Le
dediqué una cálida sonrisa a Blueberry, la primera sincera en lo
que me parecía muchísimo tiempo. Las comisuras de mi boca se
alzaron solas; no obedecían ninguna orden de un cerebro que luchaba
por ocultar la verdad, ahogándola bajo la superficie revuelta del
mar compuesto por las mentiras. Parecían tener conciencia y deseos
propios, y la verdad era que agradecía enormemente que pudieran
hacer eso por mí.
-Tengo
novio-me burlé, sabiendo de sobra que no me estaba tirando los
trastos, pero también dándome cuenta de que era lo más bonito que
me habían dicho en muchísimo tiempo. O lo más bonito que me dirían
jamas. Al menos un runner no podía ofrecerte nada mejor y más
importante para él que su propia libertad, lo cual era muy especial,
ya que todos sabíamos que nosotros era lo más importante que
teníamos; nuestra persona era lo único por lo que luchar, el libre
albedrío era la mejor arma, aquella para la que el Gobierno aún no
había creado ningún escudo efectivo.
-No
soy celosa-replicó ella, armándose con una cálida sonrisa en los
labios. Sus dientes eran blanquísimos, casi parecían brillar con
luz propia.
Iba
a replicar cuando sonó una alarma. Alguien había activado el timbre
que rompía el silencio a la velocidad del rayo, informándonos a
todos de la nueva condición. Pasábamos de ser libélulas bailando
sobre las aguas del río a colibrís en una jaula demasiado pequeña
para poder vivir bien.
Las
paredes parecieron acercarse entre sí. Ya no estábamos en un hogar.
Estábamos en una cárcel.
Blueberry
alzó los ojos, contempló los fluorescentes que se mantenían
encendidos, reticentes a dejarse vencer por el sol, y estudió
después las caras de los demás, que se miraban entre sí de una
manera increíblemente agresiva. Las subastas nos ponían a todos
tensos, sacaban la vena más competitiva que teníamos en el cuerpo,
la que no se manifestaba ni siquiera cuando unas asesinas diminutas
se lanzaban a la carrera a por nosotras, atravesando el aire como un
hacha.
Noté
varios ojos clavándose en mí, elaborando un perfil psicológico de
alguien a quien realmente no conocían ni se habían enfrentado
nunca. A partir de ahora mis movimientos serían examinados al
milímetro, buscando un punto débil, una cojera, una predilección
por la visión de mi lado derecho o izquierdo... algo que delatase
que era más fácil derrotarme de una manera o de otra.
Blueberry
se cubrió el pelo con la capucha de su chaqueta negra, y nuestros
ojos se encontraron.
-Necesitarán
a alguien que cierre las puertas y abra los pasadizos-murmuré,
mirando en derredor, sabiendo que nadie se levantaría para ayudar en
ese momento. Ahora tocaba descansar, ahorrar energías y prepararse
para la batalla más épica que viviríamos en los próximos años.
Las
cocineras se acercaron a la ventana, pegaron sus manos a los grandes
cristales, y saludaron al sol con un semblante frío e inescrutable.
Fruncí el ceño; ellas no tenían que realizar ningún trabajo extra
para compensar que no saliésemos: de hecho, el nivel de alimentación
bajaba radicalmente durante las subastas, ya que los que no
participaban en alguna prueba apenas comían. No podíamos
permitirnos meternos en el cuerpo calorías que más tarde no íbamos
a consumir.
Obviamente,
yo nunca había sido de este tipo: siempre me había apuntado a todas
las pruebas, incluso en las que sabía que no tenía ninguna
posibilidad. Las subastas siempre eran buenos momentos de
entrenamiento, lugares en los que fardar de habilidades y técnica,
y, también, en los que aprender nuevos trucos con los que ser mejor
runner. Trabajando con la élite llegabas a mezclarte con ella y
formar parte de ella.
Di
un brinco cuando una vibración y un ruido agudo y molesto me impactó
desde el otro lado de la sala. Me volví en aquella dirección en el
momento en que Blueberry terminaba de levantarse de la silla. Hubo
sonrisas satisfechas a lo largo de todo el comedor. La debilidad de
Blueberry era que no era sigilosa en absoluto. Ya no estaba
cualificada para las mejores misiones, aquellas por las que la lucha
se extendía durante varios días.
Alardeando
de aquello de lo que otros carecían, me levanté en el más absoluto
de los silencios y la seguí fuera del recinto, con todos los ojos
pendientes de nosotras aún. La alcancé al trote, y le pasé un
brazo por los hombros. Ella se limitó a seguir caminando, con los
ojos ensartados en aquellas líneas negras que cubrían su mirada y
le daban un aire de misterio y peligro que pocas veces se conseguía.
Aunque era pequeña, era poderosa, y podía meterte en problemas si
la forzabas demasiado.
-Todo
el mundo te estaba mirando.
-Es
que soy muy guapa-respondió, alzando los hombros con indiferencia y
tatuándose el sarcasmo en la boca.
-Eres
ruidosa-la corregí yo. Realmente deseaba subir al Cristal, y se lo
merecería... de no ser porque si fuera la misión correría un serio
peligro, cosa a la que nadie estaba dispuesto. De momento.
-Tal
vez puedas mejorar; he conocido a runners que han acrecentado, y
mucho, sus habilidades para la carrera y las misiones.
-Nunca
me mandan a misiones en las que el silencio sea la táctica clave. Yo
soy más de entrar, llevármelo todo en el menor tiempo posible,
herir lo más grave y rápidamente posible y largarme de allí antes
de que lleguen las fuerzas contra las que no puedo luchar.
Me
detuve en seco un segundo, observando cómo caminaba y escuchando el
sonido de sus pasos repiquetear contra el suelo y las paredes, que
hacían las veces de amplificador para avisarnos de cuando había un
peligro y conseguir que reaccionásemos lo más rápidamente posible.
Al
detenerme, recordé cómo nos conocimos. No tenía un sector aún,
estaba “sin catalogar”, lo cual me había parecido extraño y en
contra de ella... pero en realidad era bueno. No era experta en nada,
no era buena en nada, lo cual significaba que tampoco era mala en
nada. No tenía puntos débiles que mostrar fácilmente, por ello aún
no sabían en qué sector colocarla.
Nos
había tendido una trampa a todos los que estábamos allí, de la
misma manera en que se había colocado en el más absoluto de los
silencios detrás de Blondie y de mí cuando íbamos en aquella
persecución frenética de nuestros vigilantes, antes de saber que
estaban en la parte superior del edificio en el que vivíamos y en el
que nos entrenábamos.
Ella
se giró y se me quedó mirando, preguntándose en aquellos ojos casi
blancos por qué no seguía paseando a su lado. Se pasó una mano por
la parte rapada de la cabeza, y frunció el ceño de tal manera que
sus cejas casi se juntaron sobre su nariz.
-Estás
fingiendo-dije. Sus cejas se unieron aún más, fusionándose en una
finísima oruga negra.
-¿Qué?
-No
eres ruidosa. Más bien al contrario, eres... sigilosa. Y astuta.
Desde el momento en que te conocí me di cuenta de ello. Sabías que
los demás te miraban y no te preocupó que creyeran conocer tus
secretos.
Se
echó a reír y asintió con la cabeza. Estiró la mano y me agarró
del codo para tirar de mí y seguir arrastrándome por la Base hasta
los pasadizos inferiores, por los que podrían entrar los ciudadanos
de nuestros suburbios en caso de ataque.
Observé
con más atención su pelo acabado en puntas moradas, su mirada
fiera, aquellos ojos que saltaban de rincón en rincón de la misma
manera en que yo saltaba de un edificio al siguiente, huyendo de todo
aquello que fuera lo bastante rápido como para perseguirme.
-Tienes
posibilidades si muestras lo que eres capaz de hacer.
-Te
sorprendería saber hasta qué lugares es capaz de llegar la
enfermedad de la traición.
Esta
vez sí que me detuve en seco, y ella dio un brinco y se volvió a
toda velocidad, con una mano tocándose la cintura, en el punto
exacto en el que le había crecido una pistola de la nada. Sus ojos
me atravesaron y escrutaron el pasillo, por el que varios runners
avanzaban sin preocuparse de los demás. Un par de ellos se saludó
entre sí, y pasaron de largo sin más reconocimiento que la
inclinación de cabeza con la que se reconocieron mutuamente. Con eso
bastaba y sobraba cuando se trataba de tu reputación y de la prueba
a la que la someterían más tarde.
Pero
yo no podía hacer más que preguntarme, aterrorizada, si Blueberry
sabría algo.
-¿A
qué ha venido eso?-inquirió, deslizando su mano por el vientre
plano que se descubrió unos segundos. Tiró de su camiseta negra y
volvió a centrarse en la caminata-. Creía que habías visto algo o
algo te había cogido.
Negué
con la cabeza.
-He
recordado una cosa, y se me ha ido la cabeza.
-Sabía
que estabas loca; de eso se hablaba últimamente cuando accediste sin
rechistar a ser entrenadora de los puñeteros principiantes, pero,
¿sabes? Nunca pensé que llegaras a estos extremos.
-No
tenía elección-protesté entre dientes, echando a andar de nuevo y
superándola. Esta vez fue ella la que trotó para alcanzarme.
-Eres
Kat, siempre tienes elección. Tu misión debía de ser muy
importante si el fallar hizo que la gente se olvidara de quién eras
para...
-Lo
era-la corté, y ella se quedó callada. Llegamos a la puerta
subterránea que daba a los pasadizos, cogimos unas linternas y
escribimos un mensaje en una pizarra cercana, diciendo que ya nos
estábamos encargando de abrir las puertas, y que sería mejor que
los que se fueran a preocupar de abrirlas hicieran cosas más
productivas, como preparar nuestro pequeño estadio particular.
Recorrimos
la oscuridad en el más absoluto silencio. Al fin y al cabo, la lucha
entre la luz y aquélla no era ruidosa, sino que se celebraba en un
mundo sordo, donde el sonido era una quimera que nadie había
experimentado jamás.
Blueberry
apretó los dientes y se acercó un poco más a mí, temiendo de
aquellos monstruos que vivían en las tinieblas y que se comerían tu
alma si les dabas la oportunidad.
-Tiene
que ser horrible para las familias atravesar estos lugares sin luz.
-Tienen
antorchas-repliqué yo fríamente, sintiendo la trenza azotándome en
la espalda, instándome a correr y huir de allí a todo lo que mis
jodidas piernas dieran.
-Nunca
había estado aquí.
-¿De
veras? Creía que os seguían entrenando por estas zonas.
Con
la intención de que nos acostumbrásemos a la oscuridad, los
entrenadores nos traían a los pasadizos subterráneos cuando
estábamos terminando nuestra fase preparatoria. Así, pretendían
que nos orientásemos en la oscuridad y no le tuviéramos miedo a la
noche ni a los temores que en ella esperaban en cada esquina.
Después
de detenernos varias veces a escuchar el ruido de goteras o a gritar
por sentir ratas acercándose a nuestros pies, por fin llegamos a la
puerta. Descorrimos el cerrojo y, a petición de Blueberry, nos
asomamos al exterior.
El
pasadizo terminaba (o empezaba, dependiendo de dónde vinieras) en la
única casa abandonada que había en todos los suburbios. Pura
cuestión estratégica: ningún policía se atrevería a pensar que
había gente viviendo en una casa cuyas paredes se caían y cuyo
tejado apenas existía. Pasarían de largo y no la inspeccionarían
por dentro, con lo que no encontrarían el punto débil a través del
cual podían atacarnos y destruirnos si se organizaban bien.
-Blueberry,
vámonos. Este lugar me da escalofríos-susurré, observando las
paredes, grises por el tiempo y el descuido, y los trozos de madera
que sobresalían como dientes de la pared. Había algo en lo antiguo
que me daba ganas de salir corriendo y no parar nunca.
Ella
se acercó a la puerta y se asomó a la calle, aprovechando un hueco
en la pared por el que ésta no existía. Yo sentía cómo el frío
me reptaba por la piel, avisándome de que algo andaba mal...
...una
sombra atravesó la estancia a gran velocidad, cubriendo todo de
penumbra en un momento. Yo alcé la mirada convencida de que había
ángeles que venían a por nosotras allí fuera. Mientras tanto,
Blueberry seguía mirando a la calle.
-Está
todo en silencio...
-Las
alarmas no les avisan de que estamos fuera de combate. Sólo saben
que tienen que esconderse-informé yo, inclinándome hacia delante
para observar mejor el cielo. No iba a esperar a que la sombra
volviera. Nos largábamos ya.
Por
fin, Blueberry se separó de la puerta, y me siguió hasta la que nos
conduciría de nuevo a la base.
En
el momento en que sólo quedaba una ranura a través de la que ver el
exterior, aquella palpitación oscura se repitió.
Corrí
como pocas veces había corrido en mi vida, sabiendo que la pistola
que traía Blueberry no sería suficiente para defendernos de una
criatura que podía volar.
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