sábado, 10 de agosto de 2013

Te puedo hacer gritar.

¡Uy! ¿Y esto? ¡DALE! ¡YA TU SABEH!


Se detuvo nada más bajar del tren que habíamos cogido y miró la empinada cuesta que tendríamos que subir. Esperó a que la máquina se fuera para preguntar, tras aclararse la garganta:
-¿Y si me quedo aquí?
Me giré en redondo y lo miré con la boca abierta.
-¡Louis! ¡Dijiste que siempre estarías conmigo, apoyándome, ¿y ahora que te necesito quieres dejarme sola?
-Tu padre me da miedo. Y asco-reflexionó-. Sabes cómo me cabrea.
Empezaba a pensar que Louis tenía un problema muy serio con los padres biológicos de la gente cercana a él.
-No te dirá nada-aseguré, acercándome a él y cogiéndole las manos-. Se controlará.
-Tú y yo sabemos que sí. En cuanto vea las cicatrices...-puse los ojos en blanco, le solté las manos y me alejé de él varios pasos, dándole la espalda; la sola mención de mis cicatrices hacía que dolieran como si colocaran planchas de acero en ellas-... cuando te vea las cicatrices-repitió, acercándose a mí y girándome para que viera el dolor en sus ojos-, querrá matarme, y yo no podré defenderme porque sabré que el culpable de su existencia seré yo. Ya hemos tenido hijos, Eri.
-¿Me cortaste tú?
-Como si lo hiciera. Yo te empujé a ello.
Sacudí la cabeza.
-¿Cogiste tú la cuchilla y me abriste la piel? ¿Con tus propias manos? ¿En persona?
Me miró en silencio- Me puse de puntillas y lo besé; los nudos de los pañuelos atados a mis brazos en forma de muñequeras le acariciaron el cuello.
-No tienen padre. Sólo madre. Y sabes de sobra que mi padre tiene que agradecerte que, a pesar de mis marcas, sigas queriéndome como antes.
-Más que nunca-aseguró, y me besó la cara interna de las muñecas. Sonreí-. A pesar de que digas que estás marcada como si fueras una vaca.
Me encogí de hombros.
-Ni se te ocurra-advirtió, alzando el dedo índice y deteniendo mi comentario sarcástico sobre cómo estaba hacía un año, cuando sólo éramos amigos.
¡Ya hacía un año que nos conocíamos! Increíble, el tiempo pasaba tan rápido...
Se echó al hombro la mochila de Vans que le había acompañado por todo el mundo y me ofreció la mano libre, que acepté sin reparos, mientras recordaba lo que habíamos hablado en el avión con los demás. No había sido mucho: tendríamos un par de horas para despedirnos de nuestras familias y coger las cosas que necesitaríamos para el tour por Inglaterra. Yo estaba decidida a conseguir que mis padres me dejaran trasladarme definitivamente al país natal de mi novio y mis amigos; de hecho, ya me había matriculado en varios cursos de arte, y uno de traducción, porque era demasiado buena traduciendo a los chicos sobre la marcha, según iban hablando, como para desperdiciar ese talento.
Harry me había prestado uno de sus innumerables pañuelos, que utilizaba a modo de cintas del pelo, para cubrirme el brazo y convencer a mis padres, que no me dejarían ir a ningún sitio con los brazos como los tenía. Y Louis en persona había sido el que me los había atado a las muñecas, ritual que fue trascendental para él, y que no le gustó en absoluto. Me explicó que, mientras las cubría, se sintió igual que si le hubieran obligado a volver a abrirlas y contemplar impotente cómo sangraba. Quería que mis padres vieran lo que era capaz de hacer por él. Creía que estaba enferma, y tal vez tuviera razón. Enferma mental. Pero todo el mundo quería tener esa enfermedad mental que yo padecía y que no me dejaba vivir.
Estaba loca, literalmente, por Louis. Tan loca que había sido capaz de autolesionarme al contemplar la sola idea de poder haberlo perdido para siempre; el dolor había sido demasiado insoportable, y recordé lo bien que me había sentido al hacer que pasara a un segundo plano, pues el emocional era mucho peor que el físico, pero podías librarte de aquél con este último.
Miré a Louis mientras subíamos la cuesta; tenía los ojos fruncidos porque le molestaba el sol, miraba el tramo que nos quedaba con expresión abatida, pues nos costaba mucho subir aquella pendiente (había mucha inclinación, no sabía calcularlo, sólo sabía que subirías tranquilamente 70 metros en un tramo que en llano cubriría apenas 25), pero se negaba a soltarme la mano. No quería dejar de tocarme, no le gustaba, y a mí tampoco.
Me sonrojé y bajé la mirada al pensar en una parte del viaje. Él notó cómo me ponía colorada, me miró, y le odié por ello. Odié la facilidad que tenía para notar mis cambios de humor según se iban produciendo. Estaba segura de que estaba más pendiente de mí que yo misma.
Que hubiera notado, por ejemplo, que me había venido la regla al ver mis bragas manchadas un día por la mañana antes incluso de que pudiera ni darle los buenos días era una de las incontables pruebas de ello.
-¿Qué pasa?-preguntó con aquella sonrisa de niño bueno que me apetecía estar besando todo el día. Sacudí la cabeza, pero estaba en esos días en lo que no aceptaba un no por respuesta. Según tenía entendido, esos días venían siendo del 24 de diciembre de 1991 en adelante.
Intenté no estremecerme, pero no pude. Cada vez que recordaba la fecha en la que había nacido Louis, los años que me sacaba, lo hacía. No debería, pero... me ponía demasiado.
-Dímelo.
Suspiré.
-Me estaba acordando de lo que hicimos en el avión.
La sonrisa que se extendió por su cara fue rápida como un relámpago y luminosa como mil supernovas. Se detuvo y me acarició el cuello con la mandíbula.
-Joder, eso sí que estuvo bien.
Asentí con la cabeza, girándome y besándolo en los labios.
-¿Lo repetiremos?-preguntó, inocentemente.
-Son muchas horas de vuelo.
-Tengo la impresión de que eso es un sí.
-Lo es-asentí con la cabeza. Desde que había leído 50 sombras de Grey (culpa suya), las ganas de leer hacerlo en un avión habían aumentado mil veces. Y cuando se levantó e hizo un gesto con la cabeza en dirección a los baños, mientras los demás discutían sobre qué comida mexicana era la mejor (y Harry estaba empecinado en que los tacos eran la mejor comida del mundo, lo que cabreó a Niall, que era fan incondicional del jamón ibérico, así que para mí el irlandés estaba en lo cierto y Harold quedaba relegado a la categoría de vagabundo en lo que a comidas se refiere), llamando al instinto más oscuro de mi interior y haciendo que lo siguiera como un cordero fiel.
Nos encerró en el baño y se inclinó hacia mí. Chasqueó la lengua.
-No llevas falda-negó con la cabeza, y me entró tanto pánico que tiré de su nuca hasta colocar sus labios tan cerca de los míos que las caricias que le hice al hablar bien se podrían haber considerado beso.
-Mira qué rápido lo soluciono-repliqué, desabrochándome los vaqueros y sacudiendo las caderas a un ritmo premeditado para subir la temperatura del baño a la par que me libraba de mi pequeña carga. Sonrió en mi boca, tiró de mí hacia arriba, prácticamente me arrancó las bragas y me penetró con fuerza.
Fue el segundo de dolor más glorioso y excitante de toda mi existencia.
El Louis de mi presente se acercó a mí y tiró de la goma por el que se pasaba el cinturón, acercándome a él. Estaba duro. Otra vez.
Hombres.
Todo el día pensando en lo mismo.
Louis debía de estar saliendo con una criatura con cuerpo de mujer pero mentalidad de hombre, porque también me apetecía lo mismo que a él en ese preciso instante.
-Es el típico polvo por el que estaría esperando una semana.
-Yo no pienso estar una semana sin follarte durmiendo contigo en la misma cama-replicó, mordisqueándome el lóbulo de la oreja-. Dato-añadió en español, noté su sonrisa. Las pullas con Noemí se llenaban de la misma coletilla: cada vez que una de las dos le decía alguna bordería a la otra, acabábamos nuestro ataque con "dato". Así parecíamos más malas. Y los chicos habían terminado aprendiendo la palabra, así que tuvimos que explicarles qué significaba exactamente.
-No sabes lo que me pone que me hables en español con ese acento tan andaluz que tienes. Dato.
-Lo sé. Dato. ¿Sueno andaluz?
Negué con la cabeza, luego me encogí de hombros.
-Un poco. Haces las ces y las zetas raras.
Me miró con los ojos entrecerrados.
-Entiendo.
Me pasé su brazo por los hombros y seguí arrastrándolo hasta mi casa. Cuando llegamos al portillo, mi perro, Noble, corrió a saludarnos ladrando como si no hubiera mañana.
-¡Noble! ¡Cállate! ¡Sienta!
Pero el perro ni se sentó ni se calló, estaba demasiado ocupado celebrando que su dueña más joven había vuelto como para dejarlo escapar. Abrí la puerta y casi nos tira; más de 35 kilos de felicidad incontrolable ni contenida eran lo que tenían.
Noble se apresuró a pedirle a Louis que le tirara la piña. Era más fuerte que yo, así que la tiraba más lejos, y al perro le gustaba más. Negué con la cabeza, cargándome la mochila de Louis en el hombro.
-¿Qué coño llevas aquí dentro?-protesté; la susodicha pesaba tanto como mi mochila del instituto-. ¿Piedras?
-Ropa-se encogió de hombros.
-¿Cómo cojones vas a llevar ropa aquí dentro?-pregunté, pero no me hacía caso, estaba demasiado ocupado mandando al perro lejos, y exigiendo que le trajera la piña en el menor tiempo posible-. ¡Pesa toneladas!
-Vale, ¡de acuerdo! Guárdame el secreto, ¿quieres?-dijo, haciendo caso omiso de los ladridos de mi perro y acercándose a mí. Me agarró de la cintura, y me acarició la espalda por debajo de la mochila-. He matado a un elefante. Lo hemos matado entre los cinco, de hecho. Y nos lo vamos comiendo poco a poco. Yo me encargo de llevar la pata delantera izquierda.
Lo miré en silencio.
-¿Por qué esa?
-Porque soy de izquierdas... y no quería la trasera.
-Interesante-repliqué.
-Dato.
Me eché a reír, negué con la cabeza y recogí la piña. Se la tiré a Noble, que se vio fastidiado porque yo no era tan fuerte como mi novio, pero corrió de todas formas a recogerla y volver a traerla.
Mi padre salió secándose las manos en un rodillo. Nos miró un segundo. Pude sentir cómo Louis se pegaba sutilmente a mí.
Si aquello era una reclamación de su poder sobre mí, a mí no me hacía ni puta gracia, porque era buscar pelea a base de dar gritos en un barrio marginal.
Pero a mi madre... no habría quién se lo contara.
-¿Cuándo habéis llegado?
-Ahora mismo. Hemos venido en tren. Vengo a por ropa.
Asintió con la cabeza.
-Tu madre me ha contado lo de Estados Unidos.
-También vamos a México.
-Bien, bien-replicó, mirando al suelo y contemplando cómo Noble pasaba a toda velocidad a su lado y le tiraba la piña a Louis, dejándosela a sus pies. Louis se agachó a recogerla-. ¿Queréis tomar algo?
Negué con la cabeza.
-Hemos comido de la que veníamos.
Volvió a asentir.
-¿Louis?
Louis se lo quedó mirando, impresionado por que mi padre hubiera dicho su nombre bien.
-Quiere ofrecerte algo.
-¿Lo va a envenenar?
Me eché a reír.
-¿Lo crees capaz?
-Lo creo capaz de muchas cosas. Si tiene cerveza...
Alcé una ceja.
-No eres mi madre, y te fuiste. He dejado de fumar, ¿qué más quieres? ¡Déjame vivir!
Miré a papá y le dije que Louis quería una cerveza. Él asintió, se metió en casa y nos gritó que le siguiéramos. Me pareció una estupidez: también era mi casa, no necesitaba que nadie me dejara entrar.
Dejamos la mochila en el salón y Louis cogió la cerveza que le tendía mi padre. Mamá se sentó en el sofá; estaba durmiendo la siesta mientras veía la novela de turno. Le di un beso en la mejilla, y ella miró la mochila de Louis.
-¿Y eso?
-Oh, son... cosas. Venimos a recoger ropa y eso. Me voy a América con él.
Mamá alzó la ceja.
-Creía que no lo habías decidido todavía.
-No voy a quedarme en Inglaterra yo sola mientras ellos se van de tour.
-Podrías volver a casa.
La miré con una cara que quería decir, sin lugar a dudas, "No.".
Ella se encogió de hombros, dejando estar la pelea, y se acurrucó contra el sofá, cogiendo el móvil y jugando a uno de esos innombrables juegos a los que se aficionaba hasta el punto de aprovechar las noches que trabajaba para pasarse diez niveles en apenas una hora.
Louis abrió la cerveza y le dio un trago, contemplando a mi madre. Me siguió sin que yo dijera nada hacia el piso de arriba, yendo un par de escalones por detrás.
-¡Las camas están sin hacer!-gritó mi madre desde abajo... como si su hija estuviera ciega. Me encogí de hombros, aunque no podía verme, y saqué la bolsa cuidadosamente doblada que había guardado en la mochila de Louis. La abrí, me senté, y la estiré sobre las piernas mientras él se acercaba a la ventana y echaba un vistazo fuera, contento de que en mi pueblo la persona más joven, después de mí, fueran amigos de mi hermano de 30 años que no tenían ni puñetera idea de quién era ni qué hacía él. Dio un sorbo de la lata cuando yo me levanté.
-¿Necesitas ayuda?
-No.
Suspiró. Escuchamos cómo la tele del piso de abajo, o bien se apagaba, o bien enmudecía para que mis padres escucharan qué hacíamos.
Puse los ojos en blanco, abriendo y cerrando cajones a diestro y siniestro, tirando ropa encima de la cama.
Louis se sentó con cuidado de no hacer ruido y provocar que mis padres subieran a controlarnos. Sería muy humillante.
-¿Te ayudo?
Negué con la cabeza, porque en lo único en lo que me podría echar una mano sería doblando la ropa, y lo conocía lo suficiente como para saber que odiaba doblar ropa. Había tenido suerte y se había hecho con un buen trabajo pronto, porque como tuviera que trabajar en una tienda a media jornada para pagarse los estudios o los gastos, o lo que fuera que hiciera la gente joven con ese dinero, no estaría allí.
Se habría pegado un tiro haría ya mucho tiempo.
Dio otro sorbo y se tumbó en la cama.
-¿Sabes por qué han apagado la tele?
-No sabemos si la han apagado.
-Te apuesto cinco libras.
-Hecho.
Sonrió mirando al techo.
-Tu padre me arrancaría la cabeza si le diera la oportunidad.
-Pues no se la des.
Se tumbó sobre su costado y se me quedó mirando, fascinado por la visión de mi culo mientras me inclinaba a sacar todas las camisetas de la cómoda.
-¿Merezco la pena?
Me giré y le mostré las muñecas tapadas. Puso los ojos en blanco.
-Eso no debería contar.
-Louis. Tú te mereces que yo deje que me arranquen la piel a tiras sin protestar. Y sabes que me encanta protestar. Cada mirada, cada beso, o cada caricia lo merece.
La sonrisa que se extendió por su cara fue gloriosa.
-Te quiero-susurró, acercándose a mí, abrazándome la cintura y besándome la espalda. Sonreí, me giré, le dije que yo también, y dejé que me besara en los labios.
-Louis, déjame acabar con esto, ¿quieres? Acabaremos perdiendo el tren.
Me dejó ir de mala gana, pero no se perdió detalle de mis movimientos. Cuando me cambié de habitación, se arrastró por encima de la cama, escondido bajo el montón de ropa que ninguno sabía muy bien cómo íbamos a meter en la bolsa, y se colocó con la cabeza colgando por la parte posterior, asegurándose de que no me iba a ningún sitio sin que él se enterara.
Dejé las cosas encima de la cama, tapándolo hasta arriba, y empecé a seleccionar lo que me llevaría o lo que no. Oí pasos subiendo las escaleras, alguien carraspeó.
Levanté la mirada lo justo para ver cómo mi madre aparecía por la puerta y se quedaba mirando a Louis, que había desbloqueado el teléfono y se dedicaba exclusivamente a mandar mensajes estúpidos por WhatsApp porque le encantaba amargarme la existencia y obligarme a leer un millón y medio de tonterías. Tontería arriba, tontería abajo.
-¿Qué hacéis?
-¿Louis? Tocarse los cojones. Y yo intento hacer mi maleta.
-¿Tienes un minuto?-dijo, sin apartar la vista de mi novio-. A solas.
-Habla. Sabes que no te entiende.
Suspiró.
-Tu padre y yo hemos estado hablando de esto de que hayas estado tanto tiempo en Londres. Has perdido muchas clases, y...
-He ido a clases allí.
-Déjame acabar-ladró, y Louis la miró y luego me miró a mí, porque sabía que mi interior empezaba a bullir aquella rabia que en ocasiones no hacía más que crecer cuando me pegaban-. Hemos estado pensando en que... podrías pedir la nacionalidad.
Fruncí el ceño.
-¿La nacionalidad?
Mamá asintió.
-Está claro que no quieres quedarte en España. No después de... todo-murmuró, con la vista perdida en un punto más allá de la ventana, tal vez incluso más allá de nuestra dimensión-. Vas a Inglaterra y, cuando vuelves, pareces más sana. Te sienta bien. Y las universidades de allí son mejores.
-Pero... necesito un tutor.
Fue lo primero que se me ocurrió, y ni de lejos pretendía que mi madre lo interpretara como lo interpretó. No me sentía inglesa. Me encantaba el país, me encantaban sus ciudades y su gente, su idioma, todo, pero yo sabía por qué era. No quería ser inglesa. Si me cambiaba la nacionalidad, sería para una de la otra punta del Pacífico. Si conseguía aquella nacionalidad que yo más quería, viviría en la meca del cine. No en la que todo el mundo llamaba "la capital del mundo". Además, eso de la capital del mundo era una auténtica gilipollez. Para empezar, la civilización tal y como la conocíamos había aparecido en Roma, no en Londres, que seguramente no existiera en la época en la que la ciudad italiana conoció su máximo esplendor.
Seguí la mirada de mi madre y me encontré de pleno con la cara de Louis, que nos contemplaba a las dos alternativamente, asustado.
-¿Qué?
-Dice que tú podrías ser mi tutor.
-¿YO?-brincó en la cama, tirando la mitad de la ropa al suelo-. Pero... si debe de ser ilegal. ¿Podríamos follar?-negó con la cabeza, asustado-. No podríamos follar.
Alcé las cejas y me aparté el flequillo de la cara, sonriendo.
-¿Por qué siempre piensas en lo mismo?
-Porque soy chico, y tú me haces pensar en ello-dijo, guiñándome el ojo. Me giré a mi madre.
-No lo veo, mamá. Louis apenas cuida bien de sí mismo. ¿Cómo iba a cuidar de mí?
-No tiene que hacerlo, los tutores sólo son responsables de ti ante la ley, tu representación, y esas cosas. Por lo demás, eres perfectamente capaz de vivir emancipada. Ya lo haces, de hecho-arrugó la nariz y lo miró con intención, pero él seguía sin entender una sola palabra... siempre y cuando ésa no fuera su nombre.
-Bueno...-dije, poniendo los brazos en jarras y balanceándome a base de mover la planta de los pies. Me colocaba sobre la parte delantera, luego descansaba el pie entero, luego me inclinaba hacia atrás, y repetía la operación. Miré al suelo y fui poco a poco subiendo el cuerpo de mi madre con los ojos.
Estaba muy gorda.
Me alegré en silencio, por primera vez en casi un año,de haber tenido anorexia y haber  cortado el problema de raíz, evitando ponerme como ella en un futuro no muy lejano, futuro en el que no me sería complicado alejar a Louis de mí. Le rondaban demasiadas chicas guapas siendo yo joven y delgada, preciosa, así que, ¿cómo iba a mantenerlo a mi lado cuando envejeciera y me pusiera como una bola?
-En el caso de que lo hablemos y lleguemos a la misma conclusión que vosotros, ¿cómo lo haríamos?-inquirí. Mamá se giró, buscó unos papeles en el armario y me los tendió. Estaban metidos en un sobre canela, pero el sobre estaba tan hinchado que ya varios se habían salido. Los recogí, me senté al lado de Louis y les di golpecitos contra mis piernas, tratando de ordenar aquel caos que mi madre me había entregado. Louis se inclinó hacia mí, se apoyó en la cama un poco a la derecha de la cadera que no tenía en contacto con él y se esforzó por descifrar las palabras que había impresas en el papeleo de mamá. Se mordió el labio por el esfuerzo, y a mí me apeteció besárselo.
-En teoría, tenemos que dar nuestra autorización para que vayas a vivir a un país extranjero, pero según la ley, cuando un menor tiene el pasaporte se supone que lo ha sacado con el consentimiento paterno, de manera que no hay que preocuparse por eso. Necesitarías solicitar la residencia permanente en Inglaterra para conseguir que Louis tuviera opciones a ser tu tutor, pero, dado que te pasas más tiempo allí que en España, y sacaste buenas notas el curso pasado, no creo que haya inconveniente.
-De hecho, tengo el permiso de residencia. Lo saqué cuando me fui en febrero. Sabía que iba a estar mucho tiempo, y por si quería alquilar una habitación o lo que fuera y me ponían inconvenientes, pensé que estaría bien sacarlo.
Mi madre asintió mientras Louis le daba la vuelta a las páginas, desesperado por entender algo, lo que fuera. Señaló una a suelta, me preguntó si era la de su idioma, negué con la cabeza y él suspiró y siguió a la caza de algo que pudiera comprender.
-No lo hemos cogido traducido. Lo siento-dijo mi madre, y casi le faltó inclinarse hacia delante igual que hacían los japoneses.
-No importa; yo se lo traduciré.
-Vosotros lo pensáis. Tu padre y yo creemos que es lo mejor para ti.
-¿Cuánto te ha costado convencer a papá?
-Milenios. No se fía de él-dijo, haciendo un gesto con la mandíbula en dirección a Louis. Sonreí.
-Hace bien. Nadie debería fiarse de él. ¿Eh, Lou?-pregunté en inglés, girándome hacia él y tocándole la rodilla. Él frunció el ceño, alzó el pulgar y replicó.
-No sé qué acabas de decir, así que tu madre, sólo por si acaso.
Me eché a reír y me incliné a darle un beso en la mejilla.
-Si convencí a tu padre, es porque yo tengo ojos en la cara, y los uso. Sé que él te hace bien, y no estar con él te deprime. ¿Qué quieres que te diga, Erika? Prefiero que seas feliz lejos de casa a desdichada aquí.
Abracé a Louis y sonreí con la mayor ilusión del mundo. ¿Pasar todo un año en Inglaterra, cerca de él, estudiando lo que a mí me diera la gana puesto que mis padres no estaban allí para controlarme y, de hecho, podía pagarme los estudios? Suena realmente genial.
Louis me devolvió el beso en la mejilla y se despidió de mi madre con un perezoso y tímido "adiós" en mi lengua cuando ella empezó a bajar las escaleras.
Me dejó ir a regañadientes y tiró de mí cuando terminé de empaquetar todo lo que consideré indispensable para la gira por América.
Cuando paré, me froté las manos y lo miré. Sonreía con las cejas alzadas, su sonrisa era sarcástica, parecía decir "estarás contenta".
-¿De qué te ríes?
-De que te vas con media casa.
-Tú saqueas todos tus armarios cuando te vas de tour. Así que cállate-repliqué, sentándome a horcajadas encima de él y tirando del cuello de su camiseta para besarlo. Me dolió en el alma terminar frenándonos después, pero tuve que hacerlo, porque metió sus manos por debajo de mi camiseta, acariciando mis riñones, y subió peligrosamente hasta el broche de mi sujetador.
La cosa no estaba para hacerlo en mi casa, con mis padres en el piso de abajo, cuando estábamos a punto de irnos a dar la vuelta al mundo durante un verano entero.
Mis padres sabían de sobra lo que hacíamos Louis y yo la mayoría  de las noches, el uso que les dábamos a las camas, pero una cosa era saberlo y otra muy distinta presenciarlo o escucharlo, que venía siendo lo mismo.
-Louis-le regañé yo cuando intenté deslizarme por sus piernas hacia atrás pero él no me dejó. Se dedicó a tirar de mí con fuerza, hinchando sus bíceps (oh, señor, qué brazos tiene) y sonriendo con coquetería.
-Pero... me apetece-dijo, mordisqueándome el cuello. De haberlo llevado largo, me conocía lo suficiente como para saber que lo habría echado a un lado y dejar que me besara mejor.
-Eres igual que un crío pequeño.
-Soy un crío pequeño atrapado en el cuerpo de un tío de 20.
-21-le corregí, mirando a la pared y sonriendo. Se separó de mí y me contempló con los ojos entrecerrados.
-Eres una hija de puta-dijo, negando con la cabeza. Me eché a reír, le besé el cuello, le palmeé el brazo y me deshice de él.
Media hora después, cogíamos el tren de vuelta a Avilés. La caminata hacia mi casa fue una odisea: se tuvo que poner la chaqueta sólo para poder utilizar la capucha y conseguir que algunas de las fans más despistadas no le reconocieran. Yo no tenía ningún problema: mi última aparición pública había sido en Enero, a todas luces, Louis y yo no estábamos juntos y no había indicios de que fuéramos, siquiera, a volver a vernos; y, para colmo, la última vez que la gente me vio estaba menos anoréxica y mi pelo era más largo.
A todos los efectos, yo era una chica del montón que paseaba por Avilés con su novio. No tenía nombre ni identidad para aquellos que no me habían conocido nunca.
Pero ni mi novio era un chico normal ni yo era anónima.
Varias veces unas chicas se giraron cuando pasamos a su lado por la calle, pero nosotros seguimos adelante estoicamente. Yo parloteaba sin cesar con Louis en español, y él se aguantaba las ganas de reír, ya que no entendía una sola palabra de lo que decía, a excepción de amor.
Le conté cinco veces la misma supuesta pelea descomunal que había tenido con un profesor de química que ni siquiera existía con la esperanza de no cansarme y quedarme callada, que Louis me preguntara qué me pasaba y se desatara el infierno.
Lo primero que hice nada más llegar a casa, donde Niall y Zayn nos esperaban jugando a la consola, fue salir corriendo hacia la nevera y beber casi dos litros de agua de una sentada. Louis se apoyó en la pared de azulejos, mirándome.
-¿Te encuentras bien?
Asentí con la cabeza.
-Sólo estoy cansada. Diles a los chicos que recojan. En diez minutos nos vamos.
Me apresuré a cerrar las persianas, pensando que cuanto antes nos fuéramos antes llegaríamos a México y antes empezaría la gran aventura para mí. Regué las plantas, dejándolas en la terraza, donde no se verían en la más completa oscuridad, me aseguré de que todos los dispositivos estuvieran desconectados y eché un último vistazo a la que había sido mi casa durante 16 años. Sabía que en cuanto cerrara la puerta se convertiría en un piso más de una calle más de una ciudad más de mi país natal.
No, una ciudad más no. Avilés seguiría siendo mi casa. O mi casa secundaria.
Se me ocurrió una idea en el instante en que estaba cerrando la puerta, así que me lancé dentro antes de terminar de hacerlo. Los chicos se me quedaron mirando, Zayn se asomó a la puerta y me preguntó.
-¿Estás bien?
-¿Tienes sitio para unos cuantos DVDs?-quise saber, agachándome y recogiendo las películas de las que no se me debería haber ocurrido separarme.
-Tengo yo-dijo Niall, abriendo la mochila. Louis puso los ojos en blanco cuando me vio recoger la Saga Crepúsculo completa y Sin salida, la película que en la que había Taylor después de hacerse famoso con su papel de Jacob en Crepúsculo.
-No.
-Sí-repliqué yo-. De hecho, vas a verla conmigo en el avión.
-¡No!
Pero lo hizo.
Después de recoger a Liam, Alba, Noemí y Harry y subirnos al avión con la euforia metida en el cuerpo, algo en nosotros decidió que debíamos tranquilizarnos mientras pudiéramos. Nada más engancharnos el cinturón de seguridad, cogí la mochila, saqué la caja Sin Salida y esperé pacientemente a que el avión despegara y se estabilizara en el aire, pasando los dedos por la portada en la que Taylor se deslizaba por una cristalera con una pistola en la mano.
Louis gruñó por lo bajo desde el despegue hasta el momento en el que las luces que nos indicaban que debíamos seguir con los cinturones abrochados se apagaron.
-Manda huevos que estés acariciando esa puñetera caja con más cariño de lo que me acaricias muchas veces a mí.
-Yo te acaricio con adoración, mi vida-repliqué, pasándole una mano por la mejilla. Me miró con expresión neutra.
-No vas a conseguir que deje de protestar porque me pongas la puñetera película.
-Entonces, dejaré de intentarlo-dije, haciendo amago de apartar la mano.
Me la retuvo por la muñeca y la volvió a pegar contra su piel. Las corrientes eléctricas se duplicaron, ya que no había un sólo punto de contacto, sino dos.
-No-sentenció-. Que no vaya a dejar de quejarme no significa que no me gusta que me toques.
A pesar de que lo hizo muy bien, no consiguió distraerme. Me las apañé para abrir la caja con una sola mano, sacar el disco, cerrar la caja y encender el ordenador. Louis suspiró y se frotó los ojos al ver que su maniobra no daba resultado.
-Eri...-dijo cuando llegamos al menú de la película y yo situé el botón en "Reproducir película". Lo miré-. Te quiero mucho, pero como hagas de esto una rutina, vamos a tener una discusión muy seria.
Me eché a reír, lo besé en los labios al tiempo que pinchaba en la opción de la película, subí el reposa brazos y me acurruqué contra él.
Estuvo hasta casi el final callado, demostrándome, efectivamente, lo mucho que me quería. No tragaba a Taylor. Eso lo sabía. Pero que consiguiera mantener la boca cerrada y no bufar cuando había primeros planos de él, o cuando el americano se quitaba la camiseta y yo me mordía el labio y le apretaba a él el brazo, como si así fuera a establecer contacto con el actor, le honró mucho, y me demostró hasta qué punto era cierto lo último que me había dicho.
Pero la paciencia de todo el mundo tenía un límite, y más la de Louis.
-Me aburro, Eri-dijo cuando estábamos llegando al final, con Taylor paseando entre una nube de asientos ocupados en un partido de fútbol.
-Vale-repliqué yo. ¡Ahora que se ponía interesante!
-La peli es mala.
-No-dije, pero eso debía concedérselo. Al menos podrían haber grabado varias tomas en las que la gente del estadio de béisbol dejara de girarse descaradamente para contemplar a Taylor. Personalmente, me hacía mucha gracia una señora que se tapaba la boca con la mano, tocaba a su hija y señalaba al actor con total descaro, sin importarle las cámaras que hubiera a su alrededor. Yo habría hecho lo mismo.
-Él es malo.
-Lo que pasa es que tienes envidia-gruñí para que se callara. Me encantaba ver la película en versión original, la voz de Taylor era demasiado sexy, especialmente cuando la cambiaba en las películas y la ponía ronca. Me hacía necesitar darle hijos de la misma forma en que Louis lo conseguía con el mero hecho de existir. Y al inglés no le gustaba en absoluto perder el monopolio.
-¿Yo? ¿Del gilipollas ese? Claaaaaaaaaaaaaaro que sí-asintió con la cabeza, haciéndose el ofendido. Me quitó el brazo por los hombros. Quise gritarle que no fuera crío.
-Porque me puede hacer gritar más que tú con sólo apretar un botón.
-Yo también te hice gritar con sólo apretar un botón. Y sabes de sobra que no hay nadie que consiga hacerte gritar como lo hago yo-su sonrisa se volvió siniestra, profunda... en los dos sentidos de la palabra. Me estremecí.
Eso tenía que concedérselo.

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