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Eri, como siempre hacía, se durmió a mitad de la película. Y Louis, como siempre hacía, acababa de verla por ella, temiendo moverse y despertarla, pues cuando se acurrucaba contra su pecho y suspiraba llena de placer y amor, él se sentía realmente útil.
Eri, como siempre hacía, se durmió a mitad de la película. Y Louis, como siempre hacía, acababa de verla por ella, temiendo moverse y despertarla, pues cuando se acurrucaba contra su pecho y suspiraba llena de placer y amor, él se sentía realmente útil.
Consideraba
que había nacido para abrazarla cuando se durmiera, más de lo que
había pensado jamás en su talento, en haber nacido para cantar, ser
famoso, cambiar vidas, enamorar a gente sin que él se involucrara...
realmente todo aquello carecía de importancia cuando Eri se acercaba
a él, sonreía con timidez y apoyaba la cabeza en su pecho. Él le
acariciaba el pelo hasta que se quedaba dormida, en parte acunada por
el movimiento vertical que hacía al respirar, en parte por las
caricias, en parte por el cansancio del día, que pasaba factura a
final de mes, cuando más doloroso era todo y más cuesta arriba se
hacían las cosas.
Louis y Eri se
alegraban de tener suerte y no tener que preocuparse por el dinero,
pero la verdad era que en el fondo de sus corazones, y de las noches
en vela en la que uno no podía dormir y el otro luchaba por
compartir el insomnio, habían hablado cientos, casi miles de veces,
sobre aquello. Les encantaría luchar por las cosas que querían a
medida que les iban apeteciendo, no sólo haber luchado como fieras
en el pasado, dando más de lo que cualquier mortal había hecho
hasta el momento, sino disfrutando de cada sensación como si fuese
única e irrepetible.
Hubieran querido
luchar para pagar la hipoteca.
Hubieran querido
ahorrar para permitirse algún capricho.
Hubieran querido
planear con antelación los viajes con tal de ahorrar aunque fueran
unos céntimos.
Hubieran querido
decirles a sus hijos que debían administrarse mejor sus pagas,
porque ellos no les iban a dar dinero ya que “no eran millonarios”
y el dinero no les sobraba.
Hubieran querido
ser normales, sólo para sentir algo que llevaba olvidado casi
décadas, escondido en lo más profundo de un cajón, enterrado bajo
varias toneladas de tierra.
Y aquel momento de
pequeña intimidad en la que se volvían como los demás, y las
distinciones de trabajo, dinero, y clase desaparecían era uno de los
preferidos por Louis Tomlinson, aquél que se había hecho un hueco a
codazo limpio entre la sociedad inglesa, que había calado hondo en
los corazones por méritos propios y compartía momentos inolvidables
que la gente no se podía imaginar con cuatro personas con quien se
sentía más conectado que a la propia tierra, su sostén.
Y luego estaba la
compañía de ese momento, que lo hacía todo más especial. Hacía
que todo mereciera la pena, que despertarse por la mañana fuera una
pequeña aventura, preguntándose si Eri realmente estaría allí, a
su lado, o si por el contrario ya habría bajado silenciosamente a
preparar el desayuno de los niños. Tocaba ir a trabajar, y las cosas
se repetían: misma demora en la puerta, mismas carantoñas, mismo
sentimiento vestido de diferentes palabras, mismos besos, mismos “te
echaré de menos” y “te llamaré al recreo” como contestación.
Mucha gente se reía
de lo mucho que se necesitaban el uno al otro, pero a ellos poco les
importaba que lo que sintieran llegase a rozar y bailar con la
obsesión, con tanta pasión que amor y obsesión llegaban a
confundirse y uno no sabía muy bien cuál de los dos dominaba; pero
era como se sentían, lo que les hacía felices. Eran bien y mal,
oscuridad y luz, día y noche, estrellas y luna, música y silencio;
en cuanto uno faltaba, el otro desaparecía la perder su sentido.
Eran tan preciados
aquellos momentos en los que sentía cómo a través de ella se
conectaba al universo, que no renunciaba fácilmente a pequeños
placeres como dejar que se durmiera sobre él arroparla cuando veía
que se acurrucaba sobre sí misma, levantarse despacio para no
despertarla, o...
… no despertarla
después de una noche dura.
Cuando sonó el
despertador, todo estaba en calma. Las persianas con dos rendijas por
encima para que la luz pasara (tal y como le gustaba a ella), la
televisión con la pequeña lucecita roja que indicaba que estaba a
la espera, los móviles en las mesillas de noche, las lámparas
descansando a la espera de cumplir sus funciones vitales...
Eri se revolvió en
la almohada,con la cara pegada a ella como si de las mitades de una
hoja unidas al nervio principal, que las separaba pero a la vez no
permitía que se perdieran la una a la otra.
Abrió los ojos
concentrando la poca fuerza que quedaba en su ser aquella mañana y
miró a Louis, que se había incorporado y la contemplaba con una
sonrisa en los labios. Ella sonrió automáticamente, sin saber muy
bien qué hacía, simplemente sintiendo que debía recompensar como
podía al universo por aquel regalo desmerecido que no recordaba
haberle dado.
-Hola-susurró él,
acariciándole la espalda. Sintió como el cuerpo de ella se erguía
para seguir la trayectoria de su mano. Eri retorció las manos en el
aire, bostezó, bufó y se giró para contemplarlo mejor.
-Hola.
Un pequeño
silencio en el que Louis la miraba desperezarse a su manera. Sabía
qué iba a hacer, lo había sabido desde que se despertó diez
minutos antes de que sonara el despertador, pero no había sabido
cómo proceder. Simplemente estaba esperando una inspiración que
tardaba en llegar.
-Ahora me levanto.
-No, hoy me encargo
yo de los críos.
Eri pegó la cara a
la almohada y bramó algo incomprensible. Volvió a girarse para
contemplarlo, desmelenándose aún más.
-No, hoy es un día
en el que puedes descansar...-empezó a protestar, haciendo amago de
levantarse y enredándose aún más con las sábanas. Parecía una
oruga luchando por fabricar el capullo que la convertiría en una
hermosa mariposa.
-Aplícate el
cuento, nena-dijo él, bajando su mano más allá de la espalda y
besándola en la nuca. Eri trató de agarrarlo, pero no lo logró, y
su mano, cuyo único punto de apoyo se encontraba en el codo, se vio
vencida por la gravedad y cayó sobre el colchón con un ruido sordo.
-Es
injusto-susurró, aunque no se lo parecía. Él se rió entre dientes
y se puso una camiseta decente.
Bajó rápidamente
a preparar el desayuno de todos los de la casa, molesto porque sabía
de antemano que le llevaría mucho más tiempo que a su mujer, a
pesar de que ella ese día no estaría para muchos trotes.
Cuando hubo
preparado todo, sólo diez minutos antes de que sus hijos salieran
corriendo en dirección al colegio, se armó de valor para ir a
despertar a los más pequeños de la casa.
En su carrera
infernal se encontró con Eleanor, que bajaba con el pelo alborotado
y los pantalones cortos con los que dormía. Al calor que manaba de
su cuerpo le importaba bien poco la temperatura exterior, la época
del año, el momento del día, y el lugar en el que vivían.
Simplemente no podía dormir con pantalones que le llegaran a la
rodilla, al menos no desde que se convirtió en una de las muchachas
más populares de su instituto.
Ella le dirigió
una mirada confusa, no acostumbrada que su padre estuviera allí, en
pijama, en lugar de estar metido en la ducha con varios litros de
café corriéndole por el cuerpo. Movió la mano con la que sostenía
su móvil y frunció el ceño, mirando al vacío.
-¿Papá? ¿Qué
haces así?
-No tengo clase
hasta tercera hora.
Ella alzó las
cejas, sorprendida, haciendo que su padre se sorprendiera también
por el increíble parecido físico que tenía con su madre cada vez
que hacía eso (sus ojos eran idénticos, parecía que le habían
arrancado la franja entre las mejillas y las cejas a Eri y la habían
colocado directamente en el rostro de la hija de ambos).
-¿Y mamá?
-Tu madre está
durmiendo.
Ella se limitó a
asentir con la cabeza, se metió en la cocina y suspiró al ver qué
le deparaba el día. Su desayuno era el de siempre, y ella lo
afrontaba con la actitud de siempre. Atrapada en una sociedad a la
que le importaba más su peso y su talla de pantalones que el de su
corazón, no podía por más que tener respeto venerable por la
comida, respeto rayano casi en el temor.
Tommy se estaba
arrastrando fuera de la cama cuando Louis alcanzó el piso de arriba.
Dio varios golpes en la puerta, la abrió, y le gritó varios
improperios a su hijo, que hacía lo posible por levantar su cuerpo,
casi gelatinoso, de la alfombra que lo atraía con un celo excesivo
para un objeto inanimado. Tommy abrió los ojos y la boca, confuso,
sin poder enfocar bien la mirada.
-Aún es temprano.
-Vístete o te juro
por dios que te mando a clase en calzoncillos-ladró Louis,
largándose de la puerta y corriendo a la habitación de los más
pequeños.
Astrid todavía
disfrutaba de un apacible sueño, dueña única y absoluta de
este,con excepción de su propia madre, que dormía tapada hasta las
cejas, temiendo tener frío cuando no lo hacía en absoluto. Daniel,
sin embargo, se había despertado con la alarma casi silenciosa de su
hermana mayor, y esperaba con impaciencia que alguien viniera a darle
un beso de buenos días y le ayudara a salir de la cama; no porque no
pudiera, sino porque le parecía un acto de amor paterno al que no
había que renunciar bajo ningún concepto.
Tamborileó con los
dedos en la manta al ver cómo el pomo de la puerta se giraba,
mostrando impaciencia. Sonrió extrañado al ver a su padre cruzar la
puerta, pero no le dio demasiada importancia. De hecho, le gustó la
variación. Los cambios en la rutina le parecían interesantes.
-Hola, campeón-le
sonrió Louis, besándole la frente. Daniel sonrió, se frotó los
ojos y contempló a su padre-. ¿Has dormido bien?
Daniel asintió,
todavía sin voz, y se destapó como pudo. Louis le revolvió el pelo
y luego pasó a ver a su hija más pequeña, el ojito derecho de
todos precisamente por eso de ser la más joven, la más inocente, y
la de alma más pura, todavía incorrupta.
Astrid abrió
lentamente los ojos en cuanto Louis tocó la cama, y se apoyó a
ambos lados de la pequeña. Le besó la punta de la nariz y luego la
frente. Astrid se estiró involuntariamente, frunció el ceño sin
reconocer primero a su progenitor, y luego esbozó una amplia
sonrisa.
-Papi.
-Hola, mi vida.
¿Cómo estás?
-Bien-baló. Louis
le quitó la manta, la cogió en brazos y la sentó en la cama. Como
aún no llegaba al suelo, se encargó de ponerle las zapatillas,
mimando a la niña en exceso, pues le recordaba a sus propias
hermanas (sobre todo a las gemelas, por las que profesaba un especial
cariño al ser tan jóvenes cuando el saltó a la fama que nunca
habían comprendido realmente la importancia de la figura de su
hermano), y la tomó de la mano. Con la mano libre cogió a Dan, que
no protestó, y los condujo a la cocina. Les hizo desayunar
rápidamente, luego les apuró para que se vistieran, y los llevó al
colegio.
Cuando volvió,
estaba haciéndose tarde. Las horas se arrastraban lentamente por el
mundo, tirando de las agujas de los relojes. Decidió subir a ver
cómo estaba Eri; con un poco de suerte, podría tener la recompensa
que ella le había prometido por la mañana.
Le apetecía
muchísimo echar un buen polvo.
Y estaba de humor
para ello.
Aunque, claro, lo
mejor para mejorar el mal humor era un buen polvo. Un buen polvo era
la solución a cualquier problema.
No pudo evitar, por
tanto, desilusionarse cuando vio que su mujer seguía durmiendo como
un tronco, respirando profundamente. Dormía boca abajo, como solía
hacerlo cuando estaba muy cansada, a pesar de que eso solía
provocarle dolor de espalda. Louis se sentó en la cama y le acarició
la cabeza, tan suavemente que ella ni siquiera lo notó. No se movió,
siguió alzando y bajando la espalda con movimientos acompasados,
rítmicos como pocos había en el mundo, y...
… Louis no pudo
evitarlo, necesitó romper el silencio, porque creía que si en ese
momento no compartía lo que sentía, la magia de aquel instante, que
lo hacía brillar por encima de los demás, se esfumaría,
rompiéndose en una cadena tan frágil que destrozaría toda la
mañana, que había empezado mejor de lo que solían hacerlo las
mañanas de entre semana.
-Me has hechizado
bien, nena-dijo, sobresaltándose a sí mismo con el sonido de su voz
partiendo el silencio cual cuchillo, perfectamente afilado- No sé lo
que me has hecho, pero... espero que no dejes de hacerlo jamás.
Pensaba en todo lo
que habían vivido juntos, en sus hijos, en las noches de revolcones,
en los malos momentos, en los buenos... en todo lo que hacía que la
vida mereciera la pena.
Le apetecía tanto
vivir la vida que estaba viviendo con ella que era capaz de echar de
menos cosas que no habían sucedido nunca, cosas que no necesitaba,
cosas que podrían existir si las pidiera... si las necesitara. Eri
se las daría, pero sentía que ella le había dado tanto a cambio de
algo que era evidente (esto es, quererla), que se creía un
estafador.
Después de
sincerarse y de escuchar cómo las palabras flotaban en el silencio,
mezclándose con él hasta mimetizarse por completo, tuvo que esperar
un ratito más para que sus ojos se dieran por satisfechos. Eri con
el pelo alborotado, tendida en la cama, toda retorcida y con la boca
entreabierta no estaba en su mejor momento, y mataría a quien osara
hacerle una fotografía... sin embargo, para Louis, aquella visión
era más preciosa que el oro. Hacía las cosas más reales, y hacía
que las luchas merecieran la pena.
Una vez se dio por
satisfecho, después de que el reloj implosionara cada segundo,
tratando de recordarle que había que volver a la Tierra, se alejó
de la cama en el más absoluto de los silencios, llevándose la ropa
consigo. Bajó a la cocina, se tomó una taza de café con un par de
galletas (aunque rara vez tomaba dulce por la mañana, había acabado
acostumbrándose y extrañando la sequedad en la boca producida por
el azúcar de lo que ingería) y se cambió de ropa allí mismo. No
había querido hacerlo en la habitación por temor a despertar a su
mujer.
Pero cuando fue al
salón y encendió la tele, armado esta vez con un bol de cereales
bañados en leche, no se percató de los ligeros pasos que iban
escaleras abajo.
Eri le pasó los
brazos por el pecho y le besó los hombros; fue subiendo por el
cuello hasta la oreja, y luego avanzó hasta las mejillas de Louis,
para acabar finalmente en sus labios, colmados con una sonrisa.
-Buenos días,
princesa.
-He soñado toda la
noche contigo-dijo ella. Él iba a contestarle, pero luego, con
valentía, ella cambió a su propio idioma, confiando en que él
consiguiera seguirla-. Íbamos al cine y tú llevabas ese vestido
rosa que me gusta tanto. Sólo pienso en ti, princesa, pienso siempre
en ti, y ahora... ¡Momento gángster!-bramó, con una energía
irreconocible en ella. Dio un brinco hacia atrás y empezó a hacer
movimientos de rapero profesional, estirando el brazo, poniendo gesto
enfadado y meneando todo el cuerpo al ritmo de una música que sólo
él podía oír.
-¡Estás mal de la
cabeza!-gritó Louis, tapándose las carcajadas con la mano,
enfadando a Eri.
Ella se encogió de
hombros, pasó las piernas por encima del sofá y cayó en el regazo
de su marido, que todavía no podía contener la risa. Le apartó la
mano, diciendo en español que quería ver cómo se reía y le
observó totalmente embobada.
-Estas cosas no le
pasan a gente de Avilés.
-¿Dejarás de
decir eso de Niall?
-Algún día.
-¿Cuándo será
ese día?
La sonrisa de Louis
no se había ido aún. Eri frunció el ceño y se golpeó
rítmicamente la barbilla con la punta del dedo índice, pensativa,
con la mirada ausente, leyendo en el aire letras invisibles.
-Anteayer.
-No vale-obtuvo
como respuesta y, cuando iba a protestar, se vio sorprendida por los
besos devueltos. Se tumbó en el sofá y dejó que él la besara,
disfrutando de aquel oasis de intimidad.
-Louis.
-Mm.
-No me
malinterpretes. Quiero mucho a los niños, pero...
Louis levantó la
mirada, los labios pegados al vientre de Eri.
-... pero echas de
menos follar en el sofá-espetó en un segundo, sin pudor alguno.
Ella se echó a reír, y lo hizo con más ferocidad cuando él le
mordisqueó el vientre, haciéndole cosquillas.
-Exactamente-susurró
ella.
Louis formó un
pequeño individuo con sus dedos, tan minúsculo que sólo poseía
piernas, y este pequeño invitado comenzó a pasearse por el cuerpo
de su chica, disfrutando del paisaje.
-Podríamos...-se
ofreció.
-¿Te sacrificas?
-¿Qué remedio me
queda?
Eri volvió a
reírse; pero esta vez sus carcajadas se cortaron enseguida. Louis la
dejó tranquila.
-¿Qué me dices,
nena?
-Llegarías tarde.
Él se llevó una
mano al pecho.
-¡Es la segunda
vez que me rechazas en menos de 24 horas! ¡Todo esto le duele a mi
orgullo masculino!
-Dentro de poco
tendrías que irte, y sabes cómo me pongo de posesiva cuando...
-... follamos.
-Nadie dijo nada de
terminar las frases del otro en la iglesia-replicó Eri.
-Nadie dijo nada de
que te terminarías volviendo tímida.
-No me he vuelto
tímida.
-Sí.
-No. Sería
hipócrita si lo fuera.
-¡Oh! ¡Doña “oye
yo no creo en Dios pero acepto casarme por la iglesia porque es todo
mucho más bonito, así que viva Jesús nuestro señor, amén” no
es hipócrita!
Eri le golpeó el
brazo con la palma de la mano.
-Eso era diferente.
-¿Vamos a echar un
polvo o no?-inquirió Louis, apoyando su cabeza en el hombro de Eri y
haciendo pucheros.
Ella entrecerró
los ojos.
-Llegarías
tarde-repitió.
-Te sorprendería
lo rápido que puedo llegar a ser-la retó él, acercándose a ella,
con la competitividad manando de sus poros. Eri le puso una mano en
el pecho, guardando las distancias. No sólo la estaba retando y
estaba compitiendo con ella; también la estaba seduciendo,
consciente o inconscientemente. Puede que ni siquiera supiera de
aquel poder de convicción que Louis tenía sobre la española, pero
ésta lo dudaba; sospechaba, más bien, que el inglés sabía
perfectamente el efecto causado en la extranjera, y se aprovechaba de
ello con la misma naturalidad con que respiraba.
-No-murmuró ella,
zalamera.
Louis frunció el
ceño.
-¿No qué? ¿Ya lo
hemos hecho rápido más veces?
-Que no vamos a
follar a estas horas de la mañana, Louis.
-Con casi las 9 y
media-espetó él-, y normalmente te levantas a las 7. Como muy
tarde.
Ella se frotó los
ojos.
-Tengo un retraso.
-Eso ya lo sabía.
-Gilipollas, no. Un
retraso de los otros.
Louis sintió como
el color huía de su rostro.
-No me jodas, Eri.
¿Va en serio?
-No-espetó ella, y
se echó a reír como una condenada. Se dobló sobre sí misma,
vomitando las risas, se retorció en el sofá mientras Louis
simplemente la miraba.
-Te daría una
hostia si no fueras mujer.
-Te la suda que sea
una mujer.
-Vale; te daría
una hostia si no fueras mi mujer... y estuvieras desatendiendo
tus labores conyugales.
-Te lo compensaré.
-¿Cómo?
-Se me ocurrirá
algo. Otra cosa no, pero... imaginación... no me falta.
Sólo una de las
comisuras de la boca de Louis se alzó en una sonrisa media. Asintió
con la cabeza y se alejó de ella, que suspiró, entristecida.
-¿Cómo te lo voy
a compensar?
-Quiero un trío.
-Sin tríos.
-Pues permiso para
ponerte los cuernos.
-No me vas a poner
los cuernos con cualquier putilla con la que te encuentres.
-Ya la tengo
elegida.
Eri agarró un
cojín y se lo estampó en la cara a Louis. Él dio un respingo.
-¡Estoy de broma,
joder! ¡De BROMA!
-¿Qué quieres,
Louis?-gruñó ella, cortante.
-Quiero sexo,
porque en esta casa me tienen muy desatendido. Si no me lo dan aquí,
me lo darán afuera.
-¿Estás seguro de
que prefieres una hamburguesa de restaurante de comida rápida sobre
un delicioso bistec que te está esperando en casa?
-¿Quién cojones
no prefiere una hamburguesa sobre cualquier cosa?
-Tú hoy tienes
ganas de camorra, ¿eh?-bufó ella, incorporándose, negando con la
cabeza y haciéndose una cola de caballo. Su camiseta se subió,
exhibiendo al mundo y a todo aquel dispuesto a contemplar sus caderas
la pequeña inicial del dueño de aquel cuerpo bien cuidado.
-No. Tengo ganas
de...
-¡No! ¡Lo!
¡Digas!
Louis se levantó,
sonriéndose a sí mismo, se acercó a ella, la agarró por las
caderas y tiró de su pijama.
-Sexo.
-Me cago en
Dios-replicó la mujer.
Louis sonrió y
tiró de ella. Le pasó una mano por el pelo, deshaciéndole el
apresurado moño que Eri se había esmerado en hacerse mientras
bajaba las escaleras, y del que poco quedaba ya. Su mujer le pasó
las manos por detrás de la cabeza, posándolas en el cuello y
acariciándole la nuca, tan despacio como sabía, como solía hacer
siempre que quería, simplemente, volverlo loco. Louis la empujó
suavemente sobre el sofá sin apartar la boca de la suya; sentía sus
pechos contra su torso, y sentía como todo su ser se concentraba en
ese pequeño punto de contacto.
Las caderas de ella
se pegaron sensualmente a las de él. Se alzaron varias cejas; hubo
preguntas en silencio, como siempre había a pesar de la confianza.
Había que asegurarse, y él se aseguraba, siempre lo hacía. No
recordaba ni una sola vez en que no hubiera hecho aquello sin que
ella hubiera querido. Ella, sí; pero guardaba un recuerdo tan
placentero como peligroso; no podía esperar a que aquello se
repitiera, pero tampoco podía pedírselo a él, porque perdería la
magia y la importancia.
Por primera vez,
Louis se percató de la longitud de piel al descubierto que iba
luciendo Erika. Se mordió el labio inferior en una sonrisa que luchó
por no nacer, pero fracasó en el intento.
-Tu
piel...-murmuró, adorando aquella palabra tan pequeña, que sin
embargo abarcaba tanto. Ella enredó el dedo índice y lo desenredó
a conciencia, invitándole a acercarse, a alejarse del paraíso y
pecar, y, sobre todo, a disfrutar del proceso.
-Tengo frío-dijo
en su oído, soplando y mordiéndole el lóbulo de la oreja.
Louis no pudo
soportarlo más. La desnudó y la poseyó sin tan siquiera darle
tiempo a dejarla terminar de desvestirle. Se revolvieron en el sofá,
gimieron, arañaron, besaron, mordieron; hicieron todo lo que hacía
falta y mucho más, rememorando los buenos tiempos, los tiempos
viejos, los que nunca volvían por mucho que los echaras de menos,
porque la vida seguía caminando como un tren inexorable que se aleja
de la estación, y esta cada vez es más pequeña, y cada vez es más
difícil distinguir a los que estaban en ella, despidiéndose con la
mano, deseándote buena suerte...
Ahora tú eras el
maquinista y era cosa tuya ocuparte de tus asuntos. Tenías hijos, y
había que cuidarlos. Echarías de menos cosas, ¿quién no lo hacía?
Pero seguías siendo tú, seguías evolucionando, nunca madurando.
Él la obligó a
decir su nombre, ella se lo regaló al aire encantada, feliz de poder
compartir ese pequeño oasis de seducción. Cerró los ojos y se dejó
llevar, notando cómo él lo hacía también.
Se quedaron en el
sofá, él sobre ella, con los ojos cerrados; ella sirviéndole de
almohada y jugando con su pelo. Louis terminó abriendo los ojos y
clavó en Eri aquellos mares, en ocasiones helados, en ocasiones con
glaciares ardientes, que no dejaban de fascinarla ni un sólo
segundo.
Y pensar que ella
era la única dueña de todo aquello, que sólo le pertenecía a
ella, que ella era la afortunada de llamar a aquellos ojos hogar...
Louis le cogió la
palma de la mano y se la besó.
-¿Estás bien?
Ella asintió con
la cabeza, mirando al techo. Louis apenas veía más que su
mandíbula. En ocasiones, la nariz hacía una incursión suicida por
el horizonte, debido al vaivén de su pecho, que le recordaba al de
las olas cuando había tempestad mientras alzaban y bajaban el barco,
regalando varias visiones distintas de un mismo horizonte.
-Es curioso-comentó
ella, y él escuchó la sonrisa, más que la vio-, cómo te he dicho
que tengo frío y tú has terminado de desnudarme.
-Pero apuesto a que
te lo he quitado.
Eri asintió con la
cabeza.
-Ya lo creo, Tommo.
Como sólo tú sabes-respondió, incorporándose y besándolo. Le
abrazó, temblando por el contacto del aire frío inglés con su piel
española, no acostumbrada a temperaturas demasiado altas, pero que,
por nacimiento, no gustaba del frío. Louis le acarició la espalda
superficialmente pero bastante rápido, dándole parte del calor,
como si el que manaba de él no fuera suficiente.
-Estufa 24
horas-dijo, y ella se echó a reír. Le pasó las piernas por la
cintura y decidió que no quería moverse de allí ni en un millón
de años.
-No quiero que te
vayas a trabajar.
-¿Te crees que yo
quiero moverme de este sofá después de esto?-replicó él, riendo.
Eri buscó el hueco entre su cuello y su hombro, le besó allí y
apoyó la cabeza. Alzó los ojos para mirarlo.
-Lo echabas de
menos, ¿verdad?
Él se tumbó sobre
su espalda y alcanzó la chaqueta. La cubrió como pudo.
-Tal vez.
-Lo he notado-dijo
Eri. Ante la mirada inquisitiva de Louis, se limitó a encogerse de
hombros, haciendo que la chaqueta se deslizara seductoramente por su
brazo-. Soy mujer. Y soy la tuya. Y sigo siendo yo-murmuró a
modo de explicación. Louis asintió con la cabeza, distraído. Eran
tantas las veces en que se habían mirado y se habían imaginado
conversaciones que no distaban demasiado de las que habrían tenido
en ese momento, que había llegado a creer a pies juntillas en la
telepatía.
Por eso se
sorprendía cuando conseguía sorprenderla o engañarla. Las cosas
tienen mérito cuando convences a un desconocido de que eres algo
totalmente opuesto a lo que eres en realidad, pero cuando se trata de
la persona que más te conoce, incluso mejor que tú mismo, las cosas
cambian y toman un cariz casi trascendental.
-Echaba de menos
hacerlo en el sofá-admitió, medio a regañadientes, medio contento
porque le obligaran a hacer esta confesión.
-Yo también. Pero,
¿sabes dónde más?
-¿Dónde?
-En la mesa de
billar.
Louis la miró con
ojos como platos. Ella se echó a reír, se dejó caer sobre el sofá,
y se tapó como pudo.
Los dos echarían
de menos esa mañana cuando la rutina volviera a tirarles un jarro de
agua fría por encima.
Oh dios creo que se me han nublado los ojos con tanto amor jajaja:) dios me encanta este capitulo es como el estereotipo de pareja feliz que todos quisieran tener pero con las características personalizadas es que me encanta!! Hay escritores que son basura comparado contigo y que tienen un libro publicado, podrías probar a mandar alguna de tus historias a una editorial seguro que te la publicaban!! @LauraTrashorras
ResponderEliminarY los hay que tienen el Cervantes chico y "no saben escribir" pero bueno JAJAJAJAJAJAJA muchas gracias Laura ♥
EliminarTiene razón, seguro que te los cogen. Yo nunca había leído una fanfic parecida. Ni conseguiría escribir tan bien como tú. (aunque lo intento eh) En serio, deberías hacerte escritora. He aquí una lectora asegurada de tus futuros libros. Sigue así, Eri, y nunca dejes de intentarlo.
ResponderEliminarAitana Cires, siguiendo los sueños como tú lo haces.
Un abrazo bitch :D
Aw Aitana, muchas gracias, aunque sinceramente no me veo de escritora, sería sólo un puente para lo que de verdad quiero hacer. Pero me alegra saber que tendría alguien que me comprase algún libro :)
EliminarUn abrazo ♥