domingo, 17 de septiembre de 2017

El diablo visita Praga.

No recordaba haber dormido tan bien en mucho, mucho tiempo. Quizás la última vez que hubiera descansado tanto y disfrutando de un sueño de una calidad como el de esa noche, la primera que pasé con 18 años, había sido siendo un bebé, aún hijo único.
               La ligera presión a mi lado en el colchón me recordaba lo que nunca se me olvidaría: que ella estaba de nuevo a mi lado, su cuerpo robando calidez del mío y, a la vez, manteniéndolo cobijado, su cintura pegada a la mía, sus brazos alrededor de mi torso, su respiración, pausada y profunda, acariciándome el pecho; sus pestañas, haciéndome cosquillas en el hombro; y su boca, en mi brazo, rozando con los labios mi piel y enloqueciéndome.
               Su pelo estaba esparcido alrededor de la cama, jugueteando en ocasiones con el mío, pintando cuadros en mi cuerpo cuando ella se movía, arrastraba un poco la cabeza y lanzaba un suspiro de satisfacción y amor.
               El perfume que irradiaba su piel era el mejor que hubiera olido nunca, el más delicioso y exótico, un olor prohibido que me recordaba a los momentos más felices que había pasado en toda mi vida, también una cama, también en su compañía. Me desperté varias veces esa noche, sólo para levantar un poco la cabeza, ver su silueta recortarse en la penumbra bajo las sábanas, y tirar de ella para pegarla más a mí. Entonces, ella sonreía, mimosa.
               -Duerme, Scott.
               Yo le daba un beso en la frente y ella lanzaba un suspiro de satisfacción, anhelando descansar, y a la vez ser lo bastante fuerte como para abrir los ojos y repetir lo que habíamos empezado.
               Ni siquiera fuimos a cenar. La urgencia de nuestros besos fue en aumento a medida que pasaban los segundos y la idea de que volvíamos a estar juntos se asentaba. Fuimos a su habitación, que esa noche era solamente suya, y nos quitamos la ropa, venerando nuestros cuerpos como si fueran la mismísima encarnación de Dios. La observé desnuda de nuevo frente a mí, la tomé de la cintura y la besé y la besé hasta que estuvimos en la cama, ella debajo de mí, yo encima de ella, sus piernas alrededor de mis caderas, mi frente en la suya, mi aliento en el suyo, su boca en la mía, mi sexo en su interior, sus dientes mordiendo sus labios y gimiendo un dulce “oh, por favor, sí”.
               Conseguí mandarla al cielo tres veces, y las tres lo celebró estremeciéndose y susurrando mi nombre en mi oído, pidiéndome otra más, que no la abandonara, que no me diera por vencido. Yo estaba agotado y a la vez me sentía imparable, continuaba embistiéndola suavemente mientras Eleanor me miraba a los ojos y me acariciaba la espalda.
               -Eres el amor de mi vida-me dijo cuando terminó la segunda vez, un poco después que yo, con sus brazos en mi cuello y sus ojos en los míos, sus pechos acariciando mis antebrazos a medida que aquellos subían y bajaban, acompañando su respiración.
               -Eres lo que nunca he encontrado en nadie-le respondí, y ella sonrió, feliz, abriéndose un poco más como una preciosa flor que anuncia la llegada de la primavera. Llevaba mi semilla en su interior, como si yo fuera una audaz abejita que iba a probar el néctar de su precioso cuerpo y dejaba el polen de otra planta entre sus pétalos.
               Su esencia se colaba por mi nariz y no me abandonaba ni en sueños. Su pelo me hizo soñar con playas paradisíacas, playas que había visto en mi más tierna infancia, cuando en casa sólo éramos cuatro, o cinco, nunca seis; playas en las que no había nada más que arena blanca, suave como el terciopelo, un mar azul turquesa que apenas se agitaba por el influjo de las mareas, un sol al que no desafiaba ninguna nube, y ella. Eleanor, ataviada con un vestido blanco y una flor de hibisco en el pelo, de bordes del mismo color que la arena y su atuendo e interior naranja, como una puesta de sol, caminando despacio hacia mí, agitando las caderas sensualmente al andar, riéndose cuando yo corría hacia ella, la tomaba de la cintura, la pegaba a mí y la besaba, gimiendo cuando la desnudaba y la poseía sobre aquella arena, o sobre aquel mar.
               El calor de su cuerpo me hizo soñar con pajaritos entre nubes, bosques encantados en cuyos árboles las hojas no eran otra cosa que diminutos colibríes que levantaban el vuelo, y yo era uno de ellos, era uno entre un millón, y Eleanor se acercaba, descalza, hundiendo los pies en la humedad del musgo, y me recogía y me besaba la cabeza, consolando que mi ala estaba rota, y yo me convertía de repente en una nube y echaba a volar con ella encima.
               Las curvas de su cuerpo me hicieron soñar con que yo era un artista del Renacimiento, esculpiendo su perfecta figura en mármol blanco e impoluto, haciendo una estatua de ella, mi musa, que tenía delante de mí, y que se bajaba la toga con un guiño y se echaba a reír cuando yo dejaba el cincel y el martillo y me acercaba a ella, le besaba los pechos y le hacía el amor en el suelo de un estudio tintado con miles de colores, la convertía en un cuadro, pintaba figuras en ella.
               No podía creérmelo. No podía creerme la suerte que tenía.
               Mi suerte me acompañó cuando me desperté un poco antes que ella, y pude observar la paz con la que reposaba. Sus facciones denotaban un descanso absoluto y una felicidad plena, como la de las madres que sostienen a sus hijos por primera vez, después de mucho luchar por traerlos al mundo, o de los maridos que por fin convierten a su novia en su mujer. Respiraba con tranquilidad, como si todas las plantas del mundo hicieran la fotosíntesis sólo para asegurarse de que había oxígeno suficiente para ella. Los lunares de su rostro permanecían estáticos, preparándose para el baile que llevaban a cabo durante el día, cuando su cara se llenaba de las emociones que la embargaban y estos comenzaban una danza que los juntaba y separaba durante más de 12 horas.
               Le aparté un mechón de pelo de la cara y aproveché para acariciarle la mejilla. Sus párpados temblaron y abrió los ojos lentamente. Me enfocó con cierta dificultad.
               -Buenos días-susurré. Ella se mordisqueó los labios, avergonzada, recordando lo que habíamos hecho la noche anterior.
               -Buenos días, mi amor.
               -¿Qué tal has dormido?
               -Genial-se estiró, con ese típico estiramiento de no quiero moverme del sitio, en el que desengarrotas todo tu cuerpo sin apenas necesidad de moverte. Dejó caer su cabeza en la almohada y me miró-. ¿Y tú?
               -Jamás he dormido tan bien-respondí. Eleanor sonrió, acariciándome el pecho. Me puse de costado y pasé mis dedos por su cintura, notando cómo se erizaba el vello de su piel a medida que pasaba mi mano. Se inclinó un poco para poder besarme.
               -Eres perfecto-murmuró, pegando su frente a la mía, cerrando los ojos.
               -Tú eres preciosa.
               Eleanor se rió, con una risa musical que le haría ganar el programa. Joder, debería decírselo a Gaga. Le hacen mucha gracia los chistes sobre elefantes; “entra un elefante en una cacharrería, y no se oye lo que dice del estruendo que arma”. Ponla a escuchar chistes de elefantes y el 100% de los votos de la final irán para ella.
               -Me alegra saber que consideras que mi belleza está por encima de mi intelecto.
               -Ahora no estás resolviendo problemas matemáticos-acusé. Eleanor se apoyó en un codo y se rió.
               -¿Quién lo dice?
               -Mm. No sé si me pone mucho que estés dándole a los números y hablando conmigo a la vez, o me cabrea que no me dediques toda tu atención.
               -¿Quieres toda mi atención?-ronroneó.
               -Por favor-respondí, dejándome besar, tumbándome dócilmente sobre mi espalda, sonriendo para mis adentros cuando empezó a bajar por mi pecho, y por mi vientre, y continuó dándome besos incluso más allá. Me acarició y la noté sonreír cuando se metió mi miembro duro en la boca.
               -Aquí la tienes-coqueteó, dando besos en la punta mientras me volvía completamente loco con sus manos. Sabía exactamente qué hacer, cómo moverse, y a qué velocidad. Sabía qué decirme, sabía cómo chantajearme.
               -Eleanor-gemí, notándome cerca.
               -Dámelo-fue lo que contestó. Y se lo di, y me regodeé en escucharla tragar, en cómo gimió, excitada, en lo húmeda que estaba cuando el que bajé fui yo, en cómo se retorció con mi boca en su sexo, mi cara entre sus muslos, cómo me miraba cuando yo alzaba la vista y nuestros ojos se encontraban. Se retorció y fue alzando más y más la voz hasta que le fue imposible no gritar, pegándome a ella tanto con sus piernas como con sus manos.
               Celebró toda mi atención con una oleada de placer líquido de la que yo bebí gustoso. Me quedé con la mejilla apoyada en su muslo mientras ella recuperaba el aliento. Cerró los ojos y yo me la quedé mirando, estudiando cómo se limpiaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.
               -Sigo con sed-comenté, y ella me dio una palmada en la cabeza.
               -Eres un guarro.
               Sacudió su cabeza, haciendo que el pelo le cayera en cascada a ambos lados de la cara, y se incorporó. Me quedé mirando cómo se esfumaba por la puerta del baño, que ni se molestó en cerrar, deleitándome en la forma en que se sacudía su culo cuando caminaba.
               -¿Has adelgazado?-le pregunté mientras ella se sentaba en la taza del váter.
               -Un poco.
               -Vamos a tener que solucionar eso-bromeé.
               -Estoy genial.
               -Y no te lo discuto, pero…
               Eleanor asomó la cabeza por la esquina de la habitación.
               -¿Pero…?
               -Pero…
               -Yo de ti tendría cuidado, Scott-me advirtió, riéndose.
               -Pero me gustaba cuando tenías un poco más de culo. Me gusta tener dónde agarrar.
               Puso los ojos en blanco y los brazos en jarras.
               -Aún tienes dónde agarrar.
               -No como tú-respondí, señalando con la barbilla el bulto en las sábanas, entre mis piernas. Eleanor puso los ojos en blanco de nuevo y alzó las manos, como diciendo no puedo contigo. Me incorporé y tiré de ella, la cogí por sorpresa y conseguí hacerla perder el equilibrio y caer sobre mí. Volví a besarla con intensidad, saboreando cada gotita de su saliva y cada átomo de su ser.
               -Quiero tenerte-gemí contra su lengua.
               -Soy tuya-respondió.
               -Déjame poseerte.
               -Poséeme-cedió, y separó las piernas, deleitándose en mi dureza, y me introdujo en su interior. Los dos contuvimos un gemido de satisfacción, nos miramos y nos echamos a reír.
               -Seguro que todo el mundo sabe que tú eres más que una hermana para mí, ¿por qué nos callamos?
               -Porque no quiero tener público. Te quiero sólo para mí.
               -Soy todo tuyo, nena.
               -Requetemío-asintió ella, mordiéndome los labios. La cogí de las caderas y rodé para ponerme sobre ella, que no se quejó. Me miró a los ojos y me acarició la mandíbula mientras la embestía, se aferró al cabecero de la cama, suspiró, gimió, contuvo gritos y me besó, me besó, me besó y me besó. Con sus manos en mi espalda, sus dedos repasando la línea de mi columna vertebral y sus uñas haciendo surcos en mi pelo, me olvidé de todo lo que nos rodeaba, de dónde estábamos, de qué día era, de qué año, de qué éramos nosotros, si la nube, si el colibrí, si los dos amantes, si el artista y su musa.
               Sólo existíamos nosotros dos: ella y su contacto, ella y sus besos, ella y su boca, ella y sus caricias, ella y su húmeda calidez en mis empellones, llamando a las puertas del cielo. Eleanor, y sus caderas, sus piernas, sus pies, su cintura, su vientre, sus brazos, su pelo.
               Sus pechos.
               Su boca.
               Sus ojos.
               Su sexo.
               Eleanor.
               Me estremecí y me rompí sobre ella, derramándome otra vez en su interior, que me celebró con su propio orgasmo, todo su cuerpo aferrándose al mío y negándose a que me alejara ni un centímetro.
               -Eleanor-gemí.
               -Scott-gimió ella.
               -Te amo-dijimos a la vez, y nos miramos y sonreímos, sudorosos, agotados y felices, enamorados como sólo lo podíamos estar a nuestra edad: tan apasionadamente que dolía, con todo lo que éramos, con toda nuestra frontera desdibujada, sin límites.
               Estaba enloquecido, no podía pensar, y a la vez lo veía todo más claro que nunca.
               -Cásate conmigo-le pedí, y ella abrió los ojos y me miró.
               -Scott…-susurró. No, no, no. No me digas que no.
               -Cásate conmigo-le repetí, besándola, besando sus clavículas, sus pechos, su vientre. Su boca, sus ojos-. Cásate conmigo, El. Te haré la chica más feliz del mundo.
               -Estás loco-se echó a reír, y yo sonreí. Aquello no era un no, aquello era, de hecho, la contestación que venía cuando no se quería decir que no.
               -Quiero formar una familia contigo. Quiero despertarme así cada maldito día de mi vida. Quiero tener hijos contigo. ¿Lo que le digo a Tommy? No bromeo. Quiero darle sobrinos. Quiero darte hijos.
               -Tengo quince años-rió, estupefacta.
               -No hablo de ir ahora al juzgado-repliqué-. No necesitamos casarnos para tener una familia. Mis padres no lo estaban cuando me tuvieron a mí. Ni a Sabrae. Bueno, más o menos, con Sabrae-chasqueé la lengua-. Pero ya me entiendes. Podríamos hacerlo con 80 años. Podríamos ser esos viejecitos adorables que van a la iglesia y se casan y se lo pasan genial aunque no pueden tener noche de bodas, porque, bueno. Son viejecitos.
               -Yo quiero seguir haciendo el amor contigo cuando tenga 80 años-respondió ella, y yo me estremecí. Me quedé con lo más importante de la frase: hacer el amor, contigo, 80 años.
               -No sabes lo mucho que voy a trabajar para hacerte feliz. Es que no te haces una idea-negué con la cabeza-. Eres lo que más me importa. Te haré regalos cada día. Te querré como no han querido a nadie jamás. Le pediré a mi padre que me enseñe a componer sólo para escribirte el disco más cojonudo que pueda, el que te mereces-me acarició la mejilla, le agarré la muñeca y la besé-. Voy a ganar un Grammy-le aseguré, y en su boca titiló una sonrisa irónica, cómo te atreves a decir eso, teniendo 18 años-. Ganaré un Grammy, me subiré a ese escenario, y la primera palabra que diré cuando lo recoja será tu nombre.
               -¿Intentas compensarme algo?-sonrió, pellizcándome la mandíbula.
               -Te haré una pedida en condiciones llegado el momento, no te preocupes.
               -No hablo de la pedida. Hablo de que quieres que nos casemos en un juzgado.
               Me eché a reír.
               -¿Dónde quieres hacerlo?
               -En una iglesia.
               -Soy musulmán-le recordé. Eleanor puso los ojos en blanco.
               -Pues te conviertes al cristianismo. Pero yo no me caso contigo en un puñetero juzgado. O vamos a la catedral de Canterbury o a la de Westminster. No otra.
               -Mírala, qué egocéntrica, la niña.
               -¿Te piensas que no me voy a encargar personalmente de que toda mujer en este país vea que yo me caso contigo?-me acarició el mentón con absoluta adoración-. Da gracias si no encargo dirigibles.
               -Había pensado en aviones militares. Que hagan piruetas en el cielo-bromeé. Eleanor alzó una ceja.
               -¿Con estelas de humo de colores?
               -Depende de los colores.
               -Rojo-sonrió. Chasqueé la lengua.
               -Me tienes calado, ¿eh?
               -Ya ves-sonrió, jugando con los dedos sobre los músculos de mi espalda.
               -Eleanor-supliqué.
               -Sí-sonrió-, pero con una condición.
               -¿Cuál?
               -Que mantengas una actitud abierta cuando vayamos a ver iglesias.
               Puse los ojos en blanco.
               -Ah, y vamos a bautizar a nuestros hijos.
               -Tú no eres creyente.
               -Pero igual alguno nos sale tonto, no hay más que ver qué padre van a tener-se echó a reír y yo me hice el ofendido, ganándome unos besos a modo de disculpa.
               Realmente pensaba que podría vivir de su cuerpo, respirar su aliento y beber de su boca, calentarme con su piel y vestirme con sus abrazos, mientras nuestras lenguas se enredaban y sus piernas acariciaban las mías, frotando nuestros pies en un festival de amor nunca antes visto.                Jamás saldría de esa cama. Jamás me levantaría de allí, jamás me separaría de ella, jamás la dejaría marchar. La última vez que lo había hecho, las consecuencias habían sido catastróficas.
               Lo mejor de que te rompan el corazón es que, cuando recuperas a la persona que te lo dejó destrozado y ella empieza a recomponer tus partes, descubres que puedes amar con más intensidad, que por cada corte se cuelan los sentimientos que de otra manera quedarían encerrados, que en cada arista hay una nueva posibilidad de atesorar recuerdos, que las sensaciones son más intensas porque se junta la pena por no haberlas tenido durante un tiempo, la añoranza por su ausencia, y la alegría y la esperanza incomparables de cuando recuperas algo que creías perdido.
               -Te amo-susurré, acariciándole la mandíbula, y ella me sonrió.
               -Te amo, Scott Malik-respondió, volviendo a besarme-. Como jamás sabría amar a otro.
               -Eres la luz de mis días-paseé mi nariz por su cuello y le di un suave mordisco en el lóbulo de la oreja, arrancándole una sonrisa.
               -Vaya, ¿debería ponerme celoso?-inquirió una voz a los pies de la cama. Me volví lentamente, odiando aquella interrupción, por mucho que fuera Tommy. Él alzó las cejas, expectante-. Por mí no paréis. Si queréis, de hecho, puedo ir a por una cámara. Seguro que esto sube nuestra audiencia.
               -Vamos a casarnos, Tommy-anuncié, no pensando con claridad, borracho de felicidad y con la certeza de que todas las cosas que habían pasado a lo largo de mi vida no eran más que el camino necesario para llegar a ese momento.
               -¿Y eso es noticia?-respondió T, cruzándose de brazos. Eleanor se acurrucó sobre mi pecho, somnolienta, mirando a su hermano y bostezando sonoramente-. Lo que me sorprende es que no os hayáis fugado esta noche-se encogió de hombros-. Nosotros nos vamos a comer algo, ¿os traigo el desayuno, o ya estáis empachados?
               Eleanor se puso colorada, ocultándose en mi cuello.
               -Oye, tío, no vaciles a mi chica así.
               -Es mía; antes de ser tu chica, ya era mi hermana.
               -Tenle un poco de respeto a tus mayores, Thomas-respondí-. Cuando yo tenía tu edad, los novios tenían prioridad a los hermanos.
               -Las cosas han cambiado mucho mientras tú echabas polvos nada más despertarte, hermano-Tommy sacó la lengua-. Os dejo solos, procurad no meteros mano demasiado, que luego tenéis que lavároslas para comer.
               Asentimos con la cabeza y seguimos retozando mientras Tommy se marchaba, recogía las cosas, y volvía con bandejas cargadas de comida acompañado de Chad.
               -Creo que deberías darle las gracias a este caballero-espetó Tommy, cogiendo a Chad por los hombros- por haberte salvado el culo como nadie más podía.
               -No fue nada-contestó Chad, pasándose una mano por el pelo.
               -Yo creo que sí, C.
               -Le pondré tu nombre a mi primogénito-contesté, incorporándome, ayudando a Eleanor a envolverse con la sábana.
               -¡Oye!-protestó Tommy-, ¿y yo qué?
               -Relájate, T, puedo poner dos nombres.
               -Sí, claro; que te crees tú que yo no voy a tener nada que opinar en eso-Eleanor me sacó la lengua.
               -No puede evitarlo, es que le viene en la sangre.
               -Eleanor estaba empezando a comportarse de manera muy cruel-respondió Chad, encogiéndose de hombros. Eleanor le dio un mordisco a un bollito de canela y puso los ojos en blanco.
               -Scott se lo merecía. Para espabilar.
               -¿Y qué hay de Jake?
               -¿Qué hay de él?-preguntamos a la vez Tommy y yo. Chad bufó.
               -Incluso siendo un gilipollas, como vosotros decís, no se merecía que jugaras con él de esa manera.
               -No creo que se haya hecho muchas ilusiones. Me lleva 7 años-Eleanor desgajó unas miguitas del bollo mordisqueado-. Lo nuestro no tenía ningún futuro. Y ni siquiera estaba pillado por mí. Sólo era sexo.
               -Sí, por cierto: ya hablaremos tú y yo sobre follarte a tíos que te consideran un conjunto de agujeros donde meter la polla-acusó Tommy-, ¿y Scott fue con el que te enfadaste?
               -Scott me puso los cuernos-respondió Eleanor, y yo agaché la cabeza, amedrentado-, y Jake sólo me estaba utilizando, igual que yo a él. Era de mutuo acuerdo.
               -Sigue sin hacerme gracia que te acuestes con tíos que dicen que no eres más que un agujero-discutió Tommy.
               -Y que hablan de ti como “ese coñito rico”-añadí yo. Eleanor se volvió hacia mí, me miró un momento, después miró a su hermano, y se echó a reír.
               -¡Pero bueno, ¿y esta caza de brujas?! Con quién me acueste yo no es de vuestra incumbencia. Bueno, ahora sí-rebatió, poniéndome una mano en el brazo-. Pero… aunque no tengo por qué daros ningún tipo de explicación, os diré que Jake fue muy respetuoso conmigo, jamás me forzó a hacer nada que yo no quisiera. Es bravucón, sí, pero no es una mala persona.
               -Es asqueroso cómo hablaba de ti-replicó Tommy-. Ni Alec, borracho, diría esas cosas.
               -Son el tipo de cosas que larga Jordan cuando coge una borrachera como la copa de un pino-añadí yo-. Y por eso no dejamos que hable con ninguna chica cuando se pone así. No tenéis por qué aguan…
               -¿No se os ha ocurrido pensar que, tal vez, estuviera exagerando su faceta de imbécil prepotente y machista?-estalló Eleanor-. Chicos, por favor-se subió un poco la sábana, que con la que había hecho una especie de toga-. Yo calo a la gente. ¿De veras pensáis que podría sentirme atraída por el típico machito que se tira a todo lo que se mueve?
               -No lo sé, Eleanor, ¿el agua moja?-acusó Tommy-. Llevas toda la puta vida enamorada de Scott, e incluso te gustaba más cuando era así.
               -¡Oye!
               -Sólo estoy diciendo verdades-respondió mi mejor amigo.
               -Si os soy sincero-intervino Chad-, a mí también me parecía que la mayoría de cosas que decía Jake sobre Eleanor eran fachada. Para cabrearos.
               -Es lo que quería-aseguró Eleanor, y me miró y me cogió la mano-. Lo siento, S, pero estaba cabreadísima contigo. Quería que sufrieras. Y sabía que, si me acostaba con Jake, o por lo menos te hacía creer que lo estaba haciendo con él, tú te subirías por las paredes. Si, por ejemplo, me hubiera ido con Chad…
               -… lo cual no tendría ningún futuro, porque yo te veo como a una hermana-interrumpió el irlandés.
               -Eso no es impedimento-respondió Tommy, frotándose la oreja-. A Scott es lo que le va. Y a Alec, también.
               -Si me hubiera ido con Chad-retomó Eleanor-, no te habría afectado tanto porque sois amigos y Chad es un amor. Sabes que me trataría bien. En cambio, acostándome con Jake, a quien más odias de toda la edición, sabía que te daría rabia por dos motivos: una, por ser tu “mayor enemigo”, porque te estaría traicionando de alguna forma, y otra, por ser él como es. Pensarías que no me merecería, que me trataría mal, y eso te volvería loco.
               -No quiero que vuelvas a darme celos con él.
               -Ni yo que te vuelvas a acostar con Diana. Al menos, sin estar yo presente.
               Todos nos quedamos sin aliento en la habitación.
               -¿Quieres venir a ver cómo follamos la americana y yo, hermanita?
               Eleanor dio un sorbo de su café y no contestó.
               -¡Mírala, y parecía inocente cuando la compramos!
               -¿Qué te hemos hecho?-pregunté, cogiéndole las manos. Eleanor se echó a reír.
               -A ver, no me van las chicas, ni nada…
               -Eso es lo que dicen todas las chicas una semana antes de que las pillen enrollándose con sus mejores amigas-respondió Chad-. Cuidado con lo que dices ahora, El. Tengo el radar queer encendido y está pitando levemente.
               -… pero digamos que no me importaría ver cómo Diana se acuesta con alguien. Y si ese alguien encima eres tú…
               -Espera, Eleanor, ¿me estás diciendo que te cabreaste con Scott porque se acostó con Diana y tú no estabas allí para verlo?-Tommy levantó las manos.
               -No-zanjó ella, seria de repente-. Me molestó que Scott me fuera infiel. Mira, S, sinceramente-se volvió hacia mí-, si hubieras venido un día y me hubieras dicho: “mira, pasa esto. Diana me pone. Hemos hablado y queremos acostarnos”, yo te habría dado luz verde-se encogió de hombros-. Pero me dolió que lo hicieras sin decirme nada primero. Que me engañaras. Que me fueras infiel.
               -Si yo me acostara con Diana, te estaría siendo infiel-razoné.
               -No, si yo te doy permiso. Además… tu actitud con todo lo del trío dejó bastante que desear-me regañó-. Esa actitud infantil de decir que habían sido ellas, que os habían engañado, drogado, emborrachado, incluso violado…-nos fulminó con la mirada-. ¿Es que estáis mal de la cabeza? Cómo se nota que sois tíos, sólo vosotros os podéis tomar algo tan serio como una violación tan a la ligera. A mí casi me violan, y os aseguro que no es nada agradable. Imaginaos todo lo que tuvo que pasar Layla, para que ahora digáis que Diana y Zoe os violaron sólo porque os dejaron emborracharos y drogaros lo suficiente como para pensar “mira, que le jodan a Eleanor; si Diana me la pone dura, se la meto y que me quiten lo bailao”.
               Eleanor alzó las cejas, sus ojos saltando de su hermano a mí. Tommy se miró los pies.
               -Tú no pensabas eso antes-susurré.
               -Porque estaba demasiado cegada por la rabia y el dolor, Scott-respondió ella, serena-. Tú mismo estuviste cabreadísimo con Diana durante un tiempo, hasta que las cosas se calmaron un poco y pudiste razonar.
               -Sí, después de que yo le diera dos hostias-contestó Tommy. Eleanor pestañeó.
               -Siempre necesitamos ayudas externas que nos hagan abrir los ojos.
               -Creo que sé cómo se llama esa ayuda.
               -Fueron dos-atajó Eleanor.
               -Layla-dijo Tommy, y Eleanor asintió.
               -Layla fue buenísima. Se puso de mi parte desde el minuto 1, pero en ningún momento me permitió despotricar contra Diana. Simplemente me hacía cambiar de tema y seguíamos hablando de cualquier otra cosa. Empezó a mediar entre nosotras mucho antes de que todo se enderezara. Reconozco que eso hizo mucho más fácil trabajar juntas en los números de las chicas. Y creo que una parte de mí se daba cuenta de que Diana no lo había hecho a propósito, pero… dios, estaba tan enfadada con ella…
               -Y entonces, te llovió el regalo del cielo-sonrió Chad. Eleanor también sonrió.
               -Bueno, C, tú también ayudaste, con lo de la carta y eso. La leí el día que no fui a ensayar.
               -¿Cuál de todos?-espeté, más borde de lo que me gustaría.
               -El primero-aclaró Eleanor-. Y seguía enfadada contigo, pero ya no era lo mismo, ahora me sentía mal, me sentía… sentía que me estaba pasando un poco.
               -Bueno, nena, la verdad es que sí que le amargaste la vida un pelín.
               -Pero Scott se lo merecía-discutió Chad.
               -Sí, bueno, el caso es que leí la carta, que afortunadamente Chad me trajo…
               -La amenacé con dejar de hablarle si no le echaba un vistazo-informó Chad, subiéndose sobre la parte delantera de sus pies e hinchando e pecho.
               -Y me daba miedo ir a ensayar y verte y perdonarte, porque, sinceramente, Scott, hasta que no cantaste, no me pareció que te estuvieras esforzando lo suficiente.
               -A partir de ahora lo haré mejor.
               -Ahora ya no hace falta que te esfuerces-sonrió Eleanor, acariciándome la mandíbula.
               -Por ahí vas mal-replicó su hermano.
               -Pero… en fin. Diana-Eleanor dio una palmada, dejó las manos juntas y continuó-: nuestra relación era cordial, yo incluso la echaba un poco de menos, pero había una parte de mí que le guardaba rencor. Y entonces, llegó Sabrae.
               -¿Por qué no me sorprendo?-sonreí.
               -No sabes lo lista que es tu hermana, S. Cada palabra que dice lo dice con un sentido y una convicción…-Eleanor sacudió la cabeza, admirada-. Supo qué tenía que decir y dio en el blanco. Vino conmigo a hablar con Diana e hizo que lo arregláramos. No sé si habrá algo que Sabrae no pueda conseguir.
               -Ha hecho que Alec se ponga a hablar de machismo estructural en la sociedad-contestó Tommy-. Alec. Machismo. Estructural. Creo que la última vez que le escuché mencionar la palabra “estructura” fue hablando de la estructura ósea de Mohamed Alí.
               -Tiene la teoría de que tenía los huesos más duros y a la vez flexibles que la media, y por eso boxeaba tan bien-aclaré yo.
               -Bueno, pues eso ya os dará una idea. Sabrae me llevó a una esquina y me habló largo y tendido sobre lo que estaba haciendo con Diana, sobre lo mal que lo estaba haciendo sentir… y sororidad. Dijo que no estaba bien que le echara las culpas porque bastante mal lo teníamos nosotras por ser chicas, como para que encima nos peleásemos entre nosotras.
               -Le encanta esa palabra-asentí con la cabeza.
               -Tu hermana es un sol.
               -Eso lo dices porque no has vivido con ella.
               Nos echamos a reír. Chad miró a Tommy e hizo un gesto con la cabeza.
               -Deberíamos ir y comer algo.
               -Sí. Y vosotros dos-nos señaló el inglés-, haced el favor de vestiros, que enseguida nos raptan y nos sacan del país, antes de que nuestros padres puedan protestar.
               Los ojos de Eleanor chispearon con ilusión. Al final de la gala, que habían ganado Sabrae y ella (habíamos pedido todos que les votaran a ellas dos, para que Taraji tuviera una oportunidad de despedirse como se merecía), June se había incorporado justo al final de la emisión, y nos había dicho:
               -Chicos, coged ropa fresquita, ¡nos vamos a Praga!
               Casi todos habían gritado de la emoción, pero yo tenía la cabeza aún en otra parte. Es por eso que adoré la expresión de mi chica, cuyo rostro brillaba de la ilusión al irse a una ciudad que no conocía personalmente, pero que su madre se había asegurado de conseguir que adorara.
               Tommy y Chad se marcharon después de decirme Tommy que en una hora estaría bien que fuéramos a ver a Alec (lo cual era más bien una orden que una sugerencia), dejándonos solos con nuestro desayuno y nuestros pensamientos. Eleanor se revolvió en la cama, deseosa de terminar cuanto antes la comida y poder empezar con la maleta.
               -No te vistas-le pedí cuando dio por concluido su desayuno e hizo amago de ponerse unos pantalones. Me miró, un poco cohibida.
               -No puedo pasearme por ahí desnuda, S.
               -¿Por qué?-respondí. Sus orejas se tiñeron de un tiernísimo rojo cereza.
               -Es que… me da… cosita.
               Me senté al borde de la cama.
               -Eres hermosa-le dije, agarrándola de la cintura y tirando de ella hacia mí. Le besé el vientre, justo por debajo del ombligo-. Déjame mirarte. Por favor. Es lo único que deseo.
               Eleanor me acarició el pelo, pensativa. Separó ligeramente las piernas y se sentó a horcajadas encima de mí.
               -No podemos-susurré, calculando cuántas veces podría aguantar antes de no poder más. Noté cómo me endurecía debajo de ella.
               -Sí que lo hacemos-respondió-. Tengo todo prácticamente listo. Sabía que continuaría-me confió, y arqueó ligeramente la espalda para guardar las distancias y añadir-: además… tú deseas mi desnudez. Yo te deseo a ti.
               Aparté a un lado la bandeja, sus besos sabían a chocolate y mermelada de frutas.
               -Móntame-le pedí, y ella sonrió, lanzó una ligera exclamación, notando la punta de mi pene rozando la abertura de su vagina y separando más los muslos para permitirme entrar.
               Follamos de nuevo, una vez más, fuerte, sucio, casi duro, mis mordiscos en sus tetas, sus uñas en mi pecho, sus caderas golpeando salvajemente las mías mientras agitaba todo su cuerpo, lanzándome a un orgasmo en el que prácticamente me estrellé. Eleanor me miró a los ojos mientras se acercaba, y luego, con una exclamación, se echó hacia atrás y comenzó a temblar, vibrando para mí, vibrando conmigo dentro.
               Tomó aire, se apartó el pelo de la cara y se levantó para dejarme salir. Unas gotitas blanquecinas acompañaron nuestra separación, y yo me quedé mirando el pequeño hilillo de semen que salía de su interior, una prueba de lo que acabábamos de hacer.
               Sin pensar, estiré la mano, recogí un par de gotitas con el pulgar y me lo llevé a la boca.
               -Eres un cerdo-se rió Eleanor, que, sin embargo, no se puso ropa. Fue al baño a limpiarse un poco y empezó con su maleta.
               Vi que sacaba una cajita de su armario y la guardaba envuelta en una camiseta vieja, que en otros tiempos había pertenecido a Tommy.
               -¿Qué llevas ahí?-pregunté, señalando aquel tesoro. Eleanor miró la caja, se encogió de hombros.
               -Cosas. No quiero separarme de ellas. Aquí es donde guardo el colgante.
               -¿Me dejas verlas?
               Eleanor tragó saliva, considerando las posibilidades. Finalmente, asintió con la cabeza y me entregó la cajita. El colgante del avión de papel refulgía en una esquina, apartado de todo lo demás y protegido por una pequeña cajita transparente de plástico. Había fotos de su familia, de sus hermanos, de sus amigas, recogidas con una pequeña banda elástica. Un billete de metro, el envoltorio de un condón rasgado.
               -Es el primero que usamos-musitó, sus mejillas encendidas, cuando levanté la cabeza con el paquete en la mano. No dije nada, ¿cómo le dices a tu novia que te parece lo más adorable del mundo que guarde el envoltorio del condón con el que tuvisteis vuestra primera relación sexual?
               Al fondo de la caja, había folios doblados. La mayoría eran dibujos y dedicatorias de sus amigas, recogidas con una cinta de color rosa pálido (es la que usaba Mimi cuando teníamos algún baile, explicó).
               Y, al fondo, un par de hojas dobladas cuidadosamente, pero cuya rugosidad advertían de lo que había sucedido con ellas. Las recogí y descubrí que a mi carta la acompañaban otros papeles, todos bocetos de la misma chica, la mayoría de las veces en soledad, casi siempre sin ropa.
               Eleanor se sentó a mi lado mientras yo estudiaba los dibujos que había hecho de ella, los dibujos en los que también aparecía yo, con nuestros cuerpos mezclándose, el punto de nuestra unión difuminado, como si el sexo nos hiciera convertirnos en la misma persona con dos cuerpos que estaban casi separados, besándola mientras ella me acariciaba el pelo, los codos en mis hombros, sus pechos intuyéndose por detrás de mis brazos.
               -No sabía que te los habías traído.
               -El bloc está en mi habitación, guardado y a buen recaudo-dijo. La miré-. Pero quería traerme esto. Yo… puse en práctica algunas de las cosas que me enseñaste-se echó el pelo hacia atrás-. Con este dibujo.
               -¿Qué insinúas?
               -No me obligues a decirlo, Scott-pidió, avergonzada, tapándose la cara con las manos. Me reí.
               -No sé de qué hablas, El. Dímelo.
               -Me tocaba-admitió-. Con ese dibujo.
               Me lo quedé mirando.
               -Me traía buenos recuerdos-explicó.
               -Tendré que dibujarnos follando más a menudo a partir de ahora-respondí, y ella se echó a reír. Recogió los dibujos y los guardó de nuevo en la cajita. Abrí la carta y releí lo que le había escrito, pensando en que lo había hecho con el corazón de tal manera que me sería imposible mejorar jamás las palabras que había puesto allí. Reconocí mi letra, apresurada por las ideas que se me agolpaban en la cabeza, pero a la vez cuidada, negándome a que Eleanor tuviera que forzar la vista y arriesgarme a perderla. Había pequeños borrones aquí y allá.
               -Lloraste leyéndola-observé. Eleanor asintió con la cabeza, jugando con los dedos de los pies en la alfombra, sus rodillas muy, muy juntas, empequeñeciéndose.
               -Cómo no iba a hacerlo, S. Nadie había escrito algo tan bonito para mí-sus ojos se humedecieron-. La releía por las noches hasta que no podía seguir porque no me lo permitían mis lágrimas. Menos mal que cantaste Like I would. Era demasiado orgullosa para hacer lo que me apetecía: cruzar la puerta y decirte que te necesito para ser feliz. Que sé que tú eres esta carta, y no lo que hiciste en la habitación de aquel hotel.
               -Ven aquí-le pedí, abriendo los brazos. Se acurrucó sobre mi pecho y la arropé para que no tuviera frío, la abracé, le besé la cabeza y le dije-: yo siempre seré el de esa carta. Eres tú la que me hace ser el de esa carta.
               Eleanor suspiró con satisfacción y cerró los ojos. Cuando volvió Tommy, ya vestido y listo para marcharse, seguíamos en la misma posición. Suspiró.
               -Es hora de ir a ver a Alec. Apenas podremos estar media hora con él. No estamos para perder el tiempo, S. Si quieres que vaya yo solo…
               -¿Puedo ir yo con vosotros?-inquirió Eleanor. Tommy se encogió de hombros.
               -Estamos negociando con el Gobierno todavía la declaración de Patrimonio de la Humanidad de Alec, pero supongo que, por una visita extraoficial, no pasará nada.
               Eleanor se incorporó, cruzó los brazos sobre su pecho y se estiró para coger una camiseta.
               -Por dios, niña, ¿te crees que no he visto pocas tetas? No tienes nada que me sorprenda ya-acusó su hermano.
               -Date la vuelta-exigió ella.
               -¿Con que esas tenemos? Yo te enseñé a caminar-acusó Tommy-. No sé por qué ahora te pones vergonzosa conmigo, si prácticamente todo lo que sabes, te lo enseñé yo.
               -Pues yo no te voy a enseñar nada-respondió Eleanor.
               -Como si me interesara tu anatomía.
               Siguieron discutiendo prácticamente todo el trayecto, casi hasta la puerta de la habitación de Alec, que ya estaba despierto y había terminado de desayunar en el momento en el que entramos. Nos sonrió como lo hacía Heath Ledger en El caballero oscuro, satisfecho ante lo que se plantaba ante él.
               Le conocíamos lo suficiente para saber que quería decir algo, así que esperamos a que abriera la boca. Por fin, después de un silencio en el que Alec disfrutó manteniendo la tensión, se giró hacia mí y me dijo:
               -Con dos cojones. Thomas, préstame tu mano; necesito dos manos para poder aplaudirle.
               -No le llames Thomas-protesté.
               -Estoy en el hospital-recordó Alec.
               -Te terminará rompiendo una pierna-sonrió Tommy, acercándose a él y tendiéndole la mano. Alec se la chocó.
               -Que sea la izquierda; lo único que me faltaba ahora era que me jodiera también la derecha. Te veo bien, El.
               -Me siento bien, Al-sonrió Eleanor, abrazada a mi brazo.
               -Sí, es lo que tienen los polvos mañaneros-respondió el convaleciente-. Ya era hora de que perdonaras a este subnormal; he estado a esto-juntó el índice y el pulgar-de chuparle la polla sólo para que dejara de llorar durante un par de minutos, Eleanor esto, Eleanor lo otro.
               -No será necesario-respondí. Alec se me quedó mirando, alzó las cejas, y yo asentí con la cabeza, cerrando los ojos, en un efectivamente, chaval silencioso.
               -¿Y le devolviste el favor?
               -¿Por quién me tomas, Alec?-protesté.
               -Que si se lo devolvió-bufó Tommy, sacudiendo la cabeza y apartando la mirada-. Jesús.
               -¿Y a que le perdonaste un poquito más después de que te comiera el coño, Eleanor?
               -¡Alec!-ladré, pero Eleanor se echó a reír.
               -Eso no se duda.
               -¡Oye! ¿Desde cuándo sois coleguitas, vosotros dos?
               -Desde que duerme en mi casa y me ha visto en gayumbos.
               Rechiné los dientes.
               -¿Que qué?
               -Joder, Scott, ya sabes cómo duermo, me muero de calor, y más cuando lo hago con tu hermana, y se me había olvidado que Mimi había traído a Eleanor a dormir, y bajé a desayunar, con toda la buena intención del mundo, y me la encontré allí. Pero no pasó nada, ¿verdad que no, El?
               -No arrastro ningún trauma-sonrió mi chica.
               -Yo creo que hasta le gustó-Alec le guiñó el ojo-. Yo de ti me andaría con cuidadito, S, no te vaya a levantar a la novia y tú ni te enteres.
               -Le levantarás a la mujer-discutió Tommy-, ahora resulta que se van a casar.
               -¡Joder! Cómo os descontroláis cuando yo no estoy. Me doy una hostia con una moto y de repente Tommy hace un trío, Scott se nos casa, y Jordan pierde la virginidad. El año que viene, cuando vuelva de África, me vuelvo a estampar contra un coche-sentenció.
               -¿Que Jordan qué?
               Alec puso los ojos en blanco.
               -Se fue a Nueva York. El muy gilipollas. Yo le dije: “no vayas, vas a parecer un puto arrastrado”, y él “a ti no hay quien te entienda, le dices a Scott que se hunda en la mierda por Eleanor y ahora no quieres que yo vaya a ver a la chica de la que estoy enamorado”, y yo “por eso, porque no vuelves, hijo de puta; con las mamadas que hace Zoe, te me asientas ahí, y a ver a quién le gorroneo yo los mandos de la consola si te largas a Nueva York”. Me llamó de noche, cuando salía el sol. Dice que habían visto vuestra actuación, y que cuando salió Scott, hablaron del tema de la orgía, Zoe le pidió disculpas, le contó lo que había sucedido, una cosa llevó a la otra (porque, cómo somos los hombres cuando nos hablan de sexo, y más de dos tías follando, ¿eh?) y al final-Alec se encogió de hombros y reposó una mano en su vientre-, una cosa llevó a la hora, y Jordan por fin se ha acostado con una tía. ¡Una tía, chavales! ¡Con sus cuatro extremidades y su pulso y su respiración y su todo! ¡Una tía de verdad!
               Miré las pulsaciones de Alec en el monitor, un poco preocupado por cómo se habían disparado, y noté la mejoría que había experimentado cuando vi que no necesitaba recuperar el aliento después de aquella explosión. Alec miró las sillas, invitándonos a sentarnos.
               -Así que, ¿quién va a ser el padrino en esa inminente boda?-preguntó con intención, y levantó la escayola para taparle la cara a Tommy.
               -No es inminente-respondí-. Ni siquiera sé por qué Tommy te ha venido con el cuento ahora.
               -Porque me encanta hacerte de rabiar.
               -Que de qué color tengo que llevar el traje, coño-escupió Alec.
               -Todavía hay detalles que tenemos que pulir, Al-sonrió Eleanor-, pero, en cuanto sepamos el tema de la boda, te avisaremos.
               -De puta madre, ¿con qué cura tengo que ir a hablar? Porque os casaréis por la iglesia, ¿verdad? Mira que a mi hermana le da un patatús si es dama de honor en una boda por lo civil. Con lo que le gustan las puñeteras catedrales.
               -Ése es uno de los puntos calientes a debatir-admití. Alec entrecerró los ojos.
               -¿Por qué?
               -No lo sé, Alec, ¿quizás, porque yo soy, ya sabes, musulmán?
               -Tú eres musulmán para lo que quieres, que sólo usas a Alá para pedirle favores, pero luego bien que te comes las hamburguesitas con su lonchita de beicon y sus mierdas porcinas.
               -A veces me pregunto por qué no nos cobras por soltar esas perlitas cada vez que abres la boca-respondió Tommy, admirado.
               -Porque de bueno que soy, soy tonto-respondió Alec. Tommy y él se pasaron la siguiente media hora puteándome (si lo llego a saber, no le digo nada a Eleanor), hasta que Annie regresó con un café en una mano y un donut en la otra.
               -¡Eleanor!-celebró, y le dio un abrazo y dos besos a mi chica-. Qué alegría de verte. Me encantó tu actuación ayer. ¡Y lo que hiciste con Sabrae! Impresionante.
               -No me recuerdes lo de Sabrae, mamá-gimió Alec, frotándose la cara. Annie se echó a reír y aceptó el asiento que yo le ofrecí tras darle un beso a su hijo.
               -Debiste de pasarlo de puta madre, ¿eh?-le pinchó Tommy.
               -Si hubiera estado en casa, me habrían tenido que ingresar. Madre mía. Me tuvieron que administrar calmantes. Se me paró el corazón. Y no es coña. Tuvieron que traer la cosa esa... la que la frotas… y hace boom. ¿Cómo se llama?
               -Desfibrilador.
               -Gracias, mamá. Cómo se nota que eres una mujer con estudios-Alec le acarició la mano y ella puso los ojos en blanco, como diciendo no puedo creer que el espermatozoide ganador fueras tú, menudas figuras debían de ser los otros-. El caso es que me dio una trombosis y todo, llegaron a bajarme a urgencias. Te pongo dos denuncias, Eleanor, ¿cómo se te ocurre dejar que salga así vestida? Con esa camiseta, y luego ese body de cuero, blanco y negro-Alec se pasó una mano por la cara-. Ay, dios mío. Qué calor. Abre la ventana, Scott, que me va a dar algo aquí dentro-se abanicó con la mano y nos echamos a reír. Annie le cogió la muñeca y le acarició el antebrazo con cariño, mirándolo a los ojos, el alivio hecho persona, habitando en su cuerpo. Alec le cogió la mano a su madre y le acarició la palma con el pulgar.
               Charlamos un poco más, pero enseguida llegó la hora de despedirse. Annie se mostró entusiasmada al enterarse de que íbamos a ir a la capital de la República Checa; había ido de viaje hacía muchos años con Dylan, apenas un fin de semana que le había bastado para enamorarse de esa ciudad. Nos deseó que nos lo pasáramos genial y nos instó a que visitáramos la catedral que, como descubriríamos esa misma tarde, se asentaba en un montículo en la parte superior de la ciudad, en la orilla del río Moldava que es exclusivo para ella, vigilando la ciudad que se fue extendiendo a ambos lados del curso del agua, expandiéndose y protegiendo un casco antiguo gótico precioso aunque pequeño.
               La primera tarde que pasamos en la ciudad, la dedicamos a explorar. Subimos a lo alto de la colina con el resto de concursantes, nos hicimos fotos y nos quedamos observando el mirador, abarrotado de gente a pesar de que era temporada baja, finales de abril. Eleanor apoyó los codos en el muro de piedra, como probablemente muchas chicas antes que ella, y estudió el contorno de la ciudad, los edificios de techos que punzaban el cielo como agujas, los rascacielos que goteaban aquí y allá, respetando siempre la historia de la ciudad. Me abracé a su cintura y le besé el pelo, contemplando con ella las calles que serpenteaban entre edificios, las diminutas motitas de colores que eran los turistas, con cámaras en mano, consultando planos, deteniéndose a leer placas o simplemente a tomar una fotografía y descansar.
               Tommy estaba un poco más allá, entre Layla y Diana, que también observaban la ciudad con un aire de nostalgia. Noté cómo, a pesar de que la mano de él rodeaba la cintura de Diana, la mano con la que había entrelazado los dedos era la de Layla. Se volvió para mirarla mientras la inglesa comentaba algo, asintió con la cabeza, se pegó instintivamente a ella y le apartó el pelo del hombro, en un gesto íntimo y cariñoso.
               -Layla está casi lista-murmuró Eleanor, observándolos también.
               -¿Para qué?-pregunté, inhalando su perfume afrutado.
               -Para hacer el amor con Tommy-respondió. Me dio un ligero apretón en la mano y comprobó su reloj-. ¿Te parece si vamos a la catedral? Me gustaría verla mientras oscurece. Las catedrales son preciosas al atardecer.
               -Vamos-asentí, y me mordí la lengua para decirle que, si me pedía que saltara al río y dejara que éste me arrastrara hasta el mar Negro (aunque no estaba seguro de si desembocaba ahí), yo lo haría encantado. Nos acercamos al trío, que ahora estaba haciendo fotos con el móvil, grabando vídeos y comprobando qué filtro le venía mejor a la ciudad.
               -Vamos a visitar la catedral por dentro, ¿queréis venir?-preguntó Eleanor. Diana fue la primera en volverse, con su guía sobre Praga en la mano. Ya había visitado la ciudad más veces, la mayoría para desfiles o eventos sociales, pero decía que nunca había tenido tiempo de hacer turismo, y se moría de ganas. Lo primero que había hecho nada más bajar del avión, después de firmar autógrafos y hacerse fotos con un público que la adoraba, había sido irse derecha a la oficina de turismo del aeropuerto y comprar a guía más cara y gorda que tenían a la venta.
               -Vale, pero si luego vamos a la plaza donde está la torre de Astronomía. Cada hora hay un pequeño espectáculo con el reloj-explicó, abriendo la guía, que tenía unas horas de vida y ya estaba terriblemente manoseada-. Salen monigotes del interior de la torre y un esqueleto se agita mientras señala el reloj. Y los monigotes niegan con la cabeza y se vuelven a meter dentro. La última vez es a las nueve. Podríamos cenar en uno de los restaurantes de enfrente de la torre y verlo-comentó, mirando al pie de página-, hay un italiano que tiene tres estrellas y media…
               -No vamos a ir a un italiano estando en Praga-replicó Tommy. Diana hizo un puchero y él se rió, pellizcándole la mejilla.
               -¿Quizás a tomar un helado?-sugirió Layla, y Diana dio una palmada.
               -Y de paso, podríamos ver la iglesia que hay pegada a la casa de Kafka. ¿Sabíais que el terreno pertenecía a unos nobles, y la Iglesia empezó a construirla sin su permiso, así que los nobles paralizaron la obra y construyeron otro edificio pegado a la fachada?-comentó Diana-. No se puede acceder a esa iglesia si no es pasando por ese edificio. ¿Verdad que es fascinante?
               -¿Vas a estar robándoles el trabajo a las guías turísticas durante toda la semana?-la picó su novio.
               -Puede.
               -Me encanta-respondió Tommy, dándole un beso en la mejilla-. Venga, a ver la catedral, no vayamos a tener que bajar luego corriendo a coger mesa al famoso italiano.
               Layla se echó a reír, buscó a Chad entre la multitud, que llegó con el pelo alborotado de los besos que se había estado dando con Aiden (no entendía muy bien cómo habían conseguido él y Kiara saltarse clases de nuevo, pero decidí no preguntar) mientras Kiara aplaudía entusiasmada a los espectáculos de los artistas callejeros, que había estado viendo y grabando con Taraji, con quien nos habíamos encontrado en el aeropuerto y que nos había dado las gracias por pedir que la votaran a ella y así poder salvarse.
               Los irlandeses entraron los primeros y se santiguaron apenas pasaron por las puertas de la catedral. Aiden se llevó a la frente unas gotitas de agua bendita mientras Chad y Kiara se adelantaban y leían los primeros paneles de información. Vi que Diana inclinaba la cabeza y flexionaba las rodillas al tiempo que se subía la chaqueta para ocultar su camiseta de tirantes. Layla giró sobre sí misma, contemplando la miríada de colores que teñían las paredes y que se deslizaban, lamiéndolas, mientras el sol descendía suavemente, buscando rozar el horizonte.
               Eleanor contuvo el aliento y me apretó la mano con fuerza. Tommy le apagó el flash a su cámara y comenzó a hacer fotos como si no hubiera un mañana, capturando la belleza del momento. Rodeamos la zona de los bancos, deteniéndonos a mirar las figuras bíblicas. Diana se acercó a mí después de una breve discusión con Layla.
               -Scott, ¿te puedo hacer una pregunta?
               -Esto… ¿supongo?
               -¿Te sientes violento viendo esto?-señaló a un Cristo que cargaba con una cruz, una corona de espinas arrancando perlas de sangre de su cabeza, heridas en el pecho ya abiertas.
               -Hombre, reconozco que no me molaría mucho encontrarme con esta figura por la noche, yendo por la calle yo solo… ¿por qué?
               -¿Tú cómo te imaginas a tu Dios?
               Eleanor me miró, expectante.
               -No me lo imagino. Si Alá es todo, ¿por qué tendría que tener una forma?
               -Te hizo a su imagen y semejanza, ¿seguro que no tiene ninguna forma?
               -Vale, quizás tenga una forma, pero, ¿cómo sabes que Dios es como lo ponen en todos los dibujos? ¿De dónde han sacado que parece un señor mayor, con barba y pelo blancos? ¿Cómo sabía Miguel Ángel que era así cuando pintó la Capilla Sixtina?-Diana se quedó callada, escuchando-. En la Biblia no pone cómo es él. El Corán directamente nos prohíbe representarlo, para que no nos pase como os pasó a los cristianos. Alguien decidió que Dios sería de una determinada manera, y con el paso de los siglos ha conseguido hacer eso una especie de verdad tácita. Cuando tú piensas en Dios, lo limitas, porque le pones manos, le pones pies, y le pones ojos, los mismos que les puso Miguel Ángel. Y, si es todopoderoso, ¿para qué necesita ojos? ¿O manos? ¿O pies? ¿No podría modelar con los ojos? ¿O ver con las manos? Es absurdo que tenga cuerpo. No lo necesita-negué con la cabeza-. Él no es como nosotros. Así que no deberíamos representarlo así.
               -Pero-Diana miró al Cristo-, él… Dios…
               -Alá-la corregí.
               -Sí, eso, bueno, Alá. ¿No es Mahoma?
               -¿Qué?
               -¿No es Mahoma? ¿Como Jesús es Dios?
               -No-me eché a reír-. No, Mahoma es Mahoma, y Alá es Alá. Es el profeta.
               -¿No es su hijo?
               -No tienen relación. O sea, es el profeta, como podría serlo yo.
               Diana parpadeó.
               -Eso no tiene sentido.
               -¿Y que Dios sea uno y a la vez tenga tres partes sí?-repliqué. Diana se quedó pensativa, mirando la figura del Cristo. Entrecerró los ojos, valorando las posibilidades.
               -Espera, que al final nos la conviertes-sonrió Layla, contemplando las reflexiones internas de Diana.
               -De hecho-añadí-, si te fijas, todos los Cristos europeos son blancos-Tommy sonrió, sabedor de por dónde estaba llevando la conversación.
               -Y los americanos-asintió Diana.
               -Bien, pues, si Jesucristo nació en Palestina, eso significa que es oriental.
               Diana parpadeó de nuevo, mirando el Cristo.
               -No te sigo.
               -Lo que Scott te está diciendo, Diana-intervino Tommy, acercándose a nosotros-, es que, si las representaciones fueran acertadas, Jesús no debería parecerse a mí. Se parecería a Scott.
               Diana abrió la boca, mirándome, mirando al Cristo, mirando a Tommy y de nuevo a mí.
               -Joder-susurró-. Llevan engañándonos dos mil años.
               -Ya abriréis los ojos-le di una palmadita en el hombro y Tommy se echó a reír. Continuamos mirando las obras de arte, Tommy pululando de un lado a otro, persiguiendo la luz a medida que ésta se disipaba. Nos sentamos en uno de los bancos que miraban al inmenso altar. Me volví para mirar el rosetón.
               -No sabía que fueras tan místico, S-murmuró Eleanor. Me la quedé mirando.
               -¿Por qué? ¿Porque no restrinjo mis comidas? ¿O porque apenas rezo?
               Se encogió de hombros.
               -No sé. Nunca había pensado en ello.
               -Es porque no estás acostumbrada-la tranquilicé. Se acurrucó contra mí.
               -Me ha gustado escucharte. Empiezo a pensar que Sabrae no es la única en tu familia a la que se le da bien hablar.
               -Mamá nos quitó desde niños el miedo a hablar en público. Supongo que cuando vives de lo bien que hables, entiendes lo importante que es plantear bien tus ideas. Y cuando tienes las cosas claras sobre algo, te es más fácil comentarlo-me quedé mirando a Diana, que estaba muy quieta, leyendo un panel con Layla-. Si te soy sincero, a mí también me ha sorprendido ver lo mucho que le interesa mi cultura a Diana.
               -Es curiosa-asintió Eleanor-. ¿Por qué no restringes tu dieta?-preguntó. Me encogí de hombros.
               -Creo que a Él hay cosas que le interesan más que el hecho de que yo coma cerdo. Además, si dejara de comer cerdo, estaría siendo un hipócrita. No voy a dejar de beber. Y no voy a dejar de tener sexo. Y que baje Alá a decírmelo, si le da la gana. A ver cómo se las apaña para obligarme a guardar celibato.
               Eleanor se rió.
               -Alec tiene razón-sonrió-. Eres musulmán para lo que te interesa.
               -No vayas por ese camino-sonreí-, que a ti tampoco te interesa que yo siga el Corán al pie de la letra, o se te acabó el sexo, amiguita.
               Eleanor sonrió.
               -Me las apañaría para corromperte-me dio un fugaz beso en los labios, y sonrió con timidez cuando uno de los vigilantes de la catedral la fulminó con la mirada. Se mordisqueó los labios y se miró los pies, estudiando los nudos de los cordones mientras yo echaba un vistazo alrededor de la catedral. Poco a poco, la luz que entraba por la ventana se fue haciendo más tenue, hasta que el edificio quedó sumido en una especie de penumbra artificial, mantenida por los focos del castillo de Praga. Tommy vino a sentarse con nosotros y Eleanor se levantó, yendo en busca de Chad.
               -¿Le has dicho que pasado mañana vuelves a Inglaterra?-preguntó mi mejor amigo. Negué con la cabeza.
               -Quiero disfrutar de esto un poco más.
               -Sólo es un día, S. Relájate.
               -Acabo de recuperarla. No quiero despedirme de ella. Ni aunque sea por unas horas.
               -Tendrás que hacerlo-respondió Tommy, tajante, y cuando lo miré, balbuceó-: es decir, mañana empezamos los ensayos, así que os separaréis.
               -Ummm-asentí, observando cómo Eleanor se inclinaba a mirar las fotografías que Kiara había tomado con el móvil. Enseguida volvió apretando el paso con nosotros, me levantó del banco, tiró de mí para pasearme por el interior del edificio, rodeando las inmensas columnas y haciéndome mirar hacia arriba (como si algo de aquel lugar fuera a ser más bonito que ella y cómo se le iluminaba la cara de entusiasmo), y colgándose de mi brazo cuando anunciaron por megafonía que la catedral estaba a punto de cerrar.
               Atravesamos el pasillo central, pasando por entre los bancos, con el inmenso altar de oro a nuestra espalda. Eleanor miró hacia arriba y afianzó su presión en mi brazo, sobrecogida ante lo inmenso de la obra, lo colorido del rosetón a pesar de que ya no podía lucirse como lo haría a mediodía.
               Fui consciente de que estábamos haciendo el mismo camino, en el mismo sentido y de la misma manera, que las parejas de recién casados cuando salían de los templos en que habían sellado sus destinos para siempre.
               Eleanor balbuceó algo a mi lado.
               -¿Qué?
               -Algún día, me casaré en esta catedral.
               Sonreí, mordisqueándome el piercing. Le di un beso en la sien.
               -No creo que podamos, nena.
               -¿Por qué?
               -¿Hola? ¿Mi fe? Lo hemos hablado tres veces en el mismo día-bufé, fingiendo cansancio. Eleanor alzó las cejas.
               -Pero, mi querido Scott, ¿acaso no puedo buscarme yo otro con el que casarme aquí? Quizás un checo-meditó, echando un vistazo en dirección a los de seguridad, que incluso habían hecho que Diana se girara dos veces para mirarlos bien, lo que provocó que Tommy pusiera los ojos en blanco y se largara en sentido contrario.
               -Pues venga, corre a ligártelos-la animé, soltando su brazo y empujándola sutilmente hacia uno de los chavales, que debía de tener un par de años más que yo, y que no nos quitaba ojo de encima. Eleanor rió, negó con la cabeza y se abrazó de nuevo a mi brazo.
               Nos acercamos de nuevo al mirador, disfrutamos de las luces de la ciudad, que titilaban en la distancia como luciérnagas danzando en una noche de verano, y comenzamos a bajar las escaleras en dirección al restaurante que nos había dicho Diana. No llegamos para las 9 y nos perdimos el espectáculo de la torre de astronomía por los pelos, pero, por suerte, nos quedaba una semana en aquella ciudad. Tendríamos tiempo de sobra para verlo.
               A los dos días de la llegada a Praga, yo me levanté con las primeras luces del amanecer. Le di un beso en la cabeza a Eleanor, que se acurrucó sobre sí misma y protestó débilmente, oponiéndose a mi marcha, y se dio la vuelta, regalándome una preciosa vista de los lunares de su espalda, la constelación de Sagitario relajada y en paz. Fui de puntillas al salón de la suite, en el piso más alto del hotel más caro que habían encontrado en la ciudad, y destapé uno de los carritos con la comida que habían traído hacía escasos minutos, por petición mía.
               Tommy abrió la puerta de su habitación, poniéndose una camiseta de manga larga, y se acercó a mí.
               -¿Qué haces?
               -Desayunar. Voy contigo al aeropuerto.
               -Tío, ponte a dormir-exigí. Le había escuchado levantarse de madrugada, salir de la habitación con Diana y montárselo con ella en el sofá. ¿Era de ser muy degenerado decir que me había puesto cachondo escucharlos gemir mientras follaban descaradamente en un lugar donde todos podíamos salir a verlos?
               Porque así había sido.
               -Voy a ir contigo-sentenció-, y no hay más que hablar.
               Cogí un bollo de crema de chocolate, precisamente el que él estaba a punto de agarrar, y le di un bocado.
               -En mis tiempos-le dije, la gente de tu edad respetaba más a sus mayores.
               -Cómeme los cojones-respondió T, molesto.
               Nos despedimos en el aeropuerto como si no fuéramos a vernos hasta dentro de unas semanas. Incluso se agarró a mi sudadera cuando iba a pasar el control de seguridad.
               -No me olvides-gimoteó. Le di unas palmaditas en la mejilla y me mandó a tomar por culo, molesto. Pero me miró como un cachorrito al que abandonas en la carretera, con las manos en los bolsillos y los hombros un poco hundidos, mientras yo pasaba la mochila con el regalo que le había comprado a Sabrae y el iPad para entretenerme durante el viaje. Me volví una última vez y agité la mano en el aire, a lo que me correspondió levantando la suya.
               Estaba echando un vistazo a los productos de la tienda sin impuestos de la terminal cuando me llegó un mensaje.
               -Todavía no te has ido, y yo ya te echo de menos-y un emoticono al que se le caía una lágrima. Me eché a reír.
               -Eres la hostia, T-grabé-, ¿te compro algo en la tienda de souvenirs?
               -La duda ofende-respondió él entre el barullo de la gente.
               Embarqué y desembarqué y cogí un taxi y le dejé al hombre la propina de su vida, y me encaminé hacia el instituto con el tiempo muy justo. En apenas media hora, sonaría la sirena y mis hermanas saldrían de clase.
               Me afiancé la mochila al hombro y me apoyé en la valla cuando por fin alcancé el edificio. Ni siquiera les presté atención a las personas sentadas en los bancos al otro lado de la calle.
               -Dile a Pablo que éste es mi territorio-dijo una voz detrás de mí, y yo me volví, sorprendido.
               Era la última persona a la que yo habría esperado ver, aunque, claro, Alec tenía ese don innato para aparecer donde uno menos se lo esperaba. Alzó una ceja y sonrió, apoyados los codos en sus rodillas, las piernas separadas, disfrutando del aire libre por primera vez en alrededor de un mes.
               Atravesé la calle casi sin mirar, pero la suerte me sonrió, como llevaba haciéndolo siempre.
               -Plata o plomo-respondí, y Alec se rió.
               -¿No estabas en Praga?-inquirió.
               -¿No estabas en el hospital?-contraataqué.
               -Touché-respondió Alec, sacándose una cajetilla de tabaco del bolsillo del pantalón. Se sacó un cigarro y me ofreció otro.
               -¿No lo habías dejado?-inquirí.
               -Nos estábamos dando un tiempo para pensar-respondió, encendiendo el pitillo. Alcé una ceja-. Vale, tengo mucho mono, ¿contento? Jesús, no me dais tregua, panda de cabrones-Alec inhaló el humo y lo saboreó con los ojos cerrados-. Oh, dios, qué buena está esta mierda-miró el cigarro y asintió con la cabeza.
               -Cogí un avión-expliqué. Alec levantó la mirada y dio otra calada.
               -He pedido el alta voluntaria.
               -¿Y te la han dado?
               Sonrió.
               -Algo así.
               Otra calada más.
               -Alec-dije, con calma-, ¿te has escapado del hospital?
               -Tengo 18 años, Scott, no pueden retenerme allí contra mi voluntad.
               Me eché a reír.
               -La madre que te parió.
               -Además, ¿ves a la poli por algún lado? No. ¿Por qué será? Porque tienen asuntos más importantes que atender que un chaval huyendo de la habitación de su hospital para ir a ver a su chica el día de su cumpleaños.
               -Las enfermeras estarán encantadas de no tener que aguantarte el jeto un día.
               -Volveré antes de que me echen de menos, no te preocupes-dio un nuevo sorbo-. A tu hermana, ni una palabra sobre esto, ¿estamos?
               -¿Crees que no va a notar que has estado fumando?
               -Del tabaco no, tronco, de lo otro. De mi fuga de Alcatraz. Siéntate, anda, me estás poniendo nervioso, con tus dos puñeteras piernas sanas sosteniéndote como si nada. Ni que no te doliera estar de pie.
               -Es que no me duele.
               -Por eso te odio-bufó Alec, pero me senté a su lado-. ¿Qué tal por el continente?
               -Mucha tierra.
               -Suele pasar-asintió-. ¿Eleanor?
               -Está hablando con el obispo, quiere comprarle la catedral.
               -Que le ponga ojitos, seguro que le funciona-Alec tiró al suelo el cigarro y se sacó un paquete de chicles del bolsillo de la camisa blanca.
               -¿Y tus escayolas?
               -Me las quitó una de prácticas y me ha puesto rodilleras y muñequeras-alzó la mano izquierda para mostrármelo-. Lloré. Un poquito. Había que dar pena. He decidido que voy a ser actor, Scott-me dio una palmada en la espalda-. Se van a cagar en Hollywood. Qué bien se me da dar lástima.
               -Es que tienes una cara que da pena-respondí. Alec desencajó la mandíbula.
               -No lo hay más subnormal que tú en toda Inglaterra, y cuando sales de Inglaterra no lo hay más subnormal en toda Europa.
               -Qué trágico-respondí.
               -¿Y eso? ¿Mis regalos?-inquirió, haciendo un gesto con la mano a la bolsa de la tienda de souvenirs.
               -Tu regalo es mi presencia.
               -Pues quiero devolverlo.
               -Hijo de puta-me eché a reír-. ¿Qué le has comprado a mi hermana?
               -Maquillaje.
               -Qué original.
               -Las tías lo usan. Es lo que tienen. Son tías. Se maquillan.
               -No todas.
               -Es verdad, no todas tienen maquillaje, pero las que lo tienen, se maquillan. Es ley. Lo pone en alguna Conferencia Internacional sobre Derechos de la Mujer.
               -Se llaman convenios, no conferencias.
               -Lo he dicho mal a posta, para ver si estabas atento. Veo que Sherezade te tiene bien enseñado-sonrió, haciendo una bola con el chicle, que yo exploté.
               -Presto atención en clase.
               -¿Qué le has traído tú?
               -Una camiseta.
               -¿Alguien que me quiere mucho me ha traído esta camiseta de Praga?-preguntó.
               -No.
               -No, pero sí, porque tú eres así de cutre.
               -¿Sabes qué, Alec? Te traía una puta sudadera a ti también, pero ahora se la voy a dar a Jordan.
               -No tienes cojones de dársela a Jordan-respondió él, entrecerrando los ojos.
               -¿Qué vas a hacerme? ¿Pegarme con la muñequera?
               -Te puedo dar un codazo en los huevos-respondió-. El codo lo tengo bien.
               Sonó el timbre y le pregunté si quería que yo me acercara y él quedarse en el banco. Me miró como si le acabara de sugerir comer carne humana para cenar.
               -No voy a dejar que esos cabrones me vean aquí sentado como si estuviera acabado. Puedo ponerme de pie. No soy un inválido, ¿sabes?
               -Tu cerebro lo es-Alec me atravesó con la mirada-. Un poco, al menos.
               -Haz algo útil con tu puta vida y échame una manita, anda-respondió. Tiré de él para ponerlo de pie y caminé a su lado, asegurándome de estar lo bastante cerca para sujetarlo si perdía el equilibrio, pero Alec caminó, muy digno, sin mi ayuda los 10 metros que separaban la puerta de la valla del instituto.
               Tenía la frente perlada de sudor y la cara roja por el esfuerzo de contener los gemidos de dolor cuando llegamos.
               -¿A ti te compensa hacer esto?
               -¿Es que estás mal de la cabeza?-replicó.
               -A ver si te vas a abrir una herida, y te tenemos que llevar al hospital. Encima vienes con una camisa blanca, con dos cojones-negué con la cabeza mientras los primeros alumnos, normalmente los más pasotas, comenzaban a atravesar las puertas.
               -A ti lo que te pasa es que tienes envidia porque el blanco me sienta de miedo.
               -Lo que tú digas.
               -Y porque tu hermana va a chillar más al verme que al verte a ti.
               -Si diciéndote eso duermes mejor por las noches, Al-puse los ojos en blanco.
               -¿Quieres apostar?
               Le tendí la mano.
               -Cincuenta libras.
               -Uh, te sobra la pasta, ¿eh?-se rió.
               -Que sean 100, hijo de puta. Me vas a pagar tú el viaje de hoy, ya lo verás.
               -Cien libras a quien más sorprenda a Sabrae. De puta madre. Ya tengo para los primeros dos meses de llamadas desde África-contestó, estrechándome la mano y asintiendo con la cabeza-. No te preocupes, S, te llamaré para darte las gracias.
               -Me muero de ganas-respondí. Nos quedamos apoyados en la verja, esperando con impaciencia a que mi hermana saliera.
               Alec la vio antes que yo. Se irguió, estirando la espalda, perdiendo esa pose de me-cuesta-vivir tan típica de un enfermo de hospital. Se metió las manos en los bolsillos, mordisqueándose los labios para no sonreír como si fuera imbécil. Por dios, me apetecía vomitarle encima.
               Sabrae venía trotando al lado de sus amigas, con unas cuantas bolsas de colores colgando ya de sus brazos, riéndose a carcajadas y planeando la fiesta que montarían el sábado para celebrar sus 15 años. Se toqueteó las trenzas, divertida, y se rió celebrando algo que le habían dicho y que seguramente no tuviera tanta gracia.
               -Joder, con esta luz, está preciosa-comentó Alec, maravillado. Me volví.
               -Sí, seguro que es la luz-asentí.
               -Cállate.
               Sabrae atravesó las puertas y echó a caminar en mi dirección. Había aprendido la lección y me había puesto ya en su trayectoria.
               -Adiós, ¿eh?-me burlé. Ella dio un brinco.
               -¡Scott!-chilló, colgándose de mi cuello.
               -Eso, tú saluda primero a tu hermano, como no tienes otras dos, ni nada-gruñó Alec.
               15 años. 15 putos años desde que yo la encontré en el orfanato, 15 putos años desde que la convirtiera en lo más importante de mi vida, 15 putos años desde que yo le di una familia.
               Y va, la muy desagradecida, y grita más fuerte cuando ve a su novio. Sabrae se abalanzó sobre él, colgándose de su cuello y hundiendo la cara en su pecho. Alec me miró, triunfal.
               -He venido desde Praga para pasar tu cumpleaños contigo, ¿y te hace más ilusión que venga este gilipollas, que está a literalmente media hora en taxi?-acusé.
               -No sabía que te habían dado el alta-ronroneó ella, haciéndome caso omiso.
               -No podía perderme tu cumpleaños, bombón-respondió él, besándole la cabeza-. Felicidades.
               -Eres adorable-Sabrae se puso de puntillas, le dio un beso en los labios y volvió a abrazar a Alec, que hizo una mueca.
               -Saab, sabes que te adoro y que me encanta que me abraces, pero… ¿podrías no ser tan entusiasta hoy? Creo que me han crujido las costillas-murmuró. Sabrae se separó de él, le pidió disculpas y se colgó de su cuello para llenarlo de besos.
               Me estaba dando envidia, fíjate bien. El karma, pensé cuando vi que Alec se llevaba la mano a un costado.
               -¿Y Tommy?-preguntó Sabrae, buscándolo entre la multitud.
               -Ha tenido que quedarse. Pero, la semana que viene, lo celebramos juntos, sí o sí.
               -¿La semana que viene?-preguntó Alec. Sabrae sonrió y asintió con la cabeza.
               -Claro, ¿vendrás tú también? Vamos a celebrarlo en Praga.
               -¿Celebráis dos?-espetó, incrédulo.
               -Claro, Al. El día que nací, y el día que me adoptaron. No seré hija biológica de mamá, pero desde luego, tampoco soy gilipollas-Sabrae esbozó una sonrisa satisfecha.

               -Mira que no saber eso, Al-le saqué la lengua y negué con la cabeza. Él me hizo un discreto corte de manga cuando echamos a andar en dirección a mi casa, con su mano en la cintura de mi hermana pequeña, apoyándose en ella y a la vez guiándola, como la simbiosis perfecta que eran ellos dos. 


El quinto capítulo de Sabrae ya está disponible, ¡entra a echarle un vistazo y apúntate para que te avise de cuando suba los siguientes capítulos! A más gente apuntada, antes subiré



Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍       

5 comentarios:

  1. SCELEANOR han sido preciosos de verdad que se casen de una vez da igual la EDAD que tengan. Eso no importa una muerda coño!
    Las lecciones de Islam de Scott a Diana ha sido impresionante. Para que después digan que no es profundo.
    Scalec brotp

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  2. QUÉ BONITO, COÑO ((es todo lo que tengo que decir porque léeme, me has dejado speechless))

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  3. SCELEANOR MIS PADRES COÑO YA QUE SE CASEN Y ME ADOPTEN NO SÉ A QUE COJONES ESPERAN
    Alec diciendo mi frase ya me he pasado la vida
    ALEC ESCAPANDOSE DEL HOSPITAL PARA IR A VER A SABRAE REITERO UNA VEZ LO MÁS LO MUY MUCHO QUE ESTÁ ENAMORADO DE ELLA

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  4. SCELEANOR JODER SCELEANOR GRACIAS POR TANTO ❤
    La reflexión de Scott sobre la apariencia de Dios y Alá ha sido maravillosa
    ALEC ESCAPANDOSE DEL HOSPITAL PARA VER A SABRAE BOYFRIEND GOALS
    "Lo mejor de que te rompan el corazón es que, cuando recuperas a la persona que te lo dejó destrozado y ella empieza a recomponer tus partes, descubres que puedes amar con más intensidad, que por cada corte se cuelan los sentimientos que de otra manera quedarían encerrados, que en cada arista hay una nueva posibilidad de atesorar recuerdos, que las sensaciones son más intensas porque se junta la pena por no haberlas tenido durante un tiempo, la añoranza por su ausencia, y la alegría y la esperanza incomparables de cuando recuperas algo que creías perdido." ❤
    PD: Lloro de pensar lo poco que queda para que acabe la novela jo :(

    - Ana

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  5. No puedo ser más feliz. De verdad que no. Todos estos capítulos han sido huracanes de emociones.
    Me fascina como con cada narrador consigues que el lector se meta en la historia y he llegado a odiar a Scott y a Diana (y ella es mi fav) pero cuando he seguidp leyendo es que me ha sido imposible no perdonarlos.Hasta cuando Scott lloraba me ponía tristisima (y después me lo imaginaba cantando End of the road de Boyz 2 men y me hartaba reír).
    Debo decir que estoy al día en las leturas y ahora que por fin tengo un día para mi me voy a ponera comentarte en todos los capítulos ya que me va a reventar la retina de lo feliz que me has puesto con las historias de Chad, Layla y Scott. Bueno que me apasiona la novela y sigo sin creerme que vaya a acabar.
    Gracias por todo. Con Cariño, "young_bloodx

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