lunes, 17 de agosto de 2015

Cyntia, me llamo Cyntia.


            Taylor también sonreía, pero no con la sonrisa satisfecha, y con un deje de felicidad, que se había asomado en los labios de Perk al ver a los dos runners allí. Era como si hubiera olvidado todo por lo que estábamos allí, todo el entrenamiento y los planes secretos, y realmente regresara a los momentos antes de que ellos dos aparecieran en el Cristal, cuando éramos un equipo y no estábamos rotos y corruptos por dentro.
            Blondie, sin embargo, sólo tenía ojos para mí. En sus labios se dibujaba la sonrisa más amplia de las tres que allí había: me mostraba los dientes blancos, como si no hubiera visto nunca algo tan hermoso como mi cara. Le lanzó una mirada a Louis, una mirada que no me hubiera esperado en un runner, y con dos zancadas salvó la distancia que había entre nosotras y me estrechó entre sus brazos, hundiendo la cabeza en mi pelo y aspirando el aroma de mi cuello.
            -Sabía que estabas viva, sabía que volvería a verte. Los gatos siempre caen de pie.
            La miré y intenté devolverle la sonrisa triste, pero una parte de mí, demasiado grande y poderosa, estaba decepcionada por que no hubiera venido sola… o se hubiera traído a alguien diferente, y no a mi ex, que seguramente se moría de ganas por dispararnos a mí y a Louis.
            -Te veo muy bien, Kat-saludó Taylor, y su sonrisa se volvió un poco más siniestra. Sentí a Louis dar un paso hacia mí, acercándose más, intentando protegerme. Si las miradas matasen, o Taylor fuera un basilisco, estaríamos muertos los dos.
            -Igualmente… Wolf.
            Sí, para mí no era nada, nada más que otro runner; un runner que podía llegar a ser muy peligroso si se lo proponía… y se lo estaba proponiendo, desde luego. La hostilidad que manaba de él como si del calor de un fuego se tratase no dejaba lugar a dudas.
            Como si quisiera infundirme valor, la pluma que me había dado Louis hacía tantísimo tiempo se hizo notar dentro de mi top. Me tranquilizó un poco; llevaba una parte de ángel en mí. Wolf no me podría empujar hacia un saliente cuando menos me lo esperase, como tampoco podría matarme.
            -¿A qué hora será?-inquirí, rompiendo el contacto visual con Wolf y mirando a Perk y a Blondie consecutivamente. Hacía tanto del Cristal, y, sin embargo, volvíamos a estar allí…
            -Con la primera luz del sol. Antes de que se apaguen las farolas.
            -No queda mucho para eso-intervino Louis, clavando una mirada de advertencia en Wolf, que alzó la cabeza, altivo.
            ¿Realmente me había gustado alguien con esa actitud con los aliados?
            -De eso se trata, pájaro: de que no podáis activar las alarmas.
            -Hemos encontrado fallos en el sistema del Gobierno. Parece ser que sus hackers se han relajado un poco-Blondie se acercó a Perk y lo agarró por los brazos-. Todo gracias a lo que conseguimos en el Cristal-y también lo abrazó.
            Angelica alzó las cejas.
            -¿Todos los runners sois así de cariñosos en la intimidad o es que nos hemos quedado con la arisca?
            La expresión de Blondie se endureció nada más posar los ojos en ella.
            -Oh, ya veo-asintió Angelica, cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro y cacareando una risa. Louis la miró, y la carcajada se detuvo en el acto.
            -Estamos aquí para escuchar, y nada más.
            -Ojalá sólo hubieras escuchado en su momento, ángel-espetó Wolf, dando un paso al frente. Blondie lo cogió del brazo.
            -Ahora no. No hay tiempo que perder. Tenemos que volver a la base y ultimar detalles-su mirada era aún más gélida, algo me dijo que no había querido llevarse a Wolf con ella, pero que no le había quedado más remedio. ¿Quién podría haberlo exigido? ¿Puck? Tenía toda la pinta; intentaría volvernos a juntar como fuera.
            Tal vez quisiera hacer de Wolf un señuelo para adelantar la hora en que me volvería a ver.
            -¿Qué tenemos que hacer?-quiso saber Perk, mirando a ambos lados, consciente de que en sus manos estaba el tranquilizar al grupo. Wolf se zafó del abrazo de Blondie.
            -Saldréis de la Central de los Pájaros en cuanto despunte el primer rayo de sol. Se oirá una explosión. Es la señal. Corred al centro de la Ciudad, y, si podéis, entrad en el Gobierno. Necesitaremos muchas piernas allí; cuatro más serán de utilidad.
            -¿Vais a ir todos al Gobierno?-quise saber. Si concentrábamos a toda la Base allí dentro, sería demasiado fácil acabar con nosotros… y lo mejor de todos los runners, la sección Coliflor, acabaría reducida a cenizas, con todo lo que ello implicaba para las demás secciones.
            -Hemos elegido una docena de los objetivos más importantes de la Ciudad. La idea es atacarlos en un margen de 10 minutos para que no puedan ayudarse entre sí, y que caiga.
            -El Ataque Final-susurré, asintiendo con la cabeza. El Ataque Final era una de las bases en las que se asentaba nuestra propia existencia: la primera Faith, la que había impulsado la revolución que terminó reduciéndonos a escombros y demostrándonos que no podríamos con la ciudad si no nos multiplicábamos, y rápido, había soñado, e intentado, un ataque masivo en el que todos los centros de seguridad y control de la ciudad (en definitiva, todo lo que la hacía ser lo que era, y detestable) serían atacados prácticamente a la vez, provocando el colapso y permitiéndonos abrirles la mente a los ciudadanos, con la esperanza de que la libertad que se les había arrebatado volviera a ellos, como se nos había aparecido a todos los runners en una visión.
            Pero, claro, ahora habían pasado demasiados años y no podíamos invertir un proceso de educación desde la infancia que llevaba implantado demasiado tiempo con un par de minutos haciendo de los runners el nuevo dios omnipresente de la ciudad: eso era un milagro lejos de nuestro alcance, y del de nadie. Una de las cosas que habían hecho que Faith fracasara había sido la demostración de que no había algo parecido a un dios en nuestro mundo, y que la fe era algo inútil que causaría un sacrificio innecesario a todo aquel que la profesara… sólo el Gobierno podía ejercer la protección y la justicia que la gente necesitaba.
            Y la humanidad ya había adorado a dioses crueles en anteriores ocasiones, con lo que el plan era viable desde cualquier punto de vista. Especialmente cuando se doblegaban las leyes de la física y conseguías poner a ángeles a caminar por el mundo.
            -¿De quién tenemos el apoyo?
            -Al principio, los del Fuego y las Bases menores de su alrededor se mostraban reticentes- aquello no era bueno. La sección del Fuego recibía su nombre por la gran cantidad de runners que mantenía, y que iban juntos en las misiones, en lo que los demás habían pasado a llamar “incendios”, porque sus corredores se propagaban como llamas veraniegas en territorios donde hacía meses que no llovía-, pero cuando se enteraron de que los ángeles estaban de nuestra parte, accedieron. Podemos ganar esto.
            -Vamos a hacerlo-replicó Louis, cruzándose de brazos. Taylor apartó la cara y frunció el ceño, la luz de la farola le dio un aspecto curioso, como de estatua de ébano que se movía a voluntad, como si su escultor la hubiese hecho con tanto mimo que hubiera entregado una parte de su alma a su obra.
            -Va a caer muchísima gente esta noche-susurró. Blondie se acercó a mí y me colocó algo en la mano.
            -Póntelo cuando llegues  a la batalla. No antes. El rastreador puede ser peligroso. Alguien quiere hablarte antes de que pelees una última vez-y volvió a sonreír. Nunca se había alegrado tanto de nada. Aferré el pequeño transmisor en el puño. Era el puente que necesitaba para volver a mi hogar, y no iba a perderlo así como así.
            -Con suerte, Wolf-intervine-, esta noche caerán muchos que no se han caído nunca. Hay pocas cosas tan gloriosas como la venganza, pero provocar la caída de un Imperio no tiene nada que envidiar.
            Perk hizo caso omiso del consejo de Blondie y se llevó el transmisor a la boca apenas tuvo contacto con él.
            -¿Kelly? ¿Kelly?
            Y se llevó la mano a la boca cuando obtuvo respuesta.
            Yo decidí esperar.
            Quería demostrarle a Puck que sabría llegar a donde tendría que hacerlo, y que en la batalla también podía charlar con él.

            Las escasas estrellas que sobrevivían a las luces de las farolas parecían no querer moverse, y, desde luego, no lo hicieron durante todo el trayecto a la Central.
            Descubrimos que Jack, a pesar de sus nervios, se había dormido sentado en el sofá, porque cuando tocamos el cristal de la ventana para que nos abriera, dio un brinco y tiró una de las lámparas que había cogido de la mesilla de noche. Louis fingió no darse cuenta, y me depositó en el suelo de su casa justo antes de volver a cerrar la ventana. Angelica había contado 7 segundos para pasar.
            Le tocó el turno a Perk, que había terminado su apresurada conversación con Kelly, gritando y susurrando a la vez contra el frío de la noche. Entonces, entró Angelica, y Louis cerró la marcha, asegurándose de no hacer ruido. Jack se incorporó.
            -Bueno, ¿qué os han contado? ¿Qué hay que hacer?
            -Busca a Jackie. Dile que esté preparada para el amanecer. Tendrá que ayudarte a escoltar a los demás. No te preocupes, ya veo que se os ha asignado una misión. Es la coartada perfecta.
            -¿Qué haremos cuando llegue Bryce?
            -Los verá aquí. Ya le han encargado una misión a Angelica a las 6, de manera que tendrá que venir a liberarla. Todavía será de noche a esa hora, de modo que tendremos tiempo. La misión de Angelica es sencilla, pero es suya, de manera que estará ausente unos diez minutos… que es el tiempo que tendréis tú y Jackie para salir a toda hostia de aquí y aseguraros de que no descubran a Cyn y Perk cuando salen.
            -Y, mientras tanto, ¿qué harás tú, Louis?
            Él sonrío.
            -Yo me quedaré aquí, esperando a que me llamen para avisarme de que hay una sublevación. Los demás no saben nada, pero bastará con verme en la sala de las reuniones para saber que es el momento que estamos esperando. No debería llevarnos más de 5 minutos llegar hasta la zona de los runners; han dejado pistas de que algo va a pasar por allí. Bryce tiene la esperanza de capturar a un par de ellos, o verlos en acción. Lo que no sabe es que, si no fracasamos, será la última vez que Bryce vea a un runner, o que esta ciudad lo haga.
            Una sensación de choque se instaló en mi pecho. Era como si me hubiera estrellado contra un camión porque había olvidado calcular el tiempo de caída y la velocidad de los vehículos que pasaban debajo de mí.
            Si triunfábamos, los runners dejaríamos de ser útiles, y miles y miles de personas se encontrarían con habilidades que las separaban de la sociedad y que ahora resultarían totalmente inútiles.
            Nosotros éramos las jeringuillas, y el Gobierno, la enfermedad. Una vez se dejase de vacunar, las jeringuillas se irían a la papelera.
            Perk también cavilaba, seguramente sobre la adolescencia que ninguno de los dos había tenido, y que se les había negado a tantos de nuestros amigos, aquella que nunca podríamos recuperar.
            ¿Podríamos ser felices caminando por las aceras cuando todo esto acabase, por muy libres que fuéramos, o echaríamos tanto de menos los tejados que haríamos lo que fuera por volver a ellos, por incluso morir por salvarlos?
            Si captó mi mirada en él, no lo mostró. Se quedó pensativo, saboreando los últimos minutos de su cautiverio y preguntándose si serían los últimos de su vida, tanto de la que había tenido hasta ahora como de la única que iba a tener.
            Los ángeles parecían no darse cuenta de que tampoco había un futuro para ellos: se estaban tomando el pelo mutuamente, como guerreros que disfrutan de la bebida y del sexo antes de la batalla. Seguramente Perk y yo hiciéramos bien en hacer lo mismo.
            -Vete, capitán. Nos veremos mañana.
            Jack se colocó en el alféizar de la ventana, se giró un momento para mirarnos a los dos runners, asintió con la cabeza, y se lanzó hacia la negrura de la noche.
            Louis cerró la ventana, y Angelica sonrió, cansada.
            -Y ahora, ¿qué, Che Guevara?
            -Ahora, todo el mundo a la cama. Mañana se hace historia, y deberíamos tener sueños históricos.
            Me levanté y lo seguí a su habitación… pero con intenciones diferentes a las de soñar.



            Llevaba tres minutos corriendo con las sombras de Jack y Jackie encima de nosotros cuando se escuchó la explosión.
            Un minuto antes, a lo lejos, empezó a ladrar un perro.
            Se me erizó el vello de la nuca. No, ahora estamos demasiado cerca, espera un poco más, no des la alarma aún. El ladrido de un perro era siempre mala señal, porque el ladrido venía de unas fauces, fauces que no podían estar muy lejos y que, seguramente, podían (y lo harían) localizarte.
            Odiaba a los perros.
            Podías huir de ellos si tenías el cuerpo caliente y vivo, pero no demasiado: en un punto de equilibrio entre el frío y el calor, con los músculos a plena potencia. No podías estar cansado ni haber echado a correr hacía poco; si era así, era tu fin. Por mucho que las entrenaras, dos piernas nunca iban a correr tanto como cuatro. Lo único que te quedaba era tu astucia.
            Perk me miró, con el viento que generábamos al desplazarnos tan rápido como daban nuestras piernas achinándole los ojos.
            -Está lejos, ¿no?
            -Eso creo-asentí, la trenza dándome coletazos frenéticos. Me la había apretado hasta el dolor cuando salí de la cama de Louis para recibir a Bryce. Y me lo pagaba así: convirtiéndose en un grueso látigo que me azotaba la espalda con cada movimiento del torso, de los pies, o de la cadera. No me daba tregua, pero servía de incentivo para correr más, como la fusta de un caballo con un semental… o, en mi caso, con la mejor yegua de todo el establo.
            Al decimoséptimo coletazo, se escuchó la explosión… y se vio.
            Los muy cabrones habían hecho del Cristal su faro de destrucción, la señal con la que nos guiaríamos todos para acudir como polillas a la luz que nos abrasaría con toda probabilidad.
            -¡Está en los pisos superiores!-gritó Jackie, y yo no pude por más que enorgullecerme de los puntos negros que se precipitaban al vacío. En el último momento, desplegaron paracaídas, y se perdieron en las azoteas de los guardianes del Cristal.
            Perk y yo modificamos el rumbo, decididos a ir hacia allí. El Gobierno estaba a escasas manzanas, y podríamos infundir valor en los runners si nos veían llegar de entre los muertos con ángeles custodiándonos, prometiendo más que aún estaban por llegar.
            Llegamos al río, y Perk y yo nos precipitamos al vacío como habíamos visto a nuestros minúsculos compañeros unos instantes antes. Desplegamos las alas digitales que, por una vez, nos hicieron caso a la primera y se mostraron dóciles en la vida real. Extendí los brazos debajo de ellas mientras me elevaba; las de Perk se limitaban a planear, convirtiendo la fuerza de la gravedad en aceleración horizontal. Atravesamos el río llegando a ver nuestros reflejos en el agua, con dos sombras con cara propia encima de nosotros, cuidando de que nada saliera mal.
            Por primera vez, un ángel femenino era el que cuidaba de mí, y no Louis.
            Sonó otra segunda explosión un segundo antes de que tomáramos tierra en el tejado de los últimos edificios. Echando a correr, me permití el lujo de intentar adivinar dónde había sido.
            -Sonó al norte, ¿no?
            -West Arland, creo-asintió Perk, salvando un conducto de ventilación que se hundía en el tejado a un puñado de centímetros de mí, con lo que le saqué un par de metros que él recuperó en una tirolina más adelante.
            Estudié la calle mientras me desplazaba a toda velocidad por un cable que tenía toda la pinta de ser de teléfono. Era enorme, de un blanco doloroso, y las personas que vivían en ella comenzaban a levantar las persianas para enterarse de qué ocurría, poner imagen al sonido que escuchaban. Unos árboles la custodiaban en cada esquina, y un prado lleno de flores tan blancas como el suelo y de centros amarillos dibujaban figuras de todos los tamaños en el centro mismo, rodeando una fuente como los sirvientes rodearían un banquete.
            -¡Hibiscos!-grité. Era buena señal. Perk se dejó caer en el siguiente tejado, y echó a correr sin esperar a que yo tomara tierra. Era a lo que nos habíamos acostumbrado.
            Saltó una verja mientras yo utilizaba una lona para impulsarme. Otra explosión coincidió con mi aterrizaje. Él se giró, se detuvo y sonrió.
            -Así tocan tierra los dioses.
            Hice una reverencia y abrí los brazos, e iba a añadir algo cuando una, mucho más cerca, me hizo dar un brinco.
            -Estamos cerca.
            -O algo va mal-dijo él, señalando al cielo. Las primeras luces arrancaban sombras de los ángeles que se acercaban, sombras que se proyectaban en los techos y en las nubes, multiplicando su número por mil. Mientras echaba a correr, con la mirada puesta en el cielo (cosa que, por si te lo estás preguntando, un runner no debe hacer nunca), me pregunté cuál de ellos sería Louis.
            Fue salvando el siguiente espacio cuando vi por primera vez a la gente abandonando sus casas a todo correr. Aquello haría del Ataque Final un poco más complicado, pero teníamos que seguir.
            Corrimos entre gritos histéricos, puertas que se cerraban, coches que se arrancaban, y tiros. Tiros por todas partes en cuanto entramos en el perímetro donde ya había habido alguna explosión; sus hermanas se sucedían con frecuencia, y se escuchaban gritos de júbilo de un auténtico ejército reptando por entre los edificios, llenando la ciudad de la cacofonía de una guerra que había tardado demasiado en llegar.
            Todavía nos separaban varios kilómetros del Cristal, y los últimos ángeles estaban sobre nosotros, cuando vimos de dónde procedía ese ruido: miles de runners, decenas de miles, corrían de acá para allá, dueños absolutos del horizonte de la ciudad. Era lo más extraño, y bonito, que había visto en mi vida: miles de figuras con ritmos diferentes, adelantándose y dejándose atrás, salvando obstáculos como un río negro y rojo lo haría, cada uno viendo una oportunidad, cada uno corriendo a todo lo que daba. Los primeros ángeles ya habían caído sobre ellos, y yo tuve que recordarme que esto no era ni la mitad de lo que la ciudad iba a ver ese día. Ni siquiera era la décima parte.
            Los runners chillaban, los ángeles se lanzaban contra ellos, y por aquí y por allí había tiros de advertencia y tiros a matar. Los primeros cadáveres no se hicieron esperar: veías cuerpos caer del cielo y estamparse contra los edificios, a veces atravesándolos como misiles; veías runners caer en mitad de su carrera de rodillas para acabar besando el suelo en un abrazo infinito, y veías policías esconderse detrás de sus coches sólo para mantenerse un segundo más con vida, porque algún proyectil de los robados impactaba contra sus coches o contra la pared contigua, haciendo de la ciudad el infierno oculto que siempre había sido.
            “Era sucia y peligrosa, pero vital y extraordinaria”, había dicho Faith sobre la ciudad original, la de antes de la abominación. Y no fue hasta ese momento que la ciudad de la que había hablado se convirtió en una realidad, abandonando su destino de quimera: gente peleándose y matándose porque tenían ideas diferentes, porque había diversidad, porque el Gobierno no había podido acabar con su semilla, que rebrotaba con más fuerza que nunca, dispuesta a convertirse en el árbol más alto de la selva.
            La suciedad la ponía la sangre de ambas partes; el peligro, las balas; la vitalidad, la muerte allí implantada (moriría más de la mitad del bando vencedor, y el perdedor quedaría erradicado, lo sabía); y lo extraordinario… el que estuviera pasando de verdad.
            La lucha se extendió por toda la ciudad, del cielo caían ángeles y en el suelo los runners se removían, separándose del lugar donde creían que iban a caer y saltando a ayudar a los capturados, esperando tirar al ángel que pretendía secuestrarlos y superarlo en número.
            Perk se lanzó al vacío y desplegó las alas. Jack lo siguió, y se abalanzó directamente hacia una chica que daba vueltas y más vueltas, precipitándose al vacío. La cogió por el torso y, a pesar de su lucha, de los mordiscos que le dio y los puñetazos en los riñones, no la dejó caer hasta colocarla en el suelo, ante la expresión confusa de la chica.
            Jack se levantó, y otra runner lo apuntó con una pistola, pero la chica a la que había salvado le pidió que no disparara a gritos, alzando la mano para detener el tiempo, y con él, las balas.
            El movimiento de los tejados se ralentizó, y se volvió vertical cuando todas las cabezas se levantaban para observar lo inconcebible: un ángel se volvía contra otro y se abalanzaba contra sus alas.
            La ciudad enmudeció por un momento, y mi corazón se detuvo al reconocer las alas de buitre con cuernos.
            Blackfire.
            Y aquellas alas.
            -¡¡¡¡LOUIS!!!!-chillé, y todo el mundo se volvió para mirarme. Y luego, para mirar a Perk, que había alzado su brazo con los tatuajes para que todos vieran quién era.
            -¡LUCHAD! ¡LUCHAD POR LO MISMO! ¡TODOS SOMOS ESCLAVOS! ¡LUCHAD POR VUESTRA LIBERTAD!
            Y no esperó a los gritos de “¡Es Perk! ¡Perk está vivo! ¡Perk!” ni a los de “Dios mío, ¿esa es Kat? ¡Kat está viva! ¡Kat está aquí!” para lanzarse él mismo contra Louis y Blackfire, y ayudarle a despedazarlo en el aire. Blackfire chillaba, lanzaba maldiciones y patadas, embestía a ambos y luchaba por zafarse, pero Louis era un ángel de nacimiento, y no se podía competir contra el cuerpo propio: yo misma había visto la diferencia entre sus cuerpos, cómo el de Angelica tenía dos ríos que conectaban sus alas con su cerebro, cómo por dos simples canales manejaba esas articulaciones, y cómo en el de Louis las alas se fundían con la mayor naturalidad con su espalda, sin cicatrices ni nervios implantados, con la sencillez y la belleza de quien nace así. La maldición era bella.
            Los demás ángeles observaban con incredulidad; algunos incluso sostenían por el cuello a runners a los que estaban asfixiando sin pretenderlo: seguramente lo que querían era reventarles la cabeza contra el suelo, pero lo habían olvidado en su sorpresa al encontrarse con una revolución dentro de ellos.
            Blackfire gritó, cayó en vertical, sacó una pistola y disparó al aire; erró por unos centímetros las alas digitales de Perk, y, antes de poder volver a poner el dedo en el gatillo, Louis había caído sobre él, ave de presa sobre paloma, y se había con su pistola. Le pegó un tiro en una pierna, luego, otro en el ala contraria, y Blackfire lanzó un alarido que dejó sin aliento a los pocos que estuvieran luchando por respirar. Louis lo cogió del cuello; Perk, del torso, y Louis se abalanzó hacia lo que lo hacía fuerte: sus alas.
            En lo que pareció una escena a cámara lenta y producto de la hipnosis, vi cómo le arrancaba el ala sana de un tirón, la alzaba sobre su cabeza y lanzaba el mayor alarido que hubiera escuchado jamás. La sangre manó a borbotones de la espalda de Blackfire, que lanzaba gritos agudos y se debatía, a pesar de que la altura que tanto le había ayudado en ese instante lo mataría.
            Los runners de toda la ciudad reaccionaron al unísono, lanzando gritos y los puños al aire… y algunos ángeles lo imitaron, tirándose hacia los que sabían fieles incondicionales a Bryce. Unos cuantos se miraron entre ellos, inseguros, y emprendieron el vuelo, alejándose de allí.
            Pero la mayoría se quedó para luchar contra ángeles y runners a la vez.
            Perk me hizo un gesto con el brazo, y entonces, yo misma me lancé al vacío, extendí las alas y volé hacia ellos. Choqué contra el cuerpo de Blackfire, que sollozaba y me miraba con asco a través de las lágrimas. Con una sed de sangre que había experimentado sólo una vez en mi vida, con el cadáver de mi hermana entre los brazos, le quité la pistola a Louis, se la introduje en la boca a mi presa, y le sonreí.
            -Vete limpiando el infierno para cuando llegue mi ángel.
            Le di un beso en la frente y apreté el gatillo.
            Y disfruté como nunca de ver morir a un hombre.
            Perk se desprendió de él, y yo tuve tiempo de impulsarme en su abdomen para saltar hacia arriba y salir disparada con mis alas antes de que su cuerpo terminara de hacerse añicos contra el asfalto del suelo.
            Pero mi felicidad y mis giros duraron poco, porque su segundo de abordo pareció darse cuenta de que yendo a por mí haría más daño a Louis que arrancándole las alas, de modo que se me encaró como un proyectil, me lanzó contra un edificio, y traspasó el cristal con mi cuerpo.
            Hiciste esto mismo en las oficinas donde Louis te besó por primera vez, pensé, justo antes de sentir cómo mis alas se rompían, desaparecían, y me abandonaban. Pero no importaba: era una runner que volaba, una runner, podría con todo. Me dio un puñetazo, que esquivé bajando la cabeza, y le di un cabezazo entre las costillas, lanzando la mano hacia delante para sacarle la pistola del cinto y meterle un tiro por el cuello. El ángel cayó a un lado, sin comprender lo que había pasado. Yo me incliné hacia él, estudié su herida y, en un ataque de compasión, le pegué un tiro entre las cejas.
            Eché a correr hacia delante, decidida a salir por el mismo cristal por el que había entrado, y salté.
            Salté como no había saltado nunca en mi vida, con una gracilidad y una eficiencia que merecían entrar en los libros de historia… pero no había nada delante.
            -¡¡Perk!!-grité, y mi compañero, mi amigo, el único que sabía por lo que había pasado esos meses, me agarró de la mano y me lanzó contra uno de los tejados más cercanos y más bajos.
            Estaba escalando por una tubería para ayudar a Jackie a zafarse de un par de ángeles que la habían tomado con ella por ayudar a una runner cuando empezaron los tiros, procedentes del edificio en el que había entrado. No le di importancia, porque al principio, los falló todos por mucha distancia, pero cuando casi me alcanzó en un pie, me volví para ver al francotirador.
            -¡Dadme una puta ametralladora!
            Porque las habían traído, ¿no?
            Alguien me pasó por el suelo una ametralladora y la emprendió a puñetazo limpio con un policía al que uno de los pájaros había subido al tejado. Cogí el arma, la sopesé de la que calculaba la distancia y el flujo del viento, y quité el seguro mientras daba una vuelta para ocultarme en un conducto de ventilación.
            Yo era la cara de una revolución, habían gritado mi nombre como si fuera lluvia en el desierto cuando me habían visto con más fuerza y alegría del que gritaron el de Perk. Y, a pesar de sus alas perfectas, de luz, y las mías, rotas y apagadas, el francotirador lo sabía. Si acababa conmigo, los runners se desmoralizarían.
            Pegué un tiro al aire para comprobar que la pistola funcionara correctamente, y, satisfecha por el resultado, esperé inclinada y calculando la orientación del cañón.
            Me levanté y fue automático: disparé una ráfaga de unos 15 tiros que rompió diversos cristales, y que hizo que el francotirador perdiera pie por un momento.
            -Cáete, hijo de puta-susurré, bajando un poco el arma para enfocarle los pies. A esa distancia, y sin una mira telescópica como la de un rifle, poco podría hacer, pero sabía que estaba en racha. Me había corrido dos veces con Louis, había sido yo la que había matado a Blackfire metiéndole un tiro en la boca y a uno de sus fans. Era mi día de suerte.
            Volví a disparar, pero sólo conseguí romper los cristales del techo del piso inferior. El francotirador recogió su pistola y desapareció por atrás.
            -Vete, vete, hijo de puta-sonreí, y me desplacé hacia otro saliente, dispuesta a esperar a que apareciera por otro lugar.
            Se abrió una ventana, y vi el brillo de un cañón antes de que éste disparara… pero ya no me estaba disparando a mí. Disparaba al cielo.
            Alcé la vista y, como eran mi día de suerte, pude ver cómo una bala perforaba el ala enferma de Louis. Fue una herida pequeña, casi superficial, que le había dado al borde, de manera que pudo seguir volando, aunque no con la gracilidad de antes.
            El francotirador la emprendió entonces con los ángeles, y el cielo comenzó a caerse de una forma en la que nunca se había caído. La lucha se recrudecía: los runners habían superado a la policía, y los ángeles se concentraban en masacrarse unos a otros, sin hacer caso del cobarde que se escondía tras un edificio para matar nuestra esperanza.
            Me quedé sin balas, así que corrí enloquecida a por otra pistola, algo con defender lo poco que nos quedaba para ganar.
          -¿Tenéis una pistola? ¿¡Una pistola!? ¡Me vale un puto arco! ¡Algo para disparar!
            Una chica pequeña me tendió un rifle.
            -Fríe a ese hijo de puta, Kat.
            La miré a la cara, y se me cayó el alma a los pies. Blueberry me sonrió, con las puntas del pelo del mismo azul y violeta, y los ojos azules con motas negras brillando de alegría.
            -Siempre supe que volverías, Kat.
            La abracé, a pesar de toda la destrucción, de todas las luchas y de la sangre, propia y ajena, que nos cubría a ambas. Éramos leonas que llevaban mucho tiempo sin verse.
            -Te llevaré al Cristal, te lo prometo.
            Ella asintió, se volvió y se dispuso a echar a correr.
            Pero un alarido como no se había escuchado otro hendió el aire e hizo que todos nos detuviéramos en nuestros lugares. Alcé la mirada, temiendo ver, temiendo no ver… y lo vi caer en espiral, con un ala ensangrentada y sollozando como nadie debería sollozar nunca.
            El hijo de puta había dado a Louis.
            Blueberry se volvió hacia mí y me tendió un cuchillo.
            -Tráeme su cabeza; yo cuidaré de tu novio.
            No necesité que me lo dijera dos veces; los runners se habían lanzado a por él, decididos a protegerlo a toda costa. Al fin y al cabo, había sido el primero en matar a uno de los suyos, y otros lo habían seguido, de manera que, por fuerza, tenía que ser importante.
            Me hice paso a codazos y, antes de darme cuenta, ya estaba atravesando de nuevo el edificio que había visitado. El cadáver seguía allí, dejando un charco de sangre cada vez mayor a su alrededor, como un aura. Me lancé a las escaleras, enloquecida, con una parte de mi cerebro concentrada en el presente y otra en aquellas oficinas en las que había empezado todo.
            Sorprendentemente, no me arrepentí de nada.
            Me detuve de repente cuando descubrí una puerta abierta, y, con el cuchillo que me había dado Blueberry en la mano izquierda y una pistola en la derecha, me acerqué al vano. Pero la habitación estaba vacía: era la primera que el hijo de puta había ocupado.
            Justo entonces, como confirmando mis sospechas, se oyó un tiro en el piso de arriba. Y yo me deslicé, sigilosa como un gato, por las escaleras, dispuesta a matar nada más ver.
            Le di una patada a la puerta, pero el rifle estaba vacío: o lo habían puesto en modo automático, o el tirador seguía allí.
            Di un paso dentro; luego dos, y luego, otro.
            La puerta se cerró a mi espalda, y yo no pude ver la cara de aquel al que iba a matar.
            Sentí el cañón de una pistola colocarse justo entre mis vértebras.
            -¿Vas a necesitar tu columna vertebral?-me preguntó. Y yo le di una patada, me volví y le propiné un puñetazo que ardió en mi brazo. Él, con la fuerza que le caracterizaba, me dio una bofetada, y me dejó sin aliento el tiempo suficiente como para tirarme la pistola, arrebatarme el cuchillo, agarrarme por la trenza y obligarme a mirar por la ventana.
            Todo porque había sido lo bastante gilipollas como para dejar que mi rabia me dominara y no mirar a los lados de la puerta antes de entrar en la habitación.
            Casi podía escuchar a Puck descojonándose en mi mente porque nunca había sido tan imbécil.
            Puck… al final no me había puesto el auricular, lo tenía en el top, con mi bolita plateada. Mierda, mierda, mierda. No iba a poder pedir refuerzos, se iba a ir de rositas.
            -Mira tu imperio, Kat. Mira lo que has hecho por no conformarte con lo que tenías. Siempre quisiste volar, ¿eh? Sólo así puedes perseguir bien a la muerte.
            Taylor sostuvo mi cabeza alzada contra los cristales para ver la destrucción que había causado por no haber sabido correr más rápido y escapar mejor de Louis. Agarrándome bien fuerte por la trenza, me obligó a presenciar cada enfrentamiento, cada muerte.
            -Esto es lo que has conseguido por querer hacer de las sombras tus aliadas, Kat. Nosotros luchamos por la luz; ellos, por la oscuridad.
            A pesar de tener la rente perlada de sudor, a pesar de saber que iba a morir y de sentir el aliento de la muerte en mi espalda, a pesar de sentir el gélido cuchillo que me había dado Blueberry para matar y que me iba a matar a mí en mi garganta, repliqué:
            -Leí una vez que las sombras son las mayores siervas de la luz, pues la hoguera más brillante es la que proyecta una sombra más oscura.
            A mi espalda se escucharon unos gritos, y una puerta se abrió. Louis, como venido del cielo, apareció ante nosotros, irrumpiendo en la habitación cual huracán. Sin embargo, sus vientos de ráfagas ardientes se evaporaron al encontrarse con aquella situación. Seguramente esperase ver a una reina asesina triunfadora, y lo que tenía ante sí era poco más que una plebeya acusada de traición, en la cola del verdugo.
            -Dile a tu hermana que dejaste a alguien encargado de tu promesa, Kat-rugió por lo bajo Taylor, y yo quise gritarle que ella no sabía quién era Kat, que Kat era ella, que yo me llamaba Cyntia, yo me llamaba Cyntia y le pertenecía a Louis como nunca podría pertenecerle a él, y que Louis sería nuestra salvación, y no él.
            Pero todas las palabras se ahogaron en mi garganta, y nunca pude llegar a pronunciarlas.
            El cuchillo se desplazó por mi garganta, convirtiendo la tundra en el mismísimo infierno. Me esforcé por despedirme y disculparme ante Louis, decirle que lo sentía por no haber conseguido lo que nos habíamos propuesto… pero no encontré fuerzas.

            Abandoné este mundo con la misma situación en la que llegué a él, y me habría dolido de no haberme sumido en la oscuridad de los ángeles, contemplando la luz de sus ojos. Los ojos más hermosos, pertenecientes al más perfecto de todos ellos. La luz que los guiaría por la oscuridad.

2 comentarios:

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤