miércoles, 14 de agosto de 2013

Pokémon

Antes de que me comáis viva, si sois mexicanas, no os ofendáis por lo de este capítulo. Sé que hay algunas que son imbéciles y otras que son un amor, como en todas partes. Ya sabéis cómo es Eri (cómo soy, vamos), lo rápido que nos cabreamos y lo fácil que nos es insultar. Que nadie se sienta ofendido, en el próximo os lo recompensaré.

Apenas empezaron a desfilar los créditos de la película, miré a Louis. Respiraba despacio, con la cabeza apoyada en la mía, la boca ligeramente entreabierta en una actitud tranquila, y sus ojos estaban cerrados. Odié a sus párpados un segundo por no dejarme admirar aquellas dos maravillas que tenía instauradas en la cara; pero terminé dejando que el amor y la adoración que sentía por él en su conjunto superara a este odio. Le acaricié el pecho.
-Louis-susurré. Sabía que no dormía. Sabía exactamente por qué estaba haciendo eso: quería enfadarme, quería ver cómo me encendía otra vez, porque hacía mucho tiempo que no me enfadaba con él, y le encantaba sacarme de mis casillas. Estaba segura de que había tenido los ojos abiertos mientras al perseguidor de Taylor le pegaban un tiro desde uno de los edificios a los que mi actor favorito corría para salvarse.
-Louis-repetí, empujándolo con la cabeza y las manos en el costado. Me detuve un momento más de lo necesario para disfrutar de la dureza de sus músculos.
Joder, estaba convirtiéndose en una auténtica bomba sexual.
-Sé que no estás dormido-aseguré mientas los chicos se sentaban juntos, desplazando los asientos del avión de forma que se pusieran en círculo para jugar a las cartas. Tal vez contemplara una partida o, ¿quién sabía? Me uniera a un equipo para destrozar a los demás. Mi memoria me permitía tener ases legales en la manga las 24 horas del día.
Louis no dio muestra alguna de tener pensado dejar de fingir en un futuro próximo.
-Bueno-repliqué, estirándome y echando un vistazo al inmenso océano que se extendía bajo nosotros. No había estado escuchando la conversación del piloto, pero era bastante seguro que hiciéramos una escala en algún lugar del sur para preparar al aparato para cruzar el Atlántico-, si tienes tanto sueño, supongo que tendrás el mismo sueño en los próximos meses. Así que...-me encogí de hombros, a pesar de que no me miraba-, no habrá sexo.
-Sí, hombre-contestó por fin, tirando de mí y besándome en la boca, posesivo como pocas veces podía serlo. Intentaba convencerme. Conseguir que viera que me equivocaba... como si yo no lo supiera ya. Tiró de mí hasta dejarme tumbada con la cabeza en sus rodillas, y me acarició el costado. Quise retorcerme, las corrientes eléctricas eran insoportablemente fuertes. Me llegaban al cerebro con la intensidad de una tormenta eléctrica. Sus ojos chispearon, traviesos. Era perfectamente consciente de lo que me hacía, y lo peor era que le gustaba, le encantaba ese poder que tenía sobre mí.
Podría convertirse en un dictador sobre mi cuerpo, y yo no haría más que seguir venerándolo.
-Tienes tantas ganas de hacerlo como yo.
Me mordí el labio.
-Y acabas de demostrarlo.
-¿Me estás sugiriendo volver al baño?-repliqué, nadando en aquel mar, desnudando mi alma para los dos zafiros que tenía en la cara. 
-Volveremos-aseguró-, pero... ¿puedo dormir un poco antes? Estoy agotado.
Asentí con la cabeza, y él esperó a que me incorporara, pero no lo hice.
-Estoy a gusto.
-Yo también-replicó, hundiéndose en el asiento, echándolo un poco para atrás y acurrucándose más. Me acarició el cuello con la yema de los dedos-. ¿Vas a dormir?
Negué con la cabeza, y noté cómo él se revolvía. Parecía incómodo.
Me di cuenta de dónde tenía la nuca, y una sonrisa de  triunfo se esparció por mi cara igual que la Vía Láctea se esparcía por el cielo nocturno.
-Si ahora me diera un ataque epiléptico y me pusiera a dar cabezazos, no te gustaría demasiado, ¿no crees?
-Quieres tener hijos. Hijos míos, Eri-me recordó, incorporándose para mirarme. Le acaricié el vientre con la punta de la nariz, haciendo el llamado saludo esquimal-. Como eres algo lista, sabrás que unos cabezazos podrían ser perjudiciales.
Me eché a reír.
-Joder, Louis. Cuando quieres piensas, ¿eh?
-Cuando no tengo el día vago, lo que viene a ser nunca... sí-asintió, observando cómo me estiraba. Me acarició la espalda e hizo una mueca cuando me levanté y me encaminé hacia la mesa donde Niall repartía las cartas sin apartar la vista de los ojos de los demás. Alba se había tendido cuan larga era sobre tres asientos, con un ordenador blanco sobre las piernas y los auriculares puestos.
Si hubiera turbulencias y nuestra seguridad y la posibilidad de que caminásemos dependiera de ello, se quedaría paralítica, tan aislada estaba del mundo.
Noemí nos había estado estudiando desde la distancia a Louis y a mí.
-¿Vas a dormir, Lou?
Lou asintió y palmeó el asiento a su lado, entendiendo lo que yo no había necesitado escuchar. Puse los ojos en blanco cuando me crucé con ella.
Me hizo girarme cuando espetó:
-¿Acaso tengo que pedirte permiso?
-Estaría bien, sí-asentí con la cabeza.
-No es tuyo, Erika-contestó con la voz cortante, cargada de veneno.
-Eso habría que verlo-zanjó el tema él, alzando las manos y dando por terminada la pelea antes siquiera de empezarla.
Me aguanté las ganas de hacerle un corte de manga a la pequeña y me senté al lado de Liam, que sonrió al verme. Le di un beso en la mejilla y estudié su mano.
Observé la partida de póker en silencio, mientras los chicos se lanzaban pullas y demás faroles. Detrás de nosotros, Lou Teasdale se había acurrucado con Louis y Noe, tratando de dormir un poco. Su marido debía de andar cerca, con la pequeña Lux en brazos.
De repente me entraron unas ganas terribles de achuchar a la cría. Hacía mucho que no la veía, esperaba que se acordara de mí y de los buenos momentos que habíamos pasado juntas.
Cuando terminaron la partida, los chicos se me quedaron mirando. Harry mezclaba las cartas con habilidad, miraba de vez en cuando en dirección a su novia y fruncía el ceño.
-¿Quieres jugar, Eri?
-Sí, pero no al póker-dije, encogiéndome de hombros. Tendí la mano con la palma hacia arriba, Harry me puso la baraja limpiamente en ella. La cerré, moví las cartas de nuevo, mezclándolas hasta lo imposible, mientras los contemplaba uno por uno-. ¿Sabéis qué es la brisca?
Se miraron entre ellos.
-Mi familia de Valencia me enseñó a jugarla-dijo Niall, recibiendo bromas de los demás al mencionar a su familia en mi país. Había tardado mucho tiempo en saber que tenía parientes en España, y cuando lo supe apenas pude contener la emoción, pues todo encajaba.
Se suponía que Niall no tenía que haber tomado clases de español en el colegio, y, aunque lo hubiera hecho, eso no explicaba que lo hablara tan bien.
Les expliqué rápidamente las reglas de juego a los demás. Liam nos pidió a Niall y a mí que jugáramos una partida para que viéramos cómo funcionaba.
A mitad del juego, cuando Niall concentraba todas las cartas con mayor puntuación en el taquito que representaba las cartas ganadas, se acercó Alba.
La miré con cara de circunstancias.
-¿Qué pasa?
-El puto irlandés de mierda, que me está pegando una paliza.
Sonrió y cogió mis cartas. Torció la boca al verlas.
-¿Qué voy a hacer yo con esto?
-No sé tú, pero yo suicidarme.
-¿Con una vez no te bastó?-contestó Louis desde el fondo del pasillo.
-Estoy aquí, Louis-repliqué yo, girándome y haciéndole un corte de manga. Con una sonrisa en la cara, se caló más la capucha, que le hacía una sombra siniestra en los ojos.
Noemí replicó algo por lo bajo y se acurrucó contra el brazo de Louis, que la miró con mala cara, pero no la apartó.
A veces me apetecía que dejara de ser caballeroso y le soltara la hostia que se merecía... especialmente porque él era más fuerte que yo, probablemente le tuviera más ganas, y así le haría más daño.
Alba se sentó en mi mismo asiento, haciendo que me revolviera para hacerle sitio, y contempló las cartas con la cara torcida. La penúltima vez que recogimos, nos salió el as de copas. Me mantuve impasible, aunque era bastante probable que Niall ya sospechara que la tuviéramos.
Mientras jugaban, eché cuentas mentalmente.
Nosotras no habíamos tenido el tres de copas en ningún momento, y Niall no lo había tirado nunca.
Nos tocó a nosotras recoger la última carta, el rey de espadas. Torcí la boca cuando ella me miró.
Le tiró una al azar, Niall se la llevó. Niall, creyendo que tenía la partida ganada, tiró el as de espadas.
Alba gimió y colocó el dedo sobre el as de copas. Le di un manotazo.
-¡No!
-No voy a hacer nada si le tiro esta-gruñó, poniendo la punta del dedo índice en el la cara del rey. Así, su dedo tenía una barba muy graciosa.
Me quedé pensativa, contemplando el as. Niall había ganado la partida,estaba segura. Ya había tirado el tres de espadas y se lo había llevado con otro, así que, ¿qué más quedaba?
El tres de copas volvió corriendo a mi mente. Hice memoria, rehaciendo los movimientos de cartas que se habían producido sobre la mesa.
Cogí el rey de espadas, lo tiré encima del as y me recliné en el asiento. Señalé al irlandés con un dedo acusador.
-Tienes el tres de copas.
Los chicos se miraron entre sí, confundidos. Zayn se inclinó hacia el rubio... y se puso pálido.
Niall recogió sus cartas y tiró el tres de copas. Todos se me quedaron mirando, yo sonreí.
Niall había ganado la partida, pero yo me había ganado un respeto casi divino en la banda. Muy pocas cosas me harían perderlo.
-¿Louis?-dijo Harry, levantándose del asiento. Louis se quitó la capucha y nos miró, adormecido.
-¿Qué?
-Eri... acaba de...
-Lo estaba viendo-replicó él, bostezando y empujando un poco a Noemí para que le dejara estirar el brazo, que yo había contribuido a dormir.
-¿Cómo lo... has hecho?-Niall apenas podía respirar de lo incrédulo que estaba.
-Porque soy muy lista-repliqué, abriendo las manos igual que lo hacían los raperos.
-Por eso la elegí-asintió Louis, levantándose y caminando hasta nosotros. Se apoyó en el asiento de Harry y me miró mientras contaba los puntos que nos habíamos anotado. Alba cogió las cartas de Niall e hizo lo propio.
-Te elegí yo a ti, Louis. Sois cinco. Nosotras sólo tres. Fue al revés, y lo sabes.
-¿Disculpa? A mí nadie me elige. ¿Qué soy? ¿Un Pokémon?-puso los ojos en blanco y volvió a su asiento, ofendido con el mundo porque nadie osara llevarle la contraria.
Me eché a reír y miré a los chicos.
-¿Hacemos equipos? No sé jugar con tanta gente.
-Vale-replicaron, y todos se levantaron para ponerse a mi lado. Serían hombres, pero no eran tontos. Sabían con quién sería más fácil ganar.


Sacudí a Noemí para que dejara de encaramarse al brazo de Louis como los koalas a los eucaliptos y le hice un gesto para que se largara. Faltaba apenas una hora de viaje, y ya iba siendo hora de que Tommo se despertara. Si no, de noche no dormiría, y la que tendría que aguantarlo mientras me moría de sueño sería yo. Le sacudí el hombro, se me quedó mirando un segundo.
-¿Qué?
-Despierta. Tienes toda la noche para dormir.
-Cuando estoy acompañado utilizo las noches para otra cosa-contestó él, girándose para darme la espalda. No debería hacerlo, pero sonreí, notando cómo algo en mi interior se encendía. Algo sucio.
Y natural.
-Ya veremos el sexo que tienes como me toques los huevos esta noche-comenté yo, girándolo. Sonrió.
-¿A que te violo cuando estés dormida?
Negué con la cabeza.
-No tienes huevos.
-Es verdad-asintió con la cabeza, cerrando los ojos y abriendo la boca en todo su esplendor mientras bostezaba-. Me gusta que te muevas como te mueves.
Entrecerré los ojos.
-Te has puesto roja.
-Eres un maleducado-repliqué yo; conocía de sobra los tintes que estaba tomando esa conversación, y no me gustaban.
Me encantaban.
Pero no podía ser.
-¿Por qué? ¿Por hablar de sexo sin tapujos con mi novia, que es con la que lo tengo?-alzó las cejas.
-No. Por bostezar como un caballo que acaba de perder una carrera.
Me miró en silencio.
-¿Los caballos bostezan?
Le tiré la almohada que una de las azafatas le había dado.
-Ponte la mano.
-¿Por qué?
-¡Porque es de mala educación! ¡Casi te puedo ver los pulmones!
-Tú lo haces constantemente-tenía razón, el muy perro-, además, ¿qué importa? ¿Desde cuándo es de "mala educación"?-protestó, cambiando la voz al registro de un deficiente mental. Me empezó a picar la mano, se estaba ganando una hostia a pulso.
-¿Desde siempre, quizá?-protesté. Sonrió.
-En Inglaterra, no.
Pero yo ya estaba de morros.
-Eri-musitó, zalamero, pasándome la nariz por la clavícula y besándome despacio el cuello. Me estremecí. Tres minutos así y estaría dispuesta a que me dejara embarazada de quintillizos. Así podríamos repartir uno para cada chico y llamarlos como el miembro de la banda que los criaría-. Eriiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii-protestó igual que un crío pequeño-. No te enfades. Jo.
No pude aguantar más las carcajadas.
-¿Jo? ¿Cómo que "jo"?-dije, limpiándome las lágrimas.
-Tengo hermanas pequeñas, ¿vale? Puedo ser muy convincente-contestó, frotándose los ojos e incorporándose. Sacó la cabeza por encima de los asientos y observó el terreno, igual que los suricatos inspeccionaban la sabana africana. Yo lo imité: los demás se entretenían como podían, pero ya no eran una piña, sino personas individuales haciendo sus cosas. Zayn dibujaba, Liam leía un libro con una Alba dormida en su hombro y respirando lentamente, Niall miraba una película en su ordenador con los auriculares puestos, y Harry simplemente miraba por la ventana, esperando a que el continente americano apareciera de una vez por todas en el horizonte. Se estiró, crujió los dedos que adornaban sus enormes manos y miró en dirección a Noemí, que dormía tapada con una manta hasta el cuello, apoyada en una almohada idéntica a la de Louis.
-Necesito un café para espabilar-murmuró Louis en voz tan baja que apenas pude oírlo. Pero una de las azafatas, que parecía más pendiente de él que de los demás, lo escuchó. Se metió en la cabina, corriendo las cortinas, y salió minutos más tarde con una taza enorme, una cafetera, y una jarra con leche fría, todo sosteniéndolo en una bandeja con una sola mano, mientras colocaba la otra en su perfecta cadera bien esculpida.
Juraría que llevaba la falda más corta que cuando se metió a prepararle el café a mi chico.
Extendí la bandeja del asiento que tenía delante y le dije a la chica que podía dejarlo allí.
Se inclinó más de lo necesario, ofreciéndonos una buena panorámica de sus pechos.
La muy zorra sacudió las tetas, se dio la vuelta y se fue contoneándose.
La colgaría del avión cogiéndola de los pelos.
Miré cómo se iba sacudiendo las caderas. Ni la mayor furcia del mundo podría competir con ese  meneo de caderas. ¿A cuántos pasajeros habría llevado a su cama de arpía con esos movimientos?
Miré a Louis, que se servía café tranquilamente. Me incliné con sutilieza hacia delante, comprobando si se había atrevido a tener una erección.
De ser así, a él también lo colgaría del avión cogiéndolo de los pelos.
O le cruzaría la cara, que sería más rápido y menos cansado.
Por suerte para él, para mi mano,  nuestra relación, estaba tan tranquilo como un crío viendo los Teletubbies. Lo felicité en silencio, mirándolo mientras cambiaba la jarra de leche por la de café humeante.
Bien, Louis, bien. Te acabas de ganar un buen polvo.
-Si estás pensando en si me he fijado en que la azafata está buenísima, la respuesta es no.
Congelé la sonrisa en la cara. Y luego la quité, directamente.
Pues al final iba a tener que colgarlo, oye.
-Mientes.
Se echó a reír. Yo no sabía a qué le había dicho que mentía: a si se había fijado en la chica (que si lo había hecho y con todo seguía sereno demostraba su amor por mí), o en si yo consideraba que la chavala no fuera guapa.
-Es lo único que se me da bien.
Lo miré con los ojos entrecerrados unos instantes más y luego empecé a revolver en la mochila, buscando un libro que devorar. Se acurrucó contra mí y gimió cuando vio el libro tan gordo que estaba leyendo.
Apocalipsis, de Stephen King.
1584 páginas.
-¿Por qué siempre coges tochos de este tamaño?
-Me gustan las cosas gordas-murmuré, encogiéndome de hombros, y colocando el marcador en la primera página.
Luego levanté la mirada y contemplé a Louis, que luchaba por no echarse a reír. Fruncí el ceño, rememorando lo que había dicho, y entonces me di cuenta.
-Qué infantil eres, hijo mío-sacudí la cabeza y volví al libro.
-Te gusto así.
-No cambies.
-No pensaba hacerlo.
Apoyó la cabeza en mi hombro, pero orientó la mandíbula hacia la ventanilla, y se quedó mirando fijamente la superficie del mar. De vez en cuando, la Tierra decidía romper nuestra rutina y dejaba que algunos barcos contaminaran sus aguas con  pequeñas manchas blancas, negras o azules, dependiendo del color que primara en el casco de las embarcaciones.
Pasé varias páginas sin enterarme absolutamente de nada. Cerré el libro e imité a mi novio; ya releería las muertes de aquellas personas a las que King asesinaba sin piedad más tarde. Para mí, había sido como si todavía estuvieran vivas. Ésa era la verdadera magia de los libros: podrías resucitar a alguien con el simple hecho de retroceder un par de páginas, a veces, incluso tan sólo un par de líneas.
-Lou...
Se giró para mirarme. Contempló el libro, y, lentamente, fue escalando con sus ojos hasta los míos, precavido. Las únicas veces que utilizaba ese tono de voz necesitaba desesperadamente un abrazo porque un personaje que me encantaba había muerto o, simplemente, había terminado la lectura del libro, y una sensación de desesperación y vacío me llenaba cada vez que daba carpetazo a una historia antes de empezar otra... a no ser, claro, que esa historia tuviera continuación.
No había habido ningún problema con los primeros 6 libros de Harry Potter, o los 3 de Crepúsculo.
El problema llegó cuando alcancé el séptimo de la escritora inglesa y el cuarto de la americana.
Pero mis ojos no parecían pedir un abrazo de mi chico favorito en el mundo, así que él se quedó muy quieto, a la espera de que yo dijera algo.
Como no encontraba las palabras, pues todavía tenía lo de la azafata rondándome la cabeza, fue él quien habló:
-¿Qué pasa?
-Yo... tú...-dije. Cerré los ojos, bufé, me los froté.
-¿Yo...?-me animó él a seguir. Decidí soltarlo de corrido, así sería más fácil.
-Si me pusieras los cuernos, ¿me lo dirías?
Se me quedó mirando, incrédulo.
-¿Qué has dicho?-replicó-. Es que me parece que no te he oído bien.
-Que si me pusieras los cuernos... me gustaría que me lo dijeras. Quiero decir-empecé a explicarme, y como por arte de magia me volví italiana: mis manos empezaron a moverse a mi alrededor mientras gesticulaba a toda velocidad, como si Louis fuera sordo y necesitara del lenguaje de signos para captar la totalidad de mi mensaje-, no te estoy dando permiso para que me pongas los cuernos (y es probable que si lo hicieras te terminaría arrancando la cabeza, a ti y a esa zorra, pero más a ti porque sé de sobra lo persuasivo que puedes llegar a ser), pero, si... lo... "haces"-hice el gesto universal  de las comillas-, me gustaría enterarme por ti, no por otros.
-No voy a ponerte los cuernos.
-En el hipotético caso (muy hipotético, más te vale) de que lo hicieras, ¿me prometes que me lo dirías?
Arrugó la nariz.
-¿A qué viene esto ahora? ¿Me los has puesto tú a mí?
Alcé una ceja; él se dio por contestado.
-Prométemelo-insistí. Suspiró, se pasó una mano por el pelo.
-Tendría que verme en la situación, E...
-Prométemelo. Por favor.
Tragó saliva, asintió con la cabeza y parpadeó muy despacio.
-Está bien. Te lo prometo.
Asentí con la cabeza, satisfecha, y cogí el libro. Me puso una mano sobre las mías, deteniéndome.
-¿Tú no me lo prometes?
-Yo no te pondría los cuernos.
-¿¡Qué!? ¡¿Me haces quedar como un mujeriego al que haces prometer que te contará sus conquistas, y ahora no quieres decirme lo mismo a mí?!
Puse los ojos en blanco.
-Vale, te prometo que...
Pero me detuvo colocando el dedo índice en mis labios.
-Yo preferiría que no me lo dijeras.
Me quedé a cuadros, observándolo sin llegar a comprenderlo. Había tirado un meteorito al mar de sus ojos, y me era imposible ver qué había en el fondo. Estaba demasiado agitado, había demasiados sentimientos encontrados en su interior.
-Pero... ¿y si lo necesito?
La débil de los dos era yo. Él era fuerte. Él tenía las muñecas limpias y suaves, sin ningún corte; yo no. Él no tenía tentaciones, estaba seguro de que podría aguantarlo todo; yo no. Ni estaba segura ni podría aguantarlo.
Al fin y al cabo, lo primero que se me pasó por la cabeza después de intentar suicidarme fue hacerle daño a Louis, herirlo en lo más profundo. Y Taylor era la llave para hacerlo. Acercarme a él, pedirle que me ayudara, salir juntos, incluso podría aprender a quererlo como lo quise una vez antes de saber de la existencia del inglés perfecto.
Tenía antecedentes con Taylor. En la misma gala, con Louis delante, había dejado que me tentara, y yo hubiera picado de no tenerlo a él allí. Si estuviéramos solos, seguramente me hubiera liado con él si a él le apetecía.
Sólo era fuerte cuando estaba con él, cerca de él, al lado de él. Sería cuestión de tiempo dejar  de estarlo; quisiéramos o no, podríamos separarnos sin que eso afectara a nuestra relación. Si seguíamos así, si nos construíamos un futuro juntos, seguramente él haría viajes a los que yo no podría ir. Y me tocaría ser fuerte y aguantar por los dos.
-Entonces, hazlo-sentenció-, pero sólo si no queda más remedio. No quiero que nada nos separe-aseguró, mirándome a los ojos y uniendo nuestras frentes. Intercambiamos los alientos durante unos minutos-, ni siquiera mis propios celos.
Me lo quedé mirando un momento, y tragué saliva.
-¿Cómo lo haces?
Frunció el ceño, de repente parecía preocupado.
-¿Cómo hago qué?
-Ser así de adorable-repliqué, besándole la nariz, revolviéndole el pelo para hacerlo rabiar y dejándome caer en mi asiento. Su lengua acarició sus labios; echaba de menos un beso que no se había producido.
-Si ahora me consideras adorable, espera a que te enseñe qué estoy leyendo ahora.
Alcé las cejas, intentando adivinar sus pensamientos, pero había corrido un tupido velo en su mente. Mi cabeza empezó a funcionar a toda velocidad: ¿Las ventajas de ser un marginado? ¿Alguno de los libros de Harry Potter? ¿Algo de Marc Levy? Nunca había leído a Marc Levy, pero la gente decía que estaba muy bien, tenía talento, y era bueno con las novelas románticas.
No se me pasó por la cabeza que estuviera leyendo un libro que no fuera romántico. Se levantó del asiento, me hizo un gesto con las manos para que yo también me levantara, y sacó la mochila del compartimento que había para guardarla encima de donde nos sentábamos en el avión. La dejó caer donde hasta hacía poco me estaba sentando yo, y abrió la cremallera de un tirón.
Sacó un libro blanco, de tapas blancas, gordo como había visto pocos en mi vida. Me lo tendió, yo lo cogí y estudié su lomo.
En mayúsculas, había un nombre. El del rey de la literatura de terror.
A su lado, una simple palabra de dos letras.
It.
Me lo quedé mirando.
-¿Lo estás leyendo?-espeté sin poder creérmelo. Asintió con la cabeza, rascándose la nuca, despeinando sus mechones marrón chocolate-. Pero... ¿por qué?
-Porque dijiste que era muy bueno. Y te dije que lo leería. Si hay algo de lo que pudiera ponerme celoso, sería de tus libros, Eri. Sobre todo de este-murmuró, dándole la vuelta. El payaso de la portada se nos quedó mirando con su enorme sonrisa de afilados dientes, deseando devorarnos.
Volví a mirar a Louis, que estudiaba la portada con atención. Me puse de puntillas, le pasé una mano por el hombro y lo besé en la mejilla.
-Es una de las cosas más bonitas que has hecho por mí, Lou.
-¿Leer un puto libro?
-Eres un vago de mierda, eso tienes que concedérmelo-repliqué, sonriendo en su oreja-. Por eso es tan especial.
Miró al cielo, no al que estábamos surcando, sino donde se suponía que vivían los ángeles y aquel tal Dios.
-¿Por qué tengo que cargar yo con esta cruz?
-Porque esta cruz es amor.
Me acarició la cintura y asintió con la cabeza.
-Me arrepentí de leerlo en cuanto lo empecé-comentó cuando nos volvimos a sentar, tras darnos toda clase de mimos y arrumacos, y abrimos cada uno su propio libro-. Sé cómo va a acabar.
-No te va a gustar el final.
-Me lo contaste, Eri-protestó, mirándome como si fuera imbécil perdida. Tal vez lo fuera.
-Y entonces, ¿por qué cojones lo lees?
-Porque me lo pediste tú, nena-replicó, pasándome un brazo por los hombros-. Y ahora, cállate. Están cargándose a alguien.
Sonreí, me incliné hacia él y apoyé la cabeza en su pecho. Volví a leer las líneas, esta vez en inglés. Había palabras que no entendía, pero no quise preguntar por su significado. Por primera vez, veía a Louis entusiasmado con un libro, y no iba a ser yo la que lo sacara de su ensimismamiento.
Cuando el avión aterrizo, nos separamos por grupos dependiendo del sexo y comenzamos a hacer planes. Lou se unió a nosotras, cargada con Lux, mientras los chicos hablaban de algo de ir a dar una vuelta por ciudad de México.
Alba alzó las cejas y se los quedó mirando.
-¿Va en serio? ¿De verdad vais a dar una vuelta por Ciudad de México?
-Sí, ¿por qué?-preguntó Niall mientras se inclinaba a coger su maleta en la cinta transportadora. Yo estaba controlando a Louis; lo conocía de sobra como para saber que, a pesar de que había terminado cayéndose y dándose un leñazo importante, la última vez que había subido a una de esas cintas se lo había pasado de miedo, y quería repetir la experiencia. A veces tenía que dejar de ser su novia y comportarme más bien como su madre, sobre todo cuando se ponía a hacer tonterías que me encantaban pero podían terminar en disgusto. Tenían un tour entre manos, y no podían hacerse daño.
-¡Louis! ¡No!-dije cuando lo vi acercarse peligrosamente hacia la cinta. Por el modo en que lo dije, la gente bien podría pensar que estaba hablándole a un perro.
Louis puso cara triste, se dio la vuelta y se alejó con cabeza gacha. Puse los ojos en blanco.
-Es la ciudad más peligrosa del mundo.
-La segunda-corrigió Noemí, consultando un folleto. ¿De verdad ponían esas cosas en los folletos? Estos mexicanos no saben hacerse buena publicidad, pensé mientras suspiraba y miraba de reojo a Louis- Aquí pone que la primera es Brasilia. Está en Brasil-aclaró para los que fueran subnormales y tuvieran neuronas suficientes para llegar a esa conclusión. Me miró un segundo.
¿Qué miras, zorra? Achiné los ojos.
-Brasil es el país más peligroso, seguido de México. Y, técnicamente, la ciudad más peligrosa del mundo está en Honduras-replicó Paul detrás de mí. Di un bote y me lo quedé mirando. ¿Cómo hacía eso?
-¿En serio?-contestó Louis, abriendo los ojos como platos-. ¿Podemos ir?
Paul consideró las opciones de castigo que tenía para el mayor de los chicos, y ninguna era mala.
-Es demasiado para vosotros.
-No, Paul, para mí, no-contestó Zayn, dando un paso hacia delante. Sólo le faltó golpearse el pecho con el puño cerrado, a lo Tarzán-. No es nada. ¡Soy de Bradford, recuérdalo!
Lux contempló a Zayn, estiró sus bracitos hacia él, y protestó cuando él no le hizo caso. El moreno terminó cogiéndola, la aupó en el aire y le dio un beso en la mejilla.
Y yo que me había considerado afortunada por vivir una infancia relativamente feliz...
-¿Vais a venir, o no?-preguntó Harry. Liam nos miraba con cara de preocupación; no deberíamos haberle dicho nada.
Yo negué con la cabeza.
-Quiero ver dónde vais a actuar, si no os importa.
Todos asintieron. Tendrían tiempo de sobra a explorar el estadio en el que iban a tocar durante las pruebas de sonido. Además, estaba cansada. No me apetecía ir por la calle, sólo quería sentarme en algún sitio a fantasear con que era yo la que lo llenaba hasta que no cupiera ni una sola persona más.
Terminamos despidiéndonos de los chicos, que se fueron con Paul y otro guardaespaldas que los mánagers habían contratado para la gira. Fuimos con Lou hasta el estadio, que era enorme.
-¿Cuánta gente?-pregunté. Alba se colocó a mi lado, estudiando la cantidad infinita de asientos que los chicos planeaban llenar en un período de tiempo ridículamente corto.
-Alrededor de 60.000 personas-comentó, frunciendo el ceño-, si no me falla la memoria.
-No te falla-aseguró Noemí, mirando su BlackBerry. Nos la tendió, asentimos con la cabeza, y paseamos por el lugar.
Acompañamos a Lou por el recinto; necesitaba saber dónde se colocaría para preparar a los chicos. Una mexicana más baja que yo nos fue explicando rápidamente cómo serían las cosas. El estadio no contaba con las instalaciones necesarias para instalar la plataforma voladora de los chicos, por lo que tendrían una pasarela como la que había habido en España y otros lugares de Europa.
Una vez dio por finalizado el tour, Lou dijo que se iba a descansar. Fuimos a la suite del hotel y alucinamos con lo que había allí dentro. Era clavada a una mansión: casi 300 metros cuadrados en el ático de uno de los hoteles más lujosos de México.
Me acerqué a la ventana y pegué los dedos al cristal, sin tener en cuenta que eso le aportaría trabajo extra a alguien a quien ya íbamos a esclavizar entre todos los que nos alojaríamos allí.
-¿Reservamos las habitaciones ya o dejamos que sean los chicos los que se peleen por ellas?
-Yo necesito echarme una siestecita. Media hora, tal vez 45 minutos. Más no-contesté, acariciándome los riñones y estirándome con ellos como eje.
Noemí se me quedó mirando.
-Lástima. Yo que pensaba retarte a un duelo de divas...-se encogió de hombros y se metió en una habitación. Alba puso los ojos en blanco.
-No se os ocurra empezar. No ahora que estoy sola; sabéis que no puedo con las dos.
Fui hasta la habitación en la que había entrado la pequeña. Abrí la boca para decirle alguna impertinencia, pero me quedé callada, con las palabras atrapadas en la garganta.
-¿Esto es una puñetera sala de baile?-dije por fin, después de dar vueltas y más vueltas a mi alrededor, mientras miles de Eris idénticas a mí me imitaban con algo que parecía más sorna que otra cosa. Noemí sonrió.
-Aquí tiene que haber una acústica genial. Es una lástima que no estés para un duelo, sería interesante ver si sigues con la misma voz que hace meses-se encogió de hombros.
-Ahora vengo-repliqué, saliendo de allí y abriendo una puerta al azar. Había una cama en el centro de la habitación, dos mesillas de noche con sendas lamparillas, un armario, y una gran cristalera que ofrecía vistas del cielo despejado del país más al norte de América Latina.
Me desnudé rápidamente, me puse unos pantalones cortos, con los que se suponía que me iba a dedicar a correr por las ciudades para mantener la forma mientras los chicos estaban de tour, y una camiseta de tirantes.
Cuando volví a entrar, Alba se había sentado en el suelo de la habitación de los espejos, con la espalda y la cabeza pegada al que tenía detrás. Parecía estar rezando, suplicándole a Jesucristo que Noe y yo no llegáramos a las manos.
-¿Quieres cantar algo?-se burló Noemí, que se había quitado la chaqueta y recogido el pelo en una cola de caballo. Señalé un reproductor de música surgido de la nada. Esa sala no estaba ahí por casualidad; seguramente fuera el lugar donde los cantantes ensayaran el concierto que iban a dar en la ciudad.
-Dale al play, pequeña zorra de bolsillo.
Ella hizo una mueca, queriendo descuartizarme, caminó moviendo las caderas con chulería hacia el reproductor, y no se hizo más de rogar. Se inclinó hacia el reproductor con lentitud y parsimonia, lo estudió unos instantes y luego apretó un botón.
-¿Le doy a aleatorio?
-Dale a lo que te dé la gana-contesté, estirando los brazos y las piernas, preparada para darlo todo en una pelea. Noemí no iba a ganarme, no esta vez, ya no. Había adquirido muchas armas gracias a Daphne. La habitación, tan parecida a la sala de ensayos donde estuve a punto de armar una gorda con simplemente decirle a Louis que yo era Anastasia, no hacía más que traerme recuerdos sobre esa época. Me lo había pasado muy bien con Daphne, y había llegado a cogerle cariño hasta el punto de echarla de menos en silencio.
Pero nunca, jamás, pregunté a Louis por ella. Tenía demasiado miedo de que la recordara y también la añorara. Ya le había hecho sufrir mucho, no quería que lo hiciera todavía más.
Los primeros acordes de una guitarra empezaron a sonar. Telephone, de Lady Gaga y Beyoncé. Me dispuse a hacer de Gaga, pero luego me lo pensé mejor. No. Beyoncé era más difícil, lo haría mejor, mi voz era mejor cuando me hacía pasar por negra.
Terminamos casi pegándonos la canción, la una frente a la otra, contemplándonos jadeantes. Habíamos bailado compenetradas, como si lleváramos toda la vida haciendo aquello. Nos miramos en silencio mientras empezó una canción, pero, como no era un dueto, no pudimos hacerla.
-Pásala, Alba-ordenó Noe.
-Sí, nena, pásala.
Cuál fue mi sorpresa cuando llegó Fly, de Nicki Minaj con Rihanna. Los chicos habían estado en el estudio mientras grababa mi maqueta de esa canción. Señalé a la pequeña, que se negó a hacer el primer solo de Rihanna.
Así que lo hice yo.
Pero nadie, absolutamente nadie en el mundo, rapeaba a Nicki como yo lo hacía. Así que cuando Noemí se dispuso a hacer mi parte, yo le tapé la voz. No pudo seguir el ritmo de la rapera, así que se dio por vencida y se mantuvo al margen. Se acercó al espejo y esperó a la parte más modesta, que era la de Rihanna. Cerré los ojos y di palmas mientras ella terminaba la canción.
Luego, una de los chicos. Over Again.
Me encargué de la parte de Harry, y ella de la de Louis, por un acuerdo silencioso. Parecíamos querer respetar los solos de nuestros chicos más de lo que nos respetábamos a nosotras mismas.
Luego, Alba se levantó y se acercó a nosotras. Quería marcha.
Así que le dimos marcha; nos pusimos a bailar zumba. Noe conectó el iPod, donde tenía un montón de música para hacer ejercicio, y las tres hicimos aeróbic como en los viejos tiempos.
Cuando acabamos, estábamos empapadas de sudor.  Sorteamos quién iría a la ducha, y a mí me tocó la última; de modo que estuve jugando con Baby Lux hasta que Alba salió y me dijo que podía entrar, aún con el pelo húmedo. Le tendí el bebé a la más pequeña de nosotras y me quité la ropa rápidamente.
Mientras me lavaba el pelo, escuché voces fuera del baño, pero no le di importancia porque pensé que los chicos podían haber vuelto y eran ellos los que montaban ese escándalo.
Sin embargo, cuando salí, me di cuenta de que en esas voces no había nada masculino... y esas voces hablaban en español.
Entreabrí la puerta y saqué la cabeza fuera. Alba y Noemí estaban delante de mí, dándome la espalda. Noe seguía sosteniendo a Lux en el cuello, sorprendentemente la pequeña dormía.
Frente a ellas, un grupo de seis chicas, mexicanas, a juzgar por cómo hablaban y el color tostado de su piel, las miraban retadoras.
-Esperad a que Eri se entere de que estáis aquí-las amenazó Alba, mostrándoles un dedo acusador.
Cerré la puerta, me vestí rápidamente con el pijama que había cogido (tenía muy claro que Louis querría ir a la cama, a dormir o a estar despierto) y salí.
Todas se me quedaron mirando, las mexicanas con ojos como platos, mis amigas, esperanzadas.
Las mexicanas no podían creerse que Louis y yo hubiéramos vuelto realmente.
Las primeras noticias habían salido hacía unas horas, cuando nos vieron coger el avión con destino a México juntos, pero no se les hubiera ocurrido realmente que yo hubiera vuelto como lo había hecho: por la puerta grande.
-¿Qué hacéis aquí?-espeté, tocándome el pelo. Estaba claro que aquello iba a ser una lucha de territorios, y yo era la hembra alfa, si es que existía ese término. Nadie invadiría mi territorio sin consecuencias.
-No-corrigió una mexicana-,  ¿qué hacéis vosotras aquí?
-Soy Eri, subnormal. Tengo derecho a estar aquí.
-No es tu suite.
-¿En serio? Pues he hecho bastantes cosas aquí.
Iba a hacerlas, en realidad. Pero eso a la chamaquita chula le importaba una puta mierda.
-Jugar al parchís es una de ellas, ¿verdad?-alzó las cejas, sus amigas se echaron a reír, y ella, alentada, puso los brazos en jarras.
Pero no contaban con algo.
Yo me tiraba a Louis Tomlinson, más conocido como el rey del sarcasmo y el príncipe de las puñaladas.
Tirarme a alguien así terminaba dándote sus propiedades y, si se lo añadíamos a cómo solía ser yo, la mezcla que surgía de aquello era comparable a la bomba atómica que arrasó Hiroshina y Nagasaki.
-No creo que Louis te haga mucho caso en su tiempo libre-pujó un poco más la tía, esperando a ver cuánto tardaba en explotar.
Tres.
-Podría estar escocida si no supiera cómo moverme en la cama, nena.
-¿Y los chicos?
Dos.
-Trabajando. Largo de la suite.
-No es tuya, española-lo pronunció con asco en la lengua. Entorné la mirada, nosotros os descubrimos, me cago en tu puta madre. Nosotros hicimos que ahora no correteéis por la selva con los coños y las pollas al aire. Así que te vas a relajar, zorra.
El uno no vino con el española. Vino con que me intentara vacilar. Aquella suite no era mía, era cierto, pero era mil veces más mía que suya.
-Mirad, frijolitas-dije, dando un paso y encarándome a la tía, que se puso pálida en cuanto vio que estaba dispuesta a echar mano de la violencia cuando se trataba de que me respetaran. En eso me parecía mucho a los tíos en general-: ya os estáis largando  de aquí antes de despertar a Lux u os juro por mi madre que vais a saber lo que es realmente una pelea.
-¿Es una amenaza?-preguntó una que no me llegaba ni a la cintura. Esbocé una sonrisa que les hizo dar un paso atrás a todas.
-Sí, nenas, es una amenaza. No en vano dicen que soy la versión en chica de Louis. En todo, zorra.
Se me quedaron mirando.
-Somos seis. Vosotras tres. Os duplicamos en número.
Me encogí de hombros.
-Louis pelea muy bien. Y casi siempre peleó sucio. ¿Qué os hace pensar que, si él me ha enseñado a pelear, no aprovecharé cualquiera de vuestros fallos? Es cosa vuestra-dije, tirándome en el sofá. Todo el mundo me miraba con la confusión definida en el rostro.
Se miraron un segundo, yo me contemplé las uñas. Cogí una lima con mucho cuidado de que no se me cayera; de hacerlo, se desataría la tormenta, y no yo iba con paraguas.
Ellas tampoco llevaban una piedra que las atara al suelo de desatar el huracán en que podía convertirme si me lo proponía.
-¿Sabéis? Sería una lástima que por culpa de esa mierda de reflejos que tenéis pasarais la noche en la cárcel. Estoy segura de que el allanamiento de morada se premia igual en todos los continentes.
Se miraron entre ellas, indecisas.
-Sólo queremos ver a los chicos.
Miré a la que había hablado, que se puso roja como un tomate. Me levanté. Me encantaba el hecho de que sólo había una que fuera más baja que yo, el resto eran más altas... y las tenía aterrorizadas.
-Seré buena, amores. ¿Tenéis entradas para mañana?
-¡Por supuesto!
-Bien-mi sonrisa alcanzó tintes lobunos-, pues os doy un minuto para desaparecer de este maldito hotel. O si no...
-¿Si no qué?
-No me será fácil sacaros fotos de las cámaras  de seguridad y hacer que mañana no entréis al estadio. Vosotras diréis.
Se miraron entre sí, yo contemplé un reloj.
-Uf, 5 segundos más cerca de no ir mañana al concierto...
Me miraron.
-Diez..
-No va en serio-aventuró una.
-Quince...
Salieron pitando.
Las chicas y yo empezamos a saltar; las había echado yo sola. Sin más ayuda que la fuerza que me había dado Louis. Yo sola.
Noemí se abandonó unos segundos a la euforia, pero luego volvió en sí.
-Es una pena que no puedas hacer lo mismo con Louis.
-¿A qué te refieres, zorrita de bolsillo?
¿Ni bailar juntas nos iba a dar una tregua? Pues peor para ella, yo estaba acostumbrada a ganar.
-¿No te ha dicho por qué no puede ser tu tutor? Siéntate-me dijo, y me dio una palmada en la rodilla cuando lo hice. Abrió esa boca y movió esa lengua bífida de serpiente que tenía, contándome un montón de cosas, cosas que no me gustaron lo más mínimo.
Pero todo eso era verdad, y yo lo sabía.
Enfadada con el mundo, me metí en la habitación que había cogido para mí y para Louis. Me senté en la cama y contemplé el vacío, intentando calmarme. ¿Por qué me había contado eso ahora?
Porque quería hacerme daño, por eso.
¿Por qué no me lo había dicho él?
Porque no quería que añadiera más cicatrices a la colección de mis muñecas, por eso.
Oí alboroto en la puerta; los chicos habían vuelto. Me crucé de brazos y escuché las carcajadas de los demás. Alguien preguntó por mí, Alba dijo, a petición mía, que había ido a dar un paseo.
Louis entró en la habitación tiró la mochila y levantó la vista.
Se puso pálido cuando me vio sentada en la cama, con las piernas y los brazos cruzados, mirándolo.
-¿Ya sabes que lo sé?
Frunció el ceño un milisegundo.
-Sé lo que te traes con Noemí.
Siguió mirándome.
-Y me encanta que no me lo digas.
No se movió.
-Al igual que me encanta que ahora no tengas cojones a echar el humo que traes fuera por miedo a que yo te confunda con una locomotora a vapor.
Abrió la boca y dejó escapar el humo.
-Puedo explicarlo-dijo.
Me apetecía muchísimo partirle la cara. Abrí las manos y le hice un gesto para que empezara.
-Soy toda oídos, Louis. Me encantaría saber cómo te has convertido en el Hogwarts Express.

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