Hay cosas de las que quejarme este año y cosas por las que estar agradecida, así que, como vengo haciendo gran parte de mi vida, voy a ser positiva: ha sido un año bueno. No el mejor (espero que esté por llegar), pero sí muy bueno. Me ha hecho aprender gran cantidad de cosas y, aunque suene a tópico, me siento una persona muy diferente de la que empezó este año. Es como si fuéramos dos versiones de una misma película: ella, la de la lista con los 12 deseos que le pedía a las uvas frente a ella mientras el reloj de la puerta del Sol daba las campanadas, todo en blanco y negro y sólo acompañada de la música de un piano, y la yo de ahora, en alta definición, con increíbles efectos especiales y sin una lista que ir formulándole a un reloj para que se lo transmita al universo, porque los 12 son el mismo, y, oh, algún día van a cumplirse. No los voy a suplicar como hice hace un año, esta vez voy a pedir permiso para armarme.
Las cosas que he aprendido este año son muchas; tal vez influya el hecho de que haya cambiado de instituto y que tenga que ir a otra ciudad (Oviedo, la tercera capital que tuvo España en toda su historia, toma) en este viaje sin estudios ni apuntes que es la vida.
He aprendido que, bajo ningún concepto, debo dejar de dar mi opinión, por mucho que venga nadie a reclamarme que le parece "ofensiva". Lo siento. Es lo que tengo. Es lo que pienso. Al igual que yo no voy parándote en el pasillo para decirte que todo lo que dices me parecen gilipolleces, tampoco tienes por qué hacerlo tú.
He aprendido que quien te quiere, te busca, y quien te quiere no hará las cosas con un doble rasero, sin avisar de una cosa para poder pillarte desprotegido.
He aprendido que quien quiere estar contigo, va a estarlo, y tendrá tiempo para preguntarte si estás bien. Y te contestará con más de un monosílabo, y te mirará a los ojos mientras hablas con él, por muchos mensajes que le estén llegando al teléfono.
He aprendido que sólo estás obligado a decir adiós si tú quieres hacerlo. Y, si no, las despedidas pueden ser un hasta luego. Y creedme, escenarios, son un puto hasta luego. Hasta más pronto de lo que os gustaría.
He aprendido que la familia es aquel grupo de personas con quien te sientes cómoda, pero no tiene por qué ser aquel grupo de personas sin las cuales tu existencia no se habría dado. A veces, son gente que te recibirá con globos en una fiesta sorpresa, gente a la que escuchas decir que tiene el estómago hecho un nudo porque el teatro se está llenado, gente a la que deslumbran los focos, a la que apoyas entre bambalinas y que te hace salir al escenario segura, porque ellos están allí, cuidando de leer el guión si se te olvida tu frase.
También he aprendido lo equivocada que está la gran mayoría de la gente (no me gusta llamarla "sociedad", porque yo también estoy en ella), que valora más un trozo de metal extraído de Dios sabe dónde que a un árbol muerto, triturado y con tinta tatuándole palabras en su piel desgajada; y que ya no tiene en consideración a aquella criatura inexpresiva que escarba en el cielo, cambiando los desechos de nuestros pulmones por el alimento con el que nos hacen sobrevivir. Que no está bien coger el coche para ir a cualquier sitio, que el autobús o el tren es mil veces mejor, más preferible, que los océanos no son un vertedero, que nosotros no somos los reyes de este planeta, que hay seres que llevan en él más tiempo que nosotros, y que no se merecen que destruyamos nuestro hogar sin pararnos, por un segundo, a pensar en ellos.
Y, por fin, me han hecho abrir los ojos y ver cómo la mitad de la población de este mundo somete a la otra mitad, estando ésta, a su vez, apoyando este sometimiento con frases como "es una zorra, mira qué falda más corta lleva", "menuda cerda, se ha liado con dos tíos esta noche". Y me pone enferma, pero a la vez me alivia que me ponga enferma, porque significa que estoy viendo lo que pasa, lo jodido que está todo, la mucha falta que hace un cambio.
Pero, sobre todo, he aprendido a valorarme a mí misma, y a luchar por lo que quiero. He conseguido interiorizar, por fin, que la única manera de someterme a un cambio es ponerme a trabajar yo. Si quiero escribir bien, debo hacerlo y leer mucho, para adquirir vocabulario y mejorar el estilo. Si quiero llevar una 36 (o una 34, si me da la puta gana, o una 38, me tira de los cojones), tengo que dejar de comer como un marsupial, empezar a meterme más frutas en el cuerpo, y a mover este culo que tengo, y pasarme la primavera y el verano, tal y como he hecho, sobre una bicicleta, bebiendo dos litros de agua al día y viendo cómo el deporte me subía el autoestima, el estado de ánimo, a la vez que me recompensaba con una salud mejor, una bajada de peso y tallas menos.
Nunca pensé en lo gratificante que podía ser que un pantalón se te quedase grande como resultado por meses y meses de esfuerzo y constancia, pero he tenido la suerte de cambiar el chip, y experimentarlo en mis propias carnes. Y es una de las mejores cosas que me han pasado este año.
Y eso que no me han pasado muchas cosas buenas: graduarme en el instituto con una matrícula, ser uno de los tres primeros dieces en Literatura Universal de la PAU de mi instituto, haber visto en el cine mi libro favorito convertirse en película, haber leído mis libros favoritos en su idioma original...
...y, cómo no, el 10 de julio. No son píxeles. Son células, pensé mientras salían a escena, y no podía creerme que estuviera allí, que fueran de verdad.
Ya el día antes había sido absolutamente genial: conocer, por fin, a una de mis mejores amigas, la primera que conocí por Internet; Cris, "Cristina la de Madrid", como yo la llamaba en casa. Abrazarla después de casi 7 años de amistad, ver su colgante de las Reliquias de la Muerte, comer en el Burger King de Príncipe Pío mientras nos contaba, a mí y a Irene, todos los famosos a los que había conocido, los conciertos a los que había ido y todas las posibilidades que brindaba esa preciosa cuidad por la que nos guió. Ir al Starbucks después de 4 años del primer Frapuccino, observar a una chica Tumblr mientras devoraba delicadamente su sándwich, hacernos fotos en cada rincón, subirnos a las barcas del Retiro, pisar mi cámara de fotos porque soy una puta retrasada, poner la música de Piratas del Caribe mientras nos deslizábamos por el agua, gritarles a desconocidos "sí, soy asturiana, ho" y que ellos lo fueran también, subir por Gran Vía, hacernos una foto con Lucía Gil, luego con el presentador de Cazamariposas, al que sólo Irene reconoció, mientras cubrían el interesantísimo reportaje de Mario Vaquerizo (ew) y Akaska dentro de un Burger King en el que se apelotonaba la gente, debatir sobre los reyes, y despedirnos en la estación de Príncipe Pío con un abrazo, un beso y un "hasta luego", para seguir planeando en el verano una visita a Asturias que, por desgracia, no se produjo.
Cris, no podría estar más agradecida por ese día. Espero que se vuelva a producir pronto.
Y luego, claro, estuvo el concierto. Una de las mejores cosas fue llegar al Calderón a las 7:20, y estar dentro antes de las 7:25, porque la agilidad que tienes en los conciertos no la tienes en cualquier lugar. Aprovechas cada hueco libre, nadie es tan rápido como tú...
... excepto Mayte, que te guarda el asiento y te llama para decirte dónde está. Y tú llegas al sector, después de preguntarles a 100 personas distintas, y miras a todas partes, y no la ves, y empiezas a correr porque te estás poniendo nerviosa, y cruzas el sector y finalmente está allí, y perreas con ella porque ni tú ni ella sois normales, pero no importa, podéis ser anormales juntas, y ella te llama "Érika", y tú se lo perdonas "por los asientos cojonudos que me has guardado", y bajáis juntas a por los famosos palitos luminosos que ponen One Direction, y luego tú bajas a por agua a pista a pesar de que no se te está permitido, pero nadie realmente te lo impidió, y luego vuelves a las gradas, y bailas al ritmo de Little Mix mientras Mayte e Irene se despollan, y presumes de coreografía cuando suena Single Ladies, y te levantas de tu asiento después de horas de espera, a la vez que 45.000 personas, porque está sonando la Macarena, y "no estás del todo vivo hasta que no ves a 45.000 personas bailando la Macarena en sincronía mientras esperas por una boyband", y por fin se apagan las luces, se encienden las pantallas del escenario, y ellos están ahí, son reales, no son un producto de miles de montajes sino que existen de verdad, y Louis es muy pequeño, y tú sacas los prismáticos porque te niegas a verlos por una pantalla otra vez, y Louis es muy pequeño, y Niall habla español, y Louis es muy pequeño, y Harry es mago porque manda callar a 45.000 personas sin esfuerzo, y Louis es muy pequeño, y Zayn suena increíblemente mejor en directos, y Louis es muy pequeño, y Liam repite que sois el público más ruidoso y que "lo dice en serio", y Louis sigue siendo pequeño, y Louis es muy guapo, y Louis se pone la bandera de España por el cuello y tú le das hostias a Irene porque mira, mira, es muy pequeño, mira, mira, lleva NUESTRA BANDERA, y Liam y Louis se ponen gafas y hacen el tonto en Little White Lies, no sin antes no haber podido cantar Shes not afraid porque Louis estaba meando, y tú haberte cagado en todos sus putos muertos porque es tu canción favorita y no la cantan porque Louis es muy pequeño y su vejiga más aún, y tu puta madre, louis, esto no te lo perdono en la vida, y cantan Best Song Ever, y dicen que bailarán toda la noche, y acto seguido se van, y queda mucha noche por delante, el sol se ha puesto mientras ellos estaban ahí, pero tú no te das cuenta; y, en el último segundo, antes de los fuegos artificiales, o quizá durante de ellos, Louis, que es muy pequeño, se gira un momento, mira al Calderón, el Calderón que gritó con Niall "yo soy español español español" a pesar de ser él irlandés, y asiente para sí mismo, y desaparece siguiendo a los demás, y tú estás vacía, porque ya no están allí, Louis sigue siendo pequeño pero ya no lo es frente a ti, y te bajas de las gradas y te dispones a irte, no sin antes haber abrazado a Mayte y haberte hecho fotos con ella y con su amiga, con las que compartiste los prismáticos mientras sonaba One Thing, sobre aquella plataforma que se elevaba y que hacía las veces de pantalla de televisión/videojuegos gigante.
Y Mayte te mira, y luego mira a quien nos hizo la foto, y dice "ahora, ¿puedo una con ella sola,por favor? Es que me hace ilusión" y tú quieres gritar porque Mayte es muy tierna y tiene un acento muy gracioso, y le das un beso y así queda plasmado en la foto que después irá a parar a Instagram, al igual que la de Cristina, y después os volvéis a abrazar, os cogéis las manos, os las soltáis, y Mayte también se ha ido, igual que se fue Cristina e igual que se fueron los chicos.
(Louis es muy pequeño).
Pero tú, lejos de estar triste, casi corres por el paseo al lado del río, y cruzas una calle sin paso de cebra con el palito luminoso en alto para que no te pillen los coches, como si fuera una bombilla de mil vatios.
Y tú e Irene os vais a cenar, con un hambre de lobos, y mientras cenáis Niall y Louis twittean que ha sido uno de los mejores conciertos, que "la atmósfera ha sido eléctrica", y tú bien podrías meterte la vajilla del bar al completo en el estómago porque, ¿qué puede estropearte eso?
Mayte, no podría estar más agradecida por esos asientos cojonudos que me guardaste, por los perreos y por las tonterías que dijimos mientras esperábamos a que los chicos salieran. Ojalá podamos compartir también el próximo concierto de los chicos.
Y al día siguiente, mi hotel bullía con la excitación de decenas de nenas de 12/13 años (toma castaña, soy una puta dinosauria) que habían visto a los chicos en directo, como yo, y que se preparaban para irse a casa, como yo, con la diferencia de que yo aún tuve un tiempo para ir de pequeñas compras y hacer un poco más de turismo por edificios egipcios que, curiosamente, están en el corazón de la Península Ibérica.
Sí, este ha sido uno de los mejores veranos de mi vida, y eso que el viaje a Madrid (con su correspondiente rap a la llegada y mis tweets sobre los girasoles) fue lo único destacable que me pasó, pero, joder, ¿no hace un viaje así el año en el que se encuentra extraordinario?
Claro que llegó Septiembre, y, a pesar de pasarme las noches llorando por la que se me venía encima, el primer día no fue tan malo. De hecho, ya hice una amiga (que se acercó a mí para mi gran alivio y gratitud), que me llevó a hacer más, y, sin darme cuenta, tengo un grupo de amigos como no lo había tenido nunca, y compartimos bromas sobre nuestra carrera y me la hacen más llevadera, porque vacilar a las chicas es lo mejor de ir a clase, pero incluso mejor es cuando nos ponemos sentimentales y nos decimos que vamos a clase para vernos, que tenemos ganas de llegar porque volveremos a estar juntos.
Gracias, Baru, Miri, (C)Lara (alias la cubana), Khadija, María (aunque nos veamos poco) y Lorena (aunque nos veamos menos) por aguantar mis gilipolleces con una sonrisa en la boca. Consejito: no os riáis. Me anima a decir más gilipolleces.
Y también gracias a Pepe, con el que me pongo muy puñetera y al que a veces contesto muy mal sin merecérselo.
También tengo que darles las gracias a mis padres, por estas Navidades tan geniales que me han dado. Echaba mucho de menos el no poder esperar al 25 de diciembre, el levantarme por la mañana, desenvolver los regalos con los dedos temblorosos y sentarme a leer nada más hacerlo.
Hace 45 minutos he terminado el tercer libro en inglés que he leído en toda mi vida. Y no he podido sentirme más orgullosa de mí, porque hace más de 10 años, yo me metía en la cama con los auriculares puestos y Britney Spears atronando en los oídos, cantando cosas que yo no comprendía, y ese era, precisamente, su objetivo: aislarme de los sonidos de la tele y permitir que me concentrara en la televisión. Y ahora se me hace imposible escuchar música en inglés y leer, ya que lo entiendo todo y se me forma un barullo en la mente. Y eso, el haber pasado de utilizar el inglés como un muro a convertirlo en un puente, es una de las cosas de las que más me enorgullezco en esta vida.
Como tiene que ser, no han sido todo cosas buenas: también me han pasado cosas malas, como el que no se me dejara audicionar para entrar en la Escuela Superior de Arte Dramático, o que se me obligara a entrar en una carrera que no me va a servir para nada, o llorar frente a un "orientador" que para lo ÚNICO que está en tu instituto es para confundirte más. O la ruptura de mi pobre y fiel Teclas, quien me acompañó durante toda su vida de ordenador sin una sola queja. Pero he decidido tomarme eso como una lección, y he decidido sacar la puta carrera, para pirarme a Madrid, ganarme mi destino a pulso... sin pisar más juzgados que los que necesite para obtener mi título.
Y espero hacerlo con el apoyo de los nuevos de este año, como las chicas de ese grupo de whatsapp en el que sólo decimos polladas (sí, Eritioners, va por vosotras), mis chicas de la Uni (el Trifeminato de mazapán -no preguntes si no eres una de ellas-), Lara, Inés, a la que aún le debo un audio en agradecimiento por el del cumpleaños; Celia, Eva, mi compañera de debates sobre Hollywood y en quien más confío en cuestiones cinematográficas, los chicos de teatro, a quienes llevo en mi corazón... y Lu. Mención especial para ti, nena. Porque nunca en mi vida había visto dos películas en el cine en el mismo día. Y porque siento que eres mi protegida, no sé por qué, y porque me gusta tener a alguien de quien cuidar.
Por supuesto, a Rosi y Adri. O no. Quién sabe. Je.
Y, por último, a todo aquel que lea esto. Porque los números al lado del título de las entradas animan a una a seguir escribiendo sus gilipolleces, y es indescriptible que te digan que lo que escribes les gusta, o que eres buena persona, o que te mereces un follow/abrazo de Louis, aunque ya no esté en tu lista de prioridades. Es simplemente genial que inviertas parte de tu tiempo en mí; ojalá pudiera recompensártelo de alguna manera, especialmente porque voy a necesitarte todavía más cuando salga de la facultad.
¿Qué le pido al 2015? Es demasiado pretencioso pedirle ya un Oscar a mi nombre, incluso un papel, así que sólo le pediré fuerza, valor. Que no me haga olvidar las noches de Septiembre. Que no me haga olvidar el sufrimiento del 21 de junio, que nunca llegué a exteriorizar. Que no me permita perdonar a quienes no lo merecen.
Un Oscar para Leo, que ya va siendo hora.
Otro para Meryl, para que destruya definitivamente la memoria de
Un hijo de Logemma.
Y arte.
Sobre todo, y ante todo, arte.
Que yo pueda formar parte de ella o no es secundario, pero, por favor, danos arte.
Gracias, 2014. Ahora le toca a tu hermano trabajar. Asegúrate de que lo haga.