viernes, 28 de junio de 2013

Glaciares de fuego.

Me apetecía darme de hostias contra la pared, a ver si con un poco de suerte el lío en que se había convertido mi cabeza mejoraba un poco.
Di un largo trago de la cerveza, decidiendo que no era suficiente, con el móvil todavía en las manos, con su mensaje allí plasmado.
No tenía ni zorra idea de lo que le iba a responder a Daphne. No tenía ni zorra idea de lo que iba a hacer con mi vida. Lo único que tenía claro era de que me sentía como si estuviera subido en la parte superior de un tren, en el techo, por fuera, y veía cómo éste iba cogiendo velocidad a medida que lo de mi alrededor se volvía cada vez más y más borroso y, a lo lejos, estaba la entrada de un túnel que terminaría matándome, porque no tenía forma de bajar a los asientos de los pasajeros. Cerré los ojos, e hice lo que mejor se me estaba dando últimamente.
Recordé.


Tenía un dolor de cabeza impresionante. ¿Qué iba a hacer ahora que se me habían agotado todas las opciones? Una parte de mí, la parte mezquina, fría y calculadora, deseaba que ella estuviera con él para poder cantarle las cuarenta y sacarla de su casa. Estaba seguro de que si la situación lo hubiera requerido habría sido capaz de arrastrarla de los pelos para que volviera conmigo. Me quería más a mí que al Lautner. Y me lo había demostrado en multitud de ocasiones.
Taylor era el plan B más seguro. De hecho, era el único plan B que se me ocurría. El único plan B que parecía plausible. Así que me encaminé hacia mi teoría, cegado por lo que sabía que iba a ser así. Y me di de bruces contra la vitrina que mantenía a la joya fuera de mi alcance.
En mi cabeza una voz que era una mezcla de la de ella y la mía no dejaba de cagarse en mi puta madre, lo que me estaba cabreando por momentos. Necesitaba beber, pero no quería beber solo. Necesitaba compañía, pero no a los chicos, que me recordaban a ella. Incluso me olían a ella. ¿Me estaba volviendo un perro, o algo? ¿Por qué podía decir que mis amigos olían a ella?
En cuanto me abrieron la puerta, dejando que el león que llevaba dentro campara a sus anchas por la casa y los devorara si lo veía oportuno, me largué a mi habitación, cogí una chaqueta y les dije que me iba. No pensaba volver pronto. No pensaba acordarme de que había vuelto. Entraría en el bar y todo se volvería negro, borroso, lo que fuera; y al segundo siguiente me estaría despertando en mi habitación. ¿Quién decía que no se podía viajar en el tiempo? Los que nos emborrachábamos lo hacíamos continuamente.
Tras escuchar el portazo que di (un portazo magistral y soberbio, si se me permite la observación), saqué el teléfono del bolsillo y tecleé con ferocidad. Me parecía mucho a uno de esos corredores de bolsa que le están  contando a sus superiores que la empresa en la que han invertido todos sus ahorros está a escasos minutos de quebrar, arrastrando a todos los demás tras de sí.
¿Puedes quedar?
Me detuve en seco en plena calle, levanté la vista y me mordí el labio, mirando a todas partes. ¿Qué iba a hacer si Daphne no estaba disponible? Porque, vamos a ver, no vivía para mí, seguro que tenía una vida y planes y no estaba bien que la avisara con tan poca...
Sí, ¿ahora?
Suspiré de alivio. Se estaba convirtiendo en mi chaleco salvavidas. Me permitía ver cómo el Titanic se deslizaba en silencio hacia la profundidad de los océanos mientras yo sólo me preocupaba de que no me comiera un tiburón en mitad del Pacífico... o un atún.
Leonardo DiCaprio había muerto comido por un atún. Eri estaba segura de ello.
Eri.
Otro pinchazo en el pecho que me dejó sin aliento.
Sí.
Vale, nos vemos donde siempre.
Antes de que nadie me juzgue diré que le pongo mucha pasión a lo que hago. Ella lo sabía. Todo el mundo lo sabía, de hecho; no hacía falta otra cosa más que verme en el escenario cada vez que era yo el que  cantaba. Que no me estuviera quieto un solo segundo durante mis solos decía mucho de mi carácter.
Recorrí las calles de la capital de mi país prácticamente corriendo, para llegar diez minutos después de salir de casa (impresionante, simplemente impresionante, ni Usain Bolt era capaz de algo así) a la puerta del bar. Me detuve justo antes de entrar, me apoyé en las rodillas y tomé aire. No me había dado cuenta de la velocidad a la que me había movido hasta que había parado. Fue igual que cuando estás en una habitación abarrotada de gente: no sientes el ruido que hay hasta que, de repente, todo el mundo se calla. Entonces te das cuenta de cuánto te pitan los oídos.
Después de tomar aire y tranquilizar a mis desbocados pulmones, que estaban histéricos de alegría creyendo que había conseguido participar en una prueba de velocidad, empujé la  puerta del bar, sólo para descubrir que ella ya estaba allí.
Su melena pelirroja seguía brillando a la luz de los fluorescentes del techo.
Me senté a su lado y gruñí a modo de saludo. Ella alzó las cejas, con aquél par de esmeraldas moteadas clavadas en mí. Seguía pareciéndome igual que una gata. Una gata pelirroja. ¿Habría gatas pelirrojas?
-¿Te parece normal tener a una dama esperando así?
Iba a contestarle que había venido corriendo desde la otra puta punta de esta maldita ciudad, gilipollas, cuando la camarera, que no era la de la última vez, la cortó:
-Acabas de llegar, Daph.
¿Daph? ¿Sus amigos la llamaban Daph? Era una gilipollez, dado que a) su nombre tenía sólo dos sílabas, como el de Alba, no era necesario que fuera más corto, era perfectamente breve; y b) Daph sonaba igual que Duff, la marca de cerveza de los Simpson. ¿Me daba eso derecho a llamarla directamente cerveza y dejarme de gilipolleces del tamaño de dirigirme a alguien con la palabra yogur sólo porque procedía de una tierra casi tan famosa por sus postres como lo era por sus dioses?
-Cállate, Baiseleen, joder.
La única persona que hablaba tan mal como yo en presencia de fuera quien fuera, aparte de Daphne, era aquella por la que yo estaba tan mal. Y me encantaba que la de orígenes griegos y la española se parecieran tanto.
-Acabo de estar en España-dije, diciéndole a la tal Baiseleen qué era lo que quería de beber. Me decanté por pedirle directamente una botella de Vodka, e hice caso omiso de cuando alzó las cejas y me miró de arriba a abajo. No tenía la pinta de alguien que se puede tomar una botella de esa bebida y continuar vivo. Las estrellas pop no parecíamos muy duras, pero las estrellas pop adolescentes éramos ya un caso que merecía ser estudiado aparte.
Volvió a mirarme con los labios ligeramente entreabiertos, en una pose de estrella de cine que habría jurado no le quedaba bien a nadie. Menos a ella.
Frunció el ceño.
-¿Y me has traído algo?-prácticamente me lo ronroneó, con una voz tan suave, que me recordaba tanto a la que había perdido, que una llama que creía olvidada (o que más bien intentaba olvidar) titiló, recordándome que aún no había ganado la guerra. Ni siquiera una batalla.
-No-sonreí, dando un sorbo del Vodka.
-Qué cabrón eres-espetó, negando con la cabeza y saltando de su taburete. Intentó marcharse, pero yo la agarré del codo y la obligué a volver. Mi sonrisa se hizo más amplia, ella también terminó sonriendo, con unos dientes que, efectivamente, parecían focos en un campo de fútbol.
-Lo siento.
-Es mentira, pero vale. Acepto tus asquerosas y cínicas disculpas.
Dios, es igual que ella.
-Daphne, aquí tienes, guapa-susurró la camarera, acercando un cenicero. Mi compañera alzó una ceja, sin poder creerse que hubiera previsto que tenía pensado fumar, y ambos contemplamos a Baiseleen mientras se iba. Sacudía tanto las caderas que me atervería a decir que le apetecía que me apareara con ella. Intenté no estremecerme, pero no lo conseguí.
-Base, zorra, aléjate de él. Es mío, yo lo vi primero-ladró, celosa, poniéndome una mano en la rodilla. No la aparté. Estaba a gusto-. Búscate a otro, so putón. Este es mí-o-silabeó. Me eché a reír. No debería, pero me eché a reír.
-¿Qué has ido a buscar en ese país infernal, exactamente?-inquirió, removiendo la pajita negra que el habían traído, mareando su bebida, y mirándome con ojos inquisitivos después de que la camarera se alejara. Parecía satisfecha con haberle hecho saber que le pertenecía de alguna manera en la que nunca le iba a pertenecer a la otra.
-Respuestas-murmuré.
-¿Y las encontraste?
Negué con la cabeza.
-Bueno, si no... puedes mirar... aquí-susurró, rebuscando en su bolso, sacando el móvil y tecleando algo, alejando la pantalla para que yo no viera lo que estaba poniendo.
Me tendió su móvil. En la pantalla brillaba la página de inicio de la Wikipedia. Me eché a reír y asentí con la cabeza.
-Vale, la griega tiene sentido del humor. Impresionante.
-¿Verdad que sí?-replicó, recogiendo el móvil y metiéndolo en el saco negro como el carbón que le hacía las veces de bolsillo de Doraemon. Estaba seguro de que por aquel bolso se entraba a Narnia. Se echó el pelo a un lado y me miró.
-¿Qué?
-¿Por qué me miras así?
-No te estoy mirando de ninguna forma.
-Sí que lo haces.
-No, Daphne. No lo hago.
-¿Te parezco guapa?-preguntó de repente, sin venir a cuento, poniéndose las manos en la cintura y posando exageradamente para una cámara que sólo ella veía. La estudié de arriba a abajo. Tenía muy buen cuerpo, la verdad.
-No-sonreí, delatándome. Se echó a reír.
-Es mentira.
-Está bien. No estás mal.
-Gracias-me dio un codazo-. Tú tampoco.
Estuve a punto de espetarle que ya lo sabía, que un batallón de chicas me lo recordaba cada vez que asomaba la cabeza de mi casa. Algo me veían que yo no me encontraba. Todas las mujeres parecían verme algo que, bajo mi punto de vista, ni siquiera existía.
-¿Qué haces, Daphne?
-Ahora mismo, beber.
-Digo para ganarte la vida. Porque tienes...
-Te lo dije el otro día.
-¿21?
Asintió con la cabeza.
-Como yo.
-Sí, lo sé.
-¿Cuándo cumples los 22?
-El 24 de diciembre.
Fruncí el ceño.
-Como el mío. ¿A qué hora?
-Por la mañana.
-Mierda. Eres mayor que yo-chasqueé la lengua, negando con la cabeza y ella se echó a reír.
-¿Sabes qué estaría bien? Como nuestro cumpleaños es el mismo día, podríamos hacernos un regalo mutuo. Un videojuego, un polvo, un...
-¿Contigo?-la corté, sonriendo.
-A ver, Louis, no te voy a ofrecer uno con otra. Lógicamente-puso los ojos en blanco.
-No creo que lo acepte, gracias. No soy fan de follar y vomitar a la vez.
-Vete a la mierda. Además, hace nada has dicho que no estoy mal.
-Soy un mentiroso. Y a ti se te da bien escurrir el bulto. Que a qué te dedicas, griega.
-Estudio psicología-admitió-. Me pago las clases dando yo clases de baile.
Volví a mirarla de arriba a abajo. Ahora todo cobraba sentido.
-Debes de moverte bien.
Alzó las cejas.
-Es decir, se te... nota.
-No sé si eso es un cumplido o una petición de sexo, porque entonces tendría que darte un par de guantazos. Por incoherente.
-Es un cumplido.
-Guay-sonrió, levantando el vaso y bebiéndose lo que quedaba, haciendo caso omiso de la pajita, que intentó enredarse, sin éxito, en su melena.
Se echó un mechón de pelo detrás de la oreja, mordiéndose el labio, y se quedó mirando la botella que yo todavía no había acabado. Aunque me faltaba poco.
La cogí y le llené el vaso prácticamente hasta arriba. Sonrió, murmuró un tierno gracias y dio otro sorbo.
-¿No serás alcohólica?-pregunté. Negó con la cabeza, pasándose el dorso de la mano por los labios para evitar que gotas traviesas salieran de su posición normal.
-No, simplemente me gusta beber. Pero paso un montón de tiempo sin ello. Es que ahora estoy sometida a mucha tensión. Estoy de exámenes, y necesito despejarme de vez en cuando.
Tamborileó con los dedos en la botella, que emitió sonidos agudos a su contacto. Detrás de nosotros, un hombre ganó a otro en una partida de billar, y empezó a bramar que invitaría a todo el bar... osea, a nosotros dos, a una pareja que se había sentado en una mesa de un rincón, buscando intimidad para magrearse a gusto, y a un anciano que no hacía más que mirar su copa vacía,como si el hecho de habérsela bebido y contemplar lo que había hecho fuera a emborracharlo y ahogar sus penas.
-¿Sabes? Te admiro mucho.
No esperaba que me dijera eso, pero me puse a la defensiva de inmediato.
-Estoy ac...
-No. No por la música-negó con la cabeza, su pelo bailó a su alrededor, recordándome a un fuego en una noche de principios de verano-. Te has bebido media botella de vodka tú solo y no te ha pasado nada.
-Te sorprenderías lo que soy capaz de hacer por no sufrir.
Torció el gesto, con los ojos fijos en los míos. Con aquellos tonos verdes y marrones, era como mirar un bosque.
-¿Es por eso?-preguntó, señalándome el cuello. Me acordé de la cadena en el último momento. Sí, era por la cadena. Sí, era por la que me la había regalado. Sí. Todo era por ella. Incluso que hubiera conocido a Daphne era todo por ella.
Me llevé una mano al cuello y tiré de la cadena para dejar la chapa al descubierto. Ella estiró la mano y la cogió, sin dejar de estudiar mi reacción. Bajó sus espesas pestañas a la vez que sus ojos y la examinó. Me la quité y la coloqué despacio en la palma de su mano, asegurándome de que no la dejaba caer.
Abrió la mano y le pasó los dedos por encima, igual que si fuera una ciega leyendo braille. Esperé. Tragó saliva.
-La del primer día tiene nombre-observó. Asentí con la cabeza-. Eri.
Cerré los ojos y volví a asentir. Decidí que una botella de vodka no era suficiente para callar los gritos de ese pecho que tanto dolía.
-¿Quieres hablar de ello?
La verdad era que sí, quería. Pero no de una forma tan directa.
-Con ella viví muchas cosas.
Asintió con la cabeza, sus ojos se habían vuelto tristes. Me sugirió salir a la calle, dar una vuelta, que nos diera el aire mientras le contaba aquella historia que no debería haber tenido final pero que había terminado demasiado pronto. Asentí con la cabeza, nos acabamos lo que nos quedaba de bebida en silencio y nos largamos, sin darle la oportunidad al del billar de que nos pagara otra copa.
-Eri es de esta clase de personas que sabes que, hagan lo que hagan y digan lo que digan, te sacarán una sonrisa. Lo quieran o no. Aunque normalmente siempre quieren que los que están a su alrededor sonrían.
-Como tú-susurró, acercándose a mí más de lo que lo haría una amiga. Yo la dejé hacer; estaba a gusto sintiendo el calor que irradiaba otro cuerpo cerca del mío. No me sentía tan solo con Daphne pegada a mí.
-Sí, algo así. Ella es como yo, pero en chica. Todo lo que yo buscaba en alguien, absolutamente todo, lo tenía en ella.
Daphne me escuchaba con atención, con los ojos fijos en mí, leyendo cada una de las emociones que desfilaban por aquellos dos pequeños océanos que tenía en la cara.
-Y lo mejor de ella es que lo hace sin pretenderlo. Como...
Empecé a  contarle aquella vez en la que sólo ella me había dejado con las ganas de hacerlo por ponerse a filosofar acerca del origen de las palabras que usábamos para llamar a las cosas que nos rodeaban.
Se sentó con las piernas cruzadas, estudiando el envoltorio del condón con el ceño fruncido. Era su típica cara de "no me molestes, estoy conectando con la sabiduría que mueve el universo y estamos debatiendo acerca de cosas intrínsecamente interesantes". Me eché hacia atrás, tumbándome en la cama y apoyándome en los codos.
-¿Por qué se llamará así?
Fruncí el ceño y esperé. Había aprendido que si habría la boca, era mucho peor. Sólo tenía que quedarme en silencio hasta que ella volviera a la tierra y decidiera follarme. Era cuestión de tiempo.
-Preservativo-anunció. Puse los ojos en blanco. Tal vez sí que se fuera a ir por las ramas y necesitara de mí para no ponerse a escalar un árbol enorme.
-Céntrate, Eri.
-¿De qué preserva? O, más bien, ¿qué preserva? Porque a mí personalmente no me ha preservado nada...
-Eri, nena, eh. Mírame-le dije, cogiéndole las manos. Levantó la vista-. Te quiero, aunque estás como una cabra y a veces, en ocasiones como esta, me pones de los nervios. ¿Podemos follar, por favor?-la corté. Tenía un calentón impresionante y a ella no se le ocurría otra cosa que revisar la etimología de la palabra. El más normal de los dos iba a ser yo, lo cual sería muy, muy, muy, muy preocupante.
-Claro, replicó, tumbándose sobre mí y rompiendo el envoltorio con los dientes. 
Sabía cómo provocarme.
Y ya no estaba.
Daphne se me quedó mirando, plantada delante de mí. Dios sabía cómo, habíamos acabado en un parque. Me acarició el dorso de la mano con la yema de los dedos, bajando la vista con una timidez tan rara en ella como lo era la de Eri cuando surgía. Cuando alzó la vista y clavó en mí aquellas esmeraldas manchadas con tierra, me acojoné.
Era como mirar a través de un cristal verde los ojos de mi pequeña española. Mi española favorita.
Daphne se puso de puntillas y posó sus labios en los míos. Cerré los ojos, y juro por dios que noté cómo Eri estaba dentro de ella. Ella era Eri.
No, eso no podía ser, pero... sus labios eran iguales que los de mi novia, y ...
Dejó caer los talones de sus pies y me miró, mordiéndose el labio.
-Sé que yo no soy tan genial como ella, pero... me gustas, ¿vale? Mucho. Muchísimo. Y me gustaría intentar arreglar lo que ella ha roto.
Asentí con la cabeza y le acarició el cuello. Ella se besó la mano cerrada y me volvió a poner la cadena por el cuello. No me acordaba de que aún la sostenía ella, de que me la había quitado para enseñársela.

Y ahí estaba yo, tendido en el sofá de casa preguntándome qué iba a hacer ahora con mi vida. Daphne sabía a Eri pero tenía un toque que no era el de mi... ex.
La palabra era asquerosa. Ex.
Me la repetí mentalmente.
Ex, ex, ex, ex. Como experimento, pero sin el "perimento".
¿Qué se suponía que iba a hacer ahora? Eri no iba a volver. Ella lo sabía, yo lo sabía, lo sabía todo el mundo. Entonces, ¿qué? ¿Podría... enamorarme de nuevo?
Negué con la cabeza.  No, era pronto, era inapropiado, no podría hacerlo otra vez, era...
...no podía negar que había sentido cosas cuando Daphne me besó. Cosas bonitas. Cosas a las que ya tenía asumido que había renunciado cuando perdí a Eri.
No eran los dragones golpeándome el estómago que sentía cuando Eri me besaba, pero sí que sentía mariposas. Y una mariposa era mejor que la nada, ¿no?
Suspiré, me volví a sentar y rebusqué en el suelo hasta hacerme con la gorra de la que últimamente no me separaba ni para ir al baño. Era algo raro, porque no la había llevado al bar la segunda vez que quedé con Daphne, pero sí la primera. Tal vez había sido especial porque ella se la había puesto y le había quedado bastante bien. Era de Liam, pero él no se quejaba porque le robara ropa. Estábamos acostumbrados a quitarnos cosas entre nosotros, y no sería la primera vez que Zayn entraba en la habitación de Niall buscando algo que el irlandés le había robado, y el moreno acababa descubriendo que Harry le había quitado la adquisición a Niall. Las cosas en casa eran raras, pero eso hacía más especial nuestra relación.
Cogí la caja de cigarros de la mesa, donde la dejaba Zayn, me hice con el cenicero y el mechero y me encendí un cigarrillo. Di una larga calada, saboreé el humo (estaba empezando a gustarme, algo que nunca habría creído posible) y lo expulsé. Asentí con la cabeza, pensando, mientras los chicos hacían ruido arriba.
El tabaco tenía un efecto narcotizante que me alejaba de mi dolor de cabeza por el fiestón de la noche anterior. Lo cual era guay.
Pero el tabaco no hacía nada contra el dolor de cabeza que venía de darle vueltas... lo cual ya no era tan guay.
Bajaron las escaleras en fila india y se me quedaron mirando. Aún les chocaba que fumara igual que Zayn, aunque no lo hiciera tan a menudo como él, pero a mí me parecía que no era para tanto. Tenía experiencia en destrozarme por dentro con el alcohol, así que, ¿por qué no elegir algo que no tuviera unos efectos secundarios tan rápidos, como era la resaca en el caso de una buena borrachera? Sabía que lo iba a pasar mal cuando lo dejara, mi padre había dejado de fumar cuando yo era pequeño y me acordaba de lo irritable que se ponía por culpa del mono. Y mi padre no tenía el temperamento y la mala hostia que yo había heredado de mi madre y Troy, lo cual me convertiría en una bomba de relojería en cuanto decidiera que tal cigarrillo sería el último.
-¿Qué vamos a hacer esta noche después de ensayar?-inquirí, aunque sabía la respuesta, me apetecía que alguien viniera conmigo. No quería quedarme solo con Daphne tan pronto, porque me conocía y sabía que la carne era débil y terminaría cediendo a la tentación.
-Yo me voy a quedar en casa con Noe. Se lo prometí ayer por la noche.
-Yo voy al cine con Perrie-murmuró Zayn, mirando distraído su teléfono.
-¿Qué vais a ver?-preguntó Niall, curioso.
-No sé, lo que diga ella-Zayn se encogió de hombros y se acercó a sentarse a mi lado. Me cogió el cigarro y le dio una larga calada. Sonreí y estiré y enrosqué los dedos con la palma vuelta hacia el techo, pidiéndoselo sin palabras.
-¿Liam? ¿Niall?
-Bueno, yo no tengo planes para esta noche...
-Yo voy a quedar con Andy. Podéis venir si queréis.
Sacudí la cabeza, pero Niall asintió. Al final iría solo.
-¿Tú que vas a hacer?
-Tengo un mini concierto en un bar. Me ha invitado Daphne.
-¿Quién coño es esa?-espetó Harry, alzando las cejas, sin poder creerse lo que estaba oyendo. Iba a salir de casa. Yo solo. Con una chica. A la que ninguno conocía.
-La griega, tío. Ya os he hablado de ella.
-No.
-Sí-repliqué, meneando rápidamente la cabeza arriba y abajo. No estaba seguro, pero pasaba de dar explicaciones, especialmente en ese momento en el que no tenía nada claro. Ni siquiera que la Tierra no fuera plana, porque, a ver, ¿cómo podía nadie que decir que no fuera plana? Había sitios planos. Yo estaba en un sitio plano. ¿No se suponía que de ser redonda, debería haber una pequeña curvatura, mínima aunque existente, en todas y cada una de las cosas? ¿Por qué no nos resbalábamos de un lado a otro en la curvatura de la Tierra que no era tan redonda  como nos hacían creer?
-Igual hasta me enrollo con ella-musité, distraído, mirando por la ventana y ajustándome la gorra. Los chicos me miraron en completo silencio. Alguien dijo que no. Yo asentí con la cabeza con una ceja tan alzada que la sentía rozando la visera de la gorra.
Ese pequeño no fue la bomba que desencadenó el resto de explosiones; algo así como el cohete que inicia los fuegos artificiales.
-¿Cómo es?
-¿Está buena?
-Claro que lo está, joder. Louis tiene dónde escoger.
-Eri no la estaba cuando la conoció.
Tragué saliva, notando cómo me ardía la garganta. Si hubiera leído Crepúsculo (si Eri hubiera conseguido que lo leyera, pero lo llevaba claro), en ese momento lo habría relacionado con la sed que había sentido la tal Bella Swan (o Cullen, o Black, o mi puta madre, mismamente) cuando le hablaron de que tenía que ir a cazar. ¿Cómo lo describía Stephenie Meyer? Ah, sí, "era como sentir una plancha de acero al rojo vivo sobre mi garganta". Pues eso sentí yo cuando pronunciaron su nombre.
-Tenía buenas tetas-replicó otro.
-Las tiene-se apresuró a corregir Liam, mirándome de reojo.
-Me cago en la puta. Un poco de respeto, ¿no? Que todavía estoy aquí.
Una cosa era que me hubiera dejado de una manera para nada agradable y otra muy distinta que fuera a tolerarles a los chicos que la trataran automáticamente como a la típica guarrilla de discoteca, a pesar de que tuvieran toda la razón del mundo. Eri tenía buenas tetas, sí. Pero era su amiga, nuestra amiga, la mía también, así que no éramos nadie para comentar el tamaño de su pecho.
Después de reírnos de cosas de las que nunca pensé que nos reiríamos, preparamos las cosas y nos fuimos a donde nos esperaban los coreógrafos para ensayar cada actuación del tour. Estábamos muy nerviosos; habíamos tocado para 20.000 personas en el Madison Square Garden, sí, pero en nuestro tour alcanzaríamos las mismas cifras, y sería bestial tocar para tanta gente varias veces.
Además, ninguno quería admitir que el tour iba a ser especial porque era la primera vez que pasaríamos por España, con todo lo que aquello implicara.
Una parte de mí se preguntó si Eri estaría entre las miles de españolas histéricas de no  volver a estar juntos. Esperé que sí, recé por ello en silencio, mientras esperaba a que llegara mi solo en Over Again.
Y, tras ensayar y hablar de la lista de canciones, que todavía no estaba fija, nos fuimos a casa, y cada uno se preparó para su propio plan. Yo fui de los últimos en largarme; Zayn me llevó en coche hasta el centro de Londres y alzó las cejas cuando me bajé del coche. Cerré la puerta y puse los ojos en blanco. Se echó a reír y siguió su camino, yendo a recoger a Perrie.
Recorrí el trayecto hasta el punto donde había quedado con Daphne en absoluto silencio, con la cabeza gacha, sin prestar atención a lo que el resto de la gente hacía o decía. Sumido en mis pensamientos, atravesé las calles como un fantasma con la capacidad de dejar huella.
Iba dándole vueltas a las cosas que había sentido con lo del beso, sí, pero no me reducía sólo a aquello: inspeccionaba muchas más cosas, con un radar mucho más amplio. Por ejemplo, cómo echaba la cabeza hacia atrás cuando se reía, cómo cerraba los ojos y negaba con la cabeza, cómo me miraba y alzaba las cejas cuando yo le devolvía la mirada, cómo se mordía el labio cuando quería algo pero no le daba la gana pedírmelo...
Daphne era una copia en versión pelirroja y mayor de Eri. Y vivía en Londres, lo cual suponía una ventaja para ella, desventaja para la española. Sin embargo, Eri tenía algo que Daphne no podría conseguir nunca: mi corazón. Se lo había llevado con ella, y sabía que no tenía pensado devolverlo, así que, ¿de verdad podría volver a enamorarme de alguien muy parecido a quien me robó el corazón, pero sin ser ese alguien? ¿Podría volver a querer?
Daphne se lo merecía. Y me parecía que yo también. El error había sido grande, sí, pero el castigo que se me había aplicado me parecía desproporcionado.
Llegué al sitio en el que habíamos quedado con el tiempo justo, pero ella aún no estaba allí. Suspiré, sabiendo que me tocaría esperar a mí, con lo que lo odiaba, y me apoyé contra la  pared. Miré en todas direcciones, esperando que llegara, y saqué el móvil. Aún no me habían dado el viejo, pero no perdía las esperanzas. Había demasiados  recuerdos en su interior como para renunciar a ellos.
De vez en cuando levantaba la vista, mientras las páginas en las que entraba y salía continuamente cargaban. En una de estas ocasiones, la vi llegar corriendo, con la melena de destellos cobrizos volando tras ella. Se acercó a mí, se sentó en el suelo y cerró los ojos.
-Dame un minuto.
-Guay, así llegarás diez minutos tarde. Una cifra redonda.
Sonrió mientras recuperaba el aliento, y, jadeante, me replicó:
-Te encanta esperar, ¿a que sí?
-Ya lo creo. Es mi pasatiempo favorito. De hecho, todos los días me siento un par de horas enfrente de la televisión sólo para esperar a ver si se enciende sola.
-¿Lo ha hecho alguna vez?
-No. Creo que me odia.
Sonrió.
-¿Y cambias  de canal cuando hay anuncios?
-Cambio de canal cuando no hay anuncios. En cuanto se acaban, voy a otro a mirar si hay publicidad. Si la hay, me quedo.
-Impresionante-susurró, cogiendo el bolso, que era mucho más pequeño que los anteriores a los que me tenía acostumbrado, y poniéndose en pie de un brinco. Ni siquiera me dio tiempo a tenderle la mano para ayudarla a levantarse.
-¿Preparado para el mejor concierto de la historia?-preguntó, comprobando que la falda no se le había ensuciado. Le limpió la suciedad con la palma de las manos y asintió, satisfecha.
-No sabía que íbamos a ver a Michael Jackson.
-Lo tenemos un poco complicado.
-Lo sé-asentí con la cabeza, cerrando los ojos un segundo.
Fuimos hasta otro bar en el que no había estado nunca hablando de qué tal nos había ido el día. Me preguntó por la discoteca a la que había ido con los chicos el día anterior, y yo le dije que no había estado mal.
-La verdad es que ibas bastante guapo. Es sorprendente lo que puede hacer una buena camisa de marca-asintió con la cabeza, dándome su aprobación. Sonreí.
-¿Me viste?
-Sí.
-¿Y por qué no viniste a saludarme?
-Porque estabas como una cuba y no me apetecía que me violaras.
Negué con la cabeza.
-Hasta borracho sigo siendo un caballero, griega, y lo sabes.
-Lo sé-asintió, riéndose y dándome una palmada en el hombro-. Sé que piensas que es así.
-Lo pienso y, de hecho, es así.
-¿Te acuerdas de que casi te liaste con una tía?
Me detuve y la miré. Sonrió.
-No, no te acuerdas.
-No me jodas.
-No, no te jodo-susurró, cogiéndome de la muñeca y arrastrándome calle arriba-. Pero terminaste diciéndole que no. Qué buena persona estás hecho. ¿Es por el beso?
Me miró con aquel bosque que tenía en los ojos. No tenía ni idea de lo que me estaba hablando, así que me encogí de hombros; era la mejor manera de mentir lo menos posible que tenía. Suspiró.
-Escucha, a mí me gustó, pero si te apetece irte con otras, no me importa. ¿Vale?
-A mí también me gustó, Daphne-susurré, dándome cuenta de hasta qué punto era verdad aquello. Sí, me gustó. Me encantó. Había sido como encender una vela en la completa oscuridad para poder guiar el camino. Me dedicó una sonrisa nostálgica y se detuvo en la puerta de otra cafetería.
-Es aquí-dijo.
Los siguientes minutos fueron de los más caóticos que viví en mi vida. Me arrastró prácticamente por el suelo mientras nos acercábamos al sótano de un edificio abarrotado de gente.
-La que canta es mi compañera de piso-me explicó, zigzagueando entre las personas, saludando de vez en cuando a alguien, y llevándome a la parte más cercana al escenario.
Un par de chicas se le acercaron y ella intercambió unas rápidas palabras con ellas. Ni siquiera nos presentó, así que deduje que no debían ser amigas.
Me estaba convirtiendo en Sherlock Holmes, porque cuando las chicas se giraron, la expresión de su cara cambió totalmente. Estudió a la pareja mientras se perdía entre la gente, y murmuró:
-Menudo par de putas.
No pude evitar sonreír.
-¿Quiénes son?
-Nadie, unas-se encogió de hombros-. Amigas de mi ex. Preocupándose por mí. Sí, ya, claro. Son asquerosas.
Y, como el jaguar que responde a los brincos de su presa, que se ha dado cuenta de su presencia y trata de escapar de él, empezó a hablarme de todo el mundo que conocía de los que nos rodeaban. Me contó los trapos más sucios de cada persona que estaba cerca de nosotros, mientras yo escuchaba atentamente y de vez en cuando asentía con la cabeza, procurando no mirar en la dirección en la que lo hacían sus ojos.
Un chico se nos acercó, y Daphne volvió a sonreír. Esta vez, su sonrisa parecía verdadera.
-Hugh, este es Louis. Louis. Hugh-nos presentó. El chaval me dio la mano, me miró de arriba a abajo y asintió.
-¿Qué hace alguien como tú en un lugar como este?
-Supongo que acompañar a una amiga.
-¿Conoces a Anastasia?
Miré a Daphne.
-Es mi compañera. La que canta.
-Ah. No-me volví hacia el chaval, de rasgos duros. Asintió lentamente.
-Se convertirá en una leyenda muy pronto. Ya lo verás. Es capaz de cerrar bares porque no cabe más gente, y apenas ha llegado de Francia.
Daphne soltó una risita tonta, recordándome que me llamaba francés sin motivo alguno. El chico se quedó con nosotros, pero, aburrido de esperar contemplando a un escenario vacío, a los pocos minutos anunció que se iba a por unas copas. Nos preguntó si queríamos algo y Daphne y yo asentimos y pedimos lo mismo al unísono, con la sincronización de dos gemelos que llevan toda la vida juntos.
Entonces, Daphne siguió criticando. Yo alcé las manos, deteniendo al cohete antes de que fuera lanzado al espacio.
-Tú también tendrás tu lado oscuro.
Sus ojos chispearon bajo esa capa de rímel y esa raya que le daba la mirada del mayor de los felinos.
-Puede-consintió, aceptando la copa que le traía su amigo y dando un trago, coqueta.
-¿Y no me lo vas a enseñar?
Vale, estaba ligando con ella. Así que si lo iba a hacer, debería hacerlo bien. Le acaricié la cintura.
-Tendrás que descubrirlo tú-replicó.
Sonaba bien, realmente bien. Me guiñó el ojo y yo no pude evitar sonreír.
Las luces se apagaron como por arte del magia, y todo el mundo empezó a gritar y silbar.
Tres personas desfilaron por el escenario; una chica y dos chicos. La chica se colocó delante del micro mientras los otros ocupaban sus puestos. Apenas se les veía las siluetas en la penumbra, pero juro que me pareció que la chica sonreía.
Encendieron la música, la chica amplió su sonrisa, se acercó al micrófono y empezó a cantar... con voz de negra.
Lo cual no sería impresionante de no ser pálida como la nieve.
Su banda tocó temas heavys al principio, pero luego se fueron dulcificando. Me vi obligado a levantar el móvil cuando empezaron los primeros acordes de She's the one, de Robbie Williams. Recordé lo que había vivido en su concierto, con quién lo había vivido. Daphne me imitó y, en un abrir y cerrar de ojos, decenas de móviles iluminaban el escenario mientras la tal Anastasia, sentada en un taburete acariciando de vez en cuando el micrófono y el pie en el que se apoyaba. Asintió con la cabeza, recibiendo los aplausos, y miró a su novio.
-Venga, ahora música comercial-dijo, hablando por primera vez, sin entonar. Algunos abuchearon-. ¡Eh! Tengo experiencia, sé que os quejáis, pero luego lo bailáis. Falsos. Cínicos. Mentirosos.
La gente se echó a reír, ella asintió y empezó a cantar a... The Wanted. I found you. Acababan de sacarla, según me habían contado, y no les iba mal con esa canción.
Anastasia llegaba sin ningún esfuerzo a los agudos, a veces fingía mirarse las uñas para no aburrirse, lo que provocaba muchas risas entre los que estábamos contemplándola.
Después, sin dejar que el silencio poblara la sala, sonaron unos acordes que a todo el mundo eran familiares.  Esperaba que fuera We will rock you, pero no. Era nuestra versión. Eran nuestros acordes. Era Rock me.
Y, sin quererlo, me encontré siguiendo la letra de la canción cuando la chica llegaba a mis solos. Era un mecanismo que tenía interiorizado hasta el punto de negarme en redondo a quedarme callado cuando llegaba la parte de la canción que me pertenecía. Daphne me apretó la mano y me preguntó con los labios.
-¿Estás cantando?
Yo me encogí de hombros, era mi forma de inquirir: pero, ¿no lo ves? Y seguí con lo mío.
El bar estalló cuando la chica mantuvo la nota más aguda de Zayn, aquella a la que nadie más había llegado hasta entonces, durante cerca de 20 segundos. Fue increíble. Hasta yo me volví loco. Su guitarrista y el batería hacían los coros mientras ella seguía allí, con el micro en la mano, alzando la cabeza y gritándole al cielo un prolongado Yeah.
Agachó la cabeza, sonrió, siguió con otras dos canciones y anunció que iban a darse un descanso.
Se quedó en el escenario mientras el público se revolvía, retorciéndose para llegar a la salida. Las canciones que quedaban eran baladas, y seguramente muchos de los solteros no querrían escucharlas, por eso se largaban. Pero Anastasia, lejos de preocuparse por ello, barrió el suelo con su mirada en busca de alguien. Daphne se puso a dar botes y alzó las manos. Los ojos de la cantante se clavaron en ella, sonrió, y se tiró al suelo, haciendo caso omiso de los gritos de sus compañeros diciéndole que se iba a romper una pierna con aquellos tacones. Le daba igual. Me gustó que le diera igual, y, sobre todo, entendí que le diera igual.
-¡¡¡DAPHNE!!!-chilló, abrazándola. Daphne sonrió, devolviéndole el abrazo, pero esperó a separarse de ella para gritar:
-¡¡¡ANASTASIA!!!
Se sonrieron, Daphne le dijo que había estado genial, ella le respondió que bien.
-Quiero presentarte a alguien-dijo, pasándole un brazo por los hombros y girándola para que la viera-. Louis, esta es Anastasia. Anastasia, Louis. Ya le conoces.
La chica me comió con los ojos. Decidí hacer como que no me daba cuenta; al fin y al cabo, era su noche.
-Por desgracia, no me apellido Steele. No tengo un millonario macizo haciéndome cochinadas y obsesionado conmigo esperándome en casa-se encogió de hombros, como diciendo así es la vida.
-Vale-repliqué yo, echándome a reír.
-Sólo a un gato persa asqueroso.
-¿Quieres ser tú mi millonario?-inquirió, haciendo caso omiso de Daphne, que puso los ojos en blanco y buscó a Hugh con la mirada.
-¿Y Max?-le recordó a su amiga. Anastasia se encogió de hombros.
Entonces, nos alcanzó el guitarrista, que había conseguido librarse del grupo de gente que lo rodeaba, empezando a ser su fan número uno.
-¡Max!-replicó la chica, abrazándolo. Max se me quedó mirando, desconfiado, y le pasó los brazos por la cintura a su chica.
-Max, es Louis. Es un amigo. Louis, Max. El novio de Anastasia.
-Encantado-dije yo. El chaval sonrió debajo de una mata de pelo rizado que más se parecía a una peluca afro que a otra cosa. Había que tener huevos para llevar ese peinado y que te quedara bien.
-Te ha dicho lo de Steele, ¿a que sí?-sonrió el chico. Todo rastro de hostilidad desapareció de su cara.
-Estoy buscando millonarios que me mantengan-susurró la chica.
-¿Y yo no te basto?
-No eres millonario.
Y se comieron la boca allí mismo. Daphne apartó la mirada.
-Idos a un hotel, joder. Idos a un maldito hotel.
Se separaron de mala gana, se miraron a los ojos un segundo. No había amor, pero sí una tensión sexual enorme. Lo cual no estaba de menos.
Una vez nos sentamos, pude observar más detenidamente a la chica, sorprendiéndome al comprobar lo mucho que se parecía a Eri. Misma forma de la boca, misma nariz... pero parecía más alta. No sabría decirlo, pues llevaba unos tacones enormes, pero cuando se había puesto frente a mí, sus ojos habían estado a la altura de los míos.
Anastasia tenía la piel blanca como la nieve de su país, pues, según me contó, era de Rusia. Fue su piel la que me quitó de la cabeza la idea de que fuera familia de Eri. Sus rasgos eran idénticos, sí, pero no había rastro de la piel de caramelo moteada a base de lunares. Donde Eri tenía un mapa del tesoro, Anastasia simplemente tenía una niebla que cubría cualquier cosa debajo de ella. Su piel de porcelana no tenía dibujo alguno. El pelo rubio, liso y larguísimo, brillaba como una estrella, pero no era eso lo que más me llamó la atención, sino sus ojos. Sus ojos eran azulísimos, de un color de los que sólo ves en las películas o las revistas (donde, por supuesto, están idealizados). No eran zafiros, como podían serlo los míos; ni siquiera eran diamantes, como los de Niall; eran auténticos glaciares, pero unos que transmitían calor. Glaciares cálidos. Glaciares rodeados por un círculo azul oscuro, como el cielo nocturno.
-Nací en Rusia-me explicó-, y voy allí todos los veranos. Ya puestos a tener mal tiempo, al menos lo tenemos a lo grande.
-Así que por eso no tienes acento.
-Exacto, exacto. Mi madre es francesa, ¿sabes? Se mudó a Rusia cuando conoció a mi padre, tuvieron una noche loca, y todo ese rollo de las comedias malas norteamericanas. El caso es que de vez en cuando voy a Francia, pero llevo viviendo aquí desde que era una enana-se encogió de hombros-. Con mis abuelos, que se mudaron a estas islas después de que el gilipollas de -Stalin se cargara a mi bisabuelo. Menudo hijo de puta-negó con la cabeza, sonriendo. Max la miró y le acarició la espalda,ella siguió hablando-. Volvían de vez en cuando, pero las cosas ya no eran como antes. Tuvieron a mi padre en Rusia y lo criaron allí, pero en seguida lo trajeron de vuelta a Inglaterra. Este país mola más que el otro. Y luego llegué yo. Mi abuela se empeñó en que mi madre no me iba a parir en la tierra de los franceses, que se rinden por cualquier tontería, así que la obligó a permanecer todo el embarazo en frontera rusa. Querían que aprendiera ruso, pero... los cojones-hizo un corte de manga al aire-. Lo primero que dije fue "yo el ruso no lo aprendo". Es una tontería. Sus letras son raras y nadie más lo habla. Mi abuela casi me mata, pero ahora se alegra-se encogió de hombros.
-Qué interesante es todo.
-Yo he visto más mundo que tú.
-Lo dudo-repliqué. Nos habíamos caído inexplicablemente bien.
-Louis tiene una 16ª parte belga.
-El chocolate belga está buenísimo-replicó Max, asintiendo con la cabeza. Deduje que su vida no era tan interesante.
-Como yo-repliqué, encogiéndome de hombros. Nos echamos a reír.
-Anastasia-dije, ella alzó la vista y se me quedó mirando-, ¿por qué cantas en bares? ¿Por qué no haces como hice yo? Tienes talento, y una voz genial. Podrías ganar The X Factor si te lo propusieras.
-El caso es-murmuró, rascándose el brazo mientras pensaba qué decirme-, que no me gusta que la gente me diga qué debo cantar y cómo debo cantarlo. Además, así puedo estar con Max y con Joe, que suenan como patos mareados.
Max bufó.
-No protestas cuando te hago los coros.
-Eso es, cariño, porque como corista eres... normal. Pero no estás para cantar tú solo-replicó, tocándole el brazo  con cariño, consiguiendo así que no se enfadara.
-Vete a la mierda, Ana.
Anastasia se echó a reír. Su risa sonaba como una campanilla agitada para llamar a los siervos de las cortes del zar.
El batería se acercó también. Ajustándose las gafas de pasta, le cogió a la chica su vaso y se bebió lo que quedaba de un trago.
-¡JOE! ¡HIJO DE PUTA!-gritó la chica, negando con la cabeza y dándole un manotazo en el brazo al tal Joe, que se parecía muchísimo a Adam Levine en el videoclip de Payphone. 
Joe los apuró para que se levantaran. Quedaba la última parte de su pequeño concierto.
Ella asintió, se alejó de la barra y llamó a Max, que estaba intentando apurar a la par que disfrutar al máximo de su ron con Coca Cola.
-Ya voy, hostia, ya voy-gruñó, limpiándose la boca y subiendo. Daphne me miró, se encogió de hombros y decidió que podíamos quedarnos sentados, si me apetecía. La verdad era que me daba igual, así que no protesté. Apoyó los codos tras de sí en la barra y esperó a que la chica llenara la sala con su voz.
Anastasia se afanó con California king bed, de Rihanna, recordándome a aquella vez en la que Zayn y Eri habían apostado que ella no podía hacer las notas a las que la americana llegaba. Eri llegó, por lo que Zayn tuvo que ir una semana entera por dentro de casa con los pantalones en el pecho y las camisetas en las piernas. Nos reímos muchísimo.
Cantó una canción de Nicki Minaj que no había oído en mi vida, Marilyn Monroe. La canción era preciosa, tanto que hasta dudé de la autoría de la rapera, pero yo no era el experto.
El público que quedaba, que no era tan poco como al principio pensé que iba a estar, aulló con I will always love you, de Whitney Houston.
Y luego, para despedirse, Chasing the sun. 
Cerré los ojos, escuchando su voz. De repente, se parecía mucho a la de Eri cuando cantó la misma canción. Aún no la habíamos publicado, pero ya estaba lista para ser lanzada, y nuestra banda rival ya había hecho lo propio con una de las canciones de Take me home que escogieron.
Clavé la vista en Anastasia, que sonreía con aquellos dientes blancos, impolutos, mientras clavaba los ojos en mí. Parecía estar pasándoselo bomba desatando una tormenta en mi interior.
Daphne me acarició el brazo, la miré.
-¿Estás bien?-preguntó, preocupada, mirándome con la misma cara que pondría ante un cachorrito abandonado que se acaba de encontrar por la calle.
Asentí con la cabeza y, en cuanto su amiga dejó de actuar, me sacó del bar con la excusa de que era demasiado tarde y la otra querría quedarse a solas con su novio. No protesté, en realidad me parecía estupendo largarme de allí. Me había recordado que no habíamos grabado el vídeo completo con Eri, y que probablemente ella no apareciera ni aunque le suplicáramos a las estrellas que le hicieran llegar el mensaje de que la necesitábamos, de que yo la necesitaba.
Acompañé a Daphne a su casa después de ver cómo entregaba hasta su alma en el concierto, sin importarle la canción o lo que los demás pensaran de ella. Creía que estaba empezando a admirarla.
Se apoyó en la puerta y jugueteó con le cuello de mi camiseta mientras se mordía el labio, pensativa.
Decidí probar suerte, porque, mientras se mordía el labio, me di cuenta de una cosa: era lo más parecido a Eri que iba a tener jamás. Y no quería perder a la mejor copia que podía encontrar si la original se negaba a salir a la luz.
Me incliné a besarla. Sus labios eran suaves, sabían a frambuesa... seguramente utilizaba el mismo lápiz de labios que Eri.
Se me quedó mirando cuando me separé de ella.
-¿Eso es un sí?-inquirió, sonriendo y acariciándome la nunca. No quería que parara, quería que estuviera así toda la noche, con los dedos enredándose y desenredándose en mi pelo.
-Es un quizá. De momento.
-Es más prometedor que muchos síes que me han dado.
-Me alegro.
Volví a besarla, me había gustado cómo sabía.
-¿Nos vemos mañana, griega?
Una de las ventajas que tenía sobre Eri era que podía disponer de ella cualquier día, sin importar si fuera fin de semana o no, porque vivía en mi ciudad.
-Vale, francés.
Le acaricié la cintura.
-Adiós, yogur.
-Adiós, don guillotina.
Alcé las cejas, sin saber de qué me hablaba.
-¿Qué?
-Louis XVII y María Antonieta. Se los cargaron en la guillotina.
Sonreí.
-Es malísima, Daphne-negué con la cabeza antes de echarme a reír.
-Lo sé-se encogió de hombros y desapareció, dejándome solo en la noche. Me giré y empecé a andar en dirección a mi casa, con una sensación de estar traicionando a alguien a quien no debía nada en el estómago.
Era Eri quien me había dejado. Era Eri la que me había librado de la correa y me había echado de casa a patadas. No podía culparme por buscar un refugio en otro hogar donde encontrar calor.
Todavía sentía el sabor de sus labios, el de los de Eri, los mismos labios, en los míos.

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