Quisiera o no, para bien o para mal, Louis me conocía. Así que, después de exhalar el humo de esa manera tan provocativa que sólo consiguió enfadarme aún más, cerró la puerta sin hacer apenas ruido para no atraer a los demás... o para no echar la última gota que colmaría el vaso si hacía un ruido que terminara haciendo que el tigre enjaulado que llevaba dentro encontrara la manera de pasar entre los barrotes.-¿Hogwarts Express?-preguntó con un hilo de voz, poniendo carra de cachorrito abandonado.
Habría funcionado de no ser totalmente fingida. Me enfadó que tratara de aplacarme jugando sucio casi tanto como que me hubiera mentido con respecto a lo que mis padres nos habían sugerido, y lo de los putos cigarrillos.
-Sí, Louis, el Hogwarts Express-repliqué, levantándome y caminando hacia él con los brazos cruzados. Dio un paso atrás para mantener las distancias, porque mi expresión gélida sería capaz de hacer dar media vuelta a un meteorito que viniera a toda velocidad decidido a destruir la tierra. Alcé los hombros y una ceja, incliné la cabeza hacia un lado-. ¿No sabes qué es? Pues es muy raro, dado que es la única explicación que le encuentro al hecho de que, de repente, te pongas a echar humo por la boca. A no ser...
Tragó saliva, en sus ojos había pánico, verdadero y absoluto pánico. No debía tenerme miedo, no iba a matarlo, pero sabía que tenía miedo a algo mucho mayor.
Yo todavía era inestable emocionalmente hablando.
Tenía miedo de que volviera a abrirme las muñecas por esto.
Porque me había mentido.
Porque odiaba que me mintieran.
Porque las mentiras eran, a mi modo de ver, lo peor que podía haber en este mundo.
Lo único que me había llevado a romper.
-...que hayas vuelto a fumar-dejé la frase en el aire, alcé las palmas-. Yo ahí lo dejo. Con todo lo que ello implica.
Puse los brazos en jarras y esperé. Me miraba fijamente, tenía la espalda totalmente pegada a la pared. Oh, definitivamente estaba disfrutando con eso, estaba disfrutando demasiado al ver cuánto poder tenía en él, que me superaba en todo.
Absolutamente todo.
Tragó saliva.
-Puedo expli...-volvió a la carga.
-Eso sin mencionar-repliqué yo, haciendo caso omiso de que intentaba a la desesperada hacer un dique para que el tsunami que aparecía por el horizonte, de varios kilómetros de altura y toneladas y toneladas de fuerza-, el hecho de que... ¡oh! ¡Ya eres tutor de alguien! ¡Y no de alguien cualquiera, sino de NOEMÍ!-ladré, pronunciando aquel nombre con asco.
Sin saber por qué, con la asociación de ideas que tan lejos llevaba al cerebro humano, indagué en cómo había pronunciado ese nombre, y descubrí que así me imaginaba exactamente la forma de decir la famosa palabra deplorable a la bruja blanca antes de destrozar el mundo del que procedía, para luego verse obligada a ir a por Narnia.
-¿VAS A DECIR ALGO O ME VAS A MIRAR ASÍ TODA LA NOCHE?-grité, pegándome a él y poniéndole un dedo acusador en el pecho. El corazón no le latía desbocado.
Aprovecha esta tranquilidad, porque te juro por dios que conseguiré que te dé un paro cardíaco como sigas tocándome los cojones de esta manera, Louis, le dije con los ojos.
-¡LOUIS!
-¿Qué quieres que te diga?-respondió, con calma fingida. En su tono de voz se notaba que estaba haciendo lo posible por no gritarme-. No me dejas explicarte nada, ni decirte que lo siento, ni...
-No te vas a disculpar porque en el fondo no lo sientes.
Se me quedó mirando y asintió despacio.
-Hombre, es que... es la verdad-se encogió de hombros-. No te ofendas, pero no eres nadie para decirme si puedo o no fumar. Ya soy mayorcito, ¿recuerdas?
-Sí, recuerdo-repliqué, cruzando los brazos y poniendo los ojos en blanco-. De hecho, recuerdo que tú eres el único mayor de edad de los 5, el único que puede hacerse cargo de un menor. Como yo. O como Noemí.
Suspiró.
-¿Acaso te estás oyendo, nena? Según tú, soy el demonio por no querer ser tu tutor. Tal vez tenga mis razones, ¿entiendes?-achinó los ojos. Pero yo no me iba a separar de él, a pesar de que las corrientes eléctricas saltaban de su cuerpo al mío debido a toda la tensión que había entre nosotros. Se avecinaba una tormenta,una de las grandes-. Y con lo del tabaco, lo mismo. Tal vez me haya enganchado y esté fuera de mi control, vale, pero lo cierto es que me gusta.
Abrí las manos e hice una mueca.
-Lo que tú digas.
-¿Sabes qué te pasa?-gruñó, cogiéndome del codo, con el pulgar sobre las venas que me atravesaban el brazo. No debería, pero empecé a excitarme-. Que tienes envidia. Envidia de que pudiera estar dos meses sin ti pero ahora no pueda dejar de fumar. En-vi-dia-silabeó.
-Totalmente-repliqué, zafándome de su mano.
-En el fondo te jode que necesite más cosas además de a ti. Te jode no ser la única droga a la que esté enganchado y la única que pueda destrozarme. Te encanta ese poder destructivo que tienes sobre mí. En el fondo sabes que me destrozarías con tal de no dejarme marchar.
Y le solté una bofetada.
Así, sin más.
Porque me estaba cabreando demasiado, empezaba a tocarme mucho los huevos, pero tampoco me atrevía a ponerme a gritarle, porque él me devolvería los gritos, y terminaríamos teniendo una bronca de las legendarias, esas que sólo teníamos nosotros, las que hacían temblar edificios enteros, tanto en el que estábamos como los de los alrededores.
Una sonrisa se extendió por su cara.
-¿Qué?-espeté, poniendo una mano en la cintura y chasqueando los dedos-. ¿Quieres otra?
-No soy perfecto, ¿sabes?-volvió a atacar-. Deberías dejar de pensar en mí como Louis Tomlinson, el de One Direction, tu banda favorita, y volver a pensar en mí como, simplemente, Louis. Tu Louis.
-Mi Louis no haría gilipolleces como las que estás haciendo tú.
-Tal vez tu Louis haya cambiado en algunos aspectos mientras dejó de ser tuyo, aunque fuera sólo temporalmente.
-Es que, ¿qué voy a hacer cuando te dé cáncer a los 40 años y te vayas? ¿Qué voy a hacer cuando me dejes sola, eh?
¿Tanto le costaba entenderlo? Si tenía las muñecas cerradas era por él, si seguía respirando era por él. El tabaco era la manera más fácil, aunque lenta, de alejarlo de mí. Era como ser los dos víctimas de un naufragio, y estar flotando cada uno en un trozo de manera, viendo cómo nos alejábamos poco a poco, arrastrados por corrientes diferentes, flotando en direcciones distintas, sin poder hacer otra cosa que seguir mirándonos, sin gritar, ni hacer nada, porque teníamos los pulmones llenos de agua.
-Estás pesada, ¿eh? Parece que tienes ganas de que me muera, y todo.
Y volví a cruzarle la cara. Era la mejor forma de no discutir, porque sabía que, por mucho que alardeara de que era capaz de repartir hostias si la situación lo requería, sin distinguir el sexo, a mí no me tocaría. Yo era sagrada de una manera físicamente superior a lo que lo era él para mí.
Yo no dejaría que a él le hicieran daño emocional.
Él no dejaría que nadie me tocara un pelo, incluyéndose a sí mismo el primero en la lista.
Ni siquiera me dio tiempo a asimilar qué le había hecho cuando me cogió por la cintura, me dio la vuelta y me pegó contra la pared. Se pegó a mi cuerpo, dejándome sin aliento, mientras devoraba mi boca con furia. Me mordió los labios, empujó mi lengua con la suya de un modo totalmente invasor, y me levantó sobre él.
El enfado se convirtió en algo que ardía aún más todavía.
Le pasé las piernas por la cintura y gemí cuando sentí lo duro que estaba. Sonrió en mi boca, me enmarañó el pelo. Me mordisqueó el cuello mientras yo luchaba por quitarle la camisa, que se negaba a dejar que los botones se desabrocharan. Me arrancó la camiseta de tirantes y la arrojó al suelo; yo, desesperada por sentirlo en mi interior, tiré como pude de sus pantalones hacia abajo.
-Te has puesto cinturón-le reñí.
-No sabes cómo sois las latinas, sois capaces de quitar calcetines sin necesidad de descalzarnos-replicó, pasando una mano por mi pierna, subiendo por mis glúteos y llegando hasta mis bragas. Dejé escapar un gemido cuando la mano llegó más adentro, aún más, un poquito más.
-Vas a perdonarme por seguir fumando-dijo tras capturarme el labio inferior con los dientes. Me tiré a su cuello, le mordí el lóbulo de la oreja y luego fui bajando poco a poco, hasta el punto donde su mandíbula se unía al cuello. Le besé despacio ese punto que tanto le gustaba, él gruñó y me pegó más contra la pared. Notaba cómo aumentaban sus ganas de poseerme a la misma velocidad que el bulto en su pantalón.
Le mordí, y no pudo soportarlo más. Me tiró en la cama, se echó encima de mí, y me arrancó el pantalón corto, bragas incluidas, dejándome sólo con el sujetador. Valiéndome de los pies, y con su ayuda, terminé de desnudarlo.
Me abrió las piernas y se dispuso a entrar en mí.
-Termina lo que has empezado, cabrón-le insté. Sonrió, deslizó las tiras de mi sujetador por mis hombros y tiró de él hacia arriba. Arqueé la espalda para facilitarle el trabajo, y él no desaprovechó este hecho. Me besó el pecho, deteniéndose un poco más de la cuenta en los senos, y luego empezó a morderme.
Juro por Dios que me corrí con el contacto de su boca, antes incluso de que entrara en mí, invasor. Parecía Hitler metiéndose en Polonia; como un rayo, sin preguntar si lo deseaba.
Louis podía ser muchas cosas, pero no era tonto, y sabía leer las señales. Especialmente mis señales.
Grité cuando entró en mí, me incorporé un poco y me enganché a su cuello. Jadeó, me besó en la boca y gimió cuando le arañé la espalda mientras nos movíamos al unísono. Adelante, atrás, adelante, atrás. Nadie nos marcaba el ritmo, pero no lo necesitábamos.
Noté cómo se derramaba en mi interior, lo que hizo que yo lo persiguiera también a la cima. No dejó de moverse hasta que yo terminé, y, cuando pensé que iba a detenerse, aumentó la velocidad. Un poco más deprisa, cada vez más y más rápido. Me dejé caer en la cama, cerré los ojos, me estiré, y volví a romperme.
Me mordió el hombro, siguió embistiéndome con ferocidad, decidido a batir un récord Guinness.
Clavé las uñas en su espalda la última vez, él se quedó quieto, cerró los ojos y se dejó caer sobre mí.
-¿Louis?
-Mmm-replicó, con la cabeza en mi pecho, escuchando los latidos frenéticos de mi corazón. No me hubiera extrañado una mierda que me reventara.
-Con pedir perdón bastaba.
Levantó la cabeza y me miró. Sus ojos en ese momento eran adorables, los de un niño que acaba de hacer una travesura.
-Pero esto es mejor.
Tragué saliva, asentí con la cabeza y me pasé una mano por el pelo. A pesar de ser tan corto, Louis había conseguido enmarañarlo de una forma demencial. Me costaría mucho desenredar los nudos que había hecho, pero esa era la menor de mis preocupaciones en aquel momento.
Se acurrucó a mi lado, aovillado, y me pasó un brazo por la cintura. Yo me incorporé y me tapé con la sábana de forma que no se me viera nada.
Lo dejé a él tapado como si estuviera metido en una tienda de campaña.
En cuanto salió de mí, noté una sensación de desapego desconocida. Era cierto que solía afectarme el perder el contacto después de hacerlo, pero nunca me había sentido tan vacía, no emocionalmente hablando. Me llevé las manos a las sienes y me las masajeé despacio. Louis me miró atentamente.
Doblé las piernas hasta tener las rodillas prácticamente clavadas en el pecho.
Miré los destrozos del pijama, tirados en el suelo, y, a pesar de tenerlo conmigo, me sentí igual que aquellas tiras de tela, abandonadas a su suerte.
-Me has roto el pijama, Louis.
-Ya te compraré uno, joder. Es que son todo inconvenientes-gruñó, dándose la vuelta en la cama, dándome a entender que al conversación se había acabado, y que estaba cansado, y quería dormir.
-Era mi favorito.
-Yo soy tu cosa favorita en el mundo-dijo. No pude evitar sonreír, asentir y besarlo, como si realmente necesitara confirmación. Pero la sensación de frío que se extendía por mi pecho no menguó cuando nos tocamos; simplemente se detuvo. En cuanto nos separásemos, sabía que volvería.
-Y también hemos roto un jarrón-dije, mirando indiferente los trozos de cristal esparcidos por el suelo. Había tenido media docena de lirios blancos, de centro anaranjado como el amanecer, alojados en su cuello estirado y fino. Ahora, los lirios estaban tirados por el suelo, ultrajados.
Se incorporó un poco y lo miró. Se frotó la frente.
-Que lo pague Modest!. Me tienen contento-contestó, dejándose caer en la cama. Lo miré con el ceño fruncido.
-¿Y eso?
-No aprobaban que volviéramos. Decían que yo vendía más estando soltero-puso los ojos en blanco-. Claro, estaba pensando en eso. Poner mi vida privada por detrás de cómo vendiera más o no.
-¿Y qué les dijiste?
-Que me la sudaba cómo vendía más. Ya me habías comprado tú.
Fingí una sonrisa, y me asusté. No debería tener que fingirla, no debería serme indiferente cómo se me estaba declarando.
Se encogió de hombros, dando por válido mi aborto de lo que un día podría ser lo que más lo animaba, y se dio la vuelta para dormir.
-Louis...-lo llamé con un hilo de voz. Escuchaba las voces de los demás intercambiando palabras detrás de la puerta de la habitación. Miré las ventanas; el cielo crepuscular mexicano se exhibió ante mí...
... y yo estaba completamente apática, no era capaz de sentir nada. No me conmovió en absoluto su belleza, los tintes dorados que el sol arrancaba a las nubes mientras se moría, las pinceladas anaranjadas con las que cubría el horizonte... nada.
No tuve que girarme para saber que tenía los ojos fijos en mí. Se había incorporado, y todo el sueño que parecía tener se fue de golpe. Me acarició los nudillos de la mano con la yema de los dedos.
-¿Qué te pasa?
-No me encuentro bien-murmuré, encarándome a él. Me llevé una mano al pelo, y me aparté un mechón detrás de la oreja. Me estaba destrozando. Louis había sido mi salvación, pero también era el que me hundía en el agua y no me dejaba respirar. Y tenía miedo ser capaz de considerar algo así.
-Quieres hablar-dijo, y, a pesar de que no era una pregunta, yo asentí.
-Tengo miedo de lo que va a pasarnos, Louis, porque, ¿sabes? Enterarme de que no quieres ser mi tutor porque ya lo eres de la persona a la que más asco le tengo en el mundo...
-Noemí no es la persona a la que más asco le tienes-replicó.
-Sí que lo es.
-Elton John.
Lo miré un segundo.
-Vale, pues una a las que más asco le tengo. Te concedo eso. No me lo dices, porque creo que en el fondo tú tampoco confías en mí, no confías en que yo sea fuerte y pueda manejar lo que tengas que decirme. Esa falta de información, o
mentira, si prefieres llamarlo así, que creo que es como se llama, hace que pierda la confianza en ti. Confianza que, digamos, no está en su mejor racha.
-Lleva sin estar en su mejor racha demasiado tiempo, Eri-susurró con un hilo de voz, mirándose las palmas de las manos. Estaba entendiendo de sobra a dónde quería ir yo a parar.
-Te quiero, ¿vale?-dije, mordiéndome los labios-. Te quiero y necesito estar contigo, necesito que esto funcione, así que necesito volver a confiar en ti. No podemos volver a hacer lo que hemos hecho.
En sus ojos brilló el pánico un segundo, el único segundo en que lo pillé con la guardia baja.
-No me refiero a acostarnos, sino a... acostarnos para evitar una discusión.
Asintió con la cabeza.
-Necesito que hablemos cuando tengamos que hablar.
-¿Y si uno de los dos no quiere? Porque muchas veces yo también necesito hablar pero no te digo nada para no preocuparte-aseguró. Le creí, asentí con la cabeza.
-No sé, creo que... no sé, Louis, estoy hecha un puto lío, ¿sabes?-dije, tapándome la cara con las manos y dejándome caer en la cama. Me miró a los ojos, no me miró las tetas, a pesar de que la tentación era grande y no podría echarle la culpa de nada-. Sólo necesito que esto vuelva a ser como antes.
-Eri-murmuró, entrelazando mis dedos con los suyos-, creo que lo nuestro va a tardar muchísimo tiempo en volver a ser como antes.
Lo miré.
-Somos como un edificio al que han puesto una bomba en sus cimientos, ¿entiendes? Tenemos que tener mucho cuidado mientras restauramos esto, porque, de lo contrario, nos caeremos con todo el equipo, y será muy difícil volver a ser quienes éramos.
-¿Apuestas por nosotros?-pregunté. Esta vez fue él el que se mordió el labio inferior; bajó la cabeza y estudió la chapa que llevaba al cuello, y luego sus ojos bajaron un poco más. No quiso hacerlo, fue un acto reflejo, pero el caso es que lo hizo y yo lo vi.
Contempló mis cicatrices.
No, no apostaba por nosotros. Es más, era probable que no diera un sólo penique por nosotros.
-Somos luchadores, Eri. Si trabajamos juntos, podremos hacerlo.
Asentí con la cabeza, me incorporé y me pegué a su pecho. Él me besó el pelo, estrechándome entre sus brazos, expulsando el frío de mi interior.
Sin embargo, no pude quitarme de la cabeza el hecho de que había ignorado mi pregunta, o algo peor, que se negaba a contestarla porque su contestación, aunque comprensible, me dolería. Al fin y al cabo, ¿quién iba a apostar por nosotros si ni siquiera nosotros podíamos hacerlo?
Me froté la cara, le dije que quería estar un poco más despierta, y me vestí a duras penas. Él se quedó en la cama, mirándome con los ojos entrecerrados.
-¿Quieres que te acompañe?
-No, seguro que alguno de los chicos todavía está por ahí-me encogí de hombros, ajustando las tiras de mi sujetador y asegurándome de que encajaba a mi cuerpo a la perfección. Parecía ser lo único en ese instante que encajaba en mí sin que yo tuviera que forzarlo.
Asintió con la cabeza, se desplomó sobre la almohada y, antes de cerrar la puerta, ya escuché sus leves ronquidos. Se había abandonado al sueño con la típica rapidez que yo siempre envidiaba: en ocasiones, podía pasarme una hora dando vueltas en la cama, o quieta, si la compartía con él, antes de dormirme. Antes no hubiera pasado nada, de hecho, me encantaba hacerlo así revivía los momentos más especiales del día y los guardaba cuidadosamente en una cajita dorada de en mi memoria para no perderlos jamás.
Pero ahora que las sombras se cernían sobre mí y el negro me tragaba sin tener que cerrar los ojos, no tenía nada asegurado.
Me froté las palmas de las manos contra las piernas, limpiando el sudor, y miré la tele. Liam y Zayn veían un programa de baile de Estados Unidos. Me sonaba, pero en ese momento no recordaba el nombre.
-¿Quién va ganando?-inquirí, aunque aquello me importaba poco. Era la forma más rápida de entablar conversación, a pesar de que los que ganaban los concursos no eran siempre los que más éxito tenían.
Léase la edición de 2010 de
The X Factor de Inglaterra.
-Sugar Crush-dijo Zayn, dando una larga calada de su cigarro y contemplando cómo un grupo de siete personas, cuatro chicos y tres chicas, se movían al ritmo de una canción editada que yo no había escuchado en la puñetera vida. Expulsó el humo fuera de su cuerpo y palmeó el hueco en el sofá que hizo Liam para que me sentara entre ellos. Lo hice. El moreno apartó el cigarrillo y expulsó el humo mirando de lado la televisión para no molestarnos ni a Liam ni a mí.
-Me recuerda a un juego que tengo instalado en la tableta.
-¿Candy Crush?-preguntó Liam, sonriendo con aquella sonrisa que tranquilizaría a un mastodonte histérico.
Asentí con la cabeza.
-Ese.
-Es una puta mierda-dijo Zayn, dando otra calada y tirando las cenizas del cigarro sobre el cenicero con un movimiento seco y preciso-. Llevo estancado en el nivel 33 por lo menos un mes. Estoy harto, no, lo siguiente. Igual lo quito-murmuró, pensativo. Los tres miramos la tele unos instantes en silencio.
El grupo terminó su actuación con una serie de piruetas encadenadas entre sí. Todo el público se puso de pie en cuanto se hizo el silencio.
El presentador anunció que se iban a publicidad. Liam protestó por lo bajo, cansado de vivir, y se deslizó lentamente por el sofá.
-Puedo pasarte el nivel si quieres, Zayn-me ofrecí yo. Llevaba atascada en el 65 más de dos meses; el tener que largarme de casa de Daphne cada vez que ella quería quedarse a solas con Louis, algo que no me hacía ni puñetera gracia pero contra lo que no podía luchar, y no poder salir con Max, era lo que tenía. Terminaba yendo al apartamento de las afueras de Louis, devorando un libro detrás de otro sin meterme realmente en la trama ni tratar de identificarme con algún personaje, o analizar su forma de actuar según su carácter; inflándome a dulces para luego sentirme mal por ello, o jugando a la consola hasta que me dolieran los ojos.
Era increíble la facilidad con la que adopté la silenciosa costumbre de no ver vídeos de los chicos en casa de Louis. Dado que la casa estaba impregnada con su aroma, era demasiado doloroso verlo reírse y escucharlo hablar mientras estaba sentada en su sofá, porque era realmente como si él estuviera allí. No dolía tanto en casa de Daphne, cuando la griega se iba a dormir y yo me ponía los auriculares para que pensara que seguía durmiendo.
Desde que lo había dejado con Louis, había pasado de dormir casi 10 horas diarias a felicitarme a mí misma si conseguía conciliar el sueño 4. 5 a lo sumo. Y siempre había rellenado esas noches jugando con todo lo que se me pusiera por delante.
-¿Podrás?-murmuró el musulmán, sacándome de mi ensimismamiento. Asentí con la cabeza enérgicamente; el fantasma de mis rizos hizo acto de presencia, recordándome que ya no había nada flotando alrededor de mi rostro como si de una aureola se tratara.
Me tendió el teléfono y, a los dos minutos, ya le había pasado el nivel. Zayn contempló la pantalla de su móvil sin poder creérselo. Me miró una vez, luego se inclinó hacia delante para mirar a Liam, que estaba comentando algo por Twitter y leyendo con una sonrisa en los labios los comentarios de las fans. La mitad le twitteaban en un inglés horripilante, pero eso a él no parecía importarle.
Vi bastantes tweets en mi idioma materno, casi todos haciéndole proposiciones indecentes. Me mordí el puño para contener una sonrisa. Liam se detenía en aquellos tweets más de la cuenta, intentando descifrarlos, pero sus conocimientos del idioma de su novia no eran tan amplios como para saber qué significaba "felación".
-Liam-dijo Zayn, abriendo los ojos como platos, con sus larguísimas pestañas clavándose en sus cejas. Liam lo miró.
-¿Qué?
-Eri es una diosa.
Liam sonrió.
-¿Sabe Louis que la llamas así?
Me revolví en el asiento, incómoda por la punzada en el corazón que sentí al escuchar el nombre de mi novio, y bajé la vista a mis muñecas. Tal vez fuese inmortal, la mayoría de la gente no hubiese sobrevivido a lo que me atravesaba los brazos desde la muñeca hasta prácticamente el codo.
Inmortal, vale, diosa, no. Diosa implicaría tener poderes para arreglar todo lo que yo quisiera. Si esto fuera así, no necesitaría tener cuidado en lo que teníamos Lou y yo.
Zayn se encogió de hombros.
-Seguro que él también la llama así. ¡Ven, ven que te coma a besos! ¡Guapa!-celebró, sosteniéndome la cara entre las manos y plantándome mil besos-. ¡Gracias, joder! ¡Así tengas salud hasta los 125 años!
-¿Y si vivo 126?-algo que dudaba, pero todo era vivir año a año.
El rostro de Zayn se ensombreció.
-Entonces ese año de más, sufrirás por estar malgastando oxígeno. Déjaselo a las nuevas generaciones.
Me eché a reír, me acurruqué contra él, cuyo cuerpo desprendía un aroma a menta, cigarrillos y colonia de chico cara, de esas que hacían que te dieras la vuelta por la calle si alguno la utilizaba. Seguramente muchos chicos la compraban confiando en que la promesa de los anuncios sería cierta: nada más ponérsela, un millón de tías caerían rendidas a sus pies, y estarían dispuestas a hacer lo que fuera por poseer al que la llevaba.
La primera vez que olí la colonia en los chicos me extrañó esa idea. Al fin y al cabo eran Liam, Harry, Niall, Zayn y Louis; no necesitaban ninguna colonia, las chicas ya de por sí los
deseaban más de lo que se solía desear a nadie. Si a aquello se le añadía la colonia, el resultado sería catastrófico.
Liam se tumbó sobre mí, Zayn hizo una mueca de mimos y le acarició la cara suavemente.
-¿Dónde está Alba?
-¿Para hacer una orgía? A mí con un trío me basta, Eri-replicó Zayn, echándose a reír. Liam lo imitó, yo puse los ojos en blanco y le golpeé el brazo. Era genial cómo estábamos juntos, como si no pasara nada realmente, como si mis muñecas siguieran planas o jamás hubiera fingido mi propia muerte para que pudieran seguir adelante.
Tuvo que ser duro para ellos creer que yo no estaba en este mundo y concentrarse en mirar hacia delante.
-Está en la cama; dijo que estaba cansada. Después de tanto examen...-Liam se encogió de hombros; deduje que no le hacía mucha gracia que estuviera con nosotros si todavía tenía exámenes que hacer. Yo, por suerte, no tenía que preocuparme por ellos, me había salido de ese mundo y probablemente tardara en volver.
-¿Cómo se le están dando?
-Bastante bien. Los de inglés son los mejores.
-Pero es que tiene una coartada para hacer bien los de inglés-terció Zayn, dando una rápida calada y tirando el cigarro en el cenicero. Miré cómo se consumía poco a poco, las llamas que nadie lograba ver devoraban sin pausa pero sin prisa el contenido del cigarro, acercándose cada vez más al filtro igual que la marea cuando está subiendo.
Liam se pasó una mano por el pelo, que le había crecido considerablemente desde la última vez que lo vi (
no me importaría que el mío creciera a esa velocidad), y suspiró, cerrando los ojos.
-Ya-se limitó a decir.
-¿Cuándo vuelve a España? Aún no habrá terminado los exámenes.
-Creo que cuando vayamos a Nueva York, coge allí un vuelo-se encogió de hombros-. No me apetece hablar mucho del tema, Eri, perdona.
-No pasa nada-repliqué, acariciándole yo el pelo. Miró hacia arriba y sacó el labio inferior hacia afuera; parecía un cachorrito abandonado suplicando que le dejaras entrar en tu casa y le dieras todo el amor que tu corazón pudiera profesar.
Vimos acabar el programa mientras la Luna se alzaba por el cielo, cruzándolo a la velocidad de un súper héroe jubilado. Bostecé, y los chicos se apartaron de mí, interpretando que tenía sueño. Me acerqué a la pequeña nevera que había en un rincón de la suite, la abrí y saqué un sándwich de ensalada de cangrejo ya preparado. Me lo comí de pie, inclinada ligeramente para apoyar las rodillas en la parte trasera del sofá, mientras los créditos del programa desfilaban hacia arriba por la pantalla. La Mtv dio paso a un maratón de
Jersey Shore. Liam gimió, negó con la cabeza y se levantó. Se estiró, me miró un segundo y me anunció que se iba a la cama.
-Despierta a Niall-le dijo Zayn sin poder apartar la vista de la televisión, que estaba ofreciendo en ese instante una panorámica de unas tetas kilométricas de una chica que no me llegaría ni por la cintura-. Me dijo que no quería perderse esto.
-Ya os vale-repliqué yo, poniendo los ojos en blanco y siguiendo a Liam por la suite. Me metí en el baño, dejé caer el agua, me aparté el poco pelo que podría molestarme de la cara para lavarme los dientes y escupí.
Mi estómago empezó a protestar cuando me enjuagué la boca, se contrajo y se relajó varias veces, queriendo expulsar la cena. Clavé los dedos en los bordes del lavamanos, obligándome a contener las arcadas, y miré el fregadero. Cerré los ojos con fuerza, intentando tranquilizarme para no vomitar. Si escupía el agua que alojaba en la boca, empezaría a vomitar. Si me la tragaba, empezaría a vomitar. Tenía que esperar a que aquello pasara; estaba acostumbrada, pues me pasaba lo mismo cuando iba al instituto y desayunaba y me lavaba los dientes demasiado rápido.
Me incliné despacio hacia el torrente de agua que corría a toda velocidad, abrí la boca y dejé que una poca entrara en ella. A continuación, la escupí toda, me limpié los bordes con el dorso de la mano y levanté la vista.
Ahogué un grito.
Eleanor estaba detrás de mí, con una ceja alzada y los brazos en jarras.
-Eri-gruñó. Llevaba mucho tiempo sin verla, desde antes de febrero, y eso que había vivido un tiempo en el que me visitaba prácticamente cada día.
-Eleanor-repliqué yo, temblando de pies a cabeza. Podía hacerme sufrir, no físicamente, pues necesitaba estar en perfectas condiciones para cumplir mi misión, pero la mente era otra historia.
Había tenido meses y meses para planear las torturas más duras, y sabía que no se iba a detener, ni mucho menos, en unas simples pesadillas en las que revivía lo que había hecho una tarde de febrero, antes de San Valentín, pero después de cumplir 7 meses junto a Louis.
-¿Qué coño te crees que estás haciendo?-espetó, mirándome fijamente, con los ojos achinados. Me estremecí.
-Lavarme los dientes-dije, intentando hacerme la graciosa. Me gané una bofetada, pero Eleanor no me la dio. Tal vez tuviera el día amable o simplemente no le apeteciera demasiado ponerse violenta; el caso es que no me cruzó la cara como debería.
-Me refiero a Louis y a ti. Yo te salvé para algo, y ese algo no es precisamente para que estés tocando los cojones ahora que habéis vuelto.
Me di la vuelta y la contemplé. Era preciosa, verdaderamente preciosa; con un pelo marrón chocolate, largo, ondulado, bien cuidado, ojos bonitos, sonrisa perfecta... seguramente jamás hubiera llevado
brackets, seguramente su sonrisa hubiera sido así de verdad desde que le salieron los dientes.
-Creo que los dos hemos cambiado y...
-Sé que habéis cambiado, pero, créeme, nena; no has cambiado lo suficiente como para provocar que él te deje. Terminarás haciéndolo si no te detienes. Míralo un minuto, y pregúntate si realmente merece la pena cambiar y perderlo-sus ojos llamearon de pura ira-. Yo no me sacrifiqué para nada, Eri. Me sacrifiqué por lo que eras antes, pero ahora... todas... estáis cambiando demasiado. Al paso que vais, la única que se merecerá realmente, y terminará su cuento con el chico al que ama, será Alba.
Me eché a temblar. Hasta ese momento, había tenido relativamente asegurado el estar con Louis hasta el día de mi muerte, Eleanor era ese colchón que me aseguraba que estaría conmigo.
-¿A qué viene esto ahora?
-He visto algo que no me ha gustado una mierda. Sólo venía a advertirte de que no te voy a dar una segunda oportunidad. No la cagues, ¿quieres? No alejes de Louis de ti otra vez. Volverás al lugar del que procedes, puedo asegurártelo.
La miré, pensativa, mientras se daba la vuelta y miraba el reflejo borroso que ofrecían los azulejos del baño.
-Oh, y una cosa más... necesito que volváis a ser una piña. Las tres-se giró un poco, para mirarme por el rabillo del ojo-. No es fácil cuidar de cada una por separado, y créeme si te digo que Caroline quiere la cabeza de Noemí en bandeja de plata... y Danielle no tardará en reclamarla también.
Dicho esto, esperó a que parpadeara para desaparecer. Yo miré el hueco que acababa de dejar vacío con ojos como platos, sin poder creérmelo. Eleanor había vuelto después de tantísimo tiempo en la sombra. Había pasado de ser nada más que una bestia voladora planeando sobre mi cabeza, a la espera de que cometiera un error, muriera y poder bajar a sacarme los intestinos y darse un festín con ellos, a hartarse de esperar y avisarme de lo que haría si yo no espabilaba.
Me eché agua en la cara y me miré en el espejo. Tenía razón, había cambiado mucho. Mis ojos no brillaban con la misma felicidad de antes, me había cortado demasiado el pelo, había adoptado un estilo que no era el mío...
Y, en el fondo, seguía siendo yo. Solamente estaba escondida bajo la superficie, me había construido una fachada nueva, al estilo más moderno, sin importar que por dentro siguiera siendo una cabaña del siglo X. Seguía teniendo los mismos sentimientos, los mismos miedos, y el mismo asco a que me mintieran.
Si seguía teniendo esos sentimientos, debería luchar por Louis.
Salí del baño y me encaminé a mi habitación. Me permití echar un rápido vistazo hacia la tele; Niall y Zayn estaban sentados prácticamente al borde del sofá, con la boca abierta, tragándose la mayor mierda que había podido crear jamás Mtv. Negué con la cabeza, me despedí de ellos con un rápido "buenas noches", y me alejé en dirección a la habitación, que estaba a oscuras.
Louis levantó la cabeza cuando abrí la puerta, así que me permití encender la luz para no matarme durante el corto trayecto hacia mi lado de la cama. Esperó a que me acostara para apagarla él mismo. Me acurruqué contra él, dándole la espalda.
Estuve toda la noche esperando que me pasara la mano por la cintura, pero no lo hizo.
Le había cabreado como sólo yo podía hacerlo.
A la mañana siguiente, tras un par de besos contados, dados más por rutina que por necesidad, nos vestimos, desayunamos, y las chicas acompañamos a los chicos a un patio fuera del estadio. De tarde harían allí las pruebas de sonido, pero mientras tanto querían hacer ejercicio al aire libre.
Entrecerré los ojos, molesta por la luz del sol latino, y sentí la necesidad de taparme los oídos con las dos manos para evitar que las mexicanas me dejaran sorda. No había dormido nada esa noche, de modo que estaba de un humor de perros, y me había tirado en el baño más de media hora para solucionar el problema de los círculos púrpura que se habían instaurado en mis ojos. Las ojeras eran del tamaño de donuts gigantes.
Alba se sentó pegada a la pared, con las piernas estiradas, y los brazos con la cara interna vuelta al sol, decidida a ponerlos morenos. Cerró los ojos y ronroneó al sentir el calor del astro rey entrarle por los poros.
Noemí se sentó a la sombra e, ignorando los gritos de las mexicanas que le suplicaban que fuera a avisar a los chicos de que estaban allí esperando para verlos, abrió una revista y se dedicó a leer hasta los pies de página con los precios de las cosas más horribles que el ser humano podía inventar.
Yo no sabía muy bien qué hacer, así que me senté al lado de Alba. Me tendió un auricular, que yo acepté y rechacé. Estaba escuchando a Auryn, que eran bastante buenos, pero no eran mi estilo. En mi opinión, eran como nuestros chicos, pero en versión española. Y lo único que hacíamos mejor los españoles que el resto del mundo era la comida, de modo que la forma de cantar en inglés de aquellos chavales no me atraía en absoluto.
Los chicos salieron y se dedicaron a hacer ejercicio. Mientras Noemí pasaba olímpicamente de ellos, sumida en su lectura tan ultra interesante (si la celulitis de tal actriz de Hollywood o los líos amorosos de tal cantante de
punk podían considerarse así), y Alba los miraba distraída, yo hacía lo posible por ignorar las súplicas desesperadas de las chicas para que los chicos dieran muestras de interés en ellas.
La forma en que suplicaban me recordaba tanto a mí cuando iba a los conciertos de los chicos, esperando que Louis posara sus ojos en mí...
Como si hubiera oído su nombre en mi mente, Louis se giró a mirarme. Sonreí, y me devolvió la sonrisa. Me apeteció salvar la distancia que nos separaba corriendo, brincando más bien, arrojarme a sus brazos y decir que nada ni nadie podría separarnos, que se lo perdonaba todo, que le quería, y que aquello era lo único que importaba... pero estaba demasiado ocupado compitiendo con Zayn por una cuestión absurda, y yo estaba demasiado ocupada pensando cómo solucionar nuestra situación.
Y entonces, sucedió.
Las mexicanas me llamaron a voces: sabían que por mi condición de Directioner, me apiadaría de su alma y haría lo posible por cumplir unos sueños idénticos a los míos si yo fuera una chica normal.
-Eri, ¿cómo has conseguido esas piernas?-preguntó una en la muchedumbre después de tantear el terreno y ver que yo me mostraba receptiva y solidaria con ellas.
-No queréis saberlo.
-Yo quiero tus piernas.
-Unas piernas como las mías no os van a hacer tener más posibilidades de tiraros a Louis-gruñí, molesta porque sabía de sobra por qué querían mis piernas. Y la respuesta sería "No, zorras. Es mío".
-No importa, son preciosas.
-¿Cómo?-preguntó otra.
-No os merece la pena. No hagáis dietas absurdas. Yo las tengo así porque dejé de comer-me encogí de hombros, y luego decidí soltarlo de sopetón-: Tengo anorexia.
Se quedaron calladas, mirándome un rato, intentando adivinar si estaba de broma o no. ¿Realmente había gente que bromeaba con estos temas?
-¿Y los chicos te ayudan con tu problema?-se atrevió a preguntar una, queriendo sacarme del atolladero. Supuse que a ellas les gustaba tan poco ese tema como a mí.
-Sí, me apoyan mucho, los cinco. De hecho, es probable que sean la razón por la que aún siga aquí.
-¿Y por qué? ¿A Louis le gustan delgadas?
-Nos prefiere con curvas, la verdad-confesé, porque había mucha diferencia entre cómo me miraba ahora y cómo me había mirado antes-. Pero, decidme, ¿vosotras seríais indiferentes sin rompieras con Louis? La mayoría dejaríais de comer por pura ansiedad y depresión, que es exactamente lo que me pasó a mí. No dejéis de comer, nenas. No merece la pena, creedme. Sólo nos sirve para disgustos y desgracias, y que él se preocupe por mí más de lo que debería, mucho más que por él mismo.
Asintieron con la cabeza, y empezaron a lanzarme palabras de ánimo.
Me había sentado con las piernas cruzadas al lado de la valla. Me las palmeé y miré a los chicos, retorciéndome, un segundo, para ver qué hacían. Seguían haciendo ejercicio.
Se me ocurrió algo para que las mexicanas no se cabrearan conmigo por lo que había hecho con un par de ellas. Tal cual estaban las cosas en ese momento, parecería que las mexicanas me caían mal, cuando no podía decir nada de ellas, porque no las conocía, sólo había conocido a un par de subnormales que se creían mejores que nadie.
-Voy a pedirle a uno que venga; no puedo hacerlo con los cinco, necesitan relajarse. ¿Cuál es vuestra debilidad?
Un coro de voces superior a los demás se levantó bramando que Zayn era el elegido, seguramente por su piel morena. Harry y Niall competían por el segundo puesto, Louis no se quedaba atrás... y apenas un par de voces murmuraron el nombre de Liam.
-¡Liam!-llamé yo, girándome. Se mostraron sorprendidas.
-¿Por qué Liam? Ha ganado Zayn...
-Porque yo sé qué se siente al tener por debilidad a uno que no es al que más caso hacen. Duele mucho cuando tienes menos fotos, noticias, o cualquier cosa suya que de los demás.
Las
Liam girls se mostraron agradecidas, yo les sonreí. Liam se acercó a nosotras, y saludó con su
Hola, señoritas.
Noemí levantó la vista de su lectura. Alba se había puesto tensa en cuanto vio a Liam cruzar el patio en dirección a las demás, pero no hizo nada. Estaba recordando el incidente con las seis mexicanas el día anterior, por lo que no le hacía demasiada gracia que Liam se acercara tanto a ellas.
Me alejé para darles intimidad y terminé yendo hacia la sombra, donde había estado Noemí. Tenía pensado meterme dentro del estadio y contemplar su inmensidad, pero ella me detuvo antes de que pudiera alejarme.
-No vas a conseguirlo.
Me quedé quieta y me giré para mirarla. Levantó la vista de su revista, la cerró, poniendo especial cuidado en no perder la página en la que estaba, gesto que quedaba totalmente ridículo si no se hacía con un libro, y se echó el pelo hacia atrás para verme mejor.
-¿Qué no voy a conseguir?-repliqué.
-Eri, detesto ser yo la que te diga esto, pero... te odian. Saben lo que le hiciste a Louis. Saben que sufrió. Todo el mundo lo sabe.
Me mordí el labio inferior.
-He vuelto para enmendar mi error.
-No. Has vuelto porque necesitas estar con él, pero tú en el fondo no quieres cerrar la herida que abriste. Conozco esa sensación; ¿recuerdas cuando Harry enfermó por mi culpa? En la superficie te sientes mal, casi toda tú se siente mal por el mal que causó, pero una parte de ti, la parte negra, la parte
sincera, se alegra de ser capaz de infligir ese daño. Eso significa que somos importantes-se encogió de hombros, cerrando un ojo. A pesar de estar a la sombra, el sol le molestaba.
La contemplé, estupefacta.
-¿Y cómo puedo arreglar eso?-dije, girándome para mirar a Louis.
-No puedes. Tendrás que vivir sabiendo que le rompiste el corazón y seguiste como si nada. Lo que tienes que hacer ahora es fingir que no lo sabes, pensar que no puedes hacerle daño, y así, tal vez, las cosas sean como antes.
Tragué saliva, eché un último vistazo a los chicos, a la pequeña, y luego eché a correr por el estadio. Salí empujando una de las puertas laterales; nadie me detuvo. Tenía la tarjeta electrónica con la que se abría la puerta de la habitación aún en el bolsillo de los pantalones, de modo que no me sería difícil encontrar un refugio.
A pesar de que habíamos ido en coche hacia el estadio, no tardé en encontrar el camino al hotel y terminar llegando al gran edificio que arañaba, receloso, el cielo mexicano. Empujé la puerta giratoria con rabia, los ojos ahogándose en lágrimas, y me metí en el ascensor como un bólido, pasando al lado de una ancianita que salía de él. No quería ir acompañada, pero mi suerte se había limitado a no encontrarme a nadie que me reconociera por la calle. Esperé con impaciencia que todos los pasajeros se bajaran del ascensor y, una vez llegué al ático, pulsé el botón que abría las puertas antes de tiempo. Salí del ascensor, notando que me ahogaba.
Saqué la llave del bolsillo, pero las manos me temblaban, y se cayó al suelo. Gemí por lo bajo, me agaché a recogerla, y el mundo se nubló a mi alrededor. Me senté en la moqueta roja, imitando a los palacios de Europa, me hice un ovillo y me eché a llorar.
Sabía de sobra lo que iba a hacer allí dentro, no quería hacerlo, pero tampoco quería sentirme culpable y odiarme, porque en el fondo Noemí tenía razón.
Le había roto el corazón a Louis, y me odiaba por ello, pero sobre todo me odiaba porque me gustaba saber que
podía romperle el corazón y seguir viviendo con ello.
Me limpié las lágrimas de los ojos, me incorporé tambaleándome y pasé la tarjeta por la puerta, que se abrió con un pitido. Entré dentro, me quité la chaqueta y la tiré al suelo. Dejé la tarjeta por ahí tirada, sin preocuparme de que después no pudiera encontrarla, y me metí en el baño.
Abrí los armarios que rodeaban al inmenso espejo, pero no había ninguna cuchilla de afeitar. Sollocé, me tapé la boca con la mano para contener el llanto, y empecé a pensar a la velocidad de la luz, con los ojos casi cerrados y las lágrimas sin dejarme ver nada.
El cristal del espejo.
Los primeros cortes.
Por cuestiones macabras superiores a mí, casi por la decisión del universo de que así lo hiciera, había guardado el trozo de cristal del espejo que había utilizado para intentar suicidarme la primera vez como si de un amuleto se tratara.
Me dirigí a la habitación; la cama estaba hecha, los lirios habían vuelto a su lugar de siempre, las cortinas estaban descorridas, por lo que el sol iluminaba la habitación con toda su potencia lumínica. Me incliné hacia mi mochila, saqué la cartera y abrí el compartimento para las monedas. En ese compartimento, había uno más pequeño, donde no cabían dos monedas juntas, pero sí un trozo de cristal.
Lo saqué con cuidado, pero fue inútil. Me corté las yemas de los dedos en ese proceso, y no me importó en absoluto. Lo que tenía pensado era peor, más doloroso y más placentero.
Respiré hondo con el cristal en la mano; las manchas de mi sangre de hacía meses seguían en su superficie. A ellas se sumaba la sangre de hacía escasos segundos.
Me aguanté las ganas de empezar mi operación de carnicera en la habitación, porque dejaría rastros muy difíciles, si no imposibles, de quitar. Cerré la cartera y fui al baño. Eché el pestillo, me acerqué al lavamanos y me contemplé en el espejo.
Sujeté el pequeño trozo de espejo con los dedos pulgar, índice y corazón sobre mi piel. Lo coloqué de forma que la presionara suavemente.
Le he roto el corazón a Louis y encima me gusta.
Con la mano temblorosa, arrastré despacio el espejo por la piel, que se abrió sin oponer resistencia, igual que el agua cuando pasan los barcos.
El dolor lacerante que me atacó fue ensordecedor. Cerré los ojos, me senté en la taza del váter y me aguanté las lágrimas. Sorbí por la nariz, mirando el pequeño reguero de sangre que se deslizaba por mi brazo hasta el suelo. De una patada, alejé de mí la alfombrilla blanca nívea del baño, justo en el instante en que una gota de sangre, la primera de todas, iba a impactar contra ella.
Voy a perderlo para siempre.
Repetí la operación, esta vez más rápido. Gemí de dolor, de dolor físico y emocional, pero sobre todo emocional. El físico todavía no era lo bastante fuerte para reemplazar el emocional.
Eres una inútil, no sirves ni para cortarte.
Mi brazo empezaba a teñirse por completo de rojo.
No te lo mereces.
-No-gemí, abriendo un corte enorme. Grité, ahora sí dolía, dolía mucho, las voces se estaban yendo, se iban, se iban, casi no las escuchaba...
Dejará de quererte.
-No-supliqué, cortándome más hondo. Si querían sangre, les daría sangre, si querían dolor, les daría dolor, pero, por favor,
por favor, que me dejaran tranquila, por favor.
Dejará de quererte, repitieron las voces.
Seguí suplicando que se callaran, ellas siguieron hablándome mientras yo me abría más y más trazados en los brazos. Tiré el espejo al suelo, luego lo recogí, cambié de brazo.
Dejará de quererte, insistieron las voces cuando ya no me quedaba más espacio entre los brazos para cortarme, y siguieron, siguieron, más insistentes que nunca.
Ya no te querrá, no te querrá nadie, y una carcajada sucia, cruel.
Casi sin pensar, me levanté y me desabroché los pantalones. Los bajé poco a poco, hasta la altura de la rodilla. Tomé aire varias veces. Las voces no se callaban.
Las voces eran yo.
Dejará de quererte.
Tracé una línea por la piel de mi pierna, y un dolor más intenso que los demás me atravesó el cuerpo. Me incliné hacia delante. Las voces seguían allí, pero eran mucho más débiles.
Al ver que bajaban el volumen cuando cambié de lugar, y que casi parecían callarse si me cortaba rápido, pasé de asumir el trabajo de un cirujano ocular al de un carnicero. Cambié precisión por velocidad.
Me dejé caer el suelo y me eché a llorar, con mi propia sangre, hecha charco, entrándome en la boca con cada sollozo. Cerré los ojos, las voces se habían ido, pero el dolor seguía ahí, y necesitaba que parara. En mi mente ahora se repetía un nuevo mantra.
Louis, lo siento, Louis, lo siento, Louis, lo siento.
Le había fallado a todo el mundo, le había fallado a él. Quería morirme y dejar de ser un estorbo, pero sabía por experiencia que aquellos cortes no eran lo bastante profundos.
Me incorporé, miré mi camiseta, que había pasado de ser blanca a ser roja, y me pasé una mano por la cara, limpiándome como pude la sangre. Me horrorizó la visión de mi propio brazo; se había convertido en una masa sanguinolenta que poco a poco iba cicatrizando.
Me limpié la nariz con el dorso de la mano, sin importar que tuviera la mano más sucia incluso que la nariz, me levanté y busqué una fregona y un cubo.
Cuando volví a entrar al baño, la sangre empezaba a coagularse. Llené el cubo de agua, pasé la fregona por el suelo, y vomité tres veces antes de terminar el trabajo. Cuando lo hice, busqué ropa limpia y me metí en la ducha. Sólo me froté la cara y los lugares donde no tenía heridas; temía poder abrirlas sin querer, y tener que repetir la operación.
Una vez salí de la ducha, me quedé quieta, esperando secarme, pues seguía con el mismo problema si se trataba de las toallas. Así que, transcurridos 45 minutos, salí del baño con las puntas del pelo húmedas, con el cuerpo hecho un asco, y yo fingiendo que no pasaba nada cuando estaba rota por dentro.
Me incliné hacia el móvil.
24 llamadas perdidas. 20 de Louis, las otras cuatro, una de cada chico.
12 mensajes de voz. Todos de Louis, que al principio me preguntaba dónde estaba, y su voz se volvía más y más nerviosa a medida que pasaba el tiempo.
15 sms, histéricos, de Louis.
Lo llamé, pero no me contestó. Me puse una chaqueta, busqué sin éxito la tarjeta y me pellizqué el puente de la nariz, haciendo memoria, con el teléfono pegado a la oreja.
-¿Eri?-preguntó Louis, su voz era la personificación de la desesperación. Me dio un vuelco el estómago, tuve ganas de encerrarme en el baño y cortarme la yugular por el simple hecho de que yo había causado esa desesperación.
-Soy yo-asentí con la cabeza, conteniendo las lágrimas. Me tapé la boca con la mano, apreté los párpados-. ¿Dónde estás? Se oye mucho ruido de fondo.
-No, ¿dónde estás
tú? Estamos con las pruebas de sonido, ven ya.
-Ahora voy.
-¿Estás bien, nena?
Colgué el teléfono, porque no me apetecía mentirle por ahí. Me abroché la chaqueta, volví a echar un vistazo por el suelo, intentando encontrar la tarjeta, pero me rendí. Tenía que salir ya.
Rehíce el trayecto, mucho más despacio, pues en el fondo no tenía ganas de llegar, y me metí en el estadio por una de las puertas de atrás. En la principal la gente ya se estaba preparando para entrar.
Entré cuando los chicos cantaban
She's not afraid. Noemí y Alba estaban sentadas en la grada, y me llamaron para que fuera con ellas, pero las ignoré y me fui al otro extremo. No me apetecía decir dónde estaba.
Bajé la cabeza y me concentré en cantar mentalmente la siguiente canción.
Alcé la vista cuando escuché el solo de Louis en
Over Again mucho más bajo, como si no estuviera en el escenario cantándolo y el micrófono no capturara toda su voz. Me esforcé por contar las figuras en el escenario: Liam, Niall, Harry, Zayn...
-Estoy aquí-dijo una voz a mi espalda. Louis se había sentado a mi derecha, un asiento por detrás. Apagó el micrófono con un gesto de la mano y pasó las piernas por los asientos. Se sentó a mi lado y me miró.
-¿Qué pasa?
-Dime que me quieres.
-¿Por qué?
-¡Dime que me quieres!-grité, echándome a llorar.
-Te quiero-dijo, estrechándome entre sus brazos. Amaba la manera en que dejaba que llorara en su hombro, amaba cómo me abrazaba y me hacía sentir que nada podía herirme, amaba cómo me comprendía...
Lo amaba más de lo que me amaba a mí misma, o amaba a las cuchillas que me alejaban del dolor por unos instantes. Lo amaba más de lo que odiaba a las cuchillas y a mis cicatrices.
Me daría igual que el mundo se acabara siempre y cuando no acabara con él.
-He vuelto a cortarme-confesé, y me abracé más a él. Se separó medio milímetro de mí, pero tiré de su camiseta para que no lo hiciera. Cuando por fin conseguí reunir el coraje suficiente para separarme de él, ni siquiera lo miré.
-¿Puedo verlas?
Lo miré a los ojos un segundo; no había odio, sólo amor. No había reproches, sólo preocupación.
Estiré los brazos y Louis me remangó la chaqueta. Los chicos lanzaban miradas curiosas desde el escenario, pero nunca, jamás, se callaron para tratar de escuchar.
Sí que notaba los ojos de las españolas en mí.
-Necesito que dejes de fumar, Louis... es... muy... importante-susurré.
-Dime que me quieres-replicó él, examinando los cortes. Quise apartarme, pero no me dejó.
-Te quiero.
-Yo necesito que dejes de cortarte.
-No puedo...-empecé, bajando la cabeza, pero él me tomó de la mandíbula con dos dedos y me obligó a mirarlo.
-Yo te ayudaré, Eri. Te ayudaré, mi amor. Escúchame-dijo, cogiéndome las manos, desnudando mis brazos, y haciendo el gesto más bonito que jamás hubiera hecho por mí, el que entregó le mi alma sin remedio, para siempre: me besó las heridas abiertas, algunas incluso aún brillaban, una en particular se negaba a secarse-. Yo no voy a hacer con nuestra relación lo que tú estás haciendo con tus muñecas, Eri. Amor, mataré a cualquiera que te haga daño, así que por favor,
por favor, no me pidas que te mate.
Lo miré.
Todavía no sabía que terminaría pidiéndoselo.
-Ojalá pudiera pedirte que me perdonaras.
-El amor es perdonar, nena-sonrió, intentando animarme. Su sonrisa era contagiosa, como los bostezos.
-No quiero que me perdones, Louis.
-Ni yo que te cortes, así que tendremos que jodernos y aguantarnos los dos, ¿no te parece?
Lo abracé y lo besé en los labios.
-Eres la cosa más perfecta que ha pisado este mundo.
Se separó de mí negando con la cabeza.
-No, Eri. Soy la cosa más tuya que ha pisado este mundo. Creo que eso es mejor.