lunes, 29 de diciembre de 2014

Boxeo.

Lo prometido, para los ángeles, era deuda.
En menos de dos días, había conseguido lo que sería imposible en cualquier otro lugar, pero no allí: nos trasladó de habitación sólo y exclusivamente para que yo estuviera más cerca de Perk y, a la vez, más cerca de un lugar en el que entrenarnos. Un lugar del que nunca había oído hablar, del que nadie fuera de la Central tenía noticias, y que no dejó de sorprenderme apenas entré en él.
Se trataba de una sala llena de máquinas de hacer gimnasia, pero no las típicas con las que me había cruzado en los gimnasios de la ciudad, como cintas de correr ni asientos para tonificar la parte superior del cuerpo, sino de auténticas obras de arte de la ingeniería que dejarían anonadados a todos nuestros programadores y harían que se tirasen de los pelos y se matasen entre ellos para, simplemente, tener la oportunidad de apretar un botón.
Decir que aquella sala estaba "llena" tal vez sonase un poco exagerado, dado que apenas eran varios pares de manchas negras en un entorno totalmente blanco (tenían un problema con el blanco, en la ciudad, al parecer). Tal y como estrellas negras en un universo cuyos colores estaban invertidos, las máquinas atraían tu atención y conseguían que sólo pensases en ellas, muerto de la curiosidad y a la vez teniéndoles un respeto casi reverencial.
Nunca supe para qué servían todas: Louis se limitó a acercarme a una, la más pequeña, que se reducía a un cubo colocado estratégicamente sobre lo que probablemente fuese un pilar en otra vida, al que habían pulido y dado forma de pedestal níveo.
Notaba la presencia de Perk a mi lado, con Angelica detrás de sí, preparada para saltar a la mínima de cambio. Aun a pesar de que llevábamos tiempo con los ángeles, ella seguía sin fiarse de él. Hacía bien. No tenían el mismo vínculo que yo tenía con Louis, que me impediría traicionarlo y abandonarlo a su suerte, sino que se hallaban en una situación mucho más tirante y tensa; Perk la necesitaba a ella para poder comer y sobrevivir en general en aquel lugar infernal dentro de una zona que podría no estar tan mal, y Angelica lo necesitaba para estudiar la conducta de los runners y asegurarse de que yo nunca, jamás, podría volverme contra ella cuando las cosas se pusieran feas, y reclamar la confianza de los demás con su cabeza colgando de mi mano, sus rizos dorados enredados en mis dedos y una estela de sangre, su sangre, aquella sangre tan cara, tras de mí, en ofrenda a aquellos dioses a los que nadie hacía ya caso.
Perk, con libre albedrío, se había acercado a la máquina más grande: una pesadilla de andamios, cuerdas y demás, que dejaba poco a la imaginación, pero mucho al entrenamiento. Me pregunté por qué no íbamos con ellos.
-Esto-murmuró Louis, cogiendo la cajita con sumo cuidado- es lo que usamos cuando necesitamos entrenarnos en ambientes desconocidos. De tanto volar en la Canica, acabas aprendiéndote los edificios de memoria.
-¿No es muy... pequeña?-inquirí. Angelica me respondió con una mofa.
-Pequeña-repitió.
-¿Eres medio cisne, o medio loro?-la ataqué, pero ella ya no vio necesario volver a contestarme. Tanto mejor.
-Esto crece, bombón. O tú menguas. Como prefieras.
Se metió la mano en un bolsillo y sacó una pequeña bola plateada con luces azules bailando en su superficie cuales corrientes de lava. La reconocí al instante.
Estiré la mano para alcanzarla, pero él la encarceló en sus dedos y no me dio opción a poseer lo que me pertenecía por derecho. Puse mala cara.
-Es mía-me limité a protestar. En su boca apareció una sonrisa divertida, la típica de un padre a la que su hijo divierte con sus ocurrencias… pero al que terminará castigando de todas formas.
-En realidad, nos la robaste. Se la quitaste a alguien que se iba a convertir en policía, y, técnicamente, cuando robas algo no se convierte en tuyo.
-Dijiste que la había activado.
La sonrisa se ensanchó todavía más: el padre había descubierto que su hijo no sólo podía ser gracioso, sino también inteligente, una cualidad tanto o más valiosa en un pequeño.
-Sí, pero el hecho de que tú abras primero una carta que Angelica me envió a mí, no significa que las letras vayan a cambiarse a medida que tus ojos las acarician.
-Ni que el tono vaya a ser mucho más agradable-asintió ella, encogiéndose de hombros con una sonrisa triunfal en los labios.
Tragué saliva, y contemplé cómo colocaba mi bola encima del pequeño cubo. El resto se hizo solo.
La bola, en un principio, se negó a reconocer a la caja hermética. Tuvimos que esperar un momento antes de que ésta parpadease una única vez, y su brillo comenzase a aumentar más y más. Al principio creí que se debía a uno de los poderes de la bola, pero no era así.
La caja había reconocido a la bola, y estaban colaborando para llenar el ambiente de un brillo azulado que rebotaba en las paredes y golpeaba mi cuerpo con la violencia de mil boxeadores que comparten un saco de boxeo.
La luz al principio fue soportable, puede que incluso agradable; sin embargo, no conocía un límite de confort, y no paraba de aumentar y aumentar para deleite de los ángeles y angustia de aquellos que teníamos la espalda desnuda, las ratas. Tal vez fuese verdad que a las ratas les molestaba la luz, pero que los pájaros bebían de ella un éter que no compartían con los seres terrestres.
Finalmente, con un jadeo en la boca, me cerré los ojos y me los tapé con las manos, cuando el brillo fue tan potente que rasgó mis párpados y me alcanzó las retinas que desearían no funcionar.
Entonces, se detuvo.
Abrí los ojos y me encontré en un ambiente nuevo. Ahora, todo era de un gris pálido, sin ningún tipo de sombra: bien podríamos estar dentro de la bola, en la caja mezclada con las paredes, o en un universo paralelo en el que no hubiese ninguna hoguera que pudiese arrojar ninguna sombra en ninguna dirección.
Miré a mi alrededor: estaba sola. Louis había desaparecido sin darme posibilidad de conocer las reglas del juego. Tendría que averiguarlas yo sola.
-¿Qué hago?-le pregunté a la esfera/pared/techo. La voz de mi ángel resonó por la estancia.
-Corre. Como si estuvieran persiguiéndote. Corre.
Obedecí, pero la cosa no era tan fácil. Evidentemente, si no tenía ninguna motivación que me hiciese temer por mi vida, la falta de sombras de las que sospechar no conseguiría que mis piernas llegaran al tope del que me sentía orgullosa. No había nada que saltar, por lo que era una runner mediocre allí.
-No vas lo bastante rápido-me espetó él, como queriendo provocarme. No lo consiguió. Yo reaccionaba a pistolas, no a putas faltas de respeto.
-Es lo que hay.
Unos susurros en la esfera mientras el suelo que pisaba dejaba mis huellas en un color que no supe identificar. Era un color nuevo. ¿Cómo describir un color nuevo?
De nuevo, volvió la estrella masiva azulada. Esta vez me obligué a tener los ojos abiertos y observar el milagro: de la nada, una luz en aquel techo grisáceo estalló, moldeándose con una figura femenina. Entonces, descubrí a Angelica, que se iba generando (sí, generando) de la cabeza a los pies, como si de un personaje de videojuegos se tratara.
Exhalé todo el aire contenido hasta el momento: acababa de darme cuenta de que los runners tenían un simulador portátil, en el que podía entrar tanta gente como se quisiera.
Claro que no parecía ser tan perfecto como el nuestro; al menos nosotros teníamos adornos, edificios. Cosas sobre las que saltar. Cosas útiles en las que entrenarte.
-¿Qué se supone que es esto? ¿Una cinta de correr gigante?
Angelica se limitó a mirarme con odio.
-Es vuestro simulador-explicó con un tono y unas palabras que me helaron la sangre-, sólo que perfeccionado-descendió como levitando hasta quedarse en el suelo a pocos metros de mí. Puso los brazos en jarras y se echó a reír-. ¿Qué pasa, runner, crees que no sabemos que vivís de nuestras sobras? No te eches a llorar. Tu secreto estará a salvo conmigo. Y con los demás-volvió a reírse, luego sacudió la cabeza-. Como sucede con el vuestro, esto tarda un tiempo en cargar. Mientras lo hace, te preparas. Y, cuando ya estás al ciento diez por ciento, echas a volar, a tanta velocidad que te silbe el viento en los oídos y no te impida pensar. Los mecanismos se accionan cuando pasas de una velocidad. Velocidad que eso-señaló mis piernas- no te va a aportar. Así que vamos, saquito mío: revivamos viejos tiempos.
Alzó el vuelo sin previo aviso, lo que hizo que el corazón me diera un vuelco y una sustancia que llevaba mucho tiempo sin sentir inundara mi cuerpo en un glorioso torrente: adrenalina. Eché a correr, esta vez para ofrecer resistencia, en venganza por lo que había sucedido la última vez…
… y Angelica me levantó en el aire, agarrándome por debajo de los brazos.
Jamás me acostumbraría a la sensación de no tener nada a lo que agarrarme más que el cuerpo de otra persona que podía burlar a la gravedad a voluntad. Mi estómago protestaba de puro terror: allí podría venderme, ofrecer después a Louis a los directivos de la central, que tendrían pocas ganas de que sobreviviera y contara sus secretos… y sólo tendría que dejarme caer.
Pero, en su lugar, clavó sus ojos en los míos, chasqueó la lengua y me instó a mirar hacia delante.
No lo había visto venir.
Me soltó cuando el primer muro se cernía sobre nosotras, apresurándose a nuestro encuentro a toda velocidad.
Giré en el aire, con la trenza haciendo espirales que cortaron como cuchillos el viento, caí con gracilidad y me puse a trabajar con el cuerpo ofreciéndome todo lo que tenía, cosas que había echado de menos muchísimo.
Angelica volaba sobre mi cabeza, demasiado ocupada en atravesar aros girando, trazando espirales, cayendo y ascendiendo en picado, como para prestarme más atención de la que merecía: es decir, nada.
Con las piernas doliéndome de pura felicidad, pues así es como se manifiestan los músuclos, me eché a reír mientras saltaba de un edificio blanco como la nieve, que tampoco proyectaba sombra, y me permití un vistazo hacia arriba. En ese momento Angelica descendía a una velocidad pasmosa.
Me recordó a Blondie. Y pensé que podríamos formar un buen equipo.
-Ahora empieza lo bueno, runner-gritó sobre el estruendo de un viento que no existía más que en aquel pequeño universo-. Espera a que vengan los polis.
Nos aproximábamos al puente que unía las dos mitades de la ciudad.
El puente en el que había tratado de burlar a Louis.
Y, en la base de los edificios, una maraña de coches de policía de intenso color azul, y berreantes sirenas rojas, esperaba para recibirnos.

Tenemos que conseguir uno de estos para nuestra Base, pensé. Puck podría hacer milagros con esto.




Eso es todo. Por ahora. En mi defensa diré que se me ha roto el ordenador, estoy con el de mis padres, y el teclado es demasiado diferente del mío como para poder escribir cómoda (tiene runas, ¿vale? Runas mesopotámicas; no es agradable escribir así), con lo que se me hace casi imposible escribir seguido, a la velocidad con la que lo hacía antes, y las palabras se me escapan entre los dedos como el humo. Y eso me cabrea. Además, estoy preparando los exámenes de la Universidad, así que no me puedo permitir perder un tiempo que, con mi ordenador, no perdería (RIP Teclas, te echaremos de menos, gracias por tus servicios. Has sido fiel; no te merecías este final). Así que este capítulo es más corto, pero te desea felices fiestas y próspero año nuevo, y su escritora se disculpa por su brevedad y promete acción pronto. O de calidad. A ver qué sucede finalmente.
Chan chan chan...

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