martes, 11 de noviembre de 2014

Empire State of Mind.

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Desde que el sobre llegara a su casa, Noemí sentía un nudo en la garganta que le era imposible ignorar. Se sorprendía, incluso, de que el aire pudiera atravesarlo, posarse en sus pulmones y permitirle respirar, seguir viviendo.
Se descubría a sí misma contemplando el reloj con estupefacción, preguntándose cuándo su cuerpo diría “basta” y se negaría a seguir luchando contra sí misma, y abandonar su alma a su suerte.
Diana llevaba ya horas encerrada en su habitación, en una huelga vital que no parecía decaer. Harry acababa de marcharse al instituto de la chiquilla, donde saquearía la taquilla de ésta junto a Zoe, la mejor amiga de su hija, cual par de piratas sin navío.
Y ella había entrado en su estudio, se había sentado en su escritorio y se había dedicado a pasar hojas de las carpetas que contenían sus diseños, inspeccionando cosas que sus ojos no podían ver, y a sumirse en una meditación sin los garabatos que en países lejanos invocaban a la paz y a los dioses más benévolos, pidiéndoles clemencia ante lo que ellos sabían que se avecinaba, y los mortales desconocían.
Aparó la vista de un boceo del vestido que pretendía tener listo para el decimoséptimo cumpleaños de su pequeña, en más de medio año, pero que llevaba ideando prácticamente desde que nació.
Todo parecía encajar como el más sencillo de los puzzles: ella, una de las mejores de Nueva York (y, consecuentemente, del mundo); su marido, una de las mayores estrellas de la música de todos los tiempos; y el producto de ese amor incondicional que sentía por Harry: Diana, la modelo más cotizada del momento, a la que todos querían y a la que muy pocos conseguían encandilar.
La niña ya había ocupado portadas en VOGUE, pero lo que le habían preparado para su 17º aniversario no tenía nada que ver.
El número de Septiembre, el más importante.
El número más internacional y sincronizado.
Un vestido de brillantes en cascada con la espalda descubierta, y las correspondientes joyas.
Y su hija alcanzando la edad en que comenzaba a pertenecerse a sí misma.
Ahora, todo se había ido al traste, y había saltado por los aires como explotan los fuegos artificiales el Día de la Independencia, precisamente el único día en que Diana se permitía recuperar su edad y alzar los brazos al cielo, embobada con las luces que, por un momento, cambiaban su hábitat natural sobre el asfalto de la jungla por el de las estrellas sobre el Hudson, aquella serpiente negra que llegaba cada noche y que abrazaba Manhattan con abrazo cruel.
Abajo, la vida y segura, y Nueva York, palpitaban como siempre, ajenas a todos los dramas de los áticos más exclusivos y grandes de la zona de más grande exclusividad de la ciudad.
Podrían haber ido mal tantas cosas, y precisamente la que más le dolía a Noemí era la que había acabado por estallar... Podrían haberse perdido los negocios, en VOGUE podrían cambiar de opinión y decidir apostar por una top que llevase mucho tiempo en el negocio, Diana podría incluso decidir que se había aburrido de las pasarelas y que quería pasarse a otra cosa, como el vestir a las demás en vez de dejar que las demás la vistieran a ella.
Pero nunca, jamás, pensó que podría ocurrir algo que hiciera apetecible la idea de mandarla al otro extremo del mundo, desterrarla hasta que lo peor de su ser se quedase anclado en la capital del Viejo Mundo.
Había debatido eso largo y tendido con Harry, ya desde que el día anterior, por la tarde, cuando llegaba de una comida de negocios, él recogiera un sobre marrón con un sencillo mensaje escrito a letra apresurada a permanente negro: “el karma acabará por alcanzarla”.
Posibilidades de que Erika hubiera atravesado el océano para dedicarse a semejantes gilipolleces, como predicar su querido karma por todo lo ancho y alto de la ciudad aparte, por la cabeza de Noemí pasó efectivamente un segundo el rostro de su amiga. La imagen de ella, décadas atrás, estirada cuan larga era en el sofá, contemplando la televisión y encogiéndose de hombros mientras hablaban de que tal chica de su instituto había conseguido tal papel, ella había pronunciado exactamente la misma frase.
-El karma acabará por alcanzarla.
Y dicho, y hecho. Como si tuviera algún poder sobrenatural sobre el universo, a las pocas semanas de conseguir saltar a la fama, la chica se veía oscurecida por la noticia de que habían encontrado drogas en su casa, y fotografías con las que chantajeaba a los productores para conseguir un hueco en el mundo de la actuación... el mundo que, precisamente, había anhelado la española vidente desde que tenía uso de razón.
La habían absuelto, sí, por lo que Noemí no sabía si considerarlo una acción de la “justicia universal”. Pero las puertas del limbo se cerraron en sus narices, y la criatura se vio arrastrada hacia el mar del anonimato, condenada a navegar a la deriva, siguiendo los caprichos de las corrientes marinas.
Erika no pudo estar más satisfecha en toda su vida por aquello. No habría mártires. No habría esperanza. Simplemente justicia limpia, auténtica, no como la que practicaban los juzgados.
Harry había subido las escaleras (sí, siempre subía por las escaleras) contemplando el sobre, decidiendo si sería mejor mirarlo primero él y luego dárselo a su mujer, o hacerlo conjuntamente. Sospechaba que se trataba de su hija; el 99% del tiempo era Diana, lo que le hacía vacilar más aún.
El sobre permanecía cerrado cuando Styles abrió la puerta, y siguió cerrado mientras comían él, su hermana, y su esposa.
Una vez se fue Gemma, Harry tomó el sobre, que había guardado dentro de su gabardina, y se lo tendió a Noemí con gesto serio.
Noemí siempre tenía la sensación de que Harry se negaba en redondo a aceptar las cosas malas que hacía su hija, que ella pudiera realmente ser una mala persona y llevar el demonio en el fondo, porque él era incapaz de ver maldad alguna en las personas. Podía ver deslices, actos que no se correspondían con lo moralmente correcto, pero, ¿Diana siendo mala? ¿Haciendo daño, a propósito, a los demás? A veces, a la madre le entraban dudas de cómo era su hija realmente.
El sobre se encargó de arrojar luz sobre el asunto, a pesar de que no contenía una bombilla, ni tampoco una lupa.
La Noemí actual abrió un cajón y contempló la gran letra apresurada, como si el que había dejado en el buzón aquello se hubiera decidido en el último instante. No era para menos, la verdad. Había cambiado más vidas de las que, seguramente, pudiera llegar a crear más tarde.
Siempre es duro cuando te abren los ojos, pensó Noemí con un acento exageradamente neoyorquino. De las tres españolas, era la que más fácilmente cambiaba de dialecto del inglés; le habían llegado a decir en París que hablaba como las autóctonas de la ciudad de la luz, cosa que la halagó sobremanera.
Volvió a abrir el sobre y a estudiar su contenido, horrorizada por lo que podían llegar a hacer algunas personas, aunque la acción no llegara a consumarse.
-Ha sido esta vida, Noe-dijo Harry, alcanzándole la mano mientras ella contemplaba con pánico lo que se había esparcido sobre la mesa. Harry no lo había mirado mucho; con un vistazo le había bastado para constatar que, efectivamente, no quería saber más. Pero en ella, todo el sobre ejercía un efecto hipnótico, y no se dio cuenta de que Harry estaba estirando la mano y la estaba mirando hasta que sintió sus dedos enormes acariciar los suyos.
Diana no era un demonio. Eso lo sabían ambos. Nadie en este mundo era un demonio; siempre había una razón por la que hacer las cosas, un dolor primero que justificaba el daño posterior, que se hacía siempre como venganza de esta masa primigenia que queríamos ocultar.
Pero algo no encajaba en el puzzle, y era, precisamente, que Diana llevaba una vida perfecta, que le permitía llevar a cabo todo lo que deseaba, sin más consecuencias que las laborales. Nadie se atrevía a tratarla mal, nadie la trataba mal, simplemente porque era de las mejores en lo que hacía y, para colmo, se apellidaba Styles. Su padre era demasiado bueno para causarle daño alguno.
Así que, ¿qué podía empujar a la chiquilla a un precipicio tal como en el que se había terminado encontrando? ¿Por qué volverse una mala persona cuando la vida la había tratado tan bien, sonriéndole en más ocasiones que a su padre y a su madre, juntos?
No le entraba en la cabeza, y por eso buscaba respuestas en la jungla de asfalto, la ciudad que se enteraba de todo mucho antes incluso de que las cosas pasasen. Sólo se había sorprendido a aquella ciudad en una ocasión, y era porque el dragón aún se estaba desperezando de un apacible sueño, estirando las garras y bostezando humo.
Noemí recordó haber deseado con todas sus fuerzas que Harry se callara. Por una vez en su vida, la voz de su marido, que siempre le resultaba lo más atractivo que había sobre la tierra, se había convertido en una tormenta eléctrica sobre el bosque en el que se encontraba; cada sonido era un suplicio, cada palabra, una promesa del pánico que la atenazaba un segundo después, cuando conseguía procesar su significado.
-Tal vez lo mejor será apartarla de todo eso. No podemos permitir que algo así vuelva a pasar, Noe. Es nuestra hija, debemos educarla. Hay que velar por que esté bien, pero también porque no les haga daño a los demás. Y no creo que podamos hacerlo aquí.
-¿Qué sugieres?-había inquirido ella, que se imaginó a sí misma subiendo las piernas a la silla y abrazándose las rodillas, luchando por hacerse más y más pequeña, tanto como fuera necesario para que el universo, Dios, o quien fuera que estuviera al mando de todo se olvidase de ella.
-Enviarla lejos.
Noemí quiso creer, por un segundo, que hablaba de fuera de Nueva York. La ciudad podía ser muy cruel cuando se lo proponía, y teñir vestidos de novia de blanco nuclear en trajes de viuda de un negro impecable, porque era lo más conveniente, de lo que más provecho se sacaba. Sí, tenía sentido: la ciudad en sí podía ser la causa de que Diana se encontrara en la situación actual.
Pero en el fondo de su corazón, la respuesta se desgranó mucho antes de que Harry se atreviera a sacarla de sus labios.
-¿Adónde?
Podría seguir trabajando a las afueras de la ciudad. Joder, podría trabajar de la misma manera dentro del estado, incluso en uno vecino. Pero... ¿merecía la pena echar la vida de su hija por la borda, la carrera con la que llevaba soñando años, por un sobre marrón?
Harry la había mirado con aquellos ojos verdes teñidos de tristeza. Y Noemí quiso que se callara y que ignorase su pregunta, a pesar de que sabía que no iba a suceder eso.
-Sabes adónde. A Inglaterra.
Y ella se quedó callada, en silencio, ahogando la lágrimas, quemándolas en sus propios ojos, porque sabía que era lo mejor, la única alternativa, y que la pequeña se lo acabaría agradeciendo algún día. La mandaría al mismo infierno si me garantizasen que allí sería donde mejor estuviera, pensó con amargura.
Nunca se perdonaría haber comparado al país natal de su marido con el infierno, pero todo lo que pusiera un océano de distancia entre ella y su hija bien se merecía los remordimientos posteriores.
Y Diana había llegado, con ojos de haber estado borracha como una cuba y andares de haber tomado sustancias más apetecibles que las golosinas, y la tormenta se había desatado, y ella había sacado fuerzas de donde no las tenía para ser el poli malo una vez más. Era lo que le tocaba. La suerte de haber tenido una hija era que podía ser el poli malo con ella, mientras que, si hubiera sido un niño el que naciera de su amor hacia Harry, habría sido él quien se tuviera que comportar como un auténtico cabrón. Y dudaba que Harry pudiera comportarse así.
Lejos, muy lejos, en el asfalto de la calle, un autobús abarrotado de turistas giró una esquina y entró en el campo de visión de Noemí. Imitaba a los autobuses de Londres, con color rojo y de dos plantas, y sus ojos se vieron hipnotizados por semejante oruga ígnea, a la que siguió hasta que desapareció de su vista, aparcándose una y otra vez a la orden de los semáforos tan odiados como necesarios en la ciudad.
La marea de turistas, neoyorquinos y otros seres no identificados en general seguía manando en cientos de direcciones, tal y como llevaba haciéndolo desde que se fundó la ciudad. Se descubrió a sí misma retorciéndose las manos mientras la gente se esquivaba una a otra; de vez en cuando, alguien chocaba; de vez en cuando, alguien cruzaba la calle con más impertinencia de la habitual, y los taxis jaleaban tal atrevimiento con pitidos enfurecidos.
Cerca, muy cerca, una puerta se abrió y otra se cerró con más fuerza. El sonido era demasiado característico como para que no fuera de Diana. Noemí se llevó los dedos a la sien y cerró los ojos un momento, masajeándose la piel y pensando a toda velocidad. Había mucho que hacer en muy poco tiempo.
Harry se había encargado de llamar a Inglaterra. Tras varios momentos de discusión, decidiendo sobre si se iba a quedar con Alba o con Erika, al final ganó la segunda, a pesar de que a)hiciera varios años que no hablaba con ella y b) se llevaba mejor con la mujer de Liam. Todo eso se debía a que a)Erika estaba casada con Louis, a quien Harry adoraba, no era ningún secreto, b) era la que más cerca vivía de Londres de las tres españolas (a Alba no se le había ocurrido que tal vez necesitase de sus servicios y se había terminado mudando a Wolverhampton, en el culo del mundo, al norte de Inglaterra), y c) seamos francos, Noe; ha parido a los hijos de Louis y su camada se parece más a un ejército de lobos bien sincronizado, esperando la orden de mamá loba para atacar, más que a una manada de hienas enloquecidas por el hambre.
Sí, Erika había resultado ser una buena madre, a pesar de que nadie daba un duro por ella cuando era joven, pues detestaba, con todas las letras, a los críos. Aunque no había estado sola: Louis también ejercía parte activa en la educación de sus hijos.
Aunque, claro... aportaba los genes más peligrosos a la familia.
Así que Noe había tenido que aceptar esa estocada con la mayor elegancia posible y se había retirado de la competición.
Echando un último vistazo a sus diseños, aquellos que ya nunca verían la luz, se incorporó en su asiento y salió del despacho. Recorrió el pasillo hasta llegar a la habitación de Diana, cerrada a cal y canto. Dio varios golpes con los nudillos en la puerta y, al no recibir respuesta, entró.
Se pasó allí dentro la siguiente media hora, rebuscando en los cajones la droga que, de seguro, estaba escondida por la habitación. Siempre había sabido que Diana acabaría drogándose (¿hola? Era modelo), pero algo le decía que aquél era el momento crítico en el que las drogas tomarían parte en la vida de su hija como nunca antes lo habían hecho.
Tuvo que interrumpir la búsqueda cuando la puerta de la calle se abrió y Harry anunció que estaba en casa. Al otro lado de la pared, varias decenas de litros de agua, seguramente espumosos, se balancearon en la bañera. Y Noemí salió corriendo de la habitación de su hija como ladrón de un banco.
Bajó las escaleras con la mayor compostura que consiguió reunir y fue a reunirse con Harry, que portaba en las manos (oh, aquellas manos) todas las cosas que había ido acumulando su hija en la taquilla a lo largo de los años. Incluida, cómo no, una bolsita de polvos blancos.
-¿Te parece normal?
Noe suspiró.
-Se supone que controlan lo que llevan a clase.
-Con las pocas pegas que me han puesto para conseguir a alguien que le abriera la taquilla, no me extrañaría una mierda que tuvieran un laboratorio de anfetaminas en el sótano-respondió él. Ella se odió a sí misma por comprobar lo guapo que se ponía cuando la rabia lo invadía.
-¿Había algo más?
-Recortes de revistas, un cuaderno a medio escribir y unos calzoncillos de Calvin Klein. Ah, y libros-Harry se encogió de hombros.
-¿Qué?
-Sí, Noe. Libros. La cría los necesita para...
-Calzoncillos. De Calvin Klein. Me estás vacilando-meditó.
Harry sonrió.
Le apeteció cruzarle la cara, luego besarlo y, si acaso, arriesgarse a darle más descendencia.
Luego, tuvo que recordarse a sí misma que ya no le correspondía el papel de adolescente loca, y que ya estaba ocupado por alguien más legítimo en la casa. En su lugar, paseó la mirada hacia la bolsa de deportes que Harry sujetaba con dos dedos, sin apenas esfuerzo, ayudándose en parte por aquellas enormes manos, y en parte por todo el trabajo llevado a cabo cuando era más joven.
Y la visión de aquel conjunto de objetos personales la perturbó más de lo que hubiera esperado. Los libros, los calzoncillos famosos, los cuadernos, los recortes de revista, y las fotos eran más de lo que podía manejar. Los objetos personales, almacenados a lo largo de toda una vida, seleccionados a conciencia debido a su millar de significados diferentes, fue más de lo que pudo soportar.
Noemí se echó a llorar, ya que la visión de aquel conjunto sólo tenía un poder, pero uno muy fuerte: le recordaba a ella que la marcha de su hija era real, que no se trataba sólo de una pesadilla de la que fuese a despertar antes o después, sino de una realidad que se acercaba a ella a toda velocidad, como un camión en dirección contraria. Demasiado rápido para esquivarlo, pero no lo suficiente como para no ser consciente de lo que iba a pasar.
Aquel conjunto de objetos, una parte de su hija, hicieron de ella un volcán de lágrimas, que explotó en una violentísima erupción salina acuciada por los años de estoicismo, acumulando disgustos tras disgustos, siendo fuerte por los demás, para acabar traicionándola cuando más fuerte necesitaba ser.
-Pero... Noe... mi amor-Harry la acogió en sus brazos, pobre consuelo para todo lo que se avecinaba, pero ella tuvo que consolarse.
-No quiero que se vaya, Harry, no quiero. No quiero que se vaya. No quiero que nadie la eduque por mí. No quiero que nadie intente enmendar mis errores. Es mi hija. Es mía. No quiero que nadie la arrope por las noches, ni le dé un beso, ni la abrace cuando esté triste, ni le dé consejo sobre amor cuando lo necesite si ese alguien no soy yo. No quiero que nadie ponga un océano entre nosotras. Dios, Harry, no te la lleves, por favor, no la separes de mí. Podemos arreglarlo...
-No la separo de ti, mi vida. La separo de todo lo que le ha hecho mal. Sólo si la sacamos de aquí y la llevamos a un lugar seguro, donde nada de esto la alcance, estará a salvo. Y nosotros somos una vía de alcance para este cáncer que se ha cebado con ella.
-Pero, ¡es mi hija, Harry! ¡Yo la llevé en mis entrañas! ¡No puedes llevártela así, ponerla a un infierno de distancia de nosotros, quienes más la queremos, y decir que así es como mejor estará!
-Ya está, Noe. Lo hecho, hecho está. Louis y Eri ya están esperando por ella. Será lo mejor, de veras. Llevas toda la vida confiando en mí, así que por favor, por favor, no dejes de hacerlo ahora.
Pero ella sólo tenía fuerzas para pelear, llorar, y aferrarse a su camiseta oscura cual náufrago se aferra a un trozo de barco, esperando que la madera lo mantenga lejos de las profundidades oceánicas donde tantos males acechan y reinan.
-Es... mi hija, y...
-También es la mía, amor-contestó él, con tono dulce pero autoritario. La obligó a separarse un poco de sí; lo justo para acariciarle la mejilla y bajar por la mandíbula hasta su cuello, y, después, su clavícula. Sus dedos ejercieron un efecto poderosamente relajante en ella, que dejó de sollozar, aunque sus ojos siguieron creyéndose fuentes.
-Sé fuerte. Por mí. Una última vez. Jamás volveré a pedirte nada. Pero sé fuerte por mí y por tu hija.
Ella cerró los ojos, apartó la cara y asintió despacio. La casa en la que habían criado a su pequeña, el lugar por el que tanto tiempo había estado peleando, de repente se convertía en un borrón aborrecible ante sus ojos incapaces de cumplir con su única misión.
Terminó asintiendo, y Harry se inclinó para recogerla y abrazarla con todas sus fuerzas. Le susurró al oído que la amaba, y ella le respondió de la misma manera: pasándole los brazos por los hombros y diciendo que ella le quería también.
El fin de semana pasó rápido, y, antes de que su hija la dejara para siempre, la ansiedad volvió a hacerse con el control de su cuerpo. La única solución fue levantar el teléfono y marcar un número apuntado en la nevera, y en su memoria.
Un tono.
Dos tonos.
¿Qué hora es en Londres?
Tres tonos.
Tal vez aún no se hayan levantado.
Cuatro tonos...
...cinco tonos...
...seis, y el último, y ya iba a colgar, estaba separando el auricular de su rostro cuando:
-¿Sí?
Y una voz con la que había crecido se hizo eco por detrás.
-¿Quién cojones es? Pásame el puto teléfono. ¿Son estas malditas horas para llamar a una casa? ¡Que tengo críos durmiendo, joder!
-¿Louis?-inquirió una orilla del Atlántico, y la otra enmudeció tras un susurro.
-¡Cállate, me cago en dios ya! ¡Es Noemí!
Y los improperios cesaron con la última palabra.
-¿Noe? ¿Eres tú?
-Sí-suspiró de puro alivio, como si la voz de Louis fuera agua tras una travesía de varios meses por el desierto-. Sí, sí. ¿Está... todo bien?
-¿Qué? Ah. Sí. ¡Claro! Sí, ya sabes que mi palabra es misa para Eri. El evangelio en verso.
-Eres gilipollas-espetó la otra española, la Tomlinson.
-Pero si es atea-replicó la otra, la Styles.
-Bueno, la esencia es que ya estamos preparados para que venga Diana. ¿Eso no te sirve?-se burló él, y Noemí se lo imaginó poniendo los ojos en blanco y sonriéndole a la nada como si hiciera cinco minutos desde la última vez que lo vio.
-Guay. Eh... va a coger el avión pronto. Y la verdad es que estoy acojonada.
-No tienes por qué. A ver, todo el mundo lo dice: mis hijos no son unos putos salvajes. Nos lo hemos apañado bien, a pesar de “mis genes”-pronunció las dos últimas palabras con sorna-. Y tu hija... es hija de Harry, a ver. La rama cabrona de One Direction soy yo. Estará chupado.
-¿Puede... Eri ponerse?
Se hizo un incómodo silencio al otro lado de la línea.
-Claro-dijo él por fin, y el teléfono chocó contra algo un instante.
-¿Para mí?-dijo alguien al otro lado.
-No, es para mi madre. Como tiene muy buen oído, igual oye a Noe desde Doncaster.
-Puto gilipollas. Mira a ver si desayunas ya-otro susurro de nuevo, y esta vez, una voz femenina-. Dime, Noe.
-Prométeme que cuidarás de ella como si fuera hija tuya.
-A Eleanor le cruzo la cara de vez en cuando-fue su respuesta.
-Maltratadora...
-¡Que te vayas a desayunar, Louis!
-Me gustaría que no pegases a Diana, a poder ser. Si no hay otro remedio, pues... hazlo.
-No le voy a poner la mano encima a tu hija, Noe. No te preocupes.
-Gracias.
Otro incómodo silencio.
-Es como un libro.
-¿Qué?
Ya empezábamos con los símiles de Erika.
-Sí, como cuando la gente me prestaba un libro. ¿Te acuerdas? Yo a mis libros les daba la vuelta para poder leer mejor; en ocasiones les rompía la cubierta y todo de las torturas a las que los sometía con tal de leer mejor. Pero, cuando alguien me dejaba el suyo, no les hacía nada. Era como si no los hubiera tocado nunca. No se notaba mi paso por allí. Puedo ser delicada cuando quiero. Y Diana es como una primera edición del Quijote: te juro por Dios... bueno, te prometo, por Louis y por mis hijos, que no voy a devolvértela en peor estado de lo que me la traes.
-Gracias-volvió a decir, pero esta vez, lo sentía de verdad. Por haber sido directa, por leer entre líneas... y por prometer, no por jurar, y por hacerlo por Louis y sus hijos, no por Dios. Sus promesas valían más que sus juramentos, a los que ella no daba casi autoridad. Y Louis y sus hijos eran lo que más quería.
De repente, Eri había pasado a ser una muy buena opción.
-Te... te voy a escribir algo. Mereces saber por qué va.
-Uy, pero, mi niña, ¿no viene por el amoroso tiempo de Inglaterra? ¿No viene para ponerse morena? Yo creía que me la mandabais para eso.
Noe se echó a reír, y a Harry, que acababa de entrar en la estancia, se le iluminó la mirada.
-En realidad, te voy a escribir algo para que sepas qué factor de protección debe ponerse.
-No se pondrá como un cangrejito, ¿verdad que no?
-Es hija de Harry.
-Oh, Jesús. Va a ponerse como un cangrejito-se imaginó a su vieja amiga tapándose los ojos con una mano-. Que el karma se apiade de ella, a mis hijos les encanta el cangrejo.
Se despidieron, colgaron, y Noe tomó bolígrafo y papel. Harry la besó en la mejilla.
-Ahora entiendes por qué Louis es el mejor. Te puede hacer reír incluso cuando crees que no merece la pena vivir.
-No ha sido Louis. Ha sido Eri.
Harry alzó las cejas, sonrió, y asintió con la cabeza, como si aquello fuese mejor. Ella bajó la mirada, sujetó el bolígrafo con fuerza, y dejó que las palabras fluyeran solas en un idioma casi olvidado.
Un idioma sin genitivos.
Un idioma con ñ.

2 comentarios:

  1. Eri, me cago en Satanás bombero...por qué me entran estas ganas de leer más y má cada vez que entro en tu blog??

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    1. Espero que sea porque se me da bien, y no por puro masoquismo ü

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