-¿Cómo coño has hecho
eso?-espetó la vigilante artificial, quitándose los cascos y
abandonando a su suerte a los pobres seres que me acompañaban en los
asientos, aunque no en la simulación. Yo apenas pude hacer otra cosa
que fruncir el ceño e interponer mis ojos entre los fluorescentes
del techo y mis ojos, aún molestos por las luces brillantes que no
habían llegado a ver con éxito.
-¿Qué?-inquirí,
aturdida, sintiendo aquellos efectos secundarios que se manifestaban
cuando menos los necesitabas y más te molestaban: dolor de cabeza
(como si me clavaran mil agujas en el cerebro, deleitándose con los
pequeños géiseres escarlata generados), náuseas (la habitación
estaba dando vueltas, no era yo quien se lo imaginaba: la habitación
estaba dando putas vueltas a la velocidad de los planetas), ardor en
el estómago (si no me estaba convirtiendo en un dragón, me había
comido el infierno con la mala suerte de que no recordaba el placer
de la comilona), y entumecimiento de los dedos (claro, había estado
jugando a las consolas toda la noche, por eso tenía las
articulaciones doloridas: de tanto usarlas). Me sentía como una
mierda de aquellas que pueden participar en un campeonato de mierdas,
y seguramente quedar finalistas, no hablemos ya de ganar, y lo último
que me hacía falta era que una aprendiz de hacker que no había dado
el resultado esperado y que ahora se dedicaba a jugar a ser Dios con
cuerpos hechos de píxeles, lo que venía a ser igual de útil que un
matemático gordo corriendo por la pared de un edificio, me viniera a
hacer preguntas sobre la práctica de algo en lo que ella nunca sería
profesional. No iba a dominar el arte de la carrera por la pared, ni
el de saltar de un edificio a otro, ni el de romperse huesos en
caídas que a personas normales les producirían sudores fríos tan
sólo el pensar en ellas, así que, ¿por qué hacer preguntas tontas
para cabrearme más de lo que ya estaba?
-La bolita gris y azul.
Yo no te la he dado.
Me llevé una mano al
pecho, sorprendentemente protectora por una vez en mi vida... en la
que no había nadie desangrándose a mi lado. Casi pude notar cómo
mis pupilas se tornaban del tamaño de dos cabezas de alfiler,
mientras contemplaba los ojos castaños, inquisidores, enmarcados en
aquel peinado corto de mechas que trataban de animar algo que estaba
hecho para no molestar.
No culpaba a la
chiquilla por su asombro, pues yo había sentido exactamente lo mismo
cuando aquella bolita me atrajo con su canto de sirena, inaudible
para el resto, pero alto cual trueno en medio del desierto para mí.
Yo misma me estaba poniendo histérica al pensar en que podría
pedirme la bola para examinarla y descubrir aquellos secretos que
escondía, y que nadie hasta la fecha había desvelado jamás.
Era mi bola. Eran mis
secretos. Era mi descubrimiento, y no iba a dársela.
-¿Qué pasa con la
bola?
-No he encontrado nada
parecido en los escáneres de memoria de tus anteriores juegos. ¿Qué
es?
Me encogí de hombros,
preguntándome por qué no podía ser una buena mentirosa a altas
horas de la noche. Por el día se me daba bien, y eso que era el
momento en que los mentirosos más cojeaban: la luz no les
beneficiaba en absoluto.
-Me encontré con algo
parecido cuando estaba patrullando hace un par de meses. Me llamó la
atención, pero no llegué a tomarla conmigo. A veces sueño con
ella-me llevé la mano teatralmente a la sien, como diciendo “eh,
no me agobies, ¿quieres? Ha sido un día muy largo y una noche
eterna. Necesito descansar”-, pero no sé qué significa.
-Tendré que consultarlo
en los archivos.
-Si encuentras algo
interesante, házmelo saber, ¿quieres?-la invité, aprovechando que
se había hecho a un lado, sumida en sus pensamientos, para
levantarme y ponerme en pie. La habitación seguía bailando una de
aquellas horribles danzas inventadas en el milenio anterior, en que
los bailarines se dedicaban a dar vueltas y más vueltas, creyéndose
peonzas más que personas con piernas que podían hacer más cosas
que girar. Ir recto era una de aquellas premisas.
-Tal vez en los archivos
de artefactos... tal vez sirva para algo-murmuró, colocándose los
cascos y ajustando el micrófono a su boca, sorprendentemente cuidada
y roja. Tenía unos labios jugosos, sin cortes, cosa que era digna de
admirar... eso siempre y cuando hubieras salido alguna vez de la Base
para recorrer edificios por fuera.
Aquellos labios de
cuento de hadas se retorcieron en una mueca cuando uno de los runners
aumentó aún más el volumen de sus gritos histéricos: estaba
cayendo, llevaba cayendo varios segundos, y había que sacarlo de
allí ya. No te pasaba nada
cuando morías en las simulaciones, pero el sentir cómo te
desintegrabas y cómo todos y cada uno de tus huesos se volvían
apios que se partían a la mínima de cambio no era una situación
agradable.
La
chica puso los ojos en blanco, conectó uno de sus altavoces con la
de la frecuencia cardíaca disparada y le dijo que intentara
agarrarse a un saliente. Si no calmaba sus nervios de perra
histérica, no podría sacarla con éxito de la simulación.
Fruncí
el ceño mientras salía de la habitación, preguntándome cómo era
posible que alguien tuviera la oportunidad de quedarse encerrado
dentro de aquellos mundos en los que te deshacías en miles de
cristales de un blanco puro (como las alas de un ángel)
si llegabas al límite de la zona simulada. Había que andarse con
cuidado, no fuera a ser que en un segundo estuvieras atravesando el
río a nado y al instante posterior te encontrases de vuelta en el
cuerpo que era tuyo, única y exclusivamente tuyo.
La
puerta oscilante se abrió de nuevo detrás de mí, escupiendo a la
muchacha que había sido mi guía espiritual durante todo aquel viaje
y la lucha a muerte con el ángel de mentira. Esa vez, ni siquiera se
había quitado los auriculares.
-¿Por
qué no utilizaste la espada?
-¿Qué
dices?-espeté, girándome y notando cómo mi trenza chocaba
estrepitosamente contra la pared de al lado. El sol comenzaba a
salir, y seguramente gran parte de los runners de aquella planta ya
estuvieran en pie, preparándose par un nuevo día de guerra sin
cuartel y lucha encarnizada con la fuerza de la gravedad, que ni
perdona ni olvida.
-Deseabas
una espada, y yo te la di. ¿Por qué no la usaste?
Cada
vez me costaba más pensar con claridad a medida que el sol se alzaba
más y más en el horizonte, bañándolo todo de un color oro que
prometía una nueva era idéntica a las anteriores. Era increíble lo
diferentes que eran los días y lo mucho que se parecían entre sí.
Nuevos
planes.
Mismas
decepciones.
Nuevas
carreras.
Mismos
destinos.
Nuevos
movimientos.
Mismo
opresor.
Menos
mal que yo no tenía tiempo de aburrirme. Y, en el caso de que no
fuera así, siempre podría tirarme por una cornisa para
entretenerme, midiendo hasta qué punto la muerte deseaba que yo
siguiera correteando por el mundo.
-Necesitaba
hacerlo con mi propia arma-dije por fin, alzando los hombros en
actitud cerrada. Noté una sonrisa glacial cruzándome el rostro, y
me vi a mí misma desde fuera, como en un sueño, disparando contra
el ángel. Estaría a gusto soñando con él.
Sin
embargo, esa noche (o más bien día) me tocó sufrir. Cuando llegué
a mi habitación mi corazón ya se había sumido en un invierno que
duraría años, y mi mente arrastraba mi cuerpo con la gracilidad de
un zombie en busca de cerebros. Bajé la persiana, me sumí en la más
oscura de las tinieblas, me desnudé y me acurruqué en la cama.
Pegando
la pluma y la bola de la discordia contra mi pecho, me dormí no sin
antes hacer creer a mi almohada que un diluvio amenazaba con ahogar a
todos los edificios de la ciudad.
Ni
el más alto se libraría.
Me
desperté bien entrada la noche, y me recriminé duramente el haber
desaprovechado un día entero. Ahora tendría que cumplir con mis
tareas en la era negra, cuando la Luna gobernaba los cielos y las
sombras te impedían calcular bien la distancia.
Las
operaciones nocturnas eran lo mejor que había en aquel mundo y en el
siguiente, no me malinterpretéis. Pero era una auténtica mierda no
poder distinguir bien amigo de enemigo a menos de diez pasos de
distancia, donde si te disparaban rara vez fallaban. Había fallos,
sí. Los cometían los gilipollas y los que tenían Párkinson.
El
problema era que en la policía nadie tenía Párkinson.
Y,
aunque todos los policías eran gilipollas, no tenían una
deficiencia mental lo suficientemente grande como para permitirte
escapar si uno de sus disparos fallaba.
¿Por
qué las ametralladoras eran las armas que más se fabricaban y
repartían entre la poli? No era, desde luego, por su línea
estilizada, ni porque aumentara el tamaño del miembro de aquel que
la portara.
Pocas
cosas eran tan rápidas como un runner huyendo, y casi ninguna lo era
más. Pues bien, la ametralladora y sus disparos era lo que englobaba
ese “casi” que te hacía querer colgarte de una viga y esperar a
que tu cadáver se pudriera.
Me
vestí despacio, regocijándome en el roce de las prendas contra mi
piel (no, qué va, apenas me recordaba a mi encuentro
sexual con el traidor, y yo no le echaba de menos; para
nada)y ni me molesté
en cerrar con llave mi habitación, cosa a la que me había
acostumbrado desde que tenía pruebas que bramaban “traidora”
metidas en el cajón de mi cómoda, escondidas como lo haría una
cría de 15 años. Sí, era tan original que metía la primera pluma
de Louis entre mis bragas, esperando que a un intruso el pudor y la
decencia le llevara a apartar la manos de ahí.
No
había nada sucio detrás.
Lo
juro. Por lo más sagrado. Si hubiera algo sagrado por lo que
estuviera dispuesta a jurar.
Mi
libertad no contaba.
Y
era lo único sagrado que había en aquella vida.
Decidí
bajar por las escaleras, dándome a mí misma mil y una excusas
diferentes. Era más sano. Me despejaba. No estaba encerrada.
La
única que era válida era que Taylor rara vez subía por las
escaleras, lo cual era un consuelo infinito en aquellos momentos en
los que no quería saber nada de tíos. Tuvieran alas o no.
Estaba
segura de que me llevaría un par de reencarnaciones mirar a Taylor
de nuevo a los ojos sin que se me notase nada. Había estado bien
fingir cuando no me había sentido utilizada y cuando había creído
amar al ángel, pero una vez que te das cuenta de que tu amor es
artificial, dudas de tu propia sombra, y no puedes dejar que los
demás te miren con confianza ciega en esos casos. Suicídate si lo
haces, porque eres el demonio caminando sobre la Tierra.
No
me llevó ni cinco minutos bajar de mi planta a la planta baja, donde
solían quedarse los vigilantes nocturnos. Como no solía haber
muchos runners que se creyeran búhos, las carreras nocturnas se
supervisaban desde abajo, donde se podía acompañar a quien te
vigilaba escaleras arriba. La soledad estaba bien cuando corrías,
pero no cuando caminabas. Tu cerebro se ponía a pensar demasiado y
podías volverte paranoico por una luz que se había fundido en un
momento trascendental de tu vida, que para los demás no significaba
mucho más que otro anterior.
Para
mi sorpresa, me encontré con Puck ordenando unos papeles y
recolocando algunos ladrillos de la pared reventada por los intrusos.
Me acerqué a él.
-¿Qué
haces, Puck?
-¿Realmente
te importa, Cyntia?-replicó él. Sonreí; rara vez me llamaba Cyntia
cuando me veía preparada para salir. Y lo estaba, claramente.
-¿No
sirven otros albañiles, que han cogido al peor de todos?
-Veo
que eres del equipo de rescate y vienes a ayudar.
-Tengo
trabajo atrasado que hacer. ¿Me ayudarás?
-Si
esperas cinco minutos a que suba a mi centro de vigilancia, seré
todo tuyo.
-Obviaré
el tono erótico porque, para empezar, tengo novio. Y, finalmente, me
das asco.
Puck
se echó a reír, se limpió la frente con el dorso de la mano y se
volvió a su pared. Cuando se giró para contemplar si yo estaba aún
allí, la puerta que había atravesado para aparecer en la noche se
estaba cerrando, preparándose para un portazo memorable que
despertaría a toda la Base... y alrededores.
Puede
que corriera varios minutos en silencio, escuchando el sonido de mis
pasos repiqueteando contra el cemento y el sucesivo asfalto, pero a
mí me cundieron como verdaderos años. Me sentía desnuda,
desprotegida; era la primera vez que salía de noche sin el susurro
de la respiración de mi vigilante al otro lado. Puck siempre me
había vigilado cuando iba de noche, y siempre me había consolado
cuando yo me había vuelto loca y había tenido ganas de aovillarme y
llorar porque no lograba orientarme bien y encontrar el camino a
casa.
Cuando
por fin escuché la voz de Puck conectándose con su “vale, nena,
démosle caña a esta maldita ciudad”, la cabeza parecía a punto
de estallarme por culpa de lo mucho que llevaba corriendo sin
respirar. No podía permitirme ni el sonido constante de acordeón
que significaba que mis pulmones se llenaran y vaciaran rítmicamente
con el aire del entorno. Temía que me atacaran.
En
un mundo bañado siempre por la luz, la noche era aún más
aterradora en las zonas a las que la bombilla ancestral había dado
la espalda. La vida era una verdadero infierno en aquellas motas
negras que se distinguían desde el espacio como pequeños focos de
cáncer luchando desesperadamente por unificarse y matar al órgano
al que se estaban enfrentando. Ojalá pudiera ver algo más de todo,
tener una vista más alejada... o unas alas que me permitieran
alejarme del suelo y, con ello, de mis enemigos.
La
jornada de carreras transcurrió bien: Puck no dejaba de hablar
conmigo, escuchando mi respiración cuando le ordenaba que cerrase la
boca, y reanudando la conversación cuando sentía que estaba lista
para que alguien llenase el aterrador silencio con una charla
insustancial. Me avisó de que pronto habría una subasta para las
misiones futuras, y me instó a que participara en ella. Yo habría
protestado de no estar corriendo como una desquiciada, como si el
diablo me persiguiese a una velocidad sobrehumana y mis piernas
simplemente no fueran lo bastante rápidas. Habría esgrimido mis
argumentos como quien esgrime una pistola y se dispone a disparar: no
estaba en mi mejor momento, ni siquiera se deberían hacer esas
subastas después de todo lo que había pasado, una decisión
elitista sería mejor, los equipos siempre terminaban mal, las
subastas acababan en más tensión que de costumbre, y no podíamos
permitírnoslo... y yo no estaba, de nuevo, en mi mejor momento.
-Duermes
de día, sabe Dios a qué se debe eso. Puede que te haya mordido un
vampiro o ahora haya una partida de caza buscando tu cabello de
zorra, pero, ¿qué? Puedes volver a tu rutina de siempre-bostezó,
haciéndome sentir mal por mantenerlo despierto hasta tan tarde.
-No
puedo hacer otra cosa. He tenido unas noches muy intensas... y de día
no tengo nada que hacer.
-Por
eso estás a varios kilómetros de casa, cumpliendo misiones
atrasadas de noche, cuando odias correr a oscuras.
-Es
lo que hay-repliqué, y no volví a pronunciar palabra. Puck no me
explicó las pruebas en las que consistirían las subastas: ni le
estaba permitido, ni las sabía. Eso concernía a un grupo de
vigilantes al que él se había negado a pertenecer. Se recluían
para debatir a qué era mejor que nos enfrentasen y un día salían
clamando que había que reunirse todos en la Base. Nadie saldría a
una misión, se esperaría a los que regresaran... y, al cabo de 24
horas exactas del anuncio, comenzaría la subasta. El resto de
Secciones cubrirían nuestra ausencia por un tiempo; así lo hacíamos
cuando otras tenían las mismas particiones y se sumían en el
silencio y en la desaparición durante días. Hubo una Sección, la
Sección del Año (ni siquiera recordaba su nombre antiguo) que
estuvo una semana entera decidiendo quién iba a qué misión, la más
peligrosa a la que se había enfrentado aquella Sección. Las
subastas se resolvían con competiciones, algo así como unas
olimpiadas, en el que la recompensa era la misión más deseada y
difícil de la temporada.
En
la Sección del Año, hubo un juego que duró ocho días. Y, desde
que las puertas de aquella Base se cerraron hasta que volvieron a
abrirse, pasaron casi dos semanas. El cachondeo fue obligatorio e
inevitable: en cuanto los runners de aquella sección saltaron a la
calle, cansados de su encierro y deseosos de camorra, los demás se
metieron con ellos, diciendo que habían pasado años desde la última
vez que los vieron.
Aquel
tiempo en que habían estado recluidos también se contaba por
caídas, pero, por suerte, no por muertos. Fue de las pocas semanas
en las que no había muerto ningún runner, de lo cual se burlaron
los de aquella sección, alegando que “ni siquiera sabíamos morir
sin ellos”. Por eso se les quería, y por eso se les consideraba la
segunda mejor Sección de toda la ciudad.
Animada
por las expectativas de pelea, muy a mi pesar, apreté un poco más
el paso. Quería cumplir mi misión antes de que la Luna se pusiera,
lo cual sería complicado, ya que bajaba cada vez más y más
deprisa, deslizándose por el tobogán del cielo y cogiendo velocidad
con su descenso.
Me
ardía el pecho, tenía miedo, pero jamás me había sentido tan
viva: si la misión se sacaba a subasta, era porque era peligrosa, y
el peligro sólo venía volando. Tal vez mi venganza estuviera más
cerca de lo que pensaba.
Me encanta! Siento no haberte escrito mas comentarios se que te gusta leerlos pero es que tengo el cerebro mas exprimido que una naranja con la que acaban de hacer zumo y bueno pues que la historia esta cogiendo un camino interesante y que me encanta como escribes y que siento tener la imaginación de una rueda de bicicleta y que Miau :3
ResponderEliminarPD: Tratare de escribir más comentarios aunque solo pongan Miau jaaja
PD2: si, el retraso es palpable...
PD3: bicos e alertas(besos y abrazos en gallego :)
@LauraTrashorras
No te preocupes Laura, tú sin prisa JAJAJJAJAJAJAJAJAJA no te agobies, seguro que tienes cosas más importantes que hacer que comentar en mi blog, yo lo entiendo :)
EliminarNo sabía que "abrazos" fuese "alertas" en gallego. Mola :)
En realidad es "apertas" pero el traductor es una putada jajaja :)
EliminarJAJAJAJAJAJAJA pues apertas, ale, ya sé algo en gallego
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