaja. Y las putas esposas eran una desventaja.
A medida que iba
caminando detrás de Louis, me di cuenta de que yo no era la única
diana para aquellas flechas oculares. De vez en cuando, algunas
chicas se molestaban en cambiar su objetivo, y contemplaban a Louis
con preocupación. Se mordían los labios, bajaban la mirada, se
retorcían las manos nerviosas, y todo aumentaba a medida que la
distancia entre nosotros y ellas se reducía. Luego, cuando su
influjo pasaba, volvían a contemplarme.
-Eres una especie
de don Juan, ¿verdad?-inquirí, y algunos sisearon al escucharme
hablar. Vaya, pero si habla y todo, parecían decir aquellos
susurros aterrorizados.
-Lo que pasa es que
soy muy guapo-replicó Louis, regalándome una sonrisa que levantó
siseos más silenciosos pero con más furia. Decidí divertirme, y a
partir de ese momento les devolví la mirada a todas y cada una de
las muchachas que contemplaban a mi captor con ojos de cordero
degollado. Ellas eran conscientes de lo mismo que yo: la cercanía
con la que Louis me aferraba no era estrictamente profesional, y
desde luego él no ponía mucho empeño en hacer que no se notara que
iba confiado conmigo. De vez en cuando nuestras manos se rozaban, y
yo notaba cómo el corazón me daba un vuelco, más por las
reacciones de las chicas que por cómo me hacía sentir aquella piel
contra la mía.
Varios ángeles
incluso se giraron cuando pasamos, consumiéndose en llamaradas de
fastidio, y yo me permitía sonrisas de autosuficiencia que hacían
que las llamas aumentaran aún más su calor: “Sí, ¿lo veis? A mí
me esposa antes que a vosotras. Y no necesito unas alas para vuestros
polvos celestiales”.
Cuando vi a lo
lejos la silueta de una morena de alas negras, traslúcidas, fue
cuando comencé a fijarme en las diferencias que había entre los
ángeles. Me reprendí a mí misma por no darme cuenta antes de que
las alas blancas de Louis no eran algo que todos compartieran, ni de
lejos.
Desde que vi a la
morena de alas negras, que resultó ser una morena de alas de
murciélago (a la que Louis obsequió con una sonrisa que ella le
devolvió), constaté que entre ellos no había dos con las mismas
alas. A partir de aquella visión vampiresca (me recordó a aquella
novela de Bram Stoker), convertí mi paseo de la vergüenza en una
excursión por un zoo.
Me sorprendió ver
hasta qué punto los ángeles tenían un catálogo de alas que se
podían insertar. Desde alas de libélula que permitían a un
muchacho cambiar de dirección a la velocidad del rayo, hasta alas de
águila de una chica que apenas le permitían caminar acompañada por
un mismo pasillo, pasando por alas de paloma gris, de buitre... y de
mariposa.
Cuando encontramos
a la chica mariposa, estábamos ya muy cerca del lugar donde tenían
encerrado a Perk. Estábamos en un pasillo con una ventana lateral,
que daba a una gran zona de techo abovedado y acristalado con un
suelo tan irregular que no podía ser natural. Di un suave tirón de
mis cadenas, casi sin pensarlo, y me desvié ligeramente hacia aquel
cristal, muerta de curiosidad, atraída por los colores que había en
su interior. Era una polilla que iba a la luz, pero, sencillamente,
me daba igual.
Louis fue benévolo
conmigo, y se olvidó de su papel de duro y férreo captor para dejar
que satisficiera mi capricho. Me miró a los ojos, y el mundo se
evaporó un instante.
-¿Quieres vernos?
Asentí con la
cabeza. Rompió el contacto visual, y el universo se apresuró a
explotar de nuevo y colocarlo todo en su sitio otra vez, a una
velocidad a la que no estaba acostumbrado.
Me llevó hasta el
cristal y soltó las riendas, dándome el control de la situación.
Los ángeles de nuestro entorno se detuvieron y formaron un corrillo
en torno a nosotros dos, preparados para ayudar si su compañero se
lo pedía, pero yo no estaba de humor para escapar.
Mis ojos bailaron
por todas las formas que se movían en aquella jaula tan bien
construida: alas grises, negras, marrones, blancas... todas se
entremezclaban y cobraban fuerza, moviéndose con soberbia mientras
cortaban el aire. Varias chocaban y se separaban en una danza tan
complicada como bonita, y lo suficientemente fascinante como para
tenerme contemplándola varios minutos, mientras aguantaba la
respiración, y preguntándome cómo algo tan hermoso podía
contribuir a algo tan horrible.
Estaba a punto de
separarme del cristal cuando una figura pequeña captó mi atención.
A unos 40 metros de donde estaba yo, una chiquilla de no más de
metro y medio había entrado por una puerta invisible. Y sus alas
eran lo más hermoso que había visto hasta entonces: de un amarillo
brillante, devolvían la luz del sol con más intensidad, moteada por
los tonos rojos, verdes y azules que cubrían sus alas.
-¡Louis! ¡¿Tenéis
mariposas?!
Él se acercó a mí
y pegó la cara al cristal, siguiendo la dirección que mi dedo le
marcaba. Sonrió.
-Oh, sí, es Gwen.
Le pusieron las alas hace menos de un mes.
Como si supiera que
estábamos hablando de ella, la pequeña Gwen se giró en nuestra
dirección, buscó algo y finalmente nos encontró a nosotros. Sus
ojos fueron de los míos a los de Louis, y una sonrisa se dibujó en
la boca de la chiquilla. Sacudió la mano en el aire y Louis le
devolvió el saludo. Yo no me atreví. Todavía era el enemigo, por
muy preciosa e inocente que fuera.
-¿Puede volar con
eso?-pregunté. Las alas, aunque bonitas y grandes, parecían
demasiado débiles para soportar el peso de la chiquilla. Simplemente
no eran lo bastante gruesas. Louis se limitó a encogerse de hombros.
-Aún no lo
sabemos. Todavía no sabe usarlas bien.
-Pero, si lleva un
mes con ellas...
-Esto-dijo,
agitando sus propias alas- requiere mucha más práctica que lo de
encogerse en pleno salto para llegar más lejos-replicó, y sin decir
nada más, volvió a coger mi cadena y me llevó lejos de aquella
ventana y la mirada inquisidora de sus compañeros.
Parecía que él no
era lo único bonito que el Gobierno había hecho allí.
Lejos, a cada vez
más y más decenas de metros, Gwen echó a andar. Una de sus alas se
movió. La otra, no. Y por el rostro de la chiquilla cruzó tal
expresión de dolor que, mientras se arrodillaba, yo no pude hacer
más que sentirme mal por haber olvidado que aquellas alas, aunque
bonitas, aunque útiles y liberadoras, dolían... dolían más que
ninguna caída.
Te he dejado comentarios en otras entradas, comentarios diciendote lo geniales y perfectas que son. Pero me da miedo que como son antiguas te quedes sin leerlos y sin saber que tu novela es la mas impresionante que he leido en mi vida. No voy a mentirte, solo me he leido la de It's 1D bitches, y ahora estoy a la mitad de la segunda parte. Pero, sabes cuantas veces me la he leido? Tres. Y ahora voy por la cuarta. Y me sigue gustando igual que la primera vez. Me la leo y me la releo, igual que se relee uno sus libros favoritos. Y me apena ver que la gente deja pocos comentarios, cuando tu novela en espectacular. Osea que yo te voy dejando unos poquitos para que lo sepas
ResponderEliminarPor que se ha cortado mi comentario a la mitad...misterios del universo. Solo decirte que eres de las pocas personas que conozco que opina igual que yo sobre los libros, sobre la vida. Que cuando hablas de Taylor parece que estes en mi cabeza, aunque para serte sincera siempre he sido mas de Harry Potter. Cuando hablas de Louis...me asusta, la verdad. Me asusta que puedas plasmar tan perfectamente lo que siento sin estar dentro de mi mente. Desde el primer momento me encanto tu forma de escribir, de pensar. Y cuando digo desde el primer momento es desde el primer momento. Con solo decirte que me he leido tantas veces tu "soy eri. La de verdad. La que se pasa las tardes aqui metida porque no tiene vida social ni tiene nada" ya me lo se de memoria. Te sigo en twitter, y te hago publicidad entre mis amigas para que lean tu novela, aunque pasan de mi las muy perras. A veces me da pena no conocerte en la vida real. Un beso enorme, y sigue escribiendo que lo haces de miedo. C.T
ResponderEliminarAw amor, me alegra muchísimo que compartamos opiniones y que te identifiques tanto con lo que yo escribo y siento sobre Louis. Y en cuanto a lo de leer Its 1D bitches, sólo puedo darte las gracias por tus lecturas. Realmente ver cómo suben las visitas, aunque sea poco a poco y no a la velocidad con que solían hacerlo, me motiva a seguir escribiendo.
EliminarSi lees este comentario mencióname en Twitter y ya hablamos más tranquilas, porque por aquí es un poco raro, ya ves lo que tardo en contestar... pero acabaré haciéndolo, tranquila, al igual que buscaré tus comentarios en mis entradas más viejas para poder leerlos y contestarlos como te mereces.
Otro besazo para ti♥