jueves, 26 de julio de 2018

El delicado arte de fracasar.


El pasado diciembre, empecé a temer que abandonaría Sabrae. Me vi apuntándome a ese inmenso club de escritores que dejan una historia a medias por diversas causas: porque no pueden continuar (no era mi caso), porque no se les ocurría el final de la historia (no era mi caso), o porque sentían que no merecía la pena (era mi caso). Venía de una época de relativo éxito; todo lo relativo que le puedes achacar a un blog que, en su mejor momento, veía la sección de comentarios de la última entrada llenarse con 37 en cuestión de un par de horas.
Noviembre fue el descanso de la intensísima fiesta que fue Chasing the stars, de más de 4 años de duración. Noviembre fue el período de resaca en el que te tiras en el sofá a contemplar la vida pasar, y no hacer nada es aceptable y no hacer nada está bien.
Diciembre es otra historia. Diciembre no fue el mes al que yo añoraría volver, el mes cargado de nostalgia sobre el que Taylor Swift escribiría una de sus mejores canciones, una de mis favoritas. No era el mes sobre el que Demi Lovato gritaba para que no lo olvidaras. Era el mes antagonista del amor de Miley Cyrus. Un mes en el que yo empecé a darme cuenta de que las cosas no despegaban, como pensé que harían después de Chasing the stars.
Me sentía frustrada, herida y decepcionada por todo lo que estaba pasando, o más bien por lo que no estaba pasando. Las visitas descendían, la historia que estaba escribiendo entonces y que ya no compartía con ninguna otra no conseguía el gancho que había tenido su hermana mayor. Y yo no entendía por qué. Me dolía que la gente no le diera una oportunidad a algo que yo creía que merecía la pena.
Empecé a suplicar por un poco de atención, aunque fuera fingida. Quería unas estadísticas infladas para mantener mi ego por las nubes. No estaba siguiendo el consejo que Gonzalo Moure nos había dado hacía años a los aspirantes a escritores que estábamos en el salón de actos de mi instituto, dispuestos a escucharle: extirpaos el ego. Me molestaba que los comentarios desaparecieran; incluso supliqué por ellos de una forma bastante patética de la que me arrepiento ahora, meses después.
Me molestaba que Sabrae no tuviera la oportunidad que yo creía que se merecía.
Pensé en abandonarla, y quizá habría sido lo mejor que le habría hecho… porque no la escribía por mí. En diciembre, enero, febrero, no escribía por mí. Ni lo hacía por Sabrae. No contaba una historia. Daba material para causar reacciones, como un científico loco que mezcla elementos químicos en su laboratorio.
Aunque sería lo más honesto, me alegro de no haberla dejado atrás. Me alegro de haber continuado manteniendo un erróneo faro de esperanza en el horizonte: quizás vuelvan. Visto en retrospectiva, quizá estaba siendo demasiado inocente e ingenua. Me alegro de haber continuado manteniendo un barco a flote que en mi cabeza se hundía, lleno de agujeros en el casco que le impedirían llegar a puerto.
Esos agujeros estaban todos en mi cabeza. No sé qué ha pasado exactamente, ojalá pudiera ver el momento exacto en el que algo dentro de mí hizo clic y volví a hacer lo que llevaba años haciendo: escribir para mí, escribir para los personajes. Una noche, una mañana o una tarde, no sabría decir cuál, cómo, ni por qué, seguí el consejo que tanto me había servido y del que no me debería haber apartado: me extirpé el ego.
Me dije que yo era una ayudante, una suerte de sacerdotisa y no la diosa que me creía hasta entonces. La misma sacerdotisa de Chasing the stars, a través de cuyos dedos vivían sus personajes, había vuelto para tomar las riendas de Sabrae. Si había escrito un final doloroso al principio, con el que no estaba de acuerdo, porque sabía que la historia había sido así, podía volver a dejarme llevar por la historia. Servir a los personajes. Dejar que ellos vivieran, hacerlos de verdad con unas palabras que ya no los encerraban, sino que los contenían.
En diciembre pensé en dejar la novela porque no era feliz. Y en julio, el único miedo que tengo, es no ser capaz de terminarla nunca. Estoy enamorada de lo que escribo a pesar de que su impacto no sea el esperado cuando anuncié que Sabrae iba a tener su propia historia. Escribo por ella, para ella, desde ella, y no para ver unas estadísticas crecer.
De esto puede parecer que me da exactamente igual quién entre a leerla, cuando nada más lejos de la realidad. Precisamente porque ya no le doy tanta importancia a cuánta gente la lee, quién está enganchado y quién no, me hace muchísima más ilusión leer cosas buenas, ver que Sabrae tiene un impacto en otras personas que no son yo. Los datos serán tristes, pero yo estoy feliz, porque realmente creo en lo que estoy haciendo ahora.
Si viene alguien nuevo, me emociono incluso más. Ya no tengo la frustración de “sólo son 20, y hubo una época en la que fueron 160”, sino “son otros 20; Sabrae vive 20 veces más”. Todo aquel nuevo que llegue, bienvenido sea, porque dará a mis personajes una oportunidad nueva de vivir. Y todo aquel que se vaya, le echaremos de menos, y le mantendremos la puerta siempre abierta por si, algún día, desea volver.
En diciembre estaba encadenada al ordenador, escribiendo por avanzar la historia pero también por recuperar lo que creía perdido. En julio, estoy encadenada a la historia, sirviéndola como mejor sé y como más tiempo llevo haciéndolo: con el tecleo rítmico de mis dedos en el teclado, arrancando latidos de corazones literarios del silencio de mi habitación. Escribo con ganas, cuento con ganas, me detengo con ganas y me inspiro con ganas.
Sigo sufriendo, pero lo hago por los personajes. No porque la gente no sepa cómo acaba, o no le interese, sino por si yo no consigo darles a ellos un final.
El 23 de abril de 2017, me lancé al vacío desde un cielo cargado de estrellas al que pronto terminaría abandonando. Y al principio parecía flotar. Cuando las estrellas se marcharon y la noche se volvió oscura, empecé una caída libre de la que me recuperé hace unos meses. Aproximadamente cuando llegaron los primeros capítulos a los que les costaba varios días alcanzar las 100 visitas. Hasta entonces, había estado en caída libre.
Ahora, me he reconciliado con la historia. Me he extirpado el ego. Y el ego es tremendamente pesado, una cadena que te ancla al suelo y te impide volver a flotar. Sin él, ya puedo volver a abrir las alas.
Y volver a volar.
imagen por @toxictreats (instagram)

lunes, 23 de julio de 2018

Una pantera y sus cachorros.

Mi casa era un puto show. Está feo que yo lo diga, pero deberíamos cobrar entrada por que la gente viniera a vernos.
               Cuando me desperté, pensé que mi situación y yo éramos lo más interesante que sucedía bajo el techo que mi familia compartía, pero claramente me equivocaba. Después de cambiarme, echar a lavar la ropa de mi cama y dejar sobre el colchón desnudo un nuevo juego de sábanas (con la esperanza de que mamá tuviera el día generoso y se ofreciera a hacérmela sin que yo selo tuviera que pedir), me dirigí a la cocina, movido por el hambre que sólo una noche de fiesta y el posterior entrenamiento de boxeo instalaban en mi interior.
               Estaba famélico, y no sólo de comida. Pensar en Sabrae y soñarla de una forma tan real me había hecho perder la cabeza. El sueño había sido tan intenso que ni siquiera tenía ganas de masturbarme, tan cansado como estaba y satisfecho con las reacciones de mi cuerpo.
               Pero que estuviera cansado y hambriento no impedía que me fijara en todo lo que me rodeaba. Miré hacia el salón, más por inercia que por cualquier cosa, y me detuve en seco al comprobar que mi madre y mi hermana se encontraban en él, acurrucadas la una contra la otra, hechas un ovillo sobre sí mismas con los pies sobre el sofá. Mamá nunca me dejaba subir los pies al sofá, porque “iba a ensuciarlo”, como si los muebles estuvieran para exhibirlos ante las visitas y no para utilizarlos. Además, si yo iba descalzo por casa, ¿qué más daba? Estaba lo bastante limpia como para que no se tuviera que preocupar por esas tonterías.
               En fin, el caso es que me sorprendió un montón encontrármelas de esa guisa. Parecían sencillamente consternadas ante lo que fuera que estuvieran viendo en la televisión. Me pregunté dónde estaba Dylan, pero ni siquiera me preocupé por él: el olor a café que manaba desde la cocina me indicaba que mi padrastro estaba vivito y coleando. Así que ni Mimi ni mamá lloraban por él.
               Mamá se inclinó a coger un nuevo pañuelo y dejó otro arrugado encima de la mesa del salón. Mimi hundió una cuchara de sopa en un bote de crema de cacao, empujándose las gafas redondas y empañadas por sus lágrimas por el puente de su pequeña nariz. Sorbió sonoramente y dejó escapar un sollozo mirando la televisión. Mamá se sonó escandalosamente la nariz y arrugó el pañuelo en su puño.
               -¿Pero qué os pasa?-inquirí, acercándome a ellas, que no me hicieron el más mínimo caso. Continuaron con la vista clavada en la caja tonta y yo me volví para ver las imágenes que tan conmocionadas las tenían.
               Vamos.
               No me jodas.
               El cámara enfocó a una novia radiante de tez café y ojazos inmensos mientras ella bajaba la vista a su ramo de flores blancas, y el hombre de pie a su lado con uniforme militar se mordía el labio enmarcado por la barba más pelirroja que hubieras visto nunca.
               ¿La boda real de Megan y Harry?
               ¿En serio?
               Los novios se miraron y mi madre y Mimi soltaron un gemido.
               -Ay, mamá-gimió mi hermana, y yo la miré, estupefacto. Joder, pero si hacía menos de un mes que se habían puesto a ver la boda de los reyes. ¿Cuándo iban a parar con el maratón?
               Bueno, pensé, al menos no han sacado la puñetera cinta con la boda de Diana.

jueves, 19 de julio de 2018

Ícaro.

El sonido de la notificación rompió el silencio. Era la tercera vez que mi móvil emitía un pitido en menos de cinco minutos. Me incorporé como un resorte para atender la conversación en cuestión. Aunque la primera vez que me había abalanzado sobre el móvil me había llevado una decepción, creyendo que me escribía alguien que, probablemente, todavía estuviese durmiendo, ahora me encantaban los derroteros que había tomado el chat con mis amigas.
               Mamá gruñó, molesta porque le había interrumpido la siesta involuntaria. Papá simplemente me miró desde la distancia mientras yo desbloqueaba el móvil. Antes de que sonara, había estado acurrucada contra su pecho, con los ojos cerrados y disfrutando de su calor. Me aprovechaba de él cada vez que me venía la regla, y él se aprovechaba también de mi necesidad imperiosa de recibir una cantidad indecente de mimos. Por eso, no estaba muy contento con el hecho de que yo tuviera otras personas a las que atender.
               Como los mensajes subidos de tono de Kendra, preguntando hasta dónde exactamente había permitido que Alec llegara conmigo. Decía, y cito textualmente, “¿cómo has dejado que utilice su cuerpo para su placer?”. Escribí rápidamente una respuesta.
               Mi cuerpo sólo sirve a mi placer.
               Sonreí y lo dejé encima de la mesita del salón. Scott ni siquiera se molestó en levantar la mirada cuando yo le eché un vistazo más largo que de costumbre, preguntándome qué planes tenía Alec para anunciarle que nos estábamos acostando… ¿ensofando?... lo que sea.
               Sentí un tirón en el estómago pensando en cómo se lo tomaría mi hermano. El mero hecho de pensar que él no quisiera que yo estuviera con Alec, aunque fuera sólo físicamente y no de forma emocional (eso ya lo teníamos más complicado) hacía que se me acelerara el corazón y se me humedecieran las manos con el sudor de mis palmas. Desde que Alec me dijo que quería decírselo a mi hermano, haciendo que una valoración de Scott se plantara en mi mente como la mejor carta de presentación del chico con el que ahora me veía, no podía reprimir el impulso de contárselo yo en primera persona. Apenas podía esperar a saber cuál eral la opinión que Scott pudiera tener con respecto a nosotros.
               Un nuevo mensaje hizo que mi teléfono pitara. Scott levantó la vista de su consola de mano, aburrido de una partida que había jugado mil veces ya (se le habían agotado las vidas del Candy Crush, incluidas las que tenía reservadas para situaciones de emergencia, como la que estábamos viviendo entonces, con su castigo) y sonrió con cinismo cuando mamá lanzó un quejido, masajeándose las sienes. Le dolía la cabeza por culpa del período, y estaba empezando a sucumbir a esa rabia interna que nos asola a las mujeres cuando nuestro cuerpo se vuelve en nuestra contra, la gran mayoría de las veces, en contra de nuestros planes.
               -Sabrae-se quejó en tono duro, que amenazaba tormenta-, mira a ver si le quitas el sonido a esa mierda, que me tienes la cabeza como un bombo.
               Papá dejó que una risita se escabullera entre sus labios.
               -Alguien se ha levantado con el pie izquierdo.
               -Me tenéis hasta el coño-mamá se frotó la cara y suspiró trágicamente, lo que arrancó un suspiro de mi hermano mayor. Papá me miró, me dio un pellizco en el costado para que me levantara, y se inclinó en el sofá en el que mamá estaba tirada cuan larga era, tapada con una manta, una botella de agua reposando al lado de su cabeza.
               -¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor, esposa mía?
               Mamá abrió un ojo.
               -Como me toques por encima de las rodillas con esas manos tuyas, te rajo la cara hasta dejarte el cráneo al aire.
               -Qué romántico-dijo Scott. Mamá frunció el ceño, se quitó el cojín de debajo de la cabeza y se lo tiró a mi hermano-. ¡Ah! ¡Mamá! ¡Iba primero en la carrera! Joder, con lo que me cuesta superar la puta Senda Arcoíris…
               -Bien-mamá chasqueó la lengua-. Pásame esa mierda, la necesito para estar medio cómoda. Y vosotros, ya os vale. Me estoy muriendo por dentro y no se os ocurre otra cosa que venir a hacer ruido cuando yo lo que quiero es descansar.
               -Pues sube a tu cama.
               -A mí no me contestes, ¿eh, Scott?-mamá se irguió un poco y contuvo un gemido cuando se dobló justo por el punto en el que estaban sus ovarios, en pleno proceso de implosión-. Que igual que estuve 3 días pariéndote, me paso perfectamente 3 días matándote.
               -¿Por qué no nos tranquilizamos todos un poco?-papá se sentó a los pies de mamá y se los destapó. Mamá aceptó el cojín que Scott me lanzó con un “gracias, cariño” que no supe a quién iba dirigido. Cerró los ojos y se reclinó en el sofá, la cabeza apoyada en el reposabrazos, mientras papá colocaba los pies de ella en su regazo y empezaba a masajeárselos. Mamá se retorció un segundo, presa de las cosquillas, pero enseguida sonrió y se fue dejando llevar.
               Tanto, que incluso dejó escapar un par de gemidos y exhalaciones, se mordió el labio e incluso llegó a arquear la espalda. Claro que ni Scott ni yo les estábamos haciendo mucho caso a nuestros padres, cada uno sumido en su respectiva tarea. Scott trataba de conseguir una buena posición en sus carreras y yo luchaba por mantener a raya a mis amigas.
               -¿Tu placer no será, por casualidad, una forma en clave de llamar a Alec, no?-se cachondeó Taïssa, y yo puse los ojos en blanco, dejé escapar una suave risa y me puse a teclear rápidamente que no tenían ni idea de lo que estaban diciendo.
               -Claro, porque no nos quieres contar nada. ¡Detalles, detalles!-exigió Kendra mientras Amoke llenaba la conversación con un batallón de emoticonos partiéndose de risa. Dejé mi móvil encima de la mesa en el momento en que mamá se quedaba muy quieta, con los ojos cerrados. Papá la miró.
               -Sherezade.
               -¿Sí?
               -¿Acabas de…?-dejó morir la frase para que ni Scott ni yo nos alterásemos, lo cual consiguió el efecto contrario. Miramos a nuestros padres como si los viéramos por primera vez.

sábado, 14 de julio de 2018

Terivision: A través de mis pequeños ojos.


¡Hola, delicia! Hoy vuelvo a traerte una reseña de un libro, en concreto, el último que terminé de leer. Se trata de:


A través de mis pequeños ojos, de Emilio Ortiz. A través de mis pequeños ojos es la historia de Cross, un perro guía que es traído desde Estados Unidos (si no recuerdo mal, concretamente, desde Michigan) para hacerle la vida más fácil a Mario, su dueño. En el libro, conocemos al dueño y a su familia a través de los ojos del perro guía, que nos va narrando todo lo que ocurre en la vida de su dueño desde esa perspectiva cariñosa y fiel que sólo pueden tener los perros.
En el libro encontramos críticas a determinados comportamientos de los humanos (por ejemplo, que no tengamos miedo de decir las cosas malas que pensamos de alguien, pero sin embargo ocultemos lo bueno por vergüenza, o el desapego que sentimos con la madre naturaleza) y descripciones bastante pintorescas de situaciones tan cotidianas como ir al baño, cosa que choca muchísimo al narrador en primera persona, Cross.
A través de mis pequeños ojos se trata de un libro sencillo, incluso simplón, me atrevería a decir. La historia, que en un principio podría tener mucha chicha, se queda en nada a medida que vas avanzando páginas y descubres que el libro no es más que una recopilación de anécdotas mal ligadas de la vida de una persona ordinaria. Sí que es cierto que en los momentos más importantes, como el instante en que Cross y Mario se conocen, son descritos con más detalle de lo demás, pero por el resto se dan pinceladas a brocha gorda que no llegan a satisfacer al lector. La prosa, por otro lado, cumple hasta cierto punto con lo que podrías esperar de un libro narrado por un animal que no es humano. No hay florituras en cuanto a la escritura, ni tampoco metáforas que hagan que sonrías pensando en lo imaginativo que es el autor: el libro se apoya, única y exclusivamente, en escasas reflexiones que hace el perro guía del mundo de los humanos y las críticas veladas del autor hacia estos comportamientos (que puedes compartir o no). Es por ello que este libro te marca y a la vez te deja completamente indiferente, constituyendo una lectura insulsa que continúas más por amor propio y para matar el tiempo que por real interés.
Sin embargo, aunque son interesantes esas comparaciones que hace Cross entre el mundo humano y el canino, hay ocasiones en que al autor se le va de las manos esa camaradería con la que trata al lector. Hay momentos en que incluso se le olvida que está hablando con la boca de un perro guía, o mejor aún, incluso se le olvida que trata de un ciego. En muchísimos momentos hace referencia a que Mario “mira”, “se ríe al ver”, y un largo etcétera que hacen que, como lector, tengas la sensación de que escribieron este libro en dos días o directamente te están tomando el pelo.
Otra de las cosas que no me ha gustado de la forma de narrar (aunque esto ya es personal), es la forma de anteponer las ideas en una oración. Emilio Ortiz abusa de “pues” como yo abuso de las metáforas astronómicas en mis historias: si hubiera que contar los párrafos en que no se utiliza esta palabra, sobrarían los dedos de las manos a lo largo del libro. Hasta cierto punto es comprensible: a fin de cuentas, cada uno tiene su forma de narrar y su debilidad por ciertas palabras; yo, la primera. Sin embargo, hay ocasiones en que directamente el pues no tiene sentido en el uso que se le está dando en la oración, o lo que es peor (y ya nada excusable): lo utilizan personajes jóvenes. Vale, seguramente pienses “chica, tú también lo haces”, y sí, claro que lo hago, pero te aseguro que ni yo nunca he dicho ni escuchado el “pues” en frases como las que aparecen en el libro, por ejemplo: “Fui en taxi pues no quería que me llevara __”. ¿?¿?¿?¿?¿? Dime tú quién, nacido después de la llegada de los Borbones al trono de España, metería el “pues” en esa oración y se quedaría tan pancho.
Hablando de los diálogos, estos constituyen sin duda lo que menos me ha gustado de todo el libro: son forzados, insulsos, carecen de un mínimo de relevancia en muchísimas ocasiones, y hay veces en que incluso dan vergüenza ajena por la forma en que interactúan los personajes. Varias veces he tenido que parar de leer para calmarme, porque realmente había situaciones que me hacían sentir incómoda leyendo (el tonteo de Mario con cierta chica) y que hacían que valorara realmente el añadir este libro a la cortísima lista de obras que no me he podido terminar.
Visto en retrospectiva, A través de mis pequeños ojos es un libro que he terminado más por amor propio y no permitir que el libro me “ganara”, por así decirlo. La historia prometía ya sólo por el narrador, pero la dejadez a la hora de narrarla ha hecho que incluso la novedad de que no sea un humano, sino un perro guía, quien te cuenta la historia, se vea eclipsada por los defectos que vas viendo a lo largo de la lectura.
Al principio del libro, hay una especie de “carta de recomendación” de otra autora en la que canta las alabanzas de la obra que estás a punto de leer, las buenas reflexiones y la prosa graciosa del autor. Es como si trataran de venderte el libro como algo revolucionario, lo mejor de su género, y, sinceramente, prefiero pensar que se están marcando un farol. Me niego a creer que este libro puede ser lo mejor que haya en el sector en que se encaja en todo el mercado. Ni siendo un completo ignorante en el mundo de los perros guía y sus amos ciegos podrías meter tantas veces la pata como lo hace el autor, a quien se le exige incluso más cuidado por el hecho de que cuenta una historia que él ha vivido en sus propias carnes. Es increíble la cantidad de errores chapuceros que hay a lo largo del libro (no ortográficos; la ortografía está muy cuidada, pero sí de estilo), que puedes excusar en que el autor no haya podido darle una vuelta a su obra, pero, entonces, ¿qué coño estaba haciendo su editor?
Lo mejor: el final del libro que, contra todo pronóstico, no es triste (y que consiguió que no suspendiera esta historia en Goodreads, poniéndole 3 estrellas que ahora mismo voy a rebajarle).
Lo peor: tristemente, se me hace muy difícil elegir la peor cosa de este libro, pero tengo que quedarme con los diálogos. Demasiado coloquiales incluso para mí, que literalmente lleno de tacos las interacciones de mis personajes porque en la vida real yo hablo así.
La molécula efervescente: “Medidle la comida, pero nunca le midáis el afecto”.
Grado cósmico: Satélite {2/5}. Ahora que se me han pasado los efectos del final feliz, tengo que ser sincera conmigo misma y admitir que este libro ni me ha gustado ni me parece que se merezca un aprobado.

lunes, 9 de julio de 2018

¿Eres mía ahora?

No sabía qué coño me estaba pasando esa noche. Por lo menos, podía estar agradecido de que Jordan no estuviera conmigo. Él estaba demasiado ocupado con la barra, atendiendo a los que querían emborracharse aun a pesar de los precios que les ponía a las bebidas (aunque la verdad era que podía permitirse cobrarlas tan caras), así que no podía fijarse en cómo estaba yo.
               Patéticamente sentado en el sofá, mirando a las chicas pasar, inspeccionarme con anticipación.
               Tenían hambre, y yo también, pero no de ellas. He de reconocer que me había puesto (más) guapo para esa noche, ahora que tenía alguien a la que quería impresionar más de lo que ya lo hacía. Sabrae me había dejado caer que irían, cien por cien, seguro, a la discoteca que nosotros frecuentábamos.
               Pero no me había dicho la hora, y tampoco había preguntado si iría yo. Así que allí estaba, plantado como un gilipollas, esperando a que apareciera, y sudando de todas las tías que se me ponían por delante para asegurarse de que les veía bien las tetas o el culo. Me estaban poniendo de muy mal humor.
               Yo me estaba poniendo de mal humor a mí mismo. Normalmente me encantaba que las tías vinieran hacia mí: no soy el típico chico que se las da de conquistador y que rechaza a una presa cuando ella camina voluntariamente hacia la trampa. No, todo lo que venga, bienvenido sea. Había que premiar la valentía. ¿Te pongo y vienes a decírmelo? Nena, te prometo que te haré pasar una noche que no olvidarás en mil años. Le pondrás mi nombre a tu primer hijo mayor en honor al polvo que te voy a echar. Vivirás mal desde que yo salga de tu interior, porque nadie te lo puede hacer como te lo hago yo.
               No me malinterpretes: me gusta, me encanta ser yo el que da el primer paso. Me gusta acercarme a un grupo de chicas y hablarles a todas, tantear un poco el terreno, ver con cuál tengo más afinidad o posibilidades (y, créeme, tengo posibilidades con muchísimas, salir a jugar conmigo es como salir al campo con el MVP de la temporada). Me gusta ese suave tirón que te da el estómago cuando te acercas a un grupo de chicas que no dejan de mirarte, porque, si bien pequeña, siempre hay una posibilidad de que aquello salga mal.
               Hay un cierto riesgo en ir a ver a un grupo de mujeres, y la adrenalina que recorría mi sangre me encantaba.
               Pero eso no quiere decir que me disgustara ser presa, en vez de cazador.
               Esa noche, sin embargo, me estaba cabreando muchísimo la forma en que las chicas se me ponían delante, casi como si tuviera que elegir en un catálogo. Era como cuando iba a las tiendas de ropa y las dependientas se acercaban a mí. Tía, sé lo que quiero. No necesito que me lo digas tú. Por favor, pírate. Sólo que ahora, mi molestia era incluso mayor: nunca había disfrutado de que las dependientas e las tiendas se me acercaran; en cambio, cuando las chicas se lanzaban a por mí, me lo solía pasar bien.
               Hasta entonces.
               Mi cara tenía que ser un puto poema. Tan pronto como las chicas llegaban, se marchaban, incómodas por la hostilidad que manaba de mi cuerpo o por mi indiferencia mal disimulada. Llegó un punto en el que empecé a mirar la hora con ansiedad. ¿Dónde coño está?

viernes, 6 de julio de 2018

Terivision: Love, Simon.

¡Hola, delicia! Me he hecho un poco de rogar, pero por fin te traigo la reseña de la última película que fui a ver al cine. Se trata de: 


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Shout out al equipo de márketing por ese "coming out"


Love, Simon es la adaptación cinematográfica del libro que actualmente tiene el mismo nombre, pero que salió al mercado como Simon vs. the Homo Sapiens agenda. Se trata éste de un libro que yo no he leído, pero después de ver la película probablemente rompa con mi tradición de no leer libros cuyas películas haya visto (necesito dormir y soy mortal, por desgracia) porque realmente la historia de Simon me ha encantado y quiero saber más sobre él.
En Love, Simon, descubrimos que el protagonista, Simon, es, como él mismo dice “un chico como tú, pero con un tremendo secreto”. Ya del propio tráiler extraemos que es gay, así que no hay nada que nos sorprenda realmente cuando vamos al cine, salvo que no hayamos visto nada de la historia y simplemente nos metamos en la sala porque no sabemos que ver. Simon es el típico chico de instituto, podríamos decir el “chico medio”, en el sentido de que se encuentra justo en el punto de equilibrio entre ser el rey y el marginado: tiene su grupo de amigos y parece que le va bastante bien, vive una vida normal, salvo por el secreto que guarda. Secreto que nunca expone con nadie, hasta que un chico misterioso, llamado Blue, cuelga en el blog del instituto una confesión que revoluciona a todo el curso: es gay. Simon comienza a mensajearse con él, y encuentra en Blue un alma gemela, un rinconcito en el que escapar de la máscara de normalidad que tiene que ponerse todos los días. Hasta aquí, todo bien: el problema llega cuando una tercera persona descubre el contenido de estos mensajes, lo que pone a Simon en el aprieto de obedecerla para que no la saque del armario, o verse expuesto delante de todo el instituto.
Tengo que decir que tengo sentimientos un poco encontrados con esta película. A pesar de que me terminó encantando, al principio tardé muchísimo en conectar con ella. Quizá se deba a que puede que yo no sea el público al que está orientada, más adolescente; el caso es que había determinadas bromas y situaciones que no conectaban conmigo y no me terminaban de hacer gracia, mientras el resto de la sala (abarrotada, por cierto), se descojonaba mientras yo me quedaba así: 😔. La presentación de la película es como todas las demás en que la trama gira en torno a un instituto: vemos a la familia, el protagonista tiene prisa y sólo come un arándano de la montaña de tortitas con sirope de arándanos, beicon, huevos fritos, cereales, y zumo de naranja recién exprimido (de verdad a qué puta hora se levantan los estadounidenses); va a buscar a sus amigos, y luego nos ofrece una especie de tour por los exteriores del instituto antes de entrar y encontrarse con el típico profesor peñazo, para finalmente ir a una fiesta en la que empieza a desencadenarse toda la acción. Nada original en todo esto, aunque supongo que si es un cliché, es precisamente porque los clichés funcionan. El caso es que, mientras estaba viendo todo esto, tenía la sensación de haberlo visto un montón de veces más. No había ni rastro de la película tan diferente y necesaria que todo el mundo decía que era Love, Simon.
Por supuesto, todo eso cambia cuando empieza la verdadera acción: después de que un personaje horrible cuyo nombre no recuerdo (ni quiero recordar, la verdad xd) descubra el secreto de Simon, lo pone entre la espada y la pared para que le ayude a emparejarse con la chica que le gusta, que casualmente es amiga de nuestro protagonista. Porque, oye, el personaje éste es gilipollas perdido, pero no tanto como para no darse cuenta de que con su forma de ser no habría quien le quisiera. Es precisamente aquí, con alguien escarbando dentro del armario y amenazándolo con abrirlo de par en par antes de que Simon esté preparado para salir, donde la película empieza con sus aires frescos y a diferenciarse de todo lo que hayas visto hasta entonces.
Y lo mejor de todo es cómo la película consigue transmitirte la angustia del personaje. Salir del armario y declararte tal y como eres es una tarea que no es nada sencilla (yo, por ejemplo, todavía no lo he hecho con mi familia), y no quiero ni imaginarme lo horrible que tiene que ser pasar por ese trago cuando no estás preparado, sino porque alguien te obliga a salir. En ese sentido, la interpretación de Nick Robinson como Simon es espectacular, puesto que realmente te transmite sus emociones y consigue que empatices con él, incluso más de lo que lo harías con este personaje, que la verdad, es un regalo.
Al margen del final, que probablemente te imagines pero no te quiero destripar, la película en sí es preciosa en el sentido de que toca temas muy pasados por alto incluso entre los queer. No sólo habla de ese mensaje de “yo no tengo por qué declararme x; si todo el mundo asume que soy y, no es mi problema”, dándole la vuelta y llegando a la conclusión de que decir tu orientación real es necesario (por lo menos, así lo veo yo) para ser quien realmente eres (sientes que estás viviendo una mentira hasta que no lo dices), sino por la forma en que trata los miedos que todos tenemos a la hora de salir del armario. Nadie desprecia a Simon por ser gay. Su sufrimiento y su angustia por cómo se lo tomará la gente se queda en poco más que pensamientos confusos y pesimistas: todo el mundo tiene una reacción muy positiva y abierta, algo que necesitamos muchísimo los que nos encontramos en su situación. Esta película te da la esperanza de vivir una vida mejor una vez en libertad, apartándose de tantísimas historias a las que nos vemos sometidos en que a los que no somos heterosexuales se nos margina por algo que nosotros no podemos controlar. Este mensaje de valentía, de “atrévete, las cosas van a ir a mejor” es algo tremendamente necesario para gente que siente que se asfixia; puede suponer la diferencia entre ahogarse o arriesgarse a salir a la superficie y respirar.
Mensaje aparte, y ya centrándonos en los personajes, es muy interesante la relación que tiene Simon con sus amigos, que en ocasiones no se comportan como deberían en el sentido de que no le dan el apoyo que él necesita. También está muy bien la relación con los padres, el cambio que hay cuando Simon finalmente les cuenta su verdadera condición: es un buen ejemplo de cómo, a veces, somos nosotros quienes vemos los cambios en otras personas.
Y lo mejor de todo es el comportamiento del “villano”, por así decirlo. Hace que le odies durante literalmente toda la película, y si soy sincera, no consigue redimirse con ciertas acciones del final. A Simon le hace una auténtica putada y lo peor de todo es que tú te lo esperas, porque es gilipollas perdido, y no puedes parar de detestarlo. Es bueno tener un contrapunto de odio en una película que se basa tanto en el amor: hace que no sea pastelosa ni ñoña, equilibra a la perfección los dos elementos.
Ver esta película en una sala abarrotada de gente me ha ayudado mucho a sentirme más aceptada por la sociedad. En el final, incluso la sala prorrumpió en aplausos cuando finalmente se desvela quién es Blue. Aunque a mí me gustó y a la vez hubiera preferido que fuera otra persona, tengo que decir que todo eso se vio eclipsado por la felicidad que se respiraba en la sala al ver a Simon feliz. Fue en ese momento cuando comprendí por qué todo el mundo estaba tan contento con esa película, porque trata a Simon como a un chico que está enamorado, más allá de su condición sexual. No lo convierte en un fetiche ni en ningún experimento, en una minoría incluida para tener contentos a los que estamos poco representados. Simon es una persona, un protagonista, que se merece una historia feliz igual que cualquier otro, independientemente de su condición.
Tenía la esperanza de que esta película me ayudara a contarle a mi madre mi bisexualidad, pero algo me lo impidió. Supongo que todavía no me siento del todo preparada, aunque tengo que decir que empieza a urgirme. Sin embargo, aunque muchísimos queer hayan salido del armario por ella, y hayan obtenido buenas reacciones, Love, Simon consigue tranquilizarte. No te presiona a salir. No te hace sentirte obligado. Lo mejor de esta película es, precisamente, que trata tanto de la aceptación como de la libertad de elegir tu momento.
Lo mejor: lo diferente que es en cuanto a la salida del armario de Simon.
Lo peor: el gilipollas que chantaje a Simon, que da grima tanto física como psicológicamente. Joder, apartadlo de mi vista.
La molécula efervescente: conocí a Nick Robinson por su papel en Jurassic World, y en Love, Simon, Nick tiene en su escritorio un juguete de un triceratops. Moraleja: nos casamos.
Grado cósmico: Estrella galáctica {4.5/5}.
¿Y tú? ¿Has visto Love, Simon? Si es así, ¡déjame tu opinión en los comentarios, si te apetece!

domingo, 1 de julio de 2018

Fruta prohibida.

Tengo una buena, muy buena noticia que daros. Si todo va bien, muy pronto tendréis el segundo volumen de Chasing the Stars en FÍSICO disponible en Amazon.
Y con muy pronto, me refiero a, con suerte, el 28 de julio.
Y con el segundo volumen, me refiero, a:




Él apenas se movió, la confianza creciendo entre nosotros como el vuelo titilante de una mariposa, marcados sus vaivenes por las subidas y bajadas de su pecho al respirar.
               Nuestra conexión se debilitó un poco cuando él buscó algo en sus pantalones, lo que hizo que abriera los ojos y lo mirara. No pude resistirme a pasarle un dedo por el mentón. Él sonrió y se estremeció.
               -¿Te he despertado?-preguntó, y yo negué con la cabeza.
               -No estaba dormida.
               -Pues te quedas asombrosamente quieta-comentó-. ¿Te importa si fumo?-dijo, sacando un paquete de tabaco del bolsillo de su pantalón y sosteniéndolo entre los dedos.
               -Claro que no-contesté, bajándome de su regazo y apoyándome en su costado para darle un poco de espacio-. Encima que no puedo hacer nada contigo, no te voy a poner pegas.
               -No te vayas-me pidió, pasándome el brazo por la cintura y asegurándome de que me quedaba pegada a él. Sacó un cigarrillo del paquete, se lo llevó a la boca, y lo encendió con el mechero con un gesto muy concentrado-. Y no te sientas mal-añadió dando una calada e inclinándose a por el mechero-, que estamos aquí, de tranquis, acurrucados y escuchando música. Yo estoy súper a gusto, siendo un colchón humano-se burló y yo sonreí-. Deja de comerte la cabeza-expulsó el aire y se me quedó mirando. Me tendió el cigarro-. ¿Quieres?
               -Sabes que no fumo-contesté, apoyando el codo en el respaldo del sofá y negando con la cabeza.
               -No, no lo sé.
               -Scott os lo comentaría si lo hiciera, estoy segura.
               -Yo no le fui diciendo a todo el mundo cuando empecé a fumar que había empezado-se encogió de hombros.
               -Ya-chasqueé la lengua-, supongo que es algo que no se cuenta. Pero no, el caso es que no fumo.
               -¿Y fijo que no te molesta?
               Sacudí la cabeza y él asintió, más tranquilo.
               -Vale…-susurró para sus adentros-. Cuando me lo termine, ¿quieres que vaya a por algo?
               -¿Como qué?
               -No sé. Un chupito, chocolate… tú pide por esa boca, que tus deseos son órdenes para mí-me guiñó un ojo y yo me reí de nuevo. Guau, era increíble las reacciones tan diferentes que podía sacar de mí.
               -No necesito nada.
               -¿Fijo?
               -Estoy bien-insistí, y él alzó las manos.
               -Tú mandas. En serio. Si tienes sed, o hambre, o te da el sueño y quieres irte a casa…
               -No voy a querer irme a casa-aseguré, y él sonrió, complacido, pero continuó hablando como si no me hubiera escuchado.
               -… me lo dices, ¿vale? Tus deseos son órdenes para mí, bombón.
               -Eres un sol-comenté, dándole un beso en la mejilla y acariciándole la contraria. Él cerró los ojos y puso cara de niño bueno-. No sé cómo he podido odiarte tanto tiempo.
               Se quedó en silencio un segundo, eligiendo sus siguientes palabras. Cuando me miró, sentí que estaba echando un vistazo en el interior de mi alma. Me sentí vulnerable bajo sus ojos, pero sorprendentemente orgullosa de poder mostrarme ante él como era. Mis cartas estaban sobre la mesa, las páginas del libro que yo era abiertas para que él echara un vistazo y leyera incluso entre líneas.
               -Porque no me conocías-susurró en tono íntimo, y yo me quedé mirando sus labios, deseando probarlos-. No quisiste.
               -Eras un capullo conmigo-le recordé, alzando una ceja.
               Me miró a los ojos y tragó saliva. Intenté no pensar mucho en el movimiento de la nuez de su garganta, porque lanzó descargas eléctricas por mi columna vertebral.
               -Porque no te conocía, Sabrae.
               Fue en ese instante cuando lo supe. O cuando empecé a sospecharlo, al menos. Y, por la forma en que el tono castaño de sus ojos cambió de color, supe que él había emprendido el mismo camino de comprensión que yo.