miércoles, 30 de septiembre de 2015

Rocío un día de lluvia.

Arrancarse una pestaña para pedir un deseo es como disparar una bengala al frío nocturno y fingir que es una estrella fugaz.
Ir buscando el amor y rebasar esquinas buscando conocerlo es como atajar por un parque sin levantar la mirada hacia los árboles.
Levantar la vista hacia las estrellas y preguntarte qué constelaciones hay ahí, cuales ha habido, cuáles habrá, y cuáles existen de forma conjunta, difuminándose en partículas brillantes en un manto de terciopelo azul y negro, como los espectros de color.
Está bien tener metas, tener aspiraciones, tener “sueños”. Pero lo importante del maratón no es llegar a cruzar una línea, romper una cinta, sino todo el proceso que va antes de ella. Lo importante de una película no es su final, sino su desarrollo. Lo importante de un sueño es hacerlo realidad; levantarse de la cama y decidir vivir eso mismo que tu cerebro acaba de crear. Eso es la vida.

Y tú, ¿te has muerto ya?

viernes, 25 de septiembre de 2015

Terivision: How to get away with murder.

¡Hola, startie! Después de dos milenios sin subir nada al blog, he decidido que ya iba siendo hora de deleitarte con otra entrada opinando sobre algo. Algo que, por cierto, está ahora muy de moda debido a cierto premio de cierta protagonista, pero… bueno, no puedo mantener el suspense. Ese algo es:

¡How to get away with murder! Htgawm es una serie “de abogados”, por así decirlo, protagonizada por la GLORIOSA Viola Davis, en la que ella interpreta a Annalise Keating, una abogada de éxito y profesora de universidad que, cada año, elige a los mejores alumnos de su clase para que la ayuden con los casos que lleva, en una especie de prácticas que son altamente valoradas. Pero todo se complica cuando aparece el cuerpo de una chica desaparecida en uno de los depósitos de agua de la universidad en la que estudiaba…
No hay mucho que pueda añadir ya a las buenísimas críticas que está teniendo esta serie, liderada por una actriz que pronto será una de las consagradas (si no lo es ya), pero cuyo reparto no se queda atrás en cuanto a calidad de la actuación. A eso, súmale que al “protagonista masculino”, por así llamarlo, lo vimos crecer en cierto colegio. Vale, cuando lo miro no puedo dejar de ver a Dean Tomas (y eso que sus apariciones en Hogwarts eran bastante escasas, por no decir casi nulas), pero debo reconocer que Alfie Allen es mucho más que su personaje en Harry Potter. Alfie, y sus demás compañeros, defienden a unos personajes que, a la vez, están muy bien estructurados, con muchísimos matices; personajes a los que, en definitiva, disfrutas viendo. La serie te enganchará desde el minuto uno; créeme, a mí me ha pasado (y eso que no soy de series, me dan bastante igual, salvo contadas excepciones), pero a las primeras apariciones de Viola, una perfecta Annalise, paseándose por su clase como si fuera una leona eligiendo qué gacelas se va a comer ese día te dejan sin aliento. En fin, ¿qué decirte, si me lees en Twitter, o has deducido por algunas entradas del blog, más que que esta serie ha conseguido que me guste mi carrera?
Lo mejor: el guión, uno de los más creativos, sino el que más, que he visto en mi vida. En los primeros episodios se presentan casos diferentes antes de ir ahondando en la trama de la serie, y los guionistas son capaces de que Annalise y sus estudiantes consigan unas soluciones para sus problemas que, simplemente, wow.
Lo peor: la traducción del título al español. De un hábil How to get away with murder, más o menos “cómo salir del paso en un asesinato”, en España decidimos que nos mola más Cómo defender a un asesino. Ole ahí. Con dos cojones.
La molécula efervescente: El Emmy de Viola Davis. Espero sinceramente que aparezca en algún sitio a lo largo de esta segunda temporada. Es merecidísimo, no. Lo siguiente.
Grado cósmico: Galaxia. Un 10, vaya. Porque Viola lo vale.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Go hard or go home, y si no mueres luchando es que eres un cobarde.

Hay una inmensa diferencia entre ser fan de algo y ser fanático de algo. Pero, por desgracia, parece que mucha gente no hace la distinción, o bien se niega a reconocerla y baila en la frontera de una y otra con una felicidad pasmosa, que da para pensar, y que también da miedo.
Puede que sea porque acabo de ver la película Carrie y me he encontrado con un ejemplo claro de fanatismo, en este caso, religioso, por lo que veo hasta qué punto la gente quiere confundir las cosas. Autolesionarse, herir a otra persona, encerrarte o encerrar a otra persona, o incluso matar y torturar en nombre de algo no es defender esa causa, sino hacer de esa causa algo reprobable, y que una tercera persona querrá esconder. El Estado Islámico no defiende el Islam, sino que impone una visión distorsionada que tiene de él.
Pues lo mismo parece que empieza a pasar en los fandoms, o más bien, con algunos sectores de los fandoms, en el que los fans se convierten en fanáticos entendidos al extremo.
Está totalmente bien ser fan de algo, pero el fanatismo debería tener unos límites. Sí, “fan” proviene de la palabra “fanático”, pero ya se han distanciado tanto que, para mí, tienen sentidos diferentes. Mientras que un fan simplemente se alegra de que el disco que le gusta, o el cantante, o el actor, o la película, haya recibido un premio o batido un récord, el fanático se lo restriega a los demás, como si el hecho de recaudar más en taquilla menospreciara a la otra película, o el tener un Oscar un actor y otro no hiciera del segundo peor que el primero, o el batir un récord significara que una canción es mejor que otra, de más calidad.
Mientras que un fan verá el vídeo musical de una canción que le gusta nada más salir porque siente curiosidad y quiere ver si el artista ha cumplido con sus expectativas, y lo repite un par de veces si le apetece para fijarse en los detalles, un fanático se obligará a ver el vídeo seguido durante horas, porque quiere romper el récord de más visitas en Youtube, llegando a abrir incluso varias pestañas para conseguir más reproducciones e instalando complementos que ayuden a actualizar la página y, con ello, acercarse más al récord.
Y ése es es exactamente el comportamiento el fandom de One Direction, y que algunos sectores se niegan a abandonar. Es el caso, por ejemplo, de la persona que escribió esto:

En el caso de que no se te dé muy bien el inglés, te comentaré un poco por encima a lo que invita la muchachita que ha llevado a cabo esas parrafadas: básicamente, deja de comer por comprar el próximo disco de 1D. “Ahorra el dinero de tu almuerzo para comprar el disco”, palabras textuales. Regálale el disco a cualquiera que conozcas, con independencia de si les gusta este tipo de música o no. No dejes que nadie te regale el disco, o, (mi parte favorita), compra varias copias del disco, y luego haz lo que quieras con ellas.
Sí, tía, puedes intentar comerte los 7 discos que vas a comprar, ¿quién sabe? Igual son ricos en fibra.
“Pero, ¿por qué coño querrán hacer esto?” te estarás preguntando. Muy sencillo: porque Justin Bieber, alias “la competencia”, vuelve de su retiro el mismo día (en teoría) que One Direction sacarán su último disco “antes del descanso”. Y, claro, no podemos dejar que un fandom que está despertándose de su letargo haga que nuestros chicos pierdan sus números uno, sus récords, su todo, por dejar que las Beliebers le den la bienvenida de vuelta a Justin. Antes que eso, morir de inanición, literalmente. Go hard or go home, I’m Madonna, this hoes know, básicamente.
Y yo te digo: ¿a ti esto te parece normal? ¿A ti esto te parece lógico? ¿Realmente tienes que llevar hasta el extremo tus gustos por algo que llegues incluso a sugerir al colectivo que comparte tus gustos que no coma, que compre varias copias de un disco, sólo para que otro artista no te gane? Esto no es una competición, querida. Twitter no son las Olimpiadas, y si Justin Bieber, o Nicki Minaj, o Taylor Swift, o quien sea, se lleva el premio y los otros no, nadie va a morirse por ello. Hay unas prioridades en la vida, y está claro que “dejar mal” a “la competencia” por dejarla simplemente no deberían estar entre las tuyas.
Entiendo que quieras despedirte como es debido, que pueden significar mucho para ti (o no, y sólo quieres hacerles saber que esperas que vuelvan pronto), pero, joder, tía, no vayas imponiendo un comportamiento que tú, en el fondo, sabes que no es normal. Claro que puedes decir adiós por todo lo alto, y si tus fuegos artificiales al final no son tan brillantes como los que saludan a quien vuelve, tampoco va a pasar nada. Puedo entender que te dé un poco de pena quedarte en el número 2, pero también piensa en la cantidad de gente que ni siquiera ha llegado al podio.
Y, desde luego, dejando de comer no ha sido.
Disfruta del camino, en serio, porque luego, cuando crezcas y mires atrás, querrás recordar con nostalgia y una sonrisa cómo ahorrabas un poco de aquí y un poco de allá para comprar una copia de ese disco que te gustaba… y no cómo no comiste aquellos días sólo para impedir la llegada al número 1 de otra persona.

Céntrate más en disfrutar del camino, y menos en la meta, porque lo bueno de viajar en tren, es que ves el paisaje antes de llegar a tu destino.



PD: los fans no filtran álbumes, estúpida. Si tan poderosas fueran las "Directioners", ¿por qué no circulan por ahí los teléfonos de los chicos? La cabeza está para usarla, no para hacerse trencitas cuando te vas a disfrazar de un personaje de Frozen.

martes, 15 de septiembre de 2015

A la deriva, cada uno flotando en direcciones distintas.

Hoy, me olvidé del color de tus ojos. Estaba segura de que eran azules como el océano, pero tu madre me dijo que eran verdes como la hierba en medio de un día de verano.
Mañana, me olvidaré de la manera en que te reías mientras cantábamos juntas tu canción favorita. Yo estaré segura de que te cubrías la boca y te ponías colorada, pero tu madre me dirá que explotabas como un fuego artificial, riendo tan fuerte que se te achinarían los ojos.
La semana que viene, me olvidaré de cómo te peinabas. Estaré segura de que te encantaba llevarlo rizado, pero tu madre me dirá que te encantaba ponerte trenzas y dejártelas sobre el hombro.
El mes que viene, me olvidaré del sonido de tu voz. Estaré segura de que hablabas rápido y fuerte, pero tu madre me dirá que hablabas dulce y despacio, como si quisieras que sólo yo te escuchara.
El año que viene, me olvidaré del día en que me dejaste atrás. Estaré segura de que fue aquel Jueves, y tu madre llorará y me dirá que se le olvidó a ella también.
El año que viene, te olvidaré. Me estaré durmiendo poco a poco hasta que olvide que solías estar a mi lado. Lloraré y llamaré a tu madre, pero ella me olvidará a mí también.
El año que viene, no querré olvidarte. Me quedaré con el teléfono cerca, esperando tu llamada, pero sólo será tu madre diciéndome que ella también me echa de menos a mí
Hoy, me he olvidado de cómo respirar.

Es gracioso, pero mientras leía la publicación original en inglés, iba pensando en que se trataba de una chica hablando de un chico. Y luego llegué a las trenzas. Y cambié de opinión.
Y luego llegué a la parte en la que dormían juntos. Y me convencí de que era un chico de nuevo.
Es gracioso cómo nos restringimos y nos aportamos papeles los unos a los otros, y nosotros mismos.
Es gracioso cómo en mi mente se formaba una cara, y se desdibujaba para ocultarse tras una nebulosa y después regresar, a medida que iba avanzando.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Un piano para Barbara.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

            Lorde, o Ella, o como quisiera llamarse la mujer de los rizos negros, echó un vistazo sin disimulo a la cocina por la que la condujo mi anfitriona, carcelera… y falsa tía.
            Se giró sin comprender qué hacía allí; parece ser que en Nueva Zelanda, las bebidas se guardaban en el salón. Eri le indicó una puerta en la que yo no me había fijado hasta ahora, la recién llegada susurró un “oh”, asintió con la cabeza y se dirigió a grandes zancadas hacia ella.
            -Ve con ella, Diana, yo en seguida voy. ¿Quieres algo?
            Negué con la cabeza, pero luego me lo pensé mejor. Sí, no había desayunado, así que, ¿por qué no torturarla, obligándola a que me preparara mi comida? ¿Qué más le iba a dar, si tenía que servirle un puto Cola Cao a una mujer que me doblaba la edad?
            -El desayuno-susurré. Ella alzó las cejas.
            -No has comido nada, ¿eh?
            Negué con la cabeza, ella asintió, y, justo cuando pensé que iba a llenar la cocina con el típico aroma de las mañanas (tortitas, huevos fritos, beicon), se dio la vuelta, abrió una alacena… y sacó una caja de cereales.
            De chocolate.
            Agh.
            Cogió un bol, un brick de leche, y me lo colocó contra el pecho, asegurándose de que lo había agarrado bien antes de lanzarme una mirada cargada de intención, en la que se leía claramente lo que estaba pensando: “Estoy criando a Tomlinsons, hijos de Louis, y claramente no tengo tiempo para tus mierdas se Styles caprichosa”. Edulcoró ese mensaje silencioso con una sonrisa y volvió a sus preparativos.
            Desparramé todo lo que me había dado en una mesa blanca de madera, de patas retorcidas, que sostenía un jarrón que custodiaba unas orquídeas blancas como la habitación, en cuyas paredes se reflejaba el sol del noviembre inglés que se colaba por la enorme cristalera.
            Volví la mirada un momento, mientras me sentaba, para echar un vistazo a las afueras. Una piscina de aguas tranquilas arrancaba destellos del astro rey, y a lo lejos, muy a lo lejos, entre una cortina de niebla y humo, se intuían edificios que dibujaban un skyline que yo conocía muy bien.
            Lorde también los admiraba, pero de manera diferente. Por su manera de sentarse (con las piernas estiradas y el costado derecho contra el respaldo de la silla y una mano clavada en él para no caerse), deduje por qué a mi madre no le caía bien: se veía que despreciaba la moda. Sus movimientos, la manera de tratar su ropa, dejaban entrever que no eran prendas elegidas por ella misma, sino por alguien con más estilo y sabiduría, que no iba a dejar que una ganadora de Grammys se paseara por ahí como una vagabunda. Tenía un status que mantener, no sólo por ella, sino por todos lo que se habían llevado un gramófono dorado a casa, y los que descendíamos de ellos.
            Ese tipo de cosas eran lo que nos distinguía de la gente normal.
            Sus labios, rojos sangre, se curvaron cuando me echó un vistazo por el rabillo del ojo.
            -No sabía que os permitieran ir por las pasarelas si comíais. Creía que tendríais que elegir.
            Volqué la caja de cereales sobre mi cuenco, y luego los regué con leche.
            -Te sorprendería la cantidad de cosas que se pueden hacer y que te permiten ser una diosa para el resto de mortales.
            Se echó a reír.
            -Ella, déjala estar. Acaba de llegar, acaba de levantarse, y es una niña.
            -¿Y qué? Conoces a su familia. A su tía. Si tiene una gota de su sangre de víbora, seguramente me aporte un poquito de felicidad en estos días grises que llevo.
            -Sabes que esa pelea con Gemma no estuvo bien, pero no se repetirá.
            -Sí, tus cinco guardaespaldas hicieron un buen trabajo separándonos-suspiró-. Es una lástima que tu marido haya crecido en el machismo y considere indigno pegarle a una chica, ¿sabes, Eri? Louis tiene pinta de saber pelearse cuando quiere.
            -Nos destrozaría a ambas la cara con esos brazos que tiene.
            -Y lo que te encantan.           
            -Puede-asintió mi anfitriona, sonriendo y acercándole la taza. Tomó asiento entre ella y yo.
            -Sabes que sí. Pero para poder cogernos, primero tendría que acercársenos. Y no sabes qué patadas en los huevos doy. No he conocido a nadie más rápido.
            -Me pregunto quién te enseñaría ese truco.
            Y volvieron a echarse a reír, dejándome con la intriga de lo que había pasado con mi tía, los problemas que tenía esa tía con mi familia… y, sobre todo, cuándo había necesitado ninguna de las dos dar patadas en los huevos para salir de una fea situación.
            Tomé una cucharada de cereales. Estaban, sorprendentemente, ricos. Decidí darles una oportunidad.

jueves, 10 de septiembre de 2015

El séptimo pánico.

Estoy cansada. Estoy cansada de tener que esperar por cosas que al final terminan retrasándose, de llegar a los sitios pronto sólo para esperar por aquellos que desconocen la impuntualidad. De los que ilusionan, de los que nos dejamos ilusionar, y los que nos quedamos con un vacío en el pecho y un pequeño nudo en el estómago con el que tendremos que vivir cuando esas ilusiones se convierten en otro tipo de ilusiones.
De los que claman su amor a los cuatro vientos por algo, y no están dispuestos luego a sacrificar su “preciado” tiempo intentando buscarle un hueco. De los planes a medio hacer, de los mensajes suplicando una respuesta, de los silencios negándola.
De quedar para comer y al final quedarte con hambre, de no hacer ejercicio por no ducharte ese día por motivos del horario, de decir “no, no me da tiempo a ver esta película” y perder una hora y tres cuartos navegando por Internet, viendo vídeos sin los cuales podría perfectamente vivir.
De tener antojo de algo y reservarlo para una cena especial, pero que esa cena al final no llegue nunca.
De leer libros cortos porque no quiero empezar largos todavía, pero descubrir que esos libros cortos me dan asco; y, aun así seguir insistiendo en acabarlos, pues esos libros son a los largos lo que Youtube a las películas.
De los "tiene que ser horrible que tus padres te obliguen a estudiar algo que no quieres", y todas esas frases primas de ésa; de no poder decir "no me digas, no me había dado cuenta, ni siquiera en las noches de Septiembre del año pasado en que me dormía llorando". De no tener tartas de cumpleaños el día de mi cumpleaños, y de agotar los regalos antes de que se acabe el verano.
De los “tenemos que quedar” que se convierten en un “deberíamos” y que al final no suceden. De vivir encerrada en mi propia prisión; de salir por obligación, pero sin ganas, y de quedarme en casa cuando son los demás quienes no las tienen. De dejar libros que no me devuelven hasta pasados dos años, y que apenas han tocado, porque no leen un libro de cada vez, sino cuatro; uno, siempre, releído, cada mes.
Pero, sobre todo, estoy cansada de tener miedo. De tener miedo a ser como esos que dicen “tenemos que quedar”, y al final nunca quedan. De convertirme algún día en aquellos que se mueren en los labios con las palabras más amargas que haya inventado el ser humano “yo quería ____, pero no lo conseguí. Pasó el tiempo, lo fui dejando, lo fui dejando, y al final, eso no sucedió”.
Más bien estoy agotada de tener miedo, de no poder ver una película tranquila sin que me asalten las dudas: ¿cuánto llevará ese actor trabajando para conseguir ese papel? ¿Con cuánta edad seré demasiado vieja para optar a un protagonista? ¿Conseguiré alguna vez quitarme el acento que me cierra las puertas?
Me agota el hecho de que ya ni siquiera disfruto al cien por cien del cine, tanto porque no me permito compartir mis dudas con alguien por horror a la posible respuesta, como porque, simplemente, esas dudas existen.
Pero, claro, esos que “tienen que quedar” no necesitan experiencia, ni mejorar. Para ellos es un hobby lo que para mí una necesidad.

sábado, 5 de septiembre de 2015

El Edén de las plumas musicales.

            De haber sabido que iba a ser tan gilipollas como para meterse en un edificio sola, la habría dejado en casa, atada a la cama con cadenas cuyos eslabones tuvieran varios kilómetros de grosor.
            Pero no iba a poder renunciar a ella ni aunque quisiera, no podría dejarla en casa sin saber si volvería para echarle un vistazo una última vez. Elegí ser egoísta y tener la posibilidad de mirarla a los ojos mientras moría en la batalla, y abandonar la vida con su mirada aterrorizada ante la perspectiva de que fuera, a partir de entonces, la única que podía dirigirnos.
            Pero preferiría mil veces haber muerto con la culpa de haberla dejado encarcelada a tener que ver entre lágrimas de dolor y rabia cómo saltaba al edificio en el que había acabado con el amigo de Blackfire en busca de aquel que me disparó.
            Fui a caer en una azotea más baja que las demás y, cuando me quise dar cuenta, una decena de runners me rodeaban, me daban la espalda y se encaraban a los ángeles que caían del cielo, decididos a acabar conmigo y a hacer de nosotros el grupo unido que habíamos sido antes.
            Entre las espaldas se coló un cuerpo diminuto que cargaba con una pistola ridículamente grande, pero yo ni siquiera me pregunté cómo se las arreglaba para ser tan grácil a pesar de llevarla. Cyn ya me había demostrado que alguien sin alas podía llegar más alto que alguien que volaba.
            -Tienes que ir a ayudarla-me dijo la chica de la pistola, cuyo pelo acabado en puntas moradas encuadraba unos ojos azules como el hielo, mucho más fríos que los míos, y que habrían derrochado fuerza si no fuera por la expresión de pánico dibujada en ellos-. No piensa con claridad, y la calma es lo último que puede perder un runner.
            Dejó la pistola en el suelo, con el cañón apuntando hacia su espalda, donde dos runners tiraban y tiraban de un ala que se retorcía de manera grotesca, alejándose de la espada de su dueña… en cuyos ojos encontré un odio irrefrenable, sólo comparado al que había habido en los de su novio antes de que Cyn saltara sobre él y terminara de rematarlo.
            Una sombra dorada cayó del cielo y estampó a la muchacha contra el suelo, cuyos gritos cesaron un segundo después de que se oyera un horrible crujido.
            La chica del pelo morado me había tendido la mano, y mientras me levantaba, pude ver cómo tres runners más despachaban a un policía que había ido demasiado lejos en sus tareas, y se volvían para rodear a Angelica.
            -Angie-grité por encima del fragor de la batalla, y ella, toda alas de cisne deseosas de luchar, incluso contra gente que estaba de nuestra parte, se volvió para mirarme.
            -¡Es de los nuestros!-bramó la chica de la pistola, y los runners se irguieron un momento, le echaron un vistazo con desconfianza, y se dispersaron, yendo en diferentes direcciones, pero con un objetivo común: ayudar a los suyos, ganar esa guerra.
            -Angie, Cyn está ahí-señalé el edificio con un dedo tembloroso. Sabía que no podría llegar.
            Ella alzó el vuelo apenas terminé la frase, se lanzó contra mí, me agarró por las axilas y me alzó por encima de los edificios, hasta dispararme contra el hueco por el que había entrado Cyntia. Sus manos se volvieron rojas con la sangre que manaba de mi ala rota, pero no me importó. Me dedicó una última mirada y fue a por otro ángel de alas marrones, demasiado parecidas a las de Jack.
            Sin tiempo que perder, pasé por delante del cadáver del ángel que había atacado a mi chica y me lancé escaleras arriba, siguiendo el rastro que había dejado Cyn en su ascenso enloquecido. Este rastro consistía en una hilera de gotitas de sangre tan reciente que, de haberme detenido, la habría notado caliente; escalones abollados cuando había tropezado, pasamanos ennegrecidos allí donde se había apoyado, y…
            Se oyó un tiro en uno de los pisos más altos, y yo alcé la mirada en el momento justo en que ella salía de la habitación en la que había entrado y se lanzaba corriendo como una leona a por su presa.
            La vi correr, con la trenza rubí dando botes a su espalda, como quien ve una película de terror bien hecha: con el momento más duro a cámara lenta. Quise llamarla, pero una parte de mí me detuvo antes de que metiera aún más la pata; si hacía ruido, el francotirador podría salir y matarla. No debía delatarla aún.
            Sumó una puerta que colgaba de sus bisagras al rastro que iba dejando de una patada, y se zambulló en la habitación en el momento en que yo recobraba sentido.
            Corre, hijo de puta, corre, van a matarla.
            -¡CYN! ¡NO!
            Subí las escaleras más rápido que si fuera volando. Mis pies casi no tocaban el suelo, pero yo me las arreglé para ir anotando pisos subidos a mi libreta de logros personales como una exhalación. Todos en la Central estarían orgullosos de verme correr así, era como si Cyn me hubiera aportado velocidad, como si estar con ella me hubiera hecho más rápido y fuerte, como si valiera más por…
            Cuando llegué a la estancia, me la encontré arrodillada frente a la ventana, con los ojos fijos en el suelo de la calle, y una sombra negra detrás de ella.
            Me detuve en seco al ver que, de una de las extremidades de la sombra, salía algo que reflejaba la luz. Una décima de segundo más tarde, descubrí que era un cuchillo.
            La sonrisa lobuna de Taylor cuando me reconoció fue lo segundo más horrible que vi en toda mi vida.
            Se inclinó hacia su oído mientras ella me miraba con un labio tembloroso y los ojos escondidos tras una cortina de lágrimas.
            No, no le hagas nada, quiere decirme algo.
            - Dile a tu hermana que dejaste a alguien encargado de tu promesa, Kat-susurró su captor, con los ojos fijos en mí. No iba a perderse mi cara cuando me obligara a presenciar lo más horrible que había visto en mi vida.
            La piel de la garganta de Kat separándose como una puerta automática de cualquier supermercado, su preciosa sangre saliendo a borbotones de ella, y la vida que se apagaba en sus ojos mientras peleaba, todavía, por decirme algo.
            Casi agradecí que no tuviera ocasión de decirme adiós.
            Taylor la tiró al suelo con una sonrisa de oreja a oreja, y no se molestó en contener las carcajadas cuando me lancé para recogerla y verle los ojos, verde pardo, una vez más. Aquellos ojos que tanto me recordaban al bosque que había más allá de la ciudad, el bosque al que una vez prometí llevarla, y que ya no brillaban al verme ni reflejaban mi silueta. Aquellos ojos que me habían devorado con la mirada la primera vez que me la tiré, los que me habían mirado con incredulidad cuando la besé el día que la conocí, los que me habían recorrido como si quisieran grabarme en su memoria aquella misma noche, mientras estaba dentro de ella… aquellos ojos que tantas alegrías me habían dado ya ni siquiera eran unos ojos, sino un par de bolas inertes a través de las cuales habían viajado tanto imágenes como pensamientos y emociones. Me sentía como quien observa un avión después de recibir a sus seres queridos, y tenerlos entre sus brazos; había sido lo más emocionante del mundo, pero había terminado perdiendo su magia.
            En ese caso, la magia de los ojos de Cyn había sido su vida.
            Con la carcajada del runner me di cuenta de algo: nos merecíamos otro final, uno mucho más sencillo, uno mucho mejor. Si ella quería morir, que fuera al lado de mi cadáver, sólo para acompañarme a dondequiera que fueran los muertos y estar conmigo allí también; o llorando sobre mi cuerpo frío y magullado, susurrándome que habíamos ganado, pero a qué precio… pero ella, siempre, me sobreviviría a mí. Era lo justo, lo necesario, lo correcto.
            No sólo se había cargado a mi chica, se había cargado la esperanza de la ciudad, se había cargado a la líder que nos guiaría a través de la oscuridad hacia la luz abandonada, se había cargado a la única persona que me había hecho volar sin usar mis alas. Y, ¿qué cojones? Se había cargado a mi chica. A Cyn. Eso justifica de sobra lo que pasó a continuación.
            -Parece que, después de todo, los runners seguimos estando por encima de los ángeles, ¿eh, pájaro?
            Y me lancé contra él como se habían lanzado los runners contra la novia de Blackfire. Ni siquiera se lo esperaba. A pesar del dolor de mis alas, ése que se instalaba siempre en mi espalda cada vez que las movía, y el añadido por las heridas, nada me supo tan bien como los cortes en la cara cuando atravesé el cristal de la ventana con su cuerpo y nos precipité al vacío.
            Habría deseado tener la pistola que me tendía la chica runner conmigo para torturarlo un poco mientras caíamos, pero ver cómo se debatía para zafarse de mí fue suficiente. Probó dándome puñetazos, patadas, pero yo simplemente no lo soltaba; sabía que era cuestión de tiempo que ganase esa batalla. Al fin y al cabo, era él contra la gravedad, no contra mí. Y fue un placer ayudar al planeta.
            -Despídete de lo que conoces, runner. Prepárate para ver a Cyn entre nubes mientras tú te pudres en el infierno-le susurré, sabiendo que todos los ojos volvían a estar clavados en nosotros dos.
            ¿Por qué siempre tenía que ser el centro de atención?
            El golpe fue dulce, extremadamente dulce: los brazos me crujieron y dejé escapar un rugido de dolor cuando abrí las alas para aminorar el impacto, pero nada era comparable a la sensación del cuerpo de mi enemigo, aquél que había sido también mi rival, desintegrarse nada más tocar el suelo. Sus ojos miraron al cielo, ya sin ver, flotando en sangre y exorbitados, su boca era un cóctel de coágulos, dientes y gravilla a partes iguales, y su pecho, oh, su pecho subía y bajaba con tanta dificultad que casi no se notaba.
            Pero yo lo noté.
            -Tú no te mereces ni un tiro en la boca-le grité, y supe que me oyeron hasta en la cima del Cristal. Alguien aterrizó a mi lado y me puso una mano en el hombro. Luego, otros dos pares de piernas se deslizaron hacia el suelo y corrieron a nuestro lado. Levanté la mirada: eran la runner de la pistola, y con la que nos habíamos reunido la noche anterior.
            -Ha matado a Cyntia.
            Blondie frunció el ceño.
            -Es mentira-musitó, no muy convencida.
            -Entonces la maté yo, ¿no?-ladré, dejándome caer de rodillas. Sí, si la hubiera matado yo, me matarían a mí, y no tendría que sufrir sin ella los minutos en los que ya era pasado-. Maté a la única mujer a la que he querido nunca, yo le corté el cuello, yo la obligué a mirar cómo nos peleábamos, yo…
            Y me eché a llorar encima del cuerpo moribundo de Taylor, que lanzó un último estertor, escupió el último coágulo de sangre, y detuvo su pecho.
            Ni siquiera pudo cerrar los ojos.
            Antes de que me diera cuenta, me habían puesto en pie de nuevo y me habían levantado en el aire: la batalla se había reanudado, pero la mayoría de los ángeles peleaban codo con codo con los runners, y se extendían por las calles, colaborando para llegar más lejos, como si de una enfermedad se tratara. Metían a la gente en sus casas, se aseguraban de detenerse en cada rincón afín al Gobierno, y alzaban las manos y las voces a modo de saludo cuando pasaba por encima de ellos, arrastrado por unas alas que no eran las mías, hacia un lugar que se me antojaba tan solitario como el desierto, a pesar de ser el único hogar que había conocido en toda mi vida.
            Justo cuando la Central apareció en el horizonte, recortada contra un sol que había perdido su tono sangriento, como si le pareciera que había demasiada sangre en la ciudad como para reflejarla él, reuní el valor suficiente para mirar atrás, preguntándome si todavía vería el edificio en el que había pasado a querer a una muerta.
            Pero lo que vi fue algo diferente: Angelica, con sangre y cortes por la cara y los brazos, sujetando el cuerpo sin vida de Cyn con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Me miró un momento con el ceño fruncido, asintió muy despacio, y dejó que perdiera el conocimiento.

            Las máquinas de  sanación de la Central tenían el poder milagroso de despertar a cualquiera que hubiera perdido el conocimiento.
            Claro que no sería el caso de un muerto; de lo contrario, habría recogido a Cyn y la hubiera llevado directamente nada más destruir al hijo de puta que terminó con ella.
            Una luz azulada me catapultó de nuevo a la vida, y, cuando abrí los ojos, me encontré con caras que no había visto nunca… salvo dos: Angie y la de las pistolas.
            La runner se movía por la habitación como si se hubiera criado allí, apretando botones y accionando palancas, colocando la mano en las pantallas y girando los esquemas para verlos mejor, mientras hablaba sola a toda velocidad.
            Angelica me apretó la mano en cuanto me vio despertar. Sus ojos derrochaban una calidez que pocas veces había visto en ella; la hizo rejuvenecer diez años, volviendo a ser la muchacha a la que le habían puesto alas y que se disponía a volar por primera vez.
            -Hola-sonrió, acariciándome los nudillos con unas manos en las que se distinguían esquirlas de cristal. No parecía importarle en absoluto.
            -Hola-susurré-. ¿Es…?
            -¿Es seguro estar aquí? Yo diría que sí, especialmente contando con que han matado a Bryce-se encogió de hombros y amplió su sonrisa, tiñéndola de satisfacción-. Deberías considerar ascender a quien lo hizo a capitana general, o algo así. Incluso ser la nueva Bryce estaría bien-se golpeó rítmicamente la barbilla con el dedo índice, pensativa.
            -Por qué será que no me extraña que fueras tú.
            -Le llevo teniendo ganas diez años.
            Asentí despacio y me dediqué a mirar al techo.
            -¿Cómo ha ido todo?
            -El Gobierno ha escapado, y no sabemos dónde se esconden. Eso sí, siguen con una parte del control de la ciudad. Las comisarías más importantes siguen bajo su mando, pero las pequeñas y un par de las grandes han caído. Controlamos la luz. Los ciudadanos no salen de sus casas. Hemos establecido el toque de queda para que no haya ningún problema durante una semana.
            -Os habéis arreglado bien sin mí.
            -Sí, pero necesitábamos a nuestro príncipe ángel-volvió a acariciarme los nudillos; la runner volvió a colocar la mano en una pantalla y la luz volvió a recorrerme.
            -Estoy roto por dentro, Angie. Esto nunca se curará.
            -Le hemos cerrado las heridas, y le hemos venido pasando las luces de manera consecutiva cada cinco minutos desde que la trajimos. Tiene respiración asistida, pero…
            -Angie, no me obligues a decirlo.
            -…, a pesar de la pérdida de sangre, su corazón todavía late. Está muy débil, no sabemos si despertará, aunque…
            -Angie. Está muerta. No va a despertar.
            La runner se volvió y me miró; luego, miró a Angie. Angie parpadeó despacio.
            -Se aferra a la vida.
            -Es la máquina la que lo hace. No podemos resucitar a los muertos. Le cortaron la garganta. Deja que la llore. Deja que la llore hasta que me muera. No va a despertar, Angie-susurré, devolviéndole la caricia y sintiendo cómo una lágrima me resbalaba por la mejilla-. Lo sé. Lo noto en la piel.
            Se me quedó mirando.
            -Le has dado la pluma.
            No tuve que confirmárselo; lo vio en mis ojos.
            Darle una pluma a alguien tampoco era tan importante, el problema venía cuando les dabas la pluma. Cada ángel tenía una pluma especial, que no se separaba de las alas bajo ningún concepto, a excepción de una única cosa: que el ángel decidiera entregarla. Normalmente, esto se hacía con los guardianes que nos asignaban, aquellos que nos protegían y se aseguraban de que volviéramos a casa. Cuando les dabas la pluma, sabían dónde estabas y qué hacías, y tenían una manera casi mágica de comunicarse contigo, pues a través de los susurros dichos a la pluma conseguían que sus palabras llegasen a nosotros.
            Así había sido como acudí a Cyn aquella vez que me llamó.
            Pero yo no era como los demás. Dado que era el único que había nacido así, nadie me había obligado a entregar la pluma, bien porque querían darme libertad para que confiara en ellos, o bien porque querían asegurarse de que mi vigilante aguantaría una vida entera conmigo, y mantener a un guardián durante la infancia, la adolescencia y la edad adulta sin que cambiase era muy difícil. Así que así había estado, solo, con la mente despejada, toda mi vida, hasta que encontré a Cyn.
            Porque el único inconveniente de la pluma era que no podía devolverse. Una vez se la entregabas a alguien, por voluntad propia, esa pluma conectaba con ese alguien y se convertía en parte de él. De la misma manera que mis alas no funcionarían en el cuerpo de Angie, ni las suyas en el mío, las plumas permanecían fieles hasta que el ángel moría, o su guardián lo hacía. Entonces, volvía el silencio, un silencio peor, porque conocías el sonido de la música y estabas condenado a echarla de menos hasta el final de tus días.
            -Espero que disfrutaras todo lo que pudiste de ella-susurró Angie; de sus ojos también brotaban lágrimas.
            -Ni de lejos. Nunca lo haces. Tú tampoco lo harás.
            Ella bajó la cabeza y se frotó las manos.
            -¿No?
            -No te enfades conmigo-suplicó, y yo me incorporé.
            -Angelica.
            -Perk ha vuelto. Preguntó por alguien antes que por Kat. Por mí.
            -¡Angie!
            -Me gusta. Dios. Me gusta más de lo que nunca me gustaste tú. Así que se la di. Estoy a gusto, es…
            -Como si no volaras solo.
            Sonrió y tuvo la decencia de ponerse colorada.
            -Sí.
            La runner se acercó a mí.
            -No es la única. Te sorprendería la cantidad de ángeles que se han encaprichado de runners, y viceversa. Puede que incluso creemos híbridos.
            -Sólo Louis puede crearlos, Blueberry.
            -Entonces estamos jodidos.
            -Quiero ver a Cyn.
            Las dos intercambiaron una mirada.
            -No sé si será…
            -Necesito verla. Enterrarla. Llorar sobre su tumba hasta que su cuerpo se pudra. Y luego, hasta que se convierta en huesos. Y luego, hasta que sus huesos se conviertan en polvo. He liberado a esta ciudad. Me lo debe. Me ha quitado a Cyn, pero nunca me quitará su recuerdo.
            Accedieron a dejarme visitarla, y me dejaron entrar en la habitación solo. Los ángeles que allí se encontraban se retiraron en cuanto me vieron, todos excepto Gwen, que hizo un gesto en dirección a la puerta a los runners que estaban con ella. Cuando salieron por fin todos, la chiquilla con alas de mariposa me miró.
            -Siento tu pérdida.
            -Gracias, Gwen.
            -De verdad. Ha sido mucho más que una buenísima aliada; ha sido tu amiga, tu novia… tu guardiana. Es parte de ti como tú lo eres de ella.
            -¿Cómo...?
            -Yo me encargué de desnudarla. Tranquilo, la experiencia no me gustó. Es toda tuya-alzó las manos, y yo me obligué a sonreír-. El caso es que traía una pluma con ella, y no me cabía duda de quién era… ni antes de tocarla y que me quemara los dedos. Fue tu mejor elección hasta hoy.
            -Tú habrías sido la mejor elección, Gwen.
            Se encogió de hombros.
            -No tendré alas de halcón, ni de gaviota, ni de buitre; ni siquiera de mosquito. Pero que la mariposa me haya dado alas no quiere decir que yo no pueda matar, y ser matada. Pregúntale a los Susurrantes. Ahora sí que van a estar callados, sin poder decirle nada a Bryce.
            Y salió de la estancia, dejándome solo con mis pensamientos.
            Tardé varios minutos en armarme de valor para levantar la vista y mirarla, pero en cuanto lo hice, me arrepentí de esperar.
            Le habían puesto un vestido totalmente blanco, que resaltaba su piel morena, curtida por el sol después de años de carreras, así como sus extremidades firmes y poderosas. Dos tubos se colaban en su nariz, proporcionándole el oxígeno que ni siquiera usaba, y una ligera sonrisa curvaba sus labios de manera que pareciera dormida.
            Pero lo mejor era su pelo: habían desecho su trenza y le habían puesto flores alrededor. Seguro que era cosa de Gwen.
            Tumbada allí, parecía una de las princesas de cuento de hadas de las que tanto había hablado Angie cuando llegó a la Central, a la espera de un beso que la despertara de su sueño.
            No había ni rastro de la cicatriz del corte que le succionó la vida.
            Me senté a un lado de su cama, con una de mis alas rozándole el cuerpo.
            -Qué voy a hacer ahora sin ti, mi vida-susurré, y, mecido por los latidos de su corazón, que no parecía darse cuenta de que ella ya no estaba, me dejé arrastrar por la marea de recuerdos.
            No tuve que ir muy lejos: bastó con la noche anterior, la última que habíamos pasado juntos. Me acarició el pelo y me miró con aquellos ojos que ya no eran nada más que patéticos recuerdos de lo que habían sido, y sonrió. Yo bajé la mirada hasta su pecho, pero ella me cogió por la barbilla y me obligó a levantar la cabeza.
            -Mírame, Louis.
            -Ya lo hago-repliqué, y se echó a reír, lo que produjo un efecto curioso en nuestra unión. Se hundió en mi mar, yo me perdí en su bosque macerado, y volvimos a ser uno en cuerpo y alma.
            -No vayas conmigo.
            -¿Qué pasará si te caes? ¿O si te metes en una oficina? ¿Quién te escoltará fuera?
            Me acarició el hombro y me besó despacio, igual que yo le hacía el amor, como si temiera romperme.
            Viéndolo desde el futuro, me di cuenta de que lo que queríamos era estirar los segundos hasta convertirlos en años.
            -Entonces, promete que no dejarás que te disparen.
            -Nunca, mi amor; no, a no ser que seas tú la que aprieta el gatillo.
            Volvió a reírse, y la bolita de plata rodó por la cama. La capturó con dedos hábiles y la colocó en la mesilla de noche; era lo único, junto con mi pluma, que había merecido ser salvado.
            Me incorporé de un brinco, haciendo temblar la cama por un momento. Cyn no se inmutó; su sueño de ultratumba era demasiado profundo, incluso para mi gusto. Dirigí la mirada hacia la pequeña bandeja en la que descansaba mi pluma… y la bolita de plata, acompañándola, asegurándose de que no se sintiera sola.
            Estiré la mano y recogí ambas cosas. Besé en los labios a Cyn, prometiéndome que, si lo que tenía entre manos no salía bien, volvería y le daría todos los besos que me quedaban, los que había dado por garantizados y no había podido darle. Después de cavilarlo unos instantes, le coloqué la pluma en la frente.
            Asumiría el silencio en mi cabeza con tal de no tener que cambiar su voz por la de nadie más.
            Salir de la habitación fue duro, pero el resto fue pan comido. La Central estaba totalmente vacía; sólo me encontré rastros de pelea en algunas esquinas, y un par de cadáveres que nadie se había molestado en retirar. Los ascensores estaban preparados, como si quisieran que me reuniera con mi chica una vez más.
            Recorrí los pasillos que conducían a la sala del simulador en tiempo récord, y coloqué la perla de plata encima de la caja negra. Dejé que me succionara sin tan siquiera comprobar si aquello era seguro.
            Aparecí flotando en una azotea que, al principio, me pareció una cualquiera.
            Después vi el edificio con la pared inclinada; el mismo por donde Cyn había corrido el día que caí sobre ella.
            Pero estaba solo; no había rastro de nadie por ninguna parte. La ciudad se mantenía como siempre; el Cristal estaba entero, no había columnas de humo ni ruidos de gritos, sirenas o alas cortando el aire en dirección a la guerra. Estaba atrapado en el pasado, solo, y condenado a mantenerme así para siempre.
            Entonces, fue cuando la vi.
            -¿Louis?-dijo. Iba con una niña de la mano. A juzgar por su altura, tendría unos nueve años.
            -¿Cyn?
            -¡LOUIS!
            Echó a correr, soltando a la niña, que caminó insegura hacia mí.
            A pesar del vestido blanco y del pelo suelto, Cyn seguía siendo la de siempre, y sus piernas respondían como lo habían hecho cada vez que se metía en la Cúpula: como si tuvieran conciencia propia y supieran lo que tenían que hacer en cada momento.
            Salvó la distancia que había entre nosotros y saltó sobre mí, agarrándose a mi cintura. La tomé en brazos y le di el beso en los labios más dulce que había sentido nunca.
            Por fin, la niña llegó hasta nosotros.
            -¿Quién es, Cyn?
            -Es mi novio, Kat. Es quien nos salvó. Es quien nos va a vengar. Louis-dijo, volviéndose hacia mí, y yo quise pedirle que dijera mi nombre dos, tres millones de veces-. Es mi hermana, Katia. La razón por la que corro.
            La chiquilla era idéntica a ella, salvo por un detalle: sus ojos, en Cyn verdes, eran marrones.
            Pero, por lo demás, era una versión de Cyn en miniatura.
            -Creí que nunca se te ocurriría venir a verme-dijo, abrazándome y volviendo a besarme-. Tienes que darle las gracias a Gwen por el vestido. A Kat le gusta, ¿verdad, Kat?
            -Sí-la niña movía el pie en círculos, tímida. Llevaba un vestido idéntico, un poco más largo, y una flor de hibisco blanca y naranja en el pelo, al igual que su hermana.
            Cyn volvió a besarme.
            -Y a Jackie y Jack, que tienen que salir juntos. Sí o sí. Que se animen igual que Angelica y Perk. A Angelica, que no sea una zorra; a Perk, que no sea gilipollas. Y cuéntales lo que implica ser guardián. Habría tenido más cuidado de no haberlo sabido-susurró, y, sorprendentemente, no había ni una pizca de tristeza en su voz-. Pero no pasa nada. Estás aquí. Tenía miedo de que no vinieras nunca. Oh. Tienes que decirle a Puck que lo siento, que me habría encantado poder hablar con él una vez más. Y tienes que llevar a Blueberry al Cristal; se lo prometí. A Blondie… bueno, compénsala de alguna manera. Puede convertirse en jefa de la Sección, si es lo que quiere. Y mata al gobierno. Libéranos a todos. Hasta en la muerte se nota su influencia.
            Me acarició el pelo.
            -Véngame, Louis. Véngame, sé bueno, muere, y vuelve conmigo. Y no te separes de mí. Nunca.
            -Ya estamos separados, Cyn.
            -No; no mientras tengamos la pluma. Yo no puedo hablarte, pero tú a mí sí. Puedes venir a verme siempre que quieras. Te estaremos esperando. Quiero saber cómo va todo.
            -Pero, Cyn…
            -No sabes lo agradecida que te estoy por la pluma. Al principio no lo entendí, pero… no sé, cuando Wolf me mató (por cierto, gracias por reventarle la cabeza a ese hijo de puta, si se me hubiera ocurrido lo habría hecho yo misma con Blackfire, pero, claro, no tengo alas), empecé a verlo todo de otra manera. Kat me llevaba observando años. Sólo podemos centrarnos en una persona, pero… te elegiré a ti cuando vengan a preguntarme.
            Me volvió a besar, y había una urgencia en sus labios que me preocupó. Se nos acababa el tiempo.
            -Pero, Cyn, estás muerta. ¿Cómo voy a seguir contigo?
            -La pluma y la bolita. Son piezas clave. No puedo volver a la Ciudad, pero tú puedes traerme la Ciudad a mí.
            Me acarició la mejilla y yo me perdí en sus dedos. Le besé la palma de la mano.
            -Cyn, tengo que saberlo, ¿todo esto es real, o está pasando dentro de mi cabeza?
            Alzó las cejas, como si no entendiera la pregunta. Luego, se echó a reír, con aquella risa musical que me volvía loco; sus ojos, brillantes de felicidad, y me respondió:
            -Por supuesto que está pasando todo en tu cabeza, Louis, pero, ¿por qué demonios debería significar eso que no es real?


Mil gracias aladas.

Sé que me he escudado demasiadas veces en excusas simples como “se me ha roto el ordenador” (al que, por cierto, todavía echo de menos. Rip Teclas II, Vaio singular, mejor amigo, Junio de 2013-Diciembre de 2014), o “tengo muchos exámenes”, o “tengo mucho que hacer”, para disimular algo: que había momentos en los que, simplemente, no me apetecía escribir Light Wings. Pero, gracias a los cielos, he conseguido superar esos momentos, y aquí estoy otra vez: cerrando otra novela, ¡la segunda!, y sintiendo mariposas en el estómago mientras lo hago. Este capítulo ha sido muy especial para mí; al principio, no lo había planeado. Había pensado en matar a Kat y que lo último que se supiera de ella fuera que le habían rajado la garganta, pero entonces me di cuenta: Light Wings es mucho más que Kat. Light Wings es mi Los juegos del hambre particular, de manera que, si Los Juegos son mucho más que Katniss, Light Wings es más que Kat, así que la historia puede seguir sin ella. Y, como estás a punto de descubrir, lo hace.
Pero, bueno, como no te quiero destripar el final (aunque seguramente lo intuyas), sólo te diré una cosa: voy a seguir escribiendo esta historia. Tendrá una segunda parte con título diferente (todavía no sé si Broken o Dark Wings, lo estoy decidiendo), que es probable que no publique pronto. Quiero centrarme en Chasing the stars, porque, si no lo hago, sé lo que acaba pasando: que escribo de mala gana, acabo pronto y mal, para poder seguir con la otra, que es siempre la que me va a apetecer más escribir. No puedo echar de menos este mundo, en el que siempre me meto cada vez que juego a Mirror’s Edge (y van a sacar juego nuevo, eso es una señal del universo). Así que, si quieres saber qué pasa después y no te importa esperar mucho, puede que indefinidamente, puedes entrar de vez en cuando en la sección de historias del blog y asegurarte de que no ha pasado nada interesante. O, si por el contrario no quieres esperar, la solución es mucho más sencilla: lleva a los personajes a donde tú quieras, pues son tan míos como tuyos, de la misma forma que Harry Potter me pertenece a mí tanto como a JK Rowling. Ella le dio vida, y yo lo resucito cada vez que abro un libro. Pues tú puedes hacer lo mismo.
Y ahora, pasamos a la parte en la que doy las gracias: gracias a los creadores de Mirror’s Edge por darme el escenario perfecto en el que desarrollar esta historia.
Gracias a Suzanne Collins (bueno, más bien a Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson y el cine en general por acercarme a la obra de Suzanne, pero bueno) por demostrarme que las historias sobre revoluciones pueden ser tan entretenidas como los amores imposibles. Puede que incluso más (sí, es un puñal, Stephenie Meyer).
Gracias a JK Rowling, a la que le cojo prestada una frase, tanto por esa frase como por introducirme en este mundo de libros que tanto me encanta.
Gracias a mis padres, por tenerme en un continente en el que el analfabetismo está prácticamente erradicado.
Gracias a Simon Cowell, SÓLO por juntar a One Direction. Por lo demás ese hombre me la bufa.
Gracias a One Direction, por existir. Y sí, aquí quiero incluir a Zayn, por muy cabreada que pueda estar con él o por muy lejos que esté él de la banda. Siempre van a ser cinco aunque también me guste que sean cuatro.
Gracias en especial a Louis, que no está en One Direction, por si no te habías dado cuenta… bueno, por ser mi musa, y esas cosas. Reza por que nunca lo conozca. Seguro que le asustaría con todas las historias que me monto sobre él.
Gracias a Alba y Noemí, por hablarme de One Direction. Aunque ya no tenga relación con ellas, eso siempre se lo deberé.
Gracias a las Eritioners, que creo que ni leen esta historia, pero no me importa: son cojonudas y con lo que aguantaron con It’s 1D bitches se han ganado cada agradecimiento en cada cosa que haga.
Gracias a Laura aka Rosi, por ser así y aguantarme las gilipolleces sobre One Direction, por entrar en el fandom y dejarse arrastrar hacia los fandoms con los que yo bailo, perrear conmigo y hacer el gilipollas conmigo, así como inventarse un idioma conmigo. JÉ. Taconeo.
Y, por último, pero no menos importante: gracias a ti, que estás leyendo esto, que has llegado hasta aquí conmigo. Que has aguantado mis gilipolleces, mis negativas a subir capítulo de esta historia en un período de dos meses, que has aguantado que diga “venga, que la hago semanal” y me pase por el forro eso y la termine haciendo trimestral. Gracias por tus visitas, por tu paciencia, por tu tiempo. Gracias por los comentarios, si los publicaste (por favor, COMENTA, eso me encanta), o gracias por posar los ojos en mis historias de manera silenciosa. Ver que los capítulos vayan subiendo poco a poco de visitas es una sensación… no sé, difícil de explicar. No increíble, porque mucha gente la tiene, pero aun así… me gusta mucho. Sé mi novio. O mi novia. Yo no hago ascos a nada, a mí me va todo Ü.
Es broma.
Creo.
Y ahora, ¡disfruta del capítulo! Acompáñame en este viaje una última vez. Pero, espera, antes debo decir unas palabras que no he dicho casi nada en esta entrada. One Direction. One Direction. One Direction.
Bien, creo que ya está.

¡Hasta siempre!

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Terivision: Viaje a Sils Maria.

¡Hola, startie! Hoy te traigo mi opinión/reseña sobre una película que vi hace un par de semanas, pero que, si te soy sincera, me encantó. Se trata de:

Viaje a Sils Maria, protagonizada por Kristen Stewart y Juliette Binoche.
He de confesar que me acerqué a esa película por pura curiosidad; quería ver cómo se desenvolvía Kristen en ella, y comprobar si merecía el César que recibió (es la primera actriz americana que consigue este premio del cine francés, considerado el equivalente al Oscar en Francia o al Goya en España). Y, si te digo la verdad, creo que se defiende estupendamente, tiene una actuación muy buena, pero no estoy segura de si realmente merecía este premio. Aunque, claro, habría que ver las películas de las otras candidatas, y el francés no es mi fuerte, ni su cine, algo que yo pueda aguantar mucho rato.
El caso es que sólo quería ver la película para comprobar si Kristen merecía lo que le dieron, pero terminé enamorándome de la trama y del resto de personajes, en especial del interpretado por Juliette Binoche: una actriz, en su día una de las mejores y más famosas, que se enfrenta al reto de interpretar a la antagonista del personaje con el que saltó a la fama, una joven hermosa que consigue despertar deseos irrefrenables en una mujer que le dobla la edad. El personaje joven será interpretado con una Chloë Grace Moretz a la que sólo me apetece morderle ambos mofletes, tanto por lo tierna que es como por lo bien que actúa.
En esta historia nos encontramos con uno de los dilemas más importantes de la vida, especialmente en la vida de una actriz: el aceptar el paso del tiempo y abrazar la vejez, disfrutar “de la experiencia que trae el ser una actriz experimentada pero dejar de aferrarse a los privilegios de la juventud”, frase que formula (más o menos) el personaje de Kristen, la asistente de Juliette. Podemos ver cómo Juliette al principio se muestra reticente a llevar a cabo la creación del personaje que una vez fue su antagonista, por conocer demasiado bien al suyo propio y saber que se verá arrastrada por sus motivos y que querrá defenderla, dado que una vez, personaje y actriz fueron uno. Pero, poco a poco, Juliette va aceptando el paso del tiempo y le deja paso a Chloë, estrella juvenil por sus blockbusters (en eso el guiño a Kristen es acojonante) y celebridad malograda (llega a recordarme a Lindsay Lohan), que quiere reciclarse en el teatro y demostrar que no sólo es una cara bonita, construyendo un personaje con luces y sombras como nunca antes había llevado a cabo.
Además, en la película también presenciamos la complicada relación de un asistente personal con el actor al que representa: es como si Kristen y Juliette se intercambiaran los papeles, no porque la segunda no tenga fama ni talento (eso es indiscutible), sino porque la primera es la más famosa de las dos, por lo menos ahora, y por las decisiones que ayuda a la otra a tomar: seguir creciendo como actriz y aceptar el paso del tiempo, buscar nuevos proyectos y no anclarse en el pasado (algo que sería muy fácil para Kristen, gracias a los sueldos que se embolsó con Crepúsculo). Aquí, Kris demuestra que es mucho más que una niña en apuros que necesita de criaturas mitológicas que la salven, y, de hecho, se convierte en la salvadora de la persona a la que está protegiendo. Es una especie de Edward Cullen positiva en el cuerpo de Bella Swan. Todo muy cómico, la verdad.
Y, antes de pasar con el esquema de siempre, quisiera apuntar algo: se trata de cine independiente. Y yo soy muy, muy, muy fan de los blockbusters, pero esta película me ha encantado. No es para nada lo que me esperaba, sino algo mucho mejor. Me ha ayudado a descubrir una nueva faceta del cine, mucho más profunda y reflexiva, que puede que incluso llegue a preferir un día sobre tiros y explosiones. Porque me he visto a mí misma reflejada en la película por el personaje de Chloë: una joven que quiere un futuro mejor para sí misma, y que quiere demostrar lo que vale realmente. El film es una pequeña obra de arte en un mundo de imitaciones, un soplo de aire fresco nada más salir a la superficie después de mucho tiempo inhalando el oxígeno metálico de una bombona. Una muestra de que con buen material humano, se puede conseguir algo que guste tanto como una obra producida casi enteramente por ordenador.
Lo mejor: las relaciones de los personajes, cómo presencias su evolución, y las constantes reflexiones sobre la vida, el arte, y la actuación.
Lo peor: creo que no se ha estrenado en España, por lo que tendrás que buscarte una versión original (en inglés, gracias a Dios). No obstante, la película no hará que te pierdas: su vocabulario es sencillo, excepto en las reflexiones, y es fácil seguir las conversaciones.
Puedes verla a través de PopCorn Time, un programa que me recomendaron para ver series y películas por Internet, del que puede que hable en profundidad más adelante. La calidad del vídeo es óptima; lo único malo es que no hay opción a ver nada en español, está todo en versión original.
La molécula efervescente: uno de los momentos del final, cuando están ensayando la obra, en el que se ve la primera escena. Después de dar varias vueltas por el escenario, Chloë camina hacia el frente de éste, se le hace un primer plano que me puso los pelos de punta, y, automáticamente, se funde al negro.
Grado cósmico: Estrella {4/5}.
¿Y tú? ¿La has visto? Si es así, ¿qué fue lo que más te gustó? ¿Compartes mi opinión, o a ti te pareció un bodrio pésimo?

Pues ya sabes, aquí abajo tienes una cajita en la que podemos intercambiarnos los papeles. Si tú quieres, claro.