domingo, 20 de abril de 2014

Libélula.

Le dediqué una cálida sonrisa a Blueberry, la primera sincera en lo que me parecía muchísimo tiempo. Las comisuras de mi boca se alzaron solas; no obedecían ninguna orden de un cerebro que luchaba por ocultar la verdad, ahogándola bajo la superficie revuelta del mar compuesto por las mentiras. Parecían tener conciencia y deseos propios, y la verdad era que agradecía enormemente que pudieran hacer eso por mí.
-Tengo novio-me burlé, sabiendo de sobra que no me estaba tirando los trastos, pero también dándome cuenta de que era lo más bonito que me habían dicho en muchísimo tiempo. O lo más bonito que me dirían jamas. Al menos un runner no podía ofrecerte nada mejor y más importante para él que su propia libertad, lo cual era muy especial, ya que todos sabíamos que nosotros era lo más importante que teníamos; nuestra persona era lo único por lo que luchar, el libre albedrío era la mejor arma, aquella para la que el Gobierno aún no había creado ningún escudo efectivo.
-No soy celosa-replicó ella, armándose con una cálida sonrisa en los labios. Sus dientes eran blanquísimos, casi parecían brillar con luz propia.
Iba a replicar cuando sonó una alarma. Alguien había activado el timbre que rompía el silencio a la velocidad del rayo, informándonos a todos de la nueva condición. Pasábamos de ser libélulas bailando sobre las aguas del río a colibrís en una jaula demasiado pequeña para poder vivir bien.
Las paredes parecieron acercarse entre sí. Ya no estábamos en un hogar. Estábamos en una cárcel.
Blueberry alzó los ojos, contempló los fluorescentes que se mantenían encendidos, reticentes a dejarse vencer por el sol, y estudió después las caras de los demás, que se miraban entre sí de una manera increíblemente agresiva. Las subastas nos ponían a todos tensos, sacaban la vena más competitiva que teníamos en el cuerpo, la que no se manifestaba ni siquiera cuando unas asesinas diminutas se lanzaban a la carrera a por nosotras, atravesando el aire como un hacha.
Noté varios ojos clavándose en mí, elaborando un perfil psicológico de alguien a quien realmente no conocían ni se habían enfrentado nunca. A partir de ahora mis movimientos serían examinados al milímetro, buscando un punto débil, una cojera, una predilección por la visión de mi lado derecho o izquierdo... algo que delatase que era más fácil derrotarme de una manera o de otra.
Blueberry se cubrió el pelo con la capucha de su chaqueta negra, y nuestros ojos se encontraron.
-Necesitarán a alguien que cierre las puertas y abra los pasadizos-murmuré, mirando en derredor, sabiendo que nadie se levantaría para ayudar en ese momento. Ahora tocaba descansar, ahorrar energías y prepararse para la batalla más épica que viviríamos en los próximos años.
Las cocineras se acercaron a la ventana, pegaron sus manos a los grandes cristales, y saludaron al sol con un semblante frío e inescrutable. Fruncí el ceño; ellas no tenían que realizar ningún trabajo extra para compensar que no saliésemos: de hecho, el nivel de alimentación bajaba radicalmente durante las subastas, ya que los que no participaban en alguna prueba apenas comían. No podíamos permitirnos meternos en el cuerpo calorías que más tarde no íbamos a consumir.
Obviamente, yo nunca había sido de este tipo: siempre me había apuntado a todas las pruebas, incluso en las que sabía que no tenía ninguna posibilidad. Las subastas siempre eran buenos momentos de entrenamiento, lugares en los que fardar de habilidades y técnica, y, también, en los que aprender nuevos trucos con los que ser mejor runner. Trabajando con la élite llegabas a mezclarte con ella y formar parte de ella.
Di un brinco cuando una vibración y un ruido agudo y molesto me impactó desde el otro lado de la sala. Me volví en aquella dirección en el momento en que Blueberry terminaba de levantarse de la silla. Hubo sonrisas satisfechas a lo largo de todo el comedor. La debilidad de Blueberry era que no era sigilosa en absoluto. Ya no estaba cualificada para las mejores misiones, aquellas por las que la lucha se extendía durante varios días.
Alardeando de aquello de lo que otros carecían, me levanté en el más absoluto de los silencios y la seguí fuera del recinto, con todos los ojos pendientes de nosotras aún. La alcancé al trote, y le pasé un brazo por los hombros. Ella se limitó a seguir caminando, con los ojos ensartados en aquellas líneas negras que cubrían su mirada y le daban un aire de misterio y peligro que pocas veces se conseguía. Aunque era pequeña, era poderosa, y podía meterte en problemas si la forzabas demasiado.
-Todo el mundo te estaba mirando.
-Es que soy muy guapa-respondió, alzando los hombros con indiferencia y tatuándose el sarcasmo en la boca.
-Eres ruidosa-la corregí yo. Realmente deseaba subir al Cristal, y se lo merecería... de no ser porque si fuera la misión correría un serio peligro, cosa a la que nadie estaba dispuesto. De momento.
-Tal vez puedas mejorar; he conocido a runners que han acrecentado, y mucho, sus habilidades para la carrera y las misiones.
-Nunca me mandan a misiones en las que el silencio sea la táctica clave. Yo soy más de entrar, llevármelo todo en el menor tiempo posible, herir lo más grave y rápidamente posible y largarme de allí antes de que lleguen las fuerzas contra las que no puedo luchar.
Me detuve en seco un segundo, observando cómo caminaba y escuchando el sonido de sus pasos repiquetear contra el suelo y las paredes, que hacían las veces de amplificador para avisarnos de cuando había un peligro y conseguir que reaccionásemos lo más rápidamente posible.
Al detenerme, recordé cómo nos conocimos. No tenía un sector aún, estaba “sin catalogar”, lo cual me había parecido extraño y en contra de ella... pero en realidad era bueno. No era experta en nada, no era buena en nada, lo cual significaba que tampoco era mala en nada. No tenía puntos débiles que mostrar fácilmente, por ello aún no sabían en qué sector colocarla.
Nos había tendido una trampa a todos los que estábamos allí, de la misma manera en que se había colocado en el más absoluto de los silencios detrás de Blondie y de mí cuando íbamos en aquella persecución frenética de nuestros vigilantes, antes de saber que estaban en la parte superior del edificio en el que vivíamos y en el que nos entrenábamos.
Ella se giró y se me quedó mirando, preguntándose en aquellos ojos casi blancos por qué no seguía paseando a su lado. Se pasó una mano por la parte rapada de la cabeza, y frunció el ceño de tal manera que sus cejas casi se juntaron sobre su nariz.
-Estás fingiendo-dije. Sus cejas se unieron aún más, fusionándose en una finísima oruga negra.
-¿Qué?
-No eres ruidosa. Más bien al contrario, eres... sigilosa. Y astuta. Desde el momento en que te conocí me di cuenta de ello. Sabías que los demás te miraban y no te preocupó que creyeran conocer tus secretos.
Se echó a reír y asintió con la cabeza. Estiró la mano y me agarró del codo para tirar de mí y seguir arrastrándome por la Base hasta los pasadizos inferiores, por los que podrían entrar los ciudadanos de nuestros suburbios en caso de ataque.
Observé con más atención su pelo acabado en puntas moradas, su mirada fiera, aquellos ojos que saltaban de rincón en rincón de la misma manera en que yo saltaba de un edificio al siguiente, huyendo de todo aquello que fuera lo bastante rápido como para perseguirme.
-Tienes posibilidades si muestras lo que eres capaz de hacer.
-Te sorprendería saber hasta qué lugares es capaz de llegar la enfermedad de la traición.
Esta vez sí que me detuve en seco, y ella dio un brinco y se volvió a toda velocidad, con una mano tocándose la cintura, en el punto exacto en el que le había crecido una pistola de la nada. Sus ojos me atravesaron y escrutaron el pasillo, por el que varios runners avanzaban sin preocuparse de los demás. Un par de ellos se saludó entre sí, y pasaron de largo sin más reconocimiento que la inclinación de cabeza con la que se reconocieron mutuamente. Con eso bastaba y sobraba cuando se trataba de tu reputación y de la prueba a la que la someterían más tarde.
Pero yo no podía hacer más que preguntarme, aterrorizada, si Blueberry sabría algo.
-¿A qué ha venido eso?-inquirió, deslizando su mano por el vientre plano que se descubrió unos segundos. Tiró de su camiseta negra y volvió a centrarse en la caminata-. Creía que habías visto algo o algo te había cogido.
Negué con la cabeza.
-He recordado una cosa, y se me ha ido la cabeza.
-Sabía que estabas loca; de eso se hablaba últimamente cuando accediste sin rechistar a ser entrenadora de los puñeteros principiantes, pero, ¿sabes? Nunca pensé que llegaras a estos extremos.
-No tenía elección-protesté entre dientes, echando a andar de nuevo y superándola. Esta vez fue ella la que trotó para alcanzarme.
-Eres Kat, siempre tienes elección. Tu misión debía de ser muy importante si el fallar hizo que la gente se olvidara de quién eras para...
-Lo era-la corté, y ella se quedó callada. Llegamos a la puerta subterránea que daba a los pasadizos, cogimos unas linternas y escribimos un mensaje en una pizarra cercana, diciendo que ya nos estábamos encargando de abrir las puertas, y que sería mejor que los que se fueran a preocupar de abrirlas hicieran cosas más productivas, como preparar nuestro pequeño estadio particular.
Recorrimos la oscuridad en el más absoluto silencio. Al fin y al cabo, la lucha entre la luz y aquélla no era ruidosa, sino que se celebraba en un mundo sordo, donde el sonido era una quimera que nadie había experimentado jamás.
Blueberry apretó los dientes y se acercó un poco más a mí, temiendo de aquellos monstruos que vivían en las tinieblas y que se comerían tu alma si les dabas la oportunidad.
-Tiene que ser horrible para las familias atravesar estos lugares sin luz.
-Tienen antorchas-repliqué yo fríamente, sintiendo la trenza azotándome en la espalda, instándome a correr y huir de allí a todo lo que mis jodidas piernas dieran.
-Nunca había estado aquí.
-¿De veras? Creía que os seguían entrenando por estas zonas.
Con la intención de que nos acostumbrásemos a la oscuridad, los entrenadores nos traían a los pasadizos subterráneos cuando estábamos terminando nuestra fase preparatoria. Así, pretendían que nos orientásemos en la oscuridad y no le tuviéramos miedo a la noche ni a los temores que en ella esperaban en cada esquina.
Después de detenernos varias veces a escuchar el ruido de goteras o a gritar por sentir ratas acercándose a nuestros pies, por fin llegamos a la puerta. Descorrimos el cerrojo y, a petición de Blueberry, nos asomamos al exterior.
El pasadizo terminaba (o empezaba, dependiendo de dónde vinieras) en la única casa abandonada que había en todos los suburbios. Pura cuestión estratégica: ningún policía se atrevería a pensar que había gente viviendo en una casa cuyas paredes se caían y cuyo tejado apenas existía. Pasarían de largo y no la inspeccionarían por dentro, con lo que no encontrarían el punto débil a través del cual podían atacarnos y destruirnos si se organizaban bien.
-Blueberry, vámonos. Este lugar me da escalofríos-susurré, observando las paredes, grises por el tiempo y el descuido, y los trozos de madera que sobresalían como dientes de la pared. Había algo en lo antiguo que me daba ganas de salir corriendo y no parar nunca.
Ella se acercó a la puerta y se asomó a la calle, aprovechando un hueco en la pared por el que ésta no existía. Yo sentía cómo el frío me reptaba por la piel, avisándome de que algo andaba mal...
...una sombra atravesó la estancia a gran velocidad, cubriendo todo de penumbra en un momento. Yo alcé la mirada convencida de que había ángeles que venían a por nosotras allí fuera. Mientras tanto, Blueberry seguía mirando a la calle.
-Está todo en silencio...
-Las alarmas no les avisan de que estamos fuera de combate. Sólo saben que tienen que esconderse-informé yo, inclinándome hacia delante para observar mejor el cielo. No iba a esperar a que la sombra volviera. Nos largábamos ya.
Por fin, Blueberry se separó de la puerta, y me siguió hasta la que nos conduciría de nuevo a la base.
En el momento en que sólo quedaba una ranura a través de la que ver el exterior, aquella palpitación oscura se repitió.

Corrí como pocas veces había corrido en mi vida, sabiendo que la pistola que traía Blueberry no sería suficiente para defendernos de una criatura que podía volar.

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