sábado, 23 de septiembre de 2017

Zaddy.

Algo cambia en casa. Un día, papá y mamá dejan de turnarse para desaparecer por la mañana. No es que mamá lo hiciera muy a menudo, pero a medida que va pasando el tiempo, ella va empezando a hacer cosas, a jugar a sus propios juegos, a los que yo no estoy invitada.
               Un día por la mañana, papá se queda conmigo. Que no es que me moleste, me encanta estar con papá.
               Pero mamá se marcha, me da un beso en la cabeza y dice que me verá a la hora de comer. Le da un beso en la boca a papá y se va sacudiendo la mano, y yo me pregunto si habré hecho algo mal. Pero papá me da mimos, me acaricia la tripa y juega conmigo, y pronto se me olvida que mamá se ha marchado. Hasta que vuelve, y me coge en brazos, y me mordisquea las mejillas y me pregunta si la he echado de menos, y yo agito las manos y le tiro del pelo e intento exclamar que sí, aunque de mi boca sólo brotan balbuceos incomprensibles.
               Y, al poco tiempo, todos los días se convierten en esos días especiales en los que papá no se va a ningún sitio, sino que se queda con nosotras. Scott sigue marchándose, cada día le acompañamos al colegio, ese sitio lleno de niños al que me muero por seguirle. Parece que se lo pasa bien, que es feliz. Y yo quiero verle ser feliz. No quiero que se vaya. Quiero que esté conmigo todo el día, también toda la noche. Me encanta cuando me despierto y él me da un beso de buenos días en la cabeza, me recoge y me acuna, saludándome, riéndose cuando yo me río.
               Pero, de momento, tengo que conformarme con papá.
               Y me encanta conformarme con papá.
               Mamá nos deja solos de vez en cuando. Se va a otro lugar, creo que de la propia casa (no sale por la puerta del exterior, que hace que no se oiga su voz ni responda cuando la llamamos, por eso lo deduzco) y se pasa horas y horas sola. Yo me pregunto qué hace cuando papá me acuna y me arrulla, en las pocas ocasiones en que me aburre el juego al que estamos jugando y quiero saber dónde está, por qué no viene a darme atención y mimos.
               Otras veces, ella se queda con nosotros, mirándonos, participando en nuestros juegos. Papá me lanza hacia el cielo y yo floto y creo que soy una especie de estrella, como los componentes de la Cosa Fascinante que giran sin llegar a tocar el suelo, ni a tocar mis dedos por mucho que yo los estire, cuando me meten en la cuna para tomarme una siesta. Y mamá protesta, dice su nombre, el nombre que Scott no usa para llamarle.
               -Zayn…
               -No voy a dejar que se caiga-responde siempre papá, pero mamá se revuelve, incómoda, y su corazón se detiene cuando papá vuelve a lanzarme hacia arriba. Vuelve a protestar. Vuelve a lanzarme. Nuevo lanzamiento, nueva protesta, hasta que yo me empiezo a reír, divertida por esta partida que no comparto con nadie más, y papá me señala. Mamá pone los ojos en blanco.
               -Como se te caiga…-advierte mamá, suspirando.
               -No se me va a caer-contesta papá, acercándome a él, sosteniéndome por debajo de los hombros, con unas manos fuertes en las que me siento protegida y a salvo-. ¿Verdad que no, princesita? ¿A que no voy a dejar que te caigas?
               Y yo me río y él me besa, y mamá sube los pies al sofá y niega con la cabeza y apoya el codo en el reposabrazos del sofá y no aparta los ojos de nosotros, hasta que yo me canso y dejo de reírme, hago que todo mi cuerpo se quede como muerto y, después, me dejo acunar. Pido de mamar y me lo dan, con papá mirándonos, siempre mirándonos, incluso cuando se supone que no debería estar en casa.
               Y, entonces, Scott deja de marcharse también. Un día, mete un montón de comida dentro de la mochila, en lugar de las pinturas y los libros y los juguetes. Y, aún no sé muy bien cómo funciona el tiempo, pero juraría que vamos a buscarle antes al cole. Él llora y se limpia las lágrimas con el dorso de la mano, se abraza a todo niño que se le pone a tiro y les pide que por favor no se olviden de él.
               -S, por favor, son tus amigos, les verás al final del verano-sonríe mamá, dándole la mano y limpiándole la cara, que tiene pegajosa.

               -¡Pero es que el verano es muy largo!-protesta Scott-. ¡Es eterno!-levanta sus puños al aire y los deja caer con frustración, enfadado ante el paso del tiempo que tan caprichoso es. Mamá se ríe, le da un beso en la mejilla y lo acerca al carrito donde yo le estoy esperando.
               -Seguro que se te pasa volando, ya lo verás. ¿No vamos a ir al parque, a jugar con ellos?
               -¡Claro!-contesta mi hermano, más animado, escalando hacia el capazo y pellizcándome la mejilla, a modo de saludo, justo antes de darme un beso y echarse a reír cuando yo me revuelvo, emocionada.
               No sé qué es el verano, ni por qué a Scott no le gusta, cuando ya se levanta a la hora que quiere y nos podemos quedar metidos en la cama, mirándonos, todo el tiempo que nos apetezca. Jugamos y jugamos y jugamos y jugamos, y él no se marcha a ningún sitio al que yo no pueda ir. A veces, me quedo en casa de Tommy, descubro lo diferente que puede ser un espacio cuando puedes ir explorándolo, aunque sea en brazos de algún adulto que ha decidido recogerte, y otra gente se apunta a nuestros juegos: Tommy, Eleanor, Jordan, Alec, Bey, Tam; incluso Mimi, que tiene un papel parecido al mío, tumbada en el sofá o balanceada en algunos brazos y admirada por todos los presentes, mimada y consentida, riéndose con las carantoñas que le hacen.
               Otras veces, la fiesta se traslada a nuestra casa, y yo me quedo descansando en el sofá mientras los demás salen al jardín a jugar a la pelota, o al pilla-pilla, o a esas cosas que hacen los mayores y que te mueres por imitar.
               En las pocas ocasiones en que Scott se marcha y me deja atrás, siempre prometiéndome que me echará de menos y asegurándome que volverá, todavía me queda papá para jugar. Le gusta sacar mi lado creativo, ponerme pinturas al alcance de la mano y, sentada ya, dejarme experimentar con ellas. Yo las manipulo, las examino, las toqueteo y las observo, maravillada por cómo los colores que vienen dentro de los botecitos se me terminan pegando a los dedos como animales juguetones que no se cansan de mí.
               Estamos en una de esas, con mamá escondida en algún lugar de la casa, y Scott lejos de nosotros, jugando con Tommy, cuando vierto el contenido de un bote rosa sobre un trozo de papel que hasta hacía nada era blanco nuclear. Pongo mi mano sobre la mancha, que se extiende y a la vez me chupa los dedos, y empiezo a golpear a diestro y siniestro por las diferentes láminas esparcidas a mi alrededor.
               Miro a la pared, y papá se queda quieto un momento, temiendo lo que se me está pasando por la cabeza, confiando en que no lo voy a hacer. Soy buena. No lo haré. No sería propio de mí.
               ¿O sí?
               Estiro la mano en dirección a la pared impoluta, de un tono diferente al de los folios. Me pregunto si la textura será distinta, si el color cambiará dependiendo de la superficie en que la deje.
               -Sabrae-advierte papá, y yo detengo el avance de mi mano y le miro. Niega con la cabeza-. No.
               Trago saliva y le hago caso omiso. Me acerco un poco más a la pared.
               -Sabrae-repite él, en tono paciente pero firme. Yo le miro. Estiro un poco más el brazo, casi puedo tocar la pared, la noto muy, muy cerca… pero él me coge la mano y niega con la cabeza.
               Y yo cojo el berrinche del milenio. Quiero tocar la pared, quiero pintarla. Ya me dejaron hacerlo una vez, ¿tan malo sería una segunda? Podríamos pintarla entera con las manos, ¡incluso podríamos pintar toda la casa! ¡Es hora de una remodelación!
               Agito los brazos, enfadada y triste por un deseo que no me dejan cumplir. Papá me coge en brazos y se levanta, me arrulla, me besa la cabeza y dice que ya está bien, que ya pasó. Miro su camiseta de tirantes. No es el mismo color que la pared, pero creo que servirá. Así que poso la mano, la dejo pegada un momento, y luego la separo. Papá se ríe.
               -Eres toda una revolucionaria, ¿no crees?
               Satisfecha con mi experimento pero no con su resultado, coloco la mano de nuevo sobre la camiseta, esta vez en un punto diferente. Que el color no cambie, como he visto que cambia cuando Scott vierte un poco de líquido sobre otro, me parece tremendamente decepcionante, incluso un poco frustrante. Hincho los carrillos, ofendida, y hundo la cara en su cuello como cuando no quiero que me hablen porque estoy teniendo un mal día. Cojo el colgante que le pende sobre el pecho y observo cómo mis manos lo tiñen de un tono rosa chillón. Le paso los dedos y compruebo con satisfacción cómo, dependiendo de lo mucho que lo toquetee, el color va cambiando.
               Comprendiendo lo que me propongo, papá vierte un poco de líquido blanco sobre el tono rosa, y yo meneo las manos encima de él hasta que consigo un tono que me encanta. Suelto una risita y le lleno la camiseta de mis huellas.
               Me quedo mirando sus brazos, de color cambiante, con dibujos imposibles. Los tatuajes. Me pregunto qué sucederá si le pongo la mano en la piel modificada con tinta. ¿Le taparé las figuras para siempre? ¿O se me quedarán pegadas? ¿Nos las cambiaremos? ¿No sucederá nada?
               Papá me besa la cabeza y yo le toco la mano. Él abre la palma y me deja experimentar, pero en la palma no tiene nada  de tinta y ese lugar no me funciona.
               Así que, resuelta a descubrir qué sucede, tiro con una mano del tirante de su camiseta, y coloco la otra sobre su pecho, justo por debajo de donde tiene unas alas. Hago la presión justa, creyendo que existe una relación entre la fuerza del color y la de mi mano, y, cuando la separo, me quedo mirando la piel teñida con mi huella rosa, confusa porque no ha sucedido nada, pero satisfecha y agradecida.
               Papá se me queda mirando un segundo. Comprueba la huella.
               Se baja el tirante de su camiseta y sube apresuradamente las escaleras, en dirección a una puerta cerrada que abre con la mano libre.
               -¿Puedes quedarte a la niña durante un par de horas?-le pregunta a mamá, que está sentada frente a una mesa blanca, atestada de cosas. Es increíble que se las haya arreglado para meter todo el desorden de la casa en esa habitación, en esa mesa.
               -¿Qué? Z-mamá se echa el pelo hacia atrás-, estoy atascada con la tesis, no puedo…
               -Te vendrá bien. Date un baño con ella. Eso te despeja siempre, ¿no es así?-sugiere, entregándome a mi madre, que me recoge con amor pero con cierta reticencia, que yo no le reprocho. No tiene ningún sitio donde colocarme, si me pone encima de esas pilas de papeles, probablemente me caeré al suelo.
               -Pero…
               -Te quiero, vuelvo en un par de horas, ¡adiós!-le da un beso en los labios, tan rápido que mamá ni cierra los ojos (creo que no lo disfrutas si no cierras los ojos) y sale rápidamente de la habitación. Mamá se me queda mirando.
               -Hombres-sonríe, y me da un toquecito en la nariz-. Ya te irás acostumbrando a ellos. Bueno, pequeña-dice, bajando la tapa del ordenador-, ¿te apetece que nos demos un bañito, tú y yo?
               Reconozco la palabra “baño”, y me revuelvo entusiasmada. Le toco la cara y dejo un rastro rosa en su piel, pero mamá se ríe. No le importa. Es buena.
               Cuando papá vuelve mis manos ya no pintan y huelo de lujo, como él mismo se ocupa de decirme mientras me mordisquea las manos, arrancándome carcajadas que hacen que le brillen los ojos. Mamá pone los brazos en jarras.
               -¿Qué se supone que tenía tanta prisa?
               -Te va a encantar.
               -Más me hubiera encantado que me dijeras adónde ibas-responde mamá, con gesto serio, un poco molesta. Pero yo sé que no lo está realmente. Nos lo hemos pasado genial. Hemos chapoteado y jugado y nos hemos lavado el pelo mutuamente. Bueno, ella me ha echado un poco de champú por la pequeña matita que me ha salido en la cabeza, los ricitos que a Scott y Tommy tanto les gusta toquetear. Después, me ha puesto una gotita de líquido blanco en la mano y me ha dejado toquetearle el pelo. Maravillada, he frotado los mechones sólo para descubrir que mamá me ha transmitido su magia y ahora soy capaz de hacer espuma con las manos. Hemos sido felices. Nos hemos dado muchos besos y nos hemos sonreído mucho. Creo que le ha venido bien estar conmigo, no agobiarse tanto por la mesa desordenada. No pasa nada por tener un rincón desordenado en una casa que es perfecta. Yo la voy a querer igual. Y papá. Y Scott. Todos la querremos igual.
               -Quería que fuera una sorpresa-responde papá, quitándose la chaqueta y tirando de la camiseta. Se acerca a nosotras y pone con delicadeza el lugar en el que le he dejado mi huella, a la que ahora le ha puesto un plástico, puede que para evitar que la modifique y no me quede tan bien como ya está.
               Mamá abre la boca, la cierra, abre los ojos y clava la mirada en la de papá. Afianza su abrazo sobre mí, que me he ido escurriendo poco a poco por su costado.
               -¿Es su…? ¿Es su huella?-pregunta con un hilo de voz, y papá asiente y sonríe. La rodea por la cintura y le da un beso en la frente, beso que reproduce conmigo. Estiro la mano y toco la huella, protegida por esa fina película que brilla con luz propia, que la hace desaparecer tras figuras blancas que bailan con los movimientos de papá. Él hace una mueca, pero no se aparta. Exhalo una pequeña exclamación y sonríe y me da un beso.
               -Ahora siempre te voy a tener conmigo, pequeña-susurra, recogiéndome de los brazos de mamá, que sigue sin dar crédito a lo que está viendo-. Incluso cuando estemos separados, siempre voy a llevar conmigo una parte de mí.
               -¿Te has tatuado… la huella… de nuestra hija?-espeta mamá, estupefacta. Papá sonríe y asiente con la cabeza-. ¡Zayn! ¡Estás loco!-mamá sonríe y se inclina para darle un beso, se gira y me da otro a mí en la punta de la nariz, mientras yo, distraída, le tiro de la camiseta a papá para poder recorrer con mis manos los dibujos negros que le bañan la piel.
               Me gusta el contraste de mi huella con sus tatuajes. Son todos tan oscuros, tan negros, como su pelo. La huella es de un tono rosa muy bonito. Me encanta ese tono. Y le da claridad. Papá está muy guapo con mi huella.
               Papá estaría guapo con todo.
               -Pero, ¿y Scott?-pregunta mamá. Papá alza las cejas.
               -¿Qué pasa con él?
               -¿A ti no te parece que se va a sentir mal, cuando vea que te has tatuado la huella de su hermana?
               -¿Por qué?
               -Quizá se sienta desplazado. No sé, a mí no me haría mucha gracia que mi padre se hiciera un tatuaje relacionado con Abdel y no se hiciera ninguno mío.
               -¿Quién dice que no tenga nada tatuado de Scott?-pregunta papá, arqueando las cejas, juntándolas un poco sobre la nariz. Mamá parpadea, confusa, y me recoge con cuidado cuando papá me devuelve a sus brazos y estira el brazo. Señala una parte del antebrazo, en la que cinco círculos hacen un ligero arco irregular-. Llevo tres años con las huellas dactilares del crío tatuadas-espeta-, pero claro Sherezade, tú no te enteras, porque no miras a tu marido ni aunque sea por casualidad.
               Mamá se inclina hacia el brazo y toca con la yema de los dedos los círculos. De cerca, veo que no son exactamente círculos, sino óvalos que no están bien rellenos. Espero que papá ya no se lleve bien con la persona que se los hizo, porque claramente no hizo un buen trabajo. ¡Ni siquiera son simétricos, ni iguales en tamaño! Parecen espirales mal hechas, con mucha desgana. Gimo una sonrisa y papá sonríe mientras mamá continúa mirando su brazo, pasando los dedos por unos dibujos que yo ya me sé de memoria. Se detiene en otro tatuaje que parece un desfile de orugas bailando. Le pasa el dedo por encima y dice unas palabras que yo no le he oído emplear muy a menudo, que suenan diferentes a las que suele utilizar cuando habla. Pero yo las entiendo.
               Los niños entendemos todo lo que nuestros padres dicen.
               -Lujuria y soberbia.
               Mamá levanta la vista y clava los ojos en papá, que asiente despacio con la cabeza.
               -Tus dos pecados capitales favoritos.
               Mamá no avisa de lo que va a hacer. Se abalanza sobre papá, le devora la boca y le pasa un brazo por el cuello, mientras con el otro me sostiene con firmeza.
               -Vamos a la cama-le pide, jadeante.
               -¿No estabas agobiada con tu tesis?-se cachondea papá.
               -Ahora mismo estoy agobiada porque mi marido no está dentro de mí-contesta ella, respirando con dificultad. Me llevan a la cuna y hacen girar la Cosa Fascinante. Me quedo dormida por toda la actividad que he tenido que soportar a lo largo de la mañana, pero no necesito estar despierta para notar la felicidad que atraviesa la pared, la satisfacción del juego de papá y mamá, lo mucho que les gusta y lo dichosos que les hace. Mamá se pone debajo, papá se mete entre sus piernas, y hacen lo que hicieron para tener a Scott, lo que trataron de hacer para tenerme a mí.
               Mamá le mira, le acaricia la cara.
               -Lo mejor que me ha pasado fue subirme a ese barco-le dice, los ojos brillantes por el juego de adultos en el que tan expertos son. Papá le besa la palma de la mano, aprovechando que le acaricia el rostro.
               -Lo mejor que me ha pasado fue encontrarte allí. Te amo, Sher.
               -Te amo, Z-mamá se abraza a él-. Incluso cuando me sacas de quicio.
               -Lo cual es tremendamente fácil-se burla papá. Mamá se echa a reír, contiene unos gritos, temiendo despertarme, y se queda tumbada sobre la cama un momento, mientras papá sale de ella y viene a verme, con el pecho descubierto y sus dibujos moviéndose con cada paso que da. Me saca de la cuna y me sonríe cuando yo abro los ojos y celebro su presencia con un gritito. Me da un beso en la nariz.
               -No sé qué hemos hecho para merecerte, pequeña, pero eres la mayor bendición que nadie podría recibir.
               Somos felices. No entiendo por qué a Scott no le gusta el verano, o por qué querría seguir yendo al cole, cuando es la mejor época del año. Papá y mamá son felices, pasan un montón de tiempo con nosotros, hacemos un montón de cosas. Casi todos los días hacemos un viaje, nos metemos en el coche y el mundo a nuestro alrededor se difumina. Descubro un montón de cosas. Sensaciones, lugares, experiencias. Mucha gente se inclina a mirarme y a hacerme arrumacos.
               Algunas de las cosas que vivo no me gustan. Como, por ejemplo, subirme a un avión. Al principio creo que lo voy a disfrutar. Scott está entusiasmado, corre de un lado a otro en el aeropuerto, pegando la cara a los cristales. Mamá me sostiene entre sus brazos, esperando pacientemente a que llegue el momento en que nos levantemos y nos metamos en esa cosa metálica, de forma tan rara. Me explican que es como un pájaro pero a mí no se me parece en nada: es alargado donde los pájaros son cortitos, delgado donde los pájaros tienen tripita, y no se mueve nada, cuando los pájaros bullen actividad.
               Papá se acerca a nosotros, con Scott de la mano. Atravesamos unas barreras y nos metemos en un espacio estrecho que me produce claustrofobia. Miro en todas direcciones, observando. Todo lo que me rodea parece estar hecho de forma que sea lo contrario a lo que yo esperaría ver. No es, en absoluto, como un pájaro. Su interior no es suave ni está lleno de plumas, sino que parece frío, de un aburrido tono grisáceo. No me gusta este lugar.
               Y menos me gusta cuando, de repente, el aparato empieza a rugir con furia, y me lanza despedida hacia el pecho de mamá, que me sujeta con fuerza, temiendo que me caiga. Papá me acaricia la mejilla y me dice que no pasa nada, que debo ser valiente, pero no me gusta en absoluto lo que estamos haciendo, quiero que esa cosa pare ya. Scott agita las piernas y mira por una ventana por la que se cuela una dolorosa luz blanca, que se me clava en las pupilas. Me echo a llorar. No me gusta la sensación de que todo mi cuerpo se esté moviendo dentro de mí. Es como si las cosas que llevo dentro quieran escapar de mi interior por culpa de ese lugar. Mamá me arrulla, me tranquiliza, incluso me da el pecho, pero nada de eso sirve para calmar mi malestar.
               Llegamos a un lugar con sol. A una casita llena de gente, que compartiremos durante un tiempo. Es una casa parecida a la nuestra, y a la vez muy diferente. Es más pequeña, mucho más pequeña que la nuestra.
               Pero hay más niños. Scott ya no tiene sólo a Tommy y Eleanor para jugar, sino también a dos niñas más. La hija de Liam, Layla, que se acerca a examinarme y deja escapar una exclamación amorosa al verme. Me coge en brazos y me besuquea hasta prácticamente agobiarme y dejarme en manos de papá cuando me echo a llorar, harta. Quiero volver a casa.
               -Perdón-se disculpa Layla, con gesto apenado. Papá niega con la cabeza.
               -Está cansada y tiene el día un poco gruñón, ¿verdad que sí, preciosa?-me dice, pellizcándome la mejilla, y yo me aparto, enfadada por cómo me han traicionado y me han engañado para venir aquí. Me molesta que Scott no me defienda. Papá sonríe al ver mi mal humor y me rasca la tripa hasta arrancarme una carcajada.
               La otra niña tiene el pelo de un color que yo nunca antes he visto. Es dorado, como la luz del sol que se filtra por las ventanas de la pequeña casa. Diana. La veo por primera vez cogida de la mano de su padre, un hombre altísimo de pelo castaño que la lleva a la orilla de la playa mientras su mujer, mucho más baja que él, camina a su lado, con los pies hundiéndose en la arena.
               Alba, la esposa de Liam, y la que me imagino que es la dueña de la casa, se levanta de la toalla y va a ver a los recién llegados. Diana da un paso atrás y examina a la mujer mientras ésta abraza a su madre, hasta que, cansada, le tira de la falda para reclamar su atención. Alba la coge en brazos.
               Es así como descubro que papá y Louis tienen una relación especial porque han formado parte de algo. No lo entiendo muy bien. Aún soy demasiado joven. Pero, mientras mamá me echa una crema asquerosa en la piel, que me hace estar pringosa y de un ligero tono blanquecino que no me gusta nada (me recuerda a la leche, pero la crema ni huele ni sabe como la leche), puedo observar con atención a nuestros padres reunirse. Scott y Tommy salen del agua en la que han estado bañándose para correr en dirección a los recién llegados, y se lanzan a abrazarles las piernas.
               Mamá se levanta cuando papá se vuelve y le hace un gesto para que nos acerquemos. Me coloca bien el gorrito y camina con decisión hacia las parejas, sus pies se hunden en la arena, que brilla dorada bajo el sol.
               -Noe, Harry-dice papá, tomando de la cintura a mamá-. Tengo una noticia que daros. Tengo una nueva hija. Ésta es Sabrae-anuncia, cogiéndome en brazos y mostrándome a la pareja. El chico se inclina hacia mí. Tiene unos ojos verdes que me recuerdan un poco a los de Scott, si no fuera porque los de mi hermano sólo tienen motitas del color del jardín, mientras que los de éste son totalmente verdes, como si sus ojos fueran un prado.
               -¡Qué preciosa!-exclama la chica, poniéndose de puntillas para mirarme. Estira los brazos, pidiendo permiso, y me recoge con cuidado-. ¡Hola, bonita! ¡Hola, ricura!-dice, balanceándome y mostrando en sus inmensos ojos marrones, tapados con unas gafas de sol, mi reflejo en sus brazos. Estiro la mano y le cojo las gafas, y ella se ríe-. ¡Qué mona es!-comenta Noemí, y mamá asiente con la cabeza.
               -Y muy curiosa.
               -¿Qué tiempo tiene?
               -Es del 26 de abril.
               -¡Tres meses! Ya eres toda una señorita, ¿no te parece?-sonríe, pellizcándome la mejilla, y yo suelto una suave carcajada. Huele a una fruta que he visto en mi casa en varias ocasiones. Creo que se llama coco. Noemí me deja quitarle las gafas y jugar con ellas, metérmelas en la boca para estudiarlas y agitarlas en el aire. Las tiro al suelo y papá las recoge y se las entrega. Noemí le da las gracias y me deposita en brazos de su marido, Harry, que tiene unas manos inmensas en las que siento que podría ponerme a rodar sobre mí misma sin temor a caerme. Sus brazos son tan grandes que me hago muy pequeña en ellos.
               -Hola, corazón.
               -¿A ver, papi?-pide la niña que viene con ellos, empezando a tirar de sus pantalones. Harry se arrodilla al lado de su hija y la niña me mira. Tiene los mismos ojos que su padre. Su pelo me acaricia las mejillas cuando se inclina a observarme con atención. Mete un dedo en mi mejilla y da un salto hacia atrás, sobresaltada, cuando yo emito un chillido, sorprendida de su fuerza y descaro.
               -¡Diana!-protesta Scott, y ella baja las manos y las esconde tras su espalda.
               Los niños se ponen a jugar y a mí me toca observarlos desde la orilla. Louis pregunta sobre la llegada de Niall, a quien aún no conozco y cuya existencia no puedo procesar porque no tengo ninguna cara con la que pensar en él. Alba responde que llegarán mañana, que les ha surgido un contratiempo. Louis asiente con la cabeza y se estira en su toalla mientras mira cómo Eri escapa de los pequeños, que la persiguen blandiendo algas en la mano.
               Estiro una mano en su dirección y la abro y la cierro. Señalo con los dedos a mi hermano y sus amigos, que corren por la orilla salpicando a todo el que se le pone a tiro. Por suerte, en esta pequeña playa, conocida sólo por los habitantes del pueblo en el que nos alojamos, sólo estamos nosotros. Así que nadie se enfadará mucho con Scott y los demás.
               Mamá me acaricia la tripa.
               -¿Quieres darte un bañito, pequeña?
               Me agito en mi lugar, meneando brazos y piernas, estirándome como puedo en dirección a los niños.
               Mamá mira a papá, me recoge con un brazo, me da un beso en la cabeza y me lleva hasta la orilla. Escucho los pasos de papá detrás de nosotras.
               -S-llama-, ven.
               Scott trota hacia nosotros, con el pelo goteando gotitas de agua. Hunde los pies en la arena húmeda y espera pacientemente a que mamá dé unos cuantos pasos, metiéndose en el agua.
               Observo el mar, impaciente por volver a chapotear. Papá me recoge y se pone en cuclillas, sujetándome por debajo de los brazos. Mamá se echa el pelo a un lado y se moja las manos con el agua. Estiro las piernas. Papá me baja un poco.
               Y el agua me toca.
               Llega una ola y yo lanzo un chillido de pura excitación. Agito los pies, extasiada, y me abstraigo a todo lo que sucede a mi alrededor. Nada más importa, solo la sensación de mis dedos entre las olas, que vienen y van. El mar me reconoce y juega conmigo. Me acaricia los dedos y me llame los pies.
               Papá me va bajando poco a poco hasta dejarme sentada en la orilla, sujetándome con cuidado la espalda para impedir que me caiga. Scott se acerca a mí y me tira agua por encima, a lo que yo respondo con una carcajada y agitando los puños.
               -¡Mira, mamá, le gusta!
               -¿Por qué no le hacéis una piscina para que podamos bañarla?-sugiere mamá, y dicho y hecho. Los niños se sientan a mi lado, un poco más allá, y comienzan a escarbar con las manos y con palas de colores que me han permitido examinar hace poco. Excavan y excavan y excavan bajo la atenta mirada de nuestros padres, que se ríen ante las ocurrencias de los pequeños. Mamá y Eri también les ayudan, y, en apenas unos minutos en los que el mar ha ido chupando la arena que quedaba debajo de mí, la piscina está lista y puedo entrar a bañarme. Scott ayuda a papá a meter mis pies dentro del charco, y se queda conmigo, asegurándose de que no me cae arena por encima, retocando los bordes mientras Eleanor se mete dentro también y sostiene las paredes con la mano, procurando cuidar de la construcción. Diana, Tommy y Layla siguen trabajando para ampliar la improvisada piscina, y pronto tienen una nueva, mucho más grande y amplia, a la que entra agua por una especie de conducto hecho con arena. Le ponen incluso una muralla y me meten dentro de nuevo. Tommy protesta porque yo me dedico a toquetear los muros, fascinada, y eso no les permite avanzar con la construcción de su fortaleza marina, pero Scott me defiende y Diana se limita a seguir acumulando más y más arena en torno a los lugares en donde yo estoy, para impedir que acabe con la destrucción del ambiente.
               El mar se retira poco a poco y yo me voy cansando, así que pronto pueden meterse en la piscina tranquilos a disfrutar de un baño. Scott se sienta en el agua y me coloca sobre su pecho, con mis piernas entre las suyas, y me va echando agua por los brazos y el torso. Se recuesta sobre la pared y mira el mar.
               -Qué bien se está aquí, sin preocupaciones-comenta, y todos los adultos se ríen, porque, ¿qué preocupaciones podría tener un niño de 3 años?
               Tommy asiente con la cabeza y apoya la nuca en uno de los muros de la fortaleza, que hace las veces de almohada. Cierra los ojos y dormita mientras Eleanor continúa chapoteando, echando el agua fuera, y Diana sigue excavando dentro del charco para ver qué hay debajo de la arena. Layla sale de vez en cuando con un cubo amarillo con dibujos de caracolas y vuelve con más agua para nuestra piscina, pero pronto tiene que pedir ayuda para hacer más profundo el río que viene del mar al charco.
               Cuando nos levantamos, estoy cubierta de una fina película blanca que me parece fascinante. Mamá me seca a conciencia y me sienta en la silla una vez accedemos al sendero empedrado y cuesta arriba.
               Me dedico a chuparme los pies, de un interesante y nuevo sabor que chispea en la boca y me rasca en la lengua, durante todo el trayecto a casa. Los niños se ríen y tratan de imitarme, sentándose en el suelo y pasándose la lengua por la planta de los pies, pero ninguno es capaz de meterse el pie en la boca, un pie que por otro lado es mucho mayor que el mío. Comemos en un patio de techo abierto, que nos permite ver las estrellas. Scott y Tommy señalan puntos en el cielo y preguntan cómo se llama aquella estrella, y aquella, y aquella, y Eri les dice que es la Estrella Polar, Sirio, y eso es un planeta, Júpiter, y todos exhalan, fascinados.
               -Cuánto sabe tu mamá-dice, admirada, Diana, y Tommy asiente y suelta:
               -Es que tiene dos nacionalidades.
               Ni siquiera sabe lo que es una nacionalidad, pero le parece muy especial.
               -Ah-exclama Diana, asintiendo con la cabeza, convencida por el argumento. Me revuelvo en el regazo de mamá y ella se baja el tirante de la camiseta, se desabrocha el sujetador, y me mete un pecho en la boca. Comienzo a mamar y los niños se congregan a mi alrededor. Diana me observa con ojos como platos.
               -¿Qué hace?-le pregunta a su madre, señalándome.
               -Está comiendo, Didi.
               -¿Y no te duele?-le pregunta a mamá.
               -Claro que no, cariño.
               Diana se queda sentada mirándonos, hasta que yo me doy por satisfecha y me separo, bostezo y cierro lentamente los ojos. Lucho por mantenerlos abiertos, pero es superior a mí. Me quedo dormida, acunada por la respiración de mi madre y arropada por la calidez que mana de su cuerpo, y me pierdo las charlas y las bromas sobre estrellas y sobre personas y sobre lugares que yo no conozco, sobre cosas que no sé que pueden hacerse aún, sobre experiencias que viviré algún día, dentro de mucho, mucho tiempo.
               Pero me duermo feliz, inmensamente feliz, deseando que el verano no termine nunca, no quiero marcharme jamás de esta pequeña casita, quiero bajar todos los días a la playa y que me hagan una piscina y me traten como una reina y me mimen y me besen y me bañen y me quieran. Quiero que todo siga siendo así.
               No quiero que el verano termine nunca.
               El verano es amor. Es familia. Es mi familia.
              

Regresamos a casa, pero eso no significa que la felicidad y el verano se acaben. Seguimos yendo de viaje, seguimos visitando sitios, sigo descubriendo cosas impresionantes, que me dejan sin aliento y para las que no tengo palabras.
               Después de una tarde en la playa, mucho más fría que la que pasamos en el pueblecito de Alba, a Tommy se le ocurre una idea. Mira a Scott y le pregunta cuándo voy a empezar a tomar potitos. Eleanor es una gran aficionada de ellos ya.
               -No lo sé, esas cosas las deciden papá y mamá-dice Scott, receloso. Tommy parpadea.
               -Eres su hermano. Es hora de que decidas también por ella.
               Meten cosas en la batidora y tratan de dármelas, pero yo me aparto y me aparto y me aparto hasta que no puedo más, y me echo a llorar, suplicando auxilio. Tommy y Scott esconden la comida y vienen a consolarme, me cogen en brazos y me balancean para que yo me calle cuando mamá aparece por la puerta, frunciendo el ceño, y pregunta qué me sucede. Me recoge de los brazos de mi hermano y me arrulla hasta que me calmo, con el pelo aún mojado de la ducha que se ha dado para quitarse la película de sal.
               -Quizás no debamos empezar a dárselas así-medita Scott, y Tommy frunce el ceño. Mi hermano levanta la mano, diciéndole que espere, y se dirige hacia la nevera. Vuelve con un tarro de cristal, en cuyo interior hay una especie de masa gelatinosa de un suave color verde.
               -¿Para qué es eso? No podemos darle una tostada. Es pequeña. Tiene que empezar con potitos.
               -Ya verás-dice Scott, abriendo el botecito, colocando la tapa sobre la mesa y acercándose a mí. Mete la mano dentro del bote y me acerca un poco de gelatina a los labios, pero yo me aparto y exhalo un gemido de advertencia. No van a conseguir meterme esa cosa en la boca.
               Scott insiste un poco hasta que yo empiezo a sollozar en silencio, y, entonces, se detiene. Tommy niega con la cabeza.
               -Igual es que es muy pequeña aún, y no le gusta nada más que la leche.
               -Claro que le gustan otras cosas aparte de la leche, ¿no es que siempre…?-empieza S, y se queda callado y se vuelve rápido hacia mí.
               -¿Qué?-pregunta Tommy.
               -Cógele un pie.
               -¿Para qué?
               -Que le cojas un pie.
               Tommy lo hace, reticente, y me susurra palabras de consuelo cuando yo agito las piernas, tratando de liberarme. Scott acerca el bote y me empieza a masajear los pies.
               Estallo en carcajadas, adorables carcajadas de bebé. Tommy sonríe, Scott también, mientras yo me retuerzo, muerta de la risa, tratando de escapar de las cosquillas sin pretenderlo realmente.
               -S…
               -Ya está. Listo. Y ahora, toca esperar.
               Los dos se sientan a mi lado, esperando a que me tranquilice, y cuando por fin lo hago, contienen la respiración. Me doblo y recojo mi pie, el que está cubierto con algo frío pero no del todo desagradable. Lo huelo. Huele a alguno de los desayunos de mamá, a lo que toma por la mañana, mientras me da el pecho. Lo toco y está pegajoso, como la pintura.
               Me llevo el pie a la boca.
               Y mis ojos se expanden y mi lengua empieza a repasar el contorno de mi pequeño piececito, la boca contraída en una sonrisa.
               ¡Está delicioso, increíblemente delicioso! ¡Más incluso que los restos de mar!
               Tommy y Scott se echan a reír, divertidos. Aplauden mi apetito y se acercan a darme más gelatina. En ello están cuando papá entra en la casa.
               -¿Qué armáis, vosotros dos?
               -Nada-contestan los chicos al unísono, escondiendo el botecito tras sus espaldas. Me chupo el pie de nuevo, sonriendo, satisfecha, curiosa.
               -¿Qué le hacéis a Sabrae?
               -Nada-responden de nuevo Tommy y Scott. Papá parpadea, se acerca a nosotros, se desabrocha la camisa. Papá se inclina, me da un beso, y me huele la cara.
               -Sabrae… ¿hueles a manzana?-pregunta, y yo le enseño mi pie a modo de respuesta, como diciendo ¡mira qué rico lo que han hecho Scott y Tommy! Papá suspira y me limpia los pies con una toalla, mirándolos. Llama a mamá y le explica la situación. Mamá regaña a Scott y Tommy, que se quedan apartados a un lado, avergonzados, sin entender que la mermelada, y su azúcar, pueden hacerme daño.
               Pero, cuando reciben permiso para ir a jugar al jardín, mamá esboza una sonrisa.
               -No me lo puedo creer, son un par de demonios.
               -Este chaval, ¿de dónde sacará esas ideas?-inquiere papá-. Qué peligro tiene.
               Mamá impide que yo sea el blanco de más experimentos. Todo lo que quieran hacerme, primero deben consultarlo con ella.
               Eso no quiere decir que mamá esté todo el día encima de mí. Tiene cosas que hacer, cosas importantes, lo noto por el tono en que lo dice cuando está con papá. Ahora, sólo se queda con nosotros cuando él me deja reposar sobre su pecho, apoyar la mano en mi huella y cantar con él.
               Papá me canta muchísimo. Me encanta su voz. Me encanta cómo le vibra el pecho cuando lo hace. Me encanta que me deje cantar con él, que se ría cuando yo lo hago. Estoy descubriendo mi voz. De momento, sólo me dedico a emitir entusiasmados balbuceos, pero eso a él no le importa. Para él, es como si yo cantara como los ángeles.
               Ojalá cantara como él algún día.
               Los momentos favoritos de mamá son esos. Cuando estamos todos juntos en el salón, y papá me recoge cuando estoy más juguetona de lo habitual, y me pone sobre su pecho y empieza a cantarme para relajarme.
               Suele ser la misma canción. A veces, cuando vamos en el coche, el mundo la canta, con música, con otros sonidos, con varias voces entremezcladas. Papá es genial: cuando está en el coche, no necesita abrir la boca para emitir esos sonidos. Espero que me enseñe a hacerlo algún día.
               -She wants somebody to love, to hold her-me canta él, y yo sonrío y balbuceo.
               -Ababababah-respondo, y él se ríe, y mamá se ríe, y Scott se ríe.
               -She wants somebody to love, in the right way.
               -Ah ba bah.
               -In the right waaaaaaaaaaaaaaay-canta papá.
               -Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah-respondo yo, y él se ríe, me besa la cabeza y cierra los ojos, abrazándome. Esos momentos son sólo nuestros. Esos momentos son el verano, cuando estamos todos juntos, riéndonos y siendo una familia, queriéndonos muchísimo. Tanto que siento que mis emociones no caben en mi diminuto cuerpecito. Papá me besa la cabeza, mamá recoge a Scott y se tumba a nuestro lado en el sofá.
               A medida que voy descubriendo lo que puedo hacer con mi cuerpo, y con mi voz, más o menos, mamá me va dejando más libertad. Dejan que explore el sofá, que me arrastre y que examine. Incluso tengo permitido quedarme sola un tiempo mientras ella se marcha al baño, o se va con Annie a algún lado para hablar. Ambas estaban hace un momento en el sofá, pero ahora han ido a la cocina, a prepararse algo. Eri está fuera, observando cómo juegan los demás en el jardín, aprovechando el sol que ahora hace cosquillas en la piel. Mamá no ha querido sacarme, prefiere estar conmigo, ver cómo juego mientras habla con Annie.
               Así que se marchan, y yo me las arreglo para cambiar de posición.
               Le parece divertido buscarme.
               Oigo pasos. Es mi oportunidad. Son cortos: puede que sea Scott. Él me levantará y me subirá el sofá, y hará como si nada hubiera pasado.
               Pero no. El pelo es marrón, no negro. Es como los batidos que mamá les prepara a Scott y Tommy, a veces, cuando vienen, también a sus amigos. Como los postres que tanto les gustan a mamá y papá.
               Los ojos son marrones. Como el chocolate. Así que tampoco es Tommy.
               Tiene un juguete entre las manos. Mira hacia atrás, hacia el jardín, donde estaban jugando. Se inclina hacia la caja de juguetes y busca otro. Deja el suyo en el suelo. No puede revolver y sostener otro a la vez.
               Cuando lo encuentra y se inclina para recogerlo, me ve.
               -Ah-lo llamo. Scott lo llama a veces así. Al. Bueno, yo no puedo hacer la L, aún. Creo. Nunca lo he intentado.
               Pero, ahora mismo, quiero subir al sofá. No intentar pronunciar la L.
               -¿Te has caído, Saab?-inquiere. Nunca me llama Sabrae. Siempre soy Saab. Creo que es más fácil de pronunciar. Algún día, debería intentarlo.
               -Ah-explico. Él se acerca, se sienta y me coge una mano entre las suyas. Me da una palmadita.
               -¿Qué haces ahí?
               Miro la tele, a modo de explicación. Él se tumba a mi lado, sobre la espalda, y contempla la caja mágica.
               -Ah-dice.
               -Ah-digo yo, y él me mira. Muevo la mano en dirección al sofá-. Í.
               Alec mira el sofá. Se pone en pie. Me agarra y tira un poco de mí. Se me mueve el body. Me lo coloca bien, abrochando de nuevo los botones, y me coge por debajo de los hombros. Me mira un segundo. Nunca hemos estado tan cerca.
               Le doy uno de los cubos con los que estaba jugando. Él sonríe. No puede cogerlo. Me lo dice. Claro, si no ha podido coger un juguete sosteniendo otro, menos podrá conmigo.
               Me pasa las manos por debajo del culo. Me mira la cara. Yo se la miro a él. Me gusta más Jordan, su piel es más bonita. Se parece más a la que estoy acostumbrada a ver. Pero Alec es guapo. A su manera. Para un blanco (creo que se llaman así), creo que es guapo. Pero, bueno, si estuviera más moreno, si fuera marrón, como nosotros, sería increíblemente más guapo.
               Alec me sonríe.
               -Me gusta tu pelo-comenta. Mirándomelo. Me están saliendo ricitos muy monos. Me gustan mucho mis rizos.
               Me encanta el pelo de mamá. Estoy muy feliz de ser una chica, porque he podido comprobar que a nosotras nos crece mucho más el pelo que a los chicos. A Eleanor, le hacen trenzas, y todo. Yo también quiero trenzas, con lacitos al final, o gomas de pelo con mariposas. Son muy bonitas.
               A mamá también le gusta mi pelo. En cuanto tuve un poco, empezó a echarme un champú que huele muy bien. A rayo de sol y tarde jugando en el jardín. Casi puedo escuchar las risas de mi hermano y sus amigos cuando me lo echa, canturreándome al oído.
               Y me encanta el pelo de mamá. Ella me deja jugar con él. Me deja cogérselo, tirar de él, ver hasta dónde llega, pasármelo por las manos.
               Y su pelo es mágico. Ella es mágica. A veces, lo lleva muy largo, y suelto. Otras veces, le desaparece. Otras veces, le disminuye. Usa una cosa parecida a una galleta sin centro, un donut elástico. Se agarra le pelo con las manos, se lo pone muy, muy fino, como si fuera una barra de pan flexible, y, cuando se pasa el donut mágico por la melena, ésta se queda quieta. La gravedad se olvida de ella.
               A veces, utiliza otro donut mágico. Y el pelo se le queda apretado como si fuera un buñuelo en la parte de atrás de la cabeza. Nuca, se llama.
               Creo que el donut se llama goma de pelo.
               ¡Pero eso no es todo! Mamá es genial. A veces, le salen círculos oscuros debajo de los ojos. Le suele pasar cuando Scott o yo no podemos dormir, y le toca quedarse con nosotros, leyéndonos, o lo que sea. Creo que son por los cuentos. El caso es que, a la mañana siguiente, se mira al espejo. Suspira. Revuelve en un cajón, coge una crema mágica, se frota los dedos con ella, y de repente, sus ojeras han desaparecido.
               ¿Y aquella vez que le crecieron las, ya de por sí inmensas, pestañas? Era de noche, iba a salir con papá. Nos quedamos en casa de Tommy a dormir. Se sentó delante del espejo, y me dejó mirar cómo se cambiaba las facciones. Usó varias cosas raras; le crecieron las pestañas, y los ojos, y su cara cambió de color en algunas zonas. Los párpados empezaron a brillarle como si fueran de plata. Los labios se le quedaron como si hubiera comido un helado de frambuesa, pero no había comido helado. Yo estaba allí.
               Me gusta mucho cuando mamá me deja mirar cómo hace magia. Pero, por razones que se me escapan, sólo puede hacérsela a sí misma. A papá no puede quitarle los círculos de debajo de los ojos. Ni puede hacer que le crezcan las pestañas. Tampoco es que lo necesite.
               Ni mamá.
               Pero ella lo hace de todas formas. Y está preciosa. Y huele muy bien cuando lo hace. Normalmente, se pone un vestido muy bonito. Tengo muchas ganas de crecer y pedirme que me los preste. A veces, cuando el vestido es de un color determinado, sus ojos se vuelven de ese color. Suele pasarle con los verdes.
               Y se pone joyas a juego. Y brilla con luz propia. Se ríe cuando papá le dice que está preciosa y le da un beso en la mejilla. Me coge en cuello, me da un beso, me limpia un poco de sus restos de magia (porque se le escapa, en ocasiones), me dice que me quiere, que sea buena niña y que cuide de mi hermano. Luego, hace lo mismo con Scott. Nos cuidamos mutuamente. Me gusta cuidarme mutuamente con Scott. Porque, básicamente, no tengo que hacer nada. Sólo existir. Estar cerca de él y portarme bien.
               -¿Vamos al sofá?-sugiere Alec, y yo hincho los mofletes, satisfecha. Me deposita cuidadosamente sobre los cojines, asegurándose de que no me caeré. Me mira, me sonríe, y yo le dedico una sonrisa.
               Es guapo. Tiene una sonrisa bonita. Lo sé. Algo dentro de mí me lo dice. No sé cómo son las sonrisas feas, pero él no tiene una así.
               Y no se resiste a lo adorable que soy. Me da un beso en la mejilla y me afianza sobre el sofá. Me pasa el cubo que he tirado hace nada, porque él no lo ha cogido, y me lo entrega. Me mira un momento, y luego se va.
               Yo no le doy importancia. Pero es la primera vez que un chico que no es familia mía me da un beso.
               Y me ha gustado.
               Cuando mamá y Annie vuelven, con unas tazas en la mano, fruncen el ceño al verme ahí, en el sofá.
               -¿Sabe escalar ya?-pregunta Annie, y mamá niega con la cabeza.
               -Que yo sepa, no.
               -Alguien habrá entrado y habrá decidido subirla.
               -Supongo-responde mamá, colocándome sobre su regazo-. Bueno, Annie, entonces, cuéntame; creo que sería interesante para el juicio…
               Siguen hablando y hablando. Y pasa el tiempo. Y yo me duermo y sueño que ya gateo, y sueño que me acerco a los chicos, y que juego con ellos, que Alec me recoge de nuevo y me da otro beso. Sonrío en sueños.
              

He descubierto que las primeras veces son importantes no sólo para mí, sino también para los demás.
               He tenido dos primeras veces ya, y todas antes de que Scott comenzara el colegio de nuevo. La primera ha sido en el salón, con papá y mamá sentados, haciendo cosas. Scott juega con sus dinosaurios y no me hace mucho caso, sentado con los pies pegados a los de Tommy en el fondo del salón. Yo me aburro.
               Estoy cansada de tirar cosas y que me las entreguen sin más. Quiero jugar con alguien, no yo sola. Las lanzo en dirección a mamá en un par de ocasiones, y ella las rechaza y me las entrega. Papá está escribiendo, garabateando en una libreta. Creo que es una nueva canción.
               Hace poco he entendido que la música que sale del coche es él. Él, de verdad. Y que la vida que tenemos es porque él canta en coches. ¡Qué raro es el mundo!
               El caso es que quiero jugar con alguien. Y veo que mamá está haciendo bailar unos papeles. Los pasa de un lado a otro, los examina, los mueve. Menea la boca y asiente con la cabeza como para sí.
               Me fijo en que Scott y Tommy hacen más o menos lo mismo. Mueven los dinosaurios, hacen que sus cabezas se toquen, chocan sus patas y asienten. Mamá da un mordisco a un trozo de pan, y empieza a mover sus papeles de nuevo, mirando, mirando, mirando, y mirando.
               Decido jugar con ella. Seguro que me habitúo pronto a ese juego.
               Gateo lentamente hacia la mesa.
               Pongo las manos en el borde. Me agarro con fuerza a las patas. Me quedo sentada un momento y luego, pongo el culo en pompa.
               Coloco la planta del pie sobre el suelo. No puede ser tan difícil, no lo parece cuando lo hacen Scott, o Tommy, o papá y mamá. Si todo el mundo puede, ¿por qué no yo?
               Pongo la otra planta del pie sobre el suelo. Me suelto de la mesa. Pongo las manos al lado de mis pies. Y me encorvo. Me encorvo, me encorvo, me encorvo, voy subiendo el culo, hasta que, de repente…
               Veo el mundo desde otro ángulo.
               Me he puesto de pie.
               Me agarro rápida y torpemente al borde de la mesa y miro a mamá que, distraída, no me devuelve la mirada.
               -Ah-la llamo. Mamá ni se inmuta. Pero papá, sí.
               Levanta la vista.
               Y se queda patidifuso. Estoy de pie. Estoy de pie. ¡Estoy de pie!
               Temerosa, cojo uno de los papeles de mamá. Lo arrastro hacia mí.
               -Sherezade-llama papá, pero mamá no hace caso-. Sherezade.
               -Ah-repito.
               -Sher. Sher. ¡Sher!-sisea papá. Mamá levanta la vista al cielo.
               -¿Qué?-gruñe.
               -Mira a tu hija.
               Tommy y Scott dejan de jugar. Levantan la cabeza y se inclinan para ver más allá del sofá.
               Mamá me mira.
               Y abre los ojos y se levanta.
               -¡Aah!-festejo, feliz, cogiendo un papel y levantándolo sobre mi cabeza.
               -Se ha puesto de pie-susurra mamá-. ¡Zayn, Zayn!-celebra-. ¡Se ha puesto de pie!
               Papá se baja del sofá, se arrodilla ante mí.
               -Hola, guapísima. ¿Qué quieres?
               -Ah-respondo, agitando el papel frente a mí. Mamá me mira maravillada. Se tapa la boca con la mano cuando cojo otro papel y lo cambio de lugar, mirándola. Papá se echa a reír y me da un beso mientras me rodea la cintura con una mano.
               -Quiere ayudarte-comenta.
               -Claro, mi amor. Ayúdame, ven-me anima mamá. Y yo intento dar un paso, no puede ser tan difícil, pero todavía soy demasiado joven. Según las webs, me quedan aún 9 meses para caminar. Que me haya puesto de pie es un pequeño milagro.
               Pero es que estaba muy aburrida.
               Y en mi casa lo celebran por todo lo alto, con arrumacos, besos, y caricias. Me hacen reír y me hacen cosquillas y me achuchan hasta que casi no puedo más y deseo no haberme levantado. Echo de menos mi tranquilidad.
               Mi segunda primera vez sucede algo después. El verano se ha terminado y los árboles están cambiando de color. Me pregunto si yo también cambiaré de color y me volveré verde, al revés que las hojas, que antes eran verdes y ahora son marrones. Me gusta ir al parque y coger las hojas que se caen al vuelo.
               Pero, sobre todo, me está gustando el tomar papillas. Puede que eso me anime, y me encanta porque lo pueden hacer papá y Scott, y no sólo mamá. Echaré de menos tener cosas que son solo nuestras, aunque, de momento, en lo único en que puedo pensar es en todo lo que esto supondrá para nosotros. Estamos más unidos que nunca. Todos.
               Por eso, no entiendo que una noche, Scott decida no volver. Lloro cuando me acuestan en mi cama en lugar de en la de Scott, lloro cuando me llevan a la habitación de papá y mamá. Lloro y lloro y lloro, echo de menos a mi hermano, ¡quiero que vuelva!
               Me enfurruño rápidamente. Me pongo de morros y es muy difícil levantarme la moral.
               Todo se me pasa con el transcurso de la noche. Y, cuando mamá se levanta y me lleva a la cocina para preparar mi primera papilla del día, añoro tanto a mi hermano que me aferro a los hombros de mamá cuando pasamos al lado de su puerta.
               Me preguntaré si habrá vuelto de noche.
               Así que aflojo un poco mi abrazo y estiro la mano en dirección a su habitación, pero mamá no me hace caso. Sigue caminando. Le toco la cara y ella se detiene. Señalo la puerta, y ella la mira.
               -¿Qué sucede, mi amor?
               Y lo digo.
               Mi primera palabra.
               Su nombre. El nombre del chico más importante de mi vida.
               -Sott.
               Bueno, más o menos. Mamá abre los ojos, sorprendida. Se acerca a la puerta y la toca.
               -¿Qué has dicho, mi amor? ¿Puedes repetirlo?
               Miro la puerta. La toco. La golpeo con la palma de la mano.
               Lo repito.
               -Sott.
               La C se me hace imposible. No puedo pronunciarla aún. Pero mamá me entiende. Papá me entiende en cuanto lo sacamos del sueño.
               -Zayn. Z, mi amor, mira lo que tiene que decirte tu hija-le sacude el hombro y papá levanta la cabeza. Mamá se vuelve hacia mí-. Dilo, mi amor. Dile a papá lo que me has dicho a mí.
               Me meto la mano en la boca, confusa. Papá no es Scott. No puedo llamarle Scott, porque no es Scott. Es papá.
               Pero entonces, lo entiendo. Les gusta escucharme.
               Quizás, incluso, si llamo lo suficiente a Scott, él aparezca.
               -Sott.
               Papá se levanta como un resorte. Y me sonríe, me coge la mano.
               -¿Qué has dicho, cariño?
               Miro a mamá, indecisa, y le vuelvo a mirar a él.
               -Sott-repito, dubitativa. Y él me coge en brazos y me estrecha contra su pecho, literalmente me come a besos mientras celebra lo bien que suena mi voz, especialmente diciendo mi primera palabra, y más aún cuando es el nombre de su otro hijo.
               No vuelvo a repetirla hasta que me ponen el body más bonito que tengo, mi preferido, de un suave tono azulado, con un cuello blanco, y que me cubre hasta los pies, y me llevan al cole a toda velocidad. Es la primera vez que vamos por la mañana sin que Scott esté con nosotros, y yo me ilusiono, pienso que vamos a buscarlo y las cosas volverán a ser como en verano.
               Llegamos un poco antes de que los niños entren, y no nos cuesta mucho encontrar a mi hermano, que se despide de Eleanor con un beso en la mejilla y tira de la mochila de Tommy para obligarlo a marcharse. Cuando se gira, nos ve, y sonríe.
               -¡Mamá! ¡Papá! ¡Sabrae!
               Corre hacia nosotros, prácticamente vuela, y papá me retira del carricoche y se arrodilla al lado de Scott. Tiro de su bufanda, tratando de que vaya en pos de mi hermano, que parece tardar una eternidad en llegar.
               Por fin, lo hace. Me coge en volandas y me levanta sobre su cabeza, y yo me echo a reír. Me aprieta contra su pecho y me da un montón de besos, tantos que perdería la cuenta incluso si supiera contar. Se abraza a mí y pregunta:
               -¿Por qué habéis venido a buscarme?
               -Tenemos que enseñarte algo-confía mamá, y me toca la espalda-. Sabrae, tesoro. Haz lo que has hecho antes con papá y conmigo.
               Scott me separa un poco de él, para poder verme la cara. Espera, impaciente, hasta que yo estiro los brazos y le toco las mejillas.
               -Sott-digo, y sus ojos chispean, se abren un montón. Le toqueteo la boca cuando él la abre, sorprendido. Sonríe.
               -Sabrae.
               -¡Sott!-festejo, feliz. Me encanta cómo se le ilumina la cara. Cómo sonríe. Cómo se le hinchan los mofletes cuando digo su nombre-. Sott. Sott. ¡Sott Sott Sott!-celebro, y él me abraza, me da un beso y me espachurra contra sí, con tanta fuerza que creo que me voy a asfixiar, que no seré capaz de respirar.
               Cuando nos separamos y yo puedo coger aire, él me da un besazo en la mejilla, de esos que te dejan marca y te duelen pero te gusta.
               -Ha dicho mi nombre-dice Scott, maravillado, y mamá y papá asienten. Me vuelve a dar un besazo-. Es el día más feliz de toda mi vida. Te quiero, Sabrae. Te quiero, te quiero, te quiero.
               Me espachurra contra sí, me da mimos, y a mí me encanta, incluso cuando me hace un poco de pupa.
               A partir de entonces, aprovecho cada oportunidad que tengo para decir el nombre de mi hermano o las palabras que voy aprendiendo. Cuando consigo decir mamá, ella llora de alegría, baila conmigo y me canta una canción de cuna, abrazada a mi espalda, besándome la cabeza y diciéndome que soy suya, suya, suya y solo suya. Me encanta ser suya.
               Papá aprovecha mis balbuceos para componer. Coge mis risas y las pocas palabras que puedo decir (su nombre incluido) y las pone en una canción, entremezcladas con versos que hacen que tenga que irse lejos, no dormir en casa durante varios días. Cuando se marcha, me dice que soy su princesa y que va a recoger un premio que va a ganar para mí. Suena como mami.
               Es algo importante. Sé que a papá le han dado varios premios de esos, pero nunca se ha marchado de casa para ir a recogerlos. Se los envían directamente, ellos vienen a él, él no va a ellos.
               La segunda noche que él no se pasa en casa, sucede algo insólito: mamá no nos mete en su cama y se acuesta con nosotros, sino que nos deja solos y nos despierta en plena noche. Lloriqueo un poco hasta que ella me abraza y me dice que me gustará lo que voy a ver. Bajamos las escaleras, yo colgada de su cuello, Scott de su mano, y nos sentamos en el sofá, con una mantita y chucherías, que yo aún no puedo comer, pero que Scott se come por los dos. La televisión está encendida y nos quedamos hipnotizados viéndola cuando mamá nos anuncia:        
               -Papá va a salir ahí.
               Aparece varias veces, y Scott y yo nos revolucionamos mientras mamá se recuesta en el sofá, detrás de nosotros, acariciándonos la cintura. Van diciendo cosas, y subiendo personas.
               Llega el momento de papá. Mamá se sienta erguida en el sofá y apoya las manos en las rodillas, expectante. Dicen varios nombres. Suenan varias canciones. Suena la canción de papá.
               La cara de papá aparece acompañada de la de otra gente a la que nunca he visto en la pantalla, enjaulados en un cuadrado. Mamá me besa la cabeza.
               -A ver si le das más suerte, mi amor.
               Sacan un sobre, y un papelito.
               Y leen el nombre de papá, que se levanta, le da un beso a la abuela y va caminando hacia el escenario. Qué guapo está. Quiero que se ponga esa ropa cuando venga a casa. Ojalá fuera así siempre, con una chaqueta negra, pantalones negros, camisa blanca. Me gusta mucho cómo luce.
               Scott salta del sofá y brinca en el suelo mientras mamá se aferra a la manta, con los ojos llenos de lágrimas. Yo me descuelgo del sofá y gateo hacia la televisión, para mirar a papá más de cerca. Es raro, porque está ahí y a la vez no está. No huele a él y es plano, pero es innegable que es él.
               -Tengo tantísimas cosas agolpándoseme en la cabeza ahora, guau-papá sonríe, mirando el premio, un cono retorcido y conectado a una caja, todo dorado. Más tarde me enteraré de que esa figura se llama gramófono-. Quiero dar las gracias a todos los que han creído en mí desde el minuto 1, a quienes me dieron la oportunidad de vivir de mi sueño y convertirlo en realidad. A mis fans, que siempre me han apoyado tanto, incluso en los momentos en que no me las merecía. A mis padres, por animarme a luchar por mis sueños-se le quiebra la voz, y busca entre las cámaras, hasta que una le enfoca la cara y podemos verle, y mamá traga saliva cuando papá sonríe-. A mi mujer. Sher, me has dado el regalo más precioso que ninguna mujer puede darle a un hombre. La fuerza que desprendes protegiendo a nuestros hijos y el cariño con que les quieres me inspira cada día a ser mejor padre, a merecerte. También quiero darle las gracias a Scott, que supongo que estará saltando como loco, ¡lo hemos conseguido, chaval!-sonríe papá, y Scott salta y grita.
               -¡Sí, sí, lo hemos conseguido, papá!
               -Y a mi pequeñita. La luz de mis días. Mi preciosa hija Sabrae. Nunca en la vida habría sido capaz de componer una canción tan preciosa si tú no te hubieras cruzado en mi camino. Doy gracias a Alá por cada segundo que me permite pasar contigo y con tu hermano, y confío en que, cuando veas esto, te sientas tan orgullosa de mí como yo lo estoy de ti. Escribirte una canción y ponerle tu nombre sigue sin hacer justicia a lo preciosa y especial que tú eres-papá traga saliva, mira el premio y al público-. Llevo toda la vida deseando que llegara este momento, a veces incluso ni me atrevía a soñar con ello. Muchísimas gracias por ponerle la guinda al momento más especial que estoy viviendo en toda mi vida. No hay nada mejor que ser feliz tanto por lo personal como por tu arte. Y ahora, si me disculpan-papá sonríe-, tengo una familia con la que volver y un premio que celebrar.
               Me pongo en pie y acaricio la pantalla cuando papá desaparece.
               -Papá-le llamo. Mamá se arrodilla a mi lado y me besa el hombro.
               -Enseguida, viene, hija.
               -Zaddy-le llamo. Mamá se ríe y me acaricia la mejilla. Scott se acerca a nosotros y se acurruca al lado de mamá, mimoso. Seguimos viendo los premios hasta que finaliza la emisión, conmigo gritando Zaddy cada vez que aparece en pantalla. Mamá se sienta en el sofá y saca su teléfono móvil cuando papá sube a actuar y Scott y yo bailamos, y acariciamos la televisión, y le llamamos. Él le llama papá, yo le llamo Zaddy, haciendo una mezcla imposible entre el nombre que le da mamá y el que le da Scott. Toqueteo la pantalla mientras mamá me observa, contemplando a papá.
               Al día siguiente, rompemos la rutina, nos metemos en el coche y desplazamos el mundo hasta el aeropuerto. Mamá me carga sobre su cadera y Scott espera impaciente a ver aparecerá papá entre todo ese mar de gente. En cuanto le ve, corre hacia él, que se agacha y lo recoge en volandas. Le da un gran beso y lo sube a sus hombros. Yo me revuelvo en mi abrazo, emocionada. Quiero que llegue ya, quiero tocarlo ya, olerlo ya, sentir su calidez ya. Mamá da un paso hacia él, y de repente nos encontramos. Papá me da un beso en la frente y uno en los labios a mamá.
               -¿Cómo se han portado mis niños?-pregunta, y mamá sonríe.
               -De maravilla, ¿verdad, chicos?
               -¿Me lo enseñas?-inquiere Scott, ansioso. Papá se vuelve y mira a la abuela, que lleva consigo una preciada caja. La abre y le muestra el objeto dorado a mi hermano. Y luego, me lo pone al alcance de la mano, para que yo lo examine.
               -Es tuyo, mi niña-me dice. No protesta cuando llegamos a casa y yo lo zarandeo y lo chupo y lo golpeo. No sé leer, así que no veo mi nombre grabado en una placa, sino una mancha dorada en un fondo negro.
               -Lo va a romper-advierte la abuela. Papá niega con la cabeza.
               -Lo ha conseguido ella. Puede hacer lo que quiera.
               Mamá se vuelve hacia él. Y le dice lo que lleva muriéndose por decirle desde que lo vio subirse al escenario y emocionarse hablando de nosotros al mundo. Papá, que es tan reservado para esas cosas.
               Papá, que vivirá protegiéndonos de la fama que él se ha ganado.
               Papá, que será nuestro padre antes que Zayn Malik, siempre.
               Papá, que escribe canciones sobre su familia y gana premios que jamás reclama para sí. Porque la inspiración no pertenece al artista, sino a la musa.
               -Cásate conmigo-le pide mamá, y papá la mira-. Aquí. No me basta con lo de Grecia. Quiero volver a casarme contigo. Ser tu mujer aquí y hasta en la Luna. Quiero que todo el mundo sepa que yo soy tuya, y tú eres mío. El único padre que mis hijos podrían tener. La única persona por la que yo lo dejaría todo.
               Papá la atrae hacia sí, cogiéndola de la cintura.
               -¿Qué me dices? ¿Repetirás tus votos ante mí otra vez, ahora delante de nuestros seres queridos?
               -Eres el amor de mi vida, la mujer de la que estoy enamorado, con la que quiero pasar el resto de mi vida, y la madre de mis hijos, Sher-responde papá, mirándola a los ojos-. ¿Realmente piensas que puedo responder a esa pregunta con algo que no sea un “por supuesto”?
               Y, gracias a ese “por supuesto”, otra primera vez se pone en marcha.
               La primera vez que yo veré a un bebé.

               A mi hermana. Shasha.



La siguiente vez que suba un capítulo de esta historia, ¡será la única que estaré escribiendo! Os animo a que os apuntéis para que os avise cada vez que suba un capítulo, especialmente ahora, que será mucho más a menudo (no seáis tímidas, adoro avisaros) dándole fav a este tweet o dejándome un comentario con vuestro usuario de Twitter. ¡Ojalá muchas me acompañéis en esta nueva ventura, ahora que Chasing the Stars está a punto de terminarse!

7 comentarios:

  1. PERO EXISTE UN BEBÉ MÁS TIERNA Y HERMOSA QUE SABRAE? Dejame decirte que lo dudo mucho y estoy por comermel a mordiscos! Es que es un cachito de cielo y uffff...
    EL MOMENTO DE SABRAE Y ALEC POR FAVOR Y GRACIAS, ayyyy pequeña Saab, mucho decir que Jordan te parece más guapo ahora pero ¿y la cantidad de bragas que vas a perder por Alec? SI TU SUPIERAS AMIGA MÍA!!!!
    Sott...eso ha sido mortal y me muero con la emoción de todos orque esa fuera la primera palabra de la bolita de amor que es Sabrae...ay de verdad, cuando leo estás cosas estaría dispuesta a un parto, con eso te lo digo todo.
    EL MOMENTO GELATINA EN EL PIE, ES QUE NO PUEDO PARAR DE REÍRME DE VERDAD
    Lo único que necesito saber es si Layla también intentó robarla...

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  2. MADRE MÍA ESTOY SÚPER EMOCIONADA HA SIDO MI CAPÍTULO FAVORITO DE SABRAE HASTA AHORA AHHHHHHHHHH Me ha encantado el momento playa todos juntos, Tommy, Diana y Layla juntos de chiquititos y después ella y Alec dios mío SABRALEC ES MÁS REAL QUE MI EXISTENCIA DESDE QUE TIENE USO DE RAZÓN LE QUIERE, MADRE MÍA LA DE SÍNCOPES QUE ME VAN A DAR A MÍ CON SABRAE
    Ojalá otro spin off solo de las cosas que Scommy le hacen a Sab cuando era un bebé de verdad el momento mermelada ha sido demasiado bueno
    HABLEMOS DEL MOMENTO DE "SOTT" PORQUE HA SIDO LO MÁS TIERNO QUE HE LEÍDO NUNCA, CÓMO LE ECHA DE MENOS Y CÓMO NO PARA DE LLAMARLE CUANDO POR FIN VUELVE A VERLE AYYYYYYYY ES TAN CUQUI
    BUENO, OJALÁ ZAYN CANTÁNDOME Y DEDICÁNDOME CANCIONES Y GRAMMYS Y TATUÁNDOSE MI HUELLA HA SIDO TAAAAAAAN BONITO
    QUÉ VIENE SHASHA Y YO ME MUERO DE GANAS
    "Y se pone joyas a juego. Y brilla con luz propia. Se ríe cuando papá le dice que está preciosa y le da un beso en la mejilla. Me coge en cuello, me da un beso, me limpia un poco de sus restos de magia (porque se le escapa, en ocasiones), me dice que me quiere, que sea buena niña y que cuide de mi hermano" Sabrae sí que es magia.

    -María 💜

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  3. ZAYN TIENE TATUAJES DE SCOTT Y SABRAE AW
    Los niños en la playa, Sabrae comiendo mermelada, Zayn contándole, el discurso de Zayn cuando gana el grammy, Sher pidiéndole que se casen otra vez...Un capítulo lleno de momentos preciosos ❤

    "Porque la inspiración no pertenece al artista, sino a la musa." ❤

    - Ana

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    1. Y SABRAE DICIENDO SU PRIMERA PALABRA MADRE MÍA COMO HE PIDIDO OLVIDARME DE PONER ESO SI "SOTT" ES LO MÁS ADORABLE QUE HAY ❤
      -Ana

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  4. MADRE MIAAAAAAAAAAAAAAAA. QUIERI CHILLAR EN ARABE.
    NO SE COMO SUPERAR ESTO. ZAYN SE HA TATUADO LA HUELLA DE SABRAE Y TIENE TATUADO LAS HUELLAS DACTILARES DE SCOTT. Y LOS DOS CAPITALES FAVORITOS DE SHER. MIRA. NO. PUEDO. CON. MI. MARIDO.
    Los momentos de Zayn y Sabrae me dan la vida enserio porque me lo imagino asi en la vida real y lloro x10000000.
    EL MOMENTO SABRALEC MIRA MIRA. MIS HIJOS ESTAN SUPER DESTINADOS JODER. ES QUE SE TIENEN QUE CASAR Y TENER HIJOS.
    El momento del Grammy ayayyayaayaya y luego sher pidiendole matrimonio oficialmente ayayayayayayya. Porque estoy tumbada que si no me caia para atras.
    Tengo muchisimas ganas de tenee Sabrae mas a menudo pero a la vez no porque significa que CTS ha acabado :(((.
    POR CIERTO, CABREADA PORQUE NO HA SALIDO CHAD VALE. ESTO NO LO TE PERDONO. Aunque la escena en la que le hacen la piscina y la escena en la que le dan mermelada atraves del pie ha hecho que te perdone.

    -Patricia

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  5. SE ME HA OLVIDADO DECIRTE QUE RSTOY NERVIOSA DE QUE APAREZCA SHASHA SOFNSONFKDKD
    Y QUE CUANDO HA DICHO EL NOMBRE DE SCOTT ME HA PARECIDO LO MAS TIERNO DEL MUNDO. Y LLAMANDO A ZAYN ZADDY AY. EL MOMENTO DEL AEROPUERTO ME LO TATUABA EN LA FRENTE.

    -Patricia

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  6. CASI MONTO EL POLLO DEL SIGLO CUANDO ZAYN SE HA TATUADO LA MANO DE SABRAE PERO LUEGO YO CREO QUE LE HE PERDONADO HASTA EN LA VIDA REAL HAS CONSEGUIDO LO IMPOSIBLE
    Y LOS MOMENTOS CON SABRAE AY POR DIOS ME MUERO
    "Tu madre es muy lista" "es que tiene dos nacionalidades" thomas a partir de ahora eres mi favorito
    El momento de la gelatina scott por favor dona tu cuerpo a la ciencia a ver si podemos clonarte
    S A B R A L E C AY POR DIOS PERO MIS NIÑOS QUE ESTÁN CASADISIMOS DESDE EL MINUTO UNO
    SCOTT YENDOSE A DORMIR POR AHI Y SABRAE LLORADO TODA LA NOCHE Y LUEGO ENCIMA EL PRIMER NOMBRE QUE DICE ES EL SUYO MUY MAL SABRAE SCOTT NO SE LO MERECIA POR ABANDONAHERMANAS

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