sábado, 1 de junio de 2013

Melocotón.

Me levanté un segundo después de que sonara el despertador. Era viernes, un día después de San Valentín, lo cual le añadía un toque aún más dulce y especial a los viernes, ya de por sí especiales, brillantes, galácticos. Me puse en pie de un brinco y subí la persiana, echando un vistazo al exterior, contemplando la luz. Hoy vería a Alba. Podría volver a a abrazarla y decirle lo mucho que la quería. Las tres horas hablando por Skype y la hora y cuarenta y cinco minutos hablando por teléfono después de que sus padres le quitaran el ordenador y la mandaran acostarse se habían hecho muy cortas, como siempre que descolgaba el teléfono y me encontraba con su preciosa voz al otro lado.
-¡Liam, feo!-bromeaba ella, yo me echaba a reír y le contestaba con alguna bordería. Pero los dos sabíamos que esos pequeños piques no hacían más que afianzar nuestra historia de amor, tan perfecta. Y tan infinita. Lucharíamos porque no tuviera fin, como aquel libro que me habían mandado leer cuando estaba en Primaria. La historia interminable. Habían repartido una edición de la biblioteca con permiso especial para los que no podíamos permitirnos pagar las compras suplementarias de los deberes, y aquella edición había sido genial para mí. Aquello de que un niño cogiera un libro que nunca se acababa, y que cada vez que él tuviera que empezar  a leer, hubiera que darle la vuelta a tu propio libro para enterarte de lo que el chico leía era muy especial. Mi madre había fruncido el ceño cuando me vio girar mil y una veces el tomo, pero cuando le anuncié el título sonrió, asintió con la cabeza y siguió con sus quehaceres cotidianos, mandando a mis hermanas que dejaran de pelearse por el mando de la televisión. No me había atrevido a pedirlo a pesar de que me había encantado, y había llorado mucho al llegar a casa el día en que tuve que devolvérselo a la profesora. Cuál sería mi sorpresa cuando en mi cumpleaños mis padres me darían un pequeño paquete con el volumen dentro. Nuevo de paquete. Listo para ser leído.
Así me sentía mientras me ponía la camiseta del pijama y corría al baño a mirarme en el espejo; exactamente igual que cuando rompí el papel de regalo y me encontré con aquella preciosidad ante mí. Al fin y al cabo, iba a ver a otra preciosidad, una preciosidad sin la que me habían obligado a aprender a sobrevivir, pero no a vivir. Yo sobrevivía entre semana y vivía viernes, sábados, y domingos. El mejor día siempre iba a ser el sábado porque empezaba y acababa con ella a mi lado en la cama, acurrucada contra mi pecho, con los ojos cerrados o abiertos, dependiendo de cuánta acción hubiéramos tenido y de cómo se hubieran dado las cosas.
A pesar de que iba corriendo por todos lados (cada vez me parecía más a Arena, el regalo de aniversario o mesversario, como Eri y Louis habían bautizado a aquellas fechas tan celebradas por todos en la casa, cumpliéramos o no, que le había hecho a Alba), procuraba hacer el menor ruido posible para no despertar a los chicos. No me gustaba la sensación que acompañaba a que se levantaran a la vez que yo: me hacía sentir culpable.
Me detuve al lado de la puerta de Louis y agucé el oído, escuchando el interior. Nada.
Louis últimamente parecía una criatura que se dedicaba a convertir oxígeno en dióxido de carbono, como única tarea vital. No parecía contento con esto, pero lo afrontaba con resignación. Al menos intentaba fingir que seguía igual que siempre y que no tenía pánico de que Eri no contestara a sus llamadas (lo que ya estaba pasando), no llegara a aparecer  en el aeropuerto acompañada de Alba (muy improbable), llegara y se pusiera a gritarle a Louis (lo que, conociéndola, sería lo más probable, la apuesta segura), llegara y no le dirigiera la palabra a Louis (aunque todos sabíamos que sería cuestión de tiempo que Eri no lo soportara más y lo mandara con ella a la cama), o, algo que nos sorprendería y agradaría a partes iguales a todos: que volviera e hiciera como que no había pasado nada, hubiera perdonado a uno de mis mejores amigos como si nada. Pero aquello no iba a pasar. De ser así, no iba a estar torturándolo de aquella manera.
Suspiré, preocupado por el estado de coma emocional de mi amigo, a la espera de lo que sucedería en un aeropuerto lleno de gente, donde se enteraría a la vez que los demás de lo que le tenía preparado el destino, y bajé las escaleras de puntillas. Bostecé mientras entraba en la cocina.
Pero Louis se me había adelantado. Estaba sentado con los pies apoyados en las barritas de los taburetes, descalzo, mirando el amanecer con gesto nostálgico. Sus hombros subían y bajaban de la que iba metiendo oxígeno en sus pulmones. Iba a coger una pulmonía como siguiera por la vida con aquellas camisetas que le robaba a Niall.
-Buenos días-saludé, deteniendo en seco mi alegría matutina y mirando fijamente a mi amigo. Se giró, me miró, levantó la barbilla en mi dirección y me susurró un tímido "buenos días" que nada tenía que ver con su antigua voz.
-¿Cuánto llevas despierto?-pregunté, pues no tenía muy buena cara. Unas enormes ojeras le adornaban los ojos, enrojecidos, mientras se pasaba una mano por la barbilla, con la barba acariciando fuertemente la palma. Se encogió de hombros sin dejar de mirar al sol que se alzaba perezosamente en le cielo; su escalada era lenta, su caída, precipitada.
-Estoy en pie desde las 5. Y no va a venir.
Le daba vueltas al móvil de sustitución con el dedo índice contra la mesa, asegurándose de que nada pasaba de allí. Tragó saliva. No pude imaginarme lo duro que sería el tener que ver cómo los demás nos reuníamos con nuestras novias (no había más que ver la cara que ponía cada vez que Noe se acercaba a Harry, ya no digamos cuando se besaban) después de haber tenido aquella pelea monumental con Eri.
Pero estaba seguro de que se había equivocado. Eri vendría. Siempre lo hacía.
-No digas eso, tío-le dije, dándole una palmada en el hombro y poniendo café a hacer. Me apoyé contra la encimera y estudié todos y cada uno de sus movimientos: cómo se inclinaba para darle de comer al conejo de mi novia, cómo miraba de nuevo al sol, probablemente esperando que Eri apareciera surcando el cielo con unas alas blancas, impecables, y llenas de plumas; cómo miraba la pantalla de su teléfono con la esperanza de encontrar algún mensaje...
Estaba ante el montón de cenizas que una vez había sido Louis Tomlinson. Y no me gustaba un pelo.
-Es la verdad-murmuró, dándole un nuevo trozo de zanahoria a la pequeña bola de pelo a la que odiaba.
-No, no lo es. Siempre viene, ¿por qué iba a ser hoy distinto?-inquirí, cruzándome de brazos y esperando conseguir alguna emoción, la que fuera, explotando fuera de Louis. Prefería gritarle, que me gritara, reproducir aquella bronca legendaria que habíamos tenido cuando empezó la banda porque los dos queríamos con el control del grupo; cualquier cosa antes que ese pasotismo. Louis había sido el pilar fuerte, el que no se había derrumbado cuando fuimos a Ghana. Se había negado a llorar y había mantenido una actitud de consuelo a los que nos vimos superados por la situación; aun así, yo sospechaba que era el que más había sufrido, para empezar, porque era el que más vínculo tenía con los niños, al que más le gustaban, y eso que a los demás no es que nos desagradaran, precisamente, y, además, no había podido expresarse. Se había ahogado en sus propias lágrimas en África, el continente más desértico del mundo. Y aquello debía de ser desesperante.
-No ha contestado a mis llamadas.
Se encogió de hombros, fingiendo que aquello no le importaba. No me extrañaría que me mirara a los ojos en cierto momento y me pidiera que lo rematara. Un tiro en la cabeza sería suficiente. Así no sufriría tanto.
Eché café en dos tazas y se la pasé. Le eché leche y esperé a que se lo bebiera. Él observó con gesto distraído las pequeñas nubes que escalaban pro el aire, abandonando el campo base que era la taza, hasta mezclarse por completo con el ambiente. A sus ojos, era lo más interesante del mundo.
Me miró con aquellos océanos de tristeza que tenía en la cara y creí que podría matarme de pena con sólo contemplarme así unos minutos. Ni un cachorro podía inspirar tanta desolación en su mirada.
-El conejo tenía hambre-murmuró, luego bajó la vista y cogió la taza. Dio un trago y yo suspiré aliviado. No comía tan bien como antes. Había adoptado la enfermedad de su novia desaparecida, excepto porque él no se veía gordo en absoluto. Simplemente, su estómago se negaba a admitir nada en su interior.
Estiré la mano y le toqué el brazo. No se apartó de un brinco, pero noté que algo en él había cambiado. Ya no le tocaban como antes, y desde luego no como y quien él quería.
-Gracias por darle de comer al bichito, Louis.
Se encogió de hombros.
-Tiene un nombre horrible. Arena-sacudió la cabeza. Todos en la casa, salvo el irlandés y las españolas, pronunciábamos el nombre de la mascota de Alba mal. Pero no importaba. Sonrió, triste-. Es un nombre infernal.
Me permití devolverle la sonrisa.
-Venga, Lou.
-En serio. ¿Has visto qué bien lo digo? Arena-miró al aire, como si estuviera leyendo la palabra inscrita en él. Frunció el ceño y volvió a mirarme. Los mares de tristeza se calmaron un poco-. ¿Es así?
-Supongo. De todas formas, podemos preguntarle a nuestro experto en español.
-Ojalá pudiera preguntarle a otra experta en español.
Le di un toquecito en el hombro. Se me quedó mirando.
-Sólo está enfadada. Esta tarde lo aclararéis todo.
Suspiró. No le apetecía discutir, y la verdad era que a mí tampoco.
Me fijé en que tenía unos papeles entre los dedos de la mano libre, apretándolos con la mano en un puño, decidido a no dejarlos escapar. Los señalé y le pregunté qué eran. Él los miró pensativo. No recordaba estar agarrándolos.
-Los he... escrito yo.
-¿En serio?
Asintió y los colocó encima de la mesa, lo suficientemente lejos de la taza como para asegurarse de que el contenido de ésta no manchaba las hojas. Los alisó y me los pasó.
-Son canciones-musité, incrédulo. Había vuelto a hacerlo.
-Necesitaba decirlo-se encogió de hombros-. Me estaba matando. Y esto es bastante más productivo que sentarme en el ordenador a hablar conmigo mismo con la webcam encendida, ¿no?
Asentí con la cabeza. No es que las palabras se le dieran muy bien, pero cuando estaba jodido, sabía sacarlas de lo más hondo de su corazón e implatarlas directamente en un papel.
-¿Te das cuenta de que siempre que escribes es cuando te pasa algo con Eri?
-Es mi musa-sonrió, y la sonrisa escaló sus mejillas hasta llegar a sus ojos.
-Tenéis que hacer esto más a menudo.
-No-negó con la cabeza, cerrando los ojos. Pero su sonrisa siguió ahí.
-¿Se lo vas a enseñar esta tarde?
-No.
Deduje que no me iba a decir nada más. Ya habíamos cumplido el cupo de palabras de ese día. Estaba jodido, realmente jodido. Se había notado mucho cuando, el día anterior, el día de los enamorados, se largó pitando de casa antes de que los demás nos levantáramos para no tener que soportar nuestras rachas de te quieros infinitos. Los chicos sabíamos ponernos empalagosos cuando queríamos.
Vi otros papeles en la mesa, colocados estratégicamente en la esquina de forma que le quedaran al alcance de la mano, pero que no se cayeran. Los señalé. Él los extendió, pero no los acercó para que pudiera leerlos. Y fue ese preciso detalle el que me hizo saber qué eran.
Las cartas que Eri le había escrito como regalo de cumpleaños.

Era increíble cómo era capaz de ponerse una máscara que daba a entender que nada había pasado cuando le convenía. Fue bajarnos del coche y esbozar su sonrisa condescendiente de siempre, la que parecía decir nada, absolutamente nada en este mundo, puede derrumbarme. Las sonrisas más grandes eran las más rotas por dentro. Y él nos lo estaba demostrando.
Procuré no mirar mucho en su dirección mientras esperaba a la llegada de Alba y Eri, pero la verdad es que era inevitable. Se mostraba incluso un poco más sarcástico con las fans que reunían el valor suficiente de intentar vacilarlo, sólo para conseguir una palabra dirigida a ellas, o tal vez echarse a reír. Pero Louis era así; conseguía que todo el mundo sonriera con el mero hecho de respirar.
Alguna que otra chica me pidió matrimonio. Yo me giré y les sonreí, divertido. Nunca me acostumbraría a aquellas cosas, y lo sabía. Pero no me importaba, se estaba muy a gusto entre las Directioners, te sentías muy querido. Aunque a veces intimidara la cantidad de personas que estaban allí esperándote.
En cualquier momento los de Modest! nos dirían que tendríamos que dejar de hacer esto, lo de esperar a las chicas en el aeropuerto, porque se montaban auténticos circos que a veces incluso perjudicaban a los pasajeros... pero la espera en el aeropuerto era una de las mejores cosas de los viernes, la sensación de anticipación mientras veías más y más gente desembarcando y reuniéndose con sus familiares y pensabas "dentro de poco me tocará a mí" era indescriptible. Mágica. Un paseo por las nubes.
Por fin, la vi. Caminando con esos andares de pérdida que la embargaban cada vez que se encontraba en algún sitio de aquellos, demasiado aturullada por la desbordante cantidad de gente alrededor de ella. No pude evitar sonreír cuando la observé mirar a todos lados mientras caminaba al sitio donde siempre la esperábamos, como creyendo que íbamos a cambiar de lugar en el último momento y que no íbamos a avisarla.
-¡CORRE A POR ELLA, LIAM!-chilló una chica al lado de Zayn, que dio un bote y se la quedó mirando. Yo me acerqué despacio hacia mi novia, que sonrió nada más verme. Ella echó a correr. Le daba demasiado igual todo cuando yo estaba cerca, haciendo de satélite suyo.
Abrí los brazos y esperé a poder estrecharla entre ellos. La dejé en el suelo, se puso de puntillas para besarme y sonrió, acariciándome el cuello.
-Feliz San Valentín atrasado.
-Aún lo es en Nueva Zelanda-replicó, sonriente. Puse los ojos en blanco.
-En realidad, no.
Se echó a reír.
-Lo sé. Cierra la boca-y, como queriendo asegurarse de que no decía nada más, volvió a ponerse de puntillas para pegar sus labios a los míos.
Los chicos se acercaron a nosotros, y entonces me di cuenta de algo crítico. Venía sola.
Eri no estaba con ella.
Louis tenía razón.
-¿Y Eri?-preguntó el más interesado, deseoso de que le dijera que había perdido una maleta inexistente y que estaba reclamando a voces en un mostrador cualquiera. Pero no iba a ser así, porque ellas nunca llevaban maletas.
Alba se apartó el pelo de la cara y frunció el ceño.
-¿No estaba con vosotros?
-No.
-Pues lleva toda la semana faltando a clase. Pensé que se había vuelto a pelear con sus padres y est... ¡Louis, joder, te estoy hablando!
El mayor de nosotros se había dado la vuelta y ya casi trotaba en dirección al primer mostrador que encontrara.
-¿A dónde vas?-le gritó Harry, con Noe acariciándole los nudillos de la mano, casi tan grandes como sus dedos de muñequita.
-Voy a España-espetó, girándose y mirándonos como si estuviera seguro al cien por cien de que éramos retrasados, todos y cada uno de nosotros.
-¿Por qué?-quise saber yo.
-Porque Eri es muy amiga de hacer gilipolleces.
-¿Y si necesita tiempo?-ladró Zayn.
Fue en ese instante cuando me di cuenta de que las fans estaban totalmente calladas, mirándonos con ojos como platos. Les devolví la mirada: algunas clavaron sus ojos en los míos, otras seguían contemplando a Louis, el protagonista sin quererlo de todo aquel circo.
Louis se giró para mirarlo, y susurró con un hilo de voz, que pudimos oír a pesar de la cantidad de gente que había en la zona:
-Ha tenido suficiente. El mismo que yo.
Noe corrió a alcanzarlo, y siguió trotando, manteniendo su ritmo a pasos agigantados. Le agarró del codo y le suplicó que se detuviera; él le hizo caso, al menos medio segundo y seguramente dada la condición en la que estaba Noemí.  La pequeña se colocó delante de él y empezó a gesticular mucho. Cuando intentamos acercarnos, alzó la mano, cogió a Louis del brazo y lo arrastró lejos de la vista de todo el mundo. Las fans protestaron que querían ver. Niall las miró de lado, preguntándose si no se darían cuenta de lo importante y duro de la situación ahora.
Cinco minutos después, los dos volvían caminando despacio al lado del otro. Era graciosa la diferencia que había entre ellos dos de estatura, a pesar de que a Niall le había dado por crecer y ahora Louis era el más bajo (parecía ser que le gustaba estar en los extremos siempre, era el mayor de nosotros pero ahora el más bajo). Louis caminaba con los brazos caídos y las manos en los bolsillos, mientras Noe le acariciaba despacio la cara interna del brazo, intentando animarlo. Si no soportaba a Eri, estaba claro que ese odio no se extendía hasta su novio. Nos hicieron un gesto para que los siguiéramos. Louis condujo muy a su pesar, pues dijo que, con la depresión que estaba empezando a coger, seguramente le apeteciera estamparse contra un árbol y acabar con su patética existencia. Alba se inclinó a darle un beso en la mejilla y él sonrió, agradecido, pero con un deje de tristeza en la voz.
Nada más dejarnos en casa, desaparecería por casi una semana. Y tendríamos que mandar a Harry a buscarlo a donde fuera que hubiera ido a esconderse.
Alba dejó su mochila en el suelo y corrió a coger a Arena en brazos, haciéndole carantoñas y preguntándole en su idioma si la había echado de menos. Era increíble lo bien que nos había ido a todos con el español después de la llegada de Noemí, a la que Niall había pedido que le hablara en su lengua materna de vez en cuando para no perder práctica. Sentarse a ver la televisión y escuchar a aquellos dos intercambiando palabras plagadas de la vocal a y sonidos que a veces eran imposibles de reproducir despertaba nuestra más baja curiosidad.
Yo estaba llegando a la mitad de mi segunda libreta de español.
Tras considerar que su conejo estaba suficientemente acicalado, mimado y demás cosas que pudiera  hacerle, Alba corrió hacia el sofá y me besó el pelo. Levanté la cabeza y me pasó los brazos por el cuello, abrazándome a su manera el pecho.
-Hola-saludó, zalamera. Le sonreí y le acaricié un pequeño lunar que tenía en el cuello. Se retorció; le había hecho cosquillas.
-Me debes algo.
-¿En serio?
-¿Estás tonteando conmigo?
-¿No se nota?-preguntó Zayn, dando una última calada de su cigarro. El intento de dejar el tabaco propiciado el primer día del año ya había quedado muy atrás.
Golpeé a Zayn con el cojín, que se echó a reír y comenzó a patalear. Cuando me levanté para defenderme, Alba aprovechó y empezó a tirar de mí en dirección a una habitación. La suya o la mía, pero una habitación al fin y al cabo.
Llegamos malamente a la suya, chocando de vez en cuando contra la pared en nuestro frenesí de besos y caricias. Se echó a reír cuando la tumbé sobre la cama sin ninguna piedad y me tumbé encima de ella. Mientras le mordisqueaba el cuello y ella me acariciaba la espalda, encendiéndome, preguntó:
-¿Qué les ha pasado a Louis y Eri?
Me incorporé un poco para mirarla. Suspiré.
-Se han peleado.
-¿Por qué?
Le hice un rápido resumen de lo que habíamos hecho (los cinco, no sólo Louis) para proteger y cuidar de Eri. Con un poco de suerte, habríamos conseguido un buen contrato para ella en nuestra misma discográfica, con lo que sería mucho más fácil trabajar juntos... pero ella no lo había visto así.
Alba suspiró, incorporándose un poco, y se sentó. Se pasó una mano por el pelo, colocándoselo detrás de las orejas, y se me quedó mirando, pensativa.
-Yo no rompería contigo por algo así.
Era muy impactante escuchar, aunque no fuera de los labios de ninguno de los perjudicados, que Eri y Louis habían roto. Era como escuchar que vendían Nocilla blanca envasada en solitario, que los Doritos en un país extranjero eran de color verde, o que la Luna tenía la forma de un dado.
Empezó a morderse las uñas. Me incorporé y le cogí la mano para que no lo hiciera. El 1 de enero se había propuesto dejarlo.
Se sentó sobre sus piernas cruzadas y se me quedó mirando.
-Tengo miedo.
Alcé una ceja, y esperé a que continuara con la mano detrás de la cabeza, interrumpiendo la caricia capilar que me había empezado a hacer. Me había crecido mucho el pelo desde octubre. Molaba.
-Es que...-se llevó una mano al ojo, se lo rascó despacio y luego la dejó caer. Se encogió de hombros, mirándome, y negó con la cabeza-. Es que yo no habría dicho jamás que esos dos podrían...
Repitió el gesto. Le cogí la mano y le acaricié los nudillos; consiguiendo que se calmara. Le tranquilizaba muchísimo que le tocara las manos, y más cuando le acariciaba los nudillos. Se comportaba como una c mansa orderita.
-Y si esto les pasa a ellos, imagínate a ti y a mí. Nos peleamos muchísimo más que ellos. Ya sé que ya no tanto como antes, pero... Tengo miedo de que seamos como los demás. Que se juran amor eterno, se miran y lo ven todo claro, y luego... se acaba.
Me incorporé y le pasé un brazo por la cintura, acariciándosela con la yema de los dedos. La tumbé en la cama y le miré, me hundí en sus ojos, leyendo el pergamino que su alma sostenía frente a mí. Vi claro todo lo que la asustaba, lo que la tenía preocupada, lo que estaba decidida a no consentir jamás.
-Sé que te sonará a tópico, pero nunca he sentido por ninguna lo que siento por ti-sus ojos estudiaron mi rostro, bajaron hasta mis labios, anhelantes-. Ni a la que di mi primer beso, ni con la que lo hice por primera vez... ninguna se compara a ti.
Sonrió. Después me di cuenta de que había citado sin querer Nobody compares. Pero le había parecido tierno.
Se acurrucó contra mí, le besé la frente, y sonreímos.
-Quisiera saber si por Danielle sentías lo mismo.
Me encogí de hombros; ya estábamos otra vez con el temita. Ni siquiera me acordaba de cómo era, ¿cómo iba a sentir nada por aquella chica? Negué lentamente con la cabeza tras lo que a ella le pareció una enternidad.
-Creo que si Danielle hubiera sido igual que tú no la habría olvidado tan fácilmente.
Sonrió, me besó, y fuimos poco a poco a más. Sin pausa, sin prisa. Sabíamos que teníamos todo el tiempo del mundo si lo hacíamos bien.

Noemí se estaba inclinando en el espejo y se había aplicado un poco de rímel cuando entré por la puerta. Ataviado sólo con una toalla en la cintura, obligué a mi chica a darse la vuelta y mirarme. Una línea negra de maquillaje le atravesó la frente, partiéndosela en dos.
-Tengo alma, Harry, ¿sabes? No deberías hacerme estas cosas.
-Pero si te encantan-repliqué, acercándome a ella y abrazándola por detrás. Era tan pequeñita... tan tierna.
Asintió con la cabeza y me acarició la cara. Se llevó una mano al vientre automáticamente, como queriendo conectarnos a mí y a la pequeña vida que estaba creciendo dentro de ella. La idea de ser padre no me hacía mucha gracia, por lo menos al principio, pero estaba consiguiendo convencerme a base de susurrarme cosas tipo imagínate tu propia Baby Lux. Y nadie podía resistirse a frases de aquel estilo. Además, si tuviera sus labios, tendría que encerrarla en la torre más alta del castillo más aislado de la humanidad, porque todos los hombres del mundo querrían besarla.
Siempre me la imaginaba como una niña, seguramente porque Baby Lux fuera una niña. Aunque había veces en las que me sorprendía a mí mismo imaginándome a un bebé con los ojos de mi chica (tenía más que asumido que no heredaría mis dos aguamarinas, pero estaba contento con eso, los ojos oscuros eran más bonitos, y más los de Noe), corriendo tras una pelota de fútbol tan grande como él, mientras yo iba detrás, fingiendo no poder alcanzarlo.
-Vístete, anda. Vamos a llegar tarde, y todo por tu culpa-me instó, bajándome sugerentemente la toalla. Me dejé hacer, al fin y al cabo, ¿qué podía pasar? ¿Que llegáramos tarde al ginecólogo y la mujer no nos dijera lo que ya sabíamos: que el pequeño estaba en camino y que las cosas parecían marchar bien? Además, ese bebé me dejaba tirármela sin protección. Lo cual molaba bastante.
-No quieres que me vista, Noe-ronroneé, girándome y revolviendo los cajones de mi armario, buscando una camiseta que ponerme. Ya había tirado los pantalones vaqueros encima de la cama, y ella los había alisado y estirado para que no se le formaran nuevas arrugas. Atrás habían quedado las riñas porque yo era muy desordenado y no me gustaba que ella me lo fuera recordando con cada paso que daba. Desde que su madre la echó de casa, Noe había conseguido convencernos a todos de que ella se encargaría de las tareas, pues no tenía nada mejor que hacer (no había encontrado sitio en ningún instituto, y como todavía no tenía la nacionalidad, no podía ir a ninguno, y ella se negaba en redondo a que yo le pagara clases particulares para que se presentara a algún examen o algo). Así que se pasaba los días yendo de arriba a abajo, que si friega esto, que si limpia aquello, que si cuida del conejo de Alba, que si pon la lavadora y plancha la ropa. Nadie se quejaba, porque ahora nosotros teníamos más tiempo para relajarnos. De vez en cuando conseguíamos que dejara que la ayudáramos, y estaba claro que en cuanto su barriga se abultara un poco más, yo mismo me encargaría de que no se levantara de la cama hasta dar a luz a nuestro hijo.
-Harry-se giró en redondo, y se me quedó mirando-. Vístete. En serio.
Suspiré con dramatismo, pero obedecí. Me quité la toalla y ella se tapó la cara, condenando mi indecencia, y sacudió la cabeza a un lado y a otro. Silbé cuando ya me había puesto los pantalones, y ella miró cómo me pasaba la camiseta por la cabeza y me la bajaba hasta taparme totalmente el abdomen. Me tendió  una camisa y yo le sonreí.
-¿Tan feo soy que no quieres que me vean?
-Eres la cosa más bonita que he visto en toda mi vida-aseguró, sentándose en mis rodillas y besándome despacio los labios. Sonreí.
-Mira quién fue a hablar-repliqué, acariciándole el cuello y devolviéndole el beso. Se acomodó aún más sobre mis piernas, y cerró los ojos, disfrutando de la cercanía. El tiempo dejaba de importar cuando estábamos tan cerca el uno del otro, pero teníamos cosas que hacer.
Protestó cuando la aparté delicadamente de mis piernas y la senté sobre la cama, pero sabía que en el fondo llevaba razón. Se puso rápidamente las botas que había decidido llevar y corrió escaleras abajo, rebosante de vivacidad y alegría. Al fin y al cabo, iba a tener un nuevo dato de lo que llevaba dentro. Ya se le notaba la tripa, pero no lo suficiente como para acusar su embarazo, aunque sería cuestión de tiempo que la prensa se hiciera eco de la fertilidad de mi novia y de la mía propia.
Nos despedimos de los chicos, Victoria incluso le deseó suerte a Noemí (menuda tontería, ni que fuera a audicionar para interpretar a Shakespeare), y nos metimos en el coche. Llenó el vehículo con una cháchara entusiasmada acerca de lo mucho que había aprendido leyendo información de embarazos por Internet, y me recitó de memoria una lista de comida que haría más fuerte y sano al pequeño que llevaba dentro mientras yo asentía con la cabeza y de vez en cuando murmuraba la última palabra de la frase que había dicho para que pareciera que estaba prestando atención, pero mi cabeza estaba en otra parte.
Esa noche eran los Brits, y no estábamos todos. Teníamos que convencer a Louis de que saliera de casa, lo cual no parecía nada fácil, pues a duras penas contestaba a los mensajes que se le enviaban. A todos nos apetecía muchísimo ir, pero Lou se había encerrado en sí mismo y se negaba a salir del caparazón en el que había convertido nuestro piso de Londres. Entendía perfectamente que estuviera jodido, yo mismo me había sentido igual en verano, cuando tuve aquella bronca tan legendaria con Noe. Pero la vida seguía, siempre seguía, y nosotros teníamos que apechugar con lo que el destino nos designaba. Además, él y Eri estaban hechos el uno para el otro. No podían hacer como si nada, ellos lo sabían. Ella volvería, se pedirían perdón, se acostarían, y todo volvería a la normalidad. Pero, eso sí, Louis tenía que mover aquel culo que tenía, tan grande que bien podría tener gravedad propia, y hacer que su chica volviera a sus brazos. Y metiéndose en casa a lloriquear porque el pasado era mucho mejor que el presente y el futuro no iba a llevar luz al porvenir.
-Harry-me llamó Noe, mirándome con el ceño fruncido. La miré un segundo, lo poco que me permitió el horripilante tráfico de Londres. Sólo a nosotros se nos ocurría salir en hora punta, y encima con el tiempo justo-. No me estabas escuchando.
Ese tono de reproche me lo conocía ya muy bien.
-Es que tengo muchas cosas en la cabeza, pequeña. Perdona. ¿Qué decías?
Suspiró.
-Oye, mira, ya sé que esto no te hace mucha ilusión. No te has puesto a tirar cohetes ni nada por el estilo, pero te pregunté si querías que siguiera adelante cuando estábamos en el límite y tú me dijiste que sí, que estaba bien, que podríamos hacerlo. Si no lo querías, haberlo dicho. Ahora es tarde.
Te lo dije, joder, te lo dije. Te lo dije en el momento en que me dijiste que había un mini Styles en camino, y estuve comiéndome la cabeza varias semanas con el jodido tema. Te lo dije. Pero sólo escuchaste el único sí que consiguió nacer entre miles de negativas. Y vaya si es tarde.
-Tienes razón. No es que me hiciera mucha ilusión, pero ahora le quiero a mi manera, ¿vale? Dime qué decías, anda-la corté. Frunció el ceño.
-No me hables tan borde, tío.
La madre que me parió.
-Noe...-susurré, medio zalamero, medio poniéndome de mala hostia. Y ella tragó saliva, mirándose las manos.
-¿Qué quieres que sea?
Volví a mirarla y casi atropello a una anciana al hacerlo. Debía tener más cuidado.
-No lo sé. Lo importante es que venga sano.
Llevaba repitiéndome esa frase como un mantra desde que había decidido que seguiría adelante y que terminaría conociendo a mi primer hijo. En realidad, una de las cosas que más miedo me daba era que el pequeño estuviera enfermo y no pudiera sobrevivir, que Noemí estuviera 9 meses con él en su interior para que luego nunca viéramos una sonrisa suya, que fuera demasiado débil, o... algo. Lo que fuera.
-Yo quiero que sea niña.
-Suele pasar-me encogí de hombros, girando una esquina y contemplando a los coches que intentaban colarse. Pité varias veces, porque si la gente seguía creyéndose un ninja que podía ir a donde le diera la gana sin consecuencias, acabaríamos matándonos todos, o algo peor, llegando tarde y mal.
Me pregunté cómo afectaría a Noe en su estado un accidente de coche, por pequeño que fuera.
-Y... ¿has pensado un nombre?
Negué con la cabeza.
-La verdad es que no. Tenemos tiempo. Aún no sabemos qué es.
-A mí se me ha ocurrido algo.
-¿Qué, mi vida?
Sonrió cuando la llamé así. Le encantaba que la llamara así.
-Melocotón.
-¿Me qué?
-Melocotón-replicó.
-No lo había oído en mi vida-sonaba terriblemente a español.
-Es un fruta.
-Ah-¡ajá! ¡Sabía que era español!- ¿Cuál?
-El melocotón.
Me giré para mirarla y me salté un semáforo en rojo. Por suerte, no había ningún policía que pudiera multarme.
-¡Mira a la carretera!-chilló Noe, cogiendo instintivamente el volante. ¡Eso! ¡A falta de dos manos, cuatro!
Asentí con la cabeza.
-Así que quieres llamar a nuestra hija como la princesa de Mario.
-Yo había pensado más bien en la hija del mamut de Ice Age.
-¿La que se tira por un tobogán de hielo mientras suena Chasing the sun, de nuestros amigos?-no pudimos evitar sonreír al pronunciar yo esas dos palabras y recordar la última movida que habíamos tenido en Twitter, en la que Louis había mandado a la mierda, literalmente, a Nathan Sykes. Y Zayn descojonándose después de provocar la pelea.
Tenía que admitir que había que tener mucho valor para meterse con nosotros, aun sabiendo que llevábamos las de ganar, porque a) teníamos más seguidores, y b) teníamos a Louis Fucking Tomlinson. Y Louis Fucking Tomlinson valía por 500 gladiadores de élite, los mejores de Esparta.
Asintió, divertida porque recordara ese detalle. Se sorprendería si supiera que aún recordaba las caras de los chicos mientras medio cine se puso a cantar la canción para ver qué hacíamos: por aquel entonces los de The Wanted y nosotros aún nos llevábamos bien, por lo que habíamos terminado riéndonos y siguiendo al cine entero.
Y también recordaba que Niall casi había muerto de un ataque de risa cuando Eri y Lou decidieron unir sus fuerzas para hacérselo pasar en grande al irlandés.
-Tú quieres traumatizarla, ¿verdad?
-No-sacudió la cabeza, su pelo voló a su alrededor-, ¿por qué lo dices?
-¿Quieres ponerle el nombre de un mamut a tu hija? ¿De verdad? ¿Y que en el colegio la llamen mamut, o algo así?
-No sabrían lo que significa.
-La gente da español, Noe.
-Tú no sabías lo que significaba.
-Porque yo di francés. Un poco. Muy poco. El francés no mola.
-A mí me gusta. Y no se darían cuenta. Y si se la dieran, podría decir que es por la princesa de Mario.
-¿Le traducís el nombre?
-No.
-Entonces la llamarán bitch, y no peach.
Puso los ojos en blanco.
-Vale, listillo. ¿Qué nombre le quieres poner tú?
Me encogí de hombros.
-Melocotón está bien.
-Y más si lo dices con ese acento tuyo.
-Deja a mi acento en paz-me reí.
Se acurrucó en el asiento apoyada sobre su costado, sonriendo. Me miró.
-Tienes un nombre. Lo veo en tus ojos.
Los puse en blanco. Se me había ocurrido algo, pero no era nada seguro.
-Sophie.
-Sophie es bonito-sonrió-. Sophie Styles.
La verdad era que sonaba bien.
-¿Y si fuera chico?
Nada más hacer la pregunta me arrepentí de dejar que saliera de mis labios. No estaba preparado para escuchar "Justin".
-Harry-musitó, como queriendo hacerme ver que me había pasado de la raya, aunque yo no lo veía así.
-¿Qué?
-No. Que lo llamaríamos Harry.
Volvió a abalanzarse sobre el volante para sujetarlo cuando yo me la quedé mirando, alucinado. ¿Nada de Justin Styles? ¿Llamarlo como yo? ¿Se había vuelto loca o simplemente me estaba tomando el pelo?
-¿Es en serio?
-Sí, claro, ¿por qué no? Harry es un nombre precioso. Y más el que lo ha hecho famoso.
-¿Potter?-me burlé.
-Eres estúpido-replicó, negando con la cabeza. Me incliné para besarla rápidamente, y le encantó que pusiera nuestras vidas en peligro. Harry Styles, Harry junior... La verdad es que atraía con sólo pensarlo.
-Te quiero-repliqué yo, mirándola de reojo. Se puso colorada.
-No lo hacía por...
-Yo te quiero igual. Hagas lo que hagas, y lo hagas por la razón que lo hagas. Tenlo siempre presente, ¿vale?
Asintió con la cabeza, susurró un tímido yo también, y se quedó callada, mirando por la ventanilla. Algún día el pequeño que llevaba en su vientre vería lo mismo que estaba viendo ella, da igual su nombre: Melocotón o Harry junior.
Ahora me apetecía que fuera un chico, pero no le dije nada.
Entramos en el párking del hospital y dejamos el coche allí, lo más cerca posible de la puerta. No sería extraño toparse con algún periodista desorientado, o que incluso supiera de los planes de algún famoso y terminara matando dos pájaros de un tiro. Subimos a la planta de ginecología y corrimos a meternos en la sala de espera. Varias mujeres en distintas fases del embarazo se encontraban allí, esperando su turno. Algunas levantaron la mirada, otras simplemente siguieron a lo suyo, hablando con sus maridos, o leyendo una revista con su pareja al lado, cuidando de que no les faltara nada.
Seguramente la más joven le duplicara la edad a Noe.
Nos sentamos en una esquina, intentando no llamar la atención (algo francamente difícil) y esperamos nuestro turno. Una enfermera joven abrió la puerta y fue recitando nombres escritos en una lista, hasta que llegó el de mi chica. Pronunció a duras penas su apellido, Noemí se levantó despacio y le dijo cómo se pronunciaba amablemente, mientras yo daba un brinco en el sitio. Sin exagerar.
La seguimos dentro.

4 comentarios:

  1. Eriii!!! Vuelve!!! Joo, que vas a hacer con Louis?? Él te necesita, joo pobrecito:(( Eri vuelve nada es lo mismo sin ti:'( No nos dejes asi):
    El capitulo genial como siempre, sigue así, sé que vas a llegar muy lejos. Me encanta como escribes y la historia, y todo jjjj ASDFGHJKLÑ*-* En serio, continuala:3

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  2. Aaaaaaaaaaaaaaaah, ya verás qué pasa con Lou JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJA él es un hombre hecho y derecho, y es guapo. ¿O ME LO VAS A NEGAR? Si me lo vas a negar LÁRGATE DE MI PLANETA.
    Podrá seguir con su vida.
    O no.
    JAJAJAJAJA vale anda, no me pongo melodramática.

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  3. Louis no es guapo, es PRECIOSO. No dudo que pueda seguir (vamos a ver estamos hablando de Louis William Tomlinson, este hombre le podría saca sonrisas hasta a la amargada de mi profesora) pero, jo, Eri, ella no, yo quería que fuera para siempre, jo, no puedo, lloro;(

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  4. Si Louis no tiene a su media naranja, se buscará a su medio limón. Es Louis. Tiene recursos. Aunque siempre me amará a mí (oh por dios, qué bonito)

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