lunes, 27 de mayo de 2013

Tinta y golpes.

-¿Eri? ¡ERI!-grité al teléfono, al pitido que me indicaba que la llamada se había acabado. Me cago en la puta, no me había dejado explicarme; había conseguido sacar esa vena reconorosa y vengativa mía, la vena que en Doncaster se había dedicado a repartir hostias cuando me tocaban suficiente los cojones. Y ahí tenía el resultado de no haberme controlado.
-JODER-grité con toda la fuerza de mis pulmones, lanzando el móvil contra la pared y dejándome caer en la cama, sentado, con las manos tapándome la cara. Ni siquiera presté atención al ruido que hizo el aparato cuando toda la pantalla se resquebrajó, y se apagó. Ya era inservible. Como mi corazón.
Tenía unas ganas tremendas de llorar mientras escuchaba en mi cabeza aquel se acabó, Louis, no puedo confiar en ti después de esto.
Habíamos terminado. Para siempre. Lo había prometido, y tenía experiencia en cuanto a lo que ella se refería: cumplía sus promesas.
No podía luchar contra las lágrimas. Tantos años aguantándomelas, tanto tiempo siendo yo el fuerte, la tabla de salvación a la que agarrarse cuando todo estaba perdido... y la última vez que me había permitido desahogarme, había sido con ella delante.
Empapé la almohada mientras, de vez en cuando y llevado por la rabia, me dejaba ir y aporreaba el colchón, como si fuera a arreglar algo. Nada me iba a devolver a mi chica, y lo peor era que la había perdido por haberla protegido de un modo en el que ella no quería  ser protegida.
Cuando me levanté, tenía la almohada empapada. Tendría que echarla a lavar, o tenderla, o algo así. Me incorporé, me froté los ojos y miré al teléfono, que descansaba plácidamente lejos de mí, temiendo que volviera a acercarme para terminar con el asesinato que había llevado a cabo. Lo recogí del suelo y probé a desbloquearlo, pero el botón de menú no me respondía. Suspiré, recorrí con los dedos los cientos de líneas que de repente habían surgido en la pantalla del móvil. Casi prefería que se negara a trabajar; no soportaría verla ahora, ver todas esas rayas cruzando de arriba a abajo mi fondo de pantalla, donde ella sonreía mientras me besaba en la mejilla y miraba de reojo a la cámara. Era perfecta. Lo es. Lo será siempre. Bueno, perfecta, no. No era mía, así que eso contaba como defecto.
Miré el reloj, preguntándome cuánto tiempo habría pasado desde que me levanté del sofá y me fui a mi habitación a hablar con ella; pues el tono que le había notado me hacía saber lo difícil que iba a ser nuestra conversación. Pero nunca, jamás, habría pensado que la conversación acabaría con algo más que consigo misma: con un nosotros que sonaba a gloria.
Bajé las escaleras sintiéndome ligero como una pluma, abrí la puerta de la lavadora y metí la almohada dentro. Volví a frotarme los ojos y me asomé al salón. Los chicos no me miraron, siguieron con la vista fija en la televisión. Seguramente creían que todo ese tiempo había estado hablando con Eri, como siempre hacíamos cada vez que uno levantaba el teléfono con la única intención de hablar con el otro, pero ahora...
-¿Qué tal Eri?-preguntó Zayn, con su eterno cigarro en la boca. Casi preferiría que se lo tragara en esos momentos y empezara a escupir humo como los dragones de las películas a que mencionara su nombre.
-Mal-espeté por lo bajo, metiéndome las manos en los bolsillos. Todos se giraron a mirarme, me estudiaron de arriba a abajo, vieron mis ojos, y abrieron la boca.
-¿Estás... bien?
-He roto con ella.
Bueno, ella ha roto conmigo, o hemos roto los dos, o... no sé, pero esto es muy deprimente y me apetece tirarme al Támesis con una bolsa de piedras atada en el cuello, así que mirad a ver si hacéis el favor de decirme cómo mierda voy a hacer para reconquistarla, porque al igual que no se puede vivir sin oxígeno, está claro que yo no puedo vivir sin Eri.
Todo One Direction era ojos en ese momento. Salvo yo. Porque yo molaba y ni siquiera me sentía yo mismo.
-Joder, Lou, lo siento...-empezó Liam, levantándose y yendo a abrazarme. Esperé a que me envolviera con sus brazos y apoyé la cabeza en su hombro, obligándome a no llorar, no debía llorar, no iba a llorar, pero, joder, se estaba tan bien allí, estábamos tan a gusto, éramos tan amigos, y yo necesitaba tanto que alguien me abrazada, aunque no me estuviera abrazando ese alguien que yo más deseaba...
Varias lágrimas se lanzaron en parapente de mis ojos, pero no sollocé. Qué grande era. Hasta cuando me dejaba la chica de mis sueños seguía haciéndome el machito duro con cuya sonrisa todo el mundo podía contar. Pero no, joder, no me apetecía sonreír. Me apetecía tirarme en la cama y morirme. Rápidamente. O tal vez lentamente. Me daba lo mismo.
Liam esperó pacientemente a que me separara de él, cuando lo hice y pude mirar a los demás, descubrí que estaban a mi alrededor, apoyándome. Mis amigos...
-¿Cómo fue?-preguntó Harry, tocándome el codo y haciendo que me sentara en el sofá.
-Simon la llamó. Se cabreó. Me dijo que no podía confiar en mí-me limpié los ojos y agradecí un pañuelo que me tendió Niall. Me soné ruidosamente e hice una bola con él.
-No llores, Louis. La recuperarás-dijo Zayn, aplastando su cigarro contra el cenicero y asegurándose de que ni una sola nube salía de él. Negué con la cabeza. Notaba los ojos demasiado sensibles para enfocar nada. Joder.
-No se fía de mí, tío-repliqué, abriendo los brazos y pasándome una mano por el pelo.
-Volverá. Hablarás con ella. No podéis estar el uno sin el otro.
Suspiré.
-No se fía de mí-repetí, terco como una mula, pero es que había sido precisamente esa necedad lo que había hecho que mi chica hubiera sido mía durante aquellos 7 maravillosos meses. No había sido la relación más larga a pesar de que nos habíamos jurado amor eterno. Probablemente ese fuera el problema: que Eri no tenía ningún problema en romper ningún juramento, mientras que no fuera una promesa. Debería haberlo sabido.
-Llámala-dijo Niall, señalando el móvil. Les enseñé la pantalla y me tendió el suyo, pero lo rechacé.
-No. No quiero engañarla. Ya no más. Que sepa que soy yo el que llama.
Habían sido suficientes mentiras para esta vida y para varias de las siguientes. Había pagado un precio muy alto, la había perdido a ella. Y si las mentiras nos habían alejado, sólo la verdad podría reunirnos de nuevo. Decirnos la verdad el uno al otro era lo que mejor se nos daba. Pero mis mentiras habían sido gran parte de lo que nos había mantenido juntos, todo el tiempo, con más fuerza que la verdad. Había tenido miedo de que se fuera a Los Ángeles a intentar hacer carrera y que me dejara a mí en la isla más importante del Viejo Mundo, mirando hacia el horizonte por el que el sol se ocultaba, preguntándome qué estaría haciendo en aquel instante, si estaría grabando, estaría descansando, o estaría pensando en mí. Y ahora, por no querer compartir con ella tan sólo unos minutos cada día, no volvería a compartir nada.
En el fondo me lo merecía. La confianza era la base de las relaciones, los dos lo creíamos.
Pero nos queríamos, joder, yo la amaba con toda mi alma, y ella me amaba a mí. Se veía en sus ojos cada vez que nuestras miradas se cruzaban, y nuestros corazones parecían sincronizarse... igual que se sincronizaba un iPod cuando lo conectabas al ordenador.
Suspiré, miré a Harry y le pedí el teléfono. Él me lo tendió sin dudar y me siguió cuando empecé a subir las escaleras sin tan siquiera pedírselo. Los demás se quedaron abajo, asomados por si algo salía mal y tenían que subir a animarme. No estaban acostumbrados a que fuera yo el deprimido. Ninguno lo estaba, ni siquiera yo, en realidad. Y no me gustaba.
Deslicé su móvil en el bolsillo de la chaqueta que me puse para salir y revolví toda la ropa de la estantería hasta encontrar una gorra. Bufé, me miré en el espejo y asentí con la cabeza. Las Directioners me reconocerían bien, pero porque podían reconocerme con tan sólo ver una foto de mi meñique. El verdadero problema eran los paparazzi, que se lanzarían a por míen cuanto saliera de casa, y no me apetecía darles explicaciones a aquella panda de buitres carroñeros que lo único que querían era una buena noticia con la que llenarse los bolsillos de dinero. ¿No se daban cuenta de que la gente tenía sentimientos y le dolía todo, absolutamente todo, de lo que allí se decía?
-¿Qué vas a hacer?-preguntó, mordiéndose el labio. Le enseñé mi móvil con la pantalla hecha añicos.
-Arreglarlo. Será más fácil que otras cosas.
Se pasó una mano por el labio y se sentó en la cama, con las piernas cruzadas, mientras yo me acordaba de mi santa madre por parirme con aquella preciosa costumbre de nadar en el desorden. Ahora no encontraba la cartera.
-No te preocupes. No puede vivir sin ti. El viernes la tendrás aquí como siempre.
-El problema es que yo no voy a aguantar hasta el viernes, Harry.
Y encima, el día antes del viernes era San Valentín. Jodido Simon. ¿No podía haber elegido otra fecha para llamarla? ¿Tenía que haberla llamado precisamente hoy? En esos momentos, si me lo hubieran puesto delante, lo habría estrangulado con mucho gusto.
-Es fácil.
-Tú soportaste varias semanas, tío, pero tú eres tú. Sabes que a mí me cuesta hasta dormir cuando no la tengo al lado en la cama-me quité la gorra y me pasé una mano por el pelo; había hecho de este gesto mi marca personal y mi canalizador de rabia. Cerré los ojos y me los froté. Ya no picaban. Lo peor parecía haber pasado.
-Son sólo cuatro días.
-¿Sabes que sé cuántas horas estuve sin ella cuando nos separamos para ir a Japón? Algo así es muy difícil de olvidar.
-¿Las horas que estuviste?
-No. Bueno, sí. Pero me refiero en realidad al hecho de que sabía las horas. Sufrí cada una. Y ahora no estoy seguro de que vaya a venir.
-Vendrá. Siempre lo hace.
Esperaba, rezaba, suplicaba porque así fuera. Pero no iba a ser así. Si no arreglaba el teléfono pronto y conseguía localizarla y suplicarle una segunda oportunidad, sabía que ella no iba a venir. Era demasiado orgullosa. Sabía que lo era, y sabía lo que el orgullo la llevaría a hacer, porque éramos tal para cual incluso en esas situaciones.
Volví a ponerme la gorra y suspiré. El universo se había confabulado para que no encontrada nada.
Miré a Harry, que sonreía mientras lanzaba mi cartera al aire, y con la otra mano hacía girar las llaves sobre un dedo.
Sonreí en aquel oscuro día y le tendí la mano. Dejó las llaves sobre ella y, más tarde, me tendió la cartera.
-Gracias, tío. En serio.
-No es nada. ¿Quieres que te acompañe?
Negué con la cabeza, girándome para buscar las gafas de sol.
-Prefiero ir solo. Para pensar, y eso.
Se levantó de un brinco y me puso una mano en el hombro.
-No te tortures mucho, ¿quieres, Tommo? Estabas protegiéndola, simplemente.
-Ya, pero... aun así... me jode mucho.
Asintió con la cabeza.
-Sé de lo que estás hablando, tío. Ojalá pudiera hacer algo por que volvieras a sonreír.
-Tráemela-le pedí, cansado de todo aquello... y ni siquiera llevaba media hora soltero. Pero dolía, dolía de una manera en la que nada me había dolido jamás. Ni siquiera  cuando lo dejé con mi primera novia, o cuando Hannah y yo rompimos después de un par de años de relación. Habían sido 7 meses muy intensos. Los mejores de toda mi existencia. Pero se habían acabado.
Quien hubiera dicho "lo bueno, si breve, dos veces bueno" se merecía una hostia a mano abierta.
¿Acababa de pensar en una hostia a mano abierta? Genial. Eri se había metido bajo mi piel y se había dedicado a chuparme el cerebro hasta dejarme sin ideas propias. Y encima iba a seguir queriéndola igual.
El amor era siempre la base de una relación. ¿Por qué debíamos estar separados cuando nos queríamos? No creía que fuéramos a ser tan estúpidos de dejar irse a nuestra alma gemela cuando éramos de la tan escasa población mundial que la había encontrado contra todo pronóstico.
Bajé las escaleras de la casa pareciendo más un extra de The Walking Dead que un chaval de 21 años y abrí la puerta con las mismas ganas de un preso que está a punto de ser ejecutado. Me despedí de los chicos con un grito, que se arremolinaron a la puerta y se me quedaron mirando mientras me metía en un coche y enfilaba la calle hasta el centro de Londres.
Me metí en un párking, me ajusté las gafas de sol y la gorra para que nadie que no me estuviera buscando me reconociera, y salí a la calle. Ir de incógnito tampoco era una buena idea, pero era mejor que nada. Mientras cruzaba las calles, esperando como cualquier mortal impaciente a que los semáforos se pusieran en verde, reproducía mentalmente con los amplificadores de mi memoria los últimos retazos de conversación que habíamos tenido, cuando yo ya había visto lo que se avecinaba y me negaba a dejarla marchar tan fácilmente.
Cuando llegué a la parte en la que los dos nos empujábamos el uno al otro por el precipicio, me detuve en medio de la calle. Una mujer vestida de traje chocó contra mí, me lanzó una mirada envenenada y siguió su camino hablando por su BlackBerry. Apenas pude disculparme, estaba demasiado ensimismado con todo lo que había ido pasando a lo largo del día.
-¿Qué se supone que voy a hacer con el regalo que te tengo preparado para San Valentín?-le espeté a la desesperada, aferrado a la esperanza de que así, tal vez, ella se ablandara y no terminara mandándome a la mierda como acabó haciendo en el momento en que me colgó el teléfono.
-Guárdalo para otra-escuché con asco su tono de fingida indiferencia; los dos sabíamos que la fiesta del 14 de febrero era más importante para ella que para mí, a pesar de que yo estaba bastante entusiasmado con la idea.
-No voy a encontrar a otra-gruñí, pensando que no iba a hacerlo porque me negaría en redondo a que ninguna otra se me acercara, y mucho menos no iba a encontrarla porque no iba a ponerme a buscarla.
Soltó una risa sarcástica que me sentó igual que una bofetada.
-Louis, joder, eres Louis Tomlinson, de One Direction, y ya solamente por eso un millón de chicas matarían por estar contigo-Me mordí la lengua para no espetarle que antes ella solía estar la primera de todas esas chicas, armada con un revólver del tamaño del Empire State-. Al margen, claro está, de cómo eres tú. Eso sube la cifra bastante.
-Vaya, que no quieres el regalo-la pinché, esperando a que se echara a reír por mi terquedad, que la encontrara simpática y que se planteara darme una oportunidad. Un instante de vacilación sería suficiente para mí. Suplicaría como nunca había suplicado en mi vida.
-Te voy a revolver el iPhone-me dijo con un hilo de voz, conteniendo las lágrimas. Me odié a mí mismo por no estar allí a su lado, abrazarla e impedir que llorara, pero sobre todo me odié a mí mismo por ser yo el causante de aquellas lágrimas.
-No.
-Y el anillo.
Un pensamiento me había cruzado la cabeza a la velocidad de la luz: no debía dejar que me devolviera nada de lo que yo le hubiera dado, porque si me lo devolvía, no tendría ningún recuerdo mío, y podría terminar olvidándome, y hundirme en el mar oscuro como la noche del olvido era algo que no me apetecía en absoluto.
Me había echado a temblar con la simple mención del anillo, aquel anillo que se negaba a quitarse bajo ningún concepto, a no ser que la posibilidad de perderlo fuera lo suficientemente grande como para ser tenida en cuenta.
-Quédatelo. Quédatelo todo, joder, quédate todo lo que tengo, todo lo que yo más quiero, porque lo que más adoro y deseo y amo en todo lo que alguna vez fue mío ya no lo es.
Me había dejado bastante claro qué acababa de pasar a ser con respecto a mí en cuanto habló en pasado de nuestra relación. Yo me había negado en redondo a sacarle provecho a aquello, pero cuando ya no parecía quedar más remedio y dar el tema por zanjado, al menos temporalmente, era la única solución, me había visto obligado a hacerlo.
Doblé la esquina de la calle en la que estaba la tienda y me calé un poco más la visera de la gorra. Ahora en mi campo de visión apenas había una franja gris en representación de la calle. Con las manos en los bolsillos, apenas me atrevía a moverme más de lo necesario para pasar desapercibido entre la gente: lo último que necesitaba era que unas fans me reconocieran y se montara un lío importante en el que seguramente notarían algo raro. Y los rumores empezarían, a pesar de que yo no estaba preparado para ello aún.
Empujé la puerta de la tienda y la chica se me quedó mirando. Era una de las dependientas que nos había atendido la vez que fuimos a encargar los teléfonos, pero había una ligera diferencia: ninguno de los cinco que se dejó caer por allí parecía un terrorista a punto de poner una bomba capaz de volar el corazón de la ciudad más importante del mundo.
Me quité la gorra y las gafas de sol y ella suspiró de alivio. La anciana a la que estaba atendiendo se giró, me estudió de arriba a abajo, deteniéndose en última instancia en mis ojos, y abrió ligeramente la boca. Alcé las cejas, como diciendo sí, soy yo, señora, y empujé la puerta con la cadera para cerrarla. Recé porque a nadie le apeteciera mirar en esa dirección y me encontrara allí. Entonces, sí que estaría perdido.
La anciana volvió a girarse y contempló con desconfianza aquel teléfono sin botones con el que a partir de entonces se tendría que pelear para hablar con su familia.
-Si necesita ayuda o algo, no dude en venir y preguntarme lo que sea.
La mujer asintió con la cabeza, se guardó su nueva adquisición en el bolso, tomó su bastón y se encaminó a la puerta. Se la abrí y la mantuve para que pudiera salir. Pasó mirándome con una tierna sonrisa en los labios.
-Ojalá quedaran caballeros como tú, guapo.
Si hubiera sido cualquiera de los chicos, me habría puesto rojo. Pero yo no.
-Quedan, señora. Lo que pasa es que se esconden.
Se echó a reír; tenía una risa sorprendentemente musical para su rostro ajado y su edad avanzada. Me pregunté si la risa de Eri sonaría tan bien cuando tuviera la edad de aquella mujer, y en seguida hallé la respuesta: sí, claro que sonaría así de bien. Sonaría incluso mejor. Sonaría a cielo.
Y yo iba a perdérmelo.
-¿Qué te ha pasado, Louis? ¿Tienes problemas con el teléfono?-preguntó la chica, apartándose nerviosamente el pelo de la cara, intentando parecer más guapa. La verdad es que no lo necesitaba, pero eso era otra historia.
Saqué mi móvil destrozado con timidez del bolsillo del pantalón, aprovechando de paso para subírmelo, y lo coloqué cuidadosamente en el mostrador. Casi pude escuchar las protestas del pequeño iPhone negro: ¡Eso! ¡Me tiras contra la pared, me dejas hecho añicos, y ahora te haces el bueno y me dejas como si fuera un barquito de cristal! ¡Eres muy lógico, Louis!
¿Por qué aquella voz sonaba tanto a mi chica favorita en el mundo? La comisura izquierda de mi boca se elevó por sí sola, traviesa, recordándome que la tenía metida debajo de la piel, corriéndome por las venas, metiéndoseme en el corazón, dueña, ama y señora absoluta.
-Lo he roto-dije a modo de explicación, encogiéndome de hombros y colocándome el pelo hacia delante. Pude sacar una sonrisa de donde apenas quedaban, disculpándome. Ella alzó las cejas, cogió el móvil y abrió la boca cuando vio el estropicio que yo había causado.
-¿Se te ha caído?
-En realidad, lo he tirado yo.
Me remangué la chaqueta, hecho que ella no pasó por alto, y aprovechó para comerme con los ojos. Aún tengo dueña. La tendré por mucho tiempo. Para siempre, de hecho.
-¿Contra un camión en marcha?
Negué con la cabeza.
-¿Lo has tirado desde un avión?
Volví a negar.
-Contra la pared.
Silbó. Ella sí que me haría cosas contra la pared. Sus ojos volaron hasta mis brazos, cada vez más hinchados; sabía de sobra lo que le gustaba a Eri que tuviera los brazos fuertes. Le ponían muchísimo. Y por eso los cuidaba, para que ella los disfrutara y yo poder disfrutar de con cuánta adoración me los acariciaba ella. Entreabrí los labios, sintiendo sus dedos sobre mi piel, haciéndome estremecer de puro placer mientras unas corrientes eléctricas me recorrían todo el cuerpo.
-¿Malas noticias?
Casi se corrió allí mismo ante el infinito mar de posibilidades que se abría ante ella. Me encogí de hombros, pensando que estaba dejando que se emocionara demasiado, y volví a taparme los brazos, con ello también los tatuajes.
-No es que todo me esté saliendo perfecto hoy.
-¿Quieres hablar?
Negué con la cabeza.
-¿Podréis arreglarlo?
Se incorporó y se puso tiesa como un palo. No me había dado cuenta de que se había apoyado en el mostrador y había empezado a rizar un mechón de pelo entre sus dedos corazón e índice, coqueta. Estaba muy distraído. Solía darme cuenta de cuándo las chicas intentaban ligar conmigo. Tal vez llevar tanto tiempo fuera del mercado, o el no estar interesado en volver a él, había oxidado mis receptores.
Asintió con la cabeza, revolviendo en los cajones del mostrador. El aire se impregnó de un incómodo silencio mientras ella se dedicaba a buscar cajas, mordiéndose el labio de una forma que me recordaba mucho a mi chica (antes que llamarla mi ex chica prefería que me arrancaran las uñas lenta y dolorosamente) después de leer los libros guarros que le había regalado por Navidad (con los que habíamos aumentado la fogosidad en la cama, dicho sea de paso).
Torció el gesto y negó con la cabeza. Sacó una libreta y pasó el dedo índice sobre los nombres que tenía allí apuntados con el ceño fruncido. Evité inclinarme hacia delante para no tocarla. No sabía qué me podría pasar si tocaba a otra chica en ese momento.
Sonrió.
-Nos tiene que llegar un cargamento en un par de horas. ¿Vas a estar por la zona?
Me encogí de hombros.
-Puede. Si me vas a dar uno, me quedaré por aquí.
-Bien. Te voy a dar directamente el de sustitución, a los de la compañía no les hará gracia que te dediques a ir por la vida sin teléfono siendo cliente nuestro.
-Qué halagador.
Se echó a reír.
-No tires cohetes, Louis. Relájate.
Sonreí.
-¿A qué hora vengo a por el nuevo?
Meneó los labios poniendo morritos.
-Mm... ven dentro de hora y media. Por si llegan tarde, para que no te quedes esperando.
-Vale.
-¿Llevas móvil ahora?-inquirió, dándose la vuelta y sacudiendo las caderas excesivamente, intentando conseguir que yo me planteara meterla en mi cama. Pero no, no iba a tener esa suerte. Y menos ese día.
-Sí, tengo el de Harry.
Se dio la vuelta con un alfiler en la boca y me enseñó una BlackBerry.
-Antes que andar con esa mierda prefiero un ladrillo con una antena, gracias.
-Van bastante bien.
-Ya. Pero es una BlackBerry.
Volvió a reírse.
-Vale, señorito. ¿Algo más? ¿Le forro su próximo móvil con oro, o algo así?
-Si me lo dierais chapado en oro molaría, la verdad-me encogí de hombros.
Extrajo la tarjeta del teléfono y se quedó mirando el puerto USB.
-¿Tienes cosas importantes ahí?
-Sí-me apresuré a decir. No estaba dispuesto a perder todas las fotos que tenía allí metidas. Demasiado valiosas, demasiados recuerdos, demasiados momentos preciosos vividos. Y todo apuntaba a que no iban a repetirse. No iba a renunciar a todo aquello sin luchar.
Asintió de nuevo, estudiando con ojos de experta a su pequeño paciente.
-Vale. Pues... intentaré extraerlo todo a una memoria externa y luego meterlo en el nuevo teléfono.
-¿Qué vais a hacer con ese?
Le dio varias vueltas sobre la palma de su mano. Eri lo había mordido. Era un teléfono especial. No le había dejado marca (me había puesto a gritarle que se estuviera quieta en cuanto se lo metió en la boca, haciéndome burla, solo que yo lo cogía con los labios, no con los dientes, como un asno, y ella había parecido un asno en ese momento, y yo se lo dije, y se cabreó, me lo tiró a la cara, yo lo cogí a tiempo y ella echó a correr por casa, enfadada con el mundo y sobre todo conmigo, y yo corrí detrás de ella, conseguí alcanzarla, la agarré de la cintura y le mordisqueé el cuello mientras ella se reía con aquella risa que sonaba mejor que Claro de Luna, se había dado la vuelta, me había besado despacio, diciéndome que me perdonaba, pero sólo por esa vez, yo le había sonreído, había seguido besándola, así hasta hartarnos, porque éramos jóvenes y estábamos enamorados, y eso era todo lo que podíamos pedir y desear), pero la marca la tenía en mis recuerdos, lo que era más que suficiente.
-Seguramente lo reutilizarán...
-Si podéis repararlo...
Frunció el ceño.
-Te voy a dar uno nuevo, Louis.
-Ya, pero... tiene muchos recuerdos dentro. ¿Sabes? ¿Lo intentareis reparar y me lo devolveréis? ¿Por mí?
Puse cara de cachorrito, la misma cara que ponía cada vez que no me apetecía fregar los platos, la misma cara que le puse a mi madre cuando le dije que repetía curso pero que no por ello no iba a ir al viaje que el instituto había preparado... y la cara de cachorrito funcionó. Siempre lo hacía. Me daba la impresión de que era porque tenía los ojos azules.
-Vale-dijo con un hilo de voz, y guardó mi móvil prejubilado en un cajón, lista para ponerse a trabajar en ello. Dejó la tarjeta en una bolsa hermética y le puso una etiqueta. Me dio el ticket con el mismo número que había escrito allí, y me observó salir con desesperación en la mirada. Si hubiera sido por ella, me habría encerrado allí dentro y no habría abierto la puerta hasta que le hubiera dado hijos. Gemelos, tal vez. O trillizos. ¿Quién sabía?
Nada más salir de la tienda me golpeó una sensación de vacío y soledad que apenas había experimentado en toda mi vida. Miré en derredor: de repente, todo el mundo parecía ir en pareja. Suspiré, preguntándome a dónde ir, y se me ocurrió una idea. Las fotos. Una cámara. Un tatuaje. Eso era. Y la tienda no estaba muy lejos de allí.
Me coloqué bien la gorra y eché a andar en dirección al lugar donde tantas veces había entrado ya, bien con Zayn, con Harry, con Liam, acompañando a uno de ellos a hacerse un tatuaje o uno de ellos acompañándome a mí. Pero, por primera vez, iba solo. Y por primera vez estaba soltero, por mucho que me pesara. Haría todo lo posible por cambiar esto, pero de momento, aquella era mi situación.
Jack, nuestro tatuador, frunció el ceño cuando me vio entrar solo.
-¿Tommo? ¿Tú solo?
-Me estoy volviendo un malote-dije a modo de respuesta, encogiéndome de hombros. Estaba sorprendentemente ocioso. Aunque, claro, era por la mañana. La gente que más frecuentaba ese local tenía clase... aunque no fuera.
-¿Qué va a ser?-inquirió, cerrando la revista con tías en bolas y motos a partes iguales y acercándome, como tantas otras veces, el libro con las plantillas.
-Una cámara.
-¿Va en serio?
Asentí.
-¿Puede saberse por qué?
-He discutido con Eri.
-Y te tatúas una cámara-asintió, enarcando una ceja. Sonreí.
-Es complicado.
Alzó las manos y buscó la página donde tenía los objetos. No tenía muchas cámaras de fotos, pero había una que me enamoró. Le dije de qué tamaño la quería, me pidió que le señalara la zona, y me llevó hasta el sillón.
Cogió el libro con cuidado ceremonioso y lo depositó despacio en una pequeña mesa. Le quitó el plástico protector a la página en cuestión y, en menos de dos minutos, me había colocado la plantilla con una precisión abismal. Me incliné a mirar el resto de imágenes. Había una pequeña taza de té humeante al lado del hueco que mi incipiente tatuaje había dejado. Y me gritó dos palabras.
Little Things.
La toqué con los dedos y le dije que también me la pusiera. Él asintió con la cabeza sin rechistar; al fin y al cabo, había hecho un buen negocio conmigo. Dos tatuajes en una sola sesión. El doble de precio a cobrar. Y sabía que yo no me quejaba por mucho que me dolieran las agujas clavándose en mi piel, grabando a fuego lo que yo quería, necesitaba o deseaba.
Salí de la tienda como un cachorrito desorientado, toqueteando con los dedos la venda que Jack me había puesto para que no fastidiara mis nuevas adquisiciones. Poco a poco me estaba llenando el brazo; llegaría un momento en el que no tendría más sitio, y entonces empezaría lo realmente jodido: encontrar otro lugar en el que grabarme cosas a fuego, para siempre. Recordaría a base de tinta, aprendería a base de golpes. Y siempre, siempre, me levantaría y lucharía por lo que quería. Estaba decidido a que aquella cámara estuviera solo haciendo las veces de recuerdo de una pelea, no de una ruptura. La pequeña cámara inmortalizaría el momento en el que me daría cuenta de lo importante que era una chica extranjera para mí. Más que la vida, el aire que respirara o la comida que me metiera entre pecho y espalda.
Podría tener a todas las que quisiera, todas las que deseara, con solo pedirlas. Simplemente intentando conseguirlas las tendría para mí. Pero mil chicas no valían nada, no podían compararse con ella. Nunca lo harían.
Aún faltaba media hora para que mi móvil nuevo llegara, así que decidí dar otra vuelta  mientras esperaba. Grave error, pues lo único que vi fueron parejas enamoradas, cogidas de la mano, paseando por las calles de la ciudad como si les perteneciera por el simple hecho de tener a aquel a quien deseaban besar a su lado, sin necesidad de coger un avión o de suplicar una segunda oportunidad. Y lo que más me jodía era que ninguno quería a su novia como yo quería a Eri.
Entré en la tienda a toda pastilla 5 minutos antes de la hora acordada.  La dependienta alzó la vista y se me quedó mirando un segundo, para bajarla después rápidamente, sonrojada ante el pensamiento impuro que se le había pasado por la cabeza. Pecadora, pensé, con una sonrisa condescendiente atravesándome la cara y dividiéndola en dos.
-¿Está?-pregunté, acercándome y apoyándome en el mostrador. Asintió con la cabeza, terminó de configurar el teléfono y me lo entregó. Lo primero que hice no fue darle los gracias: fue buscar en la galería las fotos que me había hecho con mi chica. Y, efectivamente, allí estaban.
-Gracias, nena.
Se sonrojó aún más. Y le dio una taquicardia cuando la miré a los ojos.
-¿Qué te puedo dar?
-Un beso y una flor-espetó sin pensar, y puso una cara que quería decir claramente que se daría de bofetadas así misma por aquel atrevimiento. Me eché a reír, me mordí el labio y recogí las cosas.
-Mañana te traigo la flor.
-No tendré listo el móvil hasta mañana.
-No importa-repliqué, encogiéndome de hombros. Iba a tener mucho tiempo para pensar. Le guiñé un ojo, fingiendo que todo iba bien, y salí a la calle. Con el móvil de sustitución en la mano y los ojos fijos en la infinidad de fotos de aquella época feliz que se había acabado, o al menos eso se empeñaban en hacerme creer, vagabundeé por la ciudad. Con cada paso que daba me iba sumiendo en un estado de depresión que no podía ser buena para la salud de nadie. Decidí recurrir a la más fiel y dulce medicina: el alcohol.
Sabía que con el primer trago rompería mi promesa, pero las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas. Me metí en el primer local que encontré, me senté en la barra mientras esperaba a que una  camarera de mi misma edad terminara de servir a un par de trabajadores que estaban allí disfrutando de un descanso, y me quité la gorra. Sentí cómo todos los ojos del local se clavaban en mí, reconociéndome al instante. Sí, casi me apeteció gritar, soy Louis, de One Direction. ¿No puedo tener un momento de tranquilidad?
La camarera se acercó a mí al trote.
-¿Qué vas a tomar?-preguntó, comiéndome con los ojos. Me pregunté qué efecto tendría eso en Eri, si le cabrearía de verdad que las demás no pudieran apartar la vista de mí y lo hicieran con total descaro.
-Lo más fuerte que tengas.
-¿Absenta? Es muy fuerte. Tal vez no lo soportes.
-Aguanto bastante bien-me encogí de hombros.
-¿De veras?
-Si no, tendrás que llevarme a casa.
Sonrió, divertida, seguramente porque pilló la broma al vuelo. Y eso que no era de las más originales ni de las mejores que tenía.
Si quería coger una borrachera, y la quería coger rápido, la absenta sería lo mejor, aunque no es que me supiera especialmente bien. Pero las cervezas eran demasiado lentas en ese sentido, y yo necesitaba ahogar mis penas en ese instante, no en la media hora que tardaría en beberme cuatro botellas.
Una pelirroja con el pelo rizado se sentó a mi lado, me miró un segundo y luego llamó a la camarera por su nombre. La chica le preguntó si quería lo de siempre, ella asintió con la cabeza y tiró su bolso en la barra, revolviendo desesperadamente en su bolso negro, mordiéndose el labio hasta hacerse sangre.
-Vodka lima-anunció la camarera, Rachel, sonriéndole. Di un trago y seguí estudiando a la pelirroja. Sería tan alta como yo, era bastante delgada, y más con aquella ropa totalmente negra. Llevaba un anillo enorme en la mano izquierda, y las uñas pintadas de blanco.
Levantó la vista y se me quedó mirando. Alcé las cejas.
-¿Qué pasa? ¿Tengo que pedirte permiso para sentarme a tu lado?
-Estaría bien, que lo hubieras hecho.
Puso los ojos en blanco.
-Duque de Cambridge, ¿puedo sentarme?
Tenía un deje sarcástico en la manera de contestarme que me recordó muchísimo a cuando Eri se ponía borde con todo el mundo. Y cuando yo le tocaba lo suficiente las pelotas y acababa cabreándola, me miraba de la misma manera que lo hacía aquella chica, solo que la mía tenía unos ojos chocolate preciosos, mucho más bonitos que aquel tono verde parduzco de mi compañera de asiento.
-Estamos en un país libre-me encogí de hombros, volviendo a dar un sorbo de la bebida y notando cómo se me subía a la cabeza poco a poco. Oh, sí. Estudié las estanterías abarrotadas de bebidas de todos los colores, tamaños y tipos habidos y por haber del bar.
La chica asintió.
-De momento-señaló mi vaso-. ¿Problemas?
Me encogí de hombros.
-Mal de amores.
No debería hablar con tanta franqueza con ella; estaría bastante mejor que respondiera a su sarcasmo con mi sarcasmo superior. Al fin y al cabo, ni siquiera sabía su nombre, podía ser una periodista, o podía ir a la prensa con el cuento de que Louis Tomlinson, de One Direction, sufría del corazón. Casi podía escuchar ya los titulares en los periódicos y los programas esos de cotilleos que veían mi madre y mis abuelas. Las tres. Nadie en el sector femenino de mi familia parecía tener medio dedo de frente.
Como decía Eri, el más normal iba a terminar siendo yo, y aquello sería muy preocupante.
-¿Lo sabe ella?
Traducción: ¿Te estás emborrachando para suplicarle que te dé una oportunidad para follártela salvajemente y luego hacer como si no hubiera pasado nada?
La miré.
A ver, tía. ¿A ti qué cojones te importa?
-Ella es el problema-suspiré. Sus ojos chispearon., una pequeña sonrisa de complicidad se dibujó en su boca, pintada de un rosa pálido.
-¿En serio?
Me encogí de hombros.
-Ya ves. Todos somos mortales, al fin y al cabo.
Asintió con la cabeza, dando un lento trago de su bebida a través de la pajita. Frunció el ceño cuando la sintió bajar por su tráquea... exactamente igual que Eri la primera vez que me las arreglé para emborracharla.
Joder, Louis, para, tío, en serio. Para.
-Soy Daphne.
-Louis.
Me tendió la mano y yo se la estreché.
-No esperaba que me contestaras.
-Ni yo esperaba que necesitara contestarte.
Se echó a reír.
-Parece que tienes facilidad para encontrar a tías con algo extranjero, ¿eh?
-¿Te refieres a tu nombre? Porque el mío es francés.
Alzó una ceja.
-Y el mío griego. De hecho, mis abuelos eran griegos. Me lo pusieron por mi abuela.
-Ahá.
-Y te la suda.
-Básicamente, sí-sonreí, dando un trago de la bebida. Empezaba a achisparme peligrosamente. Y una tía intentando ligar conmigo no haría buena combinación con esto último.
-Bueno, a mí me la suda bastante tu banda y me jodo y la trago cada telediario, ¿sabes?
Me encogí de hombros.
-Es la maldición de tener tanto talento.
Estiró la camiseta de Iron Maiden que llevaba puesta.
-Chaval, esto es talento. Esto es música. No vuestro puñetero crazy crazy crazy til we see the sun.
Me estaba vacilando de una manera que sólo otra chica me había vacilado en toda mi vida. Y, muy a mi pesar, me estaba gustando.
-Para empezar, nosotros somos más que un crazy crazy crazy. Escucha algunas de nuestras canciones, ¿vale? No sólo las de la radio. Y nosotros no nos creemos más que Iron Maiden. A muchos nos gustan. Y punto.
-Las he escuchado.
-Kiss You no cuenta.
-Summer Love.
Fruncí el ceño. Era también su canción favorita. Joder.
-Vale, Summer Love sí que cuenta. ¿Y?
-Es preciosa-suspiró, buscó en su bolso hasta sacar un iPod y me la enseñó. Había comprado el disco o, por lo menos, se había molestado en ponerle la carátula en iTunes. Le había puesto cinco estrellas.
-Me siento halagado.
-No soy de ponerle cinco estrellas a las canciones.
-Pues me siento doblemente halagado.
Sonrió, dio otro sorbo de su Vodka, esta vez directamente del vaso, y se me quedó mirando mientras acababa la copa. ¿Por qué no me daba vueltas nada? No era justo.
-Seguro que no es nada.
La miré. Tenía en los ojos motitas marrones que me recordaban a un tigre... y más con su maquillaje, una esmerada línea negra rodeándole los ojos, enmarcándoselos como a una gata. No me solían gustar las tías que se maquillaban  tanto, pero la verdad es que le quedaba bastante bien.
-¿El qué?
-Lo de tu novia. Al fin y al cabo... eres... tú. Seguro que se le pasa. Siempre se nos pasa-se encogió de hombros. Alcé mi vaso en su dirección.
-Ojalá tengas razón, nena.
Se rió. Tenía los dientes muy rectos. Y brillaban casi con luz propia. Parecía que la frase de What Makes You Beautiful la habían sacado de verla a ella.
En ese momento me vibró el móvil. Ella lo miró, como haciéndome ver que tenía razón, y esperó a que mirara en la pantalla.
-¿Es ella?
-No. Mis amigos. Tengo que irme ya-dije, levantándome mientras guardaba el teléfono.
-¿Una firma de discos para fans sin ovarios?-se burló.
Me eché a reír:
-¿Qué tienes en contra de mi banda, tía?
-Mi ex no entró en The X Factor porque vosotros sí.
-Lo siento-aunque en realidad no era así; me alegraba muchísimo de haber entrado en el programa, de haber conseguido todo lo que había conseguido. Y, sobre todo, me alegraba de haberme hecho famoso porque así mi alma gemela pudo buscarme hasta encontrarme. Volveríamos. Daphne la griega (¡como los yogures!, escuché a una Eri encerrada en mi cabeza exclamar, sorprendida por su inteligencia superior) tenía que estar en lo cierto. Los griegos eran gente lista. De no ser así, no habrían tenido quinientos dioses en total, con todo lo que implicaba: hacerles fiestas y tener que saber su nombre y su historia.
-Yo no-dio un trago de su Vodka y entrecerró los ojos. Mentía-. Era un capullo. Y desafinaba. Mucho. Cantaba como una cabra.
-Ah, bueno, como Shakira, entonces.
Se echó a reír a carcajada limpia,echando la cabeza hacia atrás. Era Eri encerrada en un cuerpo desconocido, con físico totalmente diferente, pero seguía siendo Eri la que estaba allí dentro, con la que estaba hablando.
-Vale, Louis. Lo que tú digas-se limpió pequeñas lágrimas que le resbalaban por la mejilla con mucho cuidado de no tocar las líneas azabache de su maquillaje. Alcé los hombros.
-Soy así, ¿qué le voy a hacer?
Parpadeó, divertida, sin dejar de mirarme con una sonrisa en la boca. Sentí una necesidad imperiosa de sentarme para seguir compartiendo tiempo con aquella chica tan diferente de Eri y a la vez tan idéntica a ella.
-Te llamaré-dije a modo de promesa casi más para mí que para ella. Sonrió.
-No te he dado mi número-sacudió la cabeza, reflejos pelirrojos volaron gracias a las luces.
-Pero investigo. Soy un tío con recursos.
Se me quedó mirando, con una ceja alzada y la boca ligeramente torcida en una sonrisa de lo más chulesca. Si me hubiera soltado que era mi novia no lo habría dudado un sólo segundo.
-En realidad volveré mañana a pedirle tu número a la camarera.
Volvió a echarse a reír. También se reía como Eri. Joder.
Dejé un billete de diez en la barra y protestó.
-¡No!
-¡Sí!
Negó con la cabeza.
-Y luego dicen que no quedan caballeros.
-Es que me escondo bien.
Volvió a reírse, agité la mano y salí del local. Me persiguió afuera, y me colocó la gorra torcida en la cabeza.
-¿Qué haces, tía?
-¡Te la dejabas!
-¿Y si quería dártela?
-Lo dudo mucho. Yo no llevo horteradas de esas.
-Ni yo hablo con góticas. Y mira lo que he hecho.
Sonrió, se puso de puntillas y me dio un beso en la mejilla. Me habría apartado de un brinco de no haberme paralizado por la sorpresa.
Tenía los labios de mi chica. ¿Qué cojones...?
-Adiós, Louis Tomlinson, de One Direction.
-Adiós, Daphne la griega.
-Como los yogures.
Abrí los ojos y la boca, se echó a reír y se metió a todo correr en el bar.
La bebida comenzó a hacerme efecto de la que llegaba a casa, y más cuando abrí la puerta. Pareció querer que Liam me echara la bronca.
-¿Y esos ojos? Has bebido y venido en coche.
-No me arrepiento de nada en esta vida.
-PODRÍAS HABER TENIDO UN ACCIDENTE.
-Estoy bien, joder.
-Y te podría haber parado la poli.
-De hecho, lo hizo.
-¿Y QUÉ TE DIJERON?
-Que me multarían. Y yo le convencí.
-...
-Le dije: Agente, soy Louis Tomlinson. Y él me contestó: Tu grupo le gusta mucho a mi hija. Está triste porque no puede ir a veros. Y yo le dije: Agente, si me deja en libertad sin cargos, le daré a su hija entradas de primera fila. Y si me cambia la pegatina de la itv tal vez le de un ticket para después del concierto, para que nos conozca.
-¿Y?
-Ya tenemos adjudicado nuestro primer M&G.
Se echaron a reír, aliviados porque vieron que mi antiguo yo había vuelto. Daphne me había hecho ver que podía haber más esperanzas. Si sólo veía a Eri cada vez que la miraba, era que no podía vivir sin ella. Y si no podía vivir sin ella, no la dejaría marchar así como así.
Tan cierto como que los yogures griegos eran de los mejores de la Tierra.

4 comentarios:

  1. Eri eres muy cruel!! Como me puedes hacer esto! Estoy llorando como una magdalena! Hoy que es mi cumpleaños estoy teniendo un día penoso y encima llego abro el blog leo el capitulo y venga a llorar! Como si no hubiera llorado bastante hoy, pues ala un poco más Y NO ME GUSTA LLORAR! Eres muy cruel! No te puedes hacer eso a ti y tampoco a Louis, tiene que ser un sueño o algo, ¿verdad? dime que es un sueño que si no lloro más, PORFAVOOOORRR!
    Un beso!

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  2. NO ME LLORES MARTA, Y MENOS EL DÍA DE TU CUMPLEAÑOS. Te prohíbo llorar el día de tu cumple. Es más, enviaré a Louis a que te pegue una paliza por ello (y Louis se recrea, tiene cara de recrearse y YO DIGO QUE SE RECREA Y PUNTO). Y no, no habrá polvo de disculpa después de la paliza. Louis es mío, bitch. Búscate a otro macho que te monte. JAJAJAJAJAJAJA oc Erikina, ya pasó.
    Nop, no es un sueño, esto es real, todo es real. Bueno, vale, es una fanfic, pero tú ya me entiendes, ¿no?
    PD. Feliz cumpleaños :3
    PD2. Con retraso.
    PD3. Me gustan los posdatas.
    PD4. Debería ir callándome ya.
    PD5. SOY UN UNICORNIO VOLADOR.
    PD6. Ya me callo.

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  3. Jajjajajajjajaj Eri eres la leche! Si, te entiendo perfectamente, pero... ERES MAAALAAA! No puedes hacer esto, en fin, como todas las novelas tendré que aceptar la muerte, PERO NO LA DE LA PROTAGONISTA! La protagonista no muere, al menos hasta el final de la saga, ¡NO ME DIGAS QUE LA NOVELA SE TERMINA! En cuento a la propuesta de mandarme a Louis, si me mandas a Niall mejor, que así puede haber polvo de disculpa! Jajajjajaj, no te preocupes Louis es tuyo.
    PD. Gracias por felicitarme.
    PD2. 1 besote grandeee! (a mi también me gustan las posdatas)
    PD3. (Pero menos que a ti)

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    Respuestas
    1. Qué va, la novela no se acaba, solo que siguen sin mí. Es Its 1D bitches, no Its Eri bitches. Todavía hay novela para rato ;D

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