jueves, 21 de septiembre de 2017

Zona de guerra y paraíso.

La atmósfera de la ciudad, antigua como la arquitectura, hace que algo dentro de mí cambie. La primera tarde que pasamos allí produce una minúscula revolución en mi interior.
               Me doy cuenta de que ya no me escondo, no quiero esconderme. Me pego a Tommy instintivamente y celebro cómo él me recibe con entusiasmo. Me gusta estar cerca de él, sentir el calor de su cuerpo y la firmeza de éste a mi lado mientras contemplamos la ciudad, que se recorta contra el cielo naranja como si de un animal habitante de las tinieblas todavía no descubierto se tratara.
               Creo que nos afecta a todos, en realidad. Veo a Eleanor radiante de alegría. Veo a Scott, incapaz de separarse de ella. Veo a Chad y Aiden tan entusiasmados que se olvidan por un momento se soltarse las manos cuando entramos en la catedral, a pesar de que la Iglesia no aprueba que se quieran, como si no hubiera otras cosas más horribles de las que quejarse que el amor entre dos personas del mismo sexo, que se aman tanto que sus ojos relucen como dos estrellas apenas se ha puesto el sol.
               Veo a Diana apartarse un millón de veces el pelo de la cara a toda velocidad, leyendo su guía, con la nariz pegada a ella, alejándose de aquella chica que se ha bajado del avión esta misma tarde, abrazada a un peluche de un unicornio que Astrid le ha traído directamente desde su habitación, y, con las gafas de sol aún puestas, se pone a firmar autógrafos de la gente que ya chilla su nombre en la misma pista de aterrizaje.
               Y veo a Tommy.
               Sobre todo, veo a Tommy. Veo cómo mira en todas direcciones, empapándose de la cultura, cómo se acerca a las placas con información, cómo se aproxima disimuladamente a los grupos de turistas cuando escucha al guía hablar inglés o español para enterarse de algo que nos pueda contar a nosotras. Le veo examinar postales, llaveros, regalos para sus hermanos, su padre y su madre, le veo mirar a Scott, y veo a Scott mirarle a él, y les veo sonreírse en la distancia, como si no estuvieran acostumbrados a estar lejos del otro y tuvieran que comprobar que todo va bien para su hermano, aun estando de vacaciones, o algo así.
               Y veo lo que hace cuando se acerca a Diana y a mí. A Diana le abraza la cintura, se la aprieta con cariño, y a mí me coge la mano con discreción. Pero ya no mira en todas direcciones, buscando ojos indiscretos que puedan estropear nuestro momento íntimo. Me agarra la mano, me acaricia los nudillos con el pulgar, y no le importa que alguien pueda vernos. Puede que sea por la ciudad. O puede que sea porque, simplemente, está cansándose de esconderse.
               Yo estoy cansada, pero no quiero que él se exponga a todo lo que sé que sucederá en cuanto se descubra que en su corazón no hay una, sino dos.
               -¿Estás bien?-me pregunta mientras bajamos las escaleras, inmensas, de esas que necesitas dar varios pasos para descender un escalón. Asiento con la cabeza y acepto la mano que él me tiende, y el mundo a nuestro alrededor se desvanece por un instante. Mis rodillas tiemblan cuando me encuentro con sus ojos, e, irremediablemente, tropiezo con un adoquín irregular que no veo y estoy a punto de caerme al suelo.
               Por suerte, él me coge. Me agarra por los codos y evita que me dé el guarrazo de mi vida. Nos miramos un momento, cohibidos. Su boca está a centímetros de la mía. Sus ojos tienen un cariz oscuro, como de océano que no ha conocido los arrecifes de coral por ser demasiado profundo, que la noche incipiente ha puesto allí.
               Se moja los labios con la lengua, observando los míos. Se me acelera el corazón. Se inclina un poco hacia mí.
               -Tommy-advierte de repente Scott, rompiendo el hechizo. Tommy despierta de la ensoñación, me deja sin aliento cuando se gira hacia su mejor amigo, que hace un gesto con la cabeza en dirección a un grupo de chicas que se está haciendo una foto de grupo a escasos metros de nosotros. Vemos a la turista que sostiene la cámara, así que la cámara también nos ve a nosotros.
               Tommy asiente con la cabeza, resignado, y me ayuda a incorporarme.
               -Gracias-susurro con timidez, notando cómo mis mejillas arden. Probablemente esté roja como un tomate. Pienso que eso le gusta. Le suele gustar.
               -Lo siento-responde, sin embargo. Niego con la cabeza.
               -No te preocupes.
               -No, sí que me preocupo, princesa. Siento que todo tenga que ser así-se pasa una mano por el pelo y yo le acaricio el mentón en un segundo de distracción que le robo al mundo-. Estoy harto.
               -Sólo un par de semanas más-le recuerdo, y él me mira, cansado.
               -No quiero esperar más. Te quiero. Quiero que todo el mundo lo sepa. No estamos haciendo nada malo.
               -Lo sé-respondo-. Pero ellos no.
               Me ha costado entenderlo. Incluso le confronté una vez, creyendo que él jamás se pondría tan mal por pelearse conmigo como se puso cuando Diana y él estuvieron mal.
               -Debería haberme dado cuenta-acusé-, a ella la llamas nena, y a mí, princesa-negué con la cabeza-. A las princesas se las adora, pero no se las quiere. Empezaste antes con Diana porque la querías, y estuviste conmigo después porque te necesitaba, pero no porque tú me necesitaras a mí, y me siento tan miserable por dejar que lo pases mal por mi culpa…
               Pero, por fin, lo he hecho. Me incorporo, me limpio el borde de los playeros y me giro para ver cómo Diana prácticamente trota escaleras abajo.
               -Perdón, me he entretenido con as vistas a la Basílica-explica. Sonrío, niego con la cabeza, y dejo que se ponga al lado de Tommy, que me mira con la tristeza tiñendo sus ojos azules.
               -No importa, T, de verdad.
               Pero lo noto. Veo el cambio en su actitud. Veo que ya no me coge la mano por debajo de la mesa, sino que lo hace por encima de ella. Le sale de dentro. Comemos y reímos y nos olvidamos de todo por unos instantes, y sienta bien. Tremendamente bien.
               Nos vamos a la cama. Invito a Diana a dormir con nosotros, a pesar de que todos tenemos una habitación más grande que dos de la residencia de estudiantes en la facultad de Medicina. La cama es inmensa. Diana se niega, dice que está molida, que prefiere dejarnos intimidad, que puede que incluso ronque.
               Tommy se mantiene callado. Normalmente, insistiría. Incluso en eso le está cambiando la ciudad.
               -Por favor-musito, sonriendo, después de que Diana termine su perorata. Mira, indecisa, la puerta de su habitación. Apoya la mano en el sofá de cuero de la suite, el que está frente a la inmensa televisión, y se muerde el labio.
               -No quiero molestaros-dice con un hilo de voz, mirando a Tommy, luego a mí.
               -No nos molestas, Didi. Venga-le cojo la mano y tiro suavemente de ella-. ¿Y si repetimos lo de tu habitación? A mí me gustó. Me gustó mucho.
               Tommy me mira un segundo.
               -Estás diferente.
               -Me siento diferente-respondo, aunque rehúyo su mirada. Creo que invito a Diana no sólo porque disfruto de su compañía, sino porque me da miedo quedarme a solas con Tommy y querer… hacer eso. Y no poder. No quiero estropearle las vacaciones. Lo ha pasado muy mal. Se lo merece. Se merece todo lo bueno del mundo.
               -Pues, emm…-Diana se toquetea la cola de caballo en la que ha recogido su melena rubia-. Creo que… voy a por mi pijama.
               -¿No duermes con la camiseta de Tommy?-pregunto, señalando la que lleva puesta, que siempre se pone justo después de cenar y se quita antes de acostarse, para que esté calentita, y que huela a él.
               -¿No la quieres tú?-pregunta él, y yo me sorprendo poniéndome roja como un tomate y murmurando un azorado sí.
               Me siento en la cama, evitando mirarle. Hay un fuego en mi interior que no se apaga. La chispa de las escaleras ha provocado un incendio, la chispa que empezó cuando él me acarició los nudillos. Aprieto los muslos y niego débilmente con la cabeza, recriminándome pensar en eso. Estoy empezando a convencerme de que Tommy no es para mí, ¿por qué, si no, sería incapaz de acostarme con él? ¿Por qué no le permito que me cure? Es tan frustrante.
               Tommy carraspea, me tiende la camiseta, y yo me doy la vuelta y me quedo mirando con la boca ligeramente abierta su pecho desnudo. Me gusta la forma de sus abdominales, la dureza de sus pectorales, que no están demasiado hinchados pero sí perfectamente definidos… pero, sobre todo, me encanta la fuerza que desprenden sus brazos. Me descubro a mí misma deseando que me estreche tan fuerte entre ellos que termine exprimiéndome como si fuera una naranja a la que le saca el jugo.
               Y lo noto. Ese huequecito entre mis muslos, abriéndose como una flor para él. Se me seca la boca mientras otra zona de mi cuerpo se encharca. Tommy se acerca hacia mí, clavando las rodillas en el colchón. Noto cómo me observa mientras yo dejo reposar su camiseta, que huele deliciosamente a él, que está deliciosamente calentita, sobre mi regazo.
               -Layla-empieza, y su voz es tan deliciosamente ronca que me parece incluso frustrante no estar escuchándola mientras él me posee. Levanto la cabeza para ver cómo sus ojos son todo pupila, oscurecidos por la excitación que se hace evidente en su cuerpo, que es más sutil en el mío. Tiene los ojos fijos en mis pechos, y me percato, como lo haces cuando de repente te das cuenta de que estás respirando o parpadeando inconscientemente, de ellos. Cada poro de mi piel se me hace evidente en ese instante. Noto la ligera rozadura, placentera y a la vez prohibida, del algodón de la camiseta en mis pezones endurecidos.
               Exactamente el punto que está mirando Tommy.
               -… tienes que…-continúa, traga saliva y carraspea-. Quitarte la camiseta. Para ponerte la mía. Ya sabes.
               -Sí. Es verdad-susurro, y, por un momento, me aterroriza la sola idea de que piense que soy estúpida por quedarme ahí, pasmada, mirándolo. Lentamente, me llevo las manos hacia el borde de la camiseta, y comienzo a levantármela. Lo hago despacio, despacio, despacio, tanto que creo que le voy a volver loco, que yo misma me volveré loca.
               La coloco con cuidado sobre la cama, dándole la espalda. Empiezo a estirar la suya.
               -Princesa-susurra, y me recorre un escalofrío-, ¿me dejas… puedo… verte?
               Le miro por encima del hombro. Le cuesta incluso respirar. Me giro lentamente, abrazándome a mí misma. Hace un poco de frío en la habitación, nada que ver con el incendio que hay dentro de mí.
               -No te tapes-me pide, y yo retiro con timidez las manos. Se acerca un poco más a mí. Nos miramos un segundo, él a mis pechos, yo a su erección, cada vez más evidente y grande.
               -Quiero tocarte-dice después de unos instantes que se me hacen eternos. Levanto la vista. Sus ojos están en los míos.
               -Y yo, que me toques.
               Se pega más a mí en silencio. Me da un suave beso en los labios, se arrodilla a mi lado, y recorre con sus manos el contorno de mis senos. Me pellizca ligeramente los pezones y sonríe en mi boca cuando dejo escapar un suave gemido. Continúa bajando. Mete la mano por los pantalones que aún no me he quitado. Se detiene en el elástico de mis bragas. Su lengua se introduce en mi boca y el que gime es él, cuando yo le acaricio el miembro endurecido sobre los pantalones.
               -Sí-susurro, separando ligeramente las piernas, sintiendo mis palpitaciones en sus dedos. Su índice y su corazón llegan a las puertas de mi sexo, que se abren para él, festejando su contacto.
               Me descubro metiendo la mano por su pantalón, por sus calzoncillos, agarrando suavemente esa protuberancia de sus pantalones. Me descubro preguntándome por qué no duerme en calzoncillos. Me descubro deseando que lo haga.
               Lentamente, Tommy empieza a masajearme con movimientos circulares, que yo imito en la base de su pene con mi mano. Dejo escapar un gemido y él también gime.
               -Tommy…-susurro.
               -Layla-responde. Le acaricio el pecho con la mano libre mientras le doy placer con la otra.
               Tommy empieza a tirar de mis bragas, y, cuando estoy convencida de que por fin lo vamos a hacer, la puerta se abre.
               -Perdón por haber tardado tanto, es que no encontraba mi mascarilla para…-empieza Diana, y se queda clavada en el sitio cuando nos ve de esa guisa. Tommy da un brinco y se aparta de mí, yo me incorporo y me tapo los pechos con las manos-. ¡Oh, Dios! ¡Lo siento! ¡Perdón! No pretendía… yo… creo que veré una peli, o algo así. Para daros intimidad.
               Tommy se queda callado, quizás un poco esperanzado y un poco herido. Pero yo no voy a dejar que Diana se marche así como así. No me parece… no quiero… no quiero hacerlo con él en esta ciudad que nos vuelve locos a ambos. No quiero despertarme en mi cama de Inglaterra dentro de unos meses y pensar que esto ha sido un error, que me dejé llevar por un ambiente que no es el mío. Así que sacudo la cabeza y palmeo la cama a mi lado. Tommy traga saliva, no dice nada.
               -No íbamos a hacer nada, Didi-respondo-. No estábamos… haciendo nada-miro indecisa a Tommy, que asiente con la cabeza, dándome ánimos. Diana se muerde el labio y contempla al chico que compartimos.
               -¿Seguro? Porque puedo dar una vuelta, o quedarme en la suite, o…
               -No te preocupes, Didi.
               Miro a Tommy, buscando su apoyo. Y me lo cede, porque es un sol.
               -Sí, deberíamos acostarnos ya. Mañana empezamos los ensayos, y tenemos muchísimo que ver, ¿no es así?
               Diana asiente, tímida. Se acerca en silencio a mí, me da un beso de buenas noches, me susurra un lo siento al oído, se inclina para besar a Tommy en los labios, rodea la cama y se mete bajo las mantas. Tommy se me queda mirando un momento.
               -¿Estás bien?
               -Genial-respondo, escondiéndome bajo las sábanas-. ¿Y tú?
               -También. Que descanses, princesa-me besa en los labios, su beso sabe a la promesa de algo que vamos a compartir.
               -Buenas noches-contesto, tímida, y me doy la vuelta para darles la espalda y concederles intimidad.
               Tommy me rodea la cintura con el brazo y se pega a mí. Escucho a Diana revolverse en la cama, buscando postura, en la oscuridad.
               Noto su dureza en mi trasero.
               Y tardo un montón en dormirme, pensando en lo que pudo ser, en lo que ha sido, en si lo lamentaré o no.


-Voy a ir con Scott a por los regalos de Sabrae, ¿necesitáis algo?-pregunta. Me revuelvo en la cama y abro lo ojos. Está vestido, más o menos. Lleva unos pantalones vaqueros a medio abrochar, una camiseta azul que hace que sus ojos brillen, y una chaqueta de cremallera abierta que nos permite ver la camiseta y los músculos que se intuyen debajo de ésta. Me quedo sin aliento, observándole. Niego lentamente con la cabeza.
               Diana abre un ojo y se lo queda mirando.
               -Tenemos ensayo-le recuerda.
               -Volveremos antes de tener que irnos, no te preocupes, americana-le guiña un ojo y algo en mi interior se retuerce. Diana sonríe, se estira y asiente con la cabeza, hace un gesto con la mano que a todas luces significa “puedes irte” y se da la vuelta en la cama. Tommy gatea por ella, me da un beso en los labios y luego otro a Diana. Me acaricia los nudillos antes de marcharse y cerrar la puerta despacio tras de sí.
               Todavía siento el poso de su beso en mis labios incluso después de desayunar, incluso cuando bajamos a la recepción del hotel a esperarles con gesto serio, que se evapora en cuanto aparecen. Chad vuelve de unos sofás en los que ha estado metiéndose mano descaradamente con Aiden, se aplasta el pelo y alza las cejas.
               -¿Nos vamos ya?-pregunta.
               -¿Podemos dejar las cosas en la habitación?-responde Scott.
               -No-respondo yo, negando con la cabeza y cruzándome de brazos. Tommy sonríe ante mi pobre intento de parecer enfadada, se pone de puntillas y me da un beso en la mejilla.
               -Tommy-exclama en voz baja Scott, pero Tommy tiene los ojos fijos en mí y yo los tengo en él. Diana nos mira, expectante. Se aparta un mechón de pelo de la cara, colocándoselo tras la oreja, y se gira sobre sus talones, buscando alguien que haya podido vernos.
               -¿Me dejarás compensarte el haberte hecho esperar?
               -Me lo pensaré-respondo, ignorando las caricias en mi brazo que él me está dando, fingiendo que no me importan. Él sonríe, me guiña un ojo y echa a andar en dirección a las puertas.
               -Venga, S, tenemos una actuación que preparar.
               Cuando llegamos al Teatro Nacional, un edificio inmenso a orillas del río Moldava, me recorre un escalofrío. Nos abren una puerta lateral que atravesamos con las cabezas alzadas, observando la arquitectura del imponente edificio. Nos llevan por un laberinto de pasillos, pasamos de largo varias decenas de puertas, hasta que nos conducen a unas escaleras.
               Y, de repente, estamos en el escenario. Un escenario incluso mayor que aquel al que estamos acostumbrados, del plató del concurso. Es bastante más ancho, un poco más profundo, y su techo es mil veces más alto. Me quedo mirando la maraña de escaleras, focos y cuerdas que penden sobre nuestras cabezas, preguntándome qué tendrán en mente hacer con ellas, si las utilizaremos.
               Me fijo en que hay un arnés y me fallan las rodillas. Espero de corazón que no pretendan subirnos ahí, colgarnos del techo o algo así. Chad me sujeta, me da la mano y me da un cariñoso apretón. En sus ojos hay una interrogación: ¿estás bien? Señalo los cables de acero, las cuerdas, los focos y los pasadizos secretos de los que nadie del público sabrá jamás. También ve el arnés. Tuerce la boca, pensativo.
               -¿Qué vais a hacernos esta vez?-pregunta cuando nos acercamos al borde del escenario y nos fijamos en June, que está sentada en la tercera fila, toqueteando en su iPad y haciendo fotografías tanto de la parte frontal como de la trasera y los laterales del imponente edificio. June levanta la vista y sonríe. Se incorpora y se afianza el lazo de su chaqueta.
               -Os va a encantar lo que tenemos pensado-promete, acercándose a nosotros, subiendo las escaleras. Diana y Scott también han visto el arnés.
               -No pretenderéis colgarnos del techo, ¿verdad?-inquiere Chad, receloso.
               -Soy una ciudadana de los Estados Unidos de América-suelta Diana-, seguro que eso va contra mis derechos, estoy convencida.
               -¿Qué?-pregunta June, levantando la vista y echándose a reír-. Oh, eso. No, tranquilos, no es para vosotros.
               -¿Es que queréis rematar a Taraji?
               -En absoluto-ríe June-. No lo va a usar ella. Es para Eleanor.
               Noto que Tommy se pone pálido.
               -¿Qué?
               -Ya hemos hablado de su actuación, vino a verme por la noche, antes de que me acostara. Me estuvo contando lo que pretendía hacer, y me gustó su idea. Estoy segura de que a las juezas les entusiasmará-sonríe, agarrándose a su iPad. Tommy bufa.
               -No vais a colgar a mi hermana del techo como si fuera un puto candelabro, o algo así.
               -Tu hermana ya es mayorcita para decidir qué quiere hacer y qué no, Tommy, y me temo que tú no puedes hacer nada para que cambie de opinión. Están preparando eso para ella-señala el aparato-, Simon ya sabe de sus intenciones, y no tiene planeado dar marcha atrás. Eleanor va a hacer algo que no se ha visto en ningún programa como éste. Nos disparará la audiencia.
               -Ha habido un montón de gente que se ha colgado del techo, no es nada nuevo. Los ingleses estamos hartos de ver gente colgando-protesta mi chico.
               -Sí, pero no boca abajo.
               -¿Perdón?-espeta Scott.
               -¿Disculpa?-suelta Tommy. June suspira.
               -Eleanor quiere llevar sus capacidades al límite. Es muy complicado cantar boca abajo, como me imagino que habréis intentado en alguna ocasión. Si a eso le añadimos que estará a unos 4 metros del suelo…
               -… y que una caída le partiría el cuello y la mataría…
               -… la actuación será espectacular. Eleanor va a por todas. Los demás no deberíais dormiros en los laureles-aconseja.
               Tommy se cruza de brazos.
               -No puedo creer que esta puñetera niña haya creído que es buena idea colgarse del techo como si fuera un jamón secando. ¿Es imbécil? Ya hablaré yo con ella, ya verás.
               -¿Qué nos tenéis preparado?-pregunto, notando que la tensión escala y revolviéndome con incomodidad. El semblante de June se enciende, le abre la tapa a su iPad, lo desbloquea, y nos lo muestra. Nos enseña varios bocetos del vestuario que vamos a llevar, bocetos también del escenario, esbozos de la coreografía.
               -¿Os gusta Coldplay?
               -¿El agua moja?-responde Scott, alzando las cejas.
               -Genial. Me lo supuse, ¿sabéis? Tenéis cara de que os guste Coldplay. Hemos decidido que cantaréis Paradise. Casa genial con el destino, ¿no os parece?-sonríe, y asentimos.
               -Ni que lo digas-murmura Chad, y Diana se gira, lo mira y le sonríe.
               -Habíamos pensado en que empezaríamos con el escenario a oscuras, incluso con las luces de salida de emergencia apagadas. Se enciende un foco entonces-pasa un dibujo-, y aparece uno de vosotros con un violín, en soledad, sin que se vea nada más que a él… ¿alguno de vosotros…?
               -Yo toco el violín-se adelanta Chad. Tommy le toca la barbilla.
               -El hombre orquesta, nuestro joven irlandés-sonríe, y Chad se echa a reír.
               -Genial, pues puede empezar Chad. La idea es que con el inicio de la música se ilumine el escenario, primero vuestra silueta, a continuación vuestros rostros… haríamos un juego de luces, todo estaría más o menos en penumbra, hasta que se encendieran todas las luces con el espectro del prisma en el estribillo. También repartiríamos palitos luminosos entre el público con control remoto. Así sería todo mucho más espectacular.
               -Como en los conciertos, ¿no?-pregunta Scott. June asiente.
               -Sí, exacto. Bien, si os parece…-June echa a caminar por el escenario y va explicándonos lo que nos harán hacer dentro de un día, aceptando ideas y anotando sugerencias en cada diapositiva de las que tiene almacenadas. La actuación va cobrando sentido y cuerpo en nuestra cabeza, y, cuando terminamos con la pequeña reunión y pasamos a preparar los movimientos ya con nuestra tutora de la semana, estamos tan entusiasmados que prácticamente se nos olvida que estamos en un país extranjero, en una ciudad que no conocemos, y que es absolutamente preciosa. Nos morimos por comenzar a ensayar. Scott incluso bromea con perderse “accidentalmente” el cumpleaños de Sabrae, pero, a la hora de comer, cuando salimos y paseamos de nuevo por las calles empedradas, la realidad va absorbiéndonos de nuevo poco a poco. Mientras los chicos salen a hacer turismo, Diana y yo tenemos que quedarnos en la habitación, mientras nos toman las medidas y empiezan a confeccionar nuestros vestidos, pegados al cuerpo y a la vez sueltos, de corte similar al que llevé en mi actuación en solitario, pero con mangas y hombros esta vez.
               El de Diana es dorado, el mío, color plata. Se pegarán a nuestros cuerpos como una segunda piel, marcando nuestras curvas y resaltando nuestra figura, convirtiéndonos en dos gotas de agua y luz: ella, solar; yo, lunar.
               Para cuando terminan con nosotras, Tommy, Scott, Eleanor, Chad y compañía están perdidos por las calles, imposibles de localizar. Así que nos cambiamos el calzado, nos ponemos ropa cómoda, revolvemos en busca de mochilas en las que llevar la cartera, el móvil y la cámara de fotos, y salimos, guía en mano, a descubrir un poco más la ciudad. Diana se detiene en casi todos los monumentos, pasa páginas a toda velocidad buscando información sobre ellos y me la lee en voz alta y clara, quizás un poco acelerada, pero no se lo tengo en cuenta. Paseamos por las pequeñas calles, nos detenemos en tiendas de regalos y en un pequeño mercado de flores y fruta en el que compramos una tarrina de fresas, de la que comemos las dos mientras seguimos con nuestra sesión de turismo.
               Diana se detiene en seco delante de una tienda bastante humilde con un escaparate precioso. Se queda mirando un momento la ropa y luego se gira para mirarme, pidiendo permiso. Hago un gesto con la mano para que entre y empuja la puerta. Entramos en una pequeña tienda que tiene toda la pinta de ser artesanal, con una muchacha joven, de pelo color chocolate y ojos de un dulce tono avellana, en el mostrador, ojeando una revista con aburrimiento.
               Me acerco a un vestido y toco su falda vaporosa verde esmeralda mientras Diana se dirige al mostrador.
               -Hola-saluda-, perdona, ¿podría probarme la blusa perla que tenéis en el escaparate?-pregunta.
               -Claro-dice la chica, aún sin mirarla-, está en liquidación, ahora mismo te…-levanta la cabeza y abre mucho los ojos al vernos. Suelta una palabra en checo que, a todas luces, es un sinónimo de joder. Sus ojos se humedecen un poco al reconocer a Diana-. ¡Eres Diana Styles!-le dice con un acento de Centroeuropa que me enternece sobremanera. Diana asiente con la cabeza-. ¡Ay, qué ilusión! ¡Ya verás cuando le cuente a mi nana que Diana Styles ha venido a comprar a nuestra tienda! ¡Seguro que esto es una señal!
               La chica le explica que tienen que cerrar, que sus ingresos no cubren los gastos de tener la tienda abierta y realizar los diseños que venden, exclusivos de la familia. Su abuela es la encargada de diseñar la ropa, de estilo vintage, con la nostalgia impregnada de una juventud pasada y nada disfrutada, que no vende muy bien entre la sociedad praguense a pesar de que la chica se esfuerza en hacer las mejores fotografías posibles de sus amigas con las prendas que tienen en la tienda. La gran mayoría de personas que entran en el pequeño y atestado local son turistas que se alejan sacudiendo la cabeza al ver los precios de la ropa que se vende, sin entender por qué en ninguna estantería se encuentran sudaderas con Yo Praga.
               Diana se limpia con disimulo una lágrima de la comisura del ojo y asiente con la cabeza, escuchando cómo la chica nos cuenta con un nudo en la garganta que su abuela está muy enferma de cáncer y lo único que desea en lo poco que le queda es ver cómo las prendas que reposan en las estanterías salen metidas en una bolsa de su pequeño comercio, en manos de una dueña que las trate con el mismo mimo con que ella las confeccionó. Diana ni siquiera se prueba la blusa y yo no me pruebo el vestido verde. Lo compramos sin dudarlo y le damos las gracias a la chica tantas veces como ella a nosotras, mientras nos dobla la ropa, la cubre con un papel marrón y le hace un lacito con una cuerda de madera para, a continuación, meterla en una bolsa blanca de cartón.
               Le preguntamos si podemos hacer algo por ella, la chica dice que ya hemos hecho bastante, pero Diana le pone una mano en las suyas y le dice:
               -Me gustaría cumplir el sueño de tu abuela, ¿qué te parece si mañana hacemos una pequeña sesión de fotos con la ropa que tenéis por aquí? Hay cosas preciosas.
               La chica abre los ojos, sorprendida.
               -¿Lo dices de verdad?
               -¡Claro! Podría subir a Instagram las mejores fotos, etiquetaros, y es casi seguro que agotaréis existencias. Tengo las tardes libres-Diana le sonríe-, para mí sería un placer echaros una mano. Mi madre empezó así también, ¿sabes? Diseñando su ropa, cosiéndosela ella misma y haciéndose fotos y subiéndolas a las redes sociales. Es un mundo duro, pero, con los contactos adecuados, puedes vivir de él.
               La chica prácticamente se echa a llorar cuando salimos por la puerta, diciéndole Diana que mañana a las 4 se pasará por la tienda, que vaya haciéndose con monedas para dar el cambio. Atravesamos la puerta y volvemos hacia el pequeño mercado.
               -Es precioso lo que vas a hacer por esa chica y su abuela-le digo, caminando con los brazos entrelazados, los pasos acompasados.
               -No me cuesta nada-responde Diana-. Y me parece que sus diseños son muy buenos-añade, rebuscando en su mochila hasta encontrar la guía, y abrir el mapa-. ¿Te parece si intentamos ir al puente de Carlos? Con las prisas, ayer no pudimos ver las estatuas.
               -Claro.
               Apretamos el paso y, casualidades de la vida, nos encontramos a Scott y Tommy, que vuelven de sus compras cargados de bolsas hasta arriba. Nos inclinamos a echar un vistazo con curiosidad al interior de las bolsas, atestadas de regalos. Preguntamos por Eleanor y nos dicen que Taraji se la ha llevado para visitar el barrio judío, puede que incluso consigan entrar en alguna sinagoga.
               -Esto es para mi madre-explica Tommy, sacando una sudadera con el escudo de la universidad de Praga, blanco sobre granate.
               -Es inmensa.
               -Es que, en realidad, va a hacer que mi padre la use hasta que coja su olor, y entonces se la empezará a poner ella. Mujeres-pone los ojos en blanco y se ríe.
               -Os encanta comprar ropa-acusa Scott-, pero luego os ponéis la que le robáis a vuestros hombres.
               -Y lo que os encanta-contesto yo, riéndome.
               -¿Acaso hemos dicho lo contrario?-responde Tommy, colocándose a mi lado y echando a andar en dirección al puente, olvidada ya toda idea de regresar al hotel para dejar las compras. Nos preguntan qué hemos visto e, irremediablemente, le mencionamos lo de la tienda. Scott incluso alza las cejas, sorprendido de que Diana tenga corazón, ganándose un empujón por parte de la americana.
               -Es por cosas como ésa por lo que te quiero-le dice Tommy, y le pone una mano en la mejilla para darle un beso. Scott pone los ojos en blanco y finge una arcada, lo que le granjea un manotazo por parte de su amigo.
               -Bueno, tío, ya está bien, ¡no querrás que Layla y yo te enseñemos cómo se besa!-se echa a reír, y yo también. Tommy me mira, se muerde los labios.
               -Lo siento, princesa.
               -Me gusta cuando os besáis. Sois monos-contesto, haciendo un gesto con la mano, quitándole importancia al beso. Diana sonríe, articula un gracias y echa a andar a mi lado, con el brazo alrededor del mío otra vez. Nos dirigimos hacia el puente y, como si el destino lo hubiera orquestado así, pasamos por la plaza de la torre de astronomía en el momento en que el reloj empieza a sonar. Diana da codazos hasta conseguir un buen lugar desde el que grabar en vídeo las extrañas danzas de los monigotes, emocionada como una niña pequeña. Tommy le pasa una mano por los hombros y le da un beso en la cabeza, con un torbellino de emociones arrasando en su interior: ternura, deseo, pasión, amor, añoranza, quizás, por no haber conocido a la niña que Diana fue un día. Yo también quiero estrecharla.
               Pero, sobre todo, quiero que él me estreche así.
               Busco una mano a la que aferrarme, y noto unos dedos a mi lado que no se apartan. Entrelazo los míos con esos desconocidos y miro a mi lado. La mano es de Scott, que se vuelve y se encuentra con mis ojos.
               -Si no fueras tan alta y yo no tuviera novia-me suelta-, ahora mismo te daría un morreo que te cagas, solo para que Tommy me pegara una paliza.
               -Te la puedo pegar igual, si tanta ilusión te hace-responde el otro chico. Diana y yo nos echamos a reír. Scott me da un dulce apretón en la mano y me la pasa por la cintura.
               Me siento protegida, como si estuviera con un hermano mayor. Pero yo no quiero sentirme protegida, me doy cuenta en cuanto Scott me toca y veo por el rabillo del ojo a Tommy.
               Quiero sentirme querida, como sólo un novio te puede querer.
               Me muero de ganas de que pasen estas dos semanas, para que todo se acabe y poder entregarme a Tommy de una vez por todas. Me muero de ganas de empezar a vivir la vida que nos espera una vez termine el concurso.



Me despierto sola en la cama. Al principio no consigo entender qué son los sonidos que escucho, filtrándose por la rendija de la puerta desde el salón de la suite. Me incorporo ligeramente, tratando de comprender. Apenas sé dónde estoy. Miro la cama a mi lado; palpo, y noto que está aún caliente, con la huella de un cuerpo que ha reposado sobre ella hasta hace nada.
               Un millón de imágenes se agolpan en mi cabeza, Tommy, Diana, la cama, el hotel, el concurso, los diseños de los vestidos, Praga. Tommy, besando a Diana. Tommy, besándome a mí. Tommy.
               Me incorporo un poco más y me tapo las piernas con la sábana. Se ha enredado a mis pies y yo no me había dado cuenta. Por la puerta entreabierta, además de sonidos, se cuela un haz de luz. Curiosa, con la mente embotada por el sueño, termino de incorporarme y me arrastro por la cama, toco con los pies la alfombra mullida y me muerdo el labio.
               Son gemidos. De dos personas. Un chico y una chica.
               Me quedo quieta un momento, pensando mi siguiente movimiento. Debería dar media vuelta y tumbarme sobre la cama y tratar de volver a dormir. No está bien, lo que me apetece hacer.
               Pero no puedo evitar sentir un tirón gravitacional hacia ellos dos. Así que me levanto, lentamente, escuchando los gemidos de Diana, los jadeos de Tommy, y me acerco a la puerta, dubitativa.
               Están en el sofá. Bueno, más bien ella está en el sofá. Él está de pie, detrás de ella. La luz de la lámpara de pie que han encendido para verse mejor los baña en un fulgor anaranjado, como un amanecer.
               La única diferencia es que esto no tiene nada que ver con un amanecer.
               Tommy está detrás de ella, los músculos tensos, las piernas separadas, sujetándola de las caderas y haciendo que su sexo impacte en su interior, recorriendo cada milímetro de ese rincón de Diana que le es tan familiar. Tiene las manos en sus caderas y lleva la voz cantante. La espalda, arqueada, acompaña el movimiento de un cuerpo en tensión, que se proporciona placer, mientras tiene la cabeza echada hacia atrás y trata de contener los gemidos.
               Diana está apoyada en el sofá, las rodillas clavadas en el asiento, las manos en el respaldo, y acompaña los movimientos de Tommy con su propio cuerpo. Tiene los ojos cerrados y la cabeza también echada hacia atrás. Se vuelve y lo mira, se relame, y contiene un gemido cuando Tommy abre los ojos, percatándose de las atenciones de su chica, y observa su espalda desnuda. Una de sus manos se despide de su cintura, va hasta uno de sus pechos, y Diana se echa hacia atrás, pegando su espalda al pecho de él, que le acaricia las tetas y a la vez el sexo y le muerde el cuello.
               No debería. No debería mirar. Debería dar la vuelta, marcharme, dejarles intimidad.
               Pero la forma en que su miembro aparece y desaparece entre las piernas de ella me parece tan fascinante como repulsivo. Algo en mi interior se retuerce.
               Me veo a mí misma, tirada en la cama, las piernas abiertas, Chris encima de mí, con sus rodillas en mis muslos para impedirme juntarlas. Me veo incorporándole, pidiendo que pare, viéndome reflejada en el espejo del armario de la habitación mientras me la mete sin piedad, sin miramientos, y empieza a follarme duro, a pesar de que me duele, de que no quiero, por favor, para, por favor, me haces daño, haré lo que sea, me estás haciendo daño.
               Todo esto me recuerda demasiado a Chris, y a la vez no me recuerda en absoluto. Observo cómo el cuerpo de Diana, ese cuerpo perfecto, de curvas imposibles, de vientre plano y pechos firmes, se retuerce en torno al de Tommy. Cómo ella busca su boca y le mete la lengua mientras él la sigue follando, acariciando, magreando.
               -Oh-gime Diana. No parece estar pasándolo mal. Lo está disfrutando. Y eso impide que yo aparte la mirada.
               -Sí-responde Tommy, la voz ronca, tensa, a punto de llegar al orgasmo. Diana se desploma de nuevo sobre el sofá y él vuelve a agarrarla de las caderas, continúa embistiéndola.
               Me recorre el mismo escalofrío que a Diana cuando él le pasa una mano de nuevo por el costado, le pasa las uñas por la columna vertebral, y Diana no puede reprimir un gemido.
               -Dios…
               Se pega a él a conciencia, negándose a que un solo centímetro de su cuerpo se aleje. Se echa el pelo a un lado y, entonces, levanta la vista.
               Nuestros ojos se encuentran y yo me quedo paralizada por el terror. No quiero que me vea espiándolos. No quiero que crea que soy una especie de pervertida que se excita viendo a su novio compartido follando con la chica con la que lo comparte en el sofá de una habitación de un hotel de una ciudad diferente a la suya.
               No quiero que sepa que estoy disfrutando mirándolos, que no puedo apartar la vista, que tengo unas ganas terribles de ocupar el lugar de Diana, que incluso siento sus propias sensaciones, las embestidas de Tommy, las caricias de Tommy, los magreos de Tommy, los besos de Tommy, los mordiscos de Tommy.
               Entonces, Diana esboza una sonrisa. De comprensión. Una invitación en toda regla. Hace un sutil gesto con la cabeza en dirección a Tommy, que ahora ha aumentado el ritmo, seguramente muy cerca ya del clímax. Doy un paso atrás.
               -Únete a nosotros-dice Diana, sin decir una sola palabra, con los labios. Se asegura de articular bien la frase, lo suficiente como para que yo la entienda, a pesar de sus movimientos. Niego con la cabeza. Diana hace un puchero-. Ven-insiste, y yo doy un paso atrás (otro) y niego de nuevo con la cabeza. Miro a Tommy, que ahora jadea, descontrolado.
               -Dios. Dios, dios, dios, dios dios, diosdiosdiosdiosdios…
               Me quedo sin aliento, mirándole. Me encanta la autoridad con que agarra a Diana del pelo, impidiendo que se vaya a ningún sitio. No debería, pero me encanta. Me encanta porque a Diana le encanta, se estremece y sonríe cuando él tira de ella, pegándola más a su cuerpo, negándole una posible aunque improbable escapatoria. Tommy enreda su pelo alrededor de su antebrazo, y yo sé que no le está haciendo daño a Diana, y ella disfruta, y eso me hace disfrutar a mí. Diana se olvida de que estoy ahí, cierra los ojos y disfruta del orgasmo de Tommy en su interior, que se detiene de repente después de morderse el puño tan fuerte que me sorprende que no se haga sangre. Se quedan allí quietos, un momento, recuperando el aliento él, a la expectativa de que pueda continuar ella.
               Diana le mira por encima del hombro. Tommy clava los ojos en ella. Le acaricia la mandíbula. Diana se gira y me mira a mí. Y yo me armo de valor para caminar hacia atrás, hasta que mis talones dan contra los pies de la cama y mi culo cae, como por arte de magia, sobre ella.
               La americana se muerde el labio.
               -Despacio-le pide, y Tommy la acaricia. Ella se separa de él y, lanzándome una nueva mirada, como una invitación velada, se vuelve hacia él y le besa. Se sienta en el sofá-. Mirándonos.
               Diana se recuesta en el sofá y Tommy se inclina hacia ella, hambriento de su boca, sediento de su cuerpo. Le da un beso y Diana aprovecha para pasarle las piernas alrededor de la cintura. Tommy vuelve a entrar en ella, y yo me arrastro lentamente por la cama. La puerta se abre un poquito más, así que les veo continuar haciéndolo mientras yo estoy tumbada en la cama.
               Entonces, me doy cuenta.
               Diana y yo estamos prácticamente en la misma posición. En el mismo ángulo.
               Es como si Tommy nos estuviera poseyendo las dos a la vez.
               Observo, embobada, cómo Tommy se cierne sobre ella, cómo sus cuerpos se acoplan, se contraen y se dilatan, sus bocas se encuentran y sus manos se enredan. Se miran a los ojos. Se miran a los ojos como recuerdo que Tommy me miraba a los ojos un segundo antes de darse cuenta de que esto que estábamos intentando no iba a resultar, que yo no estaba disfrutando.
               Con deseo. Con pasión. Disfrutando.
               Se besan más y más, hasta que Diana empieza a temblar, todo su cuerpo vibrando, experimentando un terremoto, echa las manos sobre la cabeza de Tommy, enreda sus manos en su pelo y le acaricia la cabeza, pegándola a ella, mientras arquea la espalda, ofreciéndole su busto y buscando oxígeno con una boca que se ha contraído en una sonrisa. Tommy la observa, la besa. Le pide que se corra para él, y Diana lo hace, explota en un mar de convulsiones y jadeos que encanta a nuestro inglés.
               Le doy las gracias en silencio a Diana, sintiendo que el fuego de mi interior comienza a remitir. Estaba a un segundo de ceder a sus deseos… y tocarme mirándolos.
               Creo que no podría mirarlos a la cara a ninguno de los dos si hubiera llegado a hacerlo.
               Diana se queda tumbada en el sofá, con las piernas aún alrededor de Tommy, que le besa el hombro y pasa luego a su boca.
               -Te quiero-le dice, y ella sonríe y asiente.
               -Mi inglés-responde, acariciándole la mandíbula con amor. Se besan un poco más y a mí me entran ganas de llorar, tanto por lo bonitos que son como por lo mucho que añoro eso. Me encantaban los mimos de después del sexo. Fue lo primero que desapareció cuando Chris y o nos mudamos a Londres. Ya no había tiempo. Alguien estaba demasiado cansado o tenía que irse a hacer cosas. No vivíamos en casa de nuestros padres. Teníamos que buscarnos la vida.
               Y yo renuncié a eso.
               Y él me quitó todo lo demás.
               Me acurruco en la cama, me meto debajo de las mantas y les escucho levantarse después de una eternidad. Diana se va al baño y los susurros de la ropa deslizándose por la piel me indican que Tommy se está poniendo los pantalones. Cierro los ojos cuando él abre la puerta y camina sigilosamente hacia la cama. Abre las mantas y se mete debajo de ellas. Rueda hasta estar a mi lado. Me da un beso en la cabeza e inhala el aroma de mi pelo.
               Se tumba a mi lado, boca arriba. Se pasa una mano por detrás de la cabeza y espera a que llegue Diana, con una camiseta de tirantes finos. Le da unas palmadas a la cama y ella se ríe en silencio.
               Noto que Tommy se vuelve hacia mí.
               -¿Crees que se habrá enterado de lo que hemos hecho?
               Diana se lo piensa un momento, decide si mentirle o no.
               -Creo… que si se hubiera despertado, no le habría molestado.
               Trago saliva. Diana, siempre tan buena, siempre protegiendo a las personas que le importan. Tommy hunde los dedos en mi pelo, acariciándome, y yo, irremediablemente, me quedo dormida.
               -No quiero hacerle daño-dice después de un rato Tommy, aún con sus dedos entre mis mechones. Me revuelvo y me doy la vuelta, quiero estar cerca de él, quiero oler su esencia a hombre, a mi hombre, después del sexo, aunque no sea conmigo. Mi subconsciente le busca aún en la oscuridad. Él es mi tabla, mi salvación.
               -No se lo haces, Tommy.
               -Os lo hago a las dos. Estoy enamorado de ti. Pero también lo estoy de ella. Y no quiero… no os merecéis esto.
               -Te merecemos a ti-contesta Diana, poniéndole una mano en el pecho y besándole fugazmente los labios-. Y es suficiente. Duerme. Mañana tienes que levantarte temprano. Y nos queda un largo día por delante.
               -¿Te importa si vamos a ver más cosas sin ti?
               -En absoluto. Es más, me gustaría. A veces me siento mal-confiesa, sus ojos sobre mí, su labio inferior sobresaliendo-, haces tantas cosas conmigo que no haces con ella…
               -¿Quieres que me reparta mejor, aunque salgas perdiendo?
               -Layla se merece que yo salga perdiendo. Un poco.
               Tommy sonríe, hundiéndose en el colchón.
               -Empieza por mañana-le sugiere Diana, pegada a su pecho, igual que yo-. Haz algo especial. Sé que te echa de menos. Dedícate un poco más a ella y un poco menos a mí.
               Tommy me observa. Me besa de nuevo la cabeza y asiente. Parpadea, suspira, y cierra los ojos. Diana se queda dormida con su mano sobre la mía, que está sobre el vientre de él. Nos pasa los brazos por los hombros y sonríe, satisfecho y feliz, mis niñas.
               Y nos acompaña al mundo de los sueños.


Se levanta mucho antes que nosotras. El avión de Scott sale pronto y él quiere estar ahí, despedirse. Nadie más que ellos dos sabe que lo pasan mal cuando el otro coge un avión, temiendo siempre estar del lado equivocado de la estadística: las posibilidades de morir en un accidente de aviación son menores que las de morir por una maceta que se cae de un balcón y te abre la cabeza, pero a todo el mundo le infunde más respeto un aparato de toneladas que se alza en el aire que las macetas en las que mimas a tus plantas.
               Así que, cuando me despierto y salgo de la habitación, con su camiseta y mis pantalones, me encuentro a Diana sola, tomando el desayuno en una de las mesas de la suite. Paso al lado del sofá en el que ayer les observé y no puedo evitar mirarlo. Diana sonríe, dando un sorbo de su café, ocultándose tras su taza con una elegancia que yo le agradezco. No hay rastro de los irlandeses o Eleanor. Puede que aún duerman, o puede que se hayan ido a hacer turismo una mañana más.
               -Buenos días-sonríe Diana, y yo me pongo automáticamente colorada.
               -Días-respondo, sentándome frente a ella, porque siento que es de mala educación no hacerlo, aunque su presencia me intimida sobremanera.
               -¿Has dormido bien?
               -Sí. ¿Tú?
               -También.
               Nos quedamos calladas, saboreando una su desayuno, la otra seleccionándolo. Cojo una magdalena y descubro que se me está retorciendo tanto el estómago que no voy a poder comérmela. Pero ya la he tocado, así que empiezo a desmenuzarla y me como primero las virutas de chocolate que tiene esparcidas por el pequeño montículo.
               -Respecto a lo de anoche…-empiezo, incapaz de tolerar el silencio un segundo más.
               -Sobre lo que sucedió…-comienza ella, a la vez que yo, y las dos nos miramos y sonreímos, nerviosas-. Empieza tú.
               -No, empieza tú-respondo. Creo que se lo debo, le debo una explicación, sé lo que la ha traído aquí y no he dicho nada, así que ella se merece mi voto de confianza, se merece que le cuente todo lo que me pasó por la cabeza. Diana asiente, se limpia los labios con una servilleta y se da una palmada en los muslos.
               -Vale… bueno. A ver-bufa, conteniendo una sonrisa-. Uf, esto es difícil. Supongo que es porque es la primera vez que nos sucede, ¿no?
               -Quizás-asiento. Diana se muerde los labios, tamborilea con los dedos sobre la mesa, y de repente, valiente, clava sus ojos verde selva en los míos.
               -¿Por qué no te acercaste?
               Me quedo helada, no me esperaba esa respuesta, sino más bien algo del estilo de ¿cómo puedes ser tan cerda, de espiarnos a Tommy y a mí mientras lo hacemos en el sofá? ¿Es que no tienes vergüenza? ¡Y ni siquiera te apartaste cuando yo te vi!
               Me miro las manos, noto cómo se me encienden las orejas de la vergüenza.
               -Yo… me pareció… no era el momento.
               Diana parpadea.
               -Él es tan tuyo como mío, ¿sabes, Lay? Te quiere muchísimo. Le habría gustado que te unieras a nosotros. A me habría gustado que te unieras a nosotros-la miro y se me encienden las mejillas un poco más-. Oh, no, no lo digo en ese sentido. Es decir, me he acostado con otras chicas otras veces, incluso… en fin-sacude la mano-. Pero sé que a ti no te gusta eso. Es decir, lo supongo-se encoge de hombros-. Pero te habría cedido mi puesto. O podríamos habernos turnado.
               -Estamos hablando de Tommy-digo, escandalizada, más porque nadie pueda pensar en dejar de disfrutarlo para que otra persona lo haga por él.
               -Lo sé. Y le quiero un montón, ¿sabes? Es el primer chico en toda mi vida que no me trata como un trozo de carne, al que yo tampoco trato como un trozo de carne. Es mi primer amor, Lay-dice, y estira la mano y me coge la mía-. Sé que no es el tuyo, pero también sé que le quieres. Es decir, es evidente. Le quieres muchísimo y quieres tenerle y, ayer… si yo no hubiera estado con él, si él hubiera estado solo, ¿te habrías acercado?
               -No lo sé.
               Nos quedamos en silencio, los dedos de Diana sobre mis nudillos. Los retira y me mira durante un momento.
               -¿Disfrutaste?
               Me arrebujo en el asiento y miro por la ventana. La plaza del ayuntamiento de Praga ya es un hervidero de gente, y eso que no deben de ser ni las diez de la mañana.
               -Lay, ¿te gustó? ¿Vernos? ¿Disfrutaste?
               Asiento despacio con la cabeza, avergonzada, y cierro los ojos. Cuando los vuelvo a abrir y miro a Diana, veo que ella sonríe.
               -¿Qué pasa?
               -¿No te das cuenta? Es genial. Te vuelve a apetecer tener sexo. Creo que eso es un paso adelante muy importante, ¿tú no?
               -Todo el mundo habría disfrutado viéndoos. Es decir-me aclaro la garganta y manoseo los restos de la magdalena-, tú eres guapa, él es guapo. Hacéis buena pareja, y estabais… ya sabes…
               -Follando. Ya. A mí me pone también ver a gente follar. Pero a ti, cuando yo te conocí, no. Estoy segura de que te habríamos… no sé, ocasionado un trauma. Quizás te hubieras encerrado en la habitación, te habrías aovillado en la cama y te habrías echado a llorar. Y no habrías dejado que Tommy te tocara, como le permitiste cuando vino a la habitación.
               No contesto. No contesto, porque tiene razón. Sé que Tommy puede curarme, sé que algo dentro de él encaja perfectamente con algo que a mí me falta, sé que él es bueno, atento, amable, un pequeño sol en miniatura que por las noches se esconde, pero que sigue brillando en su interior, a pesar de que con la luz que emite no puedes tomar fotografías o leer libros.
               -Lay-Diana vuelve a estirar la mano y me mira a los ojos-. ¿Quieres acostarte con él?
               -Sí-admito.
               -¿Y por qué no lo haces?
               -No lo sé.
               -¿Es porque estoy yo? Porque esta tarde vais a tener todo el tiempo del mundo para estar solos-me recuerda-. Me encargaré de que Eleanor y Chad salgan. Me encar…
               -No es por ti. No es por ellos. Es sólo que…-me paso una mano por el pelo-. No quiero que él sufra. No quiero hacérselo pasar mal. Siempre me apeteció tener sexo con él. Desde que…-me sonrojo-, me besó todo el cuerpo. Desde ese instante llevo sintiéndome atraída por él. Pero no quiero que pase lo que otras veces, ¿entiendes? No quiero empezar, calentarlo, y que luego por la razón que sea se tenga que tirar a mi lado y yo no pueda tocarlo por si… por si…-se me llenan los ojos de lágrimas.
               -Por si se convierte en Chris-termina ella por mí, y yo asiento.
               -No puedo hacerle eso. No se lo merece. No puedo arriesgarme a intentarlo con él, llegar demasiado lejos, que él no pueda parar…
               -Tommy puede parar.
               -Eso no lo sabes. No lo hemos llevado al límite.
               Nos quedamos calladas, mirando nuestras tazas.
               -Además-añado-, no quiero que me odie. Y terminará haciéndolo. Si yo no puedo, si le mando parar demasiadas veces… Él…
               -Nunca te odiaría.
               -Eso no lo sabes-repito.
               -Sí que lo sé. Es Tommy. Jamás te odiaría-me promete.
               Hundo los hombros.
               -No es sólo eso, ¿a que no? Tienes miedo de no disfrutar.
               -Hace tanto que no me lo paso bien…
               -Pero te lo pasas bien cuando él te toca.
               -Pero no es… lo mismo. Además, te tiene a ti. Para desahogarse. ¿Quién sabe si yo no hago más que ponerle un tapón, y luego se comporta… así… contigo?
               Diana pone recta la espalda.
               -Lo que hacemos Tommy y yo es consensual. Nos gusta a los dos. Me gusta hacerlo fuerte a veces. Muy, muy fuerte-asegura-. Pero él sabe hacerlo despacio y suave. Le viste. No te preocupes por si se acelerará, Lay. Si tú no quieres hacerlo deprisa, él lo entenderá. Siempre lo entiende, igual que yo le entiendo a él.
               -No sé si él tendrá paciencia para tratarme-admito. Diana se echa a reír.
               -Ya sabemos que eres más delicada que yo, Lay-me coge las manos-. Y eso está bien. Si fuéramos iguales, esto no tendría gracia-se encoge de hombros-. Pero él piensa mucho en ti-dice, muy seria de repente-, se muere por hacerlo contigo.
               -Y yo con él. Sólo con él.
               Diana parpadea, se vuelve a erguir, se separa de mis manos.
               -¿Quieres un consejo?-pregunta, y yo asiento-. Déjate llevar. Haz lo que te apetezca. Olvídate de lo que él querrá por un momento. Confía en él. Tommy sabe lo que se hace-asegura-. Lo sabe muy, muy bien. Es buenísimo. Como persona, como novio, como amante, como todo. ¿Sabes por qué? Porque siempre te antepone a lo que él quiera. Él no te hará daño. No se convertirá en Chris. No conseguirás convertirlo en Chris-bromea, y yo esbozo una sonrisa-. Dale una oportunidad, Lay. Y date un respiro a ti. Disfrutarás muchísimo con él. En serio. Como él, no hay ninguno. Créeme, he besado a muchos sapos, incluso me los he tirado, pero no hay dos como el príncipe que compartimos-me guiña un ojo y mordisquea un cruasán-. Además-añade, con la boca llena-, ¿te piensas que eres la única que puede mirar cómo se acuesta con otras? No, bonita. Él también es mi novio y yo también tengo derecho a espiarle con las manos en la masa-acusa, y yo me echo a reír-. Qué espabilada, la inglesa. Que lo quiere para ella sola-sonríe-. A ver si te crees que eres la única a la que le gusta mirar.
               Estamos riéndonos cuando la puerta se abre y el objeto de nuestra conversación aparece por ella. Alza las cejas y sonríe.
               -¡Cuánta energía por la mañana! ¿De qué iba el chiste que me he perdido?
               -De nacionalidades-responde Diana, y yo la miro y me echo a reír de forma casi histérica, tapándome la boca para no escupir leche y magdalenas.
               -De nacionalidades-repite Tommy, incrédulo.
               -Sí-responde Diana, apartándose el pelo de los hombros-, esto es un inglés, un americano y un español que entran en un bar…-comienza, y yo me echo a reír, y ella se echa a reír, y no podemos parar, y Tommy frunce ligeramente el ceño.
               -Dios, estoy enamorado de un par de locas-responde, y Diana da un golpe en la mesa con el puño y yo me inclino hacia atrás y casi me caigo entre carcajadas. Eleanor abre la puerta de su habitación y se asoma.
               -¿Qué pasa?
               -Diana, que se nos va a hacer cómica-contesta Tommy, negando con la cabeza y arrebatándole un donut. Le guiña un ojo y a mí me sonríe mientras le da un buen bocado. Diana y yo nos pasamos prácticamente la totalidad de los ensayos haciendo el tonto, aprovechando la ausencia de Scott y el enfado de la coreógrafa porque no estamos todos para ensayar. Cuando se va sacudiendo la cabeza y June nos obliga a practicar el canto, empezamos a tomarnos las cosas un poco más en serio. Transcurre la mañana, pasa la hora de comer, y Diana se prepara en la habitación del hotel para marcharse a la improvisada sesión de fotos, a la que Tommy la acompaña mientras yo termino de prepararme. Dudo entre ponerme un vestido para ir a dar una vuelta con él, o la indumentaria típica del turista: leggings, playeros, camiseta ancha y gafas de sol. Decido mimarme un poco y me termino decantando por el vestido que he comprado en la pequeña tienda, de la que Tommy vuelve a los tres cuartos de hora.
               Me devora con la mirada, y no puedo decir que no me guste.
               -¿Estás lista?
               -¿Dónde me llevas?
               -Sitios secretos-responde, y yo me río.
               -¿Has estado mirando en Google mientras Diana y yo ensayábamos?
               Levanta la ajada guía y mueve la cabeza en su dirección un momento.
               -Me sirve.
               Tommy se echa a reír, me coge de la mano, y me la suelta después de salir del ascensor. Intento no hacerme demasiadas ilusiones, pero me cuesta un poco, teniendo en cuenta que se han subido varias personas a medida que descendíamos y él no se separó de mí. También intento que la ruptura de contacto no me duela, pero lo hace, un poquito, especialmente cuando veo a parejas jóvenes, como nosotros, paseando de la mano o con el chico rodeando la cintura de la chica, y pienso que yo quiero eso, y veo a Tommy mirándoles también, con nostalgia, y yo me digo que es por mí, pero una parte de mí, malévola, me dice que es porque no estamos cerca de Diana.
               Nos metemos en museos, inspeccionamos catedrales, y acabamos la jornada eligiendo el castillo. Nos subimos al tranvía y nos apretujamos el uno al otro. Tommy me mira a los ojos, yo le miro a él, y apartamos ambos la mirada cuando nos hacemos conscientes de nuestro cuerpo, de su entrepierna pegada a mis muslos, de mis pechos en su torso, de nuestras manos, sudorosas, separadas por milímetros en la barra de apoyo del tranvía eléctrico, que sisea en silencio por debajo del estruendo de la gente que consulta mapas, guías, e itinerarios en diversos formatos, o que simplemente gruñe o tose o carraspea o se queja del que tiene al lado, que no le deja suficiente espacio para vivir.
               Entramos en el castillo, nos detenemos en las placas, las leemos y paseamos con lentitud, remolones. Salimos a la plaza de la catedral y nos sentamos en unos bancos, mientras el viento que se ha levantado durante nuestra visita al imponente edificio hace volar faldas.
               -¿Te parece si nos asomamos al mirador?-pregunta, y yo me encojo de hombros y me levanto, aceptando la mano que él me tiende. Serpenteamos entre la gente, él guiándome, buscando el sitio, y yo le sigo, dócil. Pienso que él no me suelta porque teme perderme.
               Pero lo hace por otra cosa. Cuando llegamos al mirador, un vendaval ascendente hace que mi vestido vuelve, de forma que tengo que cruzar las piernas y pegarme al muro que cumple la función de barandilla para que no se me vea todo. Tommy se muerde los labios, me acaricia los nudillos, pensativo.
               Mira en dirección al grupo de colegialas con uniformes de instituto, rojo y azul, que hacen fotografías chorras y que nos han reconocido hace un momento. Nos han dicho que tienen entradas para nuestra actuación.
               Vuelve sus ojos a nuestras manos unidas. Y luego, de nuevo, a las chicas.
               -¿Qué ocurre?
               -¿Quieres cambiar el mundo?-me pregunta, y yo alzo las cejas, sin comprender.
               Y, de repente, hace lo que yo jamás le creería capaz.
               Se inclina y me besa.
               En público. En el exterior. Cuando estamos rodeados de gente.
               Abro los ojos por la sorpresa, y lo observo. Observo sus pestañas, que me acarician las mejillas, su nariz, cómo roza la mía. Veo por el rabillo del ojo cómo las chicas se quedan alucinadas y empiezan a cuchichear rápidamente en checo.
               Y pienso: esto sienta bien.
               Y pienso: esto sienta increíblemente bien.
               Así que cierro los ojos y me dejo llevar. Le acaricio la palma de la mano y, cuando llevamos varios segundos besándonos, recupero la cordura que me hicieron perder sus labios. Me separo de él un poco, le empujo en el pecho para que él haga lo mismo, y al principio ofrece resistencia.
               Supongo que después se da cuenta de todo lo que esto supondrá. Especialmente, para él. Se le echarán encima, no le dejarán vivir, le dirán de todo menos guapo, y yo no quiero que pase por eso, es la persona más buena que he conocido, es…
               -Tommy…-susurro.
               -Estoy harto de esconderme-replica-. No estamos haciendo nada malo. Nos queremos.  
               -No quiero que lo pases mal-respondo.
               -No voy a evitarme nada si eso te hace sufrir a ti, princesa-responde-. He sido injusto contigo. Muy, muy injusto. Te obligo a ver cómo estoy con Diana, te obligo a compartir tu cama con ella, básicamente lo lanzo todo sobre ti.
               -Para, por favor-suplico, cogiéndole las manos-. No quiero que hables así. Yo no lo paso mal-aseguro, pero se me llenan los ojos de lágrimas, y él me señala los ojos. Veo cómo las chicas continúan tomando fotos, una sacude la mano y manda callar a sus amigas. Y cambio automáticamente al español-. Quiero que sigas con ella. Ella te da lo que yo no puedo.
               -Diana no me da nada-contesta él automáticamente-porque tú no me lo puedas dar. Sé que necesitas tiempo, de veras que lo sé. Pero tengo que ayudarte. Y así es como te voy a ayudar. No voy a permitir que nadie te tache como la “prescindible” del grupo sólo porque no te has emparejado con nadie. No te has emparejado con nadie porque ya estás conmigo. Y te debo eso.
               -Tú no me debes nada.
               -Quiero que sepas-continúa sin hacerme caso-, que te quiero igual que a ella, aunque parezca que no es así. No te lo demuestro ni tengo los mismos arrebatos que con ella porque no quiero que sientas que me debes algo. O que estás obligada a hacer algo conmigo. No es así. Puedes darme lo que quieras, cuando quieras, y si no quieres darme nada, pues me aguanto.
               -Tommy…
               -Estoy enamorado de ti, y es hora de que deje de esconderte-asegura-. Eres una mujer preciosa, buena y lista, no te mereces estar en segundo plano, te mereces que te celebren como la bendición que eres, princesa.
               -Tommy, por favor…
               -Voy a besarte-anuncia-. Voy a besarte y me voy a asegurar de que todo el mundo sepa que te amo. Y que me hagan lo que quieran. Voy a dejar de ser ese gilipollas que te suelta la mano cuando ve a alguien mirándonos. Eso se acabó. No me avergüenzo de estar contigo. No me avergüenzo de lo que siento por ti. Ya no soy un crío, ya no me va jugar al escondite.
               Me lo quedo mirando.
               -Te van a hacer pasar un infierno-contesto, ahora en inglés, y él sonríe.
               -Princesa, cuando estás en el cielo, te preocupas bien poco de lo que pasa tan abajo. Y tú me haces sentir en el cielo cada vez que me tocas.
               Se me va la vista hacia las chicas, que siguen grabándonos y murmurando entre ellas, pero Tommy me toma de la mandíbula y me obliga a mirarlo.
               -Olvídate de ellas-me dice-. Olvídate del mundo. Ellos no son importantes. La única que importas eres tú.
               Tomo aire, sorprendida, pensando en que esa misma frase, la usó Diana conmigo. Él da un paso adelante y yo no me aparto. Instintivamente, me inclino hacia él, y cuando sus labios tocan los míos, me descubro entreabriéndolos y prolongando el beso, disfrutando, saboreando su lengua. Le noto sonreír en mi boca, y eso es más que suficiente para que me olvide del mundo. Cuando nos separamos, sin aliento, una pequeña muchedumbre se ha congregado a nuestro alrededor. Puede que sepan quiénes somos, o puede que sólo van a celebrar un poco de amor adolescente. Noto que me sonrojo un poco cuando Tommy me coge de la mano y mira al frente, desafiante. Alguien aplaude.
               Luego, otra persona más.
               Y, antes de que canta un gallo, todo el mundo aplaude nuestro pequeño acto de valentía.
               Es demasiado para mí en un día. No puedo hacerlo con él, lo cual decepciona a Diana, que dice que no pasa nada y que en otra ocasión, cuando estemos solos… mañana, si yo quiero, se marchará… pero yo niego con la cabeza y le digo que necesito un poco más de tiempo, sólo un poquito más. No le comento que estoy aterrorizada, esperando una señal que parece no llegar.
               Se marcha con Eleanor y Kiara a dar una vuelta, tarde de chicas, como ellas lo llaman, y yo aprovecho para ir y examinar las flores en el mercado. Me he fijado en que hay unos cuantos jarrones vacíos alrededor de la suite, y me apetece llenarlos.
               Dejo a Tommy en la suite, después de que él me insista un montón, y paseo por las calles y me detengo en los puestos hasta que unas peonías me seducen lo suficiente como para que se me olvide que no tengo manera de llevarlas a Inglaterra, pero me da igual. Las huelo de camino a la habitación, en el ascensor, y me dispongo a colocarlas en el jarrón cuando escucho el ruido del agua corriendo. Convencida de que estoy sola, me acerco a la puerta, creyendo que a alguien se le ha olvidado cerrar el grifo (Diana tiene la costumbre de dejar el agua correr para que el vapor le abra los poros y pueda limpiárselos a profundidad).
               Me detengo en seco cuando entreveo una figura por la puerta. Observo su pelo, su espalda, sus brazos, su culo, sus piernas. Está girado, con la cara vuelta hacia la pared.
               Es Tommy.
               Y me vuelve a suceder. No puedo irme, simplemente, no esta vez. Me lo quedo mirando, las flores en una mano, la otra, en la puerta, y le miro y le miro y le miro y juro que el tiempo parece ralentizarse. Se mueve a cámara lenta, como en las escenas de las películas románticas en que aparece por primera vez el galán.
               Apoya las manos en ambos lados de la ducha, en los azulejos y la mampara, y se queda quieto un momento. El agua desciende por su espalda de manera sensual, me descubro deseando ser ella.
               Se gira un poco, sacudiendo la cabeza, y mis ojos vuelan a su entrepierna.
               Dejo caer las flores. Se me seca la boca y se me acelera la respiración. Tommy se lleva una mano a su miembro, duro, y comienza a acariciarse.
               Es insaciable, pienso.
               Y descubro que yo también.
               A pesar de que es muy arriesgado, de que cualquiera puede entrar, se me ocurre que lo más apetecible en ese momento es tocarme yo también. Me desabrocho los vaqueros y meto una mano audaz en ellos. Me acaricio mirándole, le contemplo, recorro su anatomía con los ojos, me contraigo a la vez que él, noto que voy a romperme en el momento en que él lo hace…
               … pero escucho el timbre del ascensor y tengo que salir corriendo. Dejo las flores en la jarra, me lavo las manos y corro a sentarme en el sofá, descalza, fingiendo que llevo ahí mucho rato. Scott aparece por la puerta, con la mochila al hombro, y alza la mano en mi dirección.
               -Lay.
               -Hola.
               -¿Tommy?
               -Duchándose.
               -Ajá. Voy a verle-espeta, y tira la mochila en el suelo y echa a andar hacia el baño. Lo abre de par en par y espeta-. ¡No te ahogues, ¿eh?! Que ya he vuelto, se te puede pasar la depresión.
               -Qué desgracia, con lo bien que estaba sin ti.
               Scott se echa a reír y viene a recoger la mochila. Tommy sale del baño con una toalla anudada a la cintura. Scott le mira, entrecierra los ojos, luego me mira a mí, y los entrecierra aún más.
               -¿Habéis…?
               -¿Qué dices, pavo?-espeta Tommy, molesto. Scott le señala, mientras yo me escondo tras la revista. Dios, dios, dios.
               -Tienes cara.
               Tommy pone los ojos en blanco, ignorándome.
               -Después te explico para qué cosas sirven las manos, al margen de para rascarte la cabecita.
               Se seca y se va a la habitación de Scott, dejándome sola con mis pensamientos. Hace un par de meses, lo que acabo de hacer ni se me pasaría por la cabeza.
               Y ahora…
               Ahora, empiezo a darme cuenta.
               Me está enseñando el camino para volver a ser yo.


Estoy en un prado, con los pies descalzos. La hierba me hace cosquillas en la planta, noto cómo las flores me acarician el dorso.
               Me quedo helada al mirar alrededor y descubrir la vegetación. Ya ha tenido este sueño más veces. En cualquier momento, aparecerá Chris. En cualquier momento me tomará en este lugar, tan pacífico, tan puro. Lo corromperá con su maldad. Yo romperé el silencio con mis sollozos callados. Dios, no, no puedo soñar esto ahora, ahora que iba tan bien…
               Me llevo la mano al vientre, anticipando el peligro, y me giro en redondo para verlo aparecer. Tengo que correr. Sé que tengo que alejarme de él en cuanto pueda.
               Algo me toca el hombro. Me giro bruscamente, y ahí está. Con su sonrisa lobuna, esa sonrisa que antes tanto me gustaba, la de chico malo que se vuelve bueno por ti. Me coge un mechón de pelo y veo cómo se oscurece entre sus dedos, pudriéndose. Abre la boca para decirme algo y de ésta sale una especie de alquitrán mezclado con sangre coagulada, oscura, tan oscura como la boca del lobo, tan oscura como su alma.
               Todo el mundo se agita en cuanto yo empiezo a revolverme en la cama. Es Tommy, acusando mi pesadilla, quizás despertándome. Oigo ruidos ahogados. Un destello de luz aparece a mi lado, flotando sobre el suelo, como una bola gigantesca que está lejísimos o un pequeño punto a unos centímetros de mi piel. Su ligero tono azul me hace sospechar de su identidad. Estiro la mano hacia ella, pero la bola se aparta. Chris me está agarrando de la cintura, me atrae hacia sí. Me revuelvo y le empujo, pugnando por llegar a esa pequeña bolita de luz azul, desesperada. No puedo dejar que se escape.
               Y, entonces, sucede algo. Tengo voz.
               Nunca he gritado en este sueño. Cuando intentaba poner el grito en el cielo, de mi boca no salía nada.
               Y Chris tampoco parecía tan débil. Es como si fuera un recuerdo olvidado, roto, desvencijado por el paso del tiempo. Noto cómo sus dedos me queman en la piel, pero después de mucho contacto y mucho hacerme esperar.
               De repente, la veo. La pequeña brecha al lado de su cráneo, por la que la sangre caliente y pegajosa salió aquella vez, la única en que me defendí, la que zanjó todas las demás.
               -Mía-gorjea Chris, sujetándome los hombros y tratando de arrastrarme hacia él. Miro la bola de luz, que parece titilar a la expectativa.
               -Déjame-me oigo gritar, y Chris da un paso atrás, sorprendido por lo inusual de que yo presente batalla. Le doy un empujón-. ¡Suéltame!
               -Mía-insiste, tratando de alcanzarme. Forcejeamos un poco más. La bola se acerca, temerosa, y yo no me lo pienso.
               Estiro el brazo, a pesar de que no la tengo al alcance de los dedos, y ésta salta hacia mí. Tiene un tacto peludo y suave, como el del terciopelo. La lanzo contra él, que me suelta como si mi piel hubiera estallado en llamas.
               Me quedo allí plantada, anticipando los movimientos de la bola. Chris la mira con pánico, sus ojos lechosos, teñidos de blanco por el paso del tiempo, abiertos en una mueca de sorpresa y temor. Sus ojos se desplazan de la bola a mí. Esboza una nueva sonrisa y, olvidando la presencia de mi pequeño ángel de la guarda, intenta incorporarse.
               -¡NO!-ladro, y todo el ambiente vibra-. ¡ALÉJATE DE MÍ!
               -Layla-dice en tono de celebración. Un escalofrío me recorre la columna vertebral al escuchar su voz de ultratumba-. Eres mía.
               Se me revuelve el estómago pensando en lo que me va a hacer. Me descubro lamentándolo más que odiándolo. Con todos los progresos que he hecho, con todas las cosas que he conseguido con el paso del tiempo, y ahora todo se va a ir al traste.
               La bola pierde un poco de su luz. La observo y veo cómo su brillo crece de nuevo. Ella es nueva. Puede que su presencia signifique algo. Separo las piernas y aprieto los puños.
               -Nena-gruñe Chris, terminando de incorporarse. Y eso sí que no se lo voy a consentir.
               -No-contesto, y él me mira, sin comprender-. No, yo no soy tu nena. Yo no soy tuya. Hace meses que dejé de ser tuya-escupo con rencor. Chris estira la mano hacia mí.
               -Me encanta cuando te haces la dura, nena-ronronea. Me salpica con un poco de sangre la cara. Y yo ya no lo soporto más. No quiero tener nada que ver con él. Le doy un empujón, y algo sucede. La bola se abalanza sobre él. Lo atraviesa de un lado a otro. Primero, el pecho, luego, el cuello, cebándose con él como él se cebaba conmigo. No puedo apartar la vista de esa imagen, a pesar de que es bastante desagradable ver cómo convierten a una persona en un colador.
               Pero aquello que yo tengo delante no es una persona. Es mi monstruo personal.
               La bola continúa rodeándolo, deshaciendo el cadáver de mi ex novio y torturador, que yace bajo tierra a un continente de distancia, probablemente en el mismo estado lamentable que la imagen de mis pesadillas.
               Lo reduce a un montón de cenizas y yo me la quedo mirando. Estiro los dedos, indecisa, preguntándome qué es. Me permite tocarla de nuevo, y descubro que desprende una agradable calidez. No está caliente del todo, pero tampoco está fría. Hundo los dedos en ella. Es como una pelusilla gigante con luminiscencia propia, que puede controlar. No tiene ojos, ni facciones, ningún tipo de rasgo que denote emociones, y sin embargo yo sé que está sonriendo. Su esencia es una sonrisa, igual que la del sol es fuego.
               Hurgo un poco en lo que puede que sea su tripa, o puede que sea su espalda, y la bola vibra y juguetea con mis dedos. Se enreda en ellos, bailando en mi mano. Sonrío. Es agradable. Es tremendamente agradable.
               -Gracias-le digo, después de que escale amorosamente por mi brazo, se ancle en mi hombro y salte de nuevo hacia la palma de mi mano, ejecutando complicados tirabuzones en ella.
               -Gracias-responde la bolita peluda y luminosa, con mi mismo tono de voz, reverberado, como si miles de Laylas estuvieran dentro de ella.
               -No, gracias-insisto.
               -No, gracias-contesta la voz, en el mismo tono, las mismas pausas, el mismo tiempo hablando.
               -¿Qué eres?
               -¿Qué eres?
               La acaricio un poco más. Puede que sea un ángel de la guarda. Puede que alguien la necesite.
               Acuciada por la certeza de que esa extraña criatura no es algo inútil, sino que podría ayudar aún a mucha gente, le doy un dulce empujón con dos dedos.
               -Puedes irte-la insto.
               -Puedes irte.
               -De verdad.
               -De verdad.
               La bola se acerca a mi pecho. Me quedo allí plantada, observándola.
               -No te necesito. Muchas gracias, te puedes marchar.
               -No te necesito. Muchas gracias, te puedes marchar.
               -Es en serio. Vete, si quieres.
               -Es en serio. Vete, si quieres.
               Me llevo una mano al pecho y la bola palpita con un resplandor rojizo. Aparto la mano rápidamente y la visión de color desaparece. Me la vuelvo a llevar al corazón y la bola adquiere un infantil tono rosáceo. Juego con la cercanía de mi mano a mi pecho, comprobando el efecto que eso tiene en la bolita, en su suave textura y en sus colores cambiantes.
               Trago saliva.
               -¿Eres… yo?-le pregunto.
               Y la bola no contesta. Se me hiela la sangre y a la vez siento alivio.
               -¿Eres yo?
               La bola sigue sin contestar. Miro alrededor, buscando algo con lo que pueda despertar una respuesta en ella.
               Y dice mi nombre.
               -Layla.
               Me la quedo mirando, sin atreverme a mover ni un solo músculo.
               -Layla-repite la voz, y yo doy un paso atrás, tropiezo con unas hierbas, y me caigo al suelo. La bola se cierne sobre mí.
               -¿Qué eres?-pregunto.
               -Layla-responde la voz.
               -Por favor-susurro, arrastrándome por el suelo, alejándome de ella-. No me gusta este juego. Necesito… espacio. Déjame tranquila. Por favor.
               No sé qué tiene su presencia queme altera tantísimo, pero noto las palmas de mis manos sudorosas, la forma en que la tierra se me pega a la piel y el césped amenaza con cortarme las yemas de los dedos.
               Desearía que Tommy estuviera aquí. Él me cuidaría. No permitiría que esa bolita me amenazara. Con él a mi lado, no me amenazaría, eso ya para empezar. Pero…
               Parpadeo un segundo y de repente una copia exacta a mí está tumbada sobre mí, las manos clavadas en la tierra a mi lado, sus ojos con un resplandor azulado que ya he visto antes. Me quedo quieta, expectante.
               -No le necesitas-me dice-. No tiene que salvarte él. Tienes que salvarte tú.
               Jadeo. No quiero pensar en Tommy delante de mi copia, pero sé que no puedo pensar en otra cosa que no sea en él.
               -No puedo. No soy nada. Él me sacó. Me está curando.
               Mi copia niega con la cabeza.
               -Tú te estás curando. Él te quiere, sin más.
               -Él me salvó-respondo.
               -Él no te salvó. Te salvaste tú sola. Nos salvaste a todas.
               Miro a la bolita-copia de mi cuerpo.
               -¿Qué… quieres decir?
               -La solución está en ti. Encuéntranos. Eres fuerte, Layla-empieza a difuminarse-. Encuéntranos.
               -¡Espera!
               Me incorporo y la chica se convierte en una bolita, que parpadea hasta apagarse casi por completo.
               -Encuéntranos-susurra, ya muy lejos. Se me ocurre una idea. La cojo entre mis manos, y la llevo a mi pecho. La bolita se introduce en mi caja torácica y noto cómo mi corazón brilla, recibiendo su fuerza o quizás alimentándola.
               Me despierto un segundo después de que la bolita me diga lo que en el fondo ya sabía, pero me daba miedo admitir. Lo que descubrí en el momento en que el di aquella patada a Chris y oí el crac de su cráneo al partirse contra la esquina de una mesa.
               -Te has roto las cadenas. Aléjate de ellas.
               Levanto la vista al cielo. Veo que hay animales. Orugas, hormigas, mariposas, pájaros, incluso zorros que merodean por los árboles del lindero del bosque, a su sombra irregular.
               -Eres libre.
               Me incorporo de repente, en la oscuridad de la habitación. Tommy simplemente se revuelve en la cama, ahora con el pecho descubierto, una mano detrás de la cabeza y la otra reposando al lado de mis piernas. ¿Cuánto habremos dormido ya?
               Me toco la cara, el cuello, el pecho. Me levanto la camiseta y me desilusiono un poco al ver que ya no brillo con la luminiscencia carmesí de antes. Me giro y miro el reloj. Hace un par de horas que nos acostamos.
               Miro a Tommy, y a Diana, y siento que estoy precisamente donde debería estar. No le necesito para estar bien, me doy cuenta al observarle respirar en calma, relajado en un ambiente que le adora. Le necesito para ser feliz.
               Me acurruco a su lado, le paso la manta por encima y apoyo la cabeza en su pecho, le doy un beso y cierro los ojos. Estoy curada, pienso para mis adentros. Estoy curada.
               Estoy bien.
               Soy libre.
               Y me duermo con una sonrisa en los labios, incapaz de contener la felicidad que me causa el volver a ser yo, a sentirme cómoda en mi cuerpo, a salvo en mi piel, después de tanto tiempo, toda una eternidad.



Sé el momento exacto en que me doy cuenta de que le quiero a él y solo a él. Quiero darle mi libertad y ser libre a su lado.
               No le he elegido porque me hiciera sentir bien, o porque fuera una opción. Le he elegido porque él es el único capaz de protegerme mientras deja que yo me cuide sola.
               Lo veo cuando cuida de su hermana, porque nunca haría conmigo lo que hace con ella.
               Es la segunda vez que Eleanor se desmaya por culpa de los ensayos, que la tienen demasiado tiempo colgando boca abajo, como si fuera un pez. Scott está preocupadísimo, pero Tommy, directamente, echa humo.
               Va en busca de June, que está sentada discutiendo algo con Gaga, y da un manotazo en la mesa.
               -Le cambiáis el número a mi hermana, sí o sí.
               Gaga alza las cejas y lo mira, frunciendo ligeramente el ceño.
               -Es lo que ella quiere. El espectáculo será genial-razona.
               Pero Tommy no está para razonar.
               -Mira, Gaga-espeta, tenso, y Scott abre mucho los ojos, sabedor de lo que viene detrás incluso antes de que él lo diga-, respeto mucho que te visas de carne y cosas así, pero…vaya, que no le puedes hacer esto a la gente. Mira cómo está mi hermana-la señala, sentada en el borde del escenario, mareada, bebiendo agua y comiendo un par de galletas para subirle el azúcar-. Se pone enferma, y a mí me estáis tocando los cojones, porque es mi puñetera hermana.
               -Por el arte se hace cualquier cosa-responde Gaga, solemne.
               -¿Incluso enfermar?
               -Si es necesario, sí.
               -Es gracioso que me digas eso cuando tú misma dejaste tours a medias-espeta, cruel-, y hay gente en este grupo cuyos padres dejaron carreras por salud, pero vale-sentencia, y pasa entre Scott y Chad, baja las escaleras hecho una furia y se dispone a atravesar el patio de butacas cuando una voz le detiene en seco.
               -No necesito que me defiendas-gruñe Eleanor, molesta, sin haber recuperado el color. Tommy se gira, tenso. Sólo le vi así de tenso una vez: cuando la emboscada a Chris.
               Y es entonces cuando me doy cuenta.
               -A ver, niña, ¿cómo te explico que eres mi responsabilidad porque soy tu hermano mayor?-ladra.
               A mí me cuida porque me quiere. Me cuida porque sabe que necesito espacio para curarme. Yo no soy su responsabilidad. Eleanor, sí. Es su trabajo cuidarla y curarla, las dos cosas a la vez. No sucede así conmigo.
               -Por desgracia-gruñe Eleanor.
               -Si te pica, ráscate, Eleanor-escupe Tommy, y echa a andar en dirección a la salida. Todos vamos detrás de él, le decimos que está loco, que no debería haberle hablado así a Gaga, que nos van a echar, que vaya cojones tiene (eso se lo dice Scott, y Tommy lo fulmina con la mirada).
               June sale a buscarlo, lo llama, le echan la bronca de su vida y luego sale triunfal, ajustándose el cuello de la camisa.
               -¿Y bien?-pregunta Scott, los brazos cruzados, las piernas separadas, listo para entrar en combate, aunque no esté muy claro aún contra quién.
               -Seguimos dentro-Tommy se limpia una mota de polvo invisible del hombro-, porque he utilizado mis dotes de persuasión.
               -¿Te has echado a llorar?-espeta Scott, y Tommy pone los ojos en blanco.
               -No, tío: soy de la mafia-abre los brazos-, básicamente les he dicho que, si nos echan, un montón de gente dejará de ver el programa, porque tú y yo controlamos medio Londres: todos los de nuestra edad nos conocen.
               -Pero eso es mentira-discute Scott.
               -Pero eso June no lo sabe-responde Tommy, pellizcándole la mejilla-. Por cierto, están de mal humor, han dicho que no quieren vernos por ahí, así que, ¿os parece si nos vamos a comer?
               -Eres de lo que no hay-Diana se echa a reír, y él le guiña el ojo por toda respuesta. Hacemos tiempo por los alrededores del teatro hasta que Eleanor finalmente atraviesa la puerta y trota escaleras abajo, móvil en mano. Tommy la llama con un silbido, y ella se gira y frunce el ceño.
               -¿Aún tienes la cabeza sobre los hombros?
               -Ya ves.
               -Eres un gilipollas-le suelta, empujándolo-. ¡No necesito que vengas a salvarme como si fuera un cachorrito desvalido! ¿Qué coño tienes que ir a decirle a Gaga nada? ¡Puto subnormal!
               -Eres mi hermana pequeña, ¿te enteras, piojo?-responde Tommy, devolviéndole el empujón-. ¡Y si quiero meterme, me meto, y punto! ¡Haber nacido antes si querías ser independiente, no te jode!
               Eleanor se pasa todo el trayecto al restaurante bufando y lanzándole miradas envenenadas, pero se anima, como todos, cuando empiezan a llegar los platos cargados de carne y salsas exóticas, con un montón de especias. Chad se recuesta en su asiento y se da una palmada en la tripa.
               -Los cocineros del programa deberían pedirles un par de consejos a los de por aquí, ¿no os parece?-sonríe, y achina los ojos, feliz, cuando todos decimos “amén”. Nos preguntan si queremos postre y Tommy y yo hacemos lo más doméstico que puede hacer una pareja: él pide un trozo de tarta, y yo otro, y me deja comerme los dos, asegurándome que está lleno.
               Cuando se cruza de brazos y se recuesta como Chad en su silla, escuchando lo que le está contando Scott del cumpleaños de su hermana, y se echa a reír, yo me doy cuenta de que, por muy copiosa que sea esta comida, en realidad sólo es un aperitivo para lo que me apetece tomar: a él.
               Y mi oportunidad se presenta cuando llegamos al Puente de Carlos sin ponernos de acuerdo en lo que vamos a hacer a continuación. Diana se ausenta la primera, diciendo que han contactado con ella de una agencia de modelos checa y quieren hacerle una sesión de fotos aprovechando su presencia en la capital de la República, así que se despide de todos nosotros con un par de besos y se marcha entre la multitud, con sus gafas de sol haciendo de diadema en el pelo, que emite leves destellos dorados a pesar de que el cielo se ha ido encapotando.
               Chad, Aiden y Kiara deciden que quieren ira dar un paseo en barco, y Tommy se gira y me toma de la cintura cuando sugieren ese plan.
               -Suena bien, ¿no crees, princesa?
               -Creo que no me va a venir bien. Estoy tan llena que probablemente me maree-declino, toqueteándome el flequillo-. Pero tú vete, si quieres-añado, mirando a mi chico, con la esperanza de que diga que no hace falta, que en otra ocasión, y es justamente eso lo que dice.
               -¿Vamos al castillo?-sugiere Eleanor cuando los irlandeses descienden hasta un muelle, señalando el imponente edificio que reposa sobre la colina, controlando la ciudad.
               -Es que nosotros ya lo vimos-contesto antes de que Tommy diga que sí. Él se me queda mirando, perspicaz.
               -Sí-añade-, además, ¿para qué vamos a subir, si vosotros probablemente os larguéis a uno de esos ensayos secretos que lleváis toda la semana ocultándonos?
               -No tengo idea de qué me hablas-contesta Scott, muy digno, y Tommy alza una ceja y eleva la comisura del labio inferior a esa facción.
               -Scott, por favor, que tú siempre saludas a todo el mundo conmigo, y el sábado pasaste de decirles hola a los de vestuario. Porque ya los habías visto una vez.
               Tommy se cruza de brazos mientras Scott entrecierra los ojos.
               -Odio que estemos tan obsesionados el uno con el otro-suelta de repente-, porque ni un poco de intimidad me permites tener.
               -Es que eres muy guapo, y no puedo evitar fijarme en ti-responde Tommy, acariciándole la cara a Scott, pero Eleanor tira de su novio, interrumpiendo el momento romántico.
               -Bueno, si no es el castillo, ¿qué hacemos?
               Tommy me mira y yo parpadeo.
               -Estamos un poco cansados-dice, tras un instante en el que yo agacho la cabeza y me miro los pies. Doy una ligera patada al espacio entre adoquines y me ensucio la puntera de los zapatos-. Llevamos mucho tiempo de turismo. Creo que nos lo tomaremos con calma. Subid vosotros-insiste Tommy, y se gira hacia Scott-. Y le pagas la entrada a mi hermana.
               -¿Para compensar que eres un metomentodo?-acusa Scott.
               -Para compensar que te tiraste a mi novia y a su mejor amiga-espeta Tommy, y a Scott se le borra la sonrisa de la cara.
               -Te puto detesto a veces, Thomas, en serio te lo digo.
               -Adiós, cariño-contesta él, dándole un sonoro beso en la mejilla-. Pórtate bien.
               Los observamos desaparecer entre la multitud y, cuando se han convertido en dos cuerpos indistinguibles, Tommy se vuelve hacia mí.
               -Bien, ¿qué quieres hacer?
               Me muerdo el labio.
               -Vamos al hotel-susurro, tímida, y él sonríe.
               -Estás cansada, ¿eh? Hoy nos han machacado bastante.
               Si tú supieras, me gustaría responderle, pero no hace falta. Me coge de la mano y me lleva por las calles, seguimos la ruta más corta y, en menos de 10 minutos, estamos en el ascensor del hotel. Empujamos la puerta y dejamos las cosas encima de la mesa de cristal de donde los mandos. Tommy desparrama su teléfono, sus gafas de sol, el llavero y la pequeña mochila sin demasiado interés, se descalza sin utilizar las manos y se tumba en el sofá, con el mando a distancia en la mano.
               Pero, cuando yo empiezo a recoger mi desastre y el suyo, se levanta y aparta sus cosas de mí para que yo no me ocupe de ellas.
               Pero es que estoy muy nerviosa. Me tiemblan las manos y me arden las mejillas; no he podido evitar pensar que fue en ese sofá donde poseyó a Diana, que fue en el baño donde le vi tocarse y yo me toqué observándole en las sombras.
               Miro las peonías y noto cómo se me encienden incluso las orejas, pero Tommy no está prestándome la suficiente atención como para distinguir la rojez de mis oídos entre lo marrón del pelo. Guarda sus cosas en la mochila y la deja sobre la mesa de cristal.
               -Te dejo la cama para ti sola, por si te quieres echar una siesta-dice, tumbándose de nuevo en el sofá. Se le sube un poco la camiseta y se le ven los abdominales, que se tapa rápidamente en un acto reflejo mientras enciende la televisión-. Y no te preocupes, que no la pondré muy alta-la señala con el mando y empieza a pasar canales.
               -Ven a la cama-le digo, pero él niega con la cabeza.
               -En serio, princesa, estaré bien aquí, y así tú podrás dormir tranquila, sin…
               -No quiero dormir.
               Se me queda mirando.
               -¿Has cambiado de idea? ¿Quieres ir a algún sitio? Porque me cambio y…-se incorpora y acerca sus playeros, y yo pienso que es un sol, que nadie se lo merece, qué bueno es…
               -No quiero ir a ningún sitio-respondo en tono calmado, y Tommy frunce el ceño.
               -Eh… creo que no te sigo.
               Miro las peonías, la puerta del baño, la puerta de la habitación, recuerdo su cuerpo desnudo, cómo me hizo sentir, cómo despertó un sentimiento dormido en mí, casi inerte, durante tanto tiempo que me había costado identificarlo.
               Lujuria.
               Y tomo aire y se lo digo.
               -Quiero irme a la cama contigo.
               Tommy procesa la información.
               -Ah, vale. Puedo ver un capítulo de algo con los auriculares del iPad, si lo que quieres es compañía…
               Pero no la procesa muy bien, y yo me echo a reír.
               -¡No, Tommy! ¡Lo que digo es que quiero acostarme contigo!
               -Pero yo no tengo sueño-discute, y añade-: Hace años que no duermo la siesta. Tampoco me puedes pedir que…
               -¡Por Dios, T! ¡Te estoy pidiendo follar!-espeto, y él se queda a cuadros, y yo me quedo a cuadros, y me llevo una mano a la boca, sorprendida por haber usado esa palabra.
               Pero sí, es lo que quiero. Quiero follar con él, follármelo y que él me folle.
               Parpadea un momento, la boca entreabierta, mientras yo me pongo roja como un tomate. No dice nada. No dice nada durante tanto tiempo que me asusto, y creo que es culpa mía, o que él no quiere hacer nada, que quizá esté cansado, o no le apetezca, o…
               Esboza una sonrisa y yo puedo volver a respirar.
               -¿Que me estás pidiendo qué?-sonríe, levantándose, y yo me pongo rojísima. Se acerca a mí y me toma de la cintura, busca mi boca, y deposita un dulce beso en ella.
               -Quiero hacer el amor contigo-le digo, sin aliento, sintiendo que todo eso está bien, que está genial, que no hay nada como sus labios en mi boca, sus manos en mi cintura. Le paso las manos por los brazos, subo hasta su cuello, hundo los dedos en su pelo.
               -Te deseo-me dice.
               -Vamos a la cama-respondo, y él asiente con la cabeza, entre beso y beso, y se deja guiar hasta la habitación. Empujo el pomo de la puerta hacia abajo y entro de espaldas, dejando que sus manos se ocupen del resto. Mis pies chocan contra el borde de la cama y pierdo el equilibrio y caigo hacia atrás, aterrizando sobre el colchón y él aterrizando sobre mí. Le levanto la camiseta y él hunde las manos en el colchón tras mi espalda, acariciándome por encima de la piel, y se detiene de repente.
               -Tenemos que usar protección.
               -Tomo la píldora-contesto.
               -Diana también-responde. Y yo me muerdo los labios y me lo quedo mirando. Asiento con la cabeza. No podemos arriesgarnos, tenemos que usar la cabeza, aunque sólo sea un momento. Se incorpora, con la respiración acelerada, e hinca la rodilla entre mis piernas, pensando. Se pasa una mano por el pelo, se levanta y gira sobre sí mismo, mirando la habitación. Después de lo que parece una eternidad, en la que yo le observo, jadeante, él asiente con la cabeza, levanta el dedo índice y me dice que ahora viene.
               -Esto… ponte cómoda.
               Va hacia la puerta y la abre de par en par mientras yo me recuesto sobre la cama. Se vuelve.
               -Pero no te quites la ropa.
               -¿Por qué? Eso nos ahorraría tiempo.
               -Pues porque quiero hacerlo yo-responde, alza la mano y desaparece por la puerta. Le escucho revolver en otra habitación, abre y cierra cajones, recoge y tira mochilas, corre y descorre cremalleras-. Joder, la madre que lo parió…
               -¿Dónde estás buscando?
               -En la mochila de Scott-contesta desde la otra punta de la suite, y finalmente, después de recoger algo del suelo, supongo que un bolso, lanza una exclamación-. ¡Ajá! ¡Te quiero, hermanita!
               Vuelve apresuradamente a la habitación y me enseña un paquetito plateado. Lo gira entre sus dedos para mostrarme el preservativo, todavía envuelto y doblado. Asiento y sonrío. Cierra la puerta de la habitación y se me queda mirando, acostada sobre el costado, con las piernas semiflexionadas, esperando a que se digne a acercarse.
               -¿Qué pasa?-pregunto, riéndome ante su expresión.
               -Nada. Estás… diferente.
               -Me siento diferente. Y supongo que me lo sentiré más cuando te acerques-coqueteo, y él se echa a reír.
               -Sí, claro, no podemos hacerlo a distancia, ¿verdad?
               Viene a mi lado, deja el preservativo en la mesilla de noche, espera a que me incorpore y comienza a besarme. Lo hace con lentitud, pero ya no hay cautela en sus besos. Ya no teme cortarse con mis aristas, ni romperme con sus labios. Me quita la chaqueta que aún llevo puesta, y la aparta hacia el suelo. Me recorre con los labios los brazos y los hombros, inhalando el aroma a champú y perfume que emite mi piel. Me desabrocha el primer botón del mono verde militar que me he puesto hoy, recorre con un dedo mi canalillo, subiendo desde entre mis pechos hasta mis labios, y me da un beso en la boca. Yo, mientras tanto, tiro de su camiseta hacia arriba, se la paso por la cabeza y la lanzo al extremo opuesto de la habitación. Se ríe.
               -¿Tienes prisa?
               -Quizás, un poco.
               -¿Me tienes ganas?
               -Me muero de las ganas que te tengo-respondo, feliz, sintiendo cómo se endurece con cada beso que le doy. Me desabrocha más botones hasta tenerme con el torso al descubierto, frente a él. Saco mis brazos de las mangas del mono corto y me tumbo sobre la cama, permitiendo que él me levante las caderas para tirar de los pantalones y poder continuar desnudándome.
               Ambos descubrimos a la vez que mi ropa interior va a juego.
               Y también descubrimos a la vez que todavía no me he descalzado.
               -¿Quieres hacerlo así, o prefieres que te quite los playeros?-bromea. Yo pongo los ojos en blanco y le saco la lengua.
               -Seguro que me sorprendes con tu decisión.
               Me desanuda los cordones lentamente y retira los playeros de mis pies. Se lleva mi pie izquierdo a la boca y empieza a besármelo, por el dorso, por el interior del tobillo, y sube por mis piernas.
               Sube, y sube, y sube, y yo me retuerzo.
               -Tommy-gimo.
               -Shh-responde. Me separa las piernas, continúa besándome. Llega a mi sexo, aún cubierto por la tela negra de las bragas, pero no se detiene. Deposita un beso en la puerta a mi “rinconcito especial” y continúa con su paseo de la tortura. Me estremezco cuando llega al pie derecho y repite la operación. Esta vez, después de pasa por mi sexo, sigue subiendo por mi ombligo. Me baja los tirantes del sujetador y tira de él para dejar al descubierto mis pechos, reposando las copas de mi sostén sobre mi vientre.
               Se me queda mirando un instante.
               -Eres preciosa-me dice, y yo me estremezco y cierro los ojos.
               -Oh-respondo cuando él posa sus labios en mi pezón y lo succiona lentamente, con movimientos circulares de la lengua que hacen que mi cuerpo se revolucione. Lo pego instintivamente más contra mí, y lanzo un suspiro de protesta cuando se separa de mi seno y pasa al otro, prestándole la atención que hasta hace nada le ha negado.
               Tiro de sus pantalones con mis piernas y me ayuda a librarme de ellos con movimientos de la cadera. Está en bóxers, unos bóxers blancos, extremadamente sexys, que resaltan el ligero tono moreno de su piel, que todavía conserva del invierno pasado.
               Su erección es inmensa. Me quedo mirando el bulto que hace, la forma de su pene bajo la tela de los bóxers, mientras él pasa por mis hombros.
               No me lo pienso dos veces. Me incorporo, me desabrocho el sujetador, y le quito a él los calzoncillos. Cierra los ojos cuando yo rodeo su miembro con los dedos y empiezo a acariciarlo, con movimientos lentos, acompasados con su respiración. Echa la cabeza hacia atrás y lanza un suspiro al cielo.
               -Dios, sí…
               Observo su dureza, la fuerza que desprende. Es Tommy en estado puro. Creo que jamás ha estado tan relajado estando conmigo.
               Quiero metérmelo en la boca.
               Me pongo de rodillas en la cama y me acerco a él.
               -¿Qué haces?-pregunta, alarmado, y yo le respondo dándole un beso, poniendo sus manos en mis pechos, y apoyándome sobre los codos. Estiro las manos y me coloco la punta en los labios-. No quiero que nuestra primera vez vaya sobre mí.
               -Yo quiero que vaya sobre nosotros-le digo-. Quiero escucharte gemir, como te hace gemir Diana.
               Me lo meto en la boca y lo rodeo con la lengua, imitando los movimientos que ha hecho la suya en mis senos. Tommy suspira, bufa, se contrae. Tiene un regusto salado, y eso que acabamos de empezar. Pero a mí me encanta. Me encanta todo lo que tenga que ver con él, que, por su parte, pasa la mano por debajo de mis bragas, me acaricia el culo y continúa bajando un poco más.
               Me saco su miembro de la boca cuando sus dedos llegan a mi sexo, y su dedo corazón me presiona el clítoris suavemente mientras él, con la palma de su mano, hace presión sobre los labios de mi vagina.
               Noto que se endurece un poco más a mi lado.
               -Madre mía, Layla, estás tan húmeda-comenta, maravillado, y esa palabra, húmeda, se me antoja la más sensual y erótica que me han dicho nunca. Cierro los ojos y me concentro en la presión de su mano entre mis muslos, acompaño con las caderas involuntariamente los movimientos que él está haciendo, acercándome a las puertas del cielo.
               A duras penas consigo acariciarle, pero a eso le pone solución en seguida.
               -Se acabó-dice, alejándose de mí, cogiéndome de la cintura y haciendo que me incorpore-. No me basta con tu boca. Necesito estar dentro de ti-me dice mientras me tumbo, con las piernas separadas, frente a él-. Tengo que poseerme.
               Separo tanto las rodillas que siento una leve tirantez entre mis muslos. Él se queda mirando mi flor abierta, anhelante y mojada como los campos del centro del país en invierno.
               -Poséeme-le digo-. Hazme tuya. Quiero ser tu mujer.
               -Te haré mi mujer-asegura, y no volvemos a hablar. Se inclina hacia delante, su miembro deliciosamente pegado a mi sexo, y se introduce ligeramente en mí cuando se apoya a mi lado para coger el preservativo. Tengo que contener un suspiro de satisfacción. Se separa de mí para ponérselo y en esos segundos me apetece llorar.
               Y, entonces, por fin, sucede.
               Vuelven a hacerme el amor, después de más de un año.
               Tommy me separa las piernas, me acaricia las rodillas, los glúteos y los muslos, y ese pequeño botón del placer que tenemos todas las mujeres aprovechando que tiene que guiarse con las manos para entrar en mí.
               Su punta penetra en mi interior. Sus pupilas se dilatan. Me embiste suavemente y yo me agarro al cabecero de la cama, incapaz de procesar que esté entregándome a otro hombre por fin.
               Y qué hombre. Su erección, dura, acaricia las paredes de mi rincón más privado, curando toda la desolación que había hasta entonces. Convierte mi mayor zona de guerra en un pequeño paraíso.
               Bota suavemente dentro de mí. Suspiro y le acaricio la espalda, abro los ojos, descubro que me está mirando.
               Me embiste de nuevo lentamente. Cada milímetro que se mueve dentro de mí es un delicioso suplicio, un horrible placer. Cierro las piernas en torno a él; el pensamiento de que hay partes de mi cuerpo que no están en contacto directo con el suyo se me antoja insoportable. Le acaricio la mandíbula.
               -Paramos cuando quieras-me dice, y yo niego con la cabeza.
               -No pararemos nunca.
               Sonríe, me besa, sus labios se apoyan en los míos, su lengua juega con la mía. Me acaricia los pechos. Me los pellizca, juguetón. Le paso las piernas por la cintura y dejo escapar un suspiro de satisfacción, descubriendo que en este ángulo puede llegar más lejos, más profundo, que me da mucho, mucho más placer. Mis uñas se hunden en su espalda, y noto que Tommy se esfuerza en continuar despacio. Quiero que acelere. Quiero que acelere y a la vez me encanta cómo lo estamos haciendo.
               Destila amor. Cada poro de su piel, cada fibra de su ser, cada átomo que le compone. Amor por mí y por lo que estamos haciendo, amor por la vida, esa vida a la que yo estuve a punto de renunciar. Es Él, ese Él con mayúsculas de las que hablan las novelas románticas.
               Es él. Es Tommy. Siempre ha sido Tommy. Desde la primera vez que lo vi.
               Y yo soy suya. Soy suya, por fin. Me estoy entregando a él, estoy disfrutando con su cuerpo. Ya no estoy rota, ya no me falta algo. Vuelvo a estar entera. Estoy entera y él me está completando, me llena de amor, hace que mis pulmones se contraigan y se dilatan, celebrando su olor.
               Noto que una lágrima se desliza por mis mejillas, y, cuando abro los ojos, lo veo borroso. Pero Tommy no se detiene. Me besa las lágrimas, los ojos, la frente. Acaricia nuestra unión y yo siento que me voy a morir. Nadie merece ser tan feliz. Yo no merezco ser tan feliz.
               Nadie puede ser así de feliz. Creo que voy a explotar.
               -¿Qué ocurre, princesa?-pregunta, apartándome mechones de pelo de la cara.
               -Nada-susurro, sorbiendo por la nariz, mientras su sexo y el mío continúan danzando un lento vals-. Es que… soy tan feliz. Siento tanto amor-le acaricio la cara, esa cara tan preciosa, que han tenido que hacer los dioses. Ningún mortal podría tener tanta imaginación ni tanta maña para traer al mundo a alguien como Tommy. Eri tiene que ser una diosa. Tiene que ser la única diosa que existe-. Te amo tanto, Tommy. No me dejes nunca, por favor.
               -Mi madre no me crió para ser republicano-responde él, sonriendo.
               -¿Me lo prometes?
               -Soy tuyo, princesa-responde-. Ahora, y siempre. Y ahora, calla-me pone el dedo índice en los labios-. Te estoy haciendo el amor. Regálame un orgasmo. Quiero sentir cómo es que llegues al clímax conmigo en tu interior.
               Seguimos besándonos, acariciándonos, mimándonos, haciéndonos el amor, hasta que nuestros cuerpos dicen basta.
               Empiezo a contraerme, y me veo de vuelta en ese prado. Me veo frente a Chris. Me veo inalcanzable, le veo triste, apenado.
               Me veo en mi cama, en la cama de la habitación de Wolverhampton, haciéndolo con él la primera vez. Cómo se derramó antes de entrar en mi interior. Cómo me pidió disculpas.
               Me veo sobre él. Amada. Luego, desterrada. Luego, frente a su tumba.
               Tommy me besa, me dice que me quiere.
               El último pensamiento que tengo antes de abandonarme a la oleada de placer que barre mi cuerpo es para él, que reposa bajo tierra, que no ha podido conmigo, después de todo.
               Perdona por dejar que te convirtieras en un monstruo, le rezo, esperando que me escuche, esperando que la versión de él que aún sobrevive, si bien en éter, mezclado con el universo, sea el chico del que yo me enamoré, y no la bestia a la que ajusticié. Yo te perdono por lo que me hiciste.
               Y mi cuerpo convulsiona, con la pieza clave de Tommy en mi interior, sujetándome, cuidándome. Impulsándome.
               Echo a volar. Soy libre.
Y jamás volví a tocar el suelo.
               Tommy terminó casi a la vez, sin temor a durar demasiado poco ni hacerme sentir violenta. Continuó en mi interior un rato más, besándome, acariciándome la mejilla y la nariz con la suya.
               Cerré los ojos y me abracé a él, que, agotado, se tumbó a mi lado en la cama. Miramos al techo durante un largo rato, en silencio, sin atrevernos a hablar para no romper la magia del momento.
               -Gracias-susurré después de varios minutos sin hablar, interiorizando lo que acababa de suceder. Tommy me miró.
               -¿Por qué?
               -Por dejar que me diera una segunda oportunidad. Impedir que me suicidara. Y ser paciente conmigo. Gracias por no empujarme. Tenía que hacerlo sola.
               Tommy sonrió y me acarició la mejilla.
               -Entonces, ¿te ha gustado?
               Me eché a reír.
               -Sí. Me ha encantado.
               -¿Qué tal ha estado?
               -Mejor de lo que recordaba-admití, sonrojándome ligeramente-. ¿Y a ti, qué te ha parecido?
               -Mejor de lo que me esperaba-se inclinó y me besó en la frente.
               -Nos han hecho para ti-le dije, y él alzó las cejas-. A Diana y a mí. Nos han hecho para quererte. Y a ti te han hecho para que te queramos.
               -Le daré las gracias a mi madre en cuanto la vea-me prometió, acariciándome la mejilla, y yo me eché a reír. Nos tumbamos de nuevo sobre nuestras espaldas y jugamos con las sábanas.
               -¿Te encuentras bien?-preguntó después de un rato, y yo asentí con la cabeza.
               -Nunca he estado tan bien. Estoy curada. Le he dejado marchar. Le he perdonado-informé, y él rodó hasta colocarse a mi lado y besarme. Noté la ligera presión de su sexo sobre mi pierna, pero ya no le di importancia, ya no me asustaba, ya no podía hacerme nada. Aquello no era un arma.
               Sólo era un instrumento más. Es el corazón el que hace el arma, el que decide si usar un castillo como hogar o como prisión, usar un martillo para romper un brazo o construir una casa, usar un pene para hacer el amor o para violar.
               Las cosas son neutras, nosotros somos quienes les damos un sentido u otro.
               Hasta las bombas son necesarias para iniciar una reconstrucción.
               -Él no te merece. Nadie en el mundo te merece.
               -Puede que él no me mereciera-respondí-, pero yo tampoco me merecía vivir con esa carga. El perdón es un don que nos dan las estrellas para atar o dejar volar nuestras almas. Y yo estaba cansada de permanecer en el suelo.
               Me lo quedé mirando.
               -La chica que yo era cuando él era el chico del que me enamoré me agradecerá haberla dejado renacer. Igual que yo te agradezco haberme impedido acabar con mi vida-añadí, y sus ojos se humedecieron. Le acaricié la mejilla.
               Me sentía sabia. Mayor. Capaz de protegerle y capaz de protegerme a mí.
               -La vida que tú me has animado a recuperar era preciosa, Tommy. Y la vida que quiero disfrutar contigo será perfecta. Lo mejor que me habrá pasado nunca.
               Con un nudo en la garganta, me besó la palma de la mano, emocionado.
               -Bienvenida a casa, princesa.

               -Siempre he estado en casa-respondí, tocándome el corazón-. El problema es que había perdido las llaves.

El quinto capítulo de Sabrae ya está disponible, ¡entra a echarle un vistazo y apúntate para que te avise de cuando suba los siguientes capítulos! A más gente apuntada, antes subiré



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7 comentarios:

  1. "Siempre he estado en casa. El problema es que había perdido las llaves"
    Me quedo con esto para resumir todo el capítulo porque ha sido precioso. Layla se merecía un capítulo como este y que todo fuera tan bonito como lo has descrito. Por fin se ha liberado.

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  2. Por favor me muero, cada día te superar más. No se queda voy a hacer cuando se acabe.
    ojalá un novio como Tommy o Scott, por tu culpa tengo el listón muy alto jajajajjaa

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  3. Ya sabes que lo hubiese preferido de otra forma, pero al fin y al cabo me han encantado, siempre me atrapas con tus palabras Eri. Me has hecho llorar al final y no puedo estar más feliz por Layla, he llorado por ella y por las miles de chicas que me he imaginado como volvieron a recuperar su libertad una vez se la arrebataron. ❤

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  4. Madre mia de verdad. El final no ha podido ser más precioso verdad que no? No te puedes ni imaginar cómo me gustan los capítulos de Layla. Amo su manera de ser y fu fortaleza. Se que no existe de verdad pero joder es que la admiro muchísimo y quiero llorar de lo orgullosa que estoy de ella.
    Siempre digo que Scott rs mi favorito pero es que Tommy me tiene ganada joder. Yo creo que al ser tan dulce y empalagoso pues no le veo tan de mi tipo pero es que al ser tan dulce hace que le ame. Se que la anterior frase no tiene sentido pero ay. Ojala existiese el matrimonio de tres y Tommy, Diana y Layla se pudiesen casar.
    Aunque una cosa también te digo, me hace ilusión que Layla acabase sola y feliz. Feliz ella sola y siendo Tommy su mejor amigo que le ha ayudado a salir de toda esa mierda. No quiero que de manera involuntaria se le diese ese poder de curación a Tommy (se que tu intención no es esa, me refiero a lxs lectorxs) porque no es asi. Ha sido ella sola quien ha salido, quien ha conseguido perdonar y por fin seguir adelante más fuerte que nunca.
    Por cierto, el momento Coldplay, mira he chillado. ME IMAGINO A MIS NIÑOS HACIENDO UNA ACTUACIÓN DE MIS OTROS NIÑOS Y GRITO MUCHISIMO. ENCIMA CON LOS PALITOS DE COLORES COMO EN SUS CONCIERTOS DE VERDAD AY T.T
    Y OTRA COSA, TOMMY ENFRENTANDOSE A GAGA PARA DEFENDER A SU HERMANA ME HA PUESTO A 100. MADRE MIA. OTRA COSA NO, PERO TOMMY CABREADO ME PONE MUCHISIMO JODER. ALABADO SEAN LOS TOMLINSON Y LOS MALIK.

    -Patricia

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  5. El capítulo ha sido puto precioso y creo que hay poco más que añadir. Me ha gustado muchísimo que por fin Layla se haya dado cuenta de que es ella sola la que se ha curado y que no necesita de Tommy. Y la parte final ha sido tan tan bonita que he llorado mucho, qué ganas tenía de esto y de que por fin Layla sea feliz, mi niña.

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  6. Layla es preciosa tanto en físico como en alma, y me alegra muchísimo ver cómo poco a poco se ha ido recuperando hasta llegar a este momento. Se merece todo lo bueno del mundo y se merece ser feliz y libre. Un capítulo tierno, hermoso y feliz. Gracias Eri ❤
    Pd: quiero saber cómo fue la sesión de fotos de Diana con la chica de la tienda y qué pasó después con ella, los diseños, la tienda y su abuela. Es que ha sido una historia muy bonita, sabremos más de ello?

    "El perdón es un don que nos dan las estrellas para atar o dejar volar nuestras almas." ❤

    - Ana

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  7. Estoy super feliz de que por fin Layla haya conseguido superarlo todo y de que tommy se haya portado tan bien con ella ay es que thomas de bueno es literalmente tonto no me creo que el mismo que va a fardar a scott de cuantas veces ha follado con diana sea ese al que layla le dice vamos a acostarnos y él "no tengo sueño, hace años que no duermo siesta" POR DIOS THOMAS TOMLINSON EL CEREBRO SE USA PARA ALGO
    Y eleanor como que se quiere colgar del techo vamos a ver qué necesidad hay que se va a hacer pure como se caiga e imaginate a scott sin eleanor para siempre a ver quién le aguanta (((pobre tommy))) ELEANOR RECAPACITA
    Y DIANA SE HA PORTADO GENIAL CON LAYLA YO QUE PENSABA QUE AL FINAL IGUAL LA ACABABA DANDO UN FLUS Y DECIDIA QUE NO QUERÍA COMPARTIR A TOMMY

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