jueves, 10 de septiembre de 2015

El séptimo pánico.

Estoy cansada. Estoy cansada de tener que esperar por cosas que al final terminan retrasándose, de llegar a los sitios pronto sólo para esperar por aquellos que desconocen la impuntualidad. De los que ilusionan, de los que nos dejamos ilusionar, y los que nos quedamos con un vacío en el pecho y un pequeño nudo en el estómago con el que tendremos que vivir cuando esas ilusiones se convierten en otro tipo de ilusiones.
De los que claman su amor a los cuatro vientos por algo, y no están dispuestos luego a sacrificar su “preciado” tiempo intentando buscarle un hueco. De los planes a medio hacer, de los mensajes suplicando una respuesta, de los silencios negándola.
De quedar para comer y al final quedarte con hambre, de no hacer ejercicio por no ducharte ese día por motivos del horario, de decir “no, no me da tiempo a ver esta película” y perder una hora y tres cuartos navegando por Internet, viendo vídeos sin los cuales podría perfectamente vivir.
De tener antojo de algo y reservarlo para una cena especial, pero que esa cena al final no llegue nunca.
De leer libros cortos porque no quiero empezar largos todavía, pero descubrir que esos libros cortos me dan asco; y, aun así seguir insistiendo en acabarlos, pues esos libros son a los largos lo que Youtube a las películas.
De los "tiene que ser horrible que tus padres te obliguen a estudiar algo que no quieres", y todas esas frases primas de ésa; de no poder decir "no me digas, no me había dado cuenta, ni siquiera en las noches de Septiembre del año pasado en que me dormía llorando". De no tener tartas de cumpleaños el día de mi cumpleaños, y de agotar los regalos antes de que se acabe el verano.
De los “tenemos que quedar” que se convierten en un “deberíamos” y que al final no suceden. De vivir encerrada en mi propia prisión; de salir por obligación, pero sin ganas, y de quedarme en casa cuando son los demás quienes no las tienen. De dejar libros que no me devuelven hasta pasados dos años, y que apenas han tocado, porque no leen un libro de cada vez, sino cuatro; uno, siempre, releído, cada mes.
Pero, sobre todo, estoy cansada de tener miedo. De tener miedo a ser como esos que dicen “tenemos que quedar”, y al final nunca quedan. De convertirme algún día en aquellos que se mueren en los labios con las palabras más amargas que haya inventado el ser humano “yo quería ____, pero no lo conseguí. Pasó el tiempo, lo fui dejando, lo fui dejando, y al final, eso no sucedió”.
Más bien estoy agotada de tener miedo, de no poder ver una película tranquila sin que me asalten las dudas: ¿cuánto llevará ese actor trabajando para conseguir ese papel? ¿Con cuánta edad seré demasiado vieja para optar a un protagonista? ¿Conseguiré alguna vez quitarme el acento que me cierra las puertas?
Me agota el hecho de que ya ni siquiera disfruto al cien por cien del cine, tanto porque no me permito compartir mis dudas con alguien por horror a la posible respuesta, como porque, simplemente, esas dudas existen.
Pero, claro, esos que “tienen que quedar” no necesitan experiencia, ni mejorar. Para ellos es un hobby lo que para mí una necesidad.

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