No me percaté de que me
había desmayado hasta que escuché una voz lejana, como pronunciada
a través de montañas, exclamar:
-¡Ayudadme a quitármela
de encima!
Abrí los ojos con las
pocas fuerzas que me quedaban, preguntándome durante cuánto tiempo
había estado dormida, grogui, o como quisiera que se llamara
aquello. Tragué saliva, y me sorprendí al notar que tenía un sabor
metálico. Había sangre en mi boca, además de corriéndome por la
cara desde la herida de la frente y las del resto del cuerpo.
El mundo a mi alrededor
no tenía sustancia; era incorpóreo salvo por aquella masa que me
tenía bien agarrada. A sus ojos, era el objeto más preciado del
mundo. Si no, no me explicaba por qué ponía tanto empeño en no
dejar que la incorporeidad se hiciese cargo de mí.
Tras una sacudida, mis
pies tocaron algo mucho más duro que la masa que me había sujetado.
Me balanceé peligrosamente, y supe que me caería, y que me haría
mucho daño. Efectivamente, pasó. La fuerza del mundo corrió hacia
mí como si se hubiera acordado de repente de que existía, y la
gravedad me tragó con toda la furia de quien descubre que tiene
tareas pendientes.
Volví a cerrar los
ojos, y las voces que siguieron a la caída desaparecieron: sólo
estábamos el blanco del mundo, yo, y el pitido de mi cabeza. Fue lo
único que me hizo saber que no estaba muerta.
Sentí muy de lejos,
casi a través de una armadura que no recordaba haberme puesto, cómo
alguien me levantaba. Escuché gritos e improperios mientras me
movían, me separaban del mundo más blando y me arrastraban por el
más duro. Me dejaron quieta. Volvieron a moverme. Me volvieron a
detener en mi tortuoso avance de caracol vuelto sobre su concha.
-No sobrevivirá-dijo
alguien, un chico, y supe que tenía razón. No recordaba aquella
voz. Pero el suelo era demasiado familiar como para no estar en casa.
-Tiene que hacerlo; me
ha costado muchísimo traerla-esta vez la voz era la de una chica,
que jadeaba a causa del esfuerzo. Me resultaba familiar. ¿Blondie?-.
Además, Louis no me perdonará que su juguete se haya roto antes de
acabar sus juegos.
-¿Es de Louis?
-Es mía. Yo la cogí
primero-replicó la chica, testaruda. Louis, Louis, Louis. ¿Por qué
sabían quién era Louis? ¿Por qué no me mataban allí mismo si ya
sabían del ángel, mi ángel de la guarda? No tenía ningún
sentido.
-Sus heridas son muy
graves. No podremos hacer mucho.
-Haced lo que queráis.
No pienso renunciar tan fácilmente a mi primera runner. Además,
Louis parece interesado en ella. No me extraña-alguien me movió el
pelo, sentí una ráfaga de viento azotar mi cara. Una pestaña se
desprendió de su sitio y voló por los aires, sin saber muy bien a
dónde debía ir ni por qué se había escapado de mis párpados-; es
bastante guapa.
-No puede juntarse con
ella.
-Louis puede juntarse
con quien le dé la gana, ¿lo has olvidado?
-Con ella, no-dijo el
chico, tozudo. Dos troncos pasaron por debajo de mi cuerpo, sus ramas
se curvaron y me sostuvieron con un calor que no era propio de la
madera.
Puck, me estás
haciendo daño, pensé a gritos, llenando el vacío con mis
súplicas de que se detuviera o de que, al menos, tuviera más
cuidado. No recordaba que la voz de Puck sonase tan rara, pero,
¿quién sabía? Bien podía estar medio sorda y oír mal. A eso
debía deberse todo.
-Si muere, me encargaré
perfectamente de que te dejen desarmado sin anestesia, y luego te
tiraré desde el Cristal-amenazó Blondie, con una originalidad que
no me esperaba de ella. ¿Desarmarlo sin anestesia? ¿A qué se debía
aquello?
Un nuevo mundo blando se
pegó a mi costado. Me balanceó varias veces, con ruido de tormenta
muy lejana que se presentaba para destruir la poca calma que yo aún
conservaba.
Con los relámpagos y
sus correspondientes truenos de fondo, traté de recapitular. Pero es
difícil mirar cuando no tienes ojos. No conseguí mucho.
-¿Qué llevas
ahí?-preguntaban fantasmas que iban y venían. Intenté correr,
moverme, perseguirlos, pero nada surtió efecto. Mis piernas apenas
respondían, mis brazos colgaban inertes, bailando al son de un vals
que no conseguía sintonizar en la radio.
-¿Y esos tatuajes?
-¿Es una de ellos?
-¿Va a sobrevivir?
A todos les respondía
el silencio, y los fantasmas se iban por donde habían llegado, si es
que alguna vez habían llegado a ningún sitio. Eso sí, antes de
desaparecer sin dejar rastro, subían un poco el volumen de los
lejanos truenos y su abundancia, de tal forma que llegó un momento
en que apenas se oía nada más que el sonido de las nubes cargadas
eléctricamente chocar las unas contra las otras, en una espiral de
caos que pocas veces podría repetirse.
Entonces, llegó el
terremoto.
El mundo que me sostenía
vaciló un momento. Los troncos que me llevaban volando se movieron
de forma tan violenta que creí que volvería a caerme
(¿“volvería”?), las ramas desaparecieron, y otros troncos
vinieron a recogerme.
-La ha traído Angelica.
No recordaba que Blondie
se llamase en realidad Angelica. Ni siquiera sabía si me había
dicho su nombre. Poco importaba. El caso era que me habían traído a
casa, que me estaban depositando sobre algo frío y liso, y que por
fin parecía que la tormenta había pasado. Desapareció en el más
absoluto de los silencios.
-¿Se ha desmayado?
-No lo sé, no ha dicho
nada y no se ha movido.
Tal
vez esté muerta, y no pueda escapar de aquí nunca más,
pensé.
-¿Qué quiere Angelica
que hagamos con ella? ¿Intentamos insertárselas?
-Me parece que lo único
que quiere es que la curemos. Nuestra leyenda viviente se ha
encaprichado de ella-el sarcasmo de la voz me hizo preguntarme a qué
se debía toda aquella fiesta de voces. En la Base nunca, jamás, iba
nadie a recoger a los heridos, ni a preguntar cómo estaban, ni nada
por el estilo. De ser así, en pocos minutos se interrumpirían todas
las misiones, y casi nadie podría salir de nuestro edificio por
temor a que llegase un nuevo lesionado y no poder enterarse.
Esperaba no estar
realmente muerta. El protocolo cambiaba si había una muerte, más si
eran varias, y si era en una misión muy importante, nuestra vida se
paralizaba.
Me pregunté si los
muertos serían conscientes de parte de lo que sucedía a su
alrededor. Si realmente era así, me alegraría mucho se haber jurado
ante el cuerpo aún caliente de mi pequeña hermana que no
descansaría hasta poder vengarme y matar, al menos, a un ángel. Ojo
por ojo.
Así ella sabría que lo
habría intentado con todas mis fuerzas y que su marcha realmente me
había dolido.
Cientos de manos me
rozaron, me dejaron descubierta ante un frío que no me esperaba, y
serpientes de bocas sin colmillos se clavaron en mi cuerpo.
-Tiene pulso.
-Está viva-susurró la
voz del que me había traído, el Puck mutante. Alguien suspiró.
Esperé que fuera Puck.
-Tiene mala pinta, pero
creo que saldrá de esta-informó otra voz, esta vez la de una mujer,
que no era Blondie. Tampoco era Blueberry. Parecía realmente mayor.
No anciana, pero sí mayor. De las que se quedaban vigilando nuestras
carreras.
-Bien. Iré a decirle a
Angelica que su pequeña mascota se pondrá bien.
Y sonido de algo
metálico arrastrándose, deteniéndose, y volviéndose a arrastrar.
Una luz penetró por mi
campo visual y me hirió en lo más profundo de mi ser cuando alguien
me movió un párpado.
-Decidme que no tiene
ningún brazo roto.
-El desnudo.
-Bien. No debemos
tocarle los tatuajes. Nunca nos han traído a ninguno con los
tatuajes tan bien hechos y conservados. Vendádselos.
¿Qué pasaba con mis
tatuajes? No era tan difícil volver a hacérmelos.
-Puede que esto de
moleste un poco, runner-musitó una voz dulce, que no había hecho
acto de presencia hasta la fecha. A continuación, me clavó una
jeringuilla en el brazo. Sentí el líquido correr por mi cuerpo
hasta que el frío se mezcló con el calor. Todo desapareció.
-¿La despertamos?
-Estaría bien, sí.
Les llevaron muchas
sacudidas, momentos de espera y suspiros de frustración, pero por
fin consiguieron que respondiera a sus estímulos y que la armadura
que me llevaba cubriendo durante lo que parecía toda la eternidad
desapareciera. Miré en derredor, intentando reconocer la sala. Por
desgracia, no había estado nunca en todas las habitaciones de la
Base. Sí que había frecuentado en cierta ocasión la enfermería,
pero desde luego jamás había pisado todas y cada una de sus
consultas. En cuanto lo hacías, te sentaban en una silla acolchada,
cómoda, frente a varios monitores, y te hacían dar órdenes a
cambio de no volver a tomar decisiones sobre la marcha.
Lo que me puso tensa fue
que no reconocí ninguna de las caras con las que me encontré. Todos
me miraban con la fascinación y la preocupación mezcladas en el
rostro. Me hizo pensar que había estado muy mal, y que podría haber
muerto. Seguramente era un milagro andante. Me pregunté si me
exhibirían en alguna vitrina para recordarles a los aprendices que
no estaba bien arriesgarse a lo tonto.
-¿Cuál es tu nombre?
-Kat-murmuré con un
hilo de voz. ¿No sabían leer tatuajes, o qué? Los médicos que
teníamos cada vez eran peores.
-Bien, Kat. Necesitamos
que colabores. Vamos a pasarte unas luces para ver qué huesos tienes
rotos. No te asustes.
Dicho eso, cogió una
lámpara de mano que emitía una luz azulada, ligeramente violácea,
y la paseó por mi cuerpo. El brazo de los tatuajes estaba bien. El
desnudo, no tanto. Tenía una rotura a mitad del radio que hacía que
una de las partes se clavase en el cúbito. ¿Por qué no me dolía
si tenía tan mala pinta?
El doctor chasqueó la
lengua. Pasó a mis piernas. Tenía una cadera ligeramente
desplazada. Habría que arreglar eso.
Y no me dolía.
Oh, y me había roto una
pierna. El fémur y el peroné. La tibia estaba bien.
Y no me dolía nada.
-De acuerdo. Vamos a
soldártelos para que te recuperes, ¿eh? Volveremos a dormirte.
-¿Por qué no me
duelen?-quise saber, pero otro líquido de un amarillo brillante ya
estaba entrando en mi organismo.
Lo último que escuché
fue el sonido de mi cabeza al caer y chocar contra una almohada que
no había estado allí hasta hacía un segundo. Por supuesto, no noté
nada.
Para cuando me desperté,
la sala había sufrido una metamorfosis brutal. Estaba tendida en una
cama, de proporciones épicas, mucho mayor que mi habitación en la
Base. No podía haber lugares tan grandes en nuestro edificio. Me
habían llevado a un lugar diferente.
Había muchísima luz, y
no de la clase que procede de arriba, no. No era luz fluorescente,
sino natural, luz solar, que se filtraba por unas enormes ventanas
por las que podía pasar un humano perfectamente. Me incorporé,
recordando todo lo que había pasado. Y esta vez pude ir más allá
del mundo insustancial y el incorpóreo. Recordé la subasta. Lo
anterior a esta, y lo posterior. La llegada al Cristal. La lucha por
la supervivencia como nunca antes la había vivido. La azotea, las
vistas, el ser la reina del mundo por un momento.
El ángel rubio,
Angelica, atrapándome y tirándome por la azotea.
Y Louis volando y
recogiéndome en medio de un resplandor azul.
Fui uniendo las piezas
que no había conseguido asimilar y encajar en el puzzle hasta darme
cuenta de lo evidente: si no había reconocido las voces, era porque
no las había escuchado nunca. Si no había reconocido a los
doctores, era porque había sido la primera vez que los veía.
Dios, era tan estúpida.
Les había dicho mi nombre de runner. Ahora no podría correr más.
Me matarían. Un bando u otro lo haría.
Temblando, me destapé
con cuidado, esperando un ramalazo de dolor que jamás llegó.
Observé mi cuerpo, y me fascinó no encontrar ningún cambio. Conté
las cicatrices, y todas estaban allí, sin compañeras nuevas con las
que jugar y de las que jactarme.
Cuando me decidí a
alzar la vista, un pájaro de ojos azules y pelo castaño me estaba
mirando, con la preocupación escrita en el rostro. Le sostuve la
mirada, y supe que él no empezaría a hablar antes que yo.
Decidí hacer un esquema
mental coherente antes de empezar con mi interrogatorio. Y mis huesos
rotos sin cicatrices estarían en un lugar muy elevado.