sábado, 8 de junio de 2013

No estoy borracho... todavía.

El suelo estaba tan limpio que prácticamente se podría comer sobre él. De las paredes, de un color blanco impoluto, colgaban varios carteles enmarcados explicando las diferentes fases del embarazo, fases por las que iría pasando poco a poco Noe hasta dar a luz al pequeño mini Styles. En el centro de la sala, había un sillón de color azul, sobre el que la doctora mandó sentarse a mi novia. Le cogí la mano y la ayudé a subir mientras la mujer no nos hacía el menor caso, ocupada en comprobar los monitores y las máquinas que nos dirían cómo estaba el pequeño.
Tragué saliva, mirando a mi alrededor, y me metí las manos en los bolsillos. La mujer señaló una silla.
-Puedes cogerla y sentarte al lado de ella, si quieres.
Sí, la verdad es que quería. Por lo menos sentarme y hacer que las rodillas dejaran de temblarme de esa manera. Ella me cogió la mano y me la apretó, mirándome a los ojos, perdiéndose en el mar verdoso. Le sonreí, y Noe me acarició despacio los hoyuelos. Tenía las manos muy suaves, las más suaves que había tenido el placer de tocar en la vida.
-Noemí-murmuró la doctora, abriendo unos cajones y cogiendo un gel-. ¿De cuánto estás?
Noe se puso tensa, se quedó quieta un momento, con la mirada perdida, echando cuentas.
-Tres meses.
Me estremecí. Tres meses era mucho tiempo, un tercio de lo que tendríamos que esperar por nuestro bebé.
La doctora asintió, cerró el cajón con la cadera y se sentó en la silla al lado del monitor pegado al asiento donde se había vuelto a tumbar Noemí. Entrelazó las manos.
-¿Y cómo vas? ¿Tienes náuseas, te mareas fácilmente...?
Noe asintió.
-Me dan náuseas muy fuertes a veces. Y noto mucho los olores.
-Es un poco pronto para que los notes, pero supongo que es normal al ser tan joven. Tienes...-consultó sus archivos, era impresionante que se hubiera hecho con un historial médico de la chica, a pesar de que ella apenas había visitado un hospital inglés dos veces, y las dos había sido para acompañar a alguien, nunca para ser tratada-. Dieciséis años, ¿verdad?
-Sí.
-Cumples los 17 en octubre.
-Sí.
-Vale-asintió, cogiendo un boli, quitándole la tapa con la boca y apuntando una cosa. Luego se me quedó mirando unos segundos.
-El protocolo debido a la edad de ella es que os pregunte a qué se debe el embarazo-me informó, tamborileando con los dedos, y recorriéndome con la mirada. Estaba claro que la doctora mataría por intercambiar papeles con mi chica. Se le notaba en los ojos.
-Pues pregunte.
-Deduzco que una violación, precisamente, no fue-murmuró, bajando la vista de nuevo hacia su papel y pasando el bolígrafo por las posibilidades. Los dos negamos con la cabeza. ¿Tanta pinta de violador tenía yo?
-Bien. ¿Usasteis métodos anticonceptivos?
-No-musitó Noe, yo me la quedé mirando. Que me hubiera engañado así había hecho mella en la confianza que era capaz de depositar en ella, mermándola en gran medida. Sí, confiaba en Noemí, pero ya no lo hacía con la fuerza con que lo había hecho antes, hacía meses. Ahora tenía miedo de que me estuviera mintiendo y no darme cuenta de ello.
-Así que, ¿fue premeditado?-inquirió, meneando los labios en una mueca. ¿Esto que nos estaba haciendo era legal?
-Sí. ¿Por qué?
-Es una encuesta. Para el gobierno. Totalmente anónima, por supuesto-aclaró, echando el pelo hacia atrás, dejando que la cola de caballo rubia le acariciara la espalda como un pincel.
-Ya-repliqué yo. La doctora se encogió de hombros, dejó a un lado la lista y cogió el bote de gel que había sacado de los cajones. Le subió la camiseta a Noemí lo justo y necesario para echarle el gel en el vientre, se aplicó un poco en la mano y lo extendió con muchísimo cuidado y delicadeza. Parecía creer que la pequeña podría romperse. Pero yo prefería que lo hiciera así.
Noe hizo una mueca.
-Está frío-murmuró, sonriendo. La doctora le devolvió la sonrisa.
-Todas nos quejamos por lo mismo, pero no te preocupes. Están trabajando en uno que se pueda calentar.
Noemí se revolvió en el asiento, subiéndose un poco, pues se iba deslizando lentamente, y observó atentamente el monitor mientras la doctora lo encendía y calcaba algunas teclas. Una imagen en azul apareció en la pantalla: líneas de distintas tonalidades cerúleas la cruzaban, pero no formaban nada que se pudiera clasificar.
-Vale, vamos a ver si encontramos al pequeño-susurró, sacando una especie de brazo conectado al aparato con un cable y posándolo lentamente en la barriga de mi chica.
La imagen cambió, y los dos clavamos la vista allí. Al principio todo eran manchas difusas, sin ninguna relación aparente las unas con las otras.
La mujer tocó algunos botones, ajustando la resolución, y empujó poco a poco el brazo de la máquina contra el cuerpo de Noe.
Una pequeña mancha cruzó a toda velocidad la pantalla para perderse en el límite de esta. La doctora chasqueó la lengua, volvió despacio sobre sus pasos y se detuvo en seco cuando la mancha volvió a aparecer.
-Ahí estás, chiquitín-murmuró para sí, asintiendo con la cabeza. Siguió paseando el brazo por el vientre de mi novia, mientras los dos contemplábamos embobados la imagen de su interior. No nos atrevíamos a pronunciar palabra.
Mini Styles era realmente pequeño.
La doctora le dio a la tecla de espacio del teclado y la imagen se congeló. Recogió el brazo, lo colocó en su soporte y se giró para mirarnos. Tocó con los dedos la pantalla, señalando la mancha que sobresalía en la oscuridad.
Escuché cómo Noe y yo conteníamos la respiración a la vez.
La mujer paseó los dedos por una curva.
-Esto es su cabecita.
Noemí estiró los dedos instintivamente, pero yo hice algo más productivo: le acaricié la barriga. Era real. El pequeño era real, no era una ilusión, ya no eran unas palabras susurradas en un momento desesperado. Había pasado de ser una simple quimera a algo mucho más grande: un bebé auténtico, un bebé que estaba en camino. No debería haber necesitado esa imagen para darme cuenta de lo enorme que era la situación en la que me encontraba, pero de repente lo vi todo muy claro: quería a ese pequeñín. Haría lo que fuera por esa manchita en una pantalla que poco a poco iría creciendo hasta convertise en una persona. Lo quería con todo mi corazón, al igual que quería a su madre.
Noe se había vuelto borrosa. Tragué saliva y me llevé las manos a los ojos, limpiándome las lágrimas que amenazaban por desbordarse. Ella ya lloraba.
La doctora nos miró con una tierna sonrisa en los labios. Aguantar a gente sensible llorando debía de ir incluido en el sueldo. Continuó señalándonos partes del minúsculo cuerpo del bebé, explicándonos la evolución que tendría. Noe señaló la parte final de su pequeño organismo, que acababa como en una especie de cola.
-¿Qué es eso?-preguntó, mordiéndose el labio. Nuestro pequeñín no podía tener ningún defecto. Mini Styles sería perfecto, o perfecta. No podía tener esa cosa.
La doctora miró en dirección a los dedos de mi novia, y sacudió la cabeza, divertida.
-Oh, no es nada. Vestigios de la evolución primitiva de los seres humanos. Es un resto de cola, que se va a ir metiendo poco a poco en el cuerpo. A esa edad, todos los embriones son iguales, no importa que sean peces o humanos. Todos tienen una cola, y, a los que no les corresponde, la pierden simplemente. 
Asentí con la cabeza, apartándome los rizos de la cara para poder seguir contemplando a ese pequeño milagro que se desarrollaba en el vientre de la persona a la que más quería en el mundo, la persona a la que tendría que compartir dentro de seis meses, pero que se manifestaba fuera de su cuerpo. Miré a Noemí, le acaricié la mano, y le sonreí.
-Te quiero-murmuré. Ella me devolvió la sonrisa; pequeñas lágrimas se colaron por las comisuras de sus labios, corriendo hacia su boca. Tal vez el bebé las notara.
La doctora sacó una caja de pañuelos y nos la tendió. A continuación, con una toalla húmeda, le quitó el gel a Noe, y procedió a secarle el vientre con otra seca. 
-¿Queréis que os imprima la foto?
-Sí-espetamos los dos a la vez como si estuviéramos en un concurso de esos de la televisión en los que tienes que decir las cosas antes de que el tiempo se agote. La doctora sonrió, se echó la coleta hacia un lado y procedió a teclear mientras yo ayudaba a la española a incorporarse sobre la silla. Balanceó las piernas, nerviosa, mirándose el vientre. Pronto el embarazo sería evidente y todo el mundo se enteraría, pero ya no me importaba: a mini Styles y a ella no les iba a pasar nada, y tampoco dejaría que les faltase nada.
Noe bajó de un brinco de la silla y yo me puse de pie. La enfermera que había entrado a entregarle unas hojas a la ginecóloga no pudo evitar sonreír ante la diferencia de tamaño entre ella y yo. Tal como vino, se fue, dejando la habitación llena de su perfume de Nina Ricci. Noe cerró los ojos y olfateó el aire; últimamente hacía mucho eso, y más cuando a mí me me daba la venada y me echaba colonia. Parecía encantarle cómo olía.
-Vale-susurró la doctora, tendiéndonos la hoja con la foto de mini Styles y volviendo a centrar su atención en los papeles que le acababan de entregar. Tamborileó con el lápiz en la mesa mientras comprobaba algo.
Tuve que coger yo el folio después de que Noe lo aceptara, porque le temblaba tanto el pulso que apenas era capaz de distinguir al bebé. Noe se metió entre mis brazos y se puso de puntillas para mirar la foto del pequeño. 
-Es precioso-comentó, acariciándolo y acariciándose el vientre a la vez. Sonrió. Juro por Dios que puso la misma cara que había visto poner a las embarazadas cuando notaban a su bebé darles patadas. Y aquello no hizo más que enternecerme. Al fin y al cabo, estaba formando mi propia familia.
-Noemí, ¿te has hecho análisis de sangre?
Noe negó con la cabeza, mirando a la doctora. La doctora asintió, apuntó algo en sus hojas y se puso de pie.
-Bueno, pues tendremos que hacerte unos. No te preocupes, son pruebas rutinarias, se las hacemos a todo el mundo. Además, dada tu juventud, tendremos que mirar cuidadosamente tu estado de salud, el del feto... y, de ser posible, podríamos incluso pedirte el del padre de la criatura.
¿Por qué lo llamaba el feto? Se llamaba mini Styles, joder.
Noe asintió con la cabeza. La doctora miró sus apuntes.
-¿Cuándo tendría que venir?-preguntó mi chica. Le acaricié el brazo, tranquilizándola, mientras gritaba en mi cabeza seguro que no es nada. Esperaba que pudiera captar el mensaje sin tener que pronunciarlo.
La doctora consultó su agenda.
-Te llamaré esta tarde o mañana para confirmarte la cita, y tú ya me dices si estás disponible, ¿vale?
-Vale-asintió la chica.
La saqué de allí cogiéndola de la mano; esta vez, todos los ojos se centraron en nosotros, como si hubieran visto lo que nosotros habíamos visto dentro, como si notaran el gran cambio que se había producido entre nosotros al ver al pequeño que venía en camino por primera vez.
No te hacías a la idea de que estabas esperando un bebé hasta que no veías el vientre de tu chica abultarse... o, si el vientre aún no estaba en pleno proceso, no te dabas cuenta de ello hasta que veías a la criatura.
Corrimos hacia el párking, pues un hombre de mediana edad vestido con una gorra nos había lanzado una mirada de reconocimiento y había empezado a caminar hacia nosotros. Aún no, ahora no, todavía no, pensé mientras cogía de la mano a Noe para arrastrarla lejos de él. No llevaba una cámara gigante como la de los paparazzi, pero los móviles no se quedaban atrás en cuanto a calidad de las fotos.
Arranqué el coche y salí disparado mientras Noemí jugueteaba con un hilo que había encontrado suelto en la chaqueta que había cogido.
-¿Hazza? ¿Tú por qué crees que me han dicho que vuelva?
Me encogí de hombros.
-Pruebas, ya sabes. Lo normal.
Asintió con la cabeza. Estuve tentado de encender la radio, pero me contuve en el último segundo, a pesar de que no soportaba el silencio que había nacido entre nosotros y que se iba haciendo denso  como el acero. Cerré los ojos y me la quedé mirando en un semáforo. Ella seguía con la vista clavada en la calle, el codo apoyado en la ventanilla del coche, como si la cosa no fuera realmente con ella.
 Suspiró, llenando el cristal de vaho. Yo suspiré también.
-No te preocupes, Noe.
-¿Y si está enfermo y no nos lo quieren decir?
-Tienen la obligación de decírnoslo.
Se encogió de hombros.
-Puede que no quieran hacerlo para que no nos preocupemos y queramos parar antes de que sea tarde. Al fin y al cabo, tiene el apellido que tiene.
La imité, como si fuera espejo con efecto retardado.
-Le vamos a poner el mío, ¿verdad?
Asintió.
-Se supone que tendría que llevar el mío, porque no estamos casados, pero...
-No estoy preparado para  casarme, Noe-la corté.
Tener un hijo era una cosa. Pero casarme era otra muy distinta.
Se me quedó mirando, noté cómo la rabia bullía en su interior y cómo trataba de controlarla.
-¿Tanta repulsa te produciría llevarme al altar?
-Sabes que te quiero con toda mi alma, Noe, pero aún somos jóvenes.
Negó con la cabeza, sin poder creerse lo que estaba oyendo. Yo me conocía ese gesto muy bien. Empecé a rezar para que lo dejara estar. Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...
Volvió a girarse y siguió contemplando la ventana.
Dios me había escuchado.
-Pues a mí me parece más responsabilidad tener un bebé que firmar un puñetero papel y cambiarme el apellido-Vale, Dios no me había escuchado-. O, en tu caso, que es mucho más sencillo, simplemente dármelo a mí.
-No.
Gruñó algo que no logré entender, no quería preguntarle qué había dicho, así que cerré la boca con fuerza y me concentré en la conducción.
Pero tenía ganas de discutir.
Joder, hasta en eso tenía que competir con Eri.
-¿Por qué, Harry?
-No quiero casarme. Soy muy joven. Y ya está.
-¿Es por mí?
-¡No!
-Entonces, ¿por qué es?-se frotó los ojos, intentando con todas sus fuerzas no llorar. Pero no parecía querer ponérselo fácil a sí misma.
Me encogí de hombros.
-No quiero precipitarme.
Abrió la boca.
-Mañana pido cita para abortar, entonces.
Clavé las uñas en el volante.
-Noe. Aquí, no. Ahora, no. ¿Vale?
-¿Por qué?
-Mi madre se divorció. La madre de uno de mis mejores amigos se divorció justo después de tener a su primer hijo. Conozco a gente que llevaba años junta, que estaba muy bien, y que, nada más casarse, empezó a llevarse mal. No voy a arriesgarme a que el pequeño crezca en una familia desestructurada.
-¿Como tú?-espetó. Luego se tapó la boca, yo puse los ojos en blanco y me mordí la lengua. Podría haberla mandado a la mierda de no haber hecho eso-. Harry, yo... perdona.
Me encogí de hombros y miré por mi ventanilla. Decenas de personas caminaban las unas contra las otras, en grupos, parejas, o simplemente solas, aisladas de su mundo o bien contemplándolo todo.
-No quería decir eso, yo...
-Déjalo, pequeña. Sólo déjalo.
Me puso la mano en el brazo. Me hubiera apetecido quitarla de allí, pero entonces sí que tendríamos movida, y no tenía ganas de discutir. Estaba reservándome para Louis. Lo sacaría a rastras de los calzoncillos si era preciso. Y él iba a revolverse como un gato acorralado. Necesitaba energías.
-Es que no entiendo que...
-Luego lo hablamos, ¿vale? Pero ahora no. Por favor. Otro día, ahora tengo muchas cosas en la cabeza. Tengo que asimilar demasiado.
-Yo también.
Me pareció que iba con segundas, pero no me quejé por su tono suave y dulce. Bien podría estar vacilándome. O tal vez simplemente tuviera mucho en lo que pensar, estuviera asustada, y se quisiera agarrar al primer clavo ardiendo que viera. Y ese clavo resultaba ser yo.
Fue ella la que se estiró para poner la radio. Justo estaba sonando Kiss  You. Sacudió la cabeza, divertida, y se puso a tararear el estribillo. Dio palmas cuando la canción las daba, tamborileó con los pies en la parte de los múltiples Nas, e hizo el mismo gesto que hacía Louis en su pequeño solo en el vídeo. Sonreí, recordando al mayor de nosotros. Esperaba que Eri volviera pronto para recuperar al viejo Louis antes de que fuera demasiado tarde. No podíamos permitirnos perderlo. Era demasiado valioso y demasiado grande para irse.
Llegamos a casa y metí el coche en el pequeño garaje. Discutí con Zayn porque había quedado con Perrie para ayudarla a elegir vestuario (sí, claro, elegir vestuario) para los Brits, y no quería tener que ir con mi coche. Además, las obras del garaje subterráneo que habíamos encargado todavía no habían empezado, de modo que mi coche era la única solución.
Noe suspiró, se puso de puntillas para darme un beso en los labios y subió a su habitación a ponerse el pijama de las depresiones, que consistía en unos pantalones y una camiseta de manga larga muy gordas, de color marrón chocolate, suaves, que la hacían sentir querida cuando, según ella, nadie más le profesaba afecto.
Yo le aguantaba todas esas gilipolleces porque no quería entristecerla aún más. Que te echaran de casa después de quedarte embarazada para intentar salvar tu relación (que no tenía nada que salvar) debía de ser un golpe muy duro. Y yo había prometido apoyarla y darle el cariño que sus padres se habían negado a darle.
Tras intercambiar otro par de gritos con Zayn, al final él terminó convenciéndome de que cogiera el coche para ir a por Louis. Pensaba ir caminando, aprovechando el paseo para despejarme la mente y trazar un plan de secuestro de Tommo, pero no había caído en que traerlo hasta a casa a rastras iba a ser lento, cansado y complicado. Nos abrazamos, me desearon suerte, y me metí en el coche.
Las calles parecían desear que llegara al piso que compartía con Louis lo antes posible; el universo se había confabulado para que no me encontrara ningún obstáculo. Los semáforos se abrían según me acercaba a ellos, las calles se despejaban, los coches se movían a mi alrededor como satélites...
Todo se empezó a oscurecer cuando aparqué el coche y me metí en el ascensor. Pulsé el botón de nuestro piso y esperé, tamborileando con las manos en mi pierna, observando los números cambiar. Las puertas se abrieron. Salí como el gladiador novato que va a enfrentarse al  campeón invicto.
Me quedé quieto, de pie, al lado de la puerta, escuchando. La tele estaba encendida, y no quería cabrear a la fiera entrando como si nada. Llamé a la puerta.
-¿Qué?-gruñó él. Me estremecí. Su voz sonaba muy ronca, como... si llevara noches enteras sentado a la ventana, mirando un punto fijo por el que esperaba que apareciera su alma gemela.
-Louis, abre. Soy yo.
-¿Y tus llaves?-espetó. No se había movido, seguramente estuviera tirado a la larga en el sofá.
-No las tengo aquí. Ábreme.
Gruñó. Luego, escuché el tintineo de lago  de cristal. Soltó un improperio y se acercó a la puerta dando pisotones. La abrió y no esperó a que entrara para tratar de regresar a su sofá.
Llevaba puesta una de esas camisetas de tirantes suyas, un gorro de lana rojo, y pantalones de chándal negros. Tenía una mancha nueva, enorme, en el brazo.
Se tumbó en el sofá y se me quedó mirando con cara de perdonavidas. Tenía la barba más  crecida de lo que se la había visto nunca. Me llevé la mano instintivamente a la barbilla, comparándola mentalmente con la de él.
Luego, vi el desorden en el que había convertido nuestra casa, mientras él volvía a fijar la vista en el documental sobre jaguares que estaba viendo. Estiró la mano y cogió una botella de cerveza del suelo, le quitó la tapa con los dientes (en mi vida había visto a nadie hacer eso) y le dio un trago tan grande que se bebió de una sentada más de media botella. Así había dejado el salón; decenas de latas y botellas de cristal estaban desperdigadas por todas partes, estaba claro que no se había molestado en tirarlas una vez las terminó. Me acerqué a la cocina: del fregadero surgía una pila de platos sucios que parecía querer tocar el cielo con los dedos, arañar las nubes y tumbar aviones. El pequeño contenedor de basura que teníamos en una esquina ya no cerraba.
-Louis-dije, esperando que se levantara.
-Harry-replicó, como si creyera que me había olvidado de mi nombre y que, por error, creía que me llamara como él.
Volví al salón. No me miró.
-¿Qué es todo esto?
Se encogió de hombros.
-Ya lo limpiaré.
Y se terminó de otro sorbo la botella.
Se la quité de las manos y la apreté fuerte entre los dedos. No necesité mirarla para saber que tenía los nudillos blancos.
-¿Estás borracho?
Me miró.
No, no lo estaba.
-Todavía no.
-Ah, ¿que piensas emborracharte?
-¿Qué cojones te crees que llevo haciendo desde que vine aquí?-gruñó, volviendo a mirar el documental. Me puse entre la televisión y él. Puso los ojos en blanco y levantó el brazo, haciendo gestos que se parecían más a los de un rapero que a los suyos propios-. ¿Te quitas? Estoy viendo la tele.
Decidí ignorarlo a propósito.
-¿Sabes qué día es hoy?
-32 de febrero-espetó sin fundamento alguno. Se me estaba calentando la mano.
-Hoy son los Brits-gruñí. Asintió con la  cabeza.
-Guay.
-Y vas a venir con nosotros.
Negó con la cabeza.
-No.
-¿Por qué no?
-Podéis ir cuatro perfectamente.
-O vamos todos, o no vamos ninguno.
Eso era lo único que no había tenido que discutir con los demás.
Se me quedó mirando, se pasó una mano por la barba y asintió con la cabeza.
-Pues os vais a quedar en casa-espetó, encogiéndose de hombros y cogiendo otra cerveza. Se la quité, él suspiró.
Tenía las pupilas dilatadas.
No me jodas.
-¿Te has drogado?
Se me quedó mirando como si fuera gilipollas perdido.
-No-bufó. Sí, pensaba que era gilipollas perdido.
-¿Entonces?
-No digas eso. No como ella-cerró los ojos, igual que hubiera hecho si me hubiera puesto a darle gritos en el oído estando de resaca. Seguramente tenía resaca.
-¿Por qué tienes los ojos así?
-Así, ¿cómo?
-Vete a verte.
-Estoy bien aquí.
Suspiré, negué con la cabeza y lo miré.
-Me estoy perdiendo el documental-protestó.
-Vete a la mierda, Louis.
-En la mierda estaba hasta que viniste tú.
Me giré en redondo y contemplé la televisión. El vídeo estaba encendido, y el portátil, escondido bajo una caja de pizza a medio comer, tenía la manzana parpadeando. Había estado con él hacía poco.
-¿Qué estabas viendo?
-Nada-ladró, incorporándose. Y ahí supe que tenía el as al alcance de la mano. Cogí rápidamente el mando y cambié de canal.
Eri estaba caminando por la mesa de los jueces mientras se afanaba en una canción. No necesité que pusiera el sonido para saber que era Born This Way.
Lou estaba viendo el DVD de su actuación justo cuando llamé a la puerta.
La expresión de su rostro cambió radicalmente en cuando vio a su chica. Sus ojos chispearon de puro orgullo mientras la veía contonearse, sus labios siguieron la canción que ella cantaba en silencio, sus manos se cerraron, recordando el tacto de su piel , y se estremeció cuando apareció en la pantalla,dando saltos, jaleándola, y cuando ella lo miró, sonrió y siguió con el espectáculo.
Nadie podía querer más a nadie de lo que Lou quería a Eri. Y, si osaba tener alguna duda, él acababa de demostrármelo. A pesar de lo mal que lo tenía que estar pasando, a pesar de que ella no daba señales de vida, a pesar de que probablemente no volviera, él seguía allí, dispuesto a ponerse debajo de ella si ella se caía de la cuerda floja por la que se empeñaba en caminar. Dispuesto a recibir él todo el dolor para que ella no sintiera ninguno.
Se había puesto de rodillas, y me miró un segundo, sólo un segundo. En sus ojos había tantas emociones encontradas que me llevaría un año identificarlas todas. Casi estaba disculpándose en su fuero interno por todo lo que se estaba haciendo.
-Que no dejes de torturarte no va a devolvértela-murmuré, negando con la cabeza y mirando a mi alrededor. Todo aquel caos que lo rodeaba, todo el desastre que parecía seguirlo como un aura, tenía nombre, nombre y apellidos, pero sobre todo tenía un diminutivo. Y era una razón tan grande que estuve seguro de que la historia de Troya se repetiría una y mil veces si llegaba a ser necesario.
-Puedo intentarlo.
Suspiré, le tendí la mano.
-Vamos a los Brits.
-No estoy de humor para salir de casa todavía.
-¿Vas a convertirte en un ermitaño a la tierna edad de 21 años?
Entrecerró los ojos.
-Me lo estoy pensando.
-Ella no lo querría.
-Ella ya no está aquí-gruñó, cogiendo otra cerveza. Apreté los dedos aún más alrededor de la mía.
-A ella no le gustaría lo que estás haciendo. No le gustaría nada. Además, no le gustarías tú en este momento, Louis. El Louis que ella conoció movería cielo y tierra para encontrarla. El Louis que ella conoció haría lo imposible por una segunda oportunidad. El Louis que ella amaba sabía salir de cualquier situación sin despeinarse.
-Ese Louis murió en cuanto colgó el teléfono-murmuró, dando un trago, pensativo, y levantando la mano con el mando de la televisión para apagar la pantalla. Un segundo después, ésta se había vuelto negra.
-Entonces el Louis de Eri tiene que volver. Sólo así lo hará ella.
Cerró los ojos y se pasó una mano por la frente.
-No digas su nombre.
-¿Por qué?
-Duele.
-Eri.
-No.
-E-ri.
-No tiene ni puta gracia, Harry.
-¡Eri!-celebré, como si fuera el grito de guerra para la última batalla, aquella en la que mi ejército superaba en proporción de mil a uno al enemigo.
Se levantó de un brinco.
-¡PARA! ¿NO LO ENTIENDES? SE HA ACABADO. ELLA NO VA A VOLVER. Y YO LO SABÍA. POR ESO ESTOY AQUÍ. Y NO ME VAS A OBLIGAR A SALIR DE ESTA PUTA CASA SÓLO PARA QUE ME PASEE POR DELANTE DE LOS FOTÓGRAFOS Y LES CUENTE CON PELOS Y SEÑALES HASTA QUÉ PUNTO ESTOY JODIDO.
Había vuelto a hacer gala de esa puta manía que tenía de invadir el espacio vital de aquél a quien se enfrentaba con la esperanza de amedrentarlo. Pero había un fallo en su intento: yo le sacaba una cabeza, por lo que no reculé.
Pude oler su aliento apestando a alcohol en mi cara mientras sus ojos me contemplaban con odio infinito, aunque superficial.
-Vas a ir.
-NO-ladró con toda la fuerza de esos pulmones que lo habían hecho millonario.
-Joder, que si vas a ir-asentí yo, dándome la vuelta y yendo a tirar la botella a la basura-. Como que me llamo Harry.
-PUES VETE CAMBIÁNDOTE EL NOMBRE.
-No me da la gana, Louis. Y deja de gritar.
-ESTOY EN MI PUTA CASA. PUEDO HACER LO QUE ME SALGA DE LOS MISMÍSIMOS COJONES.
Me detuve en la puerta de la cocina y apreté un poco más la botella.
-También es mi casa.
-ME LA SUDA.
-A mí no.
-PUES A MÍ SÍ. YO NO TE PEDÍ QUE VINIERAS. YO NO QUERÍA QUE VINIERAS CON TU COMPASIÓN. ESTABA DE PUTA MADRE REVOLCÁNDOME EN MI PROPIA MIERDA HASTA QUE APARECISTE. PERO TENÍAS QUE VENIR CON TU PENA A SACARME DE CASA. PUES NO, AHORA YA VAS A ESCUCHAR....
-¡ME VAS A ESCUCHAR TÚ A MÍ, ME CAGO EN MI MADRE YA!-ladré, apretando hasta tal punto la botella que reventó. Sentí la sangre correr por la palma de mi mano, pero no me importó una mierda en ese instante. Total, la casa estaba hecha un asco, así que un poco de sangre no empeoraría demasiado las cosas.
Louis me miró con ojos como platos. Nunca me había oído levantar la voz tanto.
De hecho, yo no recordaba haber levantado la voz de esa manera en toda mi vida.
-¡VAS A IR A ESOS PUTOS PREMIOS, O TE JURO POR MI MADRE QUE TE LLEVO YO DE LO QUE TE TENGA QUE AGARRAR! ¡COMO SI ES DE LA POLLA, ¿ME ESTÁS ESCUCHANDO?! ¡TE LLEVARÉ A RASTRAS, SI ES PRECISO! VÍSTETE. HAY VIDA DESPUÉS DE ELLA.
-Estás mal de la cabeza.
Sí, un poco sí, la verdad era que sí.
-¡VETE A DUCHARTE! ¡Y LUEGO VÍSTETE! ¡Y LUEGO LIMPIA TODO ESTO! ¡JODER! ¡YO NO HE VENIDO AQUÍ POR QUE ME DES PENA, HE VENIDO AQUÍ PORQUE SOMOS AMIGOS, Y PORQUE ESTOY PREOCUPADO, LOS DEMÁS, TODOS ESTAMOS PREOCUPADOS POR TI!
Puso los ojos en blanco.
-Estaba mejor solo.
-¡Y UNA PUTA MIERDA! ¡VETE A DUCHARTE, LOUIS!
Se me quedó mirando. Le señalé el baño como mil veces había visto hacer a mi madre con el escritorio de mi habitación cuando no quería estudiar o hacer los deberes.
-¡YA!
Bufó, me miró un instante más, retándome con la mirada, y echó a andar hacia el baño.
Se empezó a quitar la ropa una vez me pasó de largo, y seguramente cuando llegó a la puerta ya estaba como su madre lo había traído al mundo.
Suspiré, me senté en el sofá y miré la pantalla apagada. El contador del vídeo seguía corriendo, sin importarle que nadie le estuviera haciendo caso.
El corazón de mi amigo tenía que aprender de él.


¿Por qué habían tenido que molestarme y sacarme del pozo de autocompasión en el que yo mismo me había hundido? Se estaba muy a gusto no haciendo nada.
Ah, sí, y recordándola, recordando todos y cada uno de los momentos que habíamos pasado juntos y que ya no se repetirían porque había roto su confianza. Había destrozado lo que ella más valoraba y había hecho lo que ella más detestaba: le había mentido. Descaradamente.
Una de las veces que me emborraché para olvidar fue cuando me dediqué exclusivamente a recrear los momentos en los que la había mirado a los ojos con un temple que no había visto en mi vida en nadie más que en mí, y le había dicho que yo tampoco sabía nada de la decisión de Simon, y que la tendría informada de todo lo que ocurriera en cuanto supiera de ello. Y ella había sonreído, había confiado en mí, había dejado que la traicionara sin dudar un segundo de mi bondad, sabiendo que no sería lo suficientemente gilipollas como para cometer un error garrafal con ella. Pero lo había sido.
Ella tenía la tendencia de sobreestimarme continuamente. Tú tienes la mejor voz, Louis, eres el más listo, no hay más que ver lo que dices, Louis, tú eres el que más lo vive, Louis... bla, bla, bla. Gilipolleces de proporciones estratosféricas, aunque no tanto como la mía propia, eso desde luego.
Me había pasado la totalidad de aquel intento de semana apoltronado en el sofá, inflándome a palomitas y comida basura en general, poniendo películas de tiros (y evitaba con precisión de ninja los momentos románticos, algo por lo que debería ser felicitado), o cogiendo el mando de la consola y no soltándolo hasta que notaba que los ojos se me resecaban y tenía que dejarlo porque apenas podía ver.
Y luego, cuando no resistía la tentación por más tiempo, me arrastraba a mí mismo a las cámaras de gas de los nazis y yo mismo me encargaba de abrir las duchas y dejar que las sustancias me quemaran vivo. O lo que fuera que les hicieran a los pobres judíos.
En mi caso, el gas eran las conversaciones que tenía guardadas en la memoria del ordenador (había sido muy inteligente por mi parte guardar todos y cada uno de los mensajes que nos habíamos enviado), los pequeños vídeos que habíamos grabado, nosotros dos solos, o con más gente, haciendo el tonto (eso siempre, no sabíamos hacer otra cosa), las Twitcams, los vídeos de Youtube de sus actuaciones o de cuando visitamos el hospital en el que trabajaba mi madre, o las maquetas que había grabado para convencer a Modest de su increíble talento...
Y un día, cuando ya me dolía demasiado el culo y decidí levantarme a dar un par de vueltas por el pasillo mientras tenía la música del iPod a todo lo que daba, sin importarme una mierda que me fuera a quedar solo con los bajos de AC/DC, me metí en mi habitación y empecé a revolver entre mis cosas, albergando la secreta esperanza de encontrar algo de ella. Y lo había hecho.
Había encontrado el DVD de su actuación, cuando salió a cantar. Y me había sorprendido a mí mismo volviendo a tirarme en el sofá y volviendo a coger cerveza y mierdas para comer, pronunciando las primeras palabras en varios días:
-Ahí lo tienes, Luisín, ahí lo tienes.
Sabía de sobra que había sido ella la que había dicho aquello a través de mi boca, principalmente porque yo no había pensado en la vida en mí mismo como Luisín. Eso eran cosas de su... españolidad. O como cojones se llamara.
Di un buen trago de la cerveza, acabándomela de una sentada, y procedí a torturarme una vez más. EM estaba convirtiendo en un experto en torturas chinas, a pesar de que en realidad lo único que me apetecía era tirarme al suelo, ponerme a hacer la croqueta y morir de agotamiento en la mullida alfombra. Tal vez aquello no contara como un suicidio y podría ir al cielo, donde estaba aquél amor que me había dado la luz del túnel en el que llevaba sumido desde que nací, sin darme cuenta.
Fruncí el ceño, sonreí, y cogí un trozo de papel, dispuesto a escribir aquella frase. Ya había escrito una vez, había compuesto canciones muy bonitas, y a ella le habían gustado porque eran para ella. Ya sabía lo que era el sentimiento de que tu corazón se conectara  con tu mano y se negara en redondo a que nada ni nadie les molestara o rompiera su unión, decididos a desahogarse a través de la tinta de un bolígrafo.
Cuando me quise dar cuenta de lo que estaba haciendo, ya llevaba media libreta escrita.
Mi vida durante esos días se había resumido en eso: yo tirado en el sofá, revolcándome en la penosidad de mi propia existencia, lamentándome por haber sido lo suficientemente retrasado como para tener lo mejor de este mundo, de los demás, de universo y de todos los demás, y haberlo apartado de mí porque no me había dado la cabeza para pensar un segundo en ella, dejándome a mí apartado.
Un aplauso, Louis. Eres el tío más generoso que ha visto la tierra.
Mi conciencia cada vez sonaba más como ella. Y no me gustaba. Me recordaba lo perfecta que era su voz, lo perfecta que era ella, y que encima no era mía.
-Joder, macho, me apetece suicidarme pero muy seriamente-gruñí por lo bajo, aunque en el fondo no lo decía en serio. Lo único que me apetecía era ir haciéndome cada vez más y más pequeño, tanto que una mota de polvo me pareciera la cosa más grande que se pudiera  concebir con la imaginación, y luego... bueno, de ahí a la nada había muy poca diferencia.
Y una motita de polvo podría espiarla.
Y entonces había llegado Harry, se había puesto en plan la vida sigue, Lou, venga, tenemos que ir a los Brits, y todas esas tonterías. Su presencia me molestó mucho. ¿No se daba cuenta de que is había elegido llevar al vida de un monje budista, sólo que con la versión del materialismo, era porque necesitaba estar solo para autodestruirme poco a poco? Me apetecía que un agujero negro me arrancara un pie más que salir de casa a aguantar a toda aquella panda de buitres que estarían dispuestos a destrozar las cenizas de mi corazón con tal de conseguir una puñetera exclusiva.
Y pronunció su nombre. Dos sílabas. Tres letras. Recreándose en que la versión impostora de él permanecía a su lado.
Llevaba sin ponerle nombre a Eri desde... lo del aeropuerto. Y me tocó mucho las pelotas que viniera Harry con la alegría de su vida (¡ah, Louis, voy a ser padre! ¿No es todo muy bonito? No, no lo es, hijo de puta, porque a ti ni siquiera te gustan los niños, ni siquiera tuviste conversaciones de ese estilo con tu chica. Simplemente, no).
Mientras el agua ardiendo me caía por la espalda y notaba el jabón de la cabeza (tenía una capa de mierda bastante considerable en el pelo, allí se podrían encontrar restos del eslabón perdido de la evolución del hombre) resbalándome con el agua, me arrepentí muchísimo de todo lo que le había dicho a Harry. De cómo había dejado que la rabia hablase por mí.
Lo peor de todo era que me entraron las mismas ganas de romperle la cara que me entraban en Doncaster cuando alguien me incordiaba lo suficiente, y me había prometido a mí mismo guardar ese veneno de mis venas para aquellos que se metían con ella, pero... ¡sorpresa! ¡Ya no podría defenderla, porque ya no era mía!
Cerré los ojos con fuerza y apoyé la cabeza en los azulejos mientras el agua seguía corriendo. Di varios golpes en la pared.
-No. Voy. A. Salir. De. Esta.
Que Harry me hubiera dicho que había vida después de Eri no había hecho más que convencerme de que las cosas no funcionaban así.
Mierda, joder, Romeo y Julieta se querían la mitad y se suicidaban el uno junto al otro.
Bufé, me pasé una mano por el pelo, recordando que ese gesto le era superior, y salí de la ducha. Había ganado bastante, pero todavía tenía que afeitarme y todas esas gilipolleces.
Me anudé la toalla a la cintura, sin poder evitar recordar la primera vez que estuvo en Doncaster y cómo nos habíamos puesto en el baño (yo ni siquiera la había probado), y...
Suspiré. Si al final tenía que superar todo aquello, desde luego no estaba yendo por el camino adecuado. Cerré los ojos, me apoyé contra el espejo y bufé. Dejé un poco de espuma blanca en él, la quité con la mano y me la volví a poner en la cara, mientras contemplaba de reojo los azulejos.
No había sido tan buena idea como al principio nos había parecido el enrollarnos allí. Ahora todos y cada uno de los rincones de mi casa me recordaban a ella de una manera tan dolorosa como un puñal en el pecho.
Tal vez incluso más que le puñal. El puñal se suponía que era limpio, y que no te afectaba si movías un pie. El problema era que llevaba a Eri metida dentro de mi piel, corriendo por mis venas, en la cabeza, en todas partes...
Miré el pájaro que me había tatuado en el brazo por las simples ganas de que el dolor de las agujas me alejara un poco de la triste realidad que estaba viviendo, y empecé a pasarme la  cuchilla por la cara.
No lo habría hecho de saber que ella se había pasado un objeto idéntico a este por las muñecas y se había matado con aquello que yo utilizaba, seguramente incluso con las que había dejado olvidadas en Avilés y ella se había negado a tirar.
-¿Por qué no las tiras, tía? No se te ocurra depilarte con ellas, ya sabes que es malo.
-De recuerdo.
-Estás mal de la cabeza.
-Tú eres gilipollas perdido y nadie te dice nada, así que cállate.
Iba a echar muchísimo de menos esas peleas tontas que teníamos por nada, insultándonos el uno al otro por el mero placer de que podíamos hacerlo. Iba a echar de menos tener a alguien a quien contárselo todo sin tener miedo de que te juzgara o se alejara de mí.
Irónicamente o no, no era toda la mierda que había habido en mi vida y que yo le había mostrado lo que la había alejado de mí, sino que no le contara la mierda que había llegado después de ella.
Terminé con la cara y me miré en el espejo. Ya no tenía la misma expresión salvaje de antes, pero mis ojos todavía brillaban tristes. Volví a pasear la vista por los tatuajes, deteniéndome en uno de los primeros, el pequeño Far Away.
Ahora va por el mundo con mi inicial puesta. ¿Cómo debe de ser eso? me pregunté, sin tener muchas ganas de encontrar una respuesta a mi pregunta.
Odié el tatuaje del antebrazo, lo odié con toda mi alma, porque ahora era cierto, total y absolutamente cierto. Ya no estaba. Ya no había vida. No había nada.
Me vestí sin ganas, recordando que me gustaba más hacerlo cuando era para ir a buscarla al aeropuerto, o cuando simplemente me ponía el pijama y andaba con él por casa mientras ella me perseguía con una de mis camisetas, estirándola, deformándola. Yo me enfadaba, pero en el fondo me encantaba.
Dios, me encantaban todos y cada uno de los poros de su piel. ¿Cómo iba a vivir sin tenerla ahora?
Salí del baño y fui al salón. Harry sostenía un trozo de hoja de papel cortado a la perfección mientras fruncía el ceño. Se apretaba un servilleta  contra la palma de la mano; la servilleta se estaba volviendo carmesí.
Le señalé la mano y le pregunté qué le pasaba, pero no pude evitar hundirme en mis pensamientos, mientras recordaba el sueño que había tenido.
Estaba tumbado en el sofá, a medio camino entre el mundo del sueño y el mundo de la consciencia, mirando la televisión con aburrimiento. Tenía una botella de cerveza colocada estratégicamente sobre el vientre, y de vez en cuando le daba un par de sorbos. Si me picaba un pie, me lo rascaba con el otro. La vida era sencilla, simple y fructífera.
Eri se me sentó a horcajadas encima y me besó el cuello mientras yo sonreía.
-Estoy viendo la tele-protesté, mientras mi chica despertaba los instintos más oscuros que se guardaban en mi interior.
-Yo estoy viendo algo mejor-repliqué. 
La miré y la besé en la boca. Sabía muy bien, a frambuesa, por culpa de esa vaselina que no paraba de echarse. Cada dos por tres me descubría rezando porque se le acabara, porque entonces tenía que "arreglárselas" hasta comprar otra a base de comerme la boca. Ésa era una de las razones de que yo le escondiera los pequeños botecitos rojos.
-Hazme el amor.
-A ti te hago lo que quieras-repliqué yo, acariciándole la barbilla. Sonrió con esa sonrisa de diez mil voltios. Todo era tan real, sus dedos en mi piel, bajando sobre la camiseta para volver a subir por ella, quitándomela... Sus pies acariciando los míos despacio, sus labios besándome, sus ojos recorriéndome...
Y, a pesar de que cuando toqué su cuerpo, su camiseta se deshizo como un barco de azúcar que es llevado al agua, y eso que sólo las yemas habían llegado hasta ella, pude disfrutar de ella. Fue como si estuviera allí.
Agradecía esos sueños en gran medida, pero me rompían el corazón cuando me despertaba tirado a la larga en el sofá, totalmente solo. Y me daba a la bebida porque me daba cuenta de una cosa: había sido lo suficientemente especial como para que ella rompiera una promesa por mí.
Ella había prometido no dejarme nunca. Y no lo había cumplido. Bueno, pues era mi momento para romper mi parte del trato.
Tal vez me diera cirrosis a los 25 años y a los 26 estirara la pata. Así no sufriría nadie; seguramente la banda no existiera para aquél entonces.
-Me he cortado con la botella-y cogió otra servilleta. Puse los ojos en blanco y fui al baño a por unas vendas y un desinfectante. Cuando volví, se echó a temblar. Me senté a su lado, le cogí la mano y le limpié la herida mientras no dejaba de protestar. Se la vendé despacio, como había visto hacer tantas veces a mi madre, y luego me quedé mirando el papel.
-¿Qué es?
Lo cogió con las dos manos. No necesité que me dijera que era importante para saberlo. Respiró hondo.
-Es mi hijo.
Quería enseñármelo, pero tenía miedo de que me pusiera peor de lo que ya estaba. Como si pudiera. Estiré la mano.
-¿Puedo verlo?
Sus rostro se iluminó mientras me entregaba el pequeño trozo de papel.
Sonreí por primera vez en mucho tiempo. Aquello me recordaba mucho a la primera vez que vi a Felicité.  Una mancha pequeña en una pantalla, mientras le cogía la mano a una Lottie que apenas levantaba dos palmos del suelo. Mamá aún no estaba gorda, pero papá no paraba de repetirle lo guapísima que estaba, a pesar de que yo la veía igual que siempre. Para mí mamá siempre había sido guapa, no importaba la época del año o cómo se vistiera (excepto cuando se ponía aquellos moños de maruja de pueblo, ahí entonces sí que tenía que decir que la pobre mujer no se encontraba muy favorecida).
Reconocí la cabeza del pequeño sin que me lo señalara, pero no protesté cuando Harry empezó a pasar su enorme dedo por la página mientras me explicaba qué era cada cosa. Me parecía que merecía la pena el cerrar la boca para mantener el tiempo posible aquella sonrisa contenida de felicidad.
-¿Cómo se va a llamar?
-Si es niño, Harry.
-Egocéntrico. ¿Y si es niña?
Eri.
-Melocotón.
-¿Qué coño es eso?
-Es peach en español.
-¿Qué coño tienen estas tías con los nombres en su idioma? Primero la bola de pelo de Alba. Ahora tu hijo-negué con la cabeza-. Y Eri conmigo.
-Luisín-replicó Harry, sonriendo. Asentí con la cabeza, haciéndome el interesante.
-No les digas a los chicos nada de cómo me encontraste.
-No pensaba hacerlo-replicó, mirando cómo me levantaba y me ponía a recoger las cosas. Cerró los ojos-. Ya harás eso luego, Louis. Ahora tenemos que irnos.
-¿Por qué no ibas a decirles nada?
-Para que no se cayera la leyenda.
-¿Qué leyenda?
-Eres el Everest. Eres una leyenda. Tú no puedes estar mal nunca.
-Tengo sentimientos.
-Y gente que te apoya.
Me lo quedé mirando.
Supe que aún había esperanzas de volver a una normalidad, aunque fuera nimia, cuando espeté con sorna:
-Te daría un morreo en esa boca gigantesca que tienes, pero tu novia está embarazada y yo no me peleo con mujeres, y menos con mujeres preñadas.
El Louis de Eri volvió en cuanto provocó su primera carcajada.
La primera carcajada post-Eri.

Me había prometido a mí mismo pasar de toda aquella panda de gilipollas que se empeñaba en tocarme los cojones en busca de una hostia que cada vez se acercaba más al momento de su nacimiento. Y me había salido bastante bien la estrategia del despiste cuando me preguntaron en la rueda de prensa:
-Louis, ¿dónde tienes a Eri?
-Es una muy buena pregunta, nena. Si encuentras la respuesta, no dudes en mandármela.
Me consolé a mí mismo pensando que aquello podía significar muchas cosas, y que lo último que se les pasaría por la cabeza sería que Eri y yo habíamos roto (yo mismo me encargaría de fundar el club de personas que lo flipaban por esto).
Pero una cosa era una periodista y otra muy distinta eran los gilipollas de turno en los que The Wanted se estaban convirtiendo por pura cabezonería.
-Suerte para los premios, chicos, la necesitaréis-cacareó Max mientras los demás se pavoneaban y se reían, creyéndose los amos del universo. Por favor, hasta una uña del pie de cualquiera de nosotros era más graciosa que todos ellos juntos.
-Lo que digáis-replicó Liam.
-¿Dónde tenéis a vuestras chicas? ¿Las habéis dejado en casa?
-Donde no os importa.
-¿Tenéis miedo de que os las levantemos?
-Es lo único que se levantaría, porque ellas no tienen mucha capacidad, ¿no creéis, chicos?-se rió Tom. Como Nathan abriera la boca ya no podría controlarme mucho más tiempo.
-¿Y dónde tienes a tu chica, Louis? He oído que no vino este fin de semana.
Me giré en redondo.
-Digamos que decidió que compartir isla contigo era demasiado asqueroso. Y se quedó en casa.
Me di la vuelta para largarme. Iba a meterle un puñetazo y no era plan con tanta cámara delante.
-Es una lástima que no tengamos aquí a tu chica. Nos lo podríamos pasar bien con ella.
-Seguro.
-¿Dónde tienes a Eri, Louis? ¿Atada a la cama para seguir después con vuestros juegos sexuales?
Los chicos me sujetaron.
-Me cago en tu puta madre, para pronunciar su nombre, te lavas la boca con desinfectante, desgraciado.
-¿Se ha cansado de ser tu zorrita, Louis?
Me cago en la puta que te parió, Nathan.
Ignoré a los chicos, que me decían que no me acercara a ellos.
-Si tenéis que meteros con alguien, meteos conmigo, si es que tenéis cojones. Pero a ella la dejáis en paz.
Me di la vuelta para marcharme.
-Lo que tú digas, Luisín-se burlaron. Nadie iba a llamarme así, nadie que no fuera ella, y menos ellos.
Me ardían las manos, pero había gente grabando. No quería que los chicos tuvieran que dar explicaciones de algo que sólo yo había hecho. Así que tiré de lo que la gente ya sabía que había en mí: un sarcasmo venenoso capaz de tumbar a un caballo.
Harry iba a decir algo, pero me adelanté.
-Max, te noto algo distinto. Te has cambiado el pelo, ¿verdad? ¿Te has puesto mechas o algo así?
¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS! bramó la parte de Eri que llevaba dentro, animándome.
El interpelado se había quedado a cuadros. Fue Nathan el que habló después.
-Ya te pillaremos, Tomlinson, cuando no seas un gallito de corral.
-Estaré muerto en esa época.
-Y te veremos así.
-No lo dudo.
-Te daremos una lección-amenazó el doble feo de Zayn. No me había molestado ni en aprenderme su nombre: para mí era el doble feo de Zayn, y punto.
-No, gracias. Que no sea gilipollas perdido no significa que no sepa cómo serlo.
Me di la vuelta y me alejé con los chicos, que no paraban de animarme, felicitarme y reírse.
Me llegó un mensaje, lo abrí con ellos delante.
Suerte con los premios, francés. Tu banda asquerosa la necesitará.
Ni me había acordado de ella. Le respondí y puse el móvil en silencio.
Gracias, yogur. Mañana te estampo el premio en la cara.
Me respondió a los pocos segundos.
Eres un chulo.
Si hubiera tenido otro nombre, le hubiera respondido que ella era preciosa. Pero no era Eri, y, aunque lo fuera, no iba a ponérselo.
Era Daphne.

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