De
haber sabido que iba a ser tan gilipollas como para meterse en un edificio
sola, la habría dejado en casa, atada a la cama con cadenas cuyos eslabones
tuvieran varios kilómetros de grosor.
Pero
no iba a poder renunciar a ella ni aunque quisiera, no podría dejarla en casa
sin saber si volvería para echarle un vistazo una última vez. Elegí ser egoísta
y tener la posibilidad de mirarla a los ojos mientras moría en la batalla, y
abandonar la vida con su mirada aterrorizada ante la perspectiva de que fuera,
a partir de entonces, la única que podía dirigirnos.
Pero
preferiría mil veces haber muerto con la culpa de haberla dejado encarcelada a
tener que ver entre lágrimas de dolor y rabia cómo saltaba al edificio en el
que había acabado con el amigo de Blackfire en busca de aquel que me disparó.
Fui
a caer en una azotea más baja que las demás y, cuando me quise dar cuenta, una
decena de runners me rodeaban, me daban la espalda y se encaraban a los ángeles
que caían del cielo, decididos a acabar conmigo y a hacer de nosotros el grupo
unido que habíamos sido antes.
Entre
las espaldas se coló un cuerpo diminuto que cargaba con una pistola
ridículamente grande, pero yo ni siquiera me pregunté cómo se las arreglaba
para ser tan grácil a pesar de llevarla. Cyn ya me había demostrado que alguien
sin alas podía llegar más alto que alguien que volaba.
-Tienes
que ir a ayudarla-me dijo la chica de la pistola, cuyo pelo acabado en puntas
moradas encuadraba unos ojos azules como el hielo, mucho más fríos que los
míos, y que habrían derrochado fuerza si no fuera por la expresión de pánico
dibujada en ellos-. No piensa con claridad, y la calma es lo último que puede
perder un runner.
Dejó
la pistola en el suelo, con el cañón apuntando hacia su espalda, donde dos
runners tiraban y tiraban de un ala que se retorcía de manera grotesca,
alejándose de la espada de su dueña… en cuyos ojos encontré un odio
irrefrenable, sólo comparado al que había habido en los de su novio antes de
que Cyn saltara sobre él y terminara de rematarlo.
Una
sombra dorada cayó del cielo y estampó a la muchacha contra el suelo, cuyos
gritos cesaron un segundo después de que se oyera un horrible crujido.
La
chica del pelo morado me había tendido la mano, y mientras me levantaba, pude ver
cómo tres runners más despachaban a un policía que había ido demasiado lejos en
sus tareas, y se volvían para rodear a Angelica.
-Angie-grité
por encima del fragor de la batalla, y ella, toda alas de cisne deseosas de
luchar, incluso contra gente que estaba de nuestra parte, se volvió para
mirarme.
-¡Es
de los nuestros!-bramó la chica de la pistola, y los runners se irguieron un
momento, le echaron un vistazo con desconfianza, y se dispersaron, yendo en
diferentes direcciones, pero con un objetivo común: ayudar a los suyos, ganar
esa guerra.
-Angie,
Cyn está ahí-señalé el edificio con un dedo tembloroso. Sabía que no podría
llegar.
Ella
alzó el vuelo apenas terminé la frase, se lanzó contra mí, me agarró por las
axilas y me alzó por encima de los edificios, hasta dispararme contra el hueco
por el que había entrado Cyntia. Sus manos se volvieron rojas con la sangre que
manaba de mi ala rota, pero no me importó. Me dedicó una última mirada y fue a
por otro ángel de alas marrones, demasiado parecidas a las de Jack.
Sin
tiempo que perder, pasé por delante del cadáver del ángel que había atacado a
mi chica y me lancé escaleras arriba, siguiendo el rastro que había dejado Cyn
en su ascenso enloquecido. Este rastro consistía en una hilera de gotitas de
sangre tan reciente que, de haberme detenido, la habría notado caliente;
escalones abollados cuando había tropezado, pasamanos ennegrecidos allí donde
se había apoyado, y…
Se
oyó un tiro en uno de los pisos más altos, y yo alcé la mirada en el momento
justo en que ella salía de la habitación en la que había entrado y se lanzaba
corriendo como una leona a por su presa.
La
vi correr, con la trenza rubí dando botes a su espalda, como quien ve una
película de terror bien hecha: con el momento más duro a cámara lenta. Quise
llamarla, pero una parte de mí me detuvo antes de que metiera aún más la pata;
si hacía ruido, el francotirador podría salir y matarla. No debía delatarla
aún.
Sumó
una puerta que colgaba de sus bisagras al rastro que iba dejando de una patada,
y se zambulló en la habitación en el momento en que yo recobraba sentido.
Corre, hijo de puta, corre, van a matarla.
-¡CYN! ¡NO!
Subí
las escaleras más rápido que si fuera volando. Mis pies casi no tocaban el
suelo, pero yo me las arreglé para ir anotando pisos subidos a mi libreta de
logros personales como una exhalación. Todos en la Central estarían orgullosos
de verme correr así, era como si Cyn me hubiera aportado velocidad, como si
estar con ella me hubiera hecho más rápido y fuerte, como si valiera más por…
Cuando
llegué a la estancia, me la encontré arrodillada frente a la ventana, con los
ojos fijos en el suelo de la calle, y una sombra negra detrás de ella.
Me
detuve en seco al ver que, de una de las extremidades de la sombra, salía algo
que reflejaba la luz. Una décima de segundo más tarde, descubrí que era un cuchillo.
La
sonrisa lobuna de Taylor cuando me reconoció fue lo segundo más horrible que vi
en toda mi vida.
Se
inclinó hacia su oído mientras ella me miraba con un labio tembloroso y los
ojos escondidos tras una cortina de lágrimas.
No, no le hagas nada, quiere decirme algo.
-
Dile a tu hermana que dejaste a alguien encargado de tu promesa, Kat-susurró su
captor, con los ojos fijos en mí. No iba a perderse mi cara cuando me obligara
a presenciar lo más horrible que había visto en mi vida.
La
piel de la garganta de Kat separándose como una puerta automática de cualquier
supermercado, su preciosa sangre saliendo a borbotones de ella, y la vida que
se apagaba en sus ojos mientras peleaba, todavía, por decirme algo.
Casi
agradecí que no tuviera ocasión de decirme adiós.
Taylor
la tiró al suelo con una sonrisa de oreja a oreja, y no se molestó en contener
las carcajadas cuando me lancé para recogerla y verle los ojos, verde pardo,
una vez más. Aquellos ojos que tanto me recordaban al bosque que había más allá
de la ciudad, el bosque al que una vez prometí llevarla, y que ya no brillaban
al verme ni reflejaban mi silueta. Aquellos ojos que me habían devorado con la
mirada la primera vez que me la tiré, los que me habían mirado con incredulidad
cuando la besé el día que la conocí, los que me habían recorrido como si
quisieran grabarme en su memoria aquella misma noche, mientras estaba dentro de
ella… aquellos ojos que tantas alegrías me habían dado ya ni siquiera eran unos
ojos, sino un par de bolas inertes a través de las cuales habían viajado tanto
imágenes como pensamientos y emociones. Me sentía como quien observa un avión
después de recibir a sus seres queridos, y tenerlos entre sus brazos; había
sido lo más emocionante del mundo, pero había terminado perdiendo su magia.
En
ese caso, la magia de los ojos de Cyn había sido su vida.
Con
la carcajada del runner me di cuenta de algo: nos merecíamos otro final, uno
mucho más sencillo, uno mucho mejor. Si ella quería morir, que fuera al lado de
mi cadáver, sólo para acompañarme a dondequiera que fueran los muertos y estar
conmigo allí también; o llorando sobre mi cuerpo frío y magullado, susurrándome
que habíamos ganado, pero a qué precio… pero ella, siempre, me sobreviviría a
mí. Era lo justo, lo necesario, lo correcto.
No
sólo se había cargado a mi chica, se había cargado la esperanza de la ciudad,
se había cargado a la líder que nos guiaría a través de la oscuridad hacia la
luz abandonada, se había cargado a la única persona que me había hecho volar
sin usar mis alas. Y, ¿qué cojones? Se había cargado a mi chica. A Cyn. Eso justifica de sobra lo que pasó
a continuación.
-Parece
que, después de todo, los runners seguimos estando por encima de los ángeles,
¿eh, pájaro?
Y
me lancé contra él como se habían lanzado los runners contra la novia de
Blackfire. Ni siquiera se lo esperaba. A pesar del dolor de mis alas, ése que se
instalaba siempre en mi espalda cada vez que las movía, y el añadido por las
heridas, nada me supo tan bien como los cortes en la cara cuando atravesé el
cristal de la ventana con su cuerpo y nos precipité al vacío.
Habría
deseado tener la pistola que me tendía la chica runner conmigo para torturarlo
un poco mientras caíamos, pero ver cómo se debatía para zafarse de mí fue
suficiente. Probó dándome puñetazos, patadas, pero yo simplemente no lo
soltaba; sabía que era cuestión de tiempo que ganase esa batalla. Al fin y al
cabo, era él contra la gravedad, no contra mí. Y fue un placer ayudar al
planeta.
-Despídete
de lo que conoces, runner. Prepárate para ver a Cyn entre nubes mientras tú te
pudres en el infierno-le susurré, sabiendo que todos los ojos volvían a estar
clavados en nosotros dos.
¿Por
qué siempre tenía que ser el centro de atención?
El
golpe fue dulce, extremadamente dulce: los brazos me crujieron y dejé escapar
un rugido de dolor cuando abrí las alas para aminorar el impacto, pero nada era
comparable a la sensación del cuerpo de mi enemigo, aquél que había sido
también mi rival, desintegrarse nada más tocar el suelo. Sus ojos miraron al
cielo, ya sin ver, flotando en sangre y exorbitados, su boca era un cóctel de
coágulos, dientes y gravilla a partes iguales, y su pecho, oh, su pecho subía y
bajaba con tanta dificultad que casi no se notaba.
Pero
yo lo noté.
-Tú
no te mereces ni un tiro en la boca-le grité, y supe que me oyeron hasta en la
cima del Cristal. Alguien aterrizó a mi lado y me puso una mano en el hombro.
Luego, otros dos pares de piernas se deslizaron hacia el suelo y corrieron a
nuestro lado. Levanté la mirada: eran la runner de la pistola, y con la que nos
habíamos reunido la noche anterior.
-Ha
matado a Cyntia.
Blondie
frunció el ceño.
-Es
mentira-musitó, no muy convencida.
-Entonces
la maté yo, ¿no?-ladré, dejándome caer de rodillas. Sí, si la hubiera matado
yo, me matarían a mí, y no tendría que sufrir sin ella los minutos en los que
ya era pasado-. Maté a la única mujer a la que he querido nunca, yo le corté el
cuello, yo la obligué a mirar cómo nos peleábamos, yo…
Y
me eché a llorar encima del cuerpo moribundo de Taylor, que lanzó un último
estertor, escupió el último coágulo de sangre, y detuvo su pecho.
Ni
siquiera pudo cerrar los ojos.
Antes
de que me diera cuenta, me habían puesto en pie de nuevo y me habían levantado
en el aire: la batalla se había reanudado, pero la mayoría de los ángeles
peleaban codo con codo con los runners, y se extendían por las calles,
colaborando para llegar más lejos, como si de una enfermedad se tratara. Metían
a la gente en sus casas, se aseguraban de detenerse en cada rincón afín al
Gobierno, y alzaban las manos y las voces a modo de saludo cuando pasaba por
encima de ellos, arrastrado por unas alas que no eran las mías, hacia un lugar
que se me antojaba tan solitario como el desierto, a pesar de ser el único
hogar que había conocido en toda mi vida.
Justo
cuando la Central apareció en el horizonte, recortada contra un sol que había
perdido su tono sangriento, como si le pareciera que había demasiada sangre en
la ciudad como para reflejarla él, reuní el valor suficiente para mirar atrás,
preguntándome si todavía vería el edificio en el que había pasado a querer a
una muerta.
Pero
lo que vi fue algo diferente: Angelica, con sangre y cortes por la cara y los
brazos, sujetando el cuerpo sin vida de Cyn con tanta fuerza que sus nudillos
estaban blancos. Me miró un momento con el ceño fruncido, asintió muy despacio,
y dejó que perdiera el conocimiento.
Las
máquinas de sanación de la Central
tenían el poder milagroso de despertar a cualquiera que hubiera perdido el
conocimiento.
Claro
que no sería el caso de un muerto; de lo contrario, habría recogido a Cyn y la
hubiera llevado directamente nada más destruir al hijo de puta que terminó con
ella.
Una
luz azulada me catapultó de nuevo a la vida, y, cuando abrí los ojos, me
encontré con caras que no había visto nunca… salvo dos: Angie y la de las
pistolas.
La
runner se movía por la habitación como si se hubiera criado allí, apretando
botones y accionando palancas, colocando la mano en las pantallas y girando los
esquemas para verlos mejor, mientras hablaba sola a toda velocidad.
Angelica
me apretó la mano en cuanto me vio despertar. Sus ojos derrochaban una calidez
que pocas veces había visto en ella; la hizo rejuvenecer diez años, volviendo a
ser la muchacha a la que le habían puesto alas y que se disponía a volar por
primera vez.
-Hola-sonrió,
acariciándome los nudillos con unas manos en las que se distinguían esquirlas
de cristal. No parecía importarle en absoluto.
-Hola-susurré-.
¿Es…?
-¿Es
seguro estar aquí? Yo diría que sí, especialmente contando con que han matado a
Bryce-se encogió de hombros y amplió su sonrisa, tiñéndola de satisfacción-.
Deberías considerar ascender a quien lo hizo a capitana general, o algo así.
Incluso ser la nueva Bryce estaría bien-se golpeó rítmicamente la barbilla con
el dedo índice, pensativa.
-Por
qué será que no me extraña que fueras tú.
-Le
llevo teniendo ganas diez años.
Asentí
despacio y me dediqué a mirar al techo.
-¿Cómo
ha ido todo?
-El
Gobierno ha escapado, y no sabemos dónde se esconden. Eso sí, siguen con una
parte del control de la ciudad. Las comisarías más importantes siguen bajo su
mando, pero las pequeñas y un par de las grandes han caído. Controlamos la luz.
Los ciudadanos no salen de sus casas. Hemos establecido el toque de queda para
que no haya ningún problema durante una semana.
-Os
habéis arreglado bien sin mí.
-Sí,
pero necesitábamos a nuestro príncipe ángel-volvió a acariciarme los nudillos;
la runner volvió a colocar la mano en una pantalla y la luz volvió a
recorrerme.
-Estoy
roto por dentro, Angie. Esto nunca se curará.
-Le
hemos cerrado las heridas, y le hemos venido pasando las luces de manera
consecutiva cada cinco minutos desde que la trajimos. Tiene respiración
asistida, pero…
-Angie,
no me obligues a decirlo.
-…,
a pesar de la pérdida de sangre, su corazón todavía late. Está muy débil, no
sabemos si despertará, aunque…
-Angie.
Está muerta. No va a despertar.
La
runner se volvió y me miró; luego, miró a Angie. Angie parpadeó despacio.
-Se
aferra a la vida.
-Es
la máquina la que lo hace. No podemos resucitar a los muertos. Le cortaron la
garganta. Deja que la llore. Deja que la llore hasta que me muera. No va a
despertar, Angie-susurré, devolviéndole la caricia y sintiendo cómo una lágrima
me resbalaba por la mejilla-. Lo sé. Lo noto en la piel.
Se
me quedó mirando.
-Le
has dado la pluma.
No
tuve que confirmárselo; lo vio en mis ojos.
Darle
una pluma a alguien tampoco era tan importante, el problema venía cuando les dabas
la pluma. Cada ángel tenía una pluma
especial, que no se separaba de las alas bajo ningún concepto, a excepción de
una única cosa: que el ángel decidiera entregarla. Normalmente, esto se hacía
con los guardianes que nos asignaban, aquellos que nos protegían y se
aseguraban de que volviéramos a casa. Cuando les dabas la pluma, sabían dónde
estabas y qué hacías, y tenían una manera casi mágica de comunicarse contigo,
pues a través de los susurros dichos a la pluma conseguían que sus palabras
llegasen a nosotros.
Así
había sido como acudí a Cyn aquella vez que me llamó.
Pero
yo no era como los demás. Dado que era el único que había nacido así, nadie me
había obligado a entregar la pluma, bien porque querían darme libertad para que
confiara en ellos, o bien porque querían asegurarse de que mi vigilante
aguantaría una vida entera conmigo, y mantener a un guardián durante la
infancia, la adolescencia y la edad adulta sin que cambiase era muy difícil. Así
que así había estado, solo, con la mente despejada, toda mi vida, hasta que
encontré a Cyn.
Porque
el único inconveniente de la pluma era que no podía devolverse. Una vez se la
entregabas a alguien, por voluntad propia, esa pluma conectaba con ese alguien
y se convertía en parte de él. De la misma manera que mis alas no funcionarían
en el cuerpo de Angie, ni las suyas en el mío, las plumas permanecían fieles
hasta que el ángel moría, o su guardián lo hacía. Entonces, volvía el silencio,
un silencio peor, porque conocías el sonido de la música y estabas condenado a
echarla de menos hasta el final de tus días.
-Espero
que disfrutaras todo lo que pudiste de ella-susurró Angie; de sus ojos también
brotaban lágrimas.
-Ni
de lejos. Nunca lo haces. Tú tampoco lo harás.
Ella
bajó la cabeza y se frotó las manos.
-¿No?
-No
te enfades conmigo-suplicó, y yo me incorporé.
-Angelica.
-Perk
ha vuelto. Preguntó por alguien antes que por Kat. Por mí.
-¡Angie!
-Me
gusta. Dios. Me gusta más de lo que nunca me gustaste tú. Así que se la di.
Estoy a gusto, es…
-Como
si no volaras solo.
Sonrió
y tuvo la decencia de ponerse colorada.
-Sí.
La
runner se acercó a mí.
-No
es la única. Te sorprendería la cantidad de ángeles que se han encaprichado de
runners, y viceversa. Puede que incluso creemos híbridos.
-Sólo
Louis puede crearlos, Blueberry.
-Entonces
estamos jodidos.
-Quiero
ver a Cyn.
Las
dos intercambiaron una mirada.
-No
sé si será…
-Necesito
verla. Enterrarla. Llorar sobre su tumba hasta que su cuerpo se pudra. Y luego,
hasta que se convierta en huesos. Y luego, hasta que sus huesos se conviertan
en polvo. He liberado a esta ciudad. Me lo debe. Me ha quitado a Cyn, pero
nunca me quitará su recuerdo.
Accedieron
a dejarme visitarla, y me dejaron entrar en la habitación solo. Los ángeles que
allí se encontraban se retiraron en cuanto me vieron, todos excepto Gwen, que
hizo un gesto en dirección a la puerta a los runners que estaban con ella.
Cuando salieron por fin todos, la chiquilla con alas de mariposa me miró.
-Siento
tu pérdida.
-Gracias,
Gwen.
-De
verdad. Ha sido mucho más que una buenísima aliada; ha sido tu amiga, tu novia…
tu guardiana. Es parte de ti como tú lo eres de ella.
-¿Cómo...?
-Yo
me encargué de desnudarla. Tranquilo, la experiencia no me gustó. Es toda
tuya-alzó las manos, y yo me obligué a sonreír-. El caso es que traía una pluma
con ella, y no me cabía duda de quién era… ni antes de tocarla y que me quemara
los dedos. Fue tu mejor elección hasta hoy.
-Tú
habrías sido la mejor elección, Gwen.
Se
encogió de hombros.
-No
tendré alas de halcón, ni de gaviota, ni de buitre; ni siquiera de mosquito.
Pero que la mariposa me haya dado alas no quiere decir que yo no pueda matar, y
ser matada. Pregúntale a los Susurrantes. Ahora sí que van a estar callados,
sin poder decirle nada a Bryce.
Y
salió de la estancia, dejándome solo con mis pensamientos.
Tardé
varios minutos en armarme de valor para levantar la vista y mirarla, pero en
cuanto lo hice, me arrepentí de esperar.
Le
habían puesto un vestido totalmente blanco, que resaltaba su piel morena,
curtida por el sol después de años de carreras, así como sus extremidades
firmes y poderosas. Dos tubos se colaban en su nariz, proporcionándole el
oxígeno que ni siquiera usaba, y una ligera sonrisa curvaba sus labios de
manera que pareciera dormida.
Pero
lo mejor era su pelo: habían desecho su trenza y le habían puesto flores
alrededor. Seguro que era cosa de Gwen.
Tumbada
allí, parecía una de las princesas de cuento de hadas de las que tanto había
hablado Angie cuando llegó a la Central, a la espera de un beso que la
despertara de su sueño.
No
había ni rastro de la cicatriz del corte que le succionó la vida.
Me
senté a un lado de su cama, con una de mis alas rozándole el cuerpo.
-Qué
voy a hacer ahora sin ti, mi vida-susurré, y, mecido por los latidos de su
corazón, que no parecía darse cuenta de que ella ya no estaba, me dejé
arrastrar por la marea de recuerdos.
No
tuve que ir muy lejos: bastó con la noche anterior, la última que habíamos
pasado juntos. Me acarició el pelo y me miró con aquellos ojos que ya no eran
nada más que patéticos recuerdos de lo que habían sido, y sonrió. Yo bajé la
mirada hasta su pecho, pero ella me cogió por la barbilla y me obligó a
levantar la cabeza.
-Mírame,
Louis.
-Ya
lo hago-repliqué, y se echó a reír, lo que produjo un efecto curioso en nuestra
unión. Se hundió en mi mar, yo me perdí en su bosque macerado, y volvimos a ser
uno en cuerpo y alma.
-No
vayas conmigo.
-¿Qué
pasará si te caes? ¿O si te metes en una oficina? ¿Quién te escoltará fuera?
Me
acarició el hombro y me besó despacio, igual que yo le hacía el amor, como si
temiera romperme.
Viéndolo
desde el futuro, me di cuenta de que lo que queríamos era estirar los segundos
hasta convertirlos en años.
-Entonces,
promete que no dejarás que te disparen.
-Nunca,
mi amor; no, a no ser que seas tú la que aprieta el gatillo.
Volvió
a reírse, y la bolita de plata rodó por la cama. La capturó con dedos hábiles y
la colocó en la mesilla de noche; era lo único, junto con mi pluma, que había
merecido ser salvado.
Me
incorporé de un brinco, haciendo temblar la cama por un momento. Cyn no se
inmutó; su sueño de ultratumba era demasiado profundo, incluso para mi gusto.
Dirigí la mirada hacia la pequeña bandeja en la que descansaba mi pluma… y la
bolita de plata, acompañándola, asegurándose de que no se sintiera sola.
Estiré
la mano y recogí ambas cosas. Besé en los labios a Cyn, prometiéndome que, si
lo que tenía entre manos no salía bien, volvería y le daría todos los besos que
me quedaban, los que había dado por garantizados y no había podido darle.
Después de cavilarlo unos instantes, le coloqué la pluma en la frente.
Asumiría
el silencio en mi cabeza con tal de no tener que cambiar su voz por la de nadie
más.
Salir
de la habitación fue duro, pero el resto fue pan comido. La Central estaba
totalmente vacía; sólo me encontré rastros de pelea en algunas esquinas, y un
par de cadáveres que nadie se había molestado en retirar. Los ascensores
estaban preparados, como si quisieran que me reuniera con mi chica una vez más.
Recorrí
los pasillos que conducían a la sala del simulador en tiempo récord, y coloqué
la perla de plata encima de la caja negra. Dejé que me succionara sin tan
siquiera comprobar si aquello era seguro.
Aparecí
flotando en una azotea que, al principio, me pareció una cualquiera.
Después
vi el edificio con la pared inclinada; el mismo por donde Cyn había corrido el
día que caí sobre ella.
Pero
estaba solo; no había rastro de nadie por ninguna parte. La ciudad se mantenía
como siempre; el Cristal estaba entero, no había columnas de humo ni ruidos de
gritos, sirenas o alas cortando el aire en dirección a la guerra. Estaba
atrapado en el pasado, solo, y condenado a mantenerme así para siempre.
Entonces,
fue cuando la vi.
-¿Louis?-dijo.
Iba con una niña de la mano. A juzgar por su altura, tendría unos nueve años.
-¿Cyn?
-¡LOUIS!
Echó
a correr, soltando a la niña, que caminó insegura hacia mí.
A
pesar del vestido blanco y del pelo suelto, Cyn seguía siendo la de siempre, y
sus piernas respondían como lo habían hecho cada vez que se metía en la Cúpula:
como si tuvieran conciencia propia y supieran lo que tenían que hacer en cada
momento.
Salvó
la distancia que había entre nosotros y saltó sobre mí, agarrándose a mi
cintura. La tomé en brazos y le di el beso en los labios más dulce que había
sentido nunca.
Por
fin, la niña llegó hasta nosotros.
-¿Quién
es, Cyn?
-Es
mi novio, Kat. Es quien nos salvó. Es quien nos va a vengar. Louis-dijo,
volviéndose hacia mí, y yo quise pedirle que dijera mi nombre dos, tres
millones de veces-. Es mi hermana, Katia. La razón por la que corro.
La
chiquilla era idéntica a ella, salvo por un detalle: sus ojos, en Cyn verdes,
eran marrones.
Pero,
por lo demás, era una versión de Cyn en miniatura.
-Creí
que nunca se te ocurriría venir a verme-dijo, abrazándome y volviendo a
besarme-. Tienes que darle las gracias a Gwen por el vestido. A Kat le gusta,
¿verdad, Kat?
-Sí-la
niña movía el pie en círculos, tímida. Llevaba un vestido idéntico, un poco más
largo, y una flor de hibisco blanca y naranja en el pelo, al igual que su
hermana.
Cyn
volvió a besarme.
-Y
a Jackie y Jack, que tienen que salir juntos. Sí o sí. Que se animen igual que Angelica
y Perk. A Angelica, que no sea una zorra; a Perk, que no sea gilipollas. Y
cuéntales lo que implica ser guardián. Habría tenido más cuidado de no haberlo
sabido-susurró, y, sorprendentemente, no había ni una pizca de tristeza en su
voz-. Pero no pasa nada. Estás aquí. Tenía miedo de que no vinieras nunca. Oh. Tienes
que decirle a Puck que lo siento, que me habría encantado poder hablar con él
una vez más. Y tienes que llevar a Blueberry al Cristal; se lo prometí. A
Blondie… bueno, compénsala de alguna manera. Puede convertirse en jefa de la
Sección, si es lo que quiere. Y mata al gobierno. Libéranos a todos. Hasta en
la muerte se nota su influencia.
Me
acarició el pelo.
-Véngame,
Louis. Véngame, sé bueno, muere, y vuelve conmigo. Y no te separes de mí.
Nunca.
-Ya
estamos separados, Cyn.
-No;
no mientras tengamos la pluma. Yo no puedo hablarte, pero tú a mí sí. Puedes
venir a verme siempre que quieras. Te estaremos esperando. Quiero saber cómo va
todo.
-Pero,
Cyn…
-No
sabes lo agradecida que te estoy por la pluma. Al principio no lo entendí, pero…
no sé, cuando Wolf me mató (por cierto, gracias
por reventarle la cabeza a ese hijo de puta, si se me hubiera ocurrido lo
habría hecho yo misma con Blackfire, pero, claro, no tengo alas), empecé a
verlo todo de otra manera. Kat me llevaba observando años. Sólo podemos centrarnos en una persona, pero… te elegiré a ti
cuando vengan a preguntarme.
Me
volvió a besar, y había una urgencia en sus labios que me preocupó. Se nos
acababa el tiempo.
-Pero,
Cyn, estás muerta. ¿Cómo voy a seguir contigo?
-La
pluma y la bolita. Son piezas clave. No puedo volver a la Ciudad, pero tú
puedes traerme la Ciudad a mí.
Me
acarició la mejilla y yo me perdí en sus dedos. Le besé la palma de la mano.
-Cyn,
tengo que saberlo, ¿todo esto es real, o está pasando dentro de mi cabeza?
Alzó
las cejas, como si no entendiera la pregunta. Luego, se echó a reír, con
aquella risa musical que me volvía loco; sus ojos, brillantes de felicidad, y
me respondió:
-Por
supuesto que está pasando todo en tu cabeza, Louis, pero, ¿por qué demonios
debería significar eso que no es real?