jueves, 22 de agosto de 2013

Contaminación.

Los conciertos de los chicos vistos desde el público eran una locura, eso nadie podía negarlo.
Pero los conciertos de los chicos vistos desde detrás del escenario, con una gran cantidad de pantallas por todas partes, en las que veías los movimientos de cada uno y los vídeos que se exhibían cuando tenían que ir a cambiarse de ropa eran el cielo en la tierra.
Y ya no hablemos de cómo los chicos habían vuelto a ser ellos mismos porque Louis ya no tenía esa cara larga, de preocupación, que había paseado por toda Europa.
Me acaricié los brazos, tocando con la yema de lo dedos las heridas que acababa de abrirme, y no pude evitar sonreír cuando me asomé para verlos en directo en el escenario mientras cantaban Little Things,  sentados en aquella plataforma y en las escaleras, y Louis, como si supiera que estaba allí, giró la cara, me miró, y no rompió el contacto visual en lo que duró su solo, con una tierna sonrisa en los labios.
Me sentía poderosa, me sentía bien, porque la cara larga había desaparecido. Si había estado ahí había sido por culpa mía; sin embargo, me alegraba más saber que la había enviado bien lejos.
Los chicos se levantaron, se acercaron al borde del escenario, y yo me metí dentro. Oía los comentarios del puñado de personas que se encargaba de la iluminación, el sonido y las cámaras a través de unos auriculares que alguien se había dejado olvidados por ahí.
Noemí miraba las pantallas con el dedo índice en los labios, pensativa, sin apartar la vista de la de Harry. Sólo cuando alguien chistaba, se reía, o hacía algún comentario acerca del comportamiento de alguno de los demás, se dignaba a apartar la vista de Harry y miraba directamente a la pantalla principal, la que veían las fans detrás de los chicos. Suspiré.
Alba estaba asomada al escenario, sin apartar la vista de cualquiera de los chicos a los que pudiera ver sin tener que sacar la cabeza. Las mexicanas gritaban algo a coro, algo que no alcancé a entender. Alba sonrió, sus ojos brillaban con lágrimas inundadas de puro orgullo.
Me acerqué a ella, le pasé un brazo por los hombros, ella me lo pasó por la cintura y nos balanceamos al ritmo de las canciones, mientras los chicos iban y venían por el escenario.
Varias veces Liam dirigió una rápida mirada a donde estábamos nosotras. Luego, Niall, Zayn o Harry se asomaban, hacían alguna mueca para hacernos reír, y volvían a su trabajo.
Louis se dedicaba a dar brincos de alegría, haciendo reír a las fans, a los chicos y a mí, a base de ser como él era, lo cual era suficiente.
Me estremecí cuando el concierto se acabó y los cinco se reunieron, colocándose en fila, para dar las gracias a su público. Se inclinaron al unísono, convertidos en una cadena de brazos y piernas sincronizados,  sonrieron, saludaron con la mano y corrieron a detrás del escenario.
Cuando quise darme cuenta, los cinco me habían arrastrado con ellos. Perdí de vista un segundo a Alba, y ya no la volví a ver en toda la noche.
Abracé a Louis con fuerza, él me levantó del suelo y yo me eché a reír, pidiéndole, suplicándole, más bien, que no me soltara, porque iba a caerme y me haría daño. Me dejó en el suelo despacio y colocó sus labios en los míos.
Varias personas de nuestro alrededor silbaron cuando me metió una mano en el bolsillo trasero del pantalón para pegarme a él y con la otra me sujetaba la cintura. Yo tenía las dos manos en su cuello, acariciando su pelo y hundiendo los dedos en él, demasiado concentrada en nuestro beso para hacer caso de los demás.
Se separó de mí, se relamió y me preguntó algo, pero no le escuché debido al alboroto general: México entero quería que volvieran al escenario, querían más canciones, querían los dos discos completos, las actuaciones en The X Factor, lo querían todo de nuevo, una segunda oportunidad, un algo con lo que alargar aquello. El equipo se felicitaba por la labor prestada, se abrazaban y se estrechaban las manos. Los chicos hacían una especie de donut gigante, giratorio, dando gritos como pocas veces les había visto hacerlo.
Louis me arrastró con ellos, nos colamos entre Zayn y Noemí, que saltaba todo lo que podía para que no la pisaran, y nos unimos al coro de gritos.
Luego, nos dividimos en grupos. Alba quería irse a la cama, estaba cansada y en unas pocas horas tendría que coger un avión de vuelta a casa, en el que no dormiría nada, así que consiguió convencer a Liam para que fuera con ella a dormir, en vez de dejarla tirada por irse de marcha con los chicos.
Noemí, Niall, Zayn y Harry querían ir a alguna discoteca de por ahí. Yo me giré hacia Louis, lo miré a los ojos y le coloqué bien el cuello de la camisa, que se había disparado hacia arriba cual cohete de la NASA en su momento de despegue.
-Vete con ellos, si quieres.
-La verdad es que estoy cansado-comentó, encogiéndose de hombros y capturando uno de los pocos mechones de pelo que eran lo bastante largos para metérseme en la boca y poniéndolo detrás de la oreja.
-Mientes.
Negó con la cabeza, más serio que en un entierro.
-Preocuparse por ti es agotador, nena-replicó, palmeándome el culo. Le devolví la palmada, pero más fuerte. Él hizo lo propio.
-¿Vamos a estar así hasta mañana, o sólo es impresión mía?-dijo, sonriendo con aquella sonrisa de niño travieso que no quiere que lo castigues a pesar de que sabe de sobra que ha hecho cosas mal. Puse los ojos en blanco.
-Puede ser, bestia culona.
Se echó a reír, negó con la cabeza.
-Eres imposible.
Me encogí de hombros, me pasé su brazo por ellos y le seguí hasta el furgón en el que iríamos de vuelta al hotel.
Los que iban a salir fueron los primeros en ducharse. Louis se tiró en el suelo, diciendo que no podía más con su vida, y juro por dios que se quedó dormido. Alba se dedicó a tocarle partes del cuerpo con un palo de golf que había encontrado en un armario, olvidado seguramente por un cliente rico demasiado importante para recoger sus cosas, pero él no se inmutó.
Roncaba suavemente cuando Liam lo tocó con el pie. Yo estaba tumbada en el sofá, repitiendo a intervalos regulares:
-¡Qué bello es vivir!
Me tocó decirlo cuando Liam abría la boca:
-Louis, ya puedes ducharte tú.
-Déjame, quiero morir aquí. Se está a gusto en este suelo.¡Eri! ¡Trae a un cura! ¡Que me den la extrema unción!
Puse los ojos en blanco y le hice un corte de manga; no me vio.
-¡Eri!
-¡Qué bello es vivir!-bramé de nuevo, cambiando de canal, pues la fotosíntesis del plancton era demasiado interesante para mí. No soportaba las cosas que tenían tanta acción; por eso nunca veía ninguna película e en la que saliera Bruce Willis.
-¡Eri!-repitió Louis.
Le tiré un cojín.
-¡QUE VIVIR ES MUY BELLO!-le chillé en su lengua para que pudiera entenderme. El cojín volvió volando hacia mí-. ¡HIJO DE PUTA! ¡NO ME DEVUELVAS EL FUEGO!-ladré, levantándome y aprovisionándome con cojines-. ¡HIJO DE PUTA! ¡HIJO DE PUTA! ¡LIAM, QUÍTATE DE EN MEDIO, NO QUIERO QUE  ESTÉS EN FUEGO CRUZADO CUANDO ACRIBILLE A COJINAZOS A ESTE HIJO DE PUTA! ¡LOUIS, HIJO DE PUTA!
Louis se dio la vuelta, me miró, sonrió, alzó los pulgares y volvió a darse la vuelta. Me abalancé hacia él y empecé a darle con los cojines. Él se retorcía y se  reía, pero yo sabía que le estaba haciendo sufrir.
Louis empezó a llamar a voces a Liam, y éste me separó de él, poniendo especial cuidado en tratar con suavidad mis heridas, temiendo que pudieran abrirse de nuevo.
Pataleé como una loca, pero Louis se las apañó para cogerme los pies, agarrarme con fuerza, y entre Liam y él me balancearon de un lado a otro.
Niall pasó a mi lado, con los ojos fijos en la pantalla de su móvil. Seguramente estuviera hablando con Victoria. Le chisté, él levantó la cabeza y dio un brinco hacia atrás al ver lo que me hacían.
-¡Ayúdame!-dije, estirando los brazos en su dirección, pues ya había intentado, sin éxito, que Liam me soltara a base de toquetearle el pecho en busca de los pezones para estrujárselos. No coló.
Niall me miró un segundo, miró a Louis, después a Liam, a continuación volvió otra vez a mí, se encogió de hombros con fría indiferencia y se marchó de la habitación, canturreando algo sobre que iba a comer  nachos hasta reventar.
Louis le dirigió a Liam una mirada cargada de simbolismo.
-¿Dónde la tiramos?
Liam le devolvió la sonrisa, me estremecí en la medida de lo posible.
-Donde tú quieras.
Se acercaron a la ventana y yo empecé a chillar como una loca. Sabía que no me iban a tirar, pero puede que me colgaran del vacío un rato. Suficiente para que me diera un ataque al corazón y me muriera allí mismo, con tantos sueños aún por cumplir.
-¡Alba! ¡Alba! ¡ALBA!-grité a todo lo que dieron mis pulmones; los de las habitaciones debajo de nosotros debían de estar contentos con el alboroto que estábamos formando, y eso que sólo éramos tres.
Alba se asomó, se había hecho una coleta y estaba subiéndose unos pantalones cortos de pijama que, a todas luces, no le aguantarían puestos toda la noche.
-¿Qué?
-¡Quieren tirarme!-grazné. Louis me hizo cosquillas en un pie: saqué fuerzas de donde no las tenía para tratar de arrearle una patada en la mandíbula. Nadie me hacía cosquillas cuando estaba tan alterada, absolutamente nadie, incluido él.
-Tienes pasta de dientes  en la mejilla, mi vida-replicó Liam.
-¡Suéltame para limpiársela!
Louis hizo un gesto con la cabeza, me arrastraron hasta el sofá y me balancearon con más fuerza.
-¿A la de tres, Tommo?
-Empieza a contar, Payne-sonrió Louis.
-3...
-No, por favor-supliqué.
-2...
-No os atreváis.
-1...
-¡NO!-grité, y empecé a retorcerme en el aire cuando me lanzaron contra el sofá.
Louis se inclinó hacia mí y me besó en la boca., tranquilizándome más rápido que los dardos que se usaban con los elefantes para poder ponerles su medicina. Le acaricié el cuello.
Nuestras respiraciones estaban agitadas cuando nos separamos. Me acarició el pelo.
-Voy a la ducha-anunció en voz baja; Liam se había ido, tenía cosas más importantes que hacer con Alba que quedarse tumbado conmigo viendo cualquier porquería en la televisión.
Pensé que Louis iba a decirme que lo acompañara, pero en el último momento sonrió con coquetería y pidió:
-No me eches de menos.
-Va a ser mucho pedir-repliqué, pellizcándole la pierna y sonriendo tan ampliamente que sentí cómo se me estiraban los músculos de la cara. Sonreír así llegaba a doler.
Me dio una palmada en la cintura y se metió en el baño, empezando a desnudarse ya antes de entrar para mi propio deleite. Recorrí con la mirada los músculos de su espalda: no era la más musculosa que había visto, ni la más ancha, pero era la que más me gustaba en el mundo la que mis manos más había recorrido.
Conocía la espalda de Louis por su tacto igual de bien que un ciego conoce las palmas de las manos de sus amigos gracias a la yema de los dedos. Suspiré, me acurruqué en el sofá, haciéndome aún más pequeña, y subí el volumen de la televisión cuando empezaron los gemidos en la habitación de Alba y Liam.
-Idos a un hotel-les insté con voz queda, tan bajo que apenas pude oírme por encima del escándalo de la serie de Fox, y puse los ojos en blanco ante lo bueno de mi broma. Ya estábamos en un hotel, así que, técnicamente, la que sobraba era yo.
Louis abrió la puerta del baño subiéndose los pantalones e hizo un gesto para que entrara con él. Me puse de morros inmediatamente.
-¿Y si no quiero?
-No vamos a hacer nada-replicó, pasándose una mano por el pelo y contemplando el brazo que tenía lleno de tatuajes. Suspiré, me levanté a duras penas y observé la pantalla.
-¿Qué vamos a hacer?-repliqué despacio, sin atreverme a ver cómo la expresión de su cara aumentaba la fuerza de las palabras que estaba a punto de pronunciar.
-Voy a limpiarte las heridas.
Di un paso atrás, y automáticamente dejé salir la pantera peleona que llevaba dentro. Louis se había convertido una amenaza en escasos segundos, quería robarme mis crías, y no iba a consentirlo. Negué despacio con la cabeza.
-No.
-Sí, Eri-replicó, estirando la camiseta. Ni siquiera estaba mirando su pecho, el pequeño vello que se hallaba en él, simplemente quería alejarme de él, no quería que tocara mis heridas, y mucho menos mis cicatrices, no quería que se relacionara con ellas, simplemente no...
-No.
-Eri.
-¡No!-grité, llevándome las manos a la boca, asustada por lo que era capaz de decirle en ese instante. Él dio un paso muy despacio hacia mí, yo di dos a mi espalda para tratar de poner distancia entre nosotros. Lo señalé con un dedo acusador.
-Quédate ahí.
Negó con la cabeza, se acercó un poco más a mí, yo di otro paso, otro más...
...y di contra el cristal de la ventana.
Mierda, mierda, mierda.
-Eri, joder, sólo quiero curártelas. Si no las limpiamos tal vez se te infecten. Hay dos que tienen muy mala pinta.
El espejo bien podía estar sucio, tener una enorme cantidad de microbios en él cuando me corté, por lo que aquellos microbios lo habían tenido muy fácil para pasar de un lado a otro. Ahora podrían estar montando una fiesta de las grandes, cebándose con mi ya de por sí débil salud...
Miré a Louis, que dio otro paso más hacia mí. Me quedé quieta, esperando que llegara, respirando despacio, pues era lo único en lo que estaba pensando ahora. Inspira, expira, inspira, expira.
Llegó a mi lado, me besó la mejilla y comenzó a bajar las manos. Escondí las mías detrás de mi cuerpo, entrelazándolas tras la espalda. Cerré los ojos.
-No quiero que las toques, Louis-murmuré cuando dejó caer los brazos a los costados, abatido. Me miró.
-Necesito curártelas.
-Puedo hacerlo sola.
-No, no puedes. Además, yo lo necesito, Eri. Tengo la impresión de que si están ahí es por culpa mía.
Negué con la cabeza, lo miré con los ojos llenos de lágrimas. Me puso una mano en la mejilla.
-Tú eres lo único bueno que me ha pasado, Lou. No quiero que las toques, porque ellas son lo peor que hay en mi vida. No quiero que te contaminen.
Sonrió, me sacó las manos de detrás de la espalda y me miró con toda la calidez que podía haber en unos ojos. Según lo comprobé, no era poca.
-Tal vez yo pueda contaminarlas-replicó, pegándose a mi cuerpo, acariciándome el cuello y besándome despacio. Podría sostenerme si me caía, podría ayudarme a volar si empezaba a saltar, podía enfriarme si me quemaba y calentarme si me congelaba.
Podía curar mis heridas si yo misma las abría.
-Déjame curarlas, amor-suplicó en mi boca. Asentí despacio, de repente convencida de que no me haría daño. Sonrió, me dio un rápido pico, entrelazó sus dedos con los míos y tiró de mí en dirección al baño. Lo seguí con una sensación en las piernas no demasiado agradable.
Cogió una botella de desinfectante del botiquín guardado en los armarios del baño, los mismos en los que había rebuscado yo por la mañana para abrirme las venas, y una gasa. Se me quedó mirando, estudió la habitación y susurró:
-Voy a por una silla.
-¿Quieres que vaya yo?-repliqué, frotándome las manos contra las piernas. El roce continuo resquemaba, y no tardé en detenerme y preguntarme de dónde había sacado esa manía. No podía habérselo visto a nadie. Negó con la cabeza y me indicó con un gesto de la mano que me sentara.
Volvió cargando con una silla de acero de las que había en la suite, cerró la puerta con el pie, y la colocó justo frente a mí. Miré la puerta cerrada, impasible.
-¿Abro la ventana?
Me encogí de hombros, pero terminé asintiendo.
La camiseta se le levantó un poco, permitiéndome un rápido vistazo de su vientre, y sentí un calor suave entrando por mi vientre y expandiéndose en todas direcciones. Quise abofetearme, porque, ¿cómo me atrevía a dudar de Louis?
Me llevé una mano a la boca, royendo despacio una uña sin llegar a morderla del todo pensativa. Me encantaba cómo me tocaba, lo despacio que me hacía el amor cuando importaban más los sentimientos que las sensaciones, la manera en que podía mirarlo y tener sus ojos clavados en mí aunque estuviéramos en la punta opuesta de una habitación, entrar en un lugar y sentirme tranquila y a salvo porque nadie me haría nada con él a mi lado...
-¿Nena?-inquirió él, agitando su mano frente a mí. Di un brinco y él dio otro-. Joder, Eri. ¿Qué pasa?
Alcé los hombros, luego las manos.
-Estaba pensando-me excusé. Alzó las cejas mientras echaba lentamente el líquido marrón en la gasa, perfectamente blanca, perfectamente impoluta y pura. Y ahora nosotros íbamos a corromperla.
-¿En serio? ¿En qué?
-En lo mucho que te quiero.
Levantó los ojos, de un azul cristalino como el mar, hermoso como el cielo de un día de verano. Chispearon de alegría.
-¿Mucho?
-Muchísimo, y más después de todo lo que haces por mí.
Me besó la frente.
-Es un placer-replicó, cerrando el bote y colocándolo a sus pies. Se deslizó por la silla hacia delante para limpiarme mejor las heridas, con lo que sus piernas rodearon las mías, y las mías las suyas. Terminé con una de mis piernas entre las suyas, y una de las suyas entre las mías. Contuve el aliento cuando le rocé el muslo suavemente por la rodilla.
-Eri...
-¿Qué?-casi chillé, tomando aire de golpe. Mis pulsaciones habían bajado debido a el mantener el aire, pero también habían aumentado porque oh dios Louis.
-Contrólate, ¿quieres? ¿O también tengo que hacerte un masaje cardíaco?
-¡Sí!
Se echó a reír, negó con la cabeza y me extendió los brazos. Yo apoyé los codos en las piernas y me incliné hacia delante. Él miró con descaro mi escote, tragó saliva, cerró los ojos, negó con la cabeza y se obligó a mirar hacia abajo. La chapa que le había regalado bailó en su pecho cuando se movió.Empezó a limpiarme las heridas con esmero, derrochando amor, pero con la concentración cruzándole el rostro. Sabía de la importancia de su trabajo, le gustaba que le hubiera brindado la oportunidad de ayudarme con mi problema, y esperaba estar a la altura de ello.
-¿Me quedarán cicatrices?
Frunció el ceño, afanándose en una herida que se abrió y comenzó a sangrar apenas colocó la gasa sobre ella. Negó con la cabeza, chasqueó la lengua, y siguió a lo suyo, sin responder. Ni siquiera levantó la vista, no hizo ningún movimiento que me indicara que me había escuchado. Tal vez ni siquiera me hubiera oído.
-Louis.
-Mm-replicó, tragando saliva, echando más desinfectante en la gasa, empapándola aún más. La dobló de nuevo y la posó en mis heridas, que protestaron. Me puse tiesa un segundo; el líquido estaba frío. Levantó la vista.
-¿Te duele?
Negué con la cabeza, él volvió a asentir y bajó la mirada. La precisión de sus movimientos, lo seguro que era mientras colocaba con mano de experto el medicamento en mi piel, me hizo pensar que no era la primera a la que trataba así. No le temblaba el pulso, no parecía vacilar.
¿Alguna de sus hermanas se cortaría por alguna razón?
-¿Me quedarán cicatrices?-repetí al ver que me hacía caso.
-Podemos preguntar a mi madre-murmuró, mostrándome la mano con la palma abierta. Había terminado con mi brazo izquierdo; pasábamos al derecho. Lo extendí y disfruté del contacto cálido de sus dedos rodeándome la muñeca.
-¿Y qué le decimos?
-Que te caíste. Puedo ser convincente-aseguró cuando vio en mi expresión que eso no colaría ni en un millón de años.
Me lo quedé mirando. Tenía la sensación que había algo detrás de sus actos; algo más que la preocupación por que hubiera recaído. Sentía que había algo más, era una sensación metida debajo de la piel, que se negaba a abandonarme.
-¿Por qué lo haces?
-¿Cuidarte? Porque te quiero-contestó sin darle demasiada importancia. No me sirvió su respuesta, de modo que ataqué de nuevo.
-Te harán sufrir por esto, y si tu madre lo supiera...
Ya no era sólo su madre, no era sólo su familia, no eran sólo mis heridas. Teníamos una imagen pública, al fin lo entendía. Teníamos una imagen, los dos, aunque yo mucho menos que él. Si aparecía por la calle con los brazos llenos de cortes, podría parecer que salía con chicas suicidas porque le gustaba la sensación de sentirse un héroe cuando nos ayudaba a curarlas.
No me di cuenta de todo lo que podían desencadenar mis actos cuando recaí: una vez bastaba, podía contar como una situación desesperada de una chica inesperada, pero dos ya le correspondían a alguien emocionalmente inestable y que necesitaba ayuda psicológica.
Sin contar con que yo era el modelo a seguir para muchas chicas, tal y como me lo habían demostrado las mexicanas esa tarde, de modo que si yo hacía una aparición pública con cortes en brazos y piernas, las que me tuvieran por modelo a seguir para gustarles a los chicos me imitarían.
Tragué saliva con fuerza, esperando su respuesta. Louis parecía estar escuchando mi monólogo interior, porque no abrió la boca: de hecho, no hizo movimiento alguno que me hiciera pensar que tuviera que meditar su respuesta.
-Si mi madre supiera de tus cicatrices-respondió, alzando la vista y sacudiéndome por dentro con el dolor que había en sus ojos. Limpiarme las heridas no debía de ser nada fácil, sobre todo teniendo en cuenta que él creía que eran culpa suya-, me haría estar contigo para siempre, porque sabe que te cuidaré-susurró, besándome el dorso de la mano y poniéndolo contra su mejilla-. No dejaré que te hagan daño. Y en cuanto a ellas...-dijo, la conversación adoptó matices apoteósicos, enormes, más grandes que Louis y yo juntos, pero no tanto como nuestro amor, que apenas cabía en aquella dimensión-, te harán sufrir un poco menos si rompemos, pero muy poco. No merecería la pena-se encogió de hombros, sonriendo-. No me mires así, Eri, ¿quieres? Sé de sobra lo que estás pensando, y la respuesta es no. No estoy enfadado contigo, no estoy decepcionado. La culpa no es tuya, mi amor-dijo, sosteniendo mi rostro entre sus manos. Me manchó de desinfectante, pero no me importó en absoluto. Había agua de sobra para limpiarse-, te aseguro que no es tuya.
Me estaba costando muchísimo respirar.
-No llores-me pidió, besándome la mejilla y poniéndome con cuidado un mechón de pelo detrás de la oreja. No había notado que lo hacía hasta que me lo dijo; sólo entonces las células de mi piel parecieron despertar de su hibernación y mandarme los impulsos nerviosos correspondientes, para que supiera que una lágrima se estaba deslizando con valentía de exploradora por mi mejilla.
Cerré los ojos, pestañeé rápidamente y me los limpié con el dorso de la mano.
-Estoy harto de que llores por mí-susurró. Me levanté de la silla y me senté en sus piernas. Tenía los brazos marrones, iba a mancharle la ropa, pero me daba igual.
No podía imaginar cómo iba a arreglármelas para decirme que el estropicio que tanto le estaba destruyendo por dentro se repetía en mis piernas, que no sólo estaba en mis brazos.
Simplemente me acurruqué contra su pecho y, por primera vez en mucho tiempo, deseé poder cambiar lo que había hecho después de colgar aquel teléfono, o tal vez incluso antes de levantarlo para llamarle. Tampoco era tan grave que me hubieran ocultado cosas, lo hacían porque querían estar conmigo, porque me querían, y querían cuidarme a toda costa.
Enredé mis brazos en su cuello y descansé la cabeza en su hombro. Me pasó un brazo por la cintura, asegurándose de que no me cayera. Cerré los ojos y aspiré el aroma de su cuello, acariciando despacio la piel de gallina. Besé aquel punto en el que se juntaban su garganta y su mandíbula, si pequeño talón de Aquiles.
-No me odies-le pedí.
-No podría jamás-contestó, mirándome de refilón.
-Prométemelo.
-Te lo prometo, nena.
Me pegué aún más a él.
-Tengo también en las piernas.
Respiró hondo, se aguantó el aire en los pulmones un momento, y lo soltó despacio, con la boca abierta. Casi parecía estar fumándose el aire.
Más lágrimas me corretearon por los ojos.
-No tienes que curar esas también si no qui...
-No, no-sacudió la cabeza-. Quiero hacerlo.
Tragué saliva, aguantándome los sollozos, tragándome de paso las lágrimas, y volví a mi silla. Observó los pantalones de pijama, hacía demasiado calor para llevar unos tan largos, pero dudaba que a los chicos (a él) les hiciera gracia enterarse por sus ojos, y no por sus oídos, de que mis cortes habían pasado a un nivel superior, desconocido.
-¿Están muy arriba?
Me bajé los pantalones despacio, los lancé lejos de un puntapié y clavé los dedos a ambos lados de la silla.
-Si no...
-Ay, Eri, ¿quieres dejar de tomarme por un debilucho?-un atisbo de sonrisa cruzó su boca, pero no sus ojos. Traté de devolvérsela, pero me salió rota, tal y como estaba yo por dentro. ¿Por qué tenía que ser tan subnormal de herirlo así?
Recordé una conversación de los chicos que había escuchado una noche de pura casualidad. Zayn le había preguntado a Louis por qué me tenía miedo, a lo que él respondió:
-Porque es la única que puede destrozarme con sólo proponérselo.
Y ahora lo estaba destrozando y ni siquiera me daba cuenta de ello.
-Puedo hacerlo, nena-me aseguró. Me tomó de la rodilla, estiró la pierna, la colocó sobre las suyas, me hizo cosquillas en el pie (con su correspondiente juramento deque se arrepentiría hasta el final de los tiempos por aquella osadía) y volvió al trabajo.
Cuando terminó, estaba pálido, pero se negó a decir nada. No quiso hablar más del tema, sólo me cogió las manos cuando me puse los pantalones, y me obligó a prometerle que no volvería a hacer aquello nunca jamás.
Jamás, ni en un millón de años.
Se lo prometí, al igual que me prometí a mí misma en silencio que si volvía a hacerle pasar por aquello me alejaría de él para siempre, y no precisamente cambiando de mundo, sino haciéndole ver que yo no me merecía su sufrimiento, ni a él. No me merecía nada de lo que tenía.
Abrí los brazos y lo metí entre ellos. Me besó el pelo.
-Debo de tener una pinta horrible.
-Nah. Sólo Gozilla recién levantado es más guapo que tú-replicó. Tuve que sonreír, porque al fin y al cabo era Louis, y podía ser muchas cosas, pero la principal era divertido. Él era el que te tendía una linterna cuando estabas en la completa oscuridad, sólo para recordarte que la vida era una comedia romántica, no una película de terror como Rec.
Lo apretujé tanto contra mí mientras me  reía que bien podría haberle desplazado una vértebra y dejarlo paralítico, pero los amores que mataban (o que dejaban sin sensibilidad o movimiento en alguna parte del cuerpo, lo mismo daba) eran los que más se buscaban.
Levanté la vista, con la barbilla en su pecho, y sonreí.
-¿Te puedo pedir un favor?
La suspicacia apareció en sus ojos. No se fiaba de mí una mierda, y hacía bien.
-Depende. ¿Tengo que moverme mucho?
-Tienes que moverte.
Puso los ojos en blanco.
-Pero es que estoy a gusto.
-¿Me haces el amor?
Se quedó pensativo.
-Tengo que moverme mucho-terminó respondiendo, poniendo los ojos en blanco.
-Louis...
-Cállate, me estoy haciendo de rogar. A los tíos nos ponen las tías estrechas, ¿sabes?-respondió-. Pero está claro que a vosotras no os van difíciles.
-¿Disculpa? Tú eres difícil-protesté, echándome a reír.
-¿Yo?-ahora en su voz lo único que se oía era la ofensa-. ¿Difícil? ¡Pero si me hechizaste! ¡Me lanzaste un hechizo nada más tenerme delante! ¡Parecía un jodido cordero siguiendo feliz y satisfecho de la vida a su pastor! ¡No me jodas, Eri!
-¿Sí o no?
-¿Cuándo te he dicho yo que no a algo?
-Cuando te pregunto si me odias.
Malicia. Ahora la malicia predominaba en su rostro.
-Ahí te miento descaradamente.
-Gilipollas-respondí.
-Boba.
-Imbécil.
-Estúpida.
-Cabrón.
-Zorra.
-Perro.
-Te quiero.
-Yo más.
-Mentirosa.
-Más quisieras.
Tenía que concederle algo: Louis nunca me decía que no a nada. Así que sí.
Me hizo el amor. Como sólo él sabía.

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