viernes, 28 de junio de 2013

Glaciares de fuego.

Me apetecía darme de hostias contra la pared, a ver si con un poco de suerte el lío en que se había convertido mi cabeza mejoraba un poco.
Di un largo trago de la cerveza, decidiendo que no era suficiente, con el móvil todavía en las manos, con su mensaje allí plasmado.
No tenía ni zorra idea de lo que le iba a responder a Daphne. No tenía ni zorra idea de lo que iba a hacer con mi vida. Lo único que tenía claro era de que me sentía como si estuviera subido en la parte superior de un tren, en el techo, por fuera, y veía cómo éste iba cogiendo velocidad a medida que lo de mi alrededor se volvía cada vez más y más borroso y, a lo lejos, estaba la entrada de un túnel que terminaría matándome, porque no tenía forma de bajar a los asientos de los pasajeros. Cerré los ojos, e hice lo que mejor se me estaba dando últimamente.
Recordé.


Tenía un dolor de cabeza impresionante. ¿Qué iba a hacer ahora que se me habían agotado todas las opciones? Una parte de mí, la parte mezquina, fría y calculadora, deseaba que ella estuviera con él para poder cantarle las cuarenta y sacarla de su casa. Estaba seguro de que si la situación lo hubiera requerido habría sido capaz de arrastrarla de los pelos para que volviera conmigo. Me quería más a mí que al Lautner. Y me lo había demostrado en multitud de ocasiones.
Taylor era el plan B más seguro. De hecho, era el único plan B que se me ocurría. El único plan B que parecía plausible. Así que me encaminé hacia mi teoría, cegado por lo que sabía que iba a ser así. Y me di de bruces contra la vitrina que mantenía a la joya fuera de mi alcance.
En mi cabeza una voz que era una mezcla de la de ella y la mía no dejaba de cagarse en mi puta madre, lo que me estaba cabreando por momentos. Necesitaba beber, pero no quería beber solo. Necesitaba compañía, pero no a los chicos, que me recordaban a ella. Incluso me olían a ella. ¿Me estaba volviendo un perro, o algo? ¿Por qué podía decir que mis amigos olían a ella?
En cuanto me abrieron la puerta, dejando que el león que llevaba dentro campara a sus anchas por la casa y los devorara si lo veía oportuno, me largué a mi habitación, cogí una chaqueta y les dije que me iba. No pensaba volver pronto. No pensaba acordarme de que había vuelto. Entraría en el bar y todo se volvería negro, borroso, lo que fuera; y al segundo siguiente me estaría despertando en mi habitación. ¿Quién decía que no se podía viajar en el tiempo? Los que nos emborrachábamos lo hacíamos continuamente.
Tras escuchar el portazo que di (un portazo magistral y soberbio, si se me permite la observación), saqué el teléfono del bolsillo y tecleé con ferocidad. Me parecía mucho a uno de esos corredores de bolsa que le están  contando a sus superiores que la empresa en la que han invertido todos sus ahorros está a escasos minutos de quebrar, arrastrando a todos los demás tras de sí.
¿Puedes quedar?
Me detuve en seco en plena calle, levanté la vista y me mordí el labio, mirando a todas partes. ¿Qué iba a hacer si Daphne no estaba disponible? Porque, vamos a ver, no vivía para mí, seguro que tenía una vida y planes y no estaba bien que la avisara con tan poca...
Sí, ¿ahora?
Suspiré de alivio. Se estaba convirtiendo en mi chaleco salvavidas. Me permitía ver cómo el Titanic se deslizaba en silencio hacia la profundidad de los océanos mientras yo sólo me preocupaba de que no me comiera un tiburón en mitad del Pacífico... o un atún.
Leonardo DiCaprio había muerto comido por un atún. Eri estaba segura de ello.
Eri.
Otro pinchazo en el pecho que me dejó sin aliento.
Sí.
Vale, nos vemos donde siempre.
Antes de que nadie me juzgue diré que le pongo mucha pasión a lo que hago. Ella lo sabía. Todo el mundo lo sabía, de hecho; no hacía falta otra cosa más que verme en el escenario cada vez que era yo el que  cantaba. Que no me estuviera quieto un solo segundo durante mis solos decía mucho de mi carácter.
Recorrí las calles de la capital de mi país prácticamente corriendo, para llegar diez minutos después de salir de casa (impresionante, simplemente impresionante, ni Usain Bolt era capaz de algo así) a la puerta del bar. Me detuve justo antes de entrar, me apoyé en las rodillas y tomé aire. No me había dado cuenta de la velocidad a la que me había movido hasta que había parado. Fue igual que cuando estás en una habitación abarrotada de gente: no sientes el ruido que hay hasta que, de repente, todo el mundo se calla. Entonces te das cuenta de cuánto te pitan los oídos.
Después de tomar aire y tranquilizar a mis desbocados pulmones, que estaban histéricos de alegría creyendo que había conseguido participar en una prueba de velocidad, empujé la  puerta del bar, sólo para descubrir que ella ya estaba allí.
Su melena pelirroja seguía brillando a la luz de los fluorescentes del techo.
Me senté a su lado y gruñí a modo de saludo. Ella alzó las cejas, con aquél par de esmeraldas moteadas clavadas en mí. Seguía pareciéndome igual que una gata. Una gata pelirroja. ¿Habría gatas pelirrojas?
-¿Te parece normal tener a una dama esperando así?
Iba a contestarle que había venido corriendo desde la otra puta punta de esta maldita ciudad, gilipollas, cuando la camarera, que no era la de la última vez, la cortó:
-Acabas de llegar, Daph.
¿Daph? ¿Sus amigos la llamaban Daph? Era una gilipollez, dado que a) su nombre tenía sólo dos sílabas, como el de Alba, no era necesario que fuera más corto, era perfectamente breve; y b) Daph sonaba igual que Duff, la marca de cerveza de los Simpson. ¿Me daba eso derecho a llamarla directamente cerveza y dejarme de gilipolleces del tamaño de dirigirme a alguien con la palabra yogur sólo porque procedía de una tierra casi tan famosa por sus postres como lo era por sus dioses?
-Cállate, Baiseleen, joder.
La única persona que hablaba tan mal como yo en presencia de fuera quien fuera, aparte de Daphne, era aquella por la que yo estaba tan mal. Y me encantaba que la de orígenes griegos y la española se parecieran tanto.
-Acabo de estar en España-dije, diciéndole a la tal Baiseleen qué era lo que quería de beber. Me decanté por pedirle directamente una botella de Vodka, e hice caso omiso de cuando alzó las cejas y me miró de arriba a abajo. No tenía la pinta de alguien que se puede tomar una botella de esa bebida y continuar vivo. Las estrellas pop no parecíamos muy duras, pero las estrellas pop adolescentes éramos ya un caso que merecía ser estudiado aparte.
Volvió a mirarme con los labios ligeramente entreabiertos, en una pose de estrella de cine que habría jurado no le quedaba bien a nadie. Menos a ella.
Frunció el ceño.
-¿Y me has traído algo?-prácticamente me lo ronroneó, con una voz tan suave, que me recordaba tanto a la que había perdido, que una llama que creía olvidada (o que más bien intentaba olvidar) titiló, recordándome que aún no había ganado la guerra. Ni siquiera una batalla.
-No-sonreí, dando un sorbo del Vodka.
-Qué cabrón eres-espetó, negando con la cabeza y saltando de su taburete. Intentó marcharse, pero yo la agarré del codo y la obligué a volver. Mi sonrisa se hizo más amplia, ella también terminó sonriendo, con unos dientes que, efectivamente, parecían focos en un campo de fútbol.
-Lo siento.
-Es mentira, pero vale. Acepto tus asquerosas y cínicas disculpas.
Dios, es igual que ella.
-Daphne, aquí tienes, guapa-susurró la camarera, acercando un cenicero. Mi compañera alzó una ceja, sin poder creerse que hubiera previsto que tenía pensado fumar, y ambos contemplamos a Baiseleen mientras se iba. Sacudía tanto las caderas que me atervería a decir que le apetecía que me apareara con ella. Intenté no estremecerme, pero no lo conseguí.
-Base, zorra, aléjate de él. Es mío, yo lo vi primero-ladró, celosa, poniéndome una mano en la rodilla. No la aparté. Estaba a gusto-. Búscate a otro, so putón. Este es mí-o-silabeó. Me eché a reír. No debería, pero me eché a reír.
-¿Qué has ido a buscar en ese país infernal, exactamente?-inquirió, removiendo la pajita negra que el habían traído, mareando su bebida, y mirándome con ojos inquisitivos después de que la camarera se alejara. Parecía satisfecha con haberle hecho saber que le pertenecía de alguna manera en la que nunca le iba a pertenecer a la otra.
-Respuestas-murmuré.
-¿Y las encontraste?
Negué con la cabeza.
-Bueno, si no... puedes mirar... aquí-susurró, rebuscando en su bolso, sacando el móvil y tecleando algo, alejando la pantalla para que yo no viera lo que estaba poniendo.
Me tendió su móvil. En la pantalla brillaba la página de inicio de la Wikipedia. Me eché a reír y asentí con la cabeza.
-Vale, la griega tiene sentido del humor. Impresionante.
-¿Verdad que sí?-replicó, recogiendo el móvil y metiéndolo en el saco negro como el carbón que le hacía las veces de bolsillo de Doraemon. Estaba seguro de que por aquel bolso se entraba a Narnia. Se echó el pelo a un lado y me miró.
-¿Qué?
-¿Por qué me miras así?
-No te estoy mirando de ninguna forma.
-Sí que lo haces.
-No, Daphne. No lo hago.
-¿Te parezco guapa?-preguntó de repente, sin venir a cuento, poniéndose las manos en la cintura y posando exageradamente para una cámara que sólo ella veía. La estudié de arriba a abajo. Tenía muy buen cuerpo, la verdad.
-No-sonreí, delatándome. Se echó a reír.
-Es mentira.
-Está bien. No estás mal.
-Gracias-me dio un codazo-. Tú tampoco.
Estuve a punto de espetarle que ya lo sabía, que un batallón de chicas me lo recordaba cada vez que asomaba la cabeza de mi casa. Algo me veían que yo no me encontraba. Todas las mujeres parecían verme algo que, bajo mi punto de vista, ni siquiera existía.
-¿Qué haces, Daphne?
-Ahora mismo, beber.
-Digo para ganarte la vida. Porque tienes...
-Te lo dije el otro día.
-¿21?
Asintió con la cabeza.
-Como yo.
-Sí, lo sé.
-¿Cuándo cumples los 22?
-El 24 de diciembre.
Fruncí el ceño.
-Como el mío. ¿A qué hora?
-Por la mañana.
-Mierda. Eres mayor que yo-chasqueé la lengua, negando con la cabeza y ella se echó a reír.
-¿Sabes qué estaría bien? Como nuestro cumpleaños es el mismo día, podríamos hacernos un regalo mutuo. Un videojuego, un polvo, un...
-¿Contigo?-la corté, sonriendo.
-A ver, Louis, no te voy a ofrecer uno con otra. Lógicamente-puso los ojos en blanco.
-No creo que lo acepte, gracias. No soy fan de follar y vomitar a la vez.
-Vete a la mierda. Además, hace nada has dicho que no estoy mal.
-Soy un mentiroso. Y a ti se te da bien escurrir el bulto. Que a qué te dedicas, griega.
-Estudio psicología-admitió-. Me pago las clases dando yo clases de baile.
Volví a mirarla de arriba a abajo. Ahora todo cobraba sentido.
-Debes de moverte bien.
Alzó las cejas.
-Es decir, se te... nota.
-No sé si eso es un cumplido o una petición de sexo, porque entonces tendría que darte un par de guantazos. Por incoherente.
-Es un cumplido.
-Guay-sonrió, levantando el vaso y bebiéndose lo que quedaba, haciendo caso omiso de la pajita, que intentó enredarse, sin éxito, en su melena.
Se echó un mechón de pelo detrás de la oreja, mordiéndose el labio, y se quedó mirando la botella que yo todavía no había acabado. Aunque me faltaba poco.
La cogí y le llené el vaso prácticamente hasta arriba. Sonrió, murmuró un tierno gracias y dio otro sorbo.
-¿No serás alcohólica?-pregunté. Negó con la cabeza, pasándose el dorso de la mano por los labios para evitar que gotas traviesas salieran de su posición normal.
-No, simplemente me gusta beber. Pero paso un montón de tiempo sin ello. Es que ahora estoy sometida a mucha tensión. Estoy de exámenes, y necesito despejarme de vez en cuando.
Tamborileó con los dedos en la botella, que emitió sonidos agudos a su contacto. Detrás de nosotros, un hombre ganó a otro en una partida de billar, y empezó a bramar que invitaría a todo el bar... osea, a nosotros dos, a una pareja que se había sentado en una mesa de un rincón, buscando intimidad para magrearse a gusto, y a un anciano que no hacía más que mirar su copa vacía,como si el hecho de habérsela bebido y contemplar lo que había hecho fuera a emborracharlo y ahogar sus penas.
-¿Sabes? Te admiro mucho.
No esperaba que me dijera eso, pero me puse a la defensiva de inmediato.
-Estoy ac...
-No. No por la música-negó con la cabeza, su pelo bailó a su alrededor, recordándome a un fuego en una noche de principios de verano-. Te has bebido media botella de vodka tú solo y no te ha pasado nada.
-Te sorprenderías lo que soy capaz de hacer por no sufrir.
Torció el gesto, con los ojos fijos en los míos. Con aquellos tonos verdes y marrones, era como mirar un bosque.
-¿Es por eso?-preguntó, señalándome el cuello. Me acordé de la cadena en el último momento. Sí, era por la cadena. Sí, era por la que me la había regalado. Sí. Todo era por ella. Incluso que hubiera conocido a Daphne era todo por ella.
Me llevé una mano al cuello y tiré de la cadena para dejar la chapa al descubierto. Ella estiró la mano y la cogió, sin dejar de estudiar mi reacción. Bajó sus espesas pestañas a la vez que sus ojos y la examinó. Me la quité y la coloqué despacio en la palma de su mano, asegurándome de que no la dejaba caer.
Abrió la mano y le pasó los dedos por encima, igual que si fuera una ciega leyendo braille. Esperé. Tragó saliva.
-La del primer día tiene nombre-observó. Asentí con la cabeza-. Eri.
Cerré los ojos y volví a asentir. Decidí que una botella de vodka no era suficiente para callar los gritos de ese pecho que tanto dolía.
-¿Quieres hablar de ello?
La verdad era que sí, quería. Pero no de una forma tan directa.
-Con ella viví muchas cosas.
Asintió con la cabeza, sus ojos se habían vuelto tristes. Me sugirió salir a la calle, dar una vuelta, que nos diera el aire mientras le contaba aquella historia que no debería haber tenido final pero que había terminado demasiado pronto. Asentí con la cabeza, nos acabamos lo que nos quedaba de bebida en silencio y nos largamos, sin darle la oportunidad al del billar de que nos pagara otra copa.
-Eri es de esta clase de personas que sabes que, hagan lo que hagan y digan lo que digan, te sacarán una sonrisa. Lo quieran o no. Aunque normalmente siempre quieren que los que están a su alrededor sonrían.
-Como tú-susurró, acercándose a mí más de lo que lo haría una amiga. Yo la dejé hacer; estaba a gusto sintiendo el calor que irradiaba otro cuerpo cerca del mío. No me sentía tan solo con Daphne pegada a mí.
-Sí, algo así. Ella es como yo, pero en chica. Todo lo que yo buscaba en alguien, absolutamente todo, lo tenía en ella.
Daphne me escuchaba con atención, con los ojos fijos en mí, leyendo cada una de las emociones que desfilaban por aquellos dos pequeños océanos que tenía en la cara.
-Y lo mejor de ella es que lo hace sin pretenderlo. Como...
Empecé a  contarle aquella vez en la que sólo ella me había dejado con las ganas de hacerlo por ponerse a filosofar acerca del origen de las palabras que usábamos para llamar a las cosas que nos rodeaban.
Se sentó con las piernas cruzadas, estudiando el envoltorio del condón con el ceño fruncido. Era su típica cara de "no me molestes, estoy conectando con la sabiduría que mueve el universo y estamos debatiendo acerca de cosas intrínsecamente interesantes". Me eché hacia atrás, tumbándome en la cama y apoyándome en los codos.
-¿Por qué se llamará así?
Fruncí el ceño y esperé. Había aprendido que si habría la boca, era mucho peor. Sólo tenía que quedarme en silencio hasta que ella volviera a la tierra y decidiera follarme. Era cuestión de tiempo.
-Preservativo-anunció. Puse los ojos en blanco. Tal vez sí que se fuera a ir por las ramas y necesitara de mí para no ponerse a escalar un árbol enorme.
-Céntrate, Eri.
-¿De qué preserva? O, más bien, ¿qué preserva? Porque a mí personalmente no me ha preservado nada...
-Eri, nena, eh. Mírame-le dije, cogiéndole las manos. Levantó la vista-. Te quiero, aunque estás como una cabra y a veces, en ocasiones como esta, me pones de los nervios. ¿Podemos follar, por favor?-la corté. Tenía un calentón impresionante y a ella no se le ocurría otra cosa que revisar la etimología de la palabra. El más normal de los dos iba a ser yo, lo cual sería muy, muy, muy, muy preocupante.
-Claro, replicó, tumbándose sobre mí y rompiendo el envoltorio con los dientes. 
Sabía cómo provocarme.
Y ya no estaba.
Daphne se me quedó mirando, plantada delante de mí. Dios sabía cómo, habíamos acabado en un parque. Me acarició el dorso de la mano con la yema de los dedos, bajando la vista con una timidez tan rara en ella como lo era la de Eri cuando surgía. Cuando alzó la vista y clavó en mí aquellas esmeraldas manchadas con tierra, me acojoné.
Era como mirar a través de un cristal verde los ojos de mi pequeña española. Mi española favorita.
Daphne se puso de puntillas y posó sus labios en los míos. Cerré los ojos, y juro por dios que noté cómo Eri estaba dentro de ella. Ella era Eri.
No, eso no podía ser, pero... sus labios eran iguales que los de mi novia, y ...
Dejó caer los talones de sus pies y me miró, mordiéndose el labio.
-Sé que yo no soy tan genial como ella, pero... me gustas, ¿vale? Mucho. Muchísimo. Y me gustaría intentar arreglar lo que ella ha roto.
Asentí con la cabeza y le acarició el cuello. Ella se besó la mano cerrada y me volvió a poner la cadena por el cuello. No me acordaba de que aún la sostenía ella, de que me la había quitado para enseñársela.

Y ahí estaba yo, tendido en el sofá de casa preguntándome qué iba a hacer ahora con mi vida. Daphne sabía a Eri pero tenía un toque que no era el de mi... ex.
La palabra era asquerosa. Ex.
Me la repetí mentalmente.
Ex, ex, ex, ex. Como experimento, pero sin el "perimento".
¿Qué se suponía que iba a hacer ahora? Eri no iba a volver. Ella lo sabía, yo lo sabía, lo sabía todo el mundo. Entonces, ¿qué? ¿Podría... enamorarme de nuevo?
Negué con la cabeza.  No, era pronto, era inapropiado, no podría hacerlo otra vez, era...
...no podía negar que había sentido cosas cuando Daphne me besó. Cosas bonitas. Cosas a las que ya tenía asumido que había renunciado cuando perdí a Eri.
No eran los dragones golpeándome el estómago que sentía cuando Eri me besaba, pero sí que sentía mariposas. Y una mariposa era mejor que la nada, ¿no?
Suspiré, me volví a sentar y rebusqué en el suelo hasta hacerme con la gorra de la que últimamente no me separaba ni para ir al baño. Era algo raro, porque no la había llevado al bar la segunda vez que quedé con Daphne, pero sí la primera. Tal vez había sido especial porque ella se la había puesto y le había quedado bastante bien. Era de Liam, pero él no se quejaba porque le robara ropa. Estábamos acostumbrados a quitarnos cosas entre nosotros, y no sería la primera vez que Zayn entraba en la habitación de Niall buscando algo que el irlandés le había robado, y el moreno acababa descubriendo que Harry le había quitado la adquisición a Niall. Las cosas en casa eran raras, pero eso hacía más especial nuestra relación.
Cogí la caja de cigarros de la mesa, donde la dejaba Zayn, me hice con el cenicero y el mechero y me encendí un cigarrillo. Di una larga calada, saboreé el humo (estaba empezando a gustarme, algo que nunca habría creído posible) y lo expulsé. Asentí con la cabeza, pensando, mientras los chicos hacían ruido arriba.
El tabaco tenía un efecto narcotizante que me alejaba de mi dolor de cabeza por el fiestón de la noche anterior. Lo cual era guay.
Pero el tabaco no hacía nada contra el dolor de cabeza que venía de darle vueltas... lo cual ya no era tan guay.
Bajaron las escaleras en fila india y se me quedaron mirando. Aún les chocaba que fumara igual que Zayn, aunque no lo hiciera tan a menudo como él, pero a mí me parecía que no era para tanto. Tenía experiencia en destrozarme por dentro con el alcohol, así que, ¿por qué no elegir algo que no tuviera unos efectos secundarios tan rápidos, como era la resaca en el caso de una buena borrachera? Sabía que lo iba a pasar mal cuando lo dejara, mi padre había dejado de fumar cuando yo era pequeño y me acordaba de lo irritable que se ponía por culpa del mono. Y mi padre no tenía el temperamento y la mala hostia que yo había heredado de mi madre y Troy, lo cual me convertiría en una bomba de relojería en cuanto decidiera que tal cigarrillo sería el último.
-¿Qué vamos a hacer esta noche después de ensayar?-inquirí, aunque sabía la respuesta, me apetecía que alguien viniera conmigo. No quería quedarme solo con Daphne tan pronto, porque me conocía y sabía que la carne era débil y terminaría cediendo a la tentación.
-Yo me voy a quedar en casa con Noe. Se lo prometí ayer por la noche.
-Yo voy al cine con Perrie-murmuró Zayn, mirando distraído su teléfono.
-¿Qué vais a ver?-preguntó Niall, curioso.
-No sé, lo que diga ella-Zayn se encogió de hombros y se acercó a sentarse a mi lado. Me cogió el cigarro y le dio una larga calada. Sonreí y estiré y enrosqué los dedos con la palma vuelta hacia el techo, pidiéndoselo sin palabras.
-¿Liam? ¿Niall?
-Bueno, yo no tengo planes para esta noche...
-Yo voy a quedar con Andy. Podéis venir si queréis.
Sacudí la cabeza, pero Niall asintió. Al final iría solo.
-¿Tú que vas a hacer?
-Tengo un mini concierto en un bar. Me ha invitado Daphne.
-¿Quién coño es esa?-espetó Harry, alzando las cejas, sin poder creerse lo que estaba oyendo. Iba a salir de casa. Yo solo. Con una chica. A la que ninguno conocía.
-La griega, tío. Ya os he hablado de ella.
-No.
-Sí-repliqué, meneando rápidamente la cabeza arriba y abajo. No estaba seguro, pero pasaba de dar explicaciones, especialmente en ese momento en el que no tenía nada claro. Ni siquiera que la Tierra no fuera plana, porque, a ver, ¿cómo podía nadie que decir que no fuera plana? Había sitios planos. Yo estaba en un sitio plano. ¿No se suponía que de ser redonda, debería haber una pequeña curvatura, mínima aunque existente, en todas y cada una de las cosas? ¿Por qué no nos resbalábamos de un lado a otro en la curvatura de la Tierra que no era tan redonda  como nos hacían creer?
-Igual hasta me enrollo con ella-musité, distraído, mirando por la ventana y ajustándome la gorra. Los chicos me miraron en completo silencio. Alguien dijo que no. Yo asentí con la cabeza con una ceja tan alzada que la sentía rozando la visera de la gorra.
Ese pequeño no fue la bomba que desencadenó el resto de explosiones; algo así como el cohete que inicia los fuegos artificiales.
-¿Cómo es?
-¿Está buena?
-Claro que lo está, joder. Louis tiene dónde escoger.
-Eri no la estaba cuando la conoció.
Tragué saliva, notando cómo me ardía la garganta. Si hubiera leído Crepúsculo (si Eri hubiera conseguido que lo leyera, pero lo llevaba claro), en ese momento lo habría relacionado con la sed que había sentido la tal Bella Swan (o Cullen, o Black, o mi puta madre, mismamente) cuando le hablaron de que tenía que ir a cazar. ¿Cómo lo describía Stephenie Meyer? Ah, sí, "era como sentir una plancha de acero al rojo vivo sobre mi garganta". Pues eso sentí yo cuando pronunciaron su nombre.
-Tenía buenas tetas-replicó otro.
-Las tiene-se apresuró a corregir Liam, mirándome de reojo.
-Me cago en la puta. Un poco de respeto, ¿no? Que todavía estoy aquí.
Una cosa era que me hubiera dejado de una manera para nada agradable y otra muy distinta que fuera a tolerarles a los chicos que la trataran automáticamente como a la típica guarrilla de discoteca, a pesar de que tuvieran toda la razón del mundo. Eri tenía buenas tetas, sí. Pero era su amiga, nuestra amiga, la mía también, así que no éramos nadie para comentar el tamaño de su pecho.
Después de reírnos de cosas de las que nunca pensé que nos reiríamos, preparamos las cosas y nos fuimos a donde nos esperaban los coreógrafos para ensayar cada actuación del tour. Estábamos muy nerviosos; habíamos tocado para 20.000 personas en el Madison Square Garden, sí, pero en nuestro tour alcanzaríamos las mismas cifras, y sería bestial tocar para tanta gente varias veces.
Además, ninguno quería admitir que el tour iba a ser especial porque era la primera vez que pasaríamos por España, con todo lo que aquello implicara.
Una parte de mí se preguntó si Eri estaría entre las miles de españolas histéricas de no  volver a estar juntos. Esperé que sí, recé por ello en silencio, mientras esperaba a que llegara mi solo en Over Again.
Y, tras ensayar y hablar de la lista de canciones, que todavía no estaba fija, nos fuimos a casa, y cada uno se preparó para su propio plan. Yo fui de los últimos en largarme; Zayn me llevó en coche hasta el centro de Londres y alzó las cejas cuando me bajé del coche. Cerré la puerta y puse los ojos en blanco. Se echó a reír y siguió su camino, yendo a recoger a Perrie.
Recorrí el trayecto hasta el punto donde había quedado con Daphne en absoluto silencio, con la cabeza gacha, sin prestar atención a lo que el resto de la gente hacía o decía. Sumido en mis pensamientos, atravesé las calles como un fantasma con la capacidad de dejar huella.
Iba dándole vueltas a las cosas que había sentido con lo del beso, sí, pero no me reducía sólo a aquello: inspeccionaba muchas más cosas, con un radar mucho más amplio. Por ejemplo, cómo echaba la cabeza hacia atrás cuando se reía, cómo cerraba los ojos y negaba con la cabeza, cómo me miraba y alzaba las cejas cuando yo le devolvía la mirada, cómo se mordía el labio cuando quería algo pero no le daba la gana pedírmelo...
Daphne era una copia en versión pelirroja y mayor de Eri. Y vivía en Londres, lo cual suponía una ventaja para ella, desventaja para la española. Sin embargo, Eri tenía algo que Daphne no podría conseguir nunca: mi corazón. Se lo había llevado con ella, y sabía que no tenía pensado devolverlo, así que, ¿de verdad podría volver a enamorarme de alguien muy parecido a quien me robó el corazón, pero sin ser ese alguien? ¿Podría volver a querer?
Daphne se lo merecía. Y me parecía que yo también. El error había sido grande, sí, pero el castigo que se me había aplicado me parecía desproporcionado.
Llegué al sitio en el que habíamos quedado con el tiempo justo, pero ella aún no estaba allí. Suspiré, sabiendo que me tocaría esperar a mí, con lo que lo odiaba, y me apoyé contra la  pared. Miré en todas direcciones, esperando que llegara, y saqué el móvil. Aún no me habían dado el viejo, pero no perdía las esperanzas. Había demasiados  recuerdos en su interior como para renunciar a ellos.
De vez en cuando levantaba la vista, mientras las páginas en las que entraba y salía continuamente cargaban. En una de estas ocasiones, la vi llegar corriendo, con la melena de destellos cobrizos volando tras ella. Se acercó a mí, se sentó en el suelo y cerró los ojos.
-Dame un minuto.
-Guay, así llegarás diez minutos tarde. Una cifra redonda.
Sonrió mientras recuperaba el aliento, y, jadeante, me replicó:
-Te encanta esperar, ¿a que sí?
-Ya lo creo. Es mi pasatiempo favorito. De hecho, todos los días me siento un par de horas enfrente de la televisión sólo para esperar a ver si se enciende sola.
-¿Lo ha hecho alguna vez?
-No. Creo que me odia.
Sonrió.
-¿Y cambias  de canal cuando hay anuncios?
-Cambio de canal cuando no hay anuncios. En cuanto se acaban, voy a otro a mirar si hay publicidad. Si la hay, me quedo.
-Impresionante-susurró, cogiendo el bolso, que era mucho más pequeño que los anteriores a los que me tenía acostumbrado, y poniéndose en pie de un brinco. Ni siquiera me dio tiempo a tenderle la mano para ayudarla a levantarse.
-¿Preparado para el mejor concierto de la historia?-preguntó, comprobando que la falda no se le había ensuciado. Le limpió la suciedad con la palma de las manos y asintió, satisfecha.
-No sabía que íbamos a ver a Michael Jackson.
-Lo tenemos un poco complicado.
-Lo sé-asentí con la cabeza, cerrando los ojos un segundo.
Fuimos hasta otro bar en el que no había estado nunca hablando de qué tal nos había ido el día. Me preguntó por la discoteca a la que había ido con los chicos el día anterior, y yo le dije que no había estado mal.
-La verdad es que ibas bastante guapo. Es sorprendente lo que puede hacer una buena camisa de marca-asintió con la cabeza, dándome su aprobación. Sonreí.
-¿Me viste?
-Sí.
-¿Y por qué no viniste a saludarme?
-Porque estabas como una cuba y no me apetecía que me violaras.
Negué con la cabeza.
-Hasta borracho sigo siendo un caballero, griega, y lo sabes.
-Lo sé-asintió, riéndose y dándome una palmada en el hombro-. Sé que piensas que es así.
-Lo pienso y, de hecho, es así.
-¿Te acuerdas de que casi te liaste con una tía?
Me detuve y la miré. Sonrió.
-No, no te acuerdas.
-No me jodas.
-No, no te jodo-susurró, cogiéndome de la muñeca y arrastrándome calle arriba-. Pero terminaste diciéndole que no. Qué buena persona estás hecho. ¿Es por el beso?
Me miró con aquel bosque que tenía en los ojos. No tenía ni idea de lo que me estaba hablando, así que me encogí de hombros; era la mejor manera de mentir lo menos posible que tenía. Suspiró.
-Escucha, a mí me gustó, pero si te apetece irte con otras, no me importa. ¿Vale?
-A mí también me gustó, Daphne-susurré, dándome cuenta de hasta qué punto era verdad aquello. Sí, me gustó. Me encantó. Había sido como encender una vela en la completa oscuridad para poder guiar el camino. Me dedicó una sonrisa nostálgica y se detuvo en la puerta de otra cafetería.
-Es aquí-dijo.
Los siguientes minutos fueron de los más caóticos que viví en mi vida. Me arrastró prácticamente por el suelo mientras nos acercábamos al sótano de un edificio abarrotado de gente.
-La que canta es mi compañera de piso-me explicó, zigzagueando entre las personas, saludando de vez en cuando a alguien, y llevándome a la parte más cercana al escenario.
Un par de chicas se le acercaron y ella intercambió unas rápidas palabras con ellas. Ni siquiera nos presentó, así que deduje que no debían ser amigas.
Me estaba convirtiendo en Sherlock Holmes, porque cuando las chicas se giraron, la expresión de su cara cambió totalmente. Estudió a la pareja mientras se perdía entre la gente, y murmuró:
-Menudo par de putas.
No pude evitar sonreír.
-¿Quiénes son?
-Nadie, unas-se encogió de hombros-. Amigas de mi ex. Preocupándose por mí. Sí, ya, claro. Son asquerosas.
Y, como el jaguar que responde a los brincos de su presa, que se ha dado cuenta de su presencia y trata de escapar de él, empezó a hablarme de todo el mundo que conocía de los que nos rodeaban. Me contó los trapos más sucios de cada persona que estaba cerca de nosotros, mientras yo escuchaba atentamente y de vez en cuando asentía con la cabeza, procurando no mirar en la dirección en la que lo hacían sus ojos.
Un chico se nos acercó, y Daphne volvió a sonreír. Esta vez, su sonrisa parecía verdadera.
-Hugh, este es Louis. Louis. Hugh-nos presentó. El chaval me dio la mano, me miró de arriba a abajo y asintió.
-¿Qué hace alguien como tú en un lugar como este?
-Supongo que acompañar a una amiga.
-¿Conoces a Anastasia?
Miré a Daphne.
-Es mi compañera. La que canta.
-Ah. No-me volví hacia el chaval, de rasgos duros. Asintió lentamente.
-Se convertirá en una leyenda muy pronto. Ya lo verás. Es capaz de cerrar bares porque no cabe más gente, y apenas ha llegado de Francia.
Daphne soltó una risita tonta, recordándome que me llamaba francés sin motivo alguno. El chico se quedó con nosotros, pero, aburrido de esperar contemplando a un escenario vacío, a los pocos minutos anunció que se iba a por unas copas. Nos preguntó si queríamos algo y Daphne y yo asentimos y pedimos lo mismo al unísono, con la sincronización de dos gemelos que llevan toda la vida juntos.
Entonces, Daphne siguió criticando. Yo alcé las manos, deteniendo al cohete antes de que fuera lanzado al espacio.
-Tú también tendrás tu lado oscuro.
Sus ojos chispearon bajo esa capa de rímel y esa raya que le daba la mirada del mayor de los felinos.
-Puede-consintió, aceptando la copa que le traía su amigo y dando un trago, coqueta.
-¿Y no me lo vas a enseñar?
Vale, estaba ligando con ella. Así que si lo iba a hacer, debería hacerlo bien. Le acaricié la cintura.
-Tendrás que descubrirlo tú-replicó.
Sonaba bien, realmente bien. Me guiñó el ojo y yo no pude evitar sonreír.
Las luces se apagaron como por arte del magia, y todo el mundo empezó a gritar y silbar.
Tres personas desfilaron por el escenario; una chica y dos chicos. La chica se colocó delante del micro mientras los otros ocupaban sus puestos. Apenas se les veía las siluetas en la penumbra, pero juro que me pareció que la chica sonreía.
Encendieron la música, la chica amplió su sonrisa, se acercó al micrófono y empezó a cantar... con voz de negra.
Lo cual no sería impresionante de no ser pálida como la nieve.
Su banda tocó temas heavys al principio, pero luego se fueron dulcificando. Me vi obligado a levantar el móvil cuando empezaron los primeros acordes de She's the one, de Robbie Williams. Recordé lo que había vivido en su concierto, con quién lo había vivido. Daphne me imitó y, en un abrir y cerrar de ojos, decenas de móviles iluminaban el escenario mientras la tal Anastasia, sentada en un taburete acariciando de vez en cuando el micrófono y el pie en el que se apoyaba. Asintió con la cabeza, recibiendo los aplausos, y miró a su novio.
-Venga, ahora música comercial-dijo, hablando por primera vez, sin entonar. Algunos abuchearon-. ¡Eh! Tengo experiencia, sé que os quejáis, pero luego lo bailáis. Falsos. Cínicos. Mentirosos.
La gente se echó a reír, ella asintió y empezó a cantar a... The Wanted. I found you. Acababan de sacarla, según me habían contado, y no les iba mal con esa canción.
Anastasia llegaba sin ningún esfuerzo a los agudos, a veces fingía mirarse las uñas para no aburrirse, lo que provocaba muchas risas entre los que estábamos contemplándola.
Después, sin dejar que el silencio poblara la sala, sonaron unos acordes que a todo el mundo eran familiares.  Esperaba que fuera We will rock you, pero no. Era nuestra versión. Eran nuestros acordes. Era Rock me.
Y, sin quererlo, me encontré siguiendo la letra de la canción cuando la chica llegaba a mis solos. Era un mecanismo que tenía interiorizado hasta el punto de negarme en redondo a quedarme callado cuando llegaba la parte de la canción que me pertenecía. Daphne me apretó la mano y me preguntó con los labios.
-¿Estás cantando?
Yo me encogí de hombros, era mi forma de inquirir: pero, ¿no lo ves? Y seguí con lo mío.
El bar estalló cuando la chica mantuvo la nota más aguda de Zayn, aquella a la que nadie más había llegado hasta entonces, durante cerca de 20 segundos. Fue increíble. Hasta yo me volví loco. Su guitarrista y el batería hacían los coros mientras ella seguía allí, con el micro en la mano, alzando la cabeza y gritándole al cielo un prolongado Yeah.
Agachó la cabeza, sonrió, siguió con otras dos canciones y anunció que iban a darse un descanso.
Se quedó en el escenario mientras el público se revolvía, retorciéndose para llegar a la salida. Las canciones que quedaban eran baladas, y seguramente muchos de los solteros no querrían escucharlas, por eso se largaban. Pero Anastasia, lejos de preocuparse por ello, barrió el suelo con su mirada en busca de alguien. Daphne se puso a dar botes y alzó las manos. Los ojos de la cantante se clavaron en ella, sonrió, y se tiró al suelo, haciendo caso omiso de los gritos de sus compañeros diciéndole que se iba a romper una pierna con aquellos tacones. Le daba igual. Me gustó que le diera igual, y, sobre todo, entendí que le diera igual.
-¡¡¡DAPHNE!!!-chilló, abrazándola. Daphne sonrió, devolviéndole el abrazo, pero esperó a separarse de ella para gritar:
-¡¡¡ANASTASIA!!!
Se sonrieron, Daphne le dijo que había estado genial, ella le respondió que bien.
-Quiero presentarte a alguien-dijo, pasándole un brazo por los hombros y girándola para que la viera-. Louis, esta es Anastasia. Anastasia, Louis. Ya le conoces.
La chica me comió con los ojos. Decidí hacer como que no me daba cuenta; al fin y al cabo, era su noche.
-Por desgracia, no me apellido Steele. No tengo un millonario macizo haciéndome cochinadas y obsesionado conmigo esperándome en casa-se encogió de hombros, como diciendo así es la vida.
-Vale-repliqué yo, echándome a reír.
-Sólo a un gato persa asqueroso.
-¿Quieres ser tú mi millonario?-inquirió, haciendo caso omiso de Daphne, que puso los ojos en blanco y buscó a Hugh con la mirada.
-¿Y Max?-le recordó a su amiga. Anastasia se encogió de hombros.
Entonces, nos alcanzó el guitarrista, que había conseguido librarse del grupo de gente que lo rodeaba, empezando a ser su fan número uno.
-¡Max!-replicó la chica, abrazándolo. Max se me quedó mirando, desconfiado, y le pasó los brazos por la cintura a su chica.
-Max, es Louis. Es un amigo. Louis, Max. El novio de Anastasia.
-Encantado-dije yo. El chaval sonrió debajo de una mata de pelo rizado que más se parecía a una peluca afro que a otra cosa. Había que tener huevos para llevar ese peinado y que te quedara bien.
-Te ha dicho lo de Steele, ¿a que sí?-sonrió el chico. Todo rastro de hostilidad desapareció de su cara.
-Estoy buscando millonarios que me mantengan-susurró la chica.
-¿Y yo no te basto?
-No eres millonario.
Y se comieron la boca allí mismo. Daphne apartó la mirada.
-Idos a un hotel, joder. Idos a un maldito hotel.
Se separaron de mala gana, se miraron a los ojos un segundo. No había amor, pero sí una tensión sexual enorme. Lo cual no estaba de menos.
Una vez nos sentamos, pude observar más detenidamente a la chica, sorprendiéndome al comprobar lo mucho que se parecía a Eri. Misma forma de la boca, misma nariz... pero parecía más alta. No sabría decirlo, pues llevaba unos tacones enormes, pero cuando se había puesto frente a mí, sus ojos habían estado a la altura de los míos.
Anastasia tenía la piel blanca como la nieve de su país, pues, según me contó, era de Rusia. Fue su piel la que me quitó de la cabeza la idea de que fuera familia de Eri. Sus rasgos eran idénticos, sí, pero no había rastro de la piel de caramelo moteada a base de lunares. Donde Eri tenía un mapa del tesoro, Anastasia simplemente tenía una niebla que cubría cualquier cosa debajo de ella. Su piel de porcelana no tenía dibujo alguno. El pelo rubio, liso y larguísimo, brillaba como una estrella, pero no era eso lo que más me llamó la atención, sino sus ojos. Sus ojos eran azulísimos, de un color de los que sólo ves en las películas o las revistas (donde, por supuesto, están idealizados). No eran zafiros, como podían serlo los míos; ni siquiera eran diamantes, como los de Niall; eran auténticos glaciares, pero unos que transmitían calor. Glaciares cálidos. Glaciares rodeados por un círculo azul oscuro, como el cielo nocturno.
-Nací en Rusia-me explicó-, y voy allí todos los veranos. Ya puestos a tener mal tiempo, al menos lo tenemos a lo grande.
-Así que por eso no tienes acento.
-Exacto, exacto. Mi madre es francesa, ¿sabes? Se mudó a Rusia cuando conoció a mi padre, tuvieron una noche loca, y todo ese rollo de las comedias malas norteamericanas. El caso es que de vez en cuando voy a Francia, pero llevo viviendo aquí desde que era una enana-se encogió de hombros-. Con mis abuelos, que se mudaron a estas islas después de que el gilipollas de -Stalin se cargara a mi bisabuelo. Menudo hijo de puta-negó con la cabeza, sonriendo. Max la miró y le acarició la espalda,ella siguió hablando-. Volvían de vez en cuando, pero las cosas ya no eran como antes. Tuvieron a mi padre en Rusia y lo criaron allí, pero en seguida lo trajeron de vuelta a Inglaterra. Este país mola más que el otro. Y luego llegué yo. Mi abuela se empeñó en que mi madre no me iba a parir en la tierra de los franceses, que se rinden por cualquier tontería, así que la obligó a permanecer todo el embarazo en frontera rusa. Querían que aprendiera ruso, pero... los cojones-hizo un corte de manga al aire-. Lo primero que dije fue "yo el ruso no lo aprendo". Es una tontería. Sus letras son raras y nadie más lo habla. Mi abuela casi me mata, pero ahora se alegra-se encogió de hombros.
-Qué interesante es todo.
-Yo he visto más mundo que tú.
-Lo dudo-repliqué. Nos habíamos caído inexplicablemente bien.
-Louis tiene una 16ª parte belga.
-El chocolate belga está buenísimo-replicó Max, asintiendo con la cabeza. Deduje que su vida no era tan interesante.
-Como yo-repliqué, encogiéndome de hombros. Nos echamos a reír.
-Anastasia-dije, ella alzó la vista y se me quedó mirando-, ¿por qué cantas en bares? ¿Por qué no haces como hice yo? Tienes talento, y una voz genial. Podrías ganar The X Factor si te lo propusieras.
-El caso es-murmuró, rascándose el brazo mientras pensaba qué decirme-, que no me gusta que la gente me diga qué debo cantar y cómo debo cantarlo. Además, así puedo estar con Max y con Joe, que suenan como patos mareados.
Max bufó.
-No protestas cuando te hago los coros.
-Eso es, cariño, porque como corista eres... normal. Pero no estás para cantar tú solo-replicó, tocándole el brazo  con cariño, consiguiendo así que no se enfadara.
-Vete a la mierda, Ana.
Anastasia se echó a reír. Su risa sonaba como una campanilla agitada para llamar a los siervos de las cortes del zar.
El batería se acercó también. Ajustándose las gafas de pasta, le cogió a la chica su vaso y se bebió lo que quedaba de un trago.
-¡JOE! ¡HIJO DE PUTA!-gritó la chica, negando con la cabeza y dándole un manotazo en el brazo al tal Joe, que se parecía muchísimo a Adam Levine en el videoclip de Payphone. 
Joe los apuró para que se levantaran. Quedaba la última parte de su pequeño concierto.
Ella asintió, se alejó de la barra y llamó a Max, que estaba intentando apurar a la par que disfrutar al máximo de su ron con Coca Cola.
-Ya voy, hostia, ya voy-gruñó, limpiándose la boca y subiendo. Daphne me miró, se encogió de hombros y decidió que podíamos quedarnos sentados, si me apetecía. La verdad era que me daba igual, así que no protesté. Apoyó los codos tras de sí en la barra y esperó a que la chica llenara la sala con su voz.
Anastasia se afanó con California king bed, de Rihanna, recordándome a aquella vez en la que Zayn y Eri habían apostado que ella no podía hacer las notas a las que la americana llegaba. Eri llegó, por lo que Zayn tuvo que ir una semana entera por dentro de casa con los pantalones en el pecho y las camisetas en las piernas. Nos reímos muchísimo.
Cantó una canción de Nicki Minaj que no había oído en mi vida, Marilyn Monroe. La canción era preciosa, tanto que hasta dudé de la autoría de la rapera, pero yo no era el experto.
El público que quedaba, que no era tan poco como al principio pensé que iba a estar, aulló con I will always love you, de Whitney Houston.
Y luego, para despedirse, Chasing the sun. 
Cerré los ojos, escuchando su voz. De repente, se parecía mucho a la de Eri cuando cantó la misma canción. Aún no la habíamos publicado, pero ya estaba lista para ser lanzada, y nuestra banda rival ya había hecho lo propio con una de las canciones de Take me home que escogieron.
Clavé la vista en Anastasia, que sonreía con aquellos dientes blancos, impolutos, mientras clavaba los ojos en mí. Parecía estar pasándoselo bomba desatando una tormenta en mi interior.
Daphne me acarició el brazo, la miré.
-¿Estás bien?-preguntó, preocupada, mirándome con la misma cara que pondría ante un cachorrito abandonado que se acaba de encontrar por la calle.
Asentí con la cabeza y, en cuanto su amiga dejó de actuar, me sacó del bar con la excusa de que era demasiado tarde y la otra querría quedarse a solas con su novio. No protesté, en realidad me parecía estupendo largarme de allí. Me había recordado que no habíamos grabado el vídeo completo con Eri, y que probablemente ella no apareciera ni aunque le suplicáramos a las estrellas que le hicieran llegar el mensaje de que la necesitábamos, de que yo la necesitaba.
Acompañé a Daphne a su casa después de ver cómo entregaba hasta su alma en el concierto, sin importarle la canción o lo que los demás pensaran de ella. Creía que estaba empezando a admirarla.
Se apoyó en la puerta y jugueteó con le cuello de mi camiseta mientras se mordía el labio, pensativa.
Decidí probar suerte, porque, mientras se mordía el labio, me di cuenta de una cosa: era lo más parecido a Eri que iba a tener jamás. Y no quería perder a la mejor copia que podía encontrar si la original se negaba a salir a la luz.
Me incliné a besarla. Sus labios eran suaves, sabían a frambuesa... seguramente utilizaba el mismo lápiz de labios que Eri.
Se me quedó mirando cuando me separé de ella.
-¿Eso es un sí?-inquirió, sonriendo y acariciándome la nunca. No quería que parara, quería que estuviera así toda la noche, con los dedos enredándose y desenredándose en mi pelo.
-Es un quizá. De momento.
-Es más prometedor que muchos síes que me han dado.
-Me alegro.
Volví a besarla, me había gustado cómo sabía.
-¿Nos vemos mañana, griega?
Una de las ventajas que tenía sobre Eri era que podía disponer de ella cualquier día, sin importar si fuera fin de semana o no, porque vivía en mi ciudad.
-Vale, francés.
Le acaricié la cintura.
-Adiós, yogur.
-Adiós, don guillotina.
Alcé las cejas, sin saber de qué me hablaba.
-¿Qué?
-Louis XVII y María Antonieta. Se los cargaron en la guillotina.
Sonreí.
-Es malísima, Daphne-negué con la cabeza antes de echarme a reír.
-Lo sé-se encogió de hombros y desapareció, dejándome solo en la noche. Me giré y empecé a andar en dirección a mi casa, con una sensación de estar traicionando a alguien a quien no debía nada en el estómago.
Era Eri quien me había dejado. Era Eri la que me había librado de la correa y me había echado de casa a patadas. No podía culparme por buscar un refugio en otro hogar donde encontrar calor.
Todavía sentía el sabor de sus labios, el de los de Eri, los mismos labios, en los míos.

martes, 25 de junio de 2013

Espejismos.

Me froté la cara y miré a Noe, dormida a mi lado, mientras el reloj de la mesilla de noche se negaba en redondo a hacer que sus agujas fueran más rápido. Fruncí el  ceño, me destapé un poco y me senté apoyando los pies en el suelo. Noe se limitó a girarse en la cama, mascullar algo en sueños en voz tan baja que no lo habría entendido ni aunque no lo hubiera dicho en español, y siguió en el séptimo sueño.
Pero yo no podía dormir. De hecho, no me explicaba que ella estuviera dormida. Quiero decir, ¿cómo era capaz? Era imposible que estuviera durmiendo como lo hacía, a pierna suelta, a pesar de todo lo que había pasado. Yo apenas podía cerrar los ojos sin temer a la oscuridad que se adueñaba de mi alma.
Eri se había ido, para no volver.
Y Noemí dormía como si nada, a pesar de ser la persona que menos la había apoyado en todo, desde que las conocimos.
Me mordí el labio, me pasé una mano por el pelo y me dirigí a la puerta. Sabía que no iba a dormir más, y no me apetecía estar al lado de Noe en la cama. Que no me pareciera bien que se durmiera no quitaba de que no era tan cabrón de hacer que despertara.
El suelo estaba sorprendentemente frío, aunque no debería parecérmelo tanto. Al fin y al cabo, sólo estábamos a mediados de febrero. El tour empezaba la semana siguiente, y ya estábamos con los ensayos hasta el cuello. Había sido muy complicado, porque, después de que Eri lo dejara (y estaba seguro de que había sido el último que había hablado con ella), Louis se encerró en sí mismo de tal manera que ni siquiera fue a los ensayos. No había mucho que memorizar, pero aun así no nos venían nada mal los ensayos. Serían una tontería, terminaríamos haciendo lo que nos diera la gana en el escenario, como siempre, pero aun así, nunca sobraban.
Caminé en silencio hasta la cocina y no me sorprendió en absoluto encontrarme a Liam allí. Estaba bebiendo de un vaso lleno hasta arriba de líquido marrón Coca Cola. Con cafeína. Se moriría de sueño durante el día, pero era lo único que conseguía tranquilizarlo. Lo único que no llevara alcohol, y todavía era reacio a beberlo en casa. Una cosa era excederse una noche porque estábamos de fiesta y otra muy distinta ir a buscarlo a la nevera sin pretexto alguno, nada más que deleitándose en la destrucción de sus riñones, que parecían haber recordado que eran riñones 20 años después de lo debido.
-¿No puedes dormir?-inquirió, mirándome y dando un pequeño sorbo de su bebida. Me encogí de hombros.
-Son demasiadas cosas en demasiado poco tiempo.
Asintió con la cabeza, dándome la razón. Podría entrar la lista de frases célebres de nuestra historia, entre el Que hablen de mí aunque sea mal, de la gran Marilyn Monroe, y Sólo sé que ya tu sabes, de alguien anónimo que no tenía otra cosa mejor que hacer que juntar a Sócrates y Pitbull en una misma frase. Aquello debería considerarse delito capital, y la persona que lo había hecho debería ser exiliado a un planeta alejado de nuestra galaxia, como mínimo.
-Harry-murmuró Liam, llamando mi atención. Levanté la vista y me lo quedé mirando, me había dicho algo, pero no lo había escuchado.
-¿Qué?
-¿Qué te parece que deberíamos hacer?-repitió. Me encogí de hombros.
-Ya lo he dicho esta tarde-me encogí de hombros, robándole el vaso y dando un leve sorbo. No quería agotarle su única fuente de recursos, pero... lo necesitaba.
No, en realidad necesitaba algo más fuerte.
-No sé si estoy listo para ir a verla descansar debajo de una lápida.
-No estará descansando hasta que alguno vaya a pedirle perdón. Y ese alguno debería ser Louis. O, al menos, deberíamos contárselo.
-Sabes que no podemos, todavía no.
No era lo correcto, y todos lo sabíamos, pero en el fondo de nuestro corazón sabíamos que no había otra opción. Sería lo más sano para él. Si era capaz de encerrarse una semana en casa y pasar de su cuerpo mientras se torturaba psíquica y emocionalmente con vídeos de ella, fotos, o lo que fuera, ¿qué no haría Louis si se enteraba de que aquello era lo único que quedaba, la única huella del paso de Eri por el mundo, lo único que probaba que efectivamente había existido, y no había sido un espejismo?
Pero también sabíamos que Louis podría encerrarse en sí mismo, en lo que tuvo con ella, y negarse a mirar más allá del horizonte. Siempre había una isla que prometía clama detrás de un naufragio escondida donde la vista no alcanzaba a verla. Entonces, sólo tenías que sentarte en tu improvisada balsa, y esperar a que las corrientes te llevaran hasta ella. Aquella isla sería el paraíso, le faltara lo que le faltara. Sólo tenías que esperar a  ver cómo se recortaba su silueta contra la unión del cielo y el mar.
Louis no iba a hacer nada por mirar en ninguna dirección o buscar nada que lo sacara del agua, y lo sabíamos. Estaba demasiado ocupado en intentar reflotar el barco que se hundía, arrastrándolo sin remedio a las profundidades  más oscuras del océano.
Así que, si por él fuera, no iba a avanzar. Nunca le diríamos que Eri había muerto. Y ella nunca podría descansar.
-Y todo porque tenemos que mantenerlo vivo a él-musité, pensativo. Liam parecía estar siguiendo la línea de mis pensamientos con precisión milimétrica, porque respondió:
-Ella seguirá viva mientras él respire, y lo sabes.
La verdad era que sí.
-Tenemos que conseguir que mire hacia delante.
-¿No has oído lo de la fiesta? Cuanto antes lo llevemos por ahí, mejor. Antes volverá a ser lo más parecido al de antes que será nunca. Y antes podremos funcionar con normalidad.
-Nunca hemos funcionado con normalidad, Liam, y lo sabes-repliqué, sonriendo. Liam me devolvió la sonrisa, apartando la vista por fin del vaso al que parecía empeñado en hacer vomitar su líquido marrón.
La sonrisa se borró cuando volvió los ojos a su juego particular. Parecía bastante entretenido.
-El problema son las chicas. Siempre nos recordarán a ella.
-A nosotros nos dolerá, pero imagínate Louis.
Me encogí de hombros; la verdad era que cada rincón en aquella casa podía recordarnos a la chica que se había ido si nos parábamos a pensar. Su casa estaba aquí. Su hogar era éste.
Una chispa se encendió en mi cabeza.
-¿Y si la mataron?
Eri no era tan gilipollas de suicidarse. Sabía de sobra que, pasara lo que pasara, volvería con Louis, harían las paces, y terminarían casándose y teniendo muchos hijos.
-¿Cómo van a matarla, Harry? ¿Quién querría matarla? ¿Y por qué?
La única persona que la odiaba lo suficiente como para querer destruirla era Elton John. Sí. Eso sí tendría sentido... de no ser porque Elton John tenía cosas más importantes que hacer que preocuparse por una chica de 16 años que estaba a la altura de la suela de sus zapatos en el aspecto musical. Todos lo estábamos en realidad, pero más Eri, que no tenía disco propio y que debía toda su fama a nosotros.
-Eri no se suicidaría.
-Eri lo ha hecho, ¿vale? Eri le perdonaría cualquier cosa a Louis, salvo que le mintiera. Louis lo hizo. Eri no lo soportó. Lo dejó. Perdió la razón para vivir. Y terminó con su vida.
El razonamiento era tan cercano a ella que me dio miedo.
Me acerqué a la nevera y saqué una cerveza. Tal vez Liam no viera la emergencia de la situación, tal vez no quisiera arriesgar su salud y sus órganos internos... pero yo sí. Yo veía lo peligroso de la encrucijada en la que nos encontrábamos, y sabía que no había nada que pudiéramos hacer para tranquilizarnos que no fuera meternos una de las mayores mierdas en el cuerpo.
-Tenemos que conseguir que la odie. Sólo así la dejará ir.
-Ni siquiera tú la odias, Harry-replicó Liam mientras observaba cómo daba un sorbo de la cerveza con la que me había hecho. Me encogí de hombros y asentí.
-Pensaremos algo. Somos 5 cabezas pensantes, ¿no?
-Seis, si contamos a Alba.
-No estaba contando a Noe-me encogí de hombros, terminando la botella de una sentada. Cada vez me parecía más a Louis.
Mejor, así aprendería a pensar como él.
Me despedí de Liam y subí las escaleras. Me pasé toda la tarde en vela, dando vueltas en la cama lo más levemente posible para que Noe no se despertara, con una sola cosa rondándome la cabeza: había que encontrar la manera de convertir un cachorrito del perro más mono del mundo en una hiena enferma y solitaria. No iba a ser fácil. Más bien sería imposible.
Confiaba en que a alguien se le ocurriera algo antes que a mí, porque de ser de otra forma, estaríamos jodidos.
Sin embargo, pareció que no hizo falta. A los pocos días, después de que la rutina volviera a casa y que la palabra Eri se convirtiera en el tabú más indeseable de todos los tiempos, Louis decidió que era hora de salir de fiesta. Todos aplaudimos su decisión; nadie le había puesto la idea en la cabeza, había surgido de él, lo que la hacía doblemente buena y apta.
Noe se acercó a mí y me abotonó la camisa.
-Ven con nosotros-le pedí por enésima vez, acariciándole los nudillos. Podía cerrar los dedos y meter su mano abierta entre estos y mi palma. Era tan pequeña, tan delicada... no quería dejarla sola.
Negó con la cabeza, rascándose el brazo.
-Me encantaría, Hazza, pero tengo que quedarme aquí... por el bebé.
-¿Qué le pasa?
-Oh, nada, no te preocupes-se puso de puntillas, literalmente, y estiró los brazos para colocarme bien el cuello de la camisa. Estiró al máximo las cadenas de mis múltiples colgantes, idénticas a la única que sostenía el que llevaba Louis, una chapa solitaria de la que se negaba a deshacerse bajo ningún concepto, aunque fuera el yugo que lo mantenía aún bajo la sumisión de Eri.
Me había acostumbrado a pensar en ella como una condesa medieval que trataba a los demás, que no eran más que sus siervos, peor que a perros, pero esa concepción de ella se largaba bien lejos cuando recordaba sus ojos clavándose en mí, sentados en aquella piscina tanto tiempo atrás, moviendo los pies antes de los Juegos Olímpicos, diciéndome que no era perfecta y que después de que todo pasara volvería a comer. No teníamos que preocuparnos.
-¿Seguro, nena?-pregunté, cogiéndole las manos en las mías. Asintió.
-Supongo que será molesto para él estar metido en mi barriga, donde se amplificarán los sonidos del bajo.
Le puse la mandíbula en la frente. Se quedó muy quieta, disfrutando de nuestro contacto. Me acarició el abdomen como si temiera romperme.
-Voy a echarte de menos esta noche-susurró.
-Volveré. Siempre lo hago.
Noté cómo tragaba saliva, no sé cómo, pero lo noté.
-Siempre vienes tarde.
-No es verdad.
-Sí que lo es.
Me dio por pensar en Nueva York. Había tardado casi un mes (o un mes, directamente) en encontrarla y decirme que no me importaba lo que hubiera hecho. Había tardado un mes en darme cuenta de lo que pasaba. Y, ¿quién sabía de lo que estaba tardando en enterarme?
Me incliné hacia abajo y la besé en los labios. Cerró sus dedos en mi pelo, posesiva, mientras abría la boca y dejaba que mi lengua entrara allí, empujándola despacio con la suya.
Sin pensar, sólo dejándonos llevar, nos acercamos hasta la cama. Me senté en ella y ella se sentó a horcajadas encima de mí, apartándose el pelo a un lado. Todavía no se le notaba el vientre, pero que estuviera embarazada otorgaba algunas ventajas en cuanto al sexo se refería.
Por ejemplo, no hacía falta tomar precauciones, porque el peligro ya nos había alcanzado.
Le quité la camiseta y disfruté de la vista de su sujetador. Se echó a temblar al ver mi mirada, sonreí, y volví a besarla. Ella respondió con una furia que apenas había probado antes. Me desabrochó la camisa y dejó que se deslizara por mi piel, iniciando un fuego abrasador en mí que sólo se extinguía  con una única solución.
Me empujó hasta tumbarme encima de la cama y se libró de mis pantalones.
-Me ha llevado mucho vestirme, nena.
-Sabes que soy experta en desnudarte-replicó, divertida, besándome los tatuajes. Le quité el pantalón y las bragas, y la observé desnuda frente a mí.
-¿No me quitas el sujetador?-ronroneó.
-¿No me quitas los bóxers?-repliqué, imitándola. Se echó a reír y ella misma terminó de desnudarnos.
Luego, dejó que me metiera despacio en ella. Cerró los ojos y se acercó a mi boca.
-Esto es lo que llega tarde cada noche.
Sonreí.
-Porque no lo pides.
Alzó las cejas.
-No tendría que... pe...dirlo-murmuró entre embestida y embestida. Que estuviera debajo no significaba que no pudiera jugar-. Eres m...mío, Ha...rry... y se supone... que... no... que... sabes...
-¿Noe?
-¿Qué?
-Cállate y disfruta, anda-susurré, dándonos la vuelta y poniéndome yo encima. Suspiró, asintió con la cabeza y abrió la boca, dejando escapar gemidos cada vez que yo me movía dentro de ella. Habíamos hecho al pequeño así, y fingir que fabricábamos bebés con una coordinación milimétrica se nos daba muy bien. Me pasó las manos por la espalda,  suplicando más, que fuera más adentro, más rápido, más todo. Simplemente más. Y yo se lo di.
Sonrió cuando llegó a lo más alto, y la sonrisa se convirtió en una mueca condescendiente cuando salí de ella.
Los chicos llamaron a la puerta. Tuve la corazonada, muy acertada, de que nos habían estado escuchando y habían esperado a que acabáramos para llamarme.
-¿Harry? Mueve el culo-era Zayn. Me lo imaginé apoyado contra la pared al lado de la puerta, fumando su eterno cigarro, echando el humo fuera de su cuerpo como la locomotora que conducía a Hogwarts.
Los incompetentes del Ministerio de Magia no me habían enviado la carta de admisión a pesar de que sólo tenían que cambiarme el apellido y el segundo nombre-. Vamos a llegar tarde.
Miré a Noemí con ojos como platos y se echó a reír.
-Sabes que odio decirte esto, pero, ¡te lo dije!
-No lo odias, y lo sabes.
Puso morritos, pero yo pasé olímpicamente de ella. Deberían darme una medalla o algo así.
-Mira a ver si no me pones mucho los cuernos.
-Por esta puñalada que me acabas de dar, me lo pensaré.
Hizo una mueca, intentando darme pena.
-¿Harry? ¿Me vas a dar un beso?
-No, estoy reservando mis labios para las putillas de discoteca que me esperan.
Entrecerró los ojos.
-No te van a hacer disfrutar como lo hago yo.
-¿Y si me llevo a dos a la vez a la cama? No puedes competir contra dos, pequeña.
Meneó la mandíbula, alzando una ceja en actitud provocadora.
-El caso es que no las vas a querer como a mí. O al menos, más te vale, por la salud de tus pelotas.
-No, mi amor, en eso tienes razón. Pero el sexo sin amor también es placentero.
-Vete a la mierda, Harold-espetó Noemí, poniendo los ojos en blanco y tapándose con las mantas. Sonreí.
-¿No vas a vestirte?
-No contigo aquí metido.
-Es una pena. Me gusta verte.
Cogí los pantalones y salí al pasillo. Zayn se me quedó mirando.
-No hay cojones a ir así.
-Los hay, pero Noemí me mata.
Miré en dirección al pasillo. Liam se había sentado y trataba de convencer a Louis de que se pusiera otra camiseta, porque la que él quería no la encontraba.
-¿Dónde la has metido?
-No lo sabe.
-Sí que lo sé, me cago en mi puta madre-replicó él, metido en su habitación y abriendo y cerrando cajones a diestro y siniestro. Pero con un poco de suerte, habrá vuelto misteriosamente a mi armario.
-¿Qué camiseta buscas?
-La de la cara feliz de los tres ojos-me informó Liam, frotándose la cara. Noe salió envuelta en la sábana, muy digna, y se metió en el baño.
-¿Dónde la viste por última vez?
-La tenía puesta Eri-espetó Louis como si nada. Liam abrió la boca y me miró. Fue increíble la frialdad con la que lo dijo, como si Eri no fuera más que una estatua a la que los habitantes del pueblo se empeñaban en vestir. Creímos que se había curado.
Nos equivocábamos, evidentemente, porque cuando llegamos a la discoteca y decidimos emborracharnos para ahogar las penas (sorprendentemente Liam fue el primero en no poder tenerse en pie), cuando un ejército de pivones se acercaron a nosotros dispuestas a pasar una noche loca, cuando Louis apenas se acordaba de su nombre completo, y desde luego no sabía que tenía carnet de conducir, la tía más cañón de las que se habían acercado a nosotros se le tiró encima y parecía empeñada en violarlo en la discoteca.
Y Louis, como poseído por el demonio y luchando contra esa posesión, se la intentó quitar de encima en varias ocasiones. La tía le abría la camisa y le besaba el pecho, pero Louis apartaba la cara cuando se atrevía a subir.
-No, no, para...
Entendía que no quisiera que le tocaran así todavía, lo de su chica era muy reciente y había sido muy fuerte y bonito, pero...
-Para, en serio... tengo novia.
La madre que lo parió. Seguía con la cantinela.
Al oír esa última palabra, la chica se retiró a todo correr, como se retira el agua de mar cuando la marea comienza a bajar, y desapareció por el fondo de la discoteca.
La seguí con la mirada el tiempo justo para ver cómo se detenía y hablaba con un grupo de chicas mucho más reducido. Una pelirroja fruncía el ceño, asentía con la cabeza y trataba de encontrar el lugar del que provenía su amiga, con la esperanza de ser ella la afortunada que consiguiera arrastrar a su cama a un Louis con su alma contaminada de alcohol hasta tal punto de que apenas sabía quién era, pero que sí que recordaba la existencia de Eri. La primera chica le dijo algo, la otra sonrió, fingió desmayarse y se mordió el labio mientras lo miraba. Otra chica rubia hizo lo propio, mirándolo con una ternura infinita. No necesité acercarme a ella para saber que era Directioner. Sólo nuestras fans nos miraban así.
La presunta Directioner negó con la cabeza, le dijo algo a sus amigas y barrió la discoteca con sus ojos marrones con un ligero toque caramelo.
Cuando se posaron en mí, se quedaron clavados. No parecía muy segura de que la hubiera visto, o lo más probable sería decir reconocido.
No escuché cómo la copa se rompía al estrellarse contra el suelo, derramando mi bebida, por culpa de la música que me hacía botar la  caja torácica.
Aquellos ojos estaban muertos.
Aquellos ojos eran los de Eri.

domingo, 23 de junio de 2013

If you can't handle my worst, you ain't getting my best.


I can be selfish, be so impatient 
Puedo ser egoísta, ser muy impaciente
Sometimes I feel like Marilyn Monroe
A veces me siento como Marilyn Monroe
I'm insecure yeah, I make mistakes 
Soy insegura, sí, cometo errores.
Sometimes I feel like I'm at the end of the road. 
A veces me siento como al final de la carretera
I can get low, I can get low, 
Puedo hundirme, puedo hundirme,
Don't know which way is up 
No saber cómo subir
Yeah, I can get high, I can get high, 
Puedo escalar, puedo escalar
Like I could never come down.
 Como si nunca me fuera a caer
Call me cursed 
Di que estoy maldita
Or just call me blessed 
O simplemente bendita
Ify you can't handle my worst, 
Si no puedes manejar lo peor de mí,
you ain't getting my best. 
No te vas a llevar lo mejor.
Is this how Marilyn Monroe felt, felt, felt, felt?
 ¿Es así como Marilyn Monroe se sintió?
Must be how Marilyn Monroe felt, felt, felt, felt.
 Debe de ser así como Marilyn Monroe se sintió.
It's like all the good things, they fall apart like 
Es como si todas las cosas se rompieran como,
Like Marilyn Monroe 
Como Marilyn Monroe.
Truth is we'll mess up til we get it right. 
La realidad es que lo estropeamos hasta que lo arreglamos.
I don't wanna end up losing my soul.
 No quiero terminar perdiendo mi alma.
I can get low, I can get low, 
Puedo hundirme, puedo hundirme,
Don't know which way is up 
No saber cómo subir
Yeah, I can get high, I can get high, 
Puedo escalar, puedo escalar
Like I could never come down.
 Como si nunca me fuera a caer
Call me cursed 
Di que estoy maldita
Or just call me blessed 
O simplemente bendita
Ify you can't handle my worst, 
Si no puedes manejar lo peor de mí,
you ain't getting my best. 
No te vas a llevar lo mejor.
Is this how Marilyn Monroe felt, felt, felt, felt?
 ¿Es así como Marilyn Monroe se sintió?
Must be how Marilyn Monroe felt, felt, felt, felt.
 Debe de ser así como Marilyn Monroe se sintió.
Take me or leave me 
Tómame o déjame,
I'll never be perfect, 
Nunca seré perfecta
Believe me, I'm worth it. 
Créeme, merezco la pena.
So take me or leave me 
Así que tómame o déjame.
Take me or leave me.
 Tómame o déjame.
I can get low, I can get low, 
Puedo hundirme, puedo hundirme,
Don't know which way is up 
No saber cómo subir
Yeah, I can get high, I can get high, 
Puedo escalar, puedo escalar
Like I could never come down.
 Como si nunca me fuera a caer
Call me cursed 
Di que estoy maldita
Or just call me blessed 
O simplemente bendita
Ify you can't handle my worst, 
Si no puedes manejar lo peor de mí,
you ain't getting my best. 
No te vas a llevar lo mejor.
Is this how Marilyn Monroe felt, felt, felt, felt?
 ¿Es así como Marilyn Monroe se sintió?
Must be how Marilyn Monroe felt, felt, felt, felt.
 Debe de ser así como Marilyn Monroe se sintió.

sábado, 22 de junio de 2013

No hay vida sin ella.

Me quedé mirando el grifo mientras el agua corría a toda velocidad,  gastando los recursos del planeta. Aferraba el papel con tanta fuerza que sabía que bien podría estar manchándolo con mi propia sangre. Cerré los ojos, clavando las uñas en el lavabo, de tal forma que se me habrían vuelto níveos de haber echado un sólo vistazo.
En mi interior se libraba la batalla que decidiría si las 13 colonias se convertían en un estado independiente, que acabaría siendo el más poderoso del mundo, o si simplemente seguirían siendo un satélite más de un planeta ya de por sí enorme, pero cuyos días estaban contados. Es decir, ¿se lo decía a Louis o no se lo decía?
No hacía falta ser muy listo para saber que si me acercaba a él y le entregaba el pequeño papel cuyas palabras y su traducción intuía él querría ir detrás de ella a sacarla del mundo de los muertos antes de que fuera demasiado tarde. Y eso significaría cerrar puertas y ventanas y asegurarme de que no se intentaba cortar la cabeza con nada.
O abrirse las venas, como había hecho ella. Y, encima, con una cuchilla de afeitar que seguramente había sido de él.
Dios, Dios, Dios pensé mientras una nueva oleada de arcadas amenazaba con volver a tumbarme. En mi boca ya se había instalado el asqueroso sabor de la bilis, y no estaba seguro de poder soportar vomitar con la violencia con que lo había hecho la primera vez.
Eri estaba muerta. Nunca más íbamos a verla. Lo peor de todo era que en el fondo de mi corazón sabía que todos elegiríamos por unanimidad quedarnos callados, no decir nada al mayor de nosotros, esperar que la olvidara, dejar que el tiempo hiciera lo que tuviera que hacer.
No iba a ser así, pero por lo menos conseguiríamos un poco de tiempo para asimilarlo nosotros y, después, conseguir prepararlo para la noticia. No nos perdonaría fácilmente que se lo ocultáramos, fuera el tiempo que fuera, pero, ¿qué más podíamos hacer? No podíamos dejar que hiciera ninguna tontería.
Me imaginé a mí mismo saliendo del baño, con la cara más pálida que nunca y tendiéndole el papel a Louis, que no entendería nada, pero cuya mirada se iluminaría al ver el nombre de su chica, la muerta, allí. No iba a comprender el verdadero significado, simplemente sonreiría porque había un indicio de que Eri había sido real, que no se la había inventado... y yo tendría que explicarle que ella no iba a volver, no iba a poder abrazarla otra vez, ni verla sonreír, ni besarla, ni llevársela a la cama... nada. Yo sería el mensajero que llevaría las noticias de que habíamos perdido a una de las cosas que todos más valorábamos.
Louis era algo precioso ya de por sí. Teníamos que cuidar de que nunca, jamás, se alejara de nuestro lado, y de no alejarnos del suyo. Pero su versión femenina había conseguido aumentar esa necesidad de protección.
No habíamos llegado a protegerla como deberíamos.
Me acerqué al salón y contemplé a Louis: estaba bebiendo a sorbos gigantes unas cuantas cervezas. Ya llevaba dos. Me fui en silencio, con una única cosa clara: si estaba intentando emborracharse, era que estaba muy jodido. Y, si estaba muy jodido, no estaba como para que le dijeran que las cosas habían ido a peor, especialmente cuando él no lo creía posible.
Me pasé toda la noche dando vueltas en la cama, y terminé durmiéndome a eso de las 6 de la mañana sólo para despertarme a las 8. Tenía unas ojeras increíbles, pero Louis no dijo nada. Latas y latas de cerveza y demás bebidas alcohólicas poblaban el salón, haciendo las delicias de cualquier enfermo de Diógenes. Negué con la cabeza, él se me quedó mirando y sacudió la suya.
-¿He dicho yo algo de los discos que te adornan la cara?
-No he dormido una mierda-repliqué en susurros, sentándome a su lado en el sofá. Se me quedó mirando, jugando con un muñeco de silicona anti estrés que no había visto en mi vida. Era una especie de gusano, compuesto de varias bolas de distintos colores unidas entre sí. Acerqué la mano para tocarlo. Estaba caliente, así que deduje que había estado haciendo el tonto con él toda la noche.
-¿Y eso?-frunció el ceño-. El que está de cacería soy yo.
Ya, bueno, pues creo que no vas a tener que matar a nadie para encontrar un cadáver, pensé, cargado de veneno, pero no dije nada. Me encogí de hombros.
-Estoy preocupado por ella.
-Bienvenido al club. Tenemos galletitas en la despensa, y leche fría en la nevera. Sírvete.
No pude evitar sonreír, y me prometí a mí mismo hacer todo lo que fuera necesario con tal de mantener con vida a ese Louis que valía su peso en oro y diamantes.
Cogí una cerveza sin mirar su reacción y sonreí cuando se tomó mi atrevimiento como un ofensa digna de una declaración de guerra. Sonrió.
-¿No estás cansado?-preguntó, de repente, después de haber vuelto a girar el rostro y centrarse en la tele. Lo miré, mordisqueando la anilla de la lata.
-¿A qué te refieres?
-A ir siempre detrás de las que te hacen daño y no poder ser capaz de querer a las que nunca te harán nada.
-¿Hablas de...?
Asintió con la cabeza.
-La culpa es mía por elegir a una que tenía otras prioridades.
-Eso hacía a Eri interesante.
-No, lo que hacía era que fuera capaz de dejarme como lo ha hecho.
El reloj dio la hora. ¿Las 10 de la mañana? ¿Ya? Imposible.
Nos miramos en silencio, midiéndonos con los ojos.
-No podías querer a otra.
-No podré amar a otra-replicó él, abriendo los ojos para darle énfasis a lo que acababa de decirme. Eso me produjo una gran pena. Tenía razón. No podría querer a otra, por lo que estaba jodido, muy jodido. Le habían roto el corazón de la peor de las maneras: llevándoselo al más allá consigo.
Le di una palmada en la espalda.
-La noche siempre es más oscura justo antes del amanecer.
-¿Y eso qué se supone que significa? ¿Que voy a encontrar a otra mejor que ella? Porque si es así, espera a que me descojone en tu puta cara. Pero con cariño, ¿eh?-gruñó. Aunque significaba exactamente eso, decidí cerrar la boca y no fastidiar las cosas. Se me podía escapar lo de Eri, y entonces estaría muy jodido.
-Significa que tal ve las cosas estén muy negras, pero que siempre hay una manera de salir.
-Esto no es la final del concurso, Niall. Ya he perdido. Me voy a casa con las manos vacías, aunque haya quedado segundo.
Me encogí de hombros.
-Desde luego, si no te abres más a las nuevas posibilidades que te llegarán ahora que no sabes dónde está, no vas a disfrutar de la vida.
-No hay vida sin ella.
Tragué saliva; tenía toda la razón del mundo. Nos miramos un rato más, y luego se levantó, diciendo que iba a comer algo. Descubrí que no había comido nada, y que no me molestaba en absoluto.
Me acerqué yo también a la cocina, nos hicimos con provisiones y regresamos al salón, comiéndonoslas en silencio. Fizzy se levantó, frotándose los ojos. Había dormido con unos pantalones cortísimos, nada decentes en una niña de 13 años. ¿Quién se vestía así? Por lo menos había que tener 15 o 16, y eso ya era joven, para ir enseñando tanta piel.
Estiró los brazos y le pidió a Louis que le hiciera el desayuno. Él la mandó a la mierda sutilmente; le preguntó si le pasaba algo en las manos y que no había nacido para ser su esclavo. Fizzy empezó a protestar, pero bastó una mirada de su hermano para que cerrara el pico.
Me pregunté cómo sería Louis enfadado con sus hermanas, con un cabreo lo suficientemente grande como para levantarle la voz a alguien a quien quería con locura y por quien haría lo que fuera.
En esa categoría, la princesa suprema era Eri.
Si yo lo tenía jodido para sacármela de la cabeza, ¿cómo pretendía hacerlo Louis?
Él se sentó con las piernas cruzadas, estudió el mando de la Playstation y decidió probar suerte y encenderla. Eri había dejado un juego metido dentro antes de largarse corriendo al otro barrio.
-Mm-musitó Louis, asintiendo con la cabeza, complacido con la elección de su difunta chica. Duda existencial: ¿era viudo, o algo así? ¿Cómo se llamaba a la gente que perdía a su pareja pero que no se había casado en santo matrimonio con ella?-. Gracias, nena-dijo en voz tan baja que me sorprendí de poder oírlo.
Fizzy llegó con una bandeja en la que había colocado estratégicamente dos sándwiches. Sus intenciones estaban claras, y yo no le iba a hacer ascos a ninguna comida. Acepté uno de los suyos, con todo lo que aquello implicaba: si se peleaba con su hermano, yo sería aliado de la Tomlinson más joven del país.
Protestó cuando el protagonista del juego le abrió la garganta a una de sus víctimas, sin que la cámara estableciera un plano en el que la imaginación jugara el resto.
-No te pongas a ver esto si no, joder, Felicité. Es para mayores de 18.
-Tu mentalidad sí que es para mayores de 18.
-Gracias- canturreó su hermano, sonriendo ligeramente mientras pulsaba rápidamente los botones, molesto por la secuencia que seguía al asesinato de alguien importante, que Ezio Auditore siempre terminaba con un Requiescat in pacie.
-Era un insulto-espetó  Fizzy, poniendo los ojos en blanco.
-En realidad, no.
-Sí que lo era-asintió ella, dándole un último bocado a su sándwich, aprovechando que la partida de su hermano se había detenido mientras otro escenario se cargaba. Se levantó de un brinco y corrió a su habitación. Volvió con un libro de tapas negras, blancas, con un pájaro azul en su centro.
Louis se la quedó mirando, sonrió.
-Ella te mataría si supiera que estás leyendo ese libro aquí.
-Ella no está aquí-replicó Fizzy, se mordió el labio y miró a su hermano. La cara de Louis había cambiado radicalmente en un único segundo. Asintió con la cabeza, cerró la partida y se levantó. Se estiró los pantalones y se nos quedó mirando a los dos.
-Comeremos aquí. Y luego nos iremos-sentenció, saliendo del salón. Me levanté y la chica hizo lo propio.
-¿Vamos a hacer algo más?
-Tengo que... despejarme la cabeza antes de largarme-se encogió de hombros, poniéndose la chaqueta y buscando unas gafas de sol que le protegieran de la claridad. No había mucho, pero desde luego sí más del que solía haber en Inglaterra a esas alturas del año. Además, serían el camuflaje perfecto.
-Lou, yo no quería decir eso...
-No importa.
-Perdóname.
-No hay nada que perdonar, pequeña-replicó, dándole un beso en la frente. Fizzy cerró los ojos, disfrutando del contacto de los labios de su hermano en ella. Seguramente nunca llegaría a hacerme a la idea de lo importante que era Louis en la vida de sus hermanas; al fin y al cabo, él las protegía y daba la vida porque ellas estuvieran bien. El sentimiento era recíproco, eso seguro.
Louis me apretó el brazo y dijo que vendría en seguida.
En seguida, sí. Claro. Cuando, preocupado después de que el reloj diera las 2, las 2 y media, las 3... yo mismo decidí salir a buscarlo. En condiciones normales no se me habría ocurrido salir de casa de Eri, porque no dominaba el idioma lo suficiente como para hacerme pasar por un español, y porque ni siquiera conocía el trayecto del supermercado más cercano a su casa. Decidí bajar al parque y dar una vuelta por allí. Había gran cantidad de perros, lo que consiguió que me pusiera nervioso, pero tuve que apechugar y seguir hacia delante, fingiendo que no me importaban. Estaba solo y podrían hacerme daño, sí; aun así, la misión que tenía entre manos era demasiado importante como para echarme atrás a la mínima de cambio.
Tenía que admitir que hacía buen día; no llovía ni hacía frío, por lo que las calles estaban bastante pobladas de niños que parecían aprovechar cada minuto de falsa primavera. Crucé el parque y reconocí la calle en la que vivía Noemí. Miré en dirección a su edificio un par de minutos y luego di la vuelta, rehaciendo el camino por el que había venido. Estaba claro que Louis no iba a estar en casa de la pequeña de las españolas.
Me acerqué a un bordillo que descendía en picado por una pared que daba a una parte más baja del parque y, atraído por le bullicio de los juegos infantiles que se alojaban en una explanada sin árboles, decidí bajar.
Acerté sin proponérmelo; Louis estaba sentado en un banco, situado en el límite de los árboles, estudiando a los niños. A pesar de que las temperaturas eran más bien cálidas, le salía vaho de la boca. Cuando me acerqué, me quedé helado.
No era vaho. Era humo de un cigarro.
-Esto sabe a mierda, pero te tranquiliza que no veas-susurró, dando una calada con una precisión que me hizo pensar que ya lo había probado antes. Me pregunté si habría tosido al principio, como se suponía que todo el mundo hacía porque nadie sabía tragar bien el humo.
-¿Por qué?-me limité a decir. Louis siguió con la vista fija en los críos, rememorando todas y cada una de las promesas de una gran familia feliz que Eri y él se habían hecho mutuamente. Sí, no era habitual que dos adolescentes pensaran en hijos, pero ellos lo habían hecho con una fuerza tal que nadie dudaba de que fueran a cumplir lo que decían.
Aquellos pequeños que correteaban y chillaban al margen de los mayores problemas de la vida era lo que más quería Louis y lo que más le habían negado. Eri había conseguido algo impensable para la humanidad: Louis ya no quería hijos propios, quería hijos propios con ella.
Aquello ya no iba a ser posible.
Se me secó la garganta y me empezaron a picar los ojos. Me senté en el banco al lado de mi amigo, que miraba impasible a los más jóvenes correr en todas direcciones.
Dio otra calada del cigarro y se quitó las gafas de sol. Las guardó en el bolsillo de su sudadera y dio otra más. Me estaba poniendo nervioso, porque ahora sabía que la Eri que vivía en él era la única que quedaba. Y no podíamos perderla.
-Louis, ¿por qué?-dije, señalando el cigarro. En la vida lo había visto así, y me estaba empezando a asustar muy seriamente. Sabía que si no lo recuperaba pronto, el Tommo que todos conocíamos y amábamos haría las maletas y se largaría para siempre, negándose a volver de la oscuridad que estaba rodeando a Louis.
-Porque nada en el mundo puede destrozarme como ya lo ha hecho ella-replicó, clavando aquellos lagos azul grisáceo en mí. Le sostuve la mirada como pude, con la garganta ardiéndome. Me apetecía mucho encerrarme y llorar durante horas, a pesar de lo estúpido de la situación: el que debía llorar era él, no yo. A él le pertenecía ese derecho, no a mí.
Le apreté el brazo, haciendo la misma señal que él cuando se fue del piso de su novia, su novia muerta, Dios, está muerta, ¿por qué?, dándole a entender que no lo iba a dejar tirado. Le lanzaría un salvavidas mientras el Titanic se hundía con la esperanza de salvarlo.
-Eres fuerte. Lo supe....
-No. Se. Te. Ocurra. Decirlo-negó con la cabeza, tragándose prácticamente el cigarro de la rabia que le daba esa frase-. No se te ocurra decir que lo superaré, porque no sé dónde está, y no sabes qué es eso, ni cómo me siento.
Asentí con la cabeza, él cerró los ojos.
-Joder, Niall, lo siento.
-No te preocupes.
-Es que... Dios-dio una última calada, tiró el cigarro al suelo y lo pisó. Se colocó bien la capucha de la sudadera y miró a ambos lados. Alzó los brazos y negó con la cabeza-. Ya no sé qué hacer, y... la quiero muchísimo, joder. La necesito aquí.
Asentí con la cabeza.
-Es lo mismo que me pasa a mí con Victoria.
Alzó las cejas.
-¿En serio?
-Lo tuyo es a lo bestia, claro.
Se pasó una mano por la cara.
-¿Qué voy a hacer ahora?
-Seguir buscándola.
-¿Dónde?
Se me había encendido una bombilla. Sabía que era cruel lo que estaba haciendo, pero nos daría mucho tiempo a los chicos.
-Te lo cuento de la que volvemos a casa. Ahora vamos con Fizzy. Tiene hambre.


Liam negó con la cabeza.
-No. No la tiene. Y lo sabéis.
-No estamos seguros-espeté yo. Necesitaba tiempo para seguir pensando, ¿es que no lo veía? Un poco de tiempo, o incluso conseguir que Louis nos dejara solos para poder contárselo y llegar a una decisión común, factible, entre todos. No estaba ayudándome negándose en redondo en llamar al americano. ¡Venga, si sólo tenía que descolgar el teléfono y preguntarle a Taylor cuatro tonterías!
Louis lo miraba en silencio. Cuando le dije lo de llamar al americano, no le pareció bien, protestó igual que lo estaba haciendo ahora Liam, con la única diferencia de que él sí que tenía una razón para protestar: necesitaba aferrarse a algo que lo consolara más que la posibilidad de que Eri lo hubiera abandonado por el actor americano, que hubiese preferido al yankee antes que a él. Aquello sería insoportable, sí, pero no era nada peligroso porque a) no era así y b) era mucho mejor que estuviera viva en brazos de otro que bajo tierra.
Todavía tenía en la memoria la imagen de él sentado en su cama, jugueteando con uno de sus colgantes, preparándose para irse y no volver. Sabíamos que no íbamos a pisar otra vez esa casa, aquella era la última vez que cruzábamos su puerta... y la única forma de despedirse que encontró Louis fue quedarse mirando el póster apresurado que Eri había colgado de la puerta acompañando al prácticamente medio centenar de pósters de Taylor. Habíamos llegado demasiado tarde; nos habíamos formado un año después de que ella encontrara de nuevo al que había sido uno de sus actores preferidos en la infancia. No había odio en su mirada, sino algo que me asustó todavía más: envidia. Louis quería más que un simple folio en el que salíamos los cinco, más que una foto con ella pegada en la pared, en un rincón que quedaba libre. Quería ser el que ocupaba toda su vida, el centro de su existencia como fan. Pero no lo era, y le dolía, mucho. Le dolía en el amor propio, en el ego de estrella, pero sobre todo le dolía porque de existir realmente ese amor, no tendría que haber ido a buscarla. Si ella estuviera con Taylor, habría cogido un avión nada más colgar el teléfono para solucionar lo que había roto.
-Deberíamos intentarlo, Liam. Por probar no perdemos nada-terció Zayn. Louis miró el cigarro mientras se lo metía en la boca. Últimamente había mandado a la mierda su propósito de año nuevo de no fumar más y había vuelto a las andadas. Tal vez se debiera a la tensión que nos había provocado a todos la ruptura de la que había sido la pareja más estable y la opción de apuesta más segura de la banda.
Harry asintió con la cabeza. Harry asentiría con la cabeza, dando su visto bueno a la ejecución de la reina de Inglaterra, con tal de que Louis estuviera contento.
Liam suspiró, estaba en clara minoría. Más bien estaba solo contra el mundo, porque Noemí no estaba para darle ese apoyo femenino que los demás en tanta estima teníamos. Era como una roca que se alza en medio del océano, proclamándose isla, y exigiendo un archipiélago que en el fondo sabe que no va a aparecer nunca.
Sacó el teléfono despacio y miró la agenda, buscando el número del chico.
-¿Quieres hablar tú con él?-preguntó, aunque sería un suicidio pasarle el teléfono a Louis. Tenía la misma cara de cabreo que le había puesto a The Wanted cuando empezaron a meterse con nosotros. Lou negó con la cabeza.
-¿Taylor? Hola, tío, soy Liam... ah, estoy bien. No me quejo. ¿Y tú?... Me alegro-asintió con la cabeza, sonriendo con aquella sonrisa que volvía loco a medio mundo, aquella sonrisa por la que muchos matarían. Me encantaba la sonrisa de Liam, era enorme, le cubría media cara. No pude evitar sonreír yo también.
Louis, sin embargo, estaba en modo depredador, y no iba a dejarse engañar tan fácilmente. Alzó las cejas, incitando a Liam a seguir con lo suyo.
-Oye, te quería hacer una pregunta. ¿No habrás visto a Eri por tu país últimamente?
-Pregúntale dónde la tiene-espetó Louis. Todos nos lo quedamos mirando mientras Taylor murmuraba algo a más de 10.000 kilómetros de distancia.
Liam asintió una única vez.
-Si la ves, ¿nos lo dirás? Se ha peleado con Louis y...
-Pregúntale. Dónde. La. Tiene.
-No, están bien, o al menos eso creemos, lo que pasa que hace mucho que no sabemos de ella, y...
Taylor contestó algo. Y encendió la chispa que haría arder el más profundo de los océanos.
Louis se abalanzó sobre Liam y empezó a chillar al teléfono, intentando hacerse oír en Los Ángeles.
-¿DÓNDE LA TIENES, HIJO DE PUTA? ¿DÓNDE LA HAS METIDO? SÉ QUE ESTÁ CONTIGO, PÁSAMELA, DESGRACIADO, O HARÉ QUE TE ARREPIENTAS DE ESTAR RESPIRANDO EN ESTE MOMENTO.
-¡LOUIS! ¡QUÍTATE DE ENCIMA! ¡CIERRA LA BOCA O TE ENCIERRO EN EL BAÑO!-amenazó el más sensato de todos, pero el interpelado no le hizo caso y siguió bramando groserías al teléfono.
La línea estaba tan callada que Taylor bien podría haber colgado. Confiaba en que no lo hubiera hecho o, de ser así, que no fuera a hacer como su mayor fan y negarse a coger el teléfono de nuevo. Aunque estaría en su absoluto derecho de negarse a hablar más con nosotros.
-¡AYUDADME, JODER!-ladró Liam, intentando quitarse a un Louis rabioso de encima. Entre Harry, Zayn y yo tuvimos que arreglárnoslas para subirlo al baño y encerrarlo allí. Nos costó muchísimo a pesar de que era el más bajo.
Nota mental: no subestimar a alguien muy cabreado, por mucho que su estatura te haga confiar en tu victoria.
Louis siguió pataleando e insultando a todas las personas habidas y por haber, sin hacer distinción entre muertos, vivos y no natos. Varias veces creímos que arrancaría el pomo de la puerta de cuajo y saldría echando espuma por la boca. Por suerte, nos equivocamos. La puerta temblaba y temblaba; nunca se cayó, pues Louis no tenía la fuerza suficiente como para echarla abajo si nosotros la sujetábamos desde fuera.
-¡Voy a salir por la ventana y os patearé el culo, panda de maricones!
Ninguno hacía caso de lo que nos decía; sabíamos que no era él quien hablaba, sino su rabia.
-¿ME OÍS? OS PATEARÉ EL CULO. Dejadme salir, desgraciados. ¡Dejadme salir!
Dio puñetazos, patadas, amenazó, suplicó, se quedó callado, pero nosotros seguimos impasibles, sin abrir la puerta, hasta que Liam subió las escaleras y asintió.
-No la tiene-espetó a un Louis sentado en el suelo sobre sus piernas cruzadas, en posición de meditación. Querría entrar en un estado de trance para poder acabar con nosotros psíquicamente. Qué bonito.
Louis gruñó algo incoherente y se levantó. Nos fulminó con la mirada.
-¿Qué coño ha sido eso, tio? ¿Por qué te has puesto así? Tú nunca te has comportado como un machito celoso.
-Eri cambia a cualquiera-se limitó a decir. Se fue a su cuarto, cogió una cazadora y se largó, sin decir a dónde iba, ni cuándo iba a volver; lo cual no hizo más que preocuparnos.
Nos miramos entre nosotros después de escuchar cómo cerraba la puerta de la calle con un único portazo que hizo temblar las paredes, asustados, porque no sabíamos lo que iba a pasar a partir de entonces. Louis podía írsenos de las manos si no lo controlábamos suficiente, sobre todo ahora, que era cuando más nos necesitaba.
-Tengo que contaros algo, chicos-murmuré con una voz de ultratumba, como sonaría la de Eri si pudiera manifestarse desde donde fuera que estuviese. Se me quedaron mirando, yo me froté la cara y pregunté por Noe.
-Está en la cama. Está muy cansada. ¿Vamos a su habitación y nos lo cuentas?
Asentí con la cabeza, y Noe abrió mucho los ojos cuando nos vio entrar a todos en tropel. Se sentó, abrazándose las rodillas bajo las mantas, y nos miró sin saber muy bien qué hacer.
-¿Qué pasa?
-Niall quiere hablar con nosotros.
Frunció el ceño y, tras mirarme, decidió salirse de la cama. Harry se acercó a ella, la ayudó a levantarse y le pasó una mano por la cintura, que le quedaba demasiado baja, y la acompañó con el mayor cuidado posible al salón. La sentamos en el sofá más cómodo y le dejamos un poco de espacio para que se estirara si quisiera.
-¿Estás mala?
-Me dan muchas náuseas, y me duele la cabeza.
-Y te ha subido la fiebre.
-No sabía que tenía fiebre-replicó Noe, negando con la cabeza y llevándose una mano de forma trágica a la gente.
Harry asintió y le acarició la mano libre.
-¿Y bien, Niall? ¿Qué pasa?-me animó Liam, alzando una ceja y dando palmadas en el sofá, a su lado. Me senté y me miré las manos.
-Es Eri. No... no va a volver.
Todos me miraron en silencio, cada uno con una expresión de sorpresa y curiosidad distinta y propia en el rostro.
-Está... muerta.
Abrieron la boca en una exclamación silenciosa. Aquello no podía ser y, sin embargo, era. Les expliqué rápidamente, sin entrar en detalles por miedo a que me dieran arcadas de nuevo, cómo había llegado a la conclusión: el olor a flores, las persianas bajadas, la cantidad de cosas que parecían faltar, la habitación de Eri, que estaba intacta, como si ella acabara de salir de casa para dar un paseo... y la cuchilla y las gotas de sangre del baño. Noe se tapó la boca con la mano, mirando al vacío. Negó con la cabeza con lágrimas en los ojos, se levantó corriendo y fue al baño más cercano a vomitar. La entendía.
Los ocho ojos que quedaban estaban rojos, ahogándose poco a poco en lágrimas por aquella que una vez había sido una de las alegrías de la huerta, y ahora no era más que una lechuga pocha, esperando que la echaran en un cuenco para que alguien diera buena cuenta de ella, aprovechando así su muerte.
¿Dónde la habrían enterrado?
-¿Estás seguro?
Asentí con la cabeza. Con esas cosas no iba a jugar.
-Dios...-murmuró Harry, negando con la cabeza-. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo se lo decimos a Louis?
-Yo creo que no deberíamos decírselo-intervino Zayn-. No todavía. Tenemos que preparar el terreno. No puede saber que se ha suicidado, porque se sentiría muy culpable.
-Es que es culpa de él.
-Es culpa de los cinco, los cinco decidimos esconder la carta, los cinco la abrimos antes que ella y se la ocultamos todo este tiempo. Nosotros también hemos matado a Eri, no ha sido sólo Louis-Liam negó con la cabeza. No había pensado en eso. Me mordí el labio y me miré las uñas, estarían manchadas de sangre de no haber sido un asesinato tan indirecto. Todos sabíamos que él tenía razón; la culpa de que Eri ya no respirara y estuviera bajo tierra era nuestra, de los cinco, no sólo de su novio, que era el único mártir.
-Tenemos que descubrir dónde está-murmuró Harry, que me había imitado en lo que a mirarse las manos se refería-. Tenemos que despedirnos de ella como se merece.
-Yo no puedo. Estuve en el baño. Vi su sangre. No podéis pedirme que me acerque a una lápida con su nombre y le diga que la quiero mucho y que la echo muchísimo de menos. No puedo hacer eso-negué con la cabeza. Zayn suspiró.
-Pero, algo podremos hacer, ¿no?
Me encogí de hombros, Liam fruncía el ceño.
-Podríamos hacerle un tributo. Algo para que la gente no la olvide. Algo que la mantenga viva aun después de haber muerto. ¿Me entendéis?
Hicimos gestos de asentimiento con la cabeza.
-Hablas del vídeo.
-Hay que convencer a Louis para colgar Chasing the sun en Youtube. The Wanted ya ha hecho su parte.
-Con Rock me.
-La verdad es que se les veía venir.
-Y Eri está soberbia en el vídeo-se rió Harry, y todos nos echamos a reír. Las palabras extrañas que sólo Eri mencionaba iban a seguir entre nosotros durante mucho tiempo. Toda nuestra vida, si ella nos las había hecho interiorizar bien.
-¿Se lo decimos a Louis?
Dije que sí en voz baja, con la boca pequeña, temiendo echarme para atrás. Tampoco parecía tan mala idea, pero el hecho de poner un vídeo en el que ella estuviera atrapada para siempre en su vestido de plumas, el mismo que había llevado al cumpleaños de Lou, seguramente no hiciera más que habíamos perdido a una estrella que prometía en un agujero negro que una vez que tragaba, se negaba a escupir.
-Seguro que le gusta-murmuró Liam, pensativo.
-Entonces, ¿está decidido? Quiero ver cómo está Noe-preguntó Harry, señalando con el pulgar la puerta por la que se había largado corriendo su novia. Le dimos luz verde y le dijimos que fuera con ella. Se levantó y la siguió, presuroso. Terminamos yendo a ver cómo estaba todos. Se había mareado, simplemente, eso era todo, y le había causado mucha impresión que Eri hubiera muerto. Necesitaba llorarla.
-Pero, ¿cómo? ¿Por qué?
-Louis.
Negó con la cabeza, mirando a Harry con ojos llorosos.
-Yo no sé si haría lo mismo por ti, Harry.
-No se te ocurra-espetó él, negando con la cabeza de forma que sus rizos rebotaran en todas direcciones.
-Nadie querría eso. Seguro que Louis tampoco lo querría.
-Louis la querría viva y feliz. No muerta y enterrada-musitó Zayn con un hilo de voz, con la vista clavada en los azulejos, que de repente parecían muy interesantes a pesar de ser totalmente blancos, sin dibujo alguno.
Noe se limpió las lágrimas entre hipidos, asintió con la cabeza y nos pidió, con la voz rota:
-Dejadme sola. Todos.
Salimos del baño y bajamos las escaleras en una procesión tan silenciosa que hubiera helado la sangre de cualquiera que nos observara. Nos sentamos frente a la tele, que alguien había encendido, sin llegar a ver realmente nada, esperando una señal divina, algo, lo que fuera, que nos dijera que estábamos equivocados y que Eri seguía por ahí, correteando entre praderas de flores, a la espera de que descubriéramos su paradero exacto.
Pero nadie nos dijo algo por el estilo.
Noe se sentó al lado de Harry, que le pasó un brazo por los hombros y le besó la frente. Pobre niña. Entre lo que había causado su embarazo en su relación, y ahora lo de su amiga muerta, no ganaba para disgustos.
-Quiero llamarla Erika.
-¿Qué?-preguntamos todos en perfecta coordinación, sin entenderla.
-Al bebé. No lo llamaré Melocotón. Quiero llamarla Erika, si es una chica.
Harry cerró los ojos.
-No la llames Erika.
-¿Por qué?
-Dolería mucho acordarse de ella.
-A mí me dolería más olvidarla-replicó la pequeña, cerrando los ojos. Contuvimos el aliento. Qué cierto era aquello, olvidarla iba a doler mucho más que echarla de menos, a la larga. ¿Quién nos decía que un día no nos íbamos a despertar por la noche recordando a aquella chica que se movía en un escenario como si ella misma lo hubiera construido? ¿Quién podría olvidar a aquella criatura que alcanzaba en cuanto a sarcasmo al mismísmo rey, a Louis?
Sus palabras fueron como una señal. Los chicos se levantaron y dijeron que iban a hablar con nuestros mánagers para poner en marcha el proceso de relanzar a la fama a una Eri que ya no estaba. Sería como hacer iluminarse a una estrella que se apagaba a pasos agigantados, sí, pero peor sería no hacer nada y esperar que el mundo se fundiera en la oscuridad.
-¿Y Alba?-pregunté a Noemí cuando nos quedamos solos, sentados el uno junto al otro en el sofá, disfrutando en la medida de lo posible de un buen plato de pasta. Noe me miró.
-Creo que estaba de compras con sus cuñadas, pero no me hagas mucho caso.
Pestañeé en señal de que la había entendido. Liam sería el encargado de contarle lo que le había pasado a Eri, yo no podría decirlo una segunda vez.
La puerta se abrió cuando el sol se ponía, pero no eran Zayn, Liam y Harry. Era Louis.
-Estoy bien. No he bebido casi nada.
Traducción: he bebido 5 cervezas, lo cual tumbaría a una persona normal, pero a mí sólo me da un punto de felicidad artificial.
Asentimos con la cabeza y Noe le invitó a sentarse con nosotros. Louis obedeció, como siempre hacía cuando una mujer le pedía algo. Las adoraba, todos lo hacíamos, pero él era su admirador número uno. Crecer entre mujeres tenía esas consecuencias.
-¿Qué tal la tarde?
-Bueno-murmuró, frotándose los ojos. Se encogió de hombros-. ¿Vosotros?
-Bueno-sonrió Noe, imitando su tono de voz. Louis sonrió. Ella se inclinó a darle un beso en la mejilla, llenándosela de gloss, pero él no se quejó-. Siento lo de Eri.
La miré con ojos como platos, ¿qué? ¿Qué dices, so loca? ¡Aún no lo sabe!
Louis se limitó a volver a encogerse de hombros.
-Ya, sí. Yo también.
Noemí le acarició despacio la cabeza, el pelo. Sabía cómo tranquilizarnos a todos. Nos encantaba que nos hicieran eso.
-Vamos a echarla de menos.
Louis sonrió, cogiendo un trocito de carne del plato de Noe con los dedos. Yo le habría dejado hacer lo mismo en esa situación, pero cuando hacías ver que no te gustaba que alguien metiera sus cubiertos en tu plato y te robara la comida, esa gente no olvidaba con demasiada facilidad.
-¿Y eso?
La mirada de Noemí se oscureció.
-La idea de entrar en aquel bar fue suya.
Todo cobraba sentido por primera vez en mucho tiempo. Que las chicas discutieran pero nunca le echaran nada demasiado grave en cara a Eri. Que Eri sonriera con esa superioridad que a mí tanto asco me daba. Eri sabía que había sido gracias a ella que ahora las tres estuvieran aquí. Eri sabía que de no haber sido por ella seguramente no las conociéramos.
Y Eri sabía que se había ganado a pulso conocernos, conocer a Louis, que él se enamorara de ella, por una simple decisión. Me pregunté si sabría que estábamos metidos en aquel bar.
La respuesta corrió a mi mente: no, pero su instinto era fuerte, y ella lo siguió, y recibió la recompensa. Premio.
Echaría de menos ese instinto suyo que le daba tanta información.
Louis iba a decir algo cuando la puerta se abrió y los chicos entraron en tropel por ella. Tenían el pelo mojado, se había puesto a llover.
Sonrieron al ver a Louis.
-¿Qué tal, Tommo? ¿Estás mejor?
Louis sonrió.
-Quiero ir de fiesta, tíos. Necesito... relajarme.
Le devolvimos la sonrisa. Sí, una fiesta nos vendría bien a todos. Y si Louis quería ir de fiesta, es que la recuperación estaría a la vuelta de la esquina. Mejor, cuanto antes se recuperara, antes le contaríamos lo que había pasado con su chica. Antes sería fuerte para enterarse de la verdad. Antes podría sobreponerse a lo que había pasado.
Además, ¿quién sabía? Quizá encontrase a una chica parecida a Eri de la que enamorarse, que lo apoyaría igual que ella había hecho, si salíamos de casa.
-¿Cuándo? ¿Vamos hoy? Es sábado-urgió Zayn, que ya tenía ganas de un fiestón como el de Año Nuevo. Lo echaba de menos.
-No, hoy no, que Noe está enferma.
-Id, por mí no os preocupéis.
-Por ella no os preocupéis-se hizo eco Zayn, divertido.
-¡Tranquilo, pequeño saltamontes! ¿Cuál es la regla número uno?-le recordó Louis, alzando las cejas.
-¿Hacer las tareas todos?-espetó Liam, alzando las cejas y poniendo los brazos en jarras en una forma que me recordó mucho a mi madre.
-Ah. Es verdad-Louis arrugó la nariz-. Entonces, ¿la tres?
-Después de la uno va la dos.
-La dos sé que era no llegar tarde a las reuniones.
-Imposible, la tres era apoyo en todo momento.
-Bueno, la regla número X.
-Despeja la X-se burló Harry. Todos lo miramos, él agachó la cabeza-. Perdón.
-Ilumínanos, Tommo.
-Todos para uno, y uno para todos.
-¿Desde cuándo somos los mosqueteros?-pregunté, frunciendo el ceño.
-Vete a  la mierda, Niall.
-No, Louis, no tenemos una de esa.
-¡PUES TENEMOS QUE HACERLA UNA REGLA!
-Vale.
-Creo que nos estamos desviando del tema, chicos.
-Bueno, que no vamos a dejar a Noe aquí sola. Y punto.
-No estoy sola. Tengo la tele.
-Que no te vas a quedar sola. Y punto.
-¿Y la bola de pelo de Alba? ¿Dónde está?
-Por ahí.
Louis puso los ojos en blanco.
-Yo quiero ir de fiesta. Pero hoy no. Ya iremos otro día. Cuando no tengamos a las mujeres en casa.
-Louis, me he mudado aquí.
-Ah. Pues entonces te quedas en casa por ocupa.
Sonreímos, Louis le sonrió a Noe.
-Eres imbécil.
-Me lo dicen mucho-el chico se encogió de hombros y nos miró-. Pero eso sí. Hoy vemos una película de miedo.
-Eso ya te lo acepto.
-Vale, me largo de esta casa-replicó Noe, subiendo las escaleras.
Nos reímos, medio esperanzados, medio divertidos, simplemente. Louis seguía allí.
Lo único que teníamos que hacer era meterlo en la nevera para que no se pudriera.
Y nuestra nevera era grande.