lunes, 17 de junio de 2013

Pequeño Simba.

Bufé cuando sonó el despertador; no recordaba haberlo puesto. Algo a mi lado se movió, pero las cosas no cuadraban: no estaba en España, no estaba con Eri, ella no tenía que ir a clase. Así que, ¿qué pasaba? ¿Por qué estaba en la cama con alguien y ese alguien respondía al sonido berreante de la alarma?
Gruñí otra vez, intentando alcanzar la fuente del ruido y apagarla. Un cuerpo se arrastró por encima, y yo me asusté, porque no lo reconocía.
Hasta que me acordé de que Fizzy había dormido conmigo porque yo se lo había pedido.
Abrí los ojos en el momento justo en que mi hermana pasaba por encima de mí, suspirando porque ya tenía que levantarse. Saltó de mi vientre al suelo y sacudió la cadera mientras comprobaba que su pijama estaba bien colocado. Se inclinó sobre el móvil y lo apagó; cogió una goma de pelo que yo no había visto en mi vida y se ató rápidamente su melena enmarañada en con ella. Me miró y suspiró.
-Joder, el que nunca dio un palo al agua, no tiene que despertarse temprano.
Fizzy negó con la cabeza.
-Cállate, Fiz.
Me di la vuelta y le di la espalda a propósito. Me dio un cachete en el culo, yo di un brinco y le hice un corte de manga. Se echó a reír.
-Buenos días, Louis.
-Vete a la mierda-repliqué yo, tapándome la cabeza con la almohada. El puñetero despertador aún sonaba en mi mente.
Fizzy se echó a reír, cogió sus cosas y salió de mi habitación.
Nada más cerrar la puerta empecé a sentirme tan solo que tuve que incorporarme y mirar a mi alrededor. Había tenido la delicadeza de apagar la luz, pero por las rendijas de la persiana se colaban perezosos rayos de sol, queriendo cumplir con su trabajo más digno. Miré en dirección a la ventana, intentando acostumbrarme a la luz. Todo el planeta parecía estar confabulándose para hacerme sentir aún peor: si en mi interior llovía, afuera teníamos un día de playa; si tenía el corazón oscuro, el sol y las estrellas brillaban con más intensidad.
Me senté en la cama y me froté los ojos, preguntándome por millonésima vez cómo podía ser tan gilipollas de arriesgarlo todo a una única carta cuando tan sólo tenía el comodín. Miré la hora en el teléfono. Las 7 y media. Incoherentemente temprano, pero ya sabía que no iba a poder dormir más. Le quité el modo No molestar y miré los mensaje que tenía. Los chicos habían estado hablando de las visitas a nuestro último vídeo y de un nuevo mensaje que teníamos que grabar para Red Nose Day. Pues muy bien. Pregunté si había alguno levantado, y Zayn respondió que él llevaba despierto desde las 7; no había podido dormir más. Intercambiamos un par de mensajes, pero en seguida nos dimos cuenta de que yo estaba demasiado dormido como para mantener una conversación decente, de modo que me despedí y cerré la aplicación.
Volví a meterme en Twitter, pero el último tweet de ella, aquel "I'm gonna miss you all", seguía siendo lo primero que aparecía. Se negaba a dar señales de vida; era como si la tierra se la hubiera tragado y se negara a decirme dónde pensaba escupirla. Porque tendría que escupirla.
Suspiré, llevándome el pulgar a la boca y mordisqueando despacio la uña. ¿Le dejaba un mensaje, o no?
Bueno, ya que había entrado en su perfil, y ya que le había mandado tantos, uno no iba a hacerme daño. ¿No? Además, tal vez fuera el que no podría soportar y el que la trajera de vuelta.
Buenos días, preciosa. Te echo de menos. Qué novedad, ¿no? El caso es que... joder, necesito saber que estás bien, nena. Háblame. Por favor.
Miré los últimos mensajes que habíamos intercambiado, justo los que hablaban de San Valentín, aquella fiesta tan señalada que nosotros llevábamos esperando tanto tiempo y que habíamos terminado dejando a un lado. Echaba mucho de menos sus te quieros sin que vinieran a cuento, el batallón de x que me mandaba a modo de besos y abrazos, los que no podía darme, las llamadas por la noche sólo para desearnos dulces sueños que terminaban colgándose tras varias horas de conversación. Y eso que a ella le encantaba dormir.
Me tumbé en la cama de nuevo y me tapé con la manta hasta la frente. Cerré los ojos, dejando que me calentara el alma. No merecía esto. Sí, le había mentido, pero no merecía todo lo que me estaba haciendo. Sí que había traicionado su confianza, pero no le había puesto los cuernos, ni le había hecho nada malo. Le había sido total y absolutamente sincero siempre, ¿por qué no podía perdonarme la única mentira que le había soltado?
Suspiré, abrazándome el pecho. Debería tener a una chica a la que abrazar, pero sólo me tenía a mí mismo, y me sentía muy solo.
Escuché pasos por el pasillo, luego una puerta abriéndose y volviendo a cerrarse. Otro despertador que sonaba. Una nueva puerta abriéndose. La vida seguía a pesar de que no tenía ningún sentido, al menos para mí. Tal vez si me concentraba en respirar pudiera terminar saliendo de aquella.
Pero iba a ser muy difícil. Para empezar, tendría que asumir que Eri me odiaba. Con todas sus fuerzas. Y no puedes asumir el odio de quien más te ha amado.
Luego estaba la parte en la que tendría que superar que no iba a volver a mis brazos, que seguramente no volviera a verla nunca, que nunca volvería a abrazarla, besarla, despertarme por las mañanas y encontrarla a mi lado, bien mirándome o bien dormida, pegada lo más posible a mí...
¿Cómo iba a sobrevivir a todo eso? Mi madre me había traído al mundo, pero Eri me había enseñado a vivir. Y eso iba a ser imposible de olvidar... de superar.
Varios pares de pies cruzaron el pasillo y bajaron las escaleras. Las gemelas. ¿Estaría ya Lottie levantada? ¿Habría llegado, siquiera?
Aparté un poco la manta, dejándola a la altura de la barbilla. Me pregunté qué pasaría si salía ahora de la habitación, tal cual estaba, y me largaba a un sitio lejano, donde nadie jamás pudiera encontrarme, a llorar mis penas y los momentos que podrían haber sido pero no serían jamás.
Lo malo de hacer planes de futuro con alguien con quien planeas pasar ese futuro es que, precisamente, cuando todo se vuelve negro nada en la vida tiene sentido, y todo te recuerda a ella, y lo único que puedes hacer es esperar a que llegue el final, que parece deleitarse en el simple hecho de llegar tarde, mal, y nunca.
Gruñí, me incorporé y subí la persiana. Los primero pájaros surcaban el cielo, tímidos, a la espera de que el tiempo mejorara. Iban listos si se creían que aquella fina llovizna era mal tiempo.
En mi corazón se estaba hundiendo el Titanic, pero no por culpa de un iceberg. Una tormenta como nunca antes se había visto se había empeñado en sumergir el barco hasta lo más hondo del océano.
Chasqueé la lengua, me estiré y bostecé. Otro día más. Tan sólo tendría que esperar a que llegara el tour. Luego se me pasaría. Los conciertos siempre terminaban nublándome la mente y acaparando toda mi atención. No me molesté en mirar la hora, bajé a la cocina directamente, sin preocuparme de tener que ir al instituto.
Un hombre que no había visto en mi vida estaba sentado en mi cocina, saboreando cosas de mi nevera, tomando un café de mi cafetera. Hijo de perra. ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?
Carraspeé, llamando así su atención. Levantó la vista y se me quedó mirando largo y tendido; yo le devolví la mirada, intentando inspirarle el odio que sentía. No tenía aquí a Simon, que era el que había llamado a Eri y había abierto la caja de Pandora, así que ese hombre sería mi chivo expiatorio.
De repente, recordé quién podía ser.
¿Cómo se llamaba? Era el nuevo novio de mamá.
La verdad era que mi madre era muy rápida encontrando hombres, aunque poco más que dejándolos.
Joder, Louis. Me había pasado tres pueblos con ese pensamiento.
-Hola, Louis.
-Hola... eh... tú-me encogí de hombros. De repente me importaba una mierda su nombre. No iba a llamarlo papá, y había decidido que siempre lo iba a llamar tú. Y punto.
-Soy Dan.
-Encantado-murmuré, cruzándome de brazos. Me negaba a tocarlo. Probablemente él tuviera la culpa de que mis hermanas no tuvieran un padre que las despertara cada mañana. Ahora, por culpa de ese tal Dan, el hombre que me había criado y al que llamaba con total legitimidad papá  habitaba en otra casa, dejando vacía la mía... y el corazón de mi madre.
No iba a consentir que ninguna de esas dos cosas tuviera un inquilino tan pronto. Además, me había convertido en el hombre de la casa, con los privilegios que aquello conllevaba, y no estaba dispuesto a ceder mi trono aún. Ni siquiera me había dado tiempo a disfrutarlo.
-Lo mismo digo-sonrió, intentando parecer amable. Nos ha jodido que quería parecerlo, de mí dependía que se follara a mí madre. A una palabra mía podría echarlo de su vida y conseguir que no volviera más. El tío parecía saber bien cuáles eran las reglas de funcionamiento del código de divorciados.
-Ya-lo corté, acercándome a la cafetera. El muy hijo de puta se estaba tomando mi café-. ¿Y mi madre?-pregunté.
-Se ha llevado a las niñas al colegio.
¿Quién eres tú para llamarlas las niñas? ¡Para ti son Daisy y Phoebe Tomlinson, cabrón!
-Te refieres a las gemelas, ¿no?
Asintió con la cabeza, estirando la mano hacia el periódico. Yo fui más rápido y lo abrí por la sección de deportes. Me daba bastante igual que el Bayern de Múnich acabara de clasificarse para las semifinales de la Champions, pero gracias a ello me había afianzado en mi posición de jefe de la manada.
Casi sentía una presencia femenina que yo conocía muy bien ronronear de lo mucho que le gustaba que me pusiera en mi sitio de vez en cuando y tomara las riendas.
Dan asintió, confuso porque sabía que le había quitado el periódico a posta, pero decidió dejarlo estar. Por la cuenta que le traía, el convenía tenerme contento, al menos durante una temporada, el tiempo suficiente que le llevara afianzar su relación con mi madre y conseguir que llegara a ser oficial. Entonces, podría hacer lo que le diera la gana conmigo. Podría destrozarme la vida si se lo propusiera, hacer que me arrepintiera... pero estaba demasiado decidido a disfrutar de esa diversión tan inesperada.
-¿De qué equipo eres?-pregunté, queriendo que se relajara para poder seguir clavándole puñaladas traperas. Se me quedó mirando.
-¿Tú?
Alcé la vista con una sonrisa cínica en los labios. La había aprendido de la mejor.
-Te he preguntado yo antes.
-Liverpool.
Hice una mueca, negando con la cabeza.
-Manchester United. Y os ganaremos la liga.
-Lo dudo bastante.
-Mira las estadísticas, chaval-le pasé el periódico y di varios golpecitos con la yema del dedo en el punto en el que los críticos se enfrentaban los unos a los otros mientras intentaban decidir cuál de los equipos era el mejor. ¿Cómo podían pagar a nadie por intentar averiguarlo? Si estaba clarísimo.
Miró la hoja que le mostraba con el ceño fruncido y asintió una única vez.
-¿Puedo...?
Pero yo ya había desviado mi atención hacia otro tema. Sacando una taza, conseguí sacarle el poco café que le quedaba a la cafetera y llenar el resto con leche. Hacía años que no tomaba tan poco café, pero algo era algo. Me ayudaría a despertar, en el caso de que el subidón de adrenalina que la pelea velada con aquel hombre que tenía la poca vergüenza de acostarse con mi madre en mi propia casa me estaba proporcionando. Silbé mientras ponía la taza dentro del microondas y luego me agaché para acariciar a Ted,  ignorándolo expresamente.
Miré varias veces en dirección a su desayuno. No se me pasó por alto que no se atrevía a probar bocado conmigo delante.
-Si me estás esperando para desayunar, no te preocupes. Puedo hacerlo solo.
Frunció el ceño.
-No estaba...
-No comías-observé.
-Sí que lo hacía.
-Lo que tú digas-repliqué, poniendo los ojos en blanco y negando con la cabeza, haciéndole ver que creía expresamente que estaba mal del riego.
Dio un sorbo a su café, obedeciéndome. Así, pequeño Simba. Sigue las órdenes de Mufasa.
-¿Cuánto hace que conoces a mi madre?-pregunté como quien no quiere la cosa. Dan iba a contestar, pero justo el microondas emitió el sonido que indicaba que había hecho su trabajo. Me levanté, le tiré una galleta a Ted de la que me acercaba al aparato, y saqué la taza. La coloqué sobre la mesa y busqué algo sólido que llevarme a la boca.
-Trabajo con ella-murmuró, tímido.
-Ah. ¿Y ya te habías fijado en ella antes?
-Bueno, nos cruzábamos a veces, y...
-¿O ahora que vive mejor de repente es más guapa?
-¿Qué?-espetó, casi atragantándose. Me mordí la sonrisa que intentó surgir en mi boca. No estaba bien que lo puteara de aquella manera, pero, entonces, ¿por qué me sentía tan bien siendo así de cabrón?
-Ya sabes. Ahora vive mejor. Su hijo es millonario, y tal... ¿quién sabe? Puede que sea por la ropa, o algo...
-Siempre llevamos uniforme en el hospital.
-Ya. Pero lleva joyas. Y a los cirujanos siempre os van las que van adornadas como nobles.
-Tu madre se quita los colgantes.
-¿En serio?
¡Qué mentira más grande! Di un sorbo del café, sonriente, mirándolo con las cejas alzadas. Me aplaudiría a mí mismo por lo bien que me lo estaba pasando y por lo mal que se lo estaba haciendo pasar a aquel pobre hombre. Tenía que tomar nota mental de todo lo que estaba haciendo ahora para putear a los que me tocaran lo suficiente las pelotas de ahí en adelante.
-¿Ya os habéis acostado?
No me apetecía una mierda que me dijera que sí, pero a él todavía le apetecía menos ponerse como un semáforo bajo la mirada del hijo que había parido la mujer que lo metía en la cama. Me reconforté a mí mismo por cómo estaba siendo, haciendo caso omiso a mi conciencia, diciéndome que la culpa de que aquel señor lo pasara tan mal era de mi madre. Que no lo hubiera dejado solo, y así yo no me comportaría como un chacal que lleva sin comer meses ante un pollo asado en medio del desierto del Sáhara.
-Eh...
No pude evitar sonreír, lo había pillado in fraganti. Estaba claro que lo habían hecho, y a mí eso me cabreaba bastante, pero mi enfado pasaba a un discreto segundo plano después de verle la cara a ese hombre al que estaba torturando sin derramar una sola gota de sangre.
-Oye, mira-dije, cogiendo una galleta y levantándome hasta ponerme a su lado. Alzó las cejas, mirándome, sin saber muy bien qué iba a hacer. Ni siquiera yo estaba seguro de lo que me proponía: sólo sabía que me lo estaba pasando en grande y que tenía que alargar mi diversión todo lo que pudiera-. Te he calado, ¿vale? Te crees que porque mi madre tenga 5 hijos ya es una zorra a la que le da lo mismo follar de una manera o de otra. Y no. A mi madre la respetas, ¿vale? No es de las que se te van a tirar al cuello cuando les digas que eres cirujano. A mamá no le falta de nada. Ni siquiera le falta un hombre que cuide de ella y que haga que los demás la respeten, si es que no lo hacen. ¿Entendido? Mucho ojito con mi madre. Te estaré vigilando.
Tragó saliva, yo mordí la galleta y la tragué despacio, disfrutando de la magia del momento. Era increíble cómo mi yo cabrón conseguía alejarme de todo lo malo que me estaba pasando en ese momento, aunque estuviera pagándolo con el nuevo novio de mamá.
-Yo...
-No digas nada-repliqué, alzando las manos y mordiendo de nuevo la galleta-. Sólo ten en cuenta eso. Te estaré vigilando. De cerca.
Asintió lentamente y apuró la taza de café. El problema era que me había cogido el suficiente miedo como para no querer levantarse de la mesa e irse al salón a encender mi tele, sentándose por tanto en mi sofá. Cerré los ojos y me masajeé la sien.
Mamá abrió la puerta y anunció que ya estaba en casa. Era lo suficientemente tarde como para que yo ya me hubiera despertado, y, si no lo había hecho, ya era hora de que fuera moviendo el culo.
Me cambió la cara visiblemente, y él lo notó. Se levantó, receloso, y fue a ver a mamá, el único escudo posible contra mi lluvia de puñaladas.
-Siento haberte dejado solo, Dan.
-No importa, preciosa.
Alcé una ceja y me crucé de brazos.
-Sí, mamá, yo también me alegro de verte y todo eso.
-Oh, Louis, no seas así, ¿quieres? ¿Ya os habéis hecho amigos?
-Algo así-murmuró él.
-Íntimos-sonreí yo, llevándole la contraria a propósito. Mamá se me quedó mirando, miró a su nuevo trofeo masculino, y alzó las cejas. Él se encogió de hombros y asintió, tímido. Luego murmuró una excusa, la besó en los labios, procurando agarrarla lo justo de la cintura para que yo entendiera que la quería pero no lo suficiente como para poder interpretarlo como un acto de desafío, se colgó la chaqueta al hombro y salió por la puerta, poniendo especial interés en no dar un portazo.
La sonrisa que me llevaba aguantando desde que empecé a jugar con él igual que un gato como un ratón consiguió vencer mis barreras.
-¿Qué le has dicho?-ladró mamá, girándose y fulminándome con la mirada.
-¡Nada!
-¡Entonces, ¿qué te hace tanta gracia?!
-Que sea cirujano.
Entrecerró los ojos.
-No te creo, Louis.
-Haces bien.
Soy un mentiroso. Y por eso he perdido a la chica de mis sueños.
La sonrisa se evaporó.
-Escúchame, mi vida-me cogió la mano y la cubrió con las suyas-. Tienes que entender que la vida sigue igual. ¿Vale? Tú también has encontrado el amor y...
-Ya sabes que Eri y yo hemos roto, mamá.
Tragó saliva. Se le había olvidado. A mí también se me olvidaba a veces, estaba seguro, lo que pasaba era que tenía especial interés en bloquear cada olvido en mi memoria y no hacer caso de lo que los demás dijeran de nosotros.
Me llevé la mano al cuello, cogiendo la cadena que sostenía la chapa que me había regalado. Era lo suficientemente larga como para que ésta colgara hasta el esternón. Y, cuando me inclinaba hacia la izquierda, a veces se colocaba justo encima del corazón... y era insoportable tenerlo tan cerca de algo tan importante.
Mamá bajó la vista, clavándola en los anillos que le adornaban la mano. Todos se los había dado Mark. Sólo esperaba que Eri conservara lo que yo le había dado.
Sus palabras diciéndome que me devolvería todo lo que le había regalado me atravesaron el corazón como un puñal al recordar la conversación por enésima vez en lo que llevábamos de semana. Cerré los ojos y le acaricié el brazo.
-Pero no pasa nada, ¿vale, mamá? Sólo... estaré...
Dejé la frase en el aire. Me gustaría decirle que estaría bien, pero sabía que no era así.
Levantó los ojos para clavarlos en mí. Sus ojos azul verdoso explorándome, mirando en mi interior como quien mira las instrucciones de una lavadora la primera vez que se dispone a encenderla. Me acarició la mandíbula y sonrió cuando incliné la cara para que la caricia durara más.
-Mi pequeño-se limitó a decir. Di un paso y la abracé, la estreché con fuerza contra mis brazos. Mamá no iba a dejarme, lo sabía, y la quería mil veces más de lo que me quería a mí mismo por eso. No importaban mis errores, las cosas que hiciera mal, todo lo que yo dijera o hiciera. Mamá siempre estaría allí.
Entonces, si eso era así, ¿por qué tenía una competidora? ¿Por qué había perdido la batalla en el momento en que vi a Eri?
Tragué saliva. Daría la vida por mi madre, estaba claro. Pero daría la vida por muchas cosas, y la principal ya no estaba conmigo.
-Te quiero, mamá-musité. Noté su sonrisa cuando contestó.
-Y yo a ti, mi vida-se apartó y me acarició las mejillas con los pulgares. Los ojos le brillaban con lágrimas que vacilaban entre saltar al vacío o permanecer en el balcón que eran sus párpados.
La solté y dejé que se fuera. Colocó lo que Dan y yo habíamos ensuciado en el fregadero y se remangó la blusa. La aparté y le dije que yo mismo lavaría los platos, ella tenía que descansar. Me apretó el brazo, susurró un sonriente gracias y se marchó a la cocina.
Una vez terminé, me fui a sentar a su lado. Me acurruqué contra ella como hacía años que no lo hacía: doblando las piernas y metiendo la cabeza entre el hueco que hacía la suya y su hombro. Respiré el aroma que flotaba desde su cuello, el aroma de mi infancia.
Muchas cosas estaban cambiando. Ayer había cantado con mis hermanas las canciones completas de la banda a pesar de que nunca antes lo había hecho: siempre me había limitado a mis solos, y punto. Esa noche había sido yo la que le había pedido a Fizzy que durmiera conmigo, y no al revés. Hacía una semana me había visto tentado de probar un cigarro que había encontrado en la sala de estar del piso que compartía con Harry (no tenía ni puñetera idea de qué hacía allí, puede que Zayn se lo hubiera dejado). Y en ese momento, el regazo de mi madre no estaba cumpliendo con su trabajo de protección. Tenía miedo. Tenía miedo por primera vez en mi vida, un miedo irracional que me paraba los músculos y que apenas me dejaba moverme. Ya no estaba a salvo ni con los brazos de mi madre alrededor de mí.
Porque mis demonios ahora se habían metido en mi interior y me hacían daño desde dentro.
-Te lo has tirado-observé, intentando alejar aquellos pensamientos de mí. Tal vez si me cabreaba pensando que alguien se metía en la cama con mamá se me pasaría la depresión y el pánico. Mamá asintió con la cabeza sin mirarme.
-Sí, Louis.
Suspiré por la nariz, algo que la mismísima Eri me había enseñado a hacer. No requería de capacidades especiales, simplemente necesitabas saber que había otra posibilidad de suspiro.
-¿Esta noche?
Asintió con la cabeza, yo hice una mueca.
-¡Mamá!
Ella alzó las cejas, mirándome.
-¿Qué?
-¿Con nosotros en casa? ¿¡Conmigo!?
Aquello sí que era una falta de respeto. Dios, ¿no podía esperar a que me fuera? Había quedado de puta pena con el tal Dan si realmente me había puesto así y él horas antes ya se había saltado a la torera mis objeciones.
Puso los ojos en blanco.
-Louis, a tus hermanas no las hice pintando. Y tampoco a ti.
-¿QUÉ? ¿LAS HICISTE CONMIGO EN CASA?
-Dado el tiempo que os lleváis Lottie y tú, me parece bastante evidente.
-¡MAMÁ! ¡ASÍ SALÍ YO! ¡ARRASTRO MUCHOS TRAUMAS POR CULPA DE MARK Y TUYA!
Se echó a reír, divertida por lo escandalizado y confuso que me sentía. Toda la vida había dado por sentado que ella había aprovechado para irse a la cama con papá cuando estaba con los abuelos, en el colegio o... lo que fuera.
Salí de sus brazos y me puse en el otro extremo del sofá.
-Mi vida es una mentira.
-No seas tan melodramático-respondió, acariciándome el pie. Algo en mi brazo captó su atención. Señaló mi antebrazo y frunció el ceño-. ¿Qué es?
Miré la gigantesca ave que me adornaba la piel.
-Un pájaro.
-Es horrible.
-Es mi cuerpo, ¿vale?
Bastante tenía con las movidas que había habido con las fans. Louis, no te tatúes, tú eres perfecto así, no te adornes, sólo te estropean la piel... pero era mi cuerpo, joder, era mi piel, mi vida, mis tatuajes, mis pequeñas historias. Hasta el símbolo más estúpido tenía un significado para mí.
Alzó las manos.
-Tranquilo, osito. Sólo estaba preguntando. ¿Qué quiere decir?
La miré un segundo, sólo un segundo, pero me bastó para saber qué estaba pensando en el momento en que posé el dedo en la foto del libro del estudio y dije La quiero.
-Que ojalá pudiera volar lejos y enfrentarme a las tormentas sin importar lo fuertes que fueran, porque mis alas lo serían más.
Mamá se me quedó mirando sin saber muy bien qué decirme. Parecía sorprendida con lo explícito que había sido.
-Es... ¿es por ella?
Asentí con la cabeza.
Me cogió el brazo y acarició la paloma.
-Y este-susurré, enseñándole el Far Away-, y la taza también-toqué una única vez la taza de té, pero le pareció suficiente.
Sonrió, triste.
-¿Cómo lo haces, mamá? ¿Cómo consigues sobrevivir a dos divorcios?
-Teniendo algo por lo que luchar.
-Yo no tengo nada.
-Sí, Louis. La tienes a ella. Lucha por ella.
-Pero la batalla está perdida.
-La batalla, pero no la guerra. Lucha por ella. Haz que se enorgullezca de lo que siente por ti.


No podía creerme que Louis me hubiera ofrecido regresar a España. Sabía que lo hacía porque yo era el mejor con el español y porque podía ser peligroso para el bebé de Noe que ella cogiera un avión, pero... que contara conmigo y me mirara con esa cara de cachorro abandonado, y que dijera que yo era el único pilar de salvación al que podía agarrarse, te hacía sentir muy importante.
Miré a Liam y Harry, que hablaban con Fizzy sobre cómo estaba su hermano y lo que tendrían que hacer cuando encontraran a Eri. Yo también necesitaba consejos, no tenía ni idea de cómo íbamos a llegar a su casa, pero supuse que tal vez Louis tuviera un plan macabro guardado en la manga.
¿Cómo íbamos a entrar en su casa si ella no quería abrirnos y no teníamos llaves? ¿Hablaba Louis en serio cuando decía lo de subir por la azotea del edificio de una sola planta que estaba pegado al de nuestra española, y de ahí pasar a la cocina o su habitación?
No, seguro que nos abría. Eri no era tan cabrona como para dejarnos fuera después de hacer un viaje tan largo.
-Dejad a la cría, joder, y ayudadnos a pensar qué podemos hacer para que no nos pille nadie en el aeropuerto ni en la calle. Si saben que estamos en España o camino del país estamos jodidos-gruñó Louis, mordisqueando una nuez que había sacado de una bolsa del fondo de la alacena. Ni siquiera yo sabía que estaba allí, lo que me había llevado a pensar que él tal vez la hubiera guardado estratégicamente, para tener algo que llevarse a la boca en crisis como aquella. Me senté en el sofá y Zayn apartó inconscientemente el cigarrillo de mí. Iba a ver a Victoria ese fin de semana, pero después de lo del viaje habíamos hablado y habíamos decidido que, para compensarla, la llevaría a París cuando fuéramos allí de tour. Tal vez hasta la subiera a la Torre Eiffel. Siempre había sido mi sueño subir allí a una chica, y más a una chica como Vic...
Tendría que llamarla y contarle lo que íbamos a hacer en cuanto supiera exactamente cuál sería el procedimiento. Saqué el móvil y le mandé un mensaje, preguntándole cómo estaba, aunque sabía que tardaría en contestarme, pues a esas horas estaría estudiando para los exámenes de la Universidad.
-¿Por qué no preguntamos al experto?-preguntó Liam, tomando asiento en el sofá. Fizzy se sentó en las rodillas de su hermano, que le pasó instintivamente los brazos por la cintura para evitar que se cayera. Parecía bastante tranquila, sobre todo teniendo en cuenta el viaje que iba a hacer y con quién. Era cierto que Fizzy seguía siendo Fizzy, pero también era fan nuestra, y no se cortaba en demostrarlo cuando le parecía que la ocasión podría excusar un comportamiento que en otras ocasiones no se daba.
-¿Quién es el experto?-inquirió Louis, frunciendo el ceño. Ninguno de nosotros sabía a quién se refería Liam.
El interpelado esbozó una sonrisa misteriosa.
-Taylor.
La cara de Louis cambió de repente, con la mera mención de su antiguo competidor. La idea de que Eri pudiera estar con él, hubiera terminado eligiendo el Nuevo Mundo y abandonando el Viejo, llevaba varios días rondándome la cabeza, pero no me había atrevido a decir nada por no echar más leña al fuego. Louis y Taylor Lautner se llevaban mal. Muy mal. Bueno, al menos por parte de mi amigo. Al otro no lo conocía demasiado bien, pero me parecía simpático, y Liam y Eri siempre hablaban maravillas del actor americano. Ta vez la mala relación entre Louis y él se debiera a que Louis tenía ciertos celos del último. Aunque, claro, yo también los tendría de presentarse ante mí por primera vez Victoria diciendo que era antes fan suya que mía. Lou tenía todo el derecho.
-¿Por qué?
Fizzy frunció el ceño, mirándonos a todos. No parecía estar muy segura de la identidad de la persona de la que estábamos hablando.
-¿Qué...?
-Es bueno camuflándose. Salen muy pocas fotos de él, y sólo cuando a él le interesa.
Louis meditó la respuesta un minuto, mientras los demás clavábamos los ojos en él. Se colocó el dedo índice en los labios, y dejó que su hermana se deslizara hasta ponerse a su lado. Me empezaba a dar vueltas la cabeza, porque si Louis pensaba tanto las cosas, era que le fracaso iba a ser estrepitoso y muy probable. Y no estábamos preparados para un fracaso estrepitoso. No sabíamos cómo iba a reaccionar él, y teníamos miedo. Era como estar sentado al lado de una bomba atómica que sabes que tiene la cuenta atrás activada, pero cuyos dígitos no puedes ver.
-Llama a Lautner y que nos cuente cómo se camufla-sentenció, por fin.
-¿A TAYLOR LAUTNER?-bramó su hermana pequeña.
-Cállate, Felicité.
-Tío, llámalo Taylor. A la otra la llamamos Swift.
-A la gente que me cae mal la llamo por el apellido.
No pude evitar sonreír.
-¿Y cuando nos llamas por el apellido a vosotros?
-Eso es porque os amo-espetó, indiferente, encogiéndose de hombros pero esbozando una pícara sonrisa que apenas duró unos instantes-. Pero no me cambiéis de tema.
-¿Por qué no lo llamas tú?
Se encogió de hombros.
-No tengo su teléfono.
-Mentira.
-Es verdad. Lo borré.
-¿Por qué?
-¿Qué coño es esto? ¿El tribunal de la Inquisición? Llama a Lautner, anda-espetó, levantándose y yendo a por la que sería la última cerveza que nos tomábamos en Inglaterra.
Después de que Liam pusiera el manos libres y el americano nos contara con todo detalle el protocolo a seguir para convertirse en un ninja para los paparazzi, mientras Louis y yo tomábamos nota mental y de vez en cuando escribíamos algunas palabras clave, mientras Fizzy escuchaba sin poder creérselo la voz de Taylor a través de un teléfono, y después de preparar las mochilas con lo que creíamos que íbamos a necesitar, nos fuimos al aeropuerto. Los chicos no nos acompañaron; sería demasiado obvio un grupo de 5 ingleses paseando por un aeropuerto muy frecuentado en un día en el que solían estar. De modo que, mezclándonos con la multitud, subimos al avión sin ningún incidente.
Cuando me quité la capucha para sentarme en el asiento, en medio de los dos hermanos, y me incliné hacia delante para mirar por la ventana, me sentí como si,de repente, hubiera vuelto a ser yo tras meses de fingir ser otra persona. Apagué el teléfono sin noticias de Victoria. Estaba empezando a impacientarme.
Louis se puso el cinturón de seguridad y leyó los panfletos con el protocolo en caso de accidente.
Morirse era el protocolo estrella.
Suspiré y cogí el iPod, metiéndomelo en el bolsillo de la sudadera mientras las azafatas iban de acá para allá comprobando que todos los cinturones estuvieran abrochados. Fizzy se revolvió en el asiento, incómoda, y miró a su hermano.
-Todavía no entiendo qué esperas que haga yo allí. Está claro que en cuanto te vea no querrá escuchar a nadie más.
Louis levantó la mirada. Me recordó a un guepardo que alza la vista y clava sus enormes ojos en la cámara mientras bebe agua de un lago. Sorprendentemente salvaje y felino. Louis se encogió de hombros.
-Eres el plan B. Además, mañana no tienes clase. Y te llevo de paseo. Así que no te quejes.
-No me estoy quejando-replicó la chica, muy digna. Se puso muy nerviosa cuando el avión levantó el vuelo e hizo un ruido muy extraño. Le cogí la mano, intentando tranquilizarla. Cando encendí el iPod, me pidió un auricular. Y me dijo que pusiera a Justin Bieber. Ya lo tenía sonando, así que sonrió.
Después, sacó unas cartas de su mochila y le preguntó a su hermano si quería jugar. Él se quitó un auricular, pude distinguir la música a todo volumen que salía de él. Dios, Louis estaba muy sordo. Asintió con la cabeza y se ofreció a repartir.
Nos pasamos el resto del vuelo jugando a las cartas, bromeando sobre todo, pero sin atrevernos ninguno a tocar el tema de lo que íbamos a hacer en España. Deberíamos haberlo hecho, porque cuando llegamos estuvimos un cuarto de hora debatiéndonos entre coger un taxi o alquilar un coche. Terminamos eligiendo lo primero; parecía más cómodo y más rápido. Así que nos metimos en el primer coche que vimos y le indicamos la dirección al conductor.
Juro por Dios que me pareció que nos cruzábamos con Alba mientras íbamos despacio camino de la autopista. Claro, hoy ella volvía a Londres. Tal vez pudiéramos verla antes de que regresara de nuevo a su país.
Louis empezó a mordisquearse las uñas durante el vuelo, pero ahora estaba tan nervioso que no le bastaba con aquello. Tamborileaba con los dedos en sus rodillas, miraba por la ventana sin ver apenas nada, se ponía y se volvía a quitar el gorro de lana rojo que últimamente con tanto cariño llevaba, comprobaba una y mil veces la pantalla de su teléfono...
Y la cosa iba a peor a medida que nos acercábamos a la casa de su, de momento, ex novia. Llegué a pensar que terminaría abriendo la puerta en plena conducción y saltando fuera del coche, corriendo en dirección contraria a nuestro destino.
En cuanto vio aparecer el edificio en el que vivía Eri, abrió mucho los ojos, con el pánico dibujado en ellos. No se podía creer que estuviera allí delante, que lo hubiera hecho. Le había echado huevos, y el mero hecho de que estuviera dispuesto a plantarse allí merecía mi aplauso y admiración.
Salimos del coche tras pagar y nos quedamos mirando el edificio a sus pies, pensando en cómo debíamos entrar.
Fizzy, harta de esperar, preguntó en qué piso vivía Eri y ella misma se acercó al telefonillo. Llamó una vez, pero no pasó nada. Otra. Nadie contestó.
Suspiró y se cruzó de brazos.
-Genial, hemos venido para na...
Pero Louis ya estaba metiendo la llave en la cerradura y alzó las cejas en dirección a la pequeña.
-Tu hermano es un tío con recursos.
No pudimos evitar echarnos a reír. Pasamos ante la imponente puerta de madera y subimos las escaleras, Louis casi corriendo. Ya que se había metido en la boca del lobo, parecía decidido a llegar hasta el fondo.
Se detuvo ante la puerta de madera y la acarició despacio. Había vivido muchas cosas allí dentro, y abrirla sin Eri al lado debía de ser muy duro para él. Cerró los ojos, respiró hondo y, a continuación, metió la llave de nuevo y empujó la puerta.
La casa estaba totalmente a oscuras, sin una sola rendija en las persianas que permitiera entrar un poco de luz. Me pregunté si no sería malo para las plantas que daban aquel olor tan fuerte a la casa. A pesar de que había estado hacía poco más de un mes allí, no recordaba que la casa tuviera aquel olor floral.
Entramos en fila india y cada uno se fue desperdigando por la casa.
Oí a Louis decir su nombre en voz alta, temeroso, por primera vez en una semana.
-¿Eri?
Nadie contestó.
-¿Hay alguien?
Nadie dijo nada.
-¿Hola?-probé yo en español, pero tuve tanta suerte como mis compañeros. Fizzy encendió la luz de la cocina y se asomó al pasillo.
-Encended las luces-ordené, acercándome al interruptor del salón.
¿De dónde venía aquel olor? No había ninguna planta por ningún sitio.
Me encogí de hombros; la verdad es que tampoco era tan extraño. Tal vez los padres de Eri hubieran decidido tomarse unas vacaciones, convencidos por ella, que podía ser muy persuasiva si se lo proponía. Seguramente ella supiera que íbamos a venir y quisiera poner distancia.
Pero había algo que seguía sin cuadrarme. ¿Por qué abandonar dos plantas cuando te ibas de vacaciones y llevar a las demás? En la terraza había dos macetas de cristal con flores de tallo alargado en ellos. Parecían mustias. Decidí regarlas y subir las persianas para que entrara un poco de luz y las alimentara. No me gustaba ese aspecto moribundo que tenían, me recordaba demasiado a Louis cuando volvió a casa. Se había vestido como solía hacerlo siempre, pero en sus ojos veías que su alma deseaba y esperaba la muerte para acabar con aquel sufrimiento.
Entré en la cocina, Fizzy estaba examinando la nevera.
-¿Louis?
-En la habitación de Eri.
Decidí no molestar a su hermano todavía. Seguro que necesitaría tiempo para asimilar que Eri se había mudado para no vernos. Bueno, eso eran suposiciones mías, pero mi instinto rara vez me fallaba.
Cogiendo una botella de agua vacía de la pequeña isla que había en medio de la cocina y llenándola de agua, regresé al salón. Repartí el agua lo más equitativamente que pude entre las dos plantas, que parecieron renovarse en segundos ante su nuevo alimento. Pobres, ¿cuánto llevarán sin beber?
De la que volvía a la cocina para dejar la botella, noté un escalofrío, como si alguien me tocara en el hombro y me acariciara la espalda, intentando llamar mi atención tan sólo con la brisa que producía su cuerpo al moverse. Me giré en redondo, preguntándome qué había sido aquello.
En el suelo, había un papel muy pequeño, cuadrado. Me agaché a recogerlo. En el centro figuraba el nombre completo de mi amiga, pero el resto de palabras eran imposibles de comprender para mí. Demasiado complicadas, no las había visto en mi vida.
Me guardé el papel en el bolsillo, tal vez fuera importante. Tendría que examinarlo más detenidamente antes de hablarle de él a Louis.
Lou llegó justo cuando ya había dejado las botellas en su sitio, y nos dijo que esperaríamos un rato a ver si llegaba. Encendimos la televisión y activamos el router para entretenernos. Llegó la hora de la cena, y por allí no apareció nadie. Hicimos unos sándwiches con las pocas cosas que había en la nevera y la despensa y nos los comimos a modo de cena mientras seguíamos con la vista clavada en la televisión.
-Mañana por la mañana, a las doce, si no tenemos nada nuevo, volvemos a casa-murmuró Louis, jugueteando con el mando sin llegar a cambiar de canal. Nos miró a los dos-. ¿Vale?
Los dos asentimos. Fizzy aguantó hasta bastante tarde, pero luego terminó bostezando y diciendo que se iba a la cama. Le pidió permiso a Louis para dormir en la cama de su novia, y él se lo concedió sin tan siquiera mirarla. Sólo le pidió que le diera un beso, deseo que ella cumplió sin exigir nada más. Me dio otro a mí, le susurré un buenas noches y seguí viendo la tele con él.
-¿Crees que la encontraremos?
Asentí sin dudar.
-Tú puedes hacerlo todo, Louis.
Se encogió de hombros y volvió sus ojos a la pantalla.
Cuando noté que el sueño me vencía, me levanté y le dije que yo también me iba a acostar. No le pregunté a qué hora vendría a la cama; tenía la típica mirada de pienso torturarme toda la noche con pensamientos que sólo me van a hacer daño que indicaba que no pensaba pasar por la cama. Le di un toque en el hombro y me fui al baño.
Saqué el pijama de la mochila y me lo puse allí mismo. Después de lavarme los dientes y terminar de asearme para irme a dormir, reparé en unas pequeñas manchas que había en el suelo.
Un poco más allá, un objeto brillante devolvía destellos a la lámpara del techo. Me incliné y lo cogí. Era una cuchilla, y tenía el mismo tono rubí de las manchas del suelo.
Me arrodillé y los toqué. Saqué el papel.
La cabeza empezó a darme vueltas, y tuve que agarrarme a la taza del váter mientras en mi cabeza todo cobraba sentido. El olor a flores de la casa, las flores muriéndose, las persianas bajadas, la cuchilla, la sangre del baño, la ausencia de Eri...
Vomité mientras en mi cabeza sólo se repetía un pensamiento. No iba a volver. No volvería jamás. Sus padres se habían ido, sí, pero con razón.
Eri está muerta. Eri se ha suicidado. 
Eri no va a volver.

2 comentarios:

  1. Eri, Eri, Eri, en serio, te gusta hacernos sufrir ¿no? Es eso, que lo sé yo, que te gusta imaginarlos lagrimones en la cara de la gente mientras escribes cómo nuestro pequeño irlandés encuentra la cuchilla. EN SERIO, ERES MALVADA, DEVUELVENOS A ERI BRUJA MALA. Me ha encantado el capítulo, joé, Eri escribe un libro, Eri hazte famosa, si, ERI PRESIDENTA.

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  2. Pues sí, me gusta haceros sufrir. Y mucho. Soy el demonio. De hecho, toda la saga de Saw está inspirada en mí. Soy una mala persona y debéis aprender a vivir con ella.
    ¿Quieres a Eri de vuelta? Vale. La devuelvo a la vida. Pero medio descompuesta, para que Louis corra en una dirección (AHJAJAJAJAJA, ¡LO PILLAS! ¿LO PILLAS?) contraria.
    Nah, es broma. No voy a resucitarla descompuesta. Se caería un gran mito de mi belleza.
    (Luego tampoco pondré una foto mía porque entonces esto se convertiría en ciencia ficción, no romance, porque a ver, ¿con el careto que yo tengo se va a enamorar el mismísimo Louis de mí? AHJAJAJAJAJAJAJAJA QUÉ GRACIOSA QUE SOY.)
    Eri quiere ser famosa. Eri te reservará un autógrafo. JEJE. <3

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