jueves, 31 de diciembre de 2015

2015 vueltas a nuestra estrella.

Es gracioso que comenzara este año pensando que el tiempo es una creación de una especie que está demasiado ocupada inventando cosas intangibles como para preocuparse de preservar las tangibles, las que las rodean, porque no podía estar más equivocada. El tiempo y el espacio son dos realidades que se necesitan la una a la otra para poder existir, y si bien ya me había hecho una idea de esto en noviembre del año pasado, no es hasta ahora cuando me he dado cuenta de que una cosa es el tiempo y otra nuestra forma de medirlo. Y sí, la teoría de la relatividad existe, y está en lo cierto, porque no es lo mismo la duración de un año y el provecho que le has sacado.
Y a este 2015 he tenido la suerte de poder sacarle un gran provecho, de descubrirme como persona. He sentido por primera vez ese orgullo longevo, que no viene dado por un triunfo momentáneo, sino por lo que ha sido una evolución en toda regla. Sí, leer Harry Potter en su versión original, cuando antes el idioma había sido un escudo y no un puente, ha sido una de las cosas que con más cariño voy a recordar, uno de esos logros que destacan en el año, reforzado por haber conseguido el Advanced. Próxima parada, Proficency. Ya que soy de Ravenclaw, voy a serlo a tope, porque no hay tesoro más grande para el hombre que la sabiduría sin parangón. Va por ti, Rowena.

También he vuelto a sentir ese orgullo que viene cuando acabas algo que te ha llevado mucho tiempo; Light Wings ha sido un viaje, con sus subidas y bajadas, que espero poder repetir en el futuro. De momento, me aferro a Chasing the stars, y les abro la puerta a las musas; que ellas hagan su magia en mi cabeza como llevan haciendo tanto tiempo.
Oh, y no olvidemos la vuelta al Palacio Valdés. Puede que ya no fuera una actriz, sino una espectadora, pero poder volver a pisar ese escenario, contemplar la inmensidad del teatro vacío y ver cómo se iluminaba (literalmente) ante mis ojos ha ayudado a que me reforzara en mis deseos de escalar.

Me lo he pasado muy bien. Genial, la verdad. Aunque no ha sido siempre, me quedo con momentos increíbles que todavía me arrancan sonrisas mientras escribo esto; la Holi Party, el pasarme Julio y Agosto con mi mejor amiga metida en el cine, el obligarla a ver Harry Potter (qué monotemática soy, por Dios) porque no había internet cuando las fiestas del pueblo, el hacer que Eclipse ya no sea la única película que he visto en el cine dos veces (porque Margarita y sus congéneres se lo merecen), el decirle adiós a Los juegos del hambre y hola a Star Wars, decidiendo darle una oportunidad, de recibir a otra amiga a la que había visto sólo una vez en persona, y redescubrir Asturias con ella… Y sí, joder, claro que sí. Viajar a Inglaterra, visitar King’s Cross, hacerme una foto caminando hacia el Tower Bridge y poder cantar a grito pelado Bang Bang. Comprobar que Nicki Minaj también existe y no es un conjunto de píxeles, como hasta hacía casi un año se habían empeñado a ser One Direction.
Oh, dios, ¿y ver los Oscar en directo? ¿Ver cómo se hacía justicia en un mundo que a veces es hasta cruel, ver a Meryl alzando las manos justo cuando lo hacía, sin ser en diferido ni nada, y a Eddie recogiendo un premio que yo sabía que se merecía como nadie, pero que no tenía del todo claro que iba a ganar? Eso ha sido una meta personal, marcada en parte por las palabras de Penélope Cruz, “era la única en el barrio que se quedaba levantada despierta para poder ver los Oscar en directo, no importaba lo tarde que fuera”. Este año, por fin, lo consiguió. Y mereció la pena pertrecharme con comida y bebida que luego casi no utilicé, a formar parte de la única fiesta del año que El becario (no, no he visto El Padrino, ya tengo algo que anotar) de la que nunca se podrá desprender; o el desear que Chloë Grace Moretz hubiera nacido dos meses antes para glorificar aún más a mi generación por su papel en Viaje a Sils Maria, o poder ver que actores a los que los demás glorifican por ser “espectaculares”, en realidad son menos estrellas y más estrellados, y a la inversa…
verdaderamente me importa: la fiesta del cine, el Cine con mayúsculas. Porque si tuviera que definir este año con pocas palabras, “cine” estaría entre ellas. No sólo por empezarlo viendo a uno de mis actores favoritos demostrar de qué es capaz, ni por atreverme a ver una peli de miedo sólo porque otra la protagonice (mira, hasta la puta polla me tienen los actores de Harry Potter), sino porque con cada película, con cada frase, siento que aprendo algo nuevo, que empiezo a apreciar mejor los matices de las actuaciones y que mi repertorio de actores se va ampliando poco a poco, siempre dejando espacios inamovibles, como la calificación de “bizcocho” a Robert De Niro por su papel en
La compañía, inmejorable. Viejas amigas han vuelto a mí y las nuevas han permanecido a mi lado, demostrándome que, después de todo, los animales gregarios también pueden unirse. No había tenido un grupo definido hasta ahora, y nunca había entendido qué gracia le veía la gente a salir “en manada”, pero ahora no sólo lo entiendo, sino que lo comparto. La universidad me ha regalado a unas personas geniales con las que espero seguir compartiendo uvas, aunque ahora mismo sea cada una en su casa y Dios en la de todas.
Pero también me han quitado cosas este año; no todo han sido momentos dulces de color de rosa, como el sentirme realizada porque por fin tengo el derecho que me reconoció Virginia Wolf, a poder tener un espacio de trabajo para mí misma con el que intentar conquistar el mundo, un mundo que queremos más igualitario y más ecológico, en el que todos tengamos las mismas oportunidades, tanto en nuestro paso como a pasar por ello, compartiendo diferentes sexos y especies el único hogar que, por suerte o por desgracia, tenemos. También he estado triste año y he tenido miedo; miedo, por no saber si Night Changes sería el último vídeo de One Direction, miedo, porque sin Zayn esto no podía tirar para delante; y tristeza, porque he dejado de ser una nieta. En julio de este año perdí a mi abuela, la única que me quedaba. Y el 28 de este mes, se cumplían 10 años de este inicio de ciclo en el que empecé a perder a mis abuelos. Sé lo que es tener claro que en ocasiones perdí el tiempo con ellos, que debería haberlos obligado a contarme más historias de cuando eran jóvenes o yo no había nacido, o incluso de cuando era pequeña, porque cada recuerdo de sus voces es una forma de revivirlos. Cada recuerdo es el cielo cristiano, el único lugar donde ellos vivirán para siempre.
Sin embargo, soy optimista. No quiero anclarme en el pasado; se avecinan siempre tiempos mejores. Con cada golpe la piel se hace más fuerte y conocemos nuestras debilidades; con cada lágrima valoramos un poco más las sonrisas. Este año, creo, no he llorado, a pesar de todo lo malo que me haya podido pasar. Este año he seguido eligiendo ser la chica blanca que sacude el culo en el Wireless Festival con tanta rabia que las negras de al lado se descojonan, todas cantando a coro con una mujer que nos ha reunido allí para obligarnos a intentar alcanzar las estrellas. He decidido ser la mujer que se busca la vida por sí sola, comprando lo que necesita, preguntando por la calle cuando está perdida. La que consiguió aprobar el primer curso de una carrera a la que le está cogiendo cariño, más por la gente que la rodea que por otra cosa, a pesar de que le habían dicho que había que mentalizarse de que en 1º siempre llevas una, que “no habrá pasado un verano en que no hayas estudiado romano”.

La suerte favorece a los audaces, así que, madre Tierra, cuando vuelvas a estar en esta posición con respecto a la estrella que nos dio vida y nos alimenta, sólo te pido una cosa: déjame seguir siendo audaz. Seguir siendo valiente. Seguir siendo optimista y seguir luchando. Deja que siga acompañada de tan buena gente, y que quienes no me hacen falta continúen su camino; déjanos flotar a la deriva en direcciones distintas. Escúchame cuando te hablo cuando una estrella fugaz te araña la piel que es la atmósfera.
Sigue siendo buena conmigo. Yo prometo no dejar de apreciarte y cuidarte nunca. De las estrellas, al cielo.
Hasta siempre, 2015. Gracias por tanto.
Y bienvenido, 2016, ¿qué sorpresas me traes hoy?

1 comentario:

  1. Se me ha olvidado comentar que este año he probado por primera vez las frambuesas y FUI MUY HÁBIL ELIGIENDO ESTE NUEVO DOMINIO DEL BLOG.
    Ya está, fin de la perorata, feliz año y felices reyes ♥

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