sábado, 5 de abril de 2014

Pandemia.

-¿Cómo coño has hecho eso?-espetó la vigilante artificial, quitándose los cascos y abandonando a su suerte a los pobres seres que me acompañaban en los asientos, aunque no en la simulación. Yo apenas pude hacer otra cosa que fruncir el ceño e interponer mis ojos entre los fluorescentes del techo y mis ojos, aún molestos por las luces brillantes que no habían llegado a ver con éxito.
-¿Qué?-inquirí, aturdida, sintiendo aquellos efectos secundarios que se manifestaban cuando menos los necesitabas y más te molestaban: dolor de cabeza (como si me clavaran mil agujas en el cerebro, deleitándose con los pequeños géiseres escarlata generados), náuseas (la habitación estaba dando vueltas, no era yo quien se lo imaginaba: la habitación estaba dando putas vueltas a la velocidad de los planetas), ardor en el estómago (si no me estaba convirtiendo en un dragón, me había comido el infierno con la mala suerte de que no recordaba el placer de la comilona), y entumecimiento de los dedos (claro, había estado jugando a las consolas toda la noche, por eso tenía las articulaciones doloridas: de tanto usarlas). Me sentía como una mierda de aquellas que pueden participar en un campeonato de mierdas, y seguramente quedar finalistas, no hablemos ya de ganar, y lo último que me hacía falta era que una aprendiz de hacker que no había dado el resultado esperado y que ahora se dedicaba a jugar a ser Dios con cuerpos hechos de píxeles, lo que venía a ser igual de útil que un matemático gordo corriendo por la pared de un edificio, me viniera a hacer preguntas sobre la práctica de algo en lo que ella nunca sería profesional. No iba a dominar el arte de la carrera por la pared, ni el de saltar de un edificio a otro, ni el de romperse huesos en caídas que a personas normales les producirían sudores fríos tan sólo el pensar en ellas, así que, ¿por qué hacer preguntas tontas para cabrearme más de lo que ya estaba?
-La bolita gris y azul. Yo no te la he dado.
Me llevé una mano al pecho, sorprendentemente protectora por una vez en mi vida... en la que no había nadie desangrándose a mi lado. Casi pude notar cómo mis pupilas se tornaban del tamaño de dos cabezas de alfiler, mientras contemplaba los ojos castaños, inquisidores, enmarcados en aquel peinado corto de mechas que trataban de animar algo que estaba hecho para no molestar.
No culpaba a la chiquilla por su asombro, pues yo había sentido exactamente lo mismo cuando aquella bolita me atrajo con su canto de sirena, inaudible para el resto, pero alto cual trueno en medio del desierto para mí. Yo misma me estaba poniendo histérica al pensar en que podría pedirme la bola para examinarla y descubrir aquellos secretos que escondía, y que nadie hasta la fecha había desvelado jamás.
Era mi bola. Eran mis secretos. Era mi descubrimiento, y no iba a dársela.
-¿Qué pasa con la bola?
-No he encontrado nada parecido en los escáneres de memoria de tus anteriores juegos. ¿Qué es?
Me encogí de hombros, preguntándome por qué no podía ser una buena mentirosa a altas horas de la noche. Por el día se me daba bien, y eso que era el momento en que los mentirosos más cojeaban: la luz no les beneficiaba en absoluto.
-Me encontré con algo parecido cuando estaba patrullando hace un par de meses. Me llamó la atención, pero no llegué a tomarla conmigo. A veces sueño con ella-me llevé la mano teatralmente a la sien, como diciendo “eh, no me agobies, ¿quieres? Ha sido un día muy largo y una noche eterna. Necesito descansar”-, pero no sé qué significa.
-Tendré que consultarlo en los archivos.
-Si encuentras algo interesante, házmelo saber, ¿quieres?-la invité, aprovechando que se había hecho a un lado, sumida en sus pensamientos, para levantarme y ponerme en pie. La habitación seguía bailando una de aquellas horribles danzas inventadas en el milenio anterior, en que los bailarines se dedicaban a dar vueltas y más vueltas, creyéndose peonzas más que personas con piernas que podían hacer más cosas que girar. Ir recto era una de aquellas premisas.
-Tal vez en los archivos de artefactos... tal vez sirva para algo-murmuró, colocándose los cascos y ajustando el micrófono a su boca, sorprendentemente cuidada y roja. Tenía unos labios jugosos, sin cortes, cosa que era digna de admirar... eso siempre y cuando hubieras salido alguna vez de la Base para recorrer edificios por fuera.
Aquellos labios de cuento de hadas se retorcieron en una mueca cuando uno de los runners aumentó aún más el volumen de sus gritos histéricos: estaba cayendo, llevaba cayendo varios segundos, y había que sacarlo de allí ya. No te pasaba nada cuando morías en las simulaciones, pero el sentir cómo te desintegrabas y cómo todos y cada uno de tus huesos se volvían apios que se partían a la mínima de cambio no era una situación agradable.
La chica puso los ojos en blanco, conectó uno de sus altavoces con la de la frecuencia cardíaca disparada y le dijo que intentara agarrarse a un saliente. Si no calmaba sus nervios de perra histérica, no podría sacarla con éxito de la simulación.
Fruncí el ceño mientras salía de la habitación, preguntándome cómo era posible que alguien tuviera la oportunidad de quedarse encerrado dentro de aquellos mundos en los que te deshacías en miles de cristales de un blanco puro (como las alas de un ángel) si llegabas al límite de la zona simulada. Había que andarse con cuidado, no fuera a ser que en un segundo estuvieras atravesando el río a nado y al instante posterior te encontrases de vuelta en el cuerpo que era tuyo, única y exclusivamente tuyo.
La puerta oscilante se abrió de nuevo detrás de mí, escupiendo a la muchacha que había sido mi guía espiritual durante todo aquel viaje y la lucha a muerte con el ángel de mentira. Esa vez, ni siquiera se había quitado los auriculares.
-¿Por qué no utilizaste la espada?
-¿Qué dices?-espeté, girándome y notando cómo mi trenza chocaba estrepitosamente contra la pared de al lado. El sol comenzaba a salir, y seguramente gran parte de los runners de aquella planta ya estuvieran en pie, preparándose par un nuevo día de guerra sin cuartel y lucha encarnizada con la fuerza de la gravedad, que ni perdona ni olvida.
-Deseabas una espada, y yo te la di. ¿Por qué no la usaste?
Cada vez me costaba más pensar con claridad a medida que el sol se alzaba más y más en el horizonte, bañándolo todo de un color oro que prometía una nueva era idéntica a las anteriores. Era increíble lo diferentes que eran los días y lo mucho que se parecían entre sí.
Nuevos planes.
Mismas decepciones.
Nuevas carreras.
Mismos destinos.
Nuevos movimientos.
Mismo opresor.
Menos mal que yo no tenía tiempo de aburrirme. Y, en el caso de que no fuera así, siempre podría tirarme por una cornisa para entretenerme, midiendo hasta qué punto la muerte deseaba que yo siguiera correteando por el mundo.
-Necesitaba hacerlo con mi propia arma-dije por fin, alzando los hombros en actitud cerrada. Noté una sonrisa glacial cruzándome el rostro, y me vi a mí misma desde fuera, como en un sueño, disparando contra el ángel. Estaría a gusto soñando con él.
Sin embargo, esa noche (o más bien día) me tocó sufrir. Cuando llegué a mi habitación mi corazón ya se había sumido en un invierno que duraría años, y mi mente arrastraba mi cuerpo con la gracilidad de un zombie en busca de cerebros. Bajé la persiana, me sumí en la más oscura de las tinieblas, me desnudé y me acurruqué en la cama.
Pegando la pluma y la bola de la discordia contra mi pecho, me dormí no sin antes hacer creer a mi almohada que un diluvio amenazaba con ahogar a todos los edificios de la ciudad.
Ni el más alto se libraría.


Me desperté bien entrada la noche, y me recriminé duramente el haber desaprovechado un día entero. Ahora tendría que cumplir con mis tareas en la era negra, cuando la Luna gobernaba los cielos y las sombras te impedían calcular bien la distancia.
Las operaciones nocturnas eran lo mejor que había en aquel mundo y en el siguiente, no me malinterpretéis. Pero era una auténtica mierda no poder distinguir bien amigo de enemigo a menos de diez pasos de distancia, donde si te disparaban rara vez fallaban. Había fallos, sí. Los cometían los gilipollas y los que tenían Párkinson.
El problema era que en la policía nadie tenía Párkinson.
Y, aunque todos los policías eran gilipollas, no tenían una deficiencia mental lo suficientemente grande como para permitirte escapar si uno de sus disparos fallaba.
¿Por qué las ametralladoras eran las armas que más se fabricaban y repartían entre la poli? No era, desde luego, por su línea estilizada, ni porque aumentara el tamaño del miembro de aquel que la portara.
Pocas cosas eran tan rápidas como un runner huyendo, y casi ninguna lo era más. Pues bien, la ametralladora y sus disparos era lo que englobaba ese “casi” que te hacía querer colgarte de una viga y esperar a que tu cadáver se pudriera.
Me vestí despacio, regocijándome en el roce de las prendas contra mi piel (no, qué va, apenas me recordaba a mi encuentro sexual con el traidor, y yo no le echaba de menos; para nada)y ni me molesté en cerrar con llave mi habitación, cosa a la que me había acostumbrado desde que tenía pruebas que bramaban “traidora” metidas en el cajón de mi cómoda, escondidas como lo haría una cría de 15 años. Sí, era tan original que metía la primera pluma de Louis entre mis bragas, esperando que a un intruso el pudor y la decencia le llevara a apartar la manos de ahí.
No había nada sucio detrás.
Lo juro. Por lo más sagrado. Si hubiera algo sagrado por lo que estuviera dispuesta a jurar.
Mi libertad no contaba.
Y era lo único sagrado que había en aquella vida.
Decidí bajar por las escaleras, dándome a mí misma mil y una excusas diferentes. Era más sano. Me despejaba. No estaba encerrada.
La única que era válida era que Taylor rara vez subía por las escaleras, lo cual era un consuelo infinito en aquellos momentos en los que no quería saber nada de tíos. Tuvieran alas o no.
Estaba segura de que me llevaría un par de reencarnaciones mirar a Taylor de nuevo a los ojos sin que se me notase nada. Había estado bien fingir cuando no me había sentido utilizada y cuando había creído amar al ángel, pero una vez que te das cuenta de que tu amor es artificial, dudas de tu propia sombra, y no puedes dejar que los demás te miren con confianza ciega en esos casos. Suicídate si lo haces, porque eres el demonio caminando sobre la Tierra.
No me llevó ni cinco minutos bajar de mi planta a la planta baja, donde solían quedarse los vigilantes nocturnos. Como no solía haber muchos runners que se creyeran búhos, las carreras nocturnas se supervisaban desde abajo, donde se podía acompañar a quien te vigilaba escaleras arriba. La soledad estaba bien cuando corrías, pero no cuando caminabas. Tu cerebro se ponía a pensar demasiado y podías volverte paranoico por una luz que se había fundido en un momento trascendental de tu vida, que para los demás no significaba mucho más que otro anterior.
Para mi sorpresa, me encontré con Puck ordenando unos papeles y recolocando algunos ladrillos de la pared reventada por los intrusos. Me acerqué a él.
-¿Qué haces, Puck?
-¿Realmente te importa, Cyntia?-replicó él. Sonreí; rara vez me llamaba Cyntia cuando me veía preparada para salir. Y lo estaba, claramente.
-¿No sirven otros albañiles, que han cogido al peor de todos?
-Veo que eres del equipo de rescate y vienes a ayudar.
-Tengo trabajo atrasado que hacer. ¿Me ayudarás?
-Si esperas cinco minutos a que suba a mi centro de vigilancia, seré todo tuyo.
-Obviaré el tono erótico porque, para empezar, tengo novio. Y, finalmente, me das asco.
Puck se echó a reír, se limpió la frente con el dorso de la mano y se volvió a su pared. Cuando se giró para contemplar si yo estaba aún allí, la puerta que había atravesado para aparecer en la noche se estaba cerrando, preparándose para un portazo memorable que despertaría a toda la Base... y alrededores.
Puede que corriera varios minutos en silencio, escuchando el sonido de mis pasos repiqueteando contra el cemento y el sucesivo asfalto, pero a mí me cundieron como verdaderos años. Me sentía desnuda, desprotegida; era la primera vez que salía de noche sin el susurro de la respiración de mi vigilante al otro lado. Puck siempre me había vigilado cuando iba de noche, y siempre me había consolado cuando yo me había vuelto loca y había tenido ganas de aovillarme y llorar porque no lograba orientarme bien y encontrar el camino a casa.
Cuando por fin escuché la voz de Puck conectándose con su “vale, nena, démosle caña a esta maldita ciudad”, la cabeza parecía a punto de estallarme por culpa de lo mucho que llevaba corriendo sin respirar. No podía permitirme ni el sonido constante de acordeón que significaba que mis pulmones se llenaran y vaciaran rítmicamente con el aire del entorno. Temía que me atacaran.
En un mundo bañado siempre por la luz, la noche era aún más aterradora en las zonas a las que la bombilla ancestral había dado la espalda. La vida era una verdadero infierno en aquellas motas negras que se distinguían desde el espacio como pequeños focos de cáncer luchando desesperadamente por unificarse y matar al órgano al que se estaban enfrentando. Ojalá pudiera ver algo más de todo, tener una vista más alejada... o unas alas que me permitieran alejarme del suelo y, con ello, de mis enemigos.
La jornada de carreras transcurrió bien: Puck no dejaba de hablar conmigo, escuchando mi respiración cuando le ordenaba que cerrase la boca, y reanudando la conversación cuando sentía que estaba lista para que alguien llenase el aterrador silencio con una charla insustancial. Me avisó de que pronto habría una subasta para las misiones futuras, y me instó a que participara en ella. Yo habría protestado de no estar corriendo como una desquiciada, como si el diablo me persiguiese a una velocidad sobrehumana y mis piernas simplemente no fueran lo bastante rápidas. Habría esgrimido mis argumentos como quien esgrime una pistola y se dispone a disparar: no estaba en mi mejor momento, ni siquiera se deberían hacer esas subastas después de todo lo que había pasado, una decisión elitista sería mejor, los equipos siempre terminaban mal, las subastas acababan en más tensión que de costumbre, y no podíamos permitírnoslo... y yo no estaba, de nuevo, en mi mejor momento.
-Duermes de día, sabe Dios a qué se debe eso. Puede que te haya mordido un vampiro o ahora haya una partida de caza buscando tu cabello de zorra, pero, ¿qué? Puedes volver a tu rutina de siempre-bostezó, haciéndome sentir mal por mantenerlo despierto hasta tan tarde.
-No puedo hacer otra cosa. He tenido unas noches muy intensas... y de día no tengo nada que hacer.
-Por eso estás a varios kilómetros de casa, cumpliendo misiones atrasadas de noche, cuando odias correr a oscuras.
-Es lo que hay-repliqué, y no volví a pronunciar palabra. Puck no me explicó las pruebas en las que consistirían las subastas: ni le estaba permitido, ni las sabía. Eso concernía a un grupo de vigilantes al que él se había negado a pertenecer. Se recluían para debatir a qué era mejor que nos enfrentasen y un día salían clamando que había que reunirse todos en la Base. Nadie saldría a una misión, se esperaría a los que regresaran... y, al cabo de 24 horas exactas del anuncio, comenzaría la subasta. El resto de Secciones cubrirían nuestra ausencia por un tiempo; así lo hacíamos cuando otras tenían las mismas particiones y se sumían en el silencio y en la desaparición durante días. Hubo una Sección, la Sección del Año (ni siquiera recordaba su nombre antiguo) que estuvo una semana entera decidiendo quién iba a qué misión, la más peligrosa a la que se había enfrentado aquella Sección. Las subastas se resolvían con competiciones, algo así como unas olimpiadas, en el que la recompensa era la misión más deseada y difícil de la temporada.
En la Sección del Año, hubo un juego que duró ocho días. Y, desde que las puertas de aquella Base se cerraron hasta que volvieron a abrirse, pasaron casi dos semanas. El cachondeo fue obligatorio e inevitable: en cuanto los runners de aquella sección saltaron a la calle, cansados de su encierro y deseosos de camorra, los demás se metieron con ellos, diciendo que habían pasado años desde la última vez que los vieron.
Aquel tiempo en que habían estado recluidos también se contaba por caídas, pero, por suerte, no por muertos. Fue de las pocas semanas en las que no había muerto ningún runner, de lo cual se burlaron los de aquella sección, alegando que “ni siquiera sabíamos morir sin ellos”. Por eso se les quería, y por eso se les consideraba la segunda mejor Sección de toda la ciudad.
Animada por las expectativas de pelea, muy a mi pesar, apreté un poco más el paso. Quería cumplir mi misión antes de que la Luna se pusiera, lo cual sería complicado, ya que bajaba cada vez más y más deprisa, deslizándose por el tobogán del cielo y cogiendo velocidad con su descenso.

Me ardía el pecho, tenía miedo, pero jamás me había sentido tan viva: si la misión se sacaba a subasta, era porque era peligrosa, y el peligro sólo venía volando. Tal vez mi venganza estuviera más cerca de lo que pensaba.

4 comentarios:

  1. Me encanta! Siento no haberte escrito mas comentarios se que te gusta leerlos pero es que tengo el cerebro mas exprimido que una naranja con la que acaban de hacer zumo y bueno pues que la historia esta cogiendo un camino interesante y que me encanta como escribes y que siento tener la imaginación de una rueda de bicicleta y que Miau :3
    PD: Tratare de escribir más comentarios aunque solo pongan Miau jaaja
    PD2: si, el retraso es palpable...
    PD3: bicos e alertas(besos y abrazos en gallego :)
    @LauraTrashorras

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    1. No te preocupes Laura, tú sin prisa JAJAJJAJAJAJAJAJAJA no te agobies, seguro que tienes cosas más importantes que hacer que comentar en mi blog, yo lo entiendo :)
      No sabía que "abrazos" fuese "alertas" en gallego. Mola :)

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    2. En realidad es "apertas" pero el traductor es una putada jajaja :)

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    3. JAJAJAJAJAJAJA pues apertas, ale, ya sé algo en gallego

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