lunes, 11 de septiembre de 2017

El elegido.

-He perdido a tu hermana-susurró Scott, luchando por encontrar el aliento, mientras veía cómo Jake y Eleanor desaparecían por las cortinas de los bastidores, en dirección a la sala en la que nos encontrábamos con las familias. Le acaricié la espalda y le lancé una mirada envenenada a Eleanor. Las palabras de Alec aún resonaban en nuestros oídos: arrástrate, revuélcate por el fango.
               Me di cuenta de que no iba hacer falta; Eleanor estaba más que dispuesta a hacer que Scott sufriera de lo lindo.
               Ignorando al resto del mundo, especialmente a las miradas indiscretas de los demás concursantes, que habían sospechado que Scott y Eleanor estaban juntos antes de irnos de vacaciones y no se explicaban muy bien lo que había sucedido en apenas una semana (por lo menos, Eleanor no le había ido con el cuento también a los chicos, de lo contrario habría sido cojonudo que no nos dejaran ni ensayar tranquilos), tiré de él para levantarlo y conducirlo hacia los bastidores, en pos de nuestras familias.
               Temí por un momento que los padres de Scott se mostraran fríos con él, especialmente Sherezade. Me había sorprendido la entereza con la que Sabrae encajó la noticia de que Scott le había sido infiel a mi hermana, hasta que caí en la cuenta de que, tal vez, estuviera tan acostumbrada a oír reproches sobre aquello que ni se molestó en fingir que le pillaba por sorpresa. Sabía la opinión que tendría Sherezade de todo aquello. Se pondría del lado de Eleanor, sin importar que Scott fuera su hijo.
               Me dio una grata sorpresa cuando corrió a abrazar a su primogénito y lo estrechó entre sus brazos como si hiciera siglos que no lo veía. Miré en dirección a mis padres, que en ese momento estaban ocupados charlando con mi hermana. Mamá le toqueteaba el pelo a Eleanor mientras papá le sonreía y le acariciaba la mejilla con el pulgar. Leí en sus labios un “espectacular”, y se me revolvió el estómago.
               Vale que fuera su hija, pero joder, que habían criado a Scott también. Podían… no sé. Como mínimo, no aplaudir que ella fuera una sádica.
               Scott hundió la cara en el pelo de su madre, momento que yo aproveché para darle un abrazo a Zayn y girar la cabeza repetidas veces, con disimulo, para que supiera que las cosas seguían mal, que mi hermana no quería ver más allá de lo que había sucedido y se negaba a atender a los meses de felicidad absoluta que Scott se había encargado personalmente de brindarle. Zayn asintió, asumiendo una verdad tan inmensa que era imposible no verla.
               Tampoco es que Zayn fuera imbécil. Vio de sobra lo que sucedía y lo entendió a la perfección. Eleanor había elegido la película que menos le gustaba a Scott, con el tío que menos le gustaba a Scott, acurrucada como no había hecho con él, concediéndole a otro el deseo más anhelado de su hijo.
               Sher le acarició la cara a Scott después de un larguísimo abrazo en el que incluso podría haberse disculpado por haber sido tan dura con él. No es que creyera que no se lo mereciera, pero, después de ver hasta qué extremos estaba dispuesta a llegar mi hermana para hacerle daño a Scott, seguramente se sintiera mal por no poder estar ahí, apoyándole y dándole mimos.
               Zayn abrazó a Scott mientras Sher hacía lo mismo conmigo, pasándome las manos por los hombros como si fuera una niña pequeña. Me acarició la nuca y yo sentí que, por un momento, salía disparado en dirección a la luna. Me dio un beso en la mejilla y sus ojos chispearon.
               -Habéis estado genial.
               -Gracias, Sher.
               -¿Cómo os va todo?
               -Nos va-susurré, viendo cómo Scott se separaba del abrazo de su padre y asentía, un poco incómodo. Por encima de su hombro observé a Eleanor, abrazándose a mamá y diciendo que se lo había pasado genial esa semana. Puta mentirosa.
               -Con Eleanor, ¿igual?-preguntó Zayn. Scott lo miró de arriba abajo, perdonándole la vida y aquella pregunta tan estúpida.
               -No lo sé, papá, ¿a ti qué te parece?

               -¿Sigue sin hablarte?-quiso saber Sher, colgándose del brazo de Zayn, como ofreciendo consuelo a su marido por la pulla hiriente del hijo de ambos. Me pasé una mano por el pelo.
               -Con el único con el que habla, de todos los que estábamos allí, es conmigo. Layla dice que a Diana apenas la miraba en los ensayos. Es como si no estuviera.
               Sherezade frunció los labios.
               -Eso no está bien. ¿Y tú, Scott? ¿Hablas con Diana?
               Scott la miró con expresión de zombie.
               -Ella no te ha hecho nada a ti.
               -Estoy demasiado cansado de todo como para fingir que la americana me importa.
               -Scott-recriminó Zayn. Scott se volvió hacia él.
               -Es la verdad. Yo no le importo a ella, ella no me importa a mí. Que haga lo que quiera. Es lo que lleva haciendo toda la vida, a fin de cuentas, ¿no? ¿Sabéis que ni siquiera le dijo a Tommy qué canción iba a cantar? No le dio la opción a ofrecerse a cantar con ella.
               -¿Lo habrías hecho?-Sher alzó una ceja en mi dirección, pero fue de una forma comprensiva, la típica ceja levantada de una madre preocupada porque el mal comportamiento de su hijo ha sido peor incluso de lo que éste pensaba.
               -No lo sé, Sher.
               -¿Qué más dará lo que hiciera Tommy o no? Diana es egoísta, no se preocupa de nadie más que de ella.
               -Entonces, ¿por qué estaba al borde de las lágrimas cuando Eleanor salió a cantar, mirándote?
               Scott se encogió de hombros.
               -Tommy apenas le dirige la palabra, echará de menos follar con él. No estoy dentro de su cabeza, no entiendo cómo piensa.
               -Venid aquí, los dos-ordenó Sherezade, agarrándonos de la mano y llevándonos a una esquina-. Vamos a tener una conversación muy seria.
               Intenté quedarme en el sitio, oponiendo la resistencia necesaria para que Sher interpretara que no me apetecía que me echaran otro sermón. Bastante mal me sentía ya viendo cómo estaba Diana. Tenía ojos en la cara y había visto que no se había movido del sitio mientras los demás corríamos a ver a nuestras familias, la manera en que prácticamente escapó de la valoración de las juezas, deseando desaparecer.
               Cómo había mirado a Eleanor en cuanto la vio aparecer en el escenario. Fue, precisamente en ese instante, cuando empecé a perdonarla. Había una expresión de verdadero miedo apenas identificó las formas difuminadas por la penumbra.
               -No quiero hablar, mamá-respondió Scott, zafándose de su abrazo. Sher arrugó el entrecejo-. No quiero hacer nada. Sólo quiero meterme en la cama y no despertarme en 20 años.
               -Tienes que pelear por ella-respondió su padre, haciendo que Scott se estremeciera.
               -No quiere saber nada de mí. Lo ha dejado claro esta noche.
               -Mi amor…-empezó Sher, acariciándole el rostro, pero Scott le agarró las muñecas para impedir que ejerciera su particular magia.
               -No, mamá. No soy bueno. No me la merezco. No soy una buena persona. Y tampoco me apetece esforzarme en ser una buena persona.
               -Vamos, S, no seas tan duro contigo mismo-le acaricié los hombros-. Lo está haciendo porque está enfadada, pero no te odia. Sabes que no. No puede haber empezado a odiarte tan rápido. No le ha dado tiempo.
               Scott clavó los ojos en mí, unos ojos dolorosamente torturados, húmedos.
               -He perdido a tu hermana, Tommy. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? No me apetece hacer absolutamente nada. Me siento como si estuviera flotando a la deriva, o en el espacio, a la espera de que se me acabe el oxígeno. Ella es mi mundo.
               -No digas eso de nadie-le cogí de la nuca y pegué su frente a la mía, asegurándome de que me escuchaba, de que no podía distraerse con nada, de que yo me convertía en lo único a lo que pudiera prestar atención-. Ni de mí, ni de mi hermana, ni de tu familia. Eres el puto sol, Scott, joder. Una puta galaxia tú solo. Vas a salir de esta. Como que me llamo Tommy que vas a salir. Si te piensas por un momento que voy a dejar que te hundas y te hundas, estás muy equivocado, pavo. Te saqué del pozo una vez. Tengo experiencia-sonreí-. Suerte intentando meterte dentro.
               Scott me miró, sus ojos bailaban en los míos, escaneándome el alma. Me separé un poco de él para darle espacio.
               -No en mi guardia, hermano-concluí, dándole una palmada en el hombro. Eso pareció relajarle un poco. Miró a su madre y asintió con la cabeza. Se dejó llevar a una esquina mientras Zayn vacilaba a mi lado, inseguro de si llevarme con ellos.
               -Creo… que voy a ver a mis padres. Necesita un tiempo a solas con vosotros.
               Zayn asintió con la cabeza, echó a andar en dirección a su esposa y su hijo. Se detuvo a medio camino y me miró.
               -Tommy, ¿crees que él me culpa?
               -¿Por qué?
               -Puede que sea genético. Lo he estado hablando con Sher.
               -Aunque fuera genético, fue él quien decidió hacer las cosas como las hizo. Los dos lo hicimos-musité, mirando en dirección a los asientos de los concursantes, en los que Diana aún estaba sentada. Me recorrió una sensación de náusea-. Y deberíamos dejar de cargarle la culpa a los demás. Dile que pelee-me volví hacia Zayn-. No dejes que la cague todavía más. Necesita que tú le obligues a ser mejor, Z.
               -Él siempre será mejor que yo-respondió su padre, metiéndose las manos en los bolsillos y caminando hacia los sofás en los que Sherezade ya hablaba con Scott, cogiéndole las manos, acariciándole los nudillos.
               Di un paso en dirección a Diana, que se revolvió, incómoda, abrazándose a sí misma.
               Y fui un cobarde.
               Porque me giré y me encaminé hacia mis padres, con la excusa de que a ellos no les vería hasta dentro de otra semana, y conviviría con Diana durante todo ese tiempo.
               Papá me revolvió el pelo, me acarició la mejilla y me dijo que lo habíamos hecho genial. Mamá me cubrió de besos.
               -Mi niño precioso. ¿Cómo estás? ¿Diana?-inquirió. Eleanor dio un paso atrás y puso los ojos en blanco. Echó un vistazo en dirección a la puerta, sopesando si irse.
               -Estoy bien, mamá.
               -Diana ha estado espectacular-Eleanor se miró las uñas-, la semana que viene te toca a ti, ¿no es así?
               Se me revolvieron las entrañas, de puros nervios. Joder, la semana que viene yo estaría ahí subido, en soledad, con todos los ojos puestos en mí.
               -Sí.
               -¿Ya has elegido la canción?
               -Tengo unas cuantas en mente.
               -Eso está bien. ¿Cómo lo veis?-nos miró a ambos. Eleanor suspiró, aburrida.
               -Lo ha hecho bien-cedió Eleanor. Me volví hacia ella.
               -Y tú también. Ha sido muy… emotivo. Aunque no me esperaba que eligieras esa canción. Creí que cogerías… ya sabes. La de Taraji-me encogí de hombros. Eleanor se cruzó de brazos y me fulminó con la mirada.
               -Ya, bueno. La vida da muchas vueltas, y hasta la persona más inesperada te puede sorprender-gruñó. Miró en dirección a Scott, como si creyera que yo soy subnormal y no fuera a pillar la indirecta.
               -El…
               -Nada de El. Eleanor. Se acabó el colegueo, Thomas. Somos hermanos, pero nada más.
               -Precisamente porque sois hermanos deberíais hacer el esfuerzo de llevaros bien-regañó mamá.
               Y allí estaba: el puñal de su vida, volando en mi dirección.
               -Ya, bueno; si fuera por Dan, mamá, haría el esfuerzo. A Dan le quiero más. Es mejor hermano que éste. Sé que tú le quieres más que a mí porque es idéntico que papá. Pero Tommy y Scott no son buenas personas-se encogió de hombros, los brazos aún entrelazados. Se puso de puntillas y le dio un beso a mamá-. Adiós. Nos vemos la semana que viene.
               Le dio otro beso a papá, que se había quedado congelado en el sitio, y echó a andar, resuelta, hacia la puerta. Agitó la melena deliberadamente cuando pasó al lado de Scott, que levantó la cabeza y la miró como un cachorro abandonado mira el coche de sus, hasta hace nada, dueños. Cerró los ojos un momento y se hundió en el asiento, tapándose la cara con las manos, inhalando el perfume que manaba de su melena.
               Yo tenía unas ganas tremendas de vomitar, otras tantas de llorar. De vomitar, por lo que le estaba haciendo a Scott, de llorar, por lo que acababa de decirme a mí. Casi hubiera preferido que saltara de nuevo con aquella cabronada de que ojalá mamá me hubiera abortado, ya lo había escuchado una vez y sabía cómo sonaba. Pero aquello… aquello de que yo no era un buen hermano, de que prefería a Dan, de que quería a Dan más que a mí…
               Aquello era demasiado cruel, incluso para ella. Por muy enfadada que estuviera, tenía que ser consciente de todo lo que había hecho por ella a lo largo de nuestras vidas. Decirme de esa forma que no la cuidaba y la quería como se merecía, incluso aunque tuviera razón…
               Me volví hacia mis padres.
               -Eleanor no lo decía en serio. Está enfadada, mi amor-mamá me acarició la cara. Papá bufó.
               -Nunca pensé que la chiquilla pudiera llegar a cambiar tanto en una semana.
               -Tiene el corazón roto, Louis. Necesita tiempo. Curar sus heridas.
               -No tiene el corazón roto, Eri-papá negó con la cabeza-. Se le está pudriendo dentro, y le está infectando el alma-papá se volvió hacia mí, con la mirada decidida-. Tienes que empezar a arreglar las cosas con la gente. Me da igual cómo lo hagas, con quién decidas empezar, pero tienes que empezar ya, T-miró hacia Scott, vio a Zayn pasándole una mano por la espalda, consolándolo. Y se teletransportó a hacía más de 20 años, cuando un Tomlinson no había estado allí para un Malik, y las consecuencias fueron catastróficas.
               Asentí con la cabeza, le di un apresurado beso a mamá, por si no me daba tiempo a volver, un apretón en el antebrazo a papá, y eché a correr en pos de mi hermana, fingiendo no haber visto a Diana abrazarse a sus padres y angustiándome por lo que aquello se significaba.
               ¿Y si se marchaba?
               ¿Y si yo la echaba de Inglaterra?
               No tuve tiempo a pensar en otras cosas. Al girar una esquina, me topé de repente con Eleanor, mucho más cerca de lo que pensé que estaría (supuse que habría echado a correr, o algo así; si soy sincero, me molestó que no se tomara la molestia de apretar el paso para evitar que la encontrara tan pronto), caminando con los puños cerrados, la cabeza baja y los hombros cuadrados en un gesto que irradiaba tensión.
               -Eleanor-la llamé, pero no me hizo el más mínimo caso. La cogí de una de las muñecas y la obligué a darse la vuelta. Eleanor me inspeccionó, desde mis ojos a mis pies, y de vuelta a mis ojos otra vez.
               -¿Qué?
               -Lo sentimos. Scott y yo. No queríamos…
               -Dios mío-respondió, bufando, negando con la cabeza y echando a andar de nuevo. La volví a agarrar, esta vez más fuerte, asegurándome de que no se escapaba.
               -Es la verdad. No queríamos hacerte daño. Jamás te haríamos daño a propósito, El. Enfádate conmigo si es lo que quieres. Yo debería haber cuidado de que esto no pasara. Pero no te enfades con Scott. Él te quiere. Tienes que perdonarle, él no se daba cuenta de lo que estaba haciendo. Y lo está pasando fatal.
               -¿Que él lo está pasando fatal?-espetó, incrédula-. ¿Y yo cómo lo estoy pasando, si se puede saber? Scott es un cabrón-miró por encima de mi hombro, quizá esperando que apareciera detrás de mí para poder gritarle todo aquello que le quemaba en el pecho directamente a él-. No quiero volverá verlo. Ojalá os echen del puto programa, ojalá le toquéis tanto el coño a Jesy que ya no os aguante ni aunque tú y Chad estéis en el puñetero grupo-se limpió una lágrima manada de la pura rabia que la hacía temblar con el dorso de la mano-. Y tú eres mi hermano-acusó de repente-, se supone que tienes que cuidar de mí, no de él.
               -Scott también…
               -¡No digas que es tu hermano, Tommy, joder, es tu puto mejor amigo, y punto! ¡Que es tu hermano no son más que gilipolleces que os decís entre vosotros para sentiros especiales, pero Scott no es tu hermano, yo sí, nosotros tenemos la misma sangre!
               Me enderecé como un bambú al que de repente deja de afectarle la riada.
               -Vete a decirle a Scott que Sabrae no es su hermana. Corre, venga-me hice a un lado y señalé con la palma de la mano en dirección al pasillo por el que habíamos transitado.
               -¡No es lo mismo!-bramó Eleanor-. ¡Dios mío, Tommy, me habéis destrozado la vida, y ni siquiera me quieres conceder eso! ¡De verdad, te odio!-gritó, indiferente a todos los que se nos quedaban mirando mientras atravesaban aquel corredor de la muerte-. ¡TE ODIO, A TI YA LA ADORACIÓN QUE LE TIENES A SCOTT! ¡ABRE LOS OJOS!-me dio un empujón-. ¡NO SOIS FAMILIA, YO SÍ LO SOY, PONTE DE MI LADO, AUNQUE SEA POR UNA ÚNICA VEZ!-me dio otro empujón y se echó a llorar más fuerte. Me dolía en el alma verla así. Me dolía más que lo que acababa de decirme, más de lo que me había dicho cuando discutimos por él, más de lo que nada que hubiera podido hacerme o soltarme.
               Era mi hermana pequeña. Yo sería un hermano mayor de mierda, pero seguía queriéndola, seguía programado genéticamente para estar dispuesto a dar mi vida por ella.
               Me dolían sus lágrimas, me quemaban el alma, porque veía todo el sufrimiento de Eleanor. Estaba al límite, bailaba en el filo de un espejo del que estaba a punto de caerse, precipitándose al vacío mientras yo me quedaba atado de pies y manos, condenado a mirar, a no poder apartar la vista de su autodestrucción, pero sin poder intervenir.
               Me dolía su sufrimiento porque lo sentía en mi pecho, la forma en que se ahogaba, todos los pensamientos que le envenenaban la cabeza… los sentía con ella y los sentía aumentados como a través de un megáfono, mezclados con mi propia culpabilidad en una mezcla que me haría estallar.
               -Eleanor-intenté cogerla, pegarla a mi pecho, consolarla como hacíamos cuando éramos pequeños y alguien hacía que el castillo que se había pasado media tarde construyendo se derrumbara. La consolaría y la cuidaría como llevaba toda mi vida haciendo.
               Pero Eleanor no me dejó. Se apartó de mí, me dio un manotazo en la mano y se pegó a la pared, siguiendo las rugosidades de la pintura con los dedos, como si fuera un libro en braille y ella, una ciega lectora.
               Las lágrimas le caían en torrente por las mejillas, incapaces de llevarse un maquillaje a prueba de agua. Se me revolvió el estómago al pensar que, quizá, lo hubiera elegido así a posta, por si acaso tenía algún encontronazo con alguien y no lo podía soportar.
               -¿Cómo has permitido que esto pasara, Tommy?-preguntó, casi incrédula-. Se supone que tienes que protegerme-sus ojos ya no me enfocaban, sus ojos no miraba a nada-, eres mi hermano.
               -Yo le convencí, yo fui quien hizo que…
               -No le justifiques. Tú no tienes novia-alzó una mano, me la puso en el pecho, manteniendo las distancias-. Él sí. La tiene. La tenía-se corrigió, y empezó a temblarle el labio ante la realización de esa horrible verdad: que Scott le había roto el corazón, Scott le había sido infiel, y eso, Eleanor, no iba a perdonárselo-. Dios mío, dios mío-sollozó, abrazándose el pecho, retrocediendo, asustada y semiencogida, lejos de mí, como un niño pequeño al que el perro rabioso le enseña los dientes y le ladra hasta la locura-, me habéis matado por dentro-de repente, como si se diera cuenta de que yo estaba allí, frente a ella, me miró-. Ojalá fuera él mi hermano y estuviera enamorada de ti-soltó de repente-. Tú nunca serías capaz de hacer algo así.
               Debería haberme callado. Pero no pude. No iba a dejar que Scott cargara con todas las culpas.
               -Yo ya lo he hecho, Eleanor. Y sin estar drogado. Estando consciente.
               Eleanor negó con la cabeza, las lágrimas ardiéndole en los ojos.
               -Si es que sois todos iguales, joder-apretó los puños de nuevo-. Os gusta hacer daño. Hacéis cuanto podéis.
               No supe qué responderle a aquello. Eleanor se dio la vuelta y salió corriendo, con las lágrimas aún en los ojos.
               El encargo de mi padre resonaba en mi cabeza. Empieza a arreglar las cosas, T.
               No fue hasta que pensé en lo que yo le había hecho con Megan que asumí, por fin, que Diana no me había hecho nada. Se lo había hecho a ella. Ella se lo había hecho a Scott. Y a Layla. Pero a mí, nada.
               Regresé a la sala de entre los bastidores, sólo para encontrarme con que Scott ya se había marchado, junto con Layla, Chad, y mis padres. Tres figuras se acurrucaban en una esquina, demasiado oscuras e insignificantes como para darles atención.
               Abatido, decidí ir a la habitación, quizás darme una ducha de agua hirviendo, meditar sobre lo que acababa de suceder y trazar un plan. Pero, en cuanto llegué al pequeño habitáculo que compartía con otras cuatro personas, me dejé caer en el suelo, dándome cuenta de que estaba tan cansado que no podría ni levantarme para intentar tumbarme en la cama. Entendía a la perfección a Scott. Yo también quería dormir mil años, si acaso, no despertarme nunca.
               Que mis problemas se murieran de viejos. Tenía demasiados como para ocuparme de todos.
               Pero, cuando uno de ellos entró como un huracán en la habitación y me hizo abrir los ojos, me di cuenta de que aquella no iba a ser la solución. Por mucho que rogara en silencio a las estrellas, éstas no me concederían una inmortalidad disfrazada de hibernación. Tenía que ganarme y trabajarme mi propia paz.
               Así que abrí la boca y arreglé las cosas con Diana. Descubrí que, con cada lágrima de ella y cada palabra mía, yo me iba echando un peso encima y se lo quitaba a ella de los hombros. Sí, seguíamos junto; no, no estábamos bien; sí, la quería; no, no quería que se fuera; sí, estaba molesto; no, no sería para siempre.
               Cuando me besó, Diana mató a la parte más mezquina de mí que me susurraba en sueños que lo había hecho a posta, que quería aquella pelea, que disfrutaba dividiéndonos. La asfixié en la colonia que manaba de su piel, la estrangulé con sus brazos en mi espalda. Aquella era mi Diana, la que se desperezaba con timidez a mi lado cuando dormíamos juntos, la que daba saltos de alegría cuando le decía que iba a cocinar yo y la que intentaba aprenderse a toda costa los nombres de cada utensilio de cocina en el que ponía las manos.
               La chica que sufría y temía y quería irse porque creía que ya no le quedaba nada que la atase a Inglaterra.
               Didi. Mi Didi.
               Y Didi no tenía culpa de lo que Diana, la borracha, la drogadicta, hacía cuando salía, u ofrecía hacer.
               Didi no tenía la culpa de que yo no me controlara estando ella cerca. Didi no tenía la culpa de ser cocaína, ni de que yo tratara de morir de una sobredosis.
               Cuando apagué la luz y toqué con los dedos los bordes de la camiseta de baloncesto que había usado para su actuación, supe que estaba haciendo lo correcto. Algo que estuviera mal no podía sentirse tan bien. Me deleité en el tacto de su piel contra la mía, en la forma en que jadeó cuando la tumbé sobre la cama, en la delicadeza con que separó las piernas y me guió a su interior. Suspiró cuando nuestros cuerpos volvieron a unirse. Busqué sus labios en la oscuridad, y el mundo empezó a brillar un poco más. Saqué la cabeza de debajo del agua después de mucho tiempo sumergido, y pude tomar una buena bocanada de aire.
               Dijo mi nombre. Lo dijo varias veces, acompañando mis caderas con las suyas, se estremeció cuando yo dije el suyo, los suyos. Me mordió el labio y se echó a temblar, y yo la ayudé, la acaricié y la besé con dulzura mientras ella se deshacía para mí en un tsunami cálido que barrió toda la mierda que había pensado de ella la última semana.
               Nos quedamos un rato acurrucados el uno sobre el otro, agotados, sudorosos, pegajosos, pero sobre todo, felices y aliviados. Diana me besó el pecho y yo le acaricié el pelo, nos tapé con la manta y encendí la bombilla. Sonreí al ver cómo sus pupilas se contraían rápidamente, acostumbradas a la oscuridad y a tratar de almacenar la mayor cantidad posible de luz. Volví a besarla, me gustaba el olor de su pelo derramándose por mi piel.
               Sorbió por la nariz.
               -Creía que me odiabas-susurró cuando la miré, interrogante. Negué con la cabeza.
               -Ya ha pasado.
               -Pero Scott me odia.
               -De Scott me encargo yo. Tú, tranquila, amor. Relájate.
               Nos quedamos acurrucados el uno junto al otro hasta que nuestros estómagos rugieron, protestando por el esfuerzo.


-No te lo he contado todo-le dije a Scott mientras nos metíamos en el ascensor del hospital. Él frunció el ceño, haciéndose a un lado para que las ancianas que todas las semanas, a la misma hora, compartían ascenso con nosotros. Alzó las cejas, a la espera.
               Cuando Diana y yo habíamos ido a comer la noche anterior, nos lo encontramos sentado en una esquina de la mesa, mirando con gesto de odio hacia Jake y Eleanor, en el otro extremo, que habían decidido que compartir patatas y tirárselas a la cara era el deporte más divertido del mundo. Nos acercamos a él, Diana intentó soltarse de mi mano, pero yo afiancé nuestra unión.
               -Con la cantidad de gente ciega que hay por el mundo-gruñó-, y yo pudiendo ver.
               Me giré para ver a mi hermana tonteando de una manera que daba incluso vergüenza ajena.
               -Mañana intentaré hablar con ella.
               -Layla os ha apartado comida. A los dos-anunció Chad. Scott no dijo nada, siguió contemplando el espectáculo, hasta que prácticamente le di en la cabeza con mi mano entrelazada en la de Diana. Levantó la vista.
               -¿Qué?
               Le señalé nuestras manos unidas. Diana se revolvió, incómoda, bajo el escrutinio de Scott.
               -Bueno-respondió, encogiéndose de hombros-. Cada uno se tortura como quiere-desenroscó por millonésima vez el tapón de la botella a la que estaba estrangulando y comenzó a mordisquearlo, pensativo.
               -Hemos hecho las paces.
               -Mm-bufó Scott. Miró un segundo a Diana y luego volvió a clavar la vista en la dichosa parejita.
               -Y quiero que las hagáis vosotros también.
               Scott puso los ojos en blanco.
               -Scott.
               Diana me había mirado, ansiosa.
               -Hoy no-dijo solamente-. Hoy no puedo.
               -Mañana, sin falta.
               -Mañana lo intento.
               -Dile algo, por lo menos.
               Scott no dijo nada.
               -Sc…-empecé, pero Layla cogió a Diana de la mano.
               -Creo que no deberíamos forzarlo. Todos estamos un poco tensos. Y cansados.
               -Además… Scott todavía no la ha insultado. Es un avance-intervino Chad.
               Scott rezongó algo que yo no entendí.
               -¿Podrías, al menos, esforzarte en…?-empecé. Scott se giró de repente, clavó los ojos en Diana, y espetó un seco:
               -Hola.
               Y volvió a girar sobre su asiento y a torturarse con la imagen de mi hermana metiéndole patatas, entre risas, en la boca a Jake.
               Diana había sonreído tanto que pensé que le explotaría la cara, como en los dibujos animados.
               Scott se había levantado de mejor humor e incluso le había dado los buenos días, sin provocación previa por mi parte ni por la de ella. Le salió del alma y me lo quise comer. Le preguntó si quería entrar a la ducha ya.
               -Creo… que dormiré un poco más-respondió Diana, tímida, mirando el móvil. Scott asintió con la cabeza.
               -Vale, o sea, que no te importa que entre yo, ¿no?
               -Puedo ducharme después-respondió Diana-. Cuando estéis viendo a Alec.
               -Suena bien.
               Hasta le pasó un plato con galletas cuando Diana preguntó al aire si alguien podía acercarle las rellenas de chocolate.
               -Dime que no te has encontrado a Jesy y te ha dicho que quiere que hagamos otra colaboración todos los tíos. Creo que estrangularé a ese hijo de puta si me lo ponen a tiro-soltó el Scott de mi presente. Las dos ancianas se giraron para mirarle. Se levantó un imaginario sombrero de la cabeza-. Señoras.
               -Eh… no. Es sobre Diana.
               Scott esperó.
               -Ayer…-miré a las ancianas. ¿Por qué no se bajaban en la primera planta?-. Diana y yo… pues… eh…
               -Tommy. Dilo. Venga. No puede ser tan malo.
               -Es que…-hice un gesto con la cabeza en dirección a ellas. Scott abrió los brazos y vocalizó un “¿qué?”-. Nosotros…
               -Por Dios, Tommy, ¿invocasteis al demonio, o algo?
               Una de las ancianas se santiguó y fulminó con la mirada a Scott.
               -Señora, soy musulmán, no el anticristo-espetó-. Le convendría revisar sus creencias. En el Corán no pone ninguna gilipollez sobre mujeres que salen de costillas. Pásese al islam-las dos lo miraron, estupefactas-. Tendremos prohibido el cerdo, pero Alá es compasivo, y no me ha hecho nada por comerme un filete.
               -Que follamos-espeté, divertido al ver cómo se tomaban las dos mujeres los comentarios de mi amigo. Los ojos pasmados se giraron hacia mí. Noté cómo me ponía colorado.
               -Estos jóvenes…
               -¡Coño! ¡Será que ustedes llamaron a la cigüeña para que les trajera a los hijos y los nietos! ¡Yo flipo!-espetó Scott. Me eché a reír y me escurrí entre las ancianas que, ofendidas, ni se dignaron a hacerse a un lado para dejarnos salir. Sacudimos la cabeza cuando ellas comenzaron a cuchichear sobre lo sinvergüenzas que éramos los adolescentes, que no teníamos respeto por nada… pero bien que ellas no habían querido moverse un centímetro.
               -No quiero llegar a viejo. Te vuelves gilipollas. Y si ya soy así con 17 años, imagínate con…
               -Ya lo sabía.
               Miré a Scott.
               -Lo de Diana y tú. Ya lo sabía. Te lo noto en la cara, ¿recuerdas?
               -Ya. Bueno. No sé. Pensé que estarías… demasiado triste por lo de… ya sabes por qué. Y que no te darías cuenta.
               Scott puso los ojos en blanco.
               -Tommy, por favor. A ti te puede salir un tumor en el páncreas y yo sería capaz de verlo.
               -¿Te molesta?
               Scott echó a andar por los pasillos en dirección a la habitación de Alec.
               -Hombre, no me hace mucha gracia que estés con ella, para qué te voy a mentir, pero… ya eres mayorcito. Tú sabrás lo que haces.
               -Ella no tiene la culpa de lo que hicimos.
               -A ver, T, ¿tú crees que yo habría hecho nada de lo que hice si no hubiera estado colocado?
               Me mordisqueé la cara interna de la mejilla.
               -Esto… ¿no?
               Alzó las cejas, cerró los ojos y esbozó una extraña sonrisa mientras asentía, como diciendo “efectivamente”.
               -Ni siquiera me gusta.
               -Es modelo.
               -Es tu novia.
               -Sigue siendo modelo.
               -Sigue siendo tu novia.
               -O sea, que no le pregunto quién lo hace mejor de los dos, ¿no? Nos quedamos con las dudas.
               -Tienes tú buena la autoestima como para coger y hacerle esa pregunta a Diana-bromeó Scott-. Si ya sabes la respuesta.
               Le empujé, juguetón.
               -Ya te gustaría-repliqué, celebrando para mis adentros aquel comentario, como la pequeña gran victoria que era. Por la noche, había creído que me costaría dios y ayuda levantarle de la cama, que se pasaría la mañana llorando y se negaría a ir a ver a Al. Se lo estaba tomando mejor de lo que esperaba.
               Me pregunté qué le habría dicho Sherezade anoche.
               Llamamos a la puerta de la habitación de Alec. Annie levantó la cabeza, apoyada como la tenía en su mano, mientras esperaba pacientemente a que su hijo se despertara. Levantamos las manos y ella sonrió, amodorrada.
               -Buenos días, chicos. Vaya cómo madrugáis-comentó, y acto seguido ocultó un bostezo con los dedos.
               -Hay que aprovechar las horas que nos dejan libres. ¿Aún duerme?
               -Como un lirón-Annie estiró la mano y le apartó un mechón de pelo de la cara a Alec, en un gesto mimoso, íntimo y protector a la vez. Su sonrisa satisfecha denotaba lo mucho que disfrutaba las atenciones dedicadas a su pequeño-. Ya sabéis que siempre le ha gustado dormir. Se despierta cuando amanece, se queda mirando un rato el cielo, y luego… otra vez, como un bebé. No falla.
               -¿Sigue con esa costumbre?
               -Me dice que baje las persianas cada noche, pero a mí no me importa despertarme y bajarlas cuando empieza a salir el sol-se encogió de hombros. Se estiró en su asiento y se destapó un poco con la manta. Consultó su reloj.
               -¿Quieres que te traigamos un café?
               -La verdad…-admitió, incorporándose-. Me vendría bien un paseo. ¿Os quedáis con él?
               -Hasta la hora que quieras-prometió Scott. Annie sonrió, aún poco espabilada.
               -Entonces, creo que bajaré a la cafetería. Me tomaré uno de esos cruasanes con queso y jamón tan deliciosos que tienen. Dylan me los sube para desayunar, pero hoy ha tenido que ir a la oficina-se encogió de hombros-. Aprovecharé para estirar las piernas. ¿Todo bien, chicos?
               Asentimos con la cabeza. Annie cogió un neceser, una muda de ropa, y se metió en el baño. Nos acercamos a la cama de Alec, pero éste aún dormía, ajeno a todo lo que sucedía su alrededor. Le costaba despertarse, igual que a mi mejor amigo.
               Un par de bostezos, muchos suspiros y una tos después, Annie salió del baño, con el pelo recogido en un moño tirante, un jersey holgado y vaqueros que no parecían ser suyos. Guardó cuidadosamente la ropa que acababa de quitarse en una mochila y la metió en el armario blanco de la habitación. Dejó el neceser encima de éste y se hizo con la chaqueta y la manta que había dejado reposando en su sofá.
               -Os dejo para que habléis de vuestras cosas, chicos-sonrió.
               -Estás muy bien, Annie-le dije después de que Scott le dedicara un sincero “gracias”, tomando asiento a la izquierda de Alec. Annie se pasó una mano por el pelo caoba, atrapando mechones que colocó tras sus orejas.
               -Eres muy amable, Tommy-sus mejillas se tiñeron un poco de color vino-. La verdad es que me siento mejor. Duermo mucho más. Cuatro horas-anunció, como si eso fuera un montón de tiempo-. La mayoría son en casa, cuando vienen las chicas a hacerle compañía a Al. En el sofá-confesó, tímida-. Le lleno de babas las camisetas a Dylan, pero él no protesta. Es un cielo. Vosotros estuvisteis genial la noche pasada, por cierto. Me encantó vuestro número. El que hicisteis con los chicos-aclaró-. El de El rey león fue precioso, pero el otro me pareció especial.
               -Gracias.
               -Lo ensayamos un montón-sonrió Scott.
               -Y Diana estuvo espectacular. Aunque creí que cantarías con ella-comentó Annie, mirándome. Me encogí de hombros.
               -Necesitábamos un poco de espacio.
               Annie frunció el ceño.
               -Pero, ¿está todo bien entre vosotros?
               -Todo estupendo, Annie-la tranquilizó Scott, frotándose las manos. No se mordió el piercing-. No te preocupes. Vete tranquila.
               Annie asintió con la cabeza, balbuceó un “bien, bien” y se marchó cerrando con cuidado la puerta. Miré a Alec, miré a Scott por encima del cuerpo de Alec, volví a mirar a Al. Me centré en sus constantes vitales y apoyé la cabeza en la mano, mirando las abruptas subidas y bajadas del pulso de mi amigo.
               Su corazón latía más despacio y más débilmente que el mío. Me pregunté si debía preocuparme, y estaba a punto de comentarle mi descubrimiento a Scott cuando apercibí que él también estaba tomándose el pulso, con la palma de la mano puesta sobre su cuello. Nos miramos y nos echamos a reír en silencio.
               Alec se revolvió en sueños, y nos sentimos un poco culpables cuando el latir de su corazón se aceleró un poco y él regresó, paso a paso, a su cuerpo. Sus ojos recuperaron la movilidad sus párpados temblaron mientras se despertaba. Los abrió lentamente y me miró. Bostezó sonoramente.
               -Te has puesto muy fea esta noche, mamá-comentó, y Scott se echó a reír.
               -No voy a venir a verte más-amenacé. Alec se revolvió en su lecho.
               -Me amas-fue lo que contestó-. No puedes vivir sin mí, T. Asúmelo ya.
               -¿Cómo te encuentras?
               -Semidesnudo-respondió, empujando su manta para que viéramos que se las había ingeniado para quitarse la bata verde del hospital-. Y hambriento. ¿Me pasas la camiseta? Está en el armario, en el primer estante.
               Scott se levantó.
               -¿Te dejan dormir desnudo?
               -No-respondió Alec-, pero tengo que dormir, y no puedo dormir con ropa.
               -¿Y te dejan usar tu ropa?
               -Si tanto les jode, que me la quiten.
               -¿Qué tiene de malo la bata que te dan aquí?
               Alec se volvió y me miró. Alzó las cejas.
               -Para empezar, que es verde.
               -A ti te sienta bien el verde-repliqué.
               -A mí me sienta bien todo chaval-contestó Alec-, pero eso no es lo que estamos discutiendo aquí. Me siento como un puto apio gigante a punto de ser devorado por un hámster mutante-se estremeció-. Luego está el hecho de que todo el mundo que tiene cáncer lleva estas putas batas. Es imposible que no tengan correlación.
               -Deberíamos denunciar al fabricante de cascos; está claro que el tuyo te hizo más mal que bien-comentó Scott, inclinándose y revolviendo en los estantes.
               -Yo no me estoy muriendo. Tuve un accidente, y estoy hecho mierda por dentro, pero no me estoy muriendo-gruñó-. Me deprime esa puñetera bata. Me aburre. Y huele raro. A hospital.
               -¡Qué raro! ¡Ni que estuvieras en un hospital y no en un bungaló en Bahamas!-me cachondeé. Scott se sentó en el suelo para poder reírse a gusto. Alec puso los ojos en blanco y trató de cruzarse de brazos, pero, cuando tienes un brazo escayolado de tal forma que te resulta imposible doblarlo, el efecto que consigues es el de hacer una cosa rara con el brazo libre.
               -Además, cuando la llevo puesta, llevo el culo al aire. Y no me gusta-Alec se enfurruñó.
               -Pobrecito, que coge frío en el culito-canturreé, pellizcándole la mejilla. Alec trató de morderme.
               -No me siento yo con esa puñetera bata. Y ya está. Prefiero mi ropa. Encima que estoy aquí, muerto del asco, que ni jugar a la Xbox puedo (aunque aprecio el detalle de que me la trajerais), no me voy a poner ropa con la que no estoy cómodo.
               -¿Y las enfermeras?
               -Que digan misa-volvió a intentar cruzarse de brazos y suspiró, frustrado, consciente de sus limitaciones.
               -Aquí sólo hay ropa de tu madre.
               -Mira en la mochila-indicó Alec. Scott cogió la que le quedaba más a mano-. En esa no, ¿no ves que es rosa? Es la de mi madre. La mía es la negra. La masculina.
               Scott giró sobre sus talones, cargando con la mochila. La depositó a los pies de la cama de Alec, con cuidado de no tocarle a él.
               -¿Todavía no te ha dado mi hermana la charla de “la ropa no tiene género”?
               -La puñetera mochila es de My Little Pony. Ni yo puedo luchar contra esa invasión de estrógenos. Lo único que me faltaba era ponerme a menstruar-Alec hizo una mueca y se echó a reír-. Joder, como Sabrae me escuchara decir esto, me pegaba tal paliza que no me acordaría ni de mi nombre.
               Scott se puso a sacar trastos de la mochila, la mayoría inútiles para cubrirse el cuerpo: eran o bien cargadores para el móvil, accesorios para el portátil, el portátil en sí, una cajita cuadrada con el símbolo de Apple en una cara y la palabra “iPad” en otra y una cajetilla de tabaco.
               -Asegúrate de esconder eso bien en el fondo, S-le pidió Al.
               -¿No se supone que deberías dejarlo? Te han quitado medio pulmón. Y te han visto manchas.
               -No quiero dejar las cosas a medias, T; hasta que no tenga el pulmón lleno, no pienso parar.
               -¿Y los chicles?
               -Para cuando viene tu hermana.
               -¿Te crees que no sabe que fumas?
               -No son para engañarla, son para que no me sepa la boca a tabaco y no le disguste besarme-Alec esbozó una sonrisa pícara y se tocó la sien-. Hay que pensar en todo con las mujeres, S.
               Scott volcó el contenido de la mochila sobre la cama y le ayudé a seleccionar lo que podía servirnos para ahora de lo que no. Alec esperó, impertérrito, hasta que Scott se detuvo en seco y señaló un trozo de tela azulada con bordes en rosa. Scott señaló el objeto en cuestión mientras Alec se acercaba la mesa del desayuno.
               -Alec.
               -Scott.
               -¿Qué es esto?
               -¿Qué es qué?
               Estiré la mano para examinarlo, pensando en lo raro que era que Alec tuviera nada con bordes elásticos y tan pequeño. Lo levanté y Alec se lo quedó mirando.
               -Ah. Unas bragas.
               Scott y yo clavamos los ojos en él.
               -¿No nos habías dicho que…?
               -Son de Sabrae-aclaró, agotado.
               Y yo las solté como si quemaran.
               -¿¡Por qué cojones tienes unas bragas de mi hermana en la mochila!?-ladró Scott. Alec cogió un paquete de galletas y lo examinó-. ¡¡No estarán usadas!!
               -Estás puto enfermo-gruñí yo, limpiándome las manos contra la camiseta.
               -¿Para qué coño quiero yo unas bragas de tu hermana limpias?-espetó Alec, como si que tu novia te diera sus bragas fuera lo más normal del mundo, un ritual de cortejo común entre la juventud inglesa.
               -¿Pero cómo se puede ser así de pervertido?
               -¡Joder, tíos, un poquito de comprensión!-protestó Alec mientras yo me frotaba las manos contra las sábanas, intentando no pensar en lo que habrían hecho en aquella cama (quería convencerme a mí mismo de que no se atreverían a intentar nada, por eso de que el control de enfermería estaba frente a la habitación de Alec, pero viendo a qué extremos llegaban, ya no podías fiarte de ellos)-. ¡Es que hace semanas que no follo!-se explicó, y Scott alzó las cejas, como diciendo “ya, ¿y eso es excusa para que perviertas a Sabrae?”-, esto no puede ser, ¡estoy cachondo todo el rato! ¡Y encima vienen las enfermeras y me ponen las tetas en la cara!-se quejó-. ¡Y yo, pues claro… no soy de piedra, ¿sabéis?!
               -A ti habría que inventarte, si no existieras-bufé.
               -Es la medicación, que me tiene…-Alec silbó y negó con la cabeza.
               -Sí, la medicación, que te hace ser tal cual eres tú, Al.
               -Que no rijo bien, te digo, Tommy-protestó Alec-. Y bueno, tu hermana, también… tela con ella. Que se lo dije en broma y va la tía y se ofrece, y yo le digo “no hay huevos”, y ella “¿que no hay huevos?” y coge y se mete en el baño y, cuando sale, va y me las da. En la mano.
               -Y tú con un trauma de esos que necesitan psicólogo semanal-contestó Scott, metiendo el objeto de la discordia en la mochila y cerrando sus cremalleras con furia. Alec esbozó una sonrisa traviesa.
               -Si llego a saberlo, se lo pedía nada más despertar. Te lo digo.
               -Estás mal de la cabeza. Los dos estáis mal de la cabeza.
               -Venga, T, tienes que reconocer que huele bien cuando están excitadas-sonrió Alec. Puse los ojos en blanco y, para mi sorpresa, vi a Scott encogiéndose de hombros.
               -Bueno, vale, la verdad es que te pone como una moto.
               -¡Scott!
               -Pero de que te guste cuando estáis en el tema-rebatió mi mejor amigo-, a que te pongas a oler bragas en tus ratos libres…
               -No las he tocado.
               -Sí, ya.
               -Te lo juro. No he hecho nada con ellas. Me da morbo tenerlas ahí. ¿Qué te acabo de decir? Estoy a cien todo el puto día, las enfermeras no me ayudan, y luego llega la tarde y Sabrae viene y se me sienta aquí al lado-señaló con la cabeza el sofá en el que, hasta hacía nada, estaba su madre-, y encima viene con esos escotes que me trae siempre (que para mí que está intentando que me estalle el corazón o algo así), ¿y os pensáis que yo necesito unas bragas para ponerme nervioso? Por favor-puso los ojos en blanco y se acercó el café-. Adónde vamos a parar. Con la imaginación que yo tengo. Con la memoria que yo tengo-negó con la cabeza, dobló la cama hasta tener el torso en un ángulo recto y examinó la bandeja con el desayuno. Se peleó con un minúsculo envase de plástica con mermelada. Scott y yo nos sentamos a su lado.
               -Y, si se quitó las bragas…-empezó Scott.
               -¿Podéis dejar ya el puto temita?
               -Tienes dos novias, Tommy-Alec clavó los ojos en mí-. Va siendo hora de que te familiarices con la ropa interior femenina.
               -Estoy muy familiarizado, muchas gracias por tu interés. Pero una cosa es hablar de bragas en general, y otra muy diferente son las bragas usadas que guardas en tu mochila para olisquearlas cuando nadie mira.
               -¡Y dale! ¡Que no las olisqueo!
               -Tíos-exigió Scott. Le miramos-. Si se las quitó, ¿qué hicisteis después?
               Alec se echó a reír.
               -No tengo la capacidad para convencerla de follar en esta habitación. Y no será por no haberlo intentado-siguió jugueteando con el envase hasta que se hartó-. Te vas a cagar, hijo de puta-musitó, cogiendo el cuchillo de plástico y clavándolo en el centro del envase, que saltó sobre sí mismo, haciendo una voltereta, y le salpicó con mermelada verde y trocitos del plástico desintegrado del pequeño cuchillo, ahora inservible. Alec hizo una mueca.
               -¿Se fue sin más?
               -Le presté mis gayumbos.
               -¿Quién coño se ha creído que es?-ladró Scott.
               -No es la primera vez que utiliza mis calzoncillos.
               -Eleanor me los quitaba cuando tenía la regla-intervine yo. Me tiré internamente de las orejas ante la facilidad con la que había sacado a relucir el nombre de mi hermana, pero S ni se inmutó. O bien su cerebro no lo había registrado, o bien había pensado en ella como mi hermana, y no su ex.
               Dios, qué raro era pensar que “ex” se refiriera a Eleanor en referencia a Scott.
               -Ya, si a mí también me los cogía, pero eso no quiere decir que se pueda dedicar a robar calzoncillos por ahí.
               -No los roba por ahí, Scott, no seas melodramático-Alec hurgó con el dedo en el envase de mermelada, cogió la tostada y depositó un pequeño montículo gelatinoso en su superficie quemada-. Se los doy yo. Y me gusta. Joder, me encanta pensar que los llevara puestos. Igual que me encanta pensar que usa mi sudadera de boxear cuando está por casa.
               Me recliné en el asiento, con una mueca socarrona en la boca.
               -Scott, ¿puede estar Alec más enamorado de Sabrae?
               -No lo sé, Tommy, ¿puede?
               -La respuesta empieza por N y acaba por O.
               -Gilipollas-sonrió Alec mientras nos echábamos a reír, continuando con sus tareas de prospección y extracción de mermelada. Chasqueó la lengua y extendió como pudo la reducida masa por la superficie irregular de la tostada. Cuando terminó de escarbar en el pequeño envase, cogió el vaso de plástico de café y se lo quedó mirando. Se hizo con un sobre de azúcar y lo estudió largo y tendido, como si fuera un animal exótico al que le estuviera haciendo un reportaje.
               Después de frotarlo con los dedos y ver que el papel no cedía, se lo llevó, con un suspiro, a la boca, mientras contemplaba en tomo melancólico su brazo escayolado.
               -Cómo te echo de menos, chiquitín-le dijo.
               -¿Quieres que te ayudemos?-Scott estiró la mano para cogerle el paquete a pesar de estar en el otro extremo de la cama, pero Alec se apartó de él.
               -Puedo solo.
               Tiró del papel con delicadeza, pero en cuanto éste se rasgó un poco, el paquetito se dobló por la mitad y el azúcar se precipitó por el pecho desnudo de Alec, que dio un brinco y lo tiró sobre la bandeja. Se quedó mirando su pecho un momento, indeciso.
               -Eh… ¿llamamos a una enfermera?-pregunté.
               -No creo que en su contrato laboral figure “lamerle el pecho a los pacientes”. Pero si queréis preguntar…-se encogió de hombros y se dedicó a recoger granos de azúcar extraviados y a tirarlos sobre su café. Alargué la mano en busca de la cucharilla de plástico.
               -Para-ordenó-. No estoy impedido-gruñó-. Tiradme la camiseta-Scott se levantó y se la lanzó. Sonreí al ver que la cogía al vuelo y Alec se peleaba con ella para ponérsela: primero, se pasó el brazo escayolado por el agujero, a continuación, tiró de la tela hasta tener a tiro el agujero de la cabeza, por el que intentó meterla, contorsionando todo su cuerpo. Se quedó encogido y atrapado un momento, con el pelo castaño saliendo por un agujero, atrapado, incapaz de moverse-. Tíos…
               -No necesitarás ayuda-ataqué.
               -¿No decías que no estabas impedido?-se burló Scott. Alec nos mandó a la mierda y forcejeó durante unos minutos con la camiseta, hasta que, por fin, consiguió que su cabeza pasara por el agujero correcto. Se metió el brazo por debajo del tirante que faltaba y se miró la vía. Asintió con la cabeza y nos hizo un corte de manga a cada uno de nosotros.
               El paquete de galletas que descansaba sin abrir en una esquina pudo con él. Chasqueó la lengua y lo frotó contra la esquina de la mesa, hasta que yo, harto de tanta pantomima, me levanté y se lo abrí con rapidez, ahorrándole la humillación.
               -Ahora no quiero galletas-espetó, enfurruñado. Sólo por hacerle de rabiar, cogí una y se la mojé en el café, para acercársela a la boca después. Alec se apartó como un niño pequeño al que no le gustan sus papillas-. Me cago en dios, Tommy, ¿te tengo que dar una hostia? ¿A que te aplasto con la escayola? Estabas mejor invirtiendo tus energías en hacer que Eleanor perdone a Scott que dándome de comer a mí como si fuera un bebé.
               -Vaya, estamos un poco gruñones hoy, ¿eh?-se burló Scott.
               -Estoy gruñón desde que me desperté del coma, Scott. Estoy hasta los cojones de estar aquí encerrado. Ni en una silla de ruedas me puedo sentar para poder ir a que me dé el aire, o acercarme a la autopista y que me lleve por delante un camión. Dime algo que no sepa, hazme el favor.
               -No puedes ir a una autopista, hay límite de velocidad-razoné yo. Alec puso los ojos en blanco.
               -Y nosotros no podemos quedarnos sin bebé que alimentar-añadió Scott, que cogió una servilleta y se la puso a modo de babero-. Venga, abre la boca, que viene el tren.
               Alec se nos quedó mirando. Me reí tanto con su cara que la galleta se cayó sobre la bandeja.
               -Os odio a los dos.
               Le pellizcamos las mejillas y se puso a protestar. Una de las enfermeras se inclinó por encima del mostrador de su puesto y nos lanzó una mirada envenenada, por eso de que no está bien acosar a pacientes de hospital, de modo que nos sentamos en nuestros sillones y esperamos pacientemente a que Alec terminara de desayunar.
               No lo hicimos por él, lo hicimos por ella: infundía respeto, mirándonos por encima de sus gafas con montura de gato.
               -¿Visteis ayer el programa?-pregunté, frotándome las manos. Alec asintió con la cabeza-. ¿Qué te pareció la actuación?
               -Cojonuda-respondió, chupándose los dedos-, aunque no me acuerdo de nada, del impacto que me causó la de Eleanor con ese mamarracho, así que se me olvidó lo que hicisteis, igual que a vosotros se os debió de olvidar lo que os dije de ella.
               Scott puso los ojos en blanco y se recostó sobre su asiento, mordisqueándose los dedos, fingiendo una indiferencia que no aparentaba en absoluto.
               -Que es…-animé a Alec a seguir, porque si no le dábamos cancha, sería mil veces peor. Alec se volvió como un resorte hacia S.
               -Has dejado que te humillara delante de toda Inglaterra y parte de Europa, y encima con ese payaso, que ni media hostia tiene. Podría pegarle una paliza y no despeinarme aun sin salir de esta cama-le increpó. Scott suspiró.
               -No merece la pena.
               -¡Que no qué!
               -Eleanor no va a querer volver conmigo nunca. Ayer tuvo movida también con Tommy.
               -Yo me peleo constantemente con Mary. Es mi hermana. Es mi deber.
               -Da igual, Al. Prefiero no joder más las cosas entre ellos dos.
               -Chato, Tommy es su hermano, da igual dónde esté. Pero tú tienes que trabajarte tu relación con ella, ¿me entiendes, flipado? No puedes ir por la vida dependiendo de lo guapita que tienes la cara. Eleanor es inmune a eso. Tienes que ganártela.
               -Que no va a haber manera, que te lo digo yo, Alec, que la conozco.
               -Vale, ¿y se puede saber por qué?
               -Soy un perro infiel.
               Contuve una carcajada ante aquella expresión. Alec ni se inmutó.
               -Yo no diría tanto-dijo, terminándose su café-, eres, más bien, un cachorrito infiel. Un cachorrito infiel bastante vago.
               -Tú no sabes lo tenso que es estar con ella.
               -Me suda la polla lo tenso que sea-Alec se dio una palmada en el pecho-. Hay que ser un tío como dios manda, y si le tocas el coño a tu chica, le pides perdón, te rebozas en la miseria, y la reconquistas. Hostia puta ya. Joder. Cómo me tocáis la moral-se terminó su café y arrugó el vaso entre las manos-. Tanto victimismo, y tanta historia. Y ella también. Anda que no se comportó poco como una perra en celo en enero, frotándose contra todos los tíos que se le ponían a tiro para ponerte celoso. Me cago en dios. Si sois tal para cual. Dios os cría, vosotros os juntáis-negó con la cabeza. Scott me miró.
               -La verdad es que en eso tiene razón-admití.
               -¡Pues claro que la tengo! Escúchame, Scott-se incorporó un poco y se giró hacia él-. No te voy a consentir que tires la toalla, ¿te enteras? Eleanor es la chica a la que estás destinado. Por mi madre que volvéis. Como si tengo que convencerla yo cuando me den el alta.
               -Cuando a ti te den el alta, seguramente ya esté casada con el gilipollas de Jake.
               -Pues matas al subnormal ése. Tienes que tener hijos con ella. Eres mi cuñado; tus hijos serían mis sobrinos. Y yo quiero sobrinos de pata negra, ¿me oyes? Nada de críos con una tía que conozcas en alguna firma o donde sea. No. O tienes hijos con Eleanor, o yo te la corto. Así que tú decides.
               Scott hundió un poco los hombros. Alec cogió el cuchillo roto y se lo acercó a la boca. Le pasó la lengua, recogiendo la poca mermelada que aún le quedaba. Lo depositó tranquilamente sobre la mesa.
               -¿Y bien? ¿Qué va a ser?
               -La reconquisto.
               -Eso es lo que quería oír. De acuerdo, como veo que entre los dos no juntáis ni media neurona, voy a tener que ocuparme yo-dobló una manga ficticia de su escayola-. ¿Qué estás haciendo para reconquistarla?
               -Pues… ¿hago que mi aura se vuelva de un arrepentido color naranja?
               Alec parpadeó.
               -¿Qué se supone que significa esa gilipollez mística?
               -Que le mira desde la distancia con cara de cachorrito abandonado-aclaré yo. Alec me miró. Y luego, se llevó una mano a la frente.
               -Madre mía. Cómo está el patio. Dame el móvil. Siri, llama a mi novia.
               -Tiene nombre-protestó Scott.
               -La tengo guardada con el puñetero emoticono del chocolate y la corona, ya me dirás tú cómo cojones pronuncio eso.
               Alec puso el altavoz y esperó. Se escucharon varios toques antes de que la llamada se iniciara con un confuso conjunto de chasquidos.
               -Alec-susurró Sabrae de repente-, ¿qué pasa? Estoy en clase ahora, no puedo mandarte…
               -Calla, tigresa-instó Alec, pero su tono se volvió un tanto más dulce que con nosotros, por mucho que estuviera tratando de hacerse el duro-, que está escuchando tu hermano, y no quiero que me apalee. Bien, pregunta. Cuando te enfadaste conmigo a principios de año, ¿en qué ayudó que yo estuviera lloriqueando por las esquinas?
               Sabrae se lo pensó un momento, abrazándose el torso, probablemente.
               -En poco, la verdad.
               -Me habría venido mejor que dijeras que en nada, pero bueno-Alec suspiró-, como eres así, qué vamos a hacerle. Y, ¿cuándo me perdonaste?
               -Cuando me llamaste para hablar y me pediste perdón.
               Alec alzó una ceja, como diciendo “¿ves?”.
               -Es que no quiere hablar conmigo.
               -No estaréis urdiendo un plan para volver a juntarlos-espetó Sabrae, sospechosa.
               -Bombón, por favor. Me ofende cómo puedes pensar tan bajo de mí.
               -Alec-advirtió Sabrae.
               -¡Es que tu hermano está muy mal!-saltó. Sabrae suspiró.
               -¿Ha probado a pedirle perdón de nuevo?
               -No, no se me había ocurrido, genio, mesías, diosa de la sabiduría y la audacia, ¿qué sacrificio quieres que te ofrezca?-ladró Scott. Sabrae volvió a suspirar.
               -Os tengo que dejar. Tengo que volver a clase.
               -Vale. Te quiero. Adiós, bombón.
               -Adiós, Al. Te quiero.
               Se cortó la línea y Alec se acurrucó sobre su colchón, abriendo los brazos y parpadeando.
               -No hacer nada-le dijo a Scott- es lo peor que puedes hacer con mucha diferencia. Si algo me ha enseñado tu hermana-levantó el móvil y lo agitó en el aire-, es que tienes que luchar por lo que quieres. Siempre. Hasta que no puedas más.
               -Es que… tengo miedo de lo que me pueda decir-Scott se miró las manos, avergonzado al admitir que las palabras de Eleanor eran las que más le dolían. Y yo supe a qué se refería antes de que Alec preguntara.
               -¿A qué te refieres?
               -Me dijo que me parecía a mi padre-explicó Scott, frotándose las manos-. Y de todas las cosas que podría haberme dicho, esa fue la que más me jodió.
               -Te conoce casi tan bien como yo-intervine, y ambos me miraron-. Lo dijo porque sabía que te dolería. No lo piensa. Y, aunque lo piense en serio, no es tan malo ser como Zayn.
               -Me siento mal, ¿sabéis? No debería joderme tantísimo que me diga que me parezco a él. Es mi padre. Es Zayn-susurró, como intentando convencerse de que la celebridad estaba por encima del padre-. Le quiero-nos miró a uno y a otro, como asegurándose de que le entendíamos.
               -Ya.
               -Lo adoro.
               -Tampoco nos pasemos, Scott-Alec movió un poco su escayola, queriendo poner una mano entre las suyas, pero ésta se lo impidió-. Sabes que, en el fondo, eso es mentira. Y está muy bien, ¿sabes? No tienes por qué idolatrar a tu padre. Con quererle, es suficiente. Al menos tú le quieres. Yo, al mío, le odio.
               -Pero no es lo mismo, Al.
               -Siguen siendo nuestros padres-meditó Alec, con la mirada perdida-. Por mucho que nos joda. Por mucho que queramos cambiarlo.
               Scott no dijo nada, sabedor de que estaba de más decirle al hijo de un maltratador que por poco mata a su madre que él, en realidad, no quería cambiar su filiación. Sólo le gustaría que el pasado fuera un poquito diferente.
               -No sabes por qué es eso-le dije a Scott, cuyos ojos también vagaban por la habitación-. Pero yo sí. La sigues viendo-aclaré-. La ves cuando la miras a él, o cuando se acuerda de ella. Te la imaginas con otros, igual que a tu padre te lo imaginas con otras. Y tienes que parar, Scott. Ella ya no puede hacerte daño, si tú no le dejas. Ni siquiera piensas en ella; llevas años sin pensar en ella. La única puerta que le dejas abierta a Ashley, es la de compararla con Zayn. Y tienes que parar, porque va a acabar matándote.
               -Ashley no es mi padre.
               -Y tú tampoco-respondió Alec.
               -No puedo parar.
               -Pues tienes que hacerlo, S. Por ti. Por nosotros. Por Eleanor.
               Scott guardó silencio, valorando las posibilidades. Una nube de tensión se formó en el ambiente mientras yo buscaba desesperadamente qué decir, con la quietud de la sala oprimiéndome los tímpanos como si estuviera en primera fila de un concierto, justo frente a los altavoces, pero sin la adrenalina de ver las gotas de sudor cayendo por la frente del artista.
               -¿Queréis ver algo flipante?-soltó Alec de repente, diluyendo un poco la tensión. Scott y yo levantamos la cabeza para mirarle. Él se giró hacia los monitores, abrió la boca, tragó una buena bocanada de aire, y la cerró con determinación. Seguí su mirada hasta la pantalla con sus pulsaciones, preguntándome qué estaría haciendo.
               Soltó el aire más pronto de lo que me esperaba que lo haría, y las pulsaciones se volvieron irregulares.
               -¿Lo habéis visto?-preguntó, ilusionado, cual niño pequeño que hace una cabriola y corre hacia su madre para enseñarle sus nuevas dotes.
               -¿Ver el qué?
               -Puedo pararme el corazón. Observad-volvió a coger aire y entonces me fijé con más atención. Me esperaba algo más espectacular que ver cómo el número de pulsaciones por minuto descendía mínimamente y las montañas de la cordillera de su pulso se espaciaban un poco más.
               -Este chaval es tonto-comentó Scott.
               -Ojalá pudiéramos achacárselo al accidente, y sacarle un pastizal al seguro.
               Scott se echó a reír, los pensamientos que más le preocupaban, tan lejos que no podían hacerle ningún daño.
               -El cuerpo humano es fascinante, ¿no os parece?-celebró Al.
               -Tienes demasiado tiempo libre, tío.
               Se recostó de nuevo en su cama y lanzó un tremendo suspiro.
               -No soy la compañía más animada de Londres, precisamente. Hay un montón de cosas que no puedo hacer. Mamá se sienta ahí y me pregunta cada cinco minutos si necesito algo. A veces no sé cómo me las apaño para no gritarle que quiero volver al coma. Allí, por lo menos, soñaba. Y caminaba, y hacía cosas interesantes. Soñé con vosotros-informó-. Que veníais a verme, y que me llevabais a la playa, y que íbamos a hacer cosas. También soñé con mi hermana. Que la veía en el Teatro Real, bailando un solo. Y con mis padres. Con Dylan y mamá, quiero decir. Y con Sabrae-se revolvió en la cama y cerró los ojos un momento, cansado-. Soñé mucho con Sabrae. Me daba miedo despertarme, ¿sabéis? Creo que por eso tardé tanto. No me apetecía. Me daba miedo hacerlo y que ella no estuviera. O que no viniera a verme-se miró la mano-. Son gilipolleces, ya lo sé. Pero nadie nunca me ha importado tanto como me importa ella, chicos.
               -No son gilipolleces, Al-le toqué el antebrazo en un gesto cariñoso, fraternal, de esos que necesitabas cuando tenías mal de amores. Alec sonrió.
               -Seguramente os la sude, incluso os moleste, que yo esté así con ella. Por las movidas que tenéis. Pero… Dios-bufó-. Es tan genial, tíos. Es tan genial. Las tardes en que viene se me pasan volando. Es aparecer ella por la puerta, y en un suspiro ya es de noche y se tiene que marchar. No es justo, tío-negó con la cabeza-. Con todo el tiempo que tuvimos antes…
               -Ya lo tendréis cuando salgas.
               -¿Qué hacéis cuando viene?-preguntó S-. Quizás podamos hacerlo contigo, o explicárselo a Annie, para que se te hagan más amenas las mañanas.
               -Sin ánimo de ofender, pero no es lo que hacemos. Es la compañía. Con esto no os digo que no me gusta que vengáis a verme. Me encanta y no lo cambiaría por nada del mundo. ¿Que qué hacemos? Muchas veces, nada. Viene, se sienta, nos cogemos de la mano y hablamos, o nos besamos, o vemos la tele, o simplemente estamos callados o mirándonos. Ella nunca la aparta. La mano, quiero decir. A veces se le duerme. Se lo noto. Y ella, aun así, no la aparta. Solo la quita si yo la quito primero. Y me pregunta si estoy bien, y yo le digo que sí, y ella me dice “cómo vas a estar bien, si estás en un hospital, si estás todo escayolado”. Y se ríe y… uf, no sabéis qué bien lo hace. Cuando escuchas una risa así, te das cuenta de que el resto del mundo se ríe mal. No es normal que su risa sea tan bonita y las de los demás sean tan… del montón. Y se lo digo en parte para que se ría, y en parte porque es verdad. Porque puede que esté en un hospital, chicos, puede que no pueda levantarme de la cama, pero… joder. Sabrae me hace estar genial. Sabrae es genial. No puedo creerme que tenga la suerte de poder decir que es mi novia. Es como… parece demasiado bueno para ser verdad, ¿me entendéis?
               Intercambiamos una mirada y asentimos con la cabeza, yo pensando en dos nombres al escuchar a Alec hablar así, Scott, pensando en uno solo.
               Alec se recostó de nuevo, satisfecho por su charla, un poco cansado por haber estado hablando de seguido tanto rato, sin poder pararse y tomar aire como es debido. Miró un momento las persianas, considerando si decirnos lo que hacían durante el cambio de turno de las enfermeras, antes de que ella se marchara y subiera Annie para cenar con él, cando todo el mundo se agitaba y nadie les hacía caso, y empezaban a besarse y Sabrae metía la mano por debajo de la sábana, y él le preguntaba, entre risas: “¿qué te propones, bombón?”, y ella le callaba con más besos, le decía “confía en mí”, y miraba de reojo las pulsaciones de Alec, que de repente se volvían irregulares, aceleradas…
               … pero al final decidió que no. Porque era de ellos dos en exclusiva.
               Yo lo observé durante todo el proceso, recordando el primer día después del Mal Día, cuando Sabrae se había recostado contra él, su relación con un nuevo estatus que todavía estaban estrenando, y Alec se hacía consciente de repente del cuerpo de ella al lado el suyo, y trataba de comerse, sin éxito, la sonrisa.
               -¿Estás bien?-le preguntó ella.
               -No he estado mejor en toda mi vida, bombón-le respondió él, dándole un beso en la sien. Sabrae puso los ojos en blanco, fingiendo irritación. Pero su boca sonreía.
               -Acabas de volver de un coma.
               -¿Y?
               -Que te han quitado medio pulmón.
               -Tengo uno de repuesto.
               Sabrae puso de nuevo los ojos en blanco.
               -Además, ¿quién te dice a ti que este accidente no me ha dado superpoderes? Me siento un poco como Spiderman.
               -Son las medicinas.
               -Déjame soñar, Sabrae, ¿quieres?
               Y Saab le había cogido la cara y había empezado a besarle de una manera íntima que hizo que me estremeciera, y que todos apartáramos la vista. Igual que la apartaban conmigo y con Diana.
               Igual que la habíamos apartado con Scott y Eleanor.
               -Bueno-me di una palmada en las rodillas, y me froté los glúteos-. Entonces, ¿cuál es el plan?



Una parte de mí había querido ser siempre como Alec. Alec encontraba la solución a todo problema que se le presentara. No había nada que le cabreara. No había nada que pudiera sobrepasarle. Siempre tenía un consejo bueno que dar, al que tú no hacías caso, por toda la mierda que vomitaba antes y después de soltarte ese consejo.
               Y nunca decía te lo dije cuando sabía que te habían hecho daño.
               Siempre había admirado su capacidad para dormir en casas ajenas, para salir con tías sin miedo a involucrarse sentimentalmente con ellas. Yo nunca había podido dormir con las chicas con las que me acostaba; siempre tenía que largarme después, no fuera a ser que empezara a quererlas en el transcurso de la noche. Alec, no. Se quedaba con ellas, dormían desnudos, incluso desayunaban, si le apetecía, y luego cogía, daba las gracias, y se largaba. Sin complicaciones. Daba lo que ofrecía.
               Y no le había hecho daño a nadie. En su vida. Punto para él. Alec 138, Scott… 2. Por los dos tríos que había hecho. Y uno de ellos había sido el desencadenante de todo el puto desastre.
               Por supuesto, esa parte de mí que prácticamente le adoraba no se mostró muy entusiasmada con la idea de que me volviera a acercar a Eleanor y volviera a pedirle disculpas, como me sugirió.
               -Ella me odia.
               -Anda que no habré echado yo polvos buenos con tías que me odian-respondió Alec-. El sexo con odio es lo mejor de este mundo.
               -Que yo eche un polvo con Eleanor es un poco complicado-respondí, poniendo los ojos en blanco.
               -¿Por qué?
               -Porque mi hermana no es de las que se tiran a los tíos que les dan asco. Y Scott, ahora, le da asco.
               -Gracias por los ánimos, T.
               -Yo digo las cosas como son.
               -Así que descartamos lo de comerle el coño, ¿no?
               Tommy bufó.
               -¿Es que lo solucionas todo con eso, Alec?
               -Es lo que mejor funciona-jugueteó con su teléfono y les sonrió a las auxiliares que vinieron a recoger su bandeja.
               -Entonces, cuando tienes movidas con tu madre, ¿qué haces?
               -Desobedecerla cuando me castiga-se encogió de hombros.
               -¿Y con tu hermana?-pregunté yo.
               -Paso de ella-sonrió-. Pobre Mimi. Me adora. Viene arrastrándose a los 10 minutos, suplicando perdón y mimos, a veces no por ese orden. No es la primera vez que la estoy achuchando y me suelta un “eres un misógino, un cabrón, y un gilipollas, y te odio, Alec. Ahora, hazme cosquillas-Alec puso los ojos en blanco-. Están como cabras. Todas.
               Todavía no sabía cómo, habían conseguido convencerme para que me acercara a Eleanor otra vez y tratara de disculparme. Alec preguntó cuánto tiempo llevaba sin hablar con ella, y cuando lo calculé, meneó la mano y dijo que estaba “a punto de caer”, fuera lo que fuera lo que significase eso. Porque, desde luego, no quería decir que Eleanor fuera a perdonarme de un día para otro, y no sería porque yo no estuviera dispuesto a intentarlo.
               Pero una cosa era tener pequeños detalles que podían mejorarle el día desde la distancia, observar cómo retozaba con el gilipollas de Jake, y otra muy diferente era tener que acercarme a ella y pedirle que habláramos.
               Menos mal que Tommy vino conmigo, de lo contrario, no habría sido capaz de dar dos pasos seguidos en su dirección. Nos la encontramos en la sala común, la de los sofás, las plantas y la tele en el techo, en la que nos reuníamos los pocos concursantes que quedábamos para ver la televisión las noches en que no estábamos agotados. Rara vez teníamos tiempo para estar todos juntos.
               Deseé que no estuviera con aquel subnormal, pero era imposible encontrarla a solas. Últimamente se rodeaba de las chicas en una especie de fortaleza a la que yo no me atrevía ni a acercarme (lo único que me daba más miedo que Eleanor, era Eleanor con el resto de chicas del concurso, que no se cortaban en lanzarme miradas de profundo odio), y, en el mejor de los casos, cuando no tenía a su pequeño ejército con ella, el baboso de mierda de Jake le metía mano visiblemente sólo para hacerme sufrir a mí. Por dios, si le lamía la boca, literalmente. Frotaba su lengua contra la de ella antes incluso de que sus labios se tocaran, asegurándose de que yo veía aquello y se me revolvían las tripas.
               Eleanor miró por encima del hombro mientras Jake le susurraba algo al oído. Clavó los ojos en mí y, con una total indiferencia, empezó a juguetear con su pelo, acariciándole la cabeza como hacía conmigo cuando yo estaba en la misma posición. O cuando estaba en su interior.
               Contuve el impulso de detenerme en seco, sintiendo sus dedos en mi cabeza de una forma tan clara que cualquiera diría que Jake y yo compartíamos un mismo cerebro, si bien éste se dividía en dos mitades. La necesidad de tocarla y de que ella me tocara a mí era tan fuerte que me dolía en lo más profundo de mi alma, como un puñal ardiente que se retorcía con insistencia en mi estómago.
               -Eleanor-carraspeé después de que Tommy me diera una disimulada palmada en el culo para que mi cerebro comenzara a trabajar-. ¿Podemos hablar?
               Ella fingió no oírme. Apartó la vista y se concentró en la televisión, donde un informativo matinal que apenas veía nadie hablaba de la recesión económica de Irlanda del Norte y cómo afectaría eso al resto de Reino Unido.
               -Eleanor-repetí, en un tono patéticamente suplicante que hizo que Jake sonriera mientras le mordisqueaba el cuello. Apártate de ella, me gustaría haberle dicho. Pero me tragué mi orgullo y continué arrastrándome-. Eleanor, por favor, ¿puedes escucharme?
               Eleanor suspiró, con gesto aburrido. Se toqueteó el pelo y me miró con hastío. Lo consideré una señal divina para empezar con mi retahíla de disculpas. Me acuclillé frente a ella para permitirle estar por encima de mí. Me observó con cierto desprecio en la mirada, pero me animé a no dejar que eso me amedrentara.
               -Siento lo que hice. Lo siento en el alma. Entiendo que estés enfadada conmigo, pero, El-estiré una mano para coger las suyas, pero ella las apartó-. No quiero que dejes que esto me defina. Sabes que yo no soy así. Jamás te haría daño a propósito. Por favor. Eleanor, por favor. Te echo de menos. Echo de menos lo que éramos antes. Tú me hacías ser mejor persona. Me estoy esforzando en sobreponerme a esto. Déjame que te lo compense. Te trataré como una reina. Nunca te faltará de nada. Haré lo que quieras. Por favor, El. Dame una segunda oportunidad. No te decepcionaré. Te prometo que las cosas irán a mejor, que seré el novio perfecto, haremos todo lo que tú quieras…-Eleanor arrugó la nariz-. Seré todo lo que tú quieras que sea. No volveré a beber. Ni a drogarme, por descontado. Sólo te necesito a ti. Te necesito a ti para ser feliz. Sin ti, soy una mierda. Por favor. Eleanor-tragué saliva, intentando llevarme con ella el nudo en la garganta que me atenazaba. Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas. Su semblante se endureció, se tapó la boca con la mano, se pellizcó ligeramente la nariz-. Por favor. Vuelve conmigo. Te necesito.
               Eleanor tardó un poco en hablar.
               Ojalá no lo hubiera hecho nunca.
               -Perdona-musitó, apartando la mano de su boca para mostrarme una mueca cruel-. Es que te apesta tanto el aliento a traición y a coño americano, que no me concentro. ¿Qué decías?
               Aquello me destrozó. No iba a perdonarme. Estaba perdiendo el tiempo. Lo mejor que podría hacer sería apartarme y largarme de allí. Salir del programa cagando leches y jamás mirar atrás.
               -Ele…-empezó, pero una fuerza sobrehumana, furiosa, me agarró por debajo de los hombros y me levantó. Fue entonces cuando me percaté de que me había puesto de rodillas. Había llegado a suplicarle de rodillas, y a Eleanor no le había conmovido lo más mínimo.
               -Nada-espetó Tommy, obligándome a levantarme, con los ojos fijos en su hermana, ignorando la sonrisa divertida de Jake mientras le acariciaba los muslos. No la toques así, me gustaría gritarle. Quería matarlo. Quería reventarle la puta cabeza y jugar con su estúpido cerebro gelatinoso. Quería desmembrarlo y repartir sus extremidades por los continentes.
               Pero no podía. Apenas podía moverme, me costaba incluso respirar. Dejé que Tommy me levantara, incapaz de mover mi cuerpo, como si de una pesadilla se tratara. La única diferencia es que aquello era la realidad de mierda. No iba a despertarme. Eleanor me odiaba, se había olvidado de mí.
               -Que eres una hija de puta-espetó Tommy, y Eleanor clavó los ojos en él un segundo antes de echarse a reír-, y que me avergüenza ser familia tuya.
               -El sentimiento es mutuo.
               -No vas a amargarle la vida a Scott-atacó Tommy-. Te lo digo desde ya. Vete acostumbrándote.
               -Claro, porque con joderme a mí la mía tú ya tienes bastante, ¿no, Tommy?-Eleanor se levantó del sofá-. Seguro que ni pensaste en mí cuando le prestaste tu novia a Scott para que le metiera la polla-rugió-. Sois repugnantes, los dos. Tenéis que compartirlo todo, ¿no es así?-empujó a su hermano mientras Jake se incorporaba y clavaba los ojos en mí, como diciendo tú no te metas.
               ¿Que no me meta? Son más familia mía de lo que jamás podrían serlo tuya, gilipollas. Yo la cogí en brazos nada más nacer. ¿Qué haces tú? Meterle mano. Vete a tomar por culo.
               -Por eso no querías vernos juntos ni en pintura-continuó Eleanor, acercándose tanto a su hermano que noté cómo Tommy se crecía ante el contacto-, y por eso has orquestado todo esto, porque a mí no puedes tenerme, y soy lo único que él te negaría, lo único que no podríais compartir.
               -Estás mal de la putísima cabeza. Y mira que eres mala, Eleanor. Nunca pensé que podrías llegar a ser así-Tommy le devolvió el empujón y, antes de que yo pudiera hacer nada para separarlos, el muy subnormal de Jake se metió en medio.
               -Creo que ya habéis intercambiado bastantes opiniones por hoy, ¿no te parece, crío?
               -Cállate tú, pederasta-escupió Tommy, y Eleanor abrió los ojos como platos. Yo contuve las ganas de pegarle un morreo allí, delante de aquel gilipollas-. ¿No tienes ninguna maternidad que merodear?
               -Tommy…-empecé yo, viendo cómo su hermana enrojecía de ira.
               -¿A ti no te da vergüenza?-esta vez, el empujón le tocó a Jake, que retrocedió, divertido, con una sonrisa de suficiencia-. ¿Cuántos putos años tienes? ¿37? Vete a follarte a tu madre y deja a mi hermana en paz.
               -Tengo 22-respondió Jake, acercándose a él, juntando las frentes con Tommy, a quien le sacaba una cabeza-, lo suficiente para partirle la cara a uno de 17.
               -Sí, bueno, al menos los de 17 no tenemos gatillazos-atacó Tommy.
               -Con gatillazos o sin ellos-intervino Eleanor, cogiendo a Jake del antebrazo y mirando con desprecio a T-, a mí me gustan mayores, hermanito-clavó los ojos en mí, una sonrisa cruel bailando en sus labios-. Que no me quepan en la boca.
               No sé cómo no me desmayé, con todas las imágenes sucias que me vinieron a la mente. Eleanor sonrió, tiró de Jake y se lo llevó lejos de nosotros, riendo de una forma mezquina. Agarré a Tommy para impedirle que fuera tras ellos y les diera una buena tunda.
               -Déjalo, T. No hay nada que podamos hacer.
               -Yo la mato. La madre que la parió. Te juro que la mato-escupía él, rabioso, mientras yo lo sujetaba y negaba con la cabeza.
               Creí que las cosas no podrían ir a peor. Pero me equivocaba.
               Me despertaron esa misma noche unos ruidos inconfundibles de muelles estirándose y comprimiéndose, una cama en la que estaba sucediendo algo mucho más interesante que dormir. Al principio, los ruidos eran tan tenues y callados que podía engañarme y decir que bien podía ser Eleanor en soledad, que estaba teniendo una pesadilla particularmente intensa.
               Pero, luego, los muelles chirriaron con más fuerza.
               Y le acompañaron sus gemidos, los gemidos inconfundibles de mi chica favorita en el mundo (me negaba a pensar en ella con aquella horrible palabra de sólo dos letras), pidiendo más, invocando a Dios, diciendo que sí, que por ahí estaba bien, más fuerte, más profundo, más, más, más… oh, sí.
               Tommy levantó la cabeza. Oh, sí.
               Se giró y me miró. Yo estaba muy quieto, aguantando la respiración.
               Dios mío, Jake, sí. Sí. Sí. Sí. ¡SÍ!
               -Scott-Tommy me acarició el hombro, pero yo me aparté-. Scott, ponte a dormir.
               -Tengo que escucharla. Es lo que me merezco-susurré con voz queda, mientras Eleanor continuaba con aquel impresentable que, desde luego, no se la merecía. Se la merecía incluso menos que yo.
               -No tienes que hacer esto, S.
               Me volví hacia Tommy mientras Jake empezaba a gruñir. La sola idea de que se corriera dentro de Eleanor me volvía loco. Y era la única que me rondaba la mente.
               -¿Te imaginas que cantara tan bien como jodo las cosas con tu hermana?
               -Scott-pidió Tommy, empujándome hacia el colchón. Vi que Layla levantaba la cabeza y se encogía sobre sí misma, acusando aquella exhibición gratuita de sexo a la que estaba sometida. Me dolió incluso por ella. No se merecía tener que escuchar aquello, no se merecía que la incomodaran de ese modo. Aquello debía ser sólo para mí, mi sufrimiento, mío y de nadie más.
               -Estoy hasta los cojones-bufé-. Ojalá no me hubieras quitado las pastillas.
               -¿Qué?-Tommy se quedó sin aliento. Se incorporó-. ¿Y permitirte dejarme solo? Eres retrasado.
               -Estarías mejor sin mí. Todos estaríais mejor sin mí.
               -Tú nunca me has hecho nada. Nunca, ¿entiendes?
               Me quedé callado, me di la vuelta, tragándome las lágrimas.
               AH. JODER. SÍ.
               Aquellos gritos ahogados me perseguirían toda mi vida. Mi subconsciente me consoló con un “lo está fingiendo”. Era un consuelo muy pobre: si Eleanor tenía que fingir un orgasmo, era porque Jake, efectivamente, estaba encima de ella.
               Para colmo, Tommy tenía que empezar a ensayar su actuación en solitario esa mañana. Se levantó a regañadientes, se metió en la ducha a regañadientes y se ofreció a quedarse conmigo, pero le dije que no haría falta. Tenía que ir a ensayar. Si no lo hacía genial, como lo habían hecho los demás, por mi culpa, jamás me lo perdonaría. Tenía que tener una actuación espectacular, para sorprender a todo el mundo, pero sobre todo para perder los complejos con su voz de una puñetera vez.
               -No necesito…-empezaba él, pero yo negaba con la cabeza, envuelto aún en las mantas.
               -Tienes que hacerlo, T. Tienes que practicar para hacer la mejor actuación que estos cabrones hayan visto nunca.
               -No quiero dejarte solo.
               -Voy a estar bien.
               Tommy me miró, compungido, con la típica expresión de quien sabe que una excusa es bastante pobre y que yo no iba a estar bien. Pero acabó asintiendo con la cabeza, vistiéndose y marchándose con un “llámame si necesitas algo, lo que sea. Tendré el móvil a mano”.
               Ni siquiera me levanté de la cama. Ya no tenía fuerzas para absolutamente nada. Me quedé tirado, rememorando los gemidos y los gritos ahogados de Eleanor la noche pasada.
               Llevaba tanto tiempo reproduciéndolos como un disco rayado que tardé en darme cuenta de que unos nuevos sonidos atravesaban las paredes. Esta vez, era él gruñendo con satisfacción obscenidades que hasta a mí me daría vergüenza escuchar.
               Cerré los ojos y me concentré en contar en urdu hasta mil, pero siempre me detenía cuando llegaba a un número anterior al 21. Cogí el móvil, puse música y me metí en páginas de internet aleatorias en busca de consuelo. Decidí ver un capítulo de alguna serie mientras los mandamases del programa terminaban de ultimar nuestra actuación para que nosotros empezáramos a ensayarla.
               Con la mala suerte de que, en el servidor que escogí, aparecieron varias pestañas emergentes de publicidad de páginas porno, todas con chicas que parecían incluso más jóvenes que Sabrae a quienes asquerosos cincuentones les hacían todo tipo de vilezas. Los mensajes no hacían más que cabrearme, “no pierdas el tiempo, regístrate y folla”, “vírgenes deseosas de una buena polla”. A todas las chicas les ponía la cara de Eleanor, todos los tíos se distorsionaban hasta ser Jake.
               Cerré de un golpe la pantalla del ordenador y me quedé en silencio, escuchando cómo volvían a la carga. Fantaseé con la posibilidad de entrar en la habitación y matar a aquel hijo de puta.
               La puerta se abrió, y, si el mismísimo demonio hubiera entrado y me hubiera animado a levantarme de la cama, gustoso habría ido a cargarme a aquel hijo de puta.
               Pero, por suerte o por desgracia, ningún ser sobrenatural entró en la habitación. Sólo era Diana que, en su particular cruzada para conseguir que las cosas fueran como antes, había hecho acopio de víveres con los que alimentarme para que no me muriera de hambre.
               Se quedó a los pies de la cama, las rodillas muy juntas, sin atreverse a decir palabra.
               -Scott…
               -Ahora no, Diana-negué con la cabeza, frotándome la cara, incorporándome y pegando la espalda a la pared. Noté las vibraciones que sólo un cuerpo impactando contra el otro extremo podían ocasionar, y rápidamente me aparté, asqueado.
               -Te he traído unos bollos-murmuró, cogiendo un par de ellos y recolocándolos sobre el plato-. Pensé que tendrías hambre, y…
               -¿No crees, Diana, que si hubiera tenido hambre habría ido a comer?-espeté. Diana se quedó callada un momento. Los depositó con cuidado a los pies de la cama y se retorció las manos entre sí.
               -Yo… sólo quería… bueno. No quería que te sintieras mal.
               -Ya, bueno. Es un poco tarde para eso-volví a frotarme la cara, y lo hice al mismo ritmo que estaba espirando Jake. Mal asunto.
               Necesitaba salir de allí. En silencio, me levanté y me puse unos vaqueros. Ni siquiera comprobé si eran míos, de Chad, o de Tommy. Con que me sirvieran, iba bien. Revolví en el armario hasta encontrar una camiseta, con Diana clavada en su sitio, sin atreverse a decirme nada.
               -¿Quieres que vaya a por algo de beber?-se ofreció después de un incómodo silencio que yo ocupé en estirar la camiseta y comprobar que no tuviera manchas. La arrugué y la lancé sobre la cama, ignorándola a propósito. ¿Por qué no lo pillas, tía? Quiero que te largues. Márchate-. Scott-no digas mi nombre así. Dio un paso hacia mí y estiró una mano. No, no, no me toques, ahora no-. Por favor. Dime qué puedo hacer. Quiero ayudarte.
               Clavé los ojos en ella, que retrocedió un paso.
               Y, el monstruo que Eleanor había creado en mi interior, gimiendo el nombre de otro y dándole todo lo que hasta entonces me había dado a mí, se abalanzó sobre la americana.
               -No quiero nada tuyo, Diana. Quiero que desaparezcas-solté. Diana se puso pálida, sus ojos brillaron un segundo.
               -No me rechaces, Scott-pidió mientras yo me ponía la primera camiseta que encontré, decidido a salir de allí. No podía hacerle esto a la americana, no podía hacerle esto a Tommy, tenía que marcharme antes de joder las cosas más-. Por favor. Tú me importas un montón.
               Tú me importas un montón.
               De repente, en un flashback cristalino, la vi encima de mí, completamente desnuda, abriendo la boca y exhalando un gemido mientras yo sentía cada milímetro de nuestra unión en mi sexo. Se mordió el labio y jadeó mi nombre, qué bien lo hacía, a los ingleses nos tenían que enseñar, no era normal que fuéramos tan buenos follando si aprendíamos por nuestra cuenta.
               Seguía mordiéndose el labio de una forma muy sensual, una forma que me encantó y que se me grabó en la memoria aun en la nebulosa de drogas, alcohol, y sexo, en que se había embotado mi mente.
               Se mordía el labio sobre mí igual que se lo estaba mordiendo ahora, pero de una forma ligeramente distinta. Ahora, parecía estar a punto de echarse a llorar.
               Pero yo, lógicamente, no vi eso.
               Sólo vi que se mordía el labio.
               Y la bestia se tiró a la yugular.
               -Sí, ya me he dado cuenta-acusé, acercándome a ella, acorralándola contra la pared-, hasta el punto de emborracharme para que te follara. Si tantas ganas tenías de echarme un polvo, ¿por qué no lo hiciste cuando viniste?
               Diana estaba tan pegada a la pared que casi no podía respirar. Le dolían las vértebras, ancladas en el muro.
               -No me hables así.
               -Así, ¿cómo?-me pegué un poco más a ella, que jadeó, sin atreverse a mirarme en un principio, alzando la vista, suplicante, más adelante.
               -Como si fuera un objeto sexual, Scott.
               Me eché a reír. ¿Objeto sexual, ella? Por favor.
               -Es que es lo que eres, Diana-la cogí de la mandíbula para obligarla a mirarme, y ella se quedó paralizada-. Es lo que vendes. Es lo que le gustó a Tommy cuando te vio. Es lo que me gustó a mí. Los tíos vemos esas cosas, ¿sabes?-la solté, volviendo un poco en mí, pero incapaz de callarme ahora que me había cabreado lo suficiente. Te pedí que te marcharas, te mandé señales, ¿por qué no las seguiste?, querría haberle gritado, pero mi yo racional estaba demasiado oculto en las profundidades de mi ser como para poder parar. Era como un lobo: había olido la sangre y ya no podía detener la caza-. Que te abres de piernas con facilidad. Que eres una puta. ¿Quieres que te preste atención? Desnúdate, y puede que te la meta-acusé. Diana se echó a llorar en silencio.
               Vi lo que estaba haciendo. Estaba mal. Di un paso atrás y ella se desplomó en el suelo. Levantó la cabeza y clavó sus ojos verdes en mí; brillaban como dos esmeraldas con dos hogueras dentro.
               -Yo no quería… por favor-susurró, estirando una mano. Reculé.
               -No me toques-advertí en un tono de ultratumba que me puso los pelos de punta incluso a mí. Fui consciente, como de una tormenta lejana, que en la habitación contigua se había hecho el silencio. Y no pude más. Me convertí en todo lo que más odiaba. Me cebé con ella-. Me metí en este puto programa por Eleanor, y ahora la he perdido por tu culpa, y fue por tu culpa por lo que empecé con ella en primer lugar-Diana se levantó y caminó, temblorosa, hacia mí-. No te me acerques.
               -Sólo quiero… mi mochila-la señaló, temblando de pies a cabeza, en un llanto incontrolable que se estaba arreglando para someter. Me hice a un lado y vi cómo revolvía hasta encontrar un paquetito blanco.
               El hecho de que se atreviera a meterse esa mierda destructiva, causante de todos mis males, me hizo enloquecer.
               -Me das asco, Diana-ladré mientras ella volcaba el contenido de su bolsa mágica en una mano y se acercaba el pequeño montículo de nieve a la nariz-. No sé qué cojones harías para que tus padres te mandaran aquí. Pero estarías mejor muerta. A todos nos iría mejor si estuvieras muerta.
               Decidida, Diana volcó una nueva montaña sobre su mano. Y yo no lo soporté más. Mientras ella se metía su segunda dosis de una sentada, yo salí de la habitación como alma que lleva el diablo.
               Atravesé el edificio varias veces, sin saber muy bien a dónde iba, hasta que, de repente, caí en la cuenta de que estaba en una de las salas de gimnasio. Tenía que sacarme toda esa rabia de encima.
               Un saco de bolseo negro colgaba, solitario, del techo, en el centro de la estancia, como si estuviera esperándome, como una señal de Alá. Ni siquiera me puse guantes: movido por una nueva determinación, me acerqué a él y la emprendí a hostias, poniéndole la cara de Jake a aquel miserable objeto, poniéndole mi cara agarrando de la mandíbula a Diana.
               Tommy volvió a la habitación antes de tiempo, con la siempre acertada intuición que le caracterizaba de que algo no iba bien. Entró y se encontró a Diana tirada en el suelo, abrazada a sus piernas, llorando a moco tendido y con una bolsa de plástico pequeña a su lado, en la cama. Tenía la nariz sospechosamente blanca.
               Y eso le asustó. Nunca la había visto temblar tanto como aquella tarde.
               -Diana-susurró, acercándose a ella, inclinándose y levantándole la cabeza-. Por dios, mírate, estás hecha un asco. Tienes que parar esto-le dio un manotazo, rabioso, a la bolsa vacía-. Quiero que dejes de drogarte.
               -¿Por qué nunca podemos estar bien cuando Scott y Eleanor están mal?-preguntó Diana. Tommy parpadeó.
               -¿Qué?
               Diana negó con la cabeza, hundiendo la cara en las rodillas, mientras mis nudillos empezaban a enrojecerse por los golpes.
               Tommy la cogió de la mandíbula y la obligó a mirarlo. Diana se quejó y se soltó, masajeándose el cuello.
               -Scott y yo es parte de mí y yo soy parte de él, y si él no es feliz, yo tampoco.
               -Pues bien mal que se lo pasaba cuando se follaba a Eleanor a tus espaldas, ¿eso es estar bien con él?-aulló Diana, furiosa. Se quitó la mano del cuello y volvió a hundir la cabeza. Demasiado tarde. Tommy ya había visto las marcas que mis dedos le habían hecho en la cara.
               -Diana-ordenó, y ella le miró entre sus piernas-. ¿Qué cojones tienes ahí?
               -Nada.
               -Enséñamelo-ordenó. Le cogió la muñeca y la obligó a levantarse. Clavó los ojos en los pequeños círculos que ya adquirían un tono amoratado-. ¿Quién coño te ha hecho esto?
               -Nadie. Déjalo. No importa.
               Y Tommy se volvió loco.
               -¿TE LO HA HECHO SCOTT?-bramó. Diana no contestó. Estiró la mano en dirección a su mochila, en busca de un nuevo paquete.
               Y, a los 5 minutos, Tommy entraba en la sala en la que yo estaba, me agarraba del cuello y me estampaba contra la pared de espejos, con tantísima fuerza que los escuché resquebrajarse.
               -¡COMO VUELVAS A PONERLE LA MANO ENCIMA A DIANA, YO TE MATO! ¿ME OYES? ¡TE MATO, SCOTT!-me mantenía de puntillas sobre mis pies, con la mano en el cuello, me costaba respirar-. ¡ESTOY HASTA LOS COJONES! ¡ME TENÉIS HARTO! ¡TODOS! ¡NO PODÉIS IR POR LA PUTÍSIMA VIDA LAMENTÁNDOOS DE QUE NO OS PERDONAN SI VOSOTROS NO PERDONÁIS!-me soltó el cuello y me agarró del de la camisa, me pegó a él tanto podía notar los latidos enloquecidos de su corazón en mi pecho-. Si te crees que voy a consentir que les amargues la vida a las chicas, vas dado. Tú eres el que se drogó, es tu responsabilidad. No voy a dejar que hagas daño a Diana cuando ella no ha hecho nada.
               -Ella me drogó.
               -No-ladró Tommy-, en todo caso, te drogaría Zoe, aunque más bien, te drogaste tú. ¿Quieres ser mejor que tu padre?-me empujó hacia la esquina-. ¡Pues empieza a comportarte como un puto hombre y no como un niñato caprichoso!
               -¡No voy a perdonar a nadie que no se arrepienta de lo que ha hecho!
               -¿Y tú te arrepientes?
               -¡¿Cómo cojones te atreves?!
               -¡Me atrevo porque no lo parece, Scott! ¡Te pones de rodillas si hace falta ante mi hermana, pero a la hora de la verdad no muestras el más mínimo remordimiento! ¡Si incluso has pegado a Diana!
               -¡La agarré, ¿vale?! ¡Sólo la agarré, sabes que yo no haría nada! ¡No ha sido a posta!
               -¡ME LA SUDA QUE NO HAYA SIDO A POSTA! ¡ES QUE SOLO FALTABA!
               -¡NO ES CULPA MÍA!-me defendí-. ¡ELLA ME…!
               -Como vuelvas a decir que te…
               -¡DIO LA COCAÍNA Y YO…!
               Y, entonces…
               Boom.
               Tommy me dio tal tortazo que incluso me partió el labio. Se quedó allí plantado, impertérrito.
               Noté cómo toda la bruma de mi cerebro se disipaba de repente, igual que el cielo de verano se encapotaba ante la súbita formación de una tormenta. Me llevé la mano a la mejilla, que me ardía como mil demonios, y me lo quedé mirando. Tommy se cruzó de brazos y alzó las cejas.
               -Gracias-murmuré.
               -Créeme, Scott. El placer ha sido puto mío. Y ahora, ¿puedes dejar de ser el puto niñato egoísta que llevas siendo desde que nos despertamos en aquella cama, y echarle cojones a lo que has hecho? ¿PUEDES ASUMIR TUS PUTOS ERRORES DE UNA MALDITA VEZ? ¿O NECESITAS OTRA?
               Parpadeé.
               -Otra estaría bien.
               Y me pegó del otro lado. Creí que no lo haría, que haría una coña y ya estaba. Pero, joder. La verdad era que me las merecía. Esa, y todas las que quisiera darme.
               -Vamos a ir, y te vas a disculpar con Diana-ordenó-. Por todo. Por lo de agarrarla y por lo de estas semanas. Me tenéis hasta los huevos. ¿Sabes que llamé a tu padre?-acusó, y yo lo miré, perplejo-. Hace tres días, o así. Cuando estábamos ensayando y os volvisteis a pelear. Le llamé y quedamos y le dije que quería marcharme. Que no veía nada que me hiciera querer seguir. ¿Sabes qué es lo que me dijo?
               Tragué saliva y negué con la cabeza. Me dio un nuevo empujón.
               -Que te habíamos perdido aquí. Y aquí sería donde tendríamos que volver a encontrarte. Al principio, no le entendí. Pero ahora sí. Este puto lugar te ha convertido en lo que eres ahora, Scott-señaló el suelo-. Y en este puto lugar te recuperaré-me dio otro empujón, mi espalda chocó contra la pared. Tommy sonrió, macabro, y me cogió del cuello de la camiseta-. Y me la suda con quién tenga que pelearme. Con mi hermana, con Diana, con Jesy, o contigo. Ni de coña voy a dejar que sigas en esta espiral de autodestrucción, ¿me escuchas? Y si te tengo que recuperar a hostias, ¡te recupero a hostias! Ya sé cuál es tu jodido punto débil. Yo siempre gano cuando nos pegamos-sonrió, un poco más cálido-, sobre todo cuando doy yo el primer golpe.
              


-¿Que dijo qué?-ladró Sabrae, estupefacta, al otro lado de la pantalla. Shasha la miró un momento.
               -Ay, dios. Allá vamos.
               Le tapó las orejas a Duna mientras Sabrae comenzaba con su retahíla de insultos que harían sonrojarse incluso a Hitler.
               -Cabrón de mierda, misógino de los cojones; le cuelgo de los huevos, hijo de puta, me cago en su estirpe, en su raza y en sus putos muertos; yo lo mato, lo desintegro, desgraciado, muero de hambre, mierda seca, asqueroso, machirulo de los cojones, me voy a comer su cerebro, le voy a prender fuego…
               La verdad es que no me sorprendía nada la reacción de mi hermana. Después del incidente en el gimnasio, había ido a disculparme con Diana, que no dejó de temblar mientras yo hablaba. Sonrió con cierta timidez cuando terminé y asintió con la cabeza. Tommy se había relajado un poco, los brazos cruzados, los hombros rectos y la espalda estirada, apoyado en la pared, presto para reaccionar. Incluso le había dicho que, si lo prefería, podía volver a dormir conmigo. Le pedí disculpas, le dije que por fin había entendido que su papel en toda la movida había sido accesorio y que el protagonista había sido yo, que no le guardaba rencor y que entendería que no quisiera dirigirme la palabra ni saber nada más de mí, pero ella negó con la cabeza, aún temiendo una posible combustión espontánea por mi parte, y musitó:
               -Te tengo cariño.
               La estreché entre mis brazos como si una de mis hermanas se tratara, y descubrí el inmenso alivio que hay en no estar enfadado con absolutamente todo el mundo. Diana seguía durmiendo con Layla y, si bien no habíamos tratado el tema, creo que le reconfortaba más la presencia de su amiga a su lado en la cama que la mía. La verdad es que no podía culparla.
               El caso es que, solucionadas las cosas con Diana, Tommy y yo fuimos al encuentro de Jake cuando sabíamos que no estaría con Eleanor: las chicas habían recibido el encargo de preparar una actuación por su cuenta que dejara a los jueces con la boca abierta, y ellas, ni cortas ni perezosas, habían elegido dos canciones que se enlazaban a la perfección, ambas de las mismas artistas: Big bad Wolf, y I’m in love with a monster de Fifth Harmony, lo cual las mantenía ocupadas durante prácticamente toda la mañana, dejando las tardes para ensayar con nosotros.
               Habíamos abordado al “gilipollas de mi temporal reemplazo” (término acuñado por Tommy, cuyo cerebro se merecía un pedestal) un poco antes de la hora de comer, siguiendo los consejos de Alec.
               -Vais y lo matáis.
               -¿Ése es el consejo?
               -Sí.
               -Me encanta
               -Yo no puedo creer que vayamos a dejar que tu vida amorosa esté en manos de un pervertido huele bragas-musitó Tommy, poniendo los ojos en blanco. Alec le invitó a meterse el ordenador por donde le cupiera.
               -Aléjate de Eleanor-ladré, antes de que Tommy se me adelantara. Tommy me dio una palmada en los lumbares, como diciendo muy bien, con iniciativa, así me gusta.
               -Es mía-respondió el muy gilipollas.
               -No vas a tocarle un pelo de la cabeza sin que piense en mí. Todo lo que le hagas, yo se lo hice antes.
               -Me arriesgaré-y, a continuación, el bombazo-. Tiene un coñito tan delicioso. Y la chupa que da gusto. Las crías de 15 años son las más guarras con diferencia.
               No me pude creer mi reacción de agarrar a Tommy para que no le rompiera el pescuezo, pero supongo que no todos los héroes llevan capa.
               -Ni se te ocurra hablar así de ella, desgraciado de mierda-amenacé, poniéndome entre él y Tommy, haciendo las veces de elemento reforzador de mi discurso y de barrera para que Tommy no lo destrozara-, como si fuera un puto agujero que follarte y nada más.
               -¿O qué?-Jake se rió-. ¿Me pondrás una bomba debajo de la cama?-mira, hijo de puta, igual hasta me apunto a la yihad sólo para poder cumplir ese deseo tuyo, para que veas qué generoso soy. Varios de los chicos de la sala, que hasta entonces no habían movido un músculo, lanzaron a Jake una mirada asesina. Yo no era el único musulmán allí, y le iba a costar cara aquella mierda islamofóbica. Jake me dio un empujón, reforzando su postura-. No te tengo miedo. Además, ella no quiere saber nada de ti. Deberías escuchar qué cosas me dice mientras le meto los dedos.
               -Aprovéchala mientras puedas-espeté, girándome sobre mis talones.
               -Ni siquiera se acuerda de quién eres-gritó mientras me alejaba-. Ah, y no es un agujero que follarme-añadió, y escuché su sonrisa cuando puntualizó-: son tres.
               Jamás le había pegado a nadie una paliza con tanto gustazo. Y jamás había opuesto tanta resistencia. Cuando me separaron de él, Tommy, que había empezado a golpearle también, estaba entre los chicos. Habían sido 5 contra uno. Y aun así yo había ofrecido una muy buena pelea.
               Sabrae siguió despotricando un rato más mientras Shasha asentía con la cabeza y Duna intentaba librarse de las manos de nuestra hermana mediana.
               -Cambio de planes-sentenció Sabrae, después de un rato paseándose por la habitación como una leona enjaulada-. Pasamos al plan B: el resurgir de Sceleanor.
               -Eso suena a película mala, de las que ponen los sábados por la tarde-protestó Shasha.
               -Me encantan esas películas. Me hacen sentir mejor conmigo mismo. Como que mis unos en matemáticas no son un fracaso tan estrepitoso-sentenció Tommy.
               Sabrae dio un taconazo en el suelo y se colocó en posición de firmes.
               -Scott-clavó sus ojos en la pantalla del ordenador-. Basta de jueguecitos. Recupera a Eleanor de una puta vez.
               -¿No crees, cría, que lo habría hecho ya si eso fuera tan fácil como haces que suene?-pregunté, exasperado. Lo había probado todo, incluso había intentado que Alec hablara con Mimi y Mimi hablara con Eleanor, pero Sabrae había negado con la cabeza.
               -No creo que Mimi Whitelaw vaya a interceder por ti. No es tu mayor fan. De hecho, se podría decir que, si Eleanor ha fundado tu club de odio, Mimi es su presidenta.
               -¿Seguro que lo has intentado todo?-preguntó Shasha, soltando la cabeza de Duna, quien preguntó de qué hablábamos ahora.
               -Hombre, he buscado en “cómo recuperar a tu novia punto com” y, si bien no he intentado el plan número 21, no creo que esté muy a mi alcance.
               -¿En qué consiste?
               -Paseo en globo aerostático.
               -Bueno, hay globos aerostáticos por el campo.
               -Paseo en globo por el Amazonas-respondí. Shasha chasqueó la lengua.
               -¿Y si Shasha hackea la pantalla de debajo del Big Ben y le deja un mensaje a Eleanor allí de tu parte?-sugirió Duna-. Como en esa peli que a mamá no le gusta, la que nos obliga a ver todos los años-se giró hacia Sabrae, considerando la posición.
               -Yo hackeo para cosas serias, Duna-comentó Shasha.
               -Sí, como cambiar el destino del viaje de graduación de los de último curso.
               -¡Si este año van a Grecia, el año en que yo me gradúe no lo harán!-protestó Shasha.
               -¿Y si hablas tú con Eleanor, Saab?-sugirió Tommy. Sabrae se encogió de hombros.
               -Podría intentarlo, decirle las cosas que va diciendo el machirulo de los cojones sobre ella, pero… ¿crees que me escuchará? Soy una Malik. Siempre voy a estar de parte de mi hermano. Incluso si lo estuviera crucificando.
               -Por lo menos, podrías intentar que Mimi dejara de mandarle esas citas de ruptura que me dejan en la mierda-protesté. Sabrae puso los ojos en blanco, lamentando el momento en que se le ocurrió reenviarme una de las fotos con una cita que la hermana de Alec le había mandado a la de Tommy. Como si Eleanor necesitara que nadie la animara a odiarme, Mimi se había pasado la última semana mandándole fotos de ánimo y superación del calibre de imágenes con un único texto que decía algo así como “puede que te quiera, puede que piense en ti todo el rato, pero si no está haciendo nada para recuperarte, entonces no está haciendo nada, con lo que tú no deberías hacer nada, y bla bla bla”.
               Pero yo ni de coña no estaba “haciendo nada”. No dejaba de hacer cosas.  Había probado con absolutamente todo: levantarme temprano para guardar el mejor sitio en la mesa del desayuno, hablar con los cocineros para que le apartaran sus platos favoritos y explicarles cómo le gustaban (Tommy había estado más que dispuesto a hacerles una demostración), aguantarle las puertas, cederle la mejor cinta de correr, aquella que no traqueteaba ni hacía ningún ruido raro y te contaba las calorías que realmente habías gastado, incluso pelearme con los demás para que le dejaran ver los programas que quería.
               Y nada de eso había hecho que Eleanor me detestara un poquito menos.
               -¿Por qué no le escribes una carta de amor?-sugirió Duna, agitando uno de sus peluches en el aire. Todos nos la quedamos mirando-. Como las de Querido John. Acuérdate de mencionar la Luna. Eso le gusta mucho a Amanda Seyfried.
               -Elabora eso, nenita-le pidió Tommy. Duna se encogió de hombros.
               -Bueno, si Eleanor no quiere escuchar a Scott, eso no significa que no quiera leerle, ¿no?
               Nos miramos entre nosotros.
               -Dile a mamá que aparte mis ahorros para la universidad y que no los toque-le dije a Sabrae-. A esta cría la mandamos a Yale. Ni Oxford, ni pollas. A Yale. Hay que asegurarse de que desarrollan su intelecto.
               Duna se puso colorada, agradeciendo el cumplido. Me pasé toda la semana perfeccionando mi carta, pasándola varias veces a limpio, añadiendo y añadiendo cosas hasta que, el día de la gala, me había quedado un manuscrito de unos envidiables diez folios. Se lo enseñé a Tommy, que chasqueó la lengua.
               -Como no sea un relato erótico-comentó-, ni dios se va a leer esto, Scott.
               Así que ya tenía algo con lo que agobiarme durante la gala: apenas me concentré en lo que nos dijeron cuando hicimos nuestra actuación, imitando el videoclip de Sax de Fleur East, ni jaleé a Tommy desde los sofás, ya sentados después de terminar su actuación en solitario (aunque el pobre era un santo y no había querido salir solo, sino que se había apañado para conseguir un papel para nosotros), ni me di cuenta de que se marchaba otra chica esa semana.
               De lo único de lo que fui plenamente consciente fue de las dos actuaciones de Eleanor: una, en solitario, en una bañera, cantando Dead de Madison Beer en la que me preguntaba directamente por qué no me había muerto si había dicho en múltiples ocasiones que no podía vivir sin ella.
               La otra, con el subnormal de Jake, colgándose de su hombro desnudo mientras cantaban Let me love you, de Ariana Grande y Lil Wayne. Subieron la temperatura acercando los labios tanto que casi pareció que se besaban mientras cantaban, aunque eso no contrarrestó el toque de atención que le dieron a Eleanor por salir a cantar dentro de una bañera, con una camiseta blanca, imitando el vídeo como nos habían pedido esa semana, cuando todos los demás nos habíamos esforzado en ser espectaculares. Incluso Tommy, quien se había negado a tener una coreografía como la que acostumbrábamos para su solo, había hecho de Counting stars la actuación de la noche, cantando sobre una silla alta, en el centro de un semicírculo ocupado por Layla, Chad, Diana, y yo, en un escenario rodeado de bombillas y con el único acompañamiento de los sonidos que los demás hacíamos con nuestro cuerpo y la guitarra de Chad.
               -Quizás deberías pedirle consejo a tu hermano. A estas alturas del programa, no puedes permitirte cometer estos errores. Tienes la mejor voz-le aseguró Jesy-, pero eso no es suficiente. Necesitamos espectáculo, y tienes que dejar de apoyarte en la voz como excusa para tener una presencia aburrida en el escenario. Lo siento, El. Si no te pones las pilas, puede que nos sorprendas a todos no llegando a la final.
               Eleanor se había puesto tensa y se había lucido en la actuación con Jake, la última de la noche, la del bonus obtenido gracias a haber ganado en la gala exterior, en la que, curiosamente, su puesta en escena había sido muy similar a la de esa noche: sólo ella, un vestido blanco, y un micrófono con el que cautivar.
               -Quizás, si amenazan con echarla, podemos ocupar su lugar-me animó Tommy, dándome un toquecito en la rodilla. Me dije a mí mismo que no les haría eso a los demás, que habían dejado aparcadas sus vidas por mí.
               Pero la idea resultaba tentadora.
               Aunque, claro. Si me iba del programa, ya no habría manera de conseguir recuperar a Eleanor.
               Se lo expresé a Tommy y él dio un brinco.
               -Ah, no. Ni de coña. Mañana pido un préstamo al banco y soborno a Simon.
               -¿Y qué aval ofrecerás?
               -Mi apellido-espetó, y tuve que echarme a reír. Me pregunté cuánto hacía que no me reía.
               El caso es que yo me aparté con discreción en la sala de los familiares cuando se acabó la gala y todos fueron de visita. Les había dicho a mis padres que no vinieran esa semana para que mis dos visitantes fueran los hermanos pequeños de Tommy, en un gesto que quizá le ablandase un poco el corazón a Eleanor. Miré twitter, Instagram, la aldea guerrera, remoloneé, hasta que finalmente me dio por bajar las escaleras, sólo para encontrarme a mis padres allí, esperándome.
               -Pero… ¿qué hacéis aquí?
               -¿Qué, chaval?-acusó papá-. ¿No querías vernos?
               -Creía que no vendríais. Un momento, si estáis aquí…-miré con nerviosismo en dirección a los Tomlinson, sólo para comprobar que Astrid y Dan alborotaban en brazos de Eleanor. Una sombra se deslizó a mi lado.
               -Tú has usado tu bono de dos personas para traer a mis hermanos-dijo Tommy-, y yo he usado mi bono de dos personas para traer a tus padres. ¿Verdad que soy amor?-se tocó la mejilla y yo prácticamente me lo comí a besos, dándole las gracias por aquel gesto, como si no llevara toda la vida repitiéndolo de una manera u otra. Me puse al día con mis padres, les conté lo de mis planes y me animé al ver que lo de la carta les parecía una buena idea.
               -Pero, Scott… recuerda que, aunque Eleanor te perdone, eso no significa que vaya a volver contigo-inculcó mamá-. No te debe nada.
               -Tú inténtalo-replicó papá.
               Me pasé la noche corrigiéndola y acortándola hasta tener unos mucho más razonables dos folios. La doblé con cuidado y la metí en un sobre en el que no escribí nada más que su nombre. Consideré la posibilidad de meterlo debajo de su puerta, pero Layla me convenció para que se lo entregara en mano a la mañana siguiente. Me dijo que sería más personal.
               Eso hice, ilusionado. Layla y Tommy me acompañaron a la sala común, donde Eleanor comía unos donuts recién horneados (petición directa al jefe de cocinas de que los hiciera con extra de chocolate y extra de avellanas) con Taraji, ambas mirando la televisión.
               -El-llamó Layla, y Eleanor levantó la vista y le sonrió. Susurró un dulce hola, Lay. Me estremecí al escuchar su voz-. Scott tiene algo para ti.
               Su semblante se ensombreció un momento, pero en sus ojos vi que estaba cansada. Cansada de odiar, cansada de guardar rencor. Estiró la mano y cogió el sobre. Lo examinó un momento.
               Metió los dedos por la solapa y abrió su carta. Desplegó los folios, les echó un vistazo, los ojeó, los desordenó…
               … y los hizo una bola y los lanzó hacia atrás. Taraji no dijo nada, simplemente la miró con cautela mientras Eleanor volvía a llevarse el donut a la boca, y masticaba con la más absoluta de las indiferencias. Yo me giré y me metí en la habitación, negándome a que me levantaran de la cama, incapaz de prácticamente moverme.
               Ya no era que nunca la recuperaría; era la angustia de saber que Eleanor tampoco me perdonaría, jamás. Había perdido a mucho más que a mi novia, había perdido a un pilar fundamental en mi vida, a una persona que había estado ahí, conmigo, desde que nació. Incluso tenía que agradecerle que Sabrae hubiera llegado a mi vida. Y ahora, nunca podría. Por un estúpido error.
               -Venga, chicos-urgió Diana-. Nicki ya está aquí. Nos va a decir el reto de la semana.
               -Ojalá sea pegarle una paliza a tu vecino favorito. A ver si me muero de una santa vez-protesté, pero dejé que Tommy me levantara. Arrastré los pies hasta la sala común, ahora atestada con gente, y nos colocamos al fondo, lo más lejos posible de Eleanor. Nicki traía un saco lleno con lo que parecían ser bolas de plástico, de esas que salen de las máquinas a cambio de un euro y que contienen un regalo dentro.
               -Como seguramente hayáis notado, ahora sois un número par-empezó Nicki, mirándonos a todos-. Pues bien. Después de mucho deliberar, hemos decidido sacaros de vuestra zona de confort una vez más y someteros a un nuevo reto que saldrá genial, estamos seguros de ello. En este saco-lo agitó, haciendo que las bolas tintinearan-, hay una bolita por cada uno de vosotros. En cada bolita hay un nombre. La idea es dejar al azar lo que, hasta ahora, habíais hecho vosotros: emparejaros como más os gustara. Sacaréis las bolas hasta que no quede nadie sin una pareja-anunció-, y vuestra tarea esta semana será preparar una canción con la que dejarnos sin aliento. La mejor pareja tiene garantizada la inmunidad esta semana. Incluso si pertenecéis a un grupo-Nicki nos miró-, podríais avanzar hacia la semifinal sin veros perjudicados por una posible expulsión-hubo murmullos comentando esta información. Nicki asintió con la cabeza y estiró el saco-. Bien, ¿quién empieza?
               Beth, una de las que probablemente se marchara esa semana, se levantó y metió la mano en el saco. Sonrió al anunciar el nombre de Chad, que trotó as su lado y chocó los cinco con ella. Luego, le tocó el turno a otro chico. Después, fue Taraji.
               -¡Tommy!-festejó, y Tommy dio un brinco hacia ella, imitando a los demás en la palmada. Eleanor se incorporó, consciente de que aún le quedaba una posibilidad de que le tocara Jake.
               Metió la mano en el saco.
               Ahora sería un buen momento para decir que la importancia del nombre de una persona no es casualidad. Un mal nombre puede condenarte y un buen nombre puede resultar una bendición. Los nombres tienen más significado de lo que pensamos: definen las cosas y a la vez las individualizan, las limitan y a la vez las hacen eternas, las crean y las sacan de la marabunta de adjetivos que sería algo de no tener un nombre que contuviera su misma esencia.
               Puede que yo odiase mi segundo nombre, pero me venía que ni pintado. Porque no importaba lo mal que me fueran las cosas, las ganas que tuviera de rendirme o cómo ya no viera la forma de salir de un problema. Él me ayudaría, él me protegería. Era su favorito. Llevaba apostando por mí incluso antes de que yo naciera.
               Me escogió. Alá me escogió. Me dio una última oportunidad. Y le prometí que no le decepcionaría.
               Eleanor abrió su bola, cogió el papelito y lo estiró. Tragó saliva y levantó la mirada. Con un hilo de voz, anunció:
               -Me ha tocado Scott.



 El quinto capítulo de Sabrae ya está disponible, ¡entra a echarle un vistazo y apúntate para que te avise de cuando suba los siguientes capítulos! A más gente apuntada, antes subiré



Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍       

8 comentarios:

  1. EN ESTE CAPÍTULO HAS PASADO EL UMBRAL DE DOLOR QUE TENÍA PENSADO SOPORTAR PARA VER SUFRIR A SCOTT, O SEA QUE AHORA QUIERO QUE LA RECUPERE, PERO QUE SIGA SUFRIENDO POR ELLO. QUIERO QUE EL SE LA SIGA COMPLICANDO.

    ResponderEliminar
  2. CASI LE PARTO LAS PUTAS PIERNAS A SCOTT POR CÓMO HA TRATADO A DIANA, MENOS MAL QUE LUEGO HA RECTIFICADO SEÑOR

    ResponderEliminar
  3. LO QUE HE SUFRIDO CON EL CAPÍTULO NO ES NI MEDIO NORMAL JODER

    ResponderEliminar
  4. Scommy en el ascensor con las ancianas me meo xd
    Alec hablando de Sabrae ❤
    "A mi me gustan mayores, que no me quepan en la boca" LA MADRE QUE LA PARIÓ LE HA FALTADO DECIRLO CANTANDO MEMEO
    Lo que han dicho (Louis creo) de que el corazón de Eleanor no estaba roto sino que se estaba pudriendo me ha preocupado, me preocupa que acabe dejándose llevar tanto por el odio que se pierda y se convierta en alguien que no es
    LA MADRE QUE PARIÓ A SCOTT POR HACER QUE DIANA SE SIENTA ASÍ YO ES QUE ME CARGO A ESTE PUTO CHAVAL UFF MENOS MAL QUE LUEGO HA IDO A PEDIRLE PERDÓN Y GRACIAS TOMMY POR EL PAR DE OSTIAS BIEN MERECIDAS A SCOTT
    Aunque luego se me ha roto un poquito el corazón cuando Eleanor tira la carta así sin más
    MADRE MIA LO DE QUE SCOTT Y ELEANOR TUVIERAN QUE CANTAR JUNTOS TE JURO QUE PENSÉ QUE IBA A PASAR AI QUE NERVIOS A VER COMO SE DESARROLLA ESO
    "Ahora sería un buen momento para decir que la importancia del nombre de una persona no es casualidad. Un mal nombre puede condenarte y un buen nombre puede resultar una bendición. Los nombres tienen más significado de lo que pensamos: definen las cosas y a la vez las individualizan, las limitan y a la vez las hacen eternas, las crean y las sacan de la marabunta de adjetivos que sería algo de no tener un nombre que contuviera su misma esencia." ❤

    - Ana

    ResponderEliminar
  5. Vale, ahora que tengo tiempo sí que voy a comentar en condiciones porque si no me siento mal y no soy yo misma. Y ESO NO PUEDE SER!
    Tengo muchisima curiosidad por saber que es lo que hablaron tanto Sher como Zayn con scott mientras Tommy iba con su familia después de la actuación porque claramente afectó a bien o algo a Scott. Eso o que Decidiera hablarle más o menos a Diana por el bien de Tommy, pero sigo teniendo mucha curiosidad
    Ufff, el momento en el que Eleanor empieza a decirle a Tommy que Scott no es su hermano pero ella sí, estaba super dividida porque entiendo que ella quiera el apoyo de su hermano en un momento como este, pero después pienso que si eso pasara Scott se quedaría tan solo que se terminaría de hundir y no puedo. Una cosa es que lo haga sufrir y otra cosa es arrancarle a su alma. ASÍ NO EH
    Siguiendo por esta línea, ha sido super cruel esa parte de la venganza de Eleanor con Jake. Vale que lo hagas sufrir, vale que te acuestes con ese gilipollas porque te vaya el rollo de ojo por ojo, pero ninguna de necesidad de que te tenga que escuchar porque tu no lo escuchaste a él...y ufff saber que eso también provocó que Scott terminara portándose como un gilipollas animal con Diana NO PUEDO NO PUEDO, que ganas de darle una hostia buena al malik en ese momento. Menos mal que tenemos a Tommy para soltarle sus hostiazos.
    EL SIGUIENTE CAPITULO ME VA A MATAR CON ESE DUO, ES QUE NO, NO SE PUEDE, ESPERO QUE TENGAS BIEN PENSADO QUE CANCIÓN VAN A INTERPRETAR PORQUE UFFFFF
    PD: Sabralec es lo mejor de esta puta historia, dejate de Sceleanor y demás y cuentame como Alec le come el coño.

    ResponderEliminar
  6. Mira en este capítulo me ha entrado ganas de darle hostias a Eleanor porque chica de verdad te estás pasando un poquito; que Tommy y Scott no son hermanos pero de qué vas?????? y la venganza con Jake de que Scott lo escuche de verdad cálmate un poquito ya. Que por cierto al Jake este cárgatelo o algo menudo hijo de puta anda y muérete ya.

    Por otro lado, las hostias de Tommy a Scott porqué no se las ha dado antes para que reaccionara porque en serio otro gilipollas con la forma de comportarse con Diana, pobrecilla. Menos mal que las cosas están "volviendo" a su cauce.

    Y LA PARTE FINAL, ES QUE CUANDO EMPECÉ A LEER LO DEL SACO CON BOLAS DIGO QUE SCELEANOR VAN A CANTAR JUNTOSSSS YASSSSSSS. Yo creo y espero y deseo que va a haber un cambio de Eleanor a Scott y mira ojalá, qué ganas de leer los ensayos y la actuación y todo!!!!!!!

    y de Sabralec nada que decir porque si están más enamorados explotan o algo

    ResponderEliminar
  7. HASTA LUEGO MARICARMEN
    HAS CONSEGUIDO QUE SCOTT ME DE PENA, lo he pasado mal por Scott durante todo el capítulo cuando se ha arrodillado delante de Eleanor y Jake y cuando les ha tenido que escuchar después. No puedo decir que no entiendo a Eleanor y que se está pasando porque lo que le han hecho es muy grave y entiendo que esté así, o sea pobablemente a mi una chica me cuente que su novio le ha hecho lo que Scott a Eleanor y le digo que me parece poco todo lo que El está haciendo, pero el tema es que es Scott y yo creo que todas le tenemos tanto cariño y sabemos que lo siente de verdad y que está arrepentido y claro... pues me ha dado mucha pena verle tan mal pero eso sí LA PARTE CON DIANA NO, O SEA ME DA IGUAL LO MAL QUE ESTÉS, CREO QUE HE DICHO ESTO EN TODOS LOS COMENTARIOS DESDE QUE HICIERON EL TRÍO PERO ES SU PUTA CULPA Y NO DE DIANA, ELLA NO HA ENGAÑADO A NADIE Y ÉL SÍ Y ENCIMA LA POBRE ESTÁ FATAL, SE ESTÁ ARRASTRANDO MOGOLLÓN Y SABIENDO QUE LA DIANA QUE VINO DE NUEVA YORK NI DE COÑA ACTUARÍA ASÍ POR NADIE NO SÉ CÓMO NO SE CORTA UN POCO CON ELLA...
    CUANDO TOMMY HA IDO A BUSCARLE AL GIMNASIO PENSABA QUE SE AVECINADA OTRA PELEA SCOMMY Y CASI ME DA ALGO
    HABLEMOS DEL ASCO QUE ME HA DADO JAKE, O SEA YO PENSÉ QUE TENDRÍA LA MISMA EDAD QUE TOMMY Y SCOTT Y BUENO, TODO LO QUE HA DICHO DE ELLA MIRA ME HA ENTRADO UNA MALA LECHE LEYENDO QUE NO ES NI NORMAL... OJALÁ SABRAE DÁNDOLE SU MERECIDO COMO A SIMON
    NO SUFRÍA ASÍ DESDE QUE SCOTT Y TOMMY SE PELEARON O SEA DIOS MÍO, SCELEANOR ES TAN ÉPICO Y ES QUE VEO QUE PUEDE QUE NO SE RECONCILIEN PORQUE EL ESTÁ FATAL (TOTALMENTE ENTENDIBLE) Y PFFF LO VEO MUY COMPLICADO Y SOLO PUEDO PENSAR QUE SI CUANDO PASÓ LO DE ASHLEY SCOTT INTENTÓ SUICIDARSE COMO ELEANOR NO VUELVA CON ÉL NO ME LO QUIERO NI IMAGINAR... QUÉ TENSIÓN
    YASSSSSSSSSSS NO PUEDO ESPERAR A LEER EL SIGUIENTE CAPÍTULO, VER CANTARLES JUNTOS Y PREPARÁNDOSE DURANTE TODA LA SEMANA VA A SER TAN BONITO QUE ME MUERO, *DEJO AQUÍ MI SUGERENCIA DE QUE CANTEN DUSK TILL DAWN*

    "-Ella es mi mundo.
    -No digas eso de nadie-le cogí de la nuca y pegué su frente a la mía, asegurándome de que me escuchaba, de que no podía distraerse con nada, de que yo me convertía en lo único a lo que pudiera prestar atención-. Ni de mí, ni de mi hermana, ni de tu familia. Eres el puto sol, Scott, joder. Una puta galaxia tú solo. Vas a salir de esta. Como que me llamo Tommy que vas a salir. Si te piensas por un momento que voy a dejar que te hundas y te hundas, estás muy equivocado, pavo. Te saqué del pozo una vez. Tengo experiencia-sonreí-. Suerte intentando meterte dentro.
    Scott me miró, sus ojos bailaban en los míos, escaneándome el alma. Me separé un poco de él para darle espacio.
    -No en mi guardia, hermano-concluí, dándole una palmada en el hombro." LES QUIERO TANTO QUE ME VA A EXPLOTAR UN PULMÓN, CÓMO SE ATREVE A CUESTIONAR ELEANOR SI SON HERMANOS, SI SON MÁS HERMANOS QUE MI HERMANO Y YO TÍA

    PD: SI ALEC Y SABRAE ESTÁN MÁS ENAMORADOS EXPLOTAN

    -María ��

    ResponderEliminar
  8. VAMOS A VER ELEANOR RECAPACITEMOS QUE ESTO SE TE ESTA YENDO DE LAS MANOS
    LO DE TIRAR LA CARTA PERO POR QUE LO HACES QUE SE TE HA PUESTO HASTA DE RODILLAS
    Me parece fatal por parte de eleanor que utilice a jake pa joder a scott, osea si lo que quiere hacer por olvidarle pos obviamente tu haces tu vida y todo perfecto pero es que se lo folla solo pa joderle es que me da hasta penita jake que se piensa que eleanor puede sentir por él una milesima parte de lo que sentia por scott QUE INGENUO POR DIOS
    Y SCOTT CON DIANA PERO TU ERES TONTO CHICO ES QUE HASTA QUE NO TE DES CUENTA DE QUE ES TU CULPA Y SOLO TU CULPA NO VAMOS A NINGÚN LADO TOMMY TE TENIA QUE HABER DADO OCHO HOSTIAS MÁS PORQUE TE LAS MERECÍAS
    No sé a qué esperan sabralec para tener hijos de verdad te lo digo
    ELEANOR YA TE PUEDES EMPEZAR A ABLANDAR EN EL SIGUIENTE QUE MI HIJITO SCOTT NO PUEDE ESTAR MÁS EN LA MIERDA

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤