viernes, 11 de diciembre de 2015

Florencia en un río.

               -Yo sí que necesito un cigarro-murmuró, pasándose una mano por el pelo cuando terminé de contarle mi historia-. Puede que una cajetilla. No, joder, necesito una fábrica entera.
               Se reclinó en el asiento, clavándome la mirada. No sabría decir si estaba cabreado conmigo, o consigo mismo, o si estaba contento por mí, o molesto, o…
               -Estoy orgulloso, T.
               -¿En serio?
               Asintió.
               -No todos los días tu mejor amigo se folla a una modelo, ¿sabes? Y para colmo, una nueva de Victoria’s. Una promesa. Mi trabajo contigo ha terminado, y eso me entristece, pero a la vez me alegro de que el alumno haya superado al maestro-alzó las manos-. Bueno, ¿para cuándo la petición de matrimonio?
               Negué con la cabeza, jugando con el borde de mi camiseta.
               -No puedo empezar a salir con ella. Mis padres me matarían.
               -No creo que tuvieras a Louis en la cabeza cuando la tenías encima de ti… o debajo. ¿Eh, hermano?-sonrió, dándome un toque en el codo-. Venga, Tommy. Te mereces esto. Puede que Diana sea ese clavo que saca al otro, ya me entiendes.
               -Pensé en ella cuando paramos. Varias veces.
               Se le borró la sonrisa de la cara; su semblante se ensombreció y un ceño decidió hacer acto de presencia en la frontera entre sus cejas.
               -No me jodas.
               Asentí despacio, sin atreverme a mirar a Scott a los ojos.
               -Dios, Tommy, estás más jodido de lo que pensaba.
               Volví a asentir.
               -Recapitulando: te lo pasas bien con Diana, y ella bloque a Me…a la otra de tus pensamientos. Pero cuando se va, tú vuelves a pensar en “la otra”, y todo vuelve a empezar.
               -No voy a pasar página nunca, ¿verdad?
               -No, estúpido-Scott se frotó las manos y bajó la mirada, como si pudiera ver el efecto que tenía la fricción en ellas, como si las corrientes de aire mínimas que era capaz de crear fueran visibles cual aura, cambiantes en cuanto a color, vibrantes, brillantes…-. Te va a costar-accedió, asintiendo despacio-, y puede que no sea suficiente conmigo. Sé que te estoy descubriendo América ahora mismo, pero yo no soy dios. No puedo hacerlo todo, no doy abasto. Entre tú y Jenn, no sé todavía cómo me las apaño para dormir por las noches.
               -¿Sigue pidiéndote más seriedad?
               -Quiere que le abra las puertas cuando vamos a los sitios. Y yo le digo “¿te pasa algo en las manos?”, y ella se cabrea, y discutimos. Luego vienen las reconciliaciones, que son, evidentemente, lo mejor de estar con ella. Pero… en fin. Estamos hablando de ti. ¿Qué piensas hacer?
               -No puedo dejar que esto se repita.
               -Repetirlo sería lo mejor que podrías hacer. Puede que Diana termine siendo lo que te hace falta para acabar con esa influencia de la otra. Ya sé que pensar en Megan justo cuando te acabas de tirar a Diana no es buena señal-alzó las manos al ver la mirada condescendiente que le lancé-, pero, ¿no estamos haciendo progresos? Al menos estabas contento hasta que te dejó a medias. Eso es un comienzo. Desde lo de la fiesta de inicio de curso, has avanzado bastante.
               Vale, sí, era cierto. Megan y yo lo habíamos dejado a finales de agosto, y en septiembre, cuando se montó el fiestón del siglo (que, curiosamente, era anual), me emborracharon lo suficiente como para dejarme acompañar por una morena al cuarto de baño, y descargar toda mi rabia con ella, a quien no le importó en absoluto que casi no la desnudara. Sólo quería probarme una vez; tres años detrás de mí, aguantándome con mi novia eran mucho tiempo, y ahora que había llegado su oportunidad, se negaba a desaprovecharla.
               El problema era que se la terminé jodiendo yo, sentándome en la bañera y negándome a salir de allí de su mano, demasiado borracho para controlar mis impulsos más bajos pero no lo suficiente como para dejar pasar la importancia de lo que acababa de hacer.
               Ella me gritó, me dijo que había sido el peor polvo de su vida (lo cual fuera probablemente verdad), que había sido una gilipollas por haber querido liarse conmigo durante tanto tiempo, y que era un gilipollas además de patético, y me dejó allí solo, luchando por controlar mis lágrimas y por no suplicarle que volviera y se quedase  conmigo. Podía soportar que me abandonasen una vez, pero dos serían más de lo que estaría dispuesto a aguantar.
               Scott acabó encontrándome, dos horas después de aquello, encogido en la bañera, con el grifo abierto y el agua corriendo, las piernas encogidas y yo sentado en posición fetal, abrazándome lo poco que quedaba de mí, mientras mis lágrimas se mezclaban con el inmenso charco que me rodeaba.
               -Tommy-había susurrado, incrédulo. Luego cerró la puerta, le echó el pestillo y me obligó a levantarme. Me levantó a base de tirar de mí, de llamarme dos millones de cosas diferentes y de soltarme un bofetón a última hora, cuando empecé a suplicarle que me dejara llamar a Megan y pedirle una segunda oportunidad (“Ningún amigo mío se va a rebajar a esos niveles, y desde luego no voy a dejar que tú te arrastres por esa zorra”). Me sentó en la taza del váter y me ordenó que no me moviese de allí (“como si pudieras, borracho de mierda”) había sonreído, y yo creo que lo intenté. Me dejó solo de nuevo mientras iba a buscar ropa seca; a pesar de que mucha gente había abandonado ya la fiesta, las paredes todavía retumbaban con la música de los altavoces, aquella música que me taladraba los oídos y que se hacía con el poco espacio mental que no estaba infectado por el dolor por la ruptura y los recuerdos de lo que acababa de perder…
               Scott regresó después de lo que me pareció una eternidad en la que me entretuve viendo cómo bailaban y se retorcían los muebles de aquel baño que aún conservaba las huellas de todos los adolescentes que habían pasado por allí.
               -Sécate y ponte esto.
               -No puedo.
               -Claro que puedes; lo que pasa es que no te da la gana.
               -Déjame aquí para que me muera-supliqué, inclinándome de nuevo hacia la bañera. Me caería de cabeza y me abriría el cráneo si tenía suerte; si no, bueno, siempre me quedaba ahogarme
               -Oh, ni de coña. No durante mi guardia. Si te crees que voy a aparecer por tu casa con un cadáver e intentar explicarle a tu madre lo que te ha pasado; aparte de que eres irremediablemente imbécil, es que la única neurona que te funcionaba hasta ahora se ha ido de vacaciones. Vístete.
               Y me eché a temblar.
               -NO. TOMMY. NO HAGAS ESTO AQUÍ.
               Pero yo no podía parar de temblar.
               Scott se arrodilló ante mí.
               -Tío, tío, tío. Estoy aquí, ¿vale? Estoy aquí y no me voy a ir a ningún sitio, ¿estamos? Yo no te voy a dejar solo. Necesito que te cambies. Vamos a ir a mi casa. Nos pondremos ciegos a Doritos y chuches. Joder, me voy a comer una puta hamburguesa con beicon por ti, ¿ves cuánto te quiero, macho? Y jugaremos a la consola, ¿qué te parece? Assassins Creed. Suena bien, ¿verdad?-me sorprendí a mí mismo asintiendo-. Sin mujeres. Solos tú y yo. Bueno, tal vez podamos pagar a una cortesana, ¿eh? ¿Qué me dices?
               -¿Vamos a compartirla?
               Scott se echó a reír.
               -Ya sabes que yo no comparto contigo a las chicas.
               -Está bien-suspiré, y acepté la toalla que me tendió, y dejé que me diera un abrazo y me susurrara al oído un suave “gracias”.
               Tardé media hora en terminar de vestirme. Hizo una bola con mi ropa, se la colocó debajo del brazo y me ayudó a levantarme.
               Abandonamos esa fiesta por la puerta de atrás, conmigo preguntándole si creía que habría alguna cortesana pelirroja libre.
               -En aquel momento tenía excusa, pero ahora ya no es tan reciente.
               Se me quedó mirando.
               -Bueno, vale, al menos no te intentaste suicidar.
               -Aquella noche llegué a considerarlo.
               -Yo lo considero siempre que me doy cuenta de que mi mejor amigo eres tú. Claramente estoy haciendo algo mal en la vida si sólo puedo aspirar a ti-sacudió la cabeza-. Pero, en fin, me estoy desviando del tema. Diana-anunció-. Alias “tu salvación”. Alias “la diosa del sexo que te han metido en casa”. Alias “la prueba viviente de que la vida definitivamente no es justa”. Alias “no contentos con castigar a Scott con 3 hermanas y de bendecirme a mí con sólo 2 y un hermano, los astros me han enviado también a una pseudoprima modelo que se abre de piernas cada vez que me acerco a ella”. Estoy harto de tanta discriminación por mis creencias, en serio. En la India adoran a un elefante y no pasan estas cosas.
               -Scott…
               -No, tío, me revienta todo esto. Soy más guapo que tú, ¿por qué no me pasan estas cosas a mí? Estoy harto de esta vida. Quiero hacerme famoso. Montemos una banda. Así tendremos groupies.
               -Scott.
               -Tú podrías hacerme los coros.
               -¡Scott!
               -¿Qué?
               -Me estabas psicoanalizando.
               -Es verdad. ¿Por dónde iba?
               -Por Diana-me froté los ojos.
               -Ah, sí. Bien. Diana. Ya tengo mi tesis. ¿Quieres oírla?
               -Ilústrame.
               -Tíratela-espetó, cruzando las piernas y entrelazando los dedos de las manos-. Representa como debes al género masculino.
               -Papá me arrancará la cabeza.
               -Mientras no te arranque la polla, vas a poder seguir tirándotela.
               Me tuve que reír porque la situación era tan surrealista que no sabía cómo reaccionar.
               -¿Cómo voy a poder hacer nada sin cabeza?
               -Los empalmes son por sangre, no por impulsos nerviosos. A ver si atiendes más en biología.
               -¿Y quién coño se encarga de enviar la orden de que se envíe más sangre a esa zona, tío? ¿El estómago?
               Iba a responder algo, pero se dio cuenta de que había perdido antes incluso de que las palabras salieran de su boca, de manera que se quedó callado. Había abierto la mano, con un índice acusador apuntando al cielo, queriendo canalizar la sabiduría de los dioses y que ellos hablasen a través de sí, pero no le salió bien. Cerró la mano en un puño y sonrió.
               -Tengo que admitir que he hecho un muy buen trabajo contigo.
               Le devolví la sonrisa, y luego eché un vistazo por fuera de la ventana. Sí, vale, papá me arrancaría la cabeza, eso estaba más que claro, pero, ¿merecía la pena? Al fin y al cabo, no me ardían las entrañas cuando estaba con ella. Era como si… como si hubiera llegado a un oasis después de meses en el desierto, racionándome el agua, nunca llegando a aplacar la sed, sólo posponiendo lo inevitable un par de minutos más.
               Definitivamente era mi oasis personal, y la verdad era que una parte de mí, y no estaba seguro de lo fuerte que era esa parte, consideraba que era mejor morir decapitado, pero sin sed, que ir consumiéndose poco a poco por dentro.
               El problema era lo que me consumía. Y cuánto iba a durar aquello.
               -Tienes que sacártela de la cabeza, hermano.
               Volví la vista. Scott hacía girar una moneda entre los dedos; la pequeña bailaba, igual que había visto hacer en una película, y de su metal se arrancaban susurros sordos que podrían ser toda una orquesta, de darse en las manos y momento adecuados.
               -No es tan fácil.
               -Todos tenemos que vivir con dolor. Convivimos con él durante un tiempo. Luego se nos olvida, y es entonces cuando éste desaparece. Megan es un hueso roto, si mis cálculos son correctos-una sonrisa fantasma apareció en su boca; la había visto miles de veces, acompañada de suspiros femeninos por doquier y millares de mejillas sonrosadas. No era consciente de ese truco, pero todos los que le rodeábamos, sí. Y no iba a dejar que lo usase conmigo. No iba a encandilarme. Tenía derecho a apenarme por lo que me viniera en gana y a sentirme desgraciado si me apetecía-, y Diana es una venda. Sabes que no se merece ser una venda, así que, ¿por qué no la conviertes en tu pantalón? Dios, T, incluso un pantalón es poco para ella. Sé listo-se tocó las sienes-. ¿Qué tienes que perder? ¿Un corazón roto? ¿Una cabeza que, desde luego, no usas demasiado? Lánzate a la piscina.
               -Pensar en tu ex cuando te acabas de acostar con otra es sinónimo de que la otra es sólo eso. Otra.
               -A las palabras se las lleva el viento, y no vamos a ser jóvenes siempre, hermano. Ponte negro ahora, y no esperes por ningún paraíso: bien sabe Alá que yo ya lo estoy viviendo, y que aceptaré lo que venga después como un buen creyente.
               -Tu padre y el mío disfrutaron hasta que se cansaron. Incluso lo siguen haciendo ahora.
               -Nuestros padres no cuentan; son famosos por sí mismos. Tienen una puta banda, y eso les da ventaja. Y no me da la gana que mi padre me llegue ventaja, así que, ¿para cuándo esas audiciones?
               -Estás mal de la puta cabeza.
               -Pienso cobrarme a mis 40 mujeres ahora que estoy consciente. Cuando tenga 80 años ni siquiera podré manejar a 2.
               -Serían vírgenes.
               -¿Y se supone que eso tiene que consolarme?
               Se echó a reír.
               -Serías imbécil si no…
               Su voz quedó ahogada por la puerta que se abría. Mis peores pesadillas, recientemente olvidadas, cobraron vida antes incluso de que yo me diera cuenta de que no estaba, en realidad, en el piso de arriba, metido en la cama, esperando (bueno, no esperando) que mi despertador sonara para levantarme e irme a clase, y volver a aguantar el coñazo de todos los días.
               Papá traía el sándwich post-polvo que me había hecho en la mano. A medio comer.
               No lo habíamos tirado.
               Éramos imbéciles.
               -Esto estaba en la encimera. Ya sabéis cómo se pone Eri cuando dejáis las cosas tiradas por ahí.
               Mis manos no respondían; sabía que si estiraba el brazo para cogerlo me delataría, y desencadenaría la Tercera Guerra Mundial sin haberme preparado para ella siquiera. Mis padres sabían de lo que me pasaba después de follar, me habían pillado demasiadas veces con Megan en casa, y no era ningún secreto para ellos que me entraba un hambre de lobo justo después de echar un buen polvo.
               Joder, incluso lo había heredado de mamá. Aquello era insostenible.
               Pero Scott, bendito sea, se me adelantó. Esbozó una sonrisa y cogió el bocadillo de las manos de mi padre.
               -Ya decía yo que echaba en falta algo-comentó, y le dio un inmenso bocado para compensar los destrozos que había hecho antes, peleando por comérmelo. Papá alzó las cejas.
               -¿Zayn no te da de comer, o qué?
               -Siempre tenéis mejores embutidos vosotros-se limitó a decir-. Vuestro queso es bestial.
               -Sí, Eri sabe dónde buscarlo-asintió papá, encogiéndose de hombros y dejándonos solos de nuevo.
               -¡Cierra la puerta!-ordené.
               -¡Ciérrala tú, crío! ¿No tienes manos?
               -No comas más-le dije a Scott por lo bajo, que ya iba por el tercer mordisco. Me incorporé de un brinco y cerré la puerta de una patada. Mis padres no se dieron cuenta de mi acto de rebeldía: de lo contrario, habrían venido a cruzarme la cara-. Scott, en serio, no comas m…
               -Estás de coña si te piensas que te voy a dejar esto. No, el que lo encuentra se lo queda.
               -Scott, tiene jamón.
               Scott se me quedó mirando con cara de pánico. Masticó una vez.
               -Bez brumma.
               -No.
               Masticó de nuevo.
               -Fixjo de buza.
               -Tienes que tragártelo.
               Masticó de nuevo. Se estaba poniendo pálido.
               -Tágalo tú. Fixjo de buza.
               Le dio una arcada.
               Mamá salió al jardín.
               -Oh dios oh dios OH DIOS.
               Scott dejó escapar algo en árabe que, si tenemos en cuenta que mis conocimientos de árabe son limitados, y que tenía la boca llena, no pude traducir. Ni al español ni al inglés.
               -Scott por tu madre cómete eso Scottportumadre.
               Me ladró algo en árabe. Un pedazo de lechuga voló en mi dirección, pero lo esquivé en el último segundo.
               -Háblame en cristiano, hijo de puta.
               Y entonces, me acordé. Justo mientras él hiperventilaba.
               -Scott.
               Me miró con los ojos llorosos.
               -Tú comes cerdo.
               Se echó a reír, disparando trozos de bocadillo por doquier. Luego, tragó despacio, cerrando los ojos, como si le costara un gran esfuerzo.
               -Dios, casi me da algo.
               -Eres un gilipollas.
               -¿Y tú? Hay que ver cómo te has puesto, tío. “Scott, no comas más. Scott”-me hizo burla, poniéndose bizco-. Pensé que me habías echado cianuro, o algo. Joder, tío, no acordarte de eso…
               Puse los ojos en blanco.
               -No es mi culpa que no seas normal.
               -Por ti hago lo que quieras, mi vida-dijo, colgándose de mi cuello y tirando de mí para intentar darme un beso en la mejilla.
               -Déjame, cabrón.
               -Anda, que yo sé que me quieres. Sólo querías ponerme celoso con la americana. Muy bien, mi amor, lo has conseguido-estiró la lengua, intentando tocarme-. Eres mío. Recuérdalo.
               -Estás mal de la puta cabeza. ¿Me vas a dejar algo?-espeté, viendo cómo mi pequeña y ansiada obra de arte iba menguando poco a poco. Me jodía haber trabajado tanto para luego no haber podido disfrutar más que unas migajas, y encima, a toda velocidad, con lo que “disfrutar” no era precisamente la palabra que usaría para calificar lo que hice.
               -No. Haber estado espabilado. Haberte vendido a tu padre. Me merezco esto, sólo por aguantarte cada día.
               -Eres un imbécil.
               -Y tú un gilipollas. Dórame la píldora, y puede que te deje coger algo.
               Arranqué un buen trozo del bocadillo de sus manos antes de que pudiera decirme nada más. Scott me volvió a dedicar su sonrisa fantasma.


               El agua caliente no le hacía justicia a sus manos.
               Ni siquiera cuando ardía conseguía que mi piel respondiera como podía hacerlo él.
               Aparté de mi mente los pensamientos que me exigían que me comportase, y que mostrase más respeto por el primer baño de agua ardiendo que me daba en Inglaterra, ya confinada y encarcelada, pero no podía dejar de pensar en él. En cómo me había acariciado, en cómo me había mirado y en los besos que me había dado.
               Dios, ni siquiera yo podía igualarme a lo que me había dado él. No me había pasado nunca, y no me gustaba… pero me encantaba de la misma forma.
               Cerré los ojos cuando mi mano se deslizó de nuevo por el hueco donde más me había gustado sentirlo, sin poder creerme que hubiera sido mío durante unos minutos que se me pasaron volando.
               Yo siempre me había lanzado con los hombres, siempre había pedido de ellos lo que quería, lo había cogido cuando a mí me apetecía, agradeciendo que las mujeres ya no tuviéramos que limitarnos a tener un papel de secundarias, lanzando señales y prácticamente rezando porque el chico en cuestión fuese medianamente listo y pudiera recogerlas. Había ido a por hombres mayores, sí, pero la iniciativa siempre había sido mía, y había tenido relaciones en lugares que no podía mencionar a nadie, excepto a Zoe.
               Pero eso de presentarme cuando dos chicos estaban solos, conseguir que uno se fuera sólo con mi actitud, y sentarme (literalmente) encima de mi objetivo para montarlo cinco minutos después… estaba a otro nivel radicalmente distinto.
               Y me encantó.
               El champú se deslizaba por mi cuerpo de la misma forma que se habían deslizado sus manos. Había sentido como si fuera un trozo de mármol, y él, un escultor, y que con sus manos me moldeaba, sin necesidad de un martillo, hasta quitar todo lo que sobraba de mí y dejarme al desnuda, como él me quería, como una obra de arte que pudiera admirar; lo que, efectivamente, hizo.
               Él era Miguel Ángel y yo su David.
               Y no podía esperar a que volviera a convertirme en una escultura.
               El agua era igual que sus ojos.
               ¿Me lo quitaría alguna vez de la cabeza?
               Ni siquiera me enteré de cuando los últimos restos de champú se alejaron de mi cabello, escurriéndose a toda velocidad por el desagüe. Estaba demasiado ocupada sintiendo de nuevo su boca en la mía, sus manos recorriéndome, su cuerpo debajo y luego encima del mío…
               Hice acopio de fuerzas y me enrollé en una toalla; me acerqué al espejo y estudié mi reflejo, con las consecuencias del sexo que ya tanto conocía tan visibles que casi sería más prudente llevar un cartel de neón que dijera “ME ACABO DE TIRAR A TOMMY”.
               Probablemente, en su defensa (y, ¿por qué no?, en la mía también) debiera añadir, en letra un poco más pequeña pero no por eso menos brillante: “Y HA SIDO BESTIAL”.
               Me había estado mordiendo los labios. No me había dado cuenta de ello, pero ahora se notaba claramente, debido a lo enrojecidos que estaban y a la ligera hinchazón que los acompañaba.
               -Oh, pequeña, vas a tener que volver a tirártelo. Una vez no ha sido suficiente-resonó Zoe en mi cabeza, riéndose la primera vez que me ocurrió algo así. Solo que nunca me había pasado nada así.
               Decidí seguir su consejo imaginario y bajar a verle; puede que, incluso sólo verle, bastara para despejarme la cabeza. Necesitaba tranquilizarme de la misma forma que me había tranquilizado en lo más profundo de mi ser al verlo en el aeropuerto, esperando por mí.
               No es que te tranquilizase mucho verlo, que digamos se burló mi Zoe interior. Sacudí la cabeza y deseché la idea. No, por hoy ya estaba bien. Erika y Louis estaban en casa; no había necesidad de forzar aún más las cosas, hacer que nos pillaran, y conseguir que me enviaran a casa de Alba y Liam. No me lo pasaría tan bien con su crío de 12 años.
               Cuando salí del baño, ya vestida y relajada, y con los restos del sexo desvaneciéndose poco a poco de mi piel, estaba mucho más centrada, tenía un objetivo más claro, y no iba a dejar que nadie me apartase de mi camino. Disfrutaría de Tommy mientras pudiera, pero siempre poniendo de mi parte para no arriesgarlo y mandarlo todo a la mierda.
               Eso último me lo creía más o menos. Lo primero era mi nuevo mantra.
               Me crucé con Eleanor de camino a mi cada vez más improvisada habitación. Contuvo una sonrisa.
               -Ya veo que las relaciones internacionales entre nuestros países van bien.
               Me eché a reír, apartándome el pelo de un hombro.
               -Desde luego.
               -Con mi hermano bien, ¿no?
               -Fantástico-admití. Me había empezado a caer bien esa tarde, cuando vi que no era la gilipollas que me había parecido el día que la conocí. Era bastante más lista de lo que parecía, con lo que convenía llevarse bien con ella.
               Además, dado el volumen de notificaciones que le llegaban al móvil por minuto, sería estúpida si no admitiera que podía llegar a serla versión inglesa de mí misma en su instituto. Seguramente no fuera la que dirigiese a los demás, pero con mi ayuda (y, sobre todo, con mi presencia) podríamos saltarnos esa difícil escala social que hay en los mejores institutos de las ciudades más importantes del mundo, esa que las series de niñas pijas se empeñan siempre en tratar de mostrar, siempre de una forma demasiado tímida y dulce como para que puedas tomarlas en serio, y ser las nuevas “reinas”, como las llamaban en aquellos dichosos programas.
               -Los Tomlinson nunca decepcionamos-asintió, divertida, y siguió su camino.
               La perdí de vista cuando subí las escaleras y aparecí en mi habitación. Puede que fuera que las duchas de agua caliente siempre me ponían de buen humor, o que lo que había pasado en los pisos inferiores de la casa hubiera cambiado mi manera de pensar, pero el caso es que, en ese momento, cuando entré con el pelo aún un poco húmedo y la piel fresca, pensé en ese rinconcito por primera vez como “mío”.
               La cama no ayudaba, los cuadros no ayudaban. Ni siquiera la persona a la que planeaba terminar metiendo entre aquellas sábanas ayudaba a que consiguiera despreciar la casa.
               Cuando bajé de nuevo para reunirme con Tommy, su hermana se había tirado en el sofá a ver la película de turno.
               -Shutter Island.
               -Así es.
               -Mamá siempre hablaba de la obsesión de Erika con tu DiCaprio.
               -Papá dice que subió a despertarlo cuando por fin le dieron el Oscar.
               -Ma… mi madre-corregí, reprochándome el devolverle el título de “mamá” a mi madre después de menos de dos milenios aislada de mi mundo. No pensaba cometer el mismo error varias veces- siempre fue más de Brad Pitt.
               -La mía lo detesta. Lo único de relevante de Brangelina es…
               -Angelina-asentí-. Sí. Yo soy más de Matt Damon.
               -¿El caso Bourne?
               -Marte.
               Eleanor sonrió, echándose el pelo a un lado.
               -Peliculón-sentenció. Y me cayó todavía mejor.
               Para cuando llegué a la sala de juegos, no me encontré a quien esperaba. Dan, el hermano pequeño, se había sentado, con las piernas colgando, en el sofá que momentos antes Tommy y yo habíamos sacralizado. Tuve que controlar un ataque de risa al vernos a los dos en el lugar en el que ahora se sentaba el chiquillo.
               -Hola.
               -Hola-replicó, sin dedicarme ni una triste mirada. Aunque no estaba acostumbrada a ese trato, y desde luego no por parte del público masculino, no me ofendí. La partida estaba muy interesante: un mapache con antifaz tenía que robar las llaves de unos guardias inmensos, que también resultaron ser animales, de sus bolsillos traseros, que desprendían un brillo azulado. Los guardias llevaban una linterna y la idea era que no te cazaran mientras estabas manos a la obra.
               Yo misma había jugado con Zoe a las versiones más antiguas de ese juego.
               -Eso es París, ¿verdad?
               Daniel apartó la vista un segundo, abrió mucho los ojos, y se me quedó mirando.
               -Sí-concedió, claramente sorprendido porque lo hubiera reconocido tan rápido. Ese juego no era el más popular, ni tampoco el de mejores gráficos, pero estaba entretenido y era original. Tenía unos buenos valores, aunque, claro, a mí los valores me la sudaban. Lo que me importó siempre fueron los personajes femeninos, que siempre eran fuertes y poderosos, al menos en las primeras versiones del juego.
               Luego decidieron ponerle una falda corta a la antagonista principal, y se cargaron la esencia del juego. ¿Qué policía perseguía a la gente con una falda de dos centímetros? Hasta a mí me parecía una exageración absurda.
               -Nunca entendí por qué Dimitri se junta con Sly en la siguiente entrega. Después de todo lo que le ha hecho.
               -Dimitri se vende al mejor postor. Sly lo era.
               Sonreí.
               -¿Eso te lo ha dicho tu hermano?
               -No, mi hermana.
               -Eleanor es lista, ¿eh?
               -Me lo dijo Ash.
               Una cría de 8 años dándole vueltas a un juego y comprendiendo lo que había tras él mejor que otra de 16.
               Ganaría el Nobel antes de los 20 años si se estaba espabilada.
               -¿Quieres que juguemos los dos?-preguntó, sin pausar el juego. Un guardia se giró y el mapache quedó iluminado por su haz de luz-. Oh. Mierda. Espera.
               Escapó de él como buenamente pudo.
               -Sí, vale.
               Ni siquiera guardó la partida; se limitó a reiniciar la consola y a acceder al tercer juego, el que permitía manejar dos personajes a la vez. Me tendió un mando, y justo iba a acceder a una de las partidas cuando dos voces llegaron a nosotros, serpenteando escaleras abajo.
               -¡¡Yo estaba primero!!-gritó el chiquillo, sin esperar a que le provocaran.
               -Nosotros somos dos, piojo-espetó Tommy, deteniéndose en seco al verme allí. Alcé las cejas a modo de saludo. Él asintió con la cabeza, como quien saluda a un conocido de un amigo después de mucho tiempo sin coincidir en la misma fiesta. Aquello me cabreó. Un poco más de efusividad tampoco estaría mal: al fin y al cabo, habíamos follado en el sofá en el que ahora estaba sentado su hermano. Y lo habíamos hecho bien, me constaba que lo habíamos hecho bien. No me merecía un trato semejante.
               Tampoco pedía que me tratase como a una reina, o como a una diosa, y se me tirase a los pies para besarlos y declarar su admiración y fidelidad eternos por mí, pero… ¿un asentimiento de cabeza? ¿En serio?
                Ni siquiera me molesté en mirar a Scott.
               -Nosotros también-se defendió el crío.
               -Déjalos jugar, T. Que ella se lo pase bien un rato-provocó Scott. Esta vez sí que me detuve a mirarlo, lo inspeccioné de arriba abajo. Tampoco estaba mal, tenía que admitirlo. El tono de su piel me gustaba más que el de Tommy, pero sus ojos no le podían hacer la competencia, y sus brazos no eran tan apetecibles.
               Al final, me lo terminaría pasando bien en Inglaterra.
               Tommy no dijo nada; se dejó caer en uno de los sofás y clavó la vista en la pantalla. Parecía decidido a no mirarme, como si hubiera cubierto el cupo de aquella semana.
               Yo estaba demasiado ocupada luchando contra los malos, jugando codo con codo con su hermano, como para que su fingida indiferencia me molestara. O fingía estarlo.
               Daniel susurraba por lo bajo órdenes, que bien podían ir dirigidas a él o a sí mismo, y acompañaba los movimientos de su personaje con los de su cuerpo. Vivía el juego como no lo vivía nadie, eso tenía que admitirlo.
               -¡DIOS!-ladró, cuando se le acabaron las vidas y el juego mostró la pantalla de puntuaciones. Prácticamente habíamos doblado el récord anterior.
               -Scott…
               -Tommy…
               Los dos chicos se miraron mientras Daniel se levantaba y apagaba la tele.
               -No te enfades así, hombre.
               -¡Nos quedaba un nivel para llegar al final!
               -La próxima vez será.
               -¿Echamos otra?-inquirió, señalando la pantalla negra. Negué con la cabeza.
               -Deja que los expertos se pongan en evidencia.
               -Vamos a matar nazis-informó Scott, hinchando el pecho y cuadrando los hombros.
               -Me voy-anunció el chiquillo, y ni siquiera esperó a que nos despidiéramos de él. Salió de la habitación dando un sonoro portazo.
               -Es competitivo-me explicó Tommy.
               -Ya lo veo.
               -Menos mal que no sabe de lo vuestro, de lo contrario, puede que se negase hasta hablarte.
               -No hay nada “nuestro”-espetamos los dos a la vez. Scott sonrió, alzó las manos y se dio la vuelta, dejando que Tommy y yo nos estudiásemos el uno al otro igual que lo habíamos hecho la primera vez que nos vimos.
               Las cosas claras: yo era un error y él un pasatiempo. Nunca le diría que le quería, ni él me lo diría a mí. Así serían las cosas.
               No te lo crees ni tú bufó mi Zoe interior.
               Ya lo veremos me reté a mí misma. Lo exprimiría a tope, me lo tiraría lo que me diese la gana, pero nunca, nunca, dejaría que se me metiese en el alma. Eso sí que no. Yo ya estaba enamorada, y mi ciudad era demasiado grande como para dejarle sitio a nada más que a ella.
               -¿Se ha muerto alguien?
               Tommy puso los ojos en blanco.
               -¿Qué coño quieres, Eleanor?
               -No hay internet, así que no puedo terminar la película. Estaba aburrida, y Dan salió hecho una furia, y pensé “¿por qué no ir a ver a mi hermano mayor favorito? Está bien estrechar lazos fraternales”.
               Tommy soltó un sonoro bufido, y bajó un poco más los hombros al ver la sonrisa divertida de Scott.
               -Hola, El.
               -Hola, S.
               Se sentaron el uno frente al otro, y se estudiaron mientras Tommy se peleaba con el mando de la consola, intentando acceder a una partida y zanjar toda aquella tensión sexual.
               No me habría extrañado nada que se levantaran y empezaran a desnudarse con urgencia. Puede que hasta les imitásemos, más para demostrarnos a nosotros mismos que de verdad no había nada “nuestro”, que para darles una lección.
               Bueno, tal vez aprendieran bastante de nosotros, pero eso sería otro tema.
               Finalmente, después de lo que parecieron un millón de años en los que Tommy entró hasta en los ajustes del juego, que seguramente ni necesitaba visitar, le lanzó uno de los mandos a su amigo, que lo cogió al vuelo. Scott torció una sonrisa, alzó las cejas, y luego centró su mirada en la pantalla… pero sin dejar de echarle vistazos a Eleanor, a la que le encantaba su recién adquirida atención.
               Lo mejor de todo era ver cómo Tommy se iba cabreando poco a poco, hasta llegar un momento, después de su quinta muerte en el mismo punto, que habían pasado sin mayores problemas la vez anterior, cuando era yo la distracción, en que ya no lo soportó más.
               -Pírate, Eleanor.
               -¿Por qué? Me lo estoy pasando bien.
               -Demasiado bien, tía. Lárgate, venga.
               Los dos hermanos se miraron largamente, retándose con las miradas, tan difíciles que cualquiera diría que ni siquiera estaban emparentados. Ella los tenía marrones, de un marrón claro que recordaba al chocolate de las cafeterías de los alrededores de Times Square, donde no había rastro de árboles ni de cielo azul; y él era el cielo de los Hamptons en un día de verano, el típico cielo que te ordena que te tomes un helado de frutas del bosque sentada en el borde de una piscina.
               Scott se inclinó hacia mí.
               -Te lo vas a pasar bien aquí, americana.
               -Ya me lo he pasado bien aquí, inglés.
               Se rió por lo bajo. Eleanor se levantó, se agitó el pelo y salió con paso decidido, no sin antes soltar un:
               -Adiós, Scott. Diana.
               -Ciao.
               ­-Hasta luego, El-se despidió Scott, sin dejar de mirar a la chica en su desfile privado, de vuelta a la sala de costura, donde de seguro le esperaba un vestido mejor del que estaba presentando. Tommy volvió a bufar.
               -Tenme más respeto, tío.
               -Ya te lo tengo, pero sabes que tu hermana lo hace a propósito para cabrearte.
               -No le des esperanzas.
               -¿Por qué? ¿Tanto miedo te da que seamos cuñados?-Scott le lanzó la misma sonrisa torcida de antes, pero en Tommy no parecía surtir ningún efecto.
               -Un día de estos, te partiré las piernas.
               -Te acabarás acostumbrando a sus cambios de humor, créeme-aseguró Scott, inclinándose hacia mí y tocándome una rodilla. Tuve que alzar las cejas. Vale, podíamos jugar los dos a ese juego.
               -¿Os busco una habitación?
               -Ella no necesita ninguna habitación.
               -No suelo rebajarme a tu nivel, Scott, pero podría hacer una excepción. Una vez al año no hace daño, ¿verdad?
               -Creía que los americanos no teníais realeza.
               -Y yo que en Europa seguíais siendo racistas.
               -Hacen lo que pueden.
               -¿Sí? Entonces, ¿por qué tienes nombre de blanco si eres musulmán?
               -¿Y tú por qué tienes el nombre en romano, si naciste en América?
               -Creo que entiendo por qué es tu amigo-le dije a Tommy, que ni me miró.
               -Nuestros padres se conocían. Era esto u odiarnos a muerte.
               -Le gusta que se lo pongan duro.
               -Oh, sí. Ya lo creo-convine.
               No sabes hasta qué punto, pensé, recordando el agua corriéndome por el cuerpo mientras mi mente no hacía más que bajar a aquella habitación. Sí, me lo podría pasar bien. Tremendamente bien.
               Y sin darle opciones a nadie a robarme Nueva York.

4 comentarios:

  1. Adoro la amistad de Tommy y Scott joder.

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  2. Eri, hace unas semanas comentaste por Twitter algo sobre que habías escrito algo que dijiste que te había quedado genial y que iba A ser una de nuestras partes favoritas de la novela y que publicarias sobre Navidades (o algo por el estilo) No sé si era un capítulo o un momento dentro de un capítulo. Anyway, solo era para preguntarte si eso sigue en pie y si nos puedes dar una pista sobre de que va :)

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    1. Menos mal que he esperado a contestar a tu comentario, porque cuando lo leí ni siquiera me acordaba de a qué te referías. Incluso pensé que estaba en este capítulo, JAJAJAJA. Pero no, por desgracia, creo que lo de publicarlo en Navidad va a ser un poco complicado. La historia estará muy avanzada para ese punto (al contrario de lo que suelo hacer, un día me dio la venada y simplemente lo escribí). Se trata de un momento dentro de un capítulo protagonizado por Eleanor... y hasta ahí puedo leer.
      Más que nada, por no desvelar la trama, porque si te lo cuento ya te haces una idea de el por qué del título de la novela.
      Gracias por tu comentario, jo, me ha hecho ilusión saber que alguien de Twitter se interesa por lo que comento de la novela. ♥

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