jueves, 19 de julio de 2018

Ícaro.

El sonido de la notificación rompió el silencio. Era la tercera vez que mi móvil emitía un pitido en menos de cinco minutos. Me incorporé como un resorte para atender la conversación en cuestión. Aunque la primera vez que me había abalanzado sobre el móvil me había llevado una decepción, creyendo que me escribía alguien que, probablemente, todavía estuviese durmiendo, ahora me encantaban los derroteros que había tomado el chat con mis amigas.
               Mamá gruñó, molesta porque le había interrumpido la siesta involuntaria. Papá simplemente me miró desde la distancia mientras yo desbloqueaba el móvil. Antes de que sonara, había estado acurrucada contra su pecho, con los ojos cerrados y disfrutando de su calor. Me aprovechaba de él cada vez que me venía la regla, y él se aprovechaba también de mi necesidad imperiosa de recibir una cantidad indecente de mimos. Por eso, no estaba muy contento con el hecho de que yo tuviera otras personas a las que atender.
               Como los mensajes subidos de tono de Kendra, preguntando hasta dónde exactamente había permitido que Alec llegara conmigo. Decía, y cito textualmente, “¿cómo has dejado que utilice su cuerpo para su placer?”. Escribí rápidamente una respuesta.
               Mi cuerpo sólo sirve a mi placer.
               Sonreí y lo dejé encima de la mesita del salón. Scott ni siquiera se molestó en levantar la mirada cuando yo le eché un vistazo más largo que de costumbre, preguntándome qué planes tenía Alec para anunciarle que nos estábamos acostando… ¿ensofando?... lo que sea.
               Sentí un tirón en el estómago pensando en cómo se lo tomaría mi hermano. El mero hecho de pensar que él no quisiera que yo estuviera con Alec, aunque fuera sólo físicamente y no de forma emocional (eso ya lo teníamos más complicado) hacía que se me acelerara el corazón y se me humedecieran las manos con el sudor de mis palmas. Desde que Alec me dijo que quería decírselo a mi hermano, haciendo que una valoración de Scott se plantara en mi mente como la mejor carta de presentación del chico con el que ahora me veía, no podía reprimir el impulso de contárselo yo en primera persona. Apenas podía esperar a saber cuál eral la opinión que Scott pudiera tener con respecto a nosotros.
               Un nuevo mensaje hizo que mi teléfono pitara. Scott levantó la vista de su consola de mano, aburrido de una partida que había jugado mil veces ya (se le habían agotado las vidas del Candy Crush, incluidas las que tenía reservadas para situaciones de emergencia, como la que estábamos viviendo entonces, con su castigo) y sonrió con cinismo cuando mamá lanzó un quejido, masajeándose las sienes. Le dolía la cabeza por culpa del período, y estaba empezando a sucumbir a esa rabia interna que nos asola a las mujeres cuando nuestro cuerpo se vuelve en nuestra contra, la gran mayoría de las veces, en contra de nuestros planes.
               -Sabrae-se quejó en tono duro, que amenazaba tormenta-, mira a ver si le quitas el sonido a esa mierda, que me tienes la cabeza como un bombo.
               Papá dejó que una risita se escabullera entre sus labios.
               -Alguien se ha levantado con el pie izquierdo.
               -Me tenéis hasta el coño-mamá se frotó la cara y suspiró trágicamente, lo que arrancó un suspiro de mi hermano mayor. Papá me miró, me dio un pellizco en el costado para que me levantara, y se inclinó en el sofá en el que mamá estaba tirada cuan larga era, tapada con una manta, una botella de agua reposando al lado de su cabeza.
               -¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor, esposa mía?
               Mamá abrió un ojo.
               -Como me toques por encima de las rodillas con esas manos tuyas, te rajo la cara hasta dejarte el cráneo al aire.
               -Qué romántico-dijo Scott. Mamá frunció el ceño, se quitó el cojín de debajo de la cabeza y se lo tiró a mi hermano-. ¡Ah! ¡Mamá! ¡Iba primero en la carrera! Joder, con lo que me cuesta superar la puta Senda Arcoíris…
               -Bien-mamá chasqueó la lengua-. Pásame esa mierda, la necesito para estar medio cómoda. Y vosotros, ya os vale. Me estoy muriendo por dentro y no se os ocurre otra cosa que venir a hacer ruido cuando yo lo que quiero es descansar.
               -Pues sube a tu cama.
               -A mí no me contestes, ¿eh, Scott?-mamá se irguió un poco y contuvo un gemido cuando se dobló justo por el punto en el que estaban sus ovarios, en pleno proceso de implosión-. Que igual que estuve 3 días pariéndote, me paso perfectamente 3 días matándote.
               -¿Por qué no nos tranquilizamos todos un poco?-papá se sentó a los pies de mamá y se los destapó. Mamá aceptó el cojín que Scott me lanzó con un “gracias, cariño” que no supe a quién iba dirigido. Cerró los ojos y se reclinó en el sofá, la cabeza apoyada en el reposabrazos, mientras papá colocaba los pies de ella en su regazo y empezaba a masajeárselos. Mamá se retorció un segundo, presa de las cosquillas, pero enseguida sonrió y se fue dejando llevar.
               Tanto, que incluso dejó escapar un par de gemidos y exhalaciones, se mordió el labio e incluso llegó a arquear la espalda. Claro que ni Scott ni yo les estábamos haciendo mucho caso a nuestros padres, cada uno sumido en su respectiva tarea. Scott trataba de conseguir una buena posición en sus carreras y yo luchaba por mantener a raya a mis amigas.
               -¿Tu placer no será, por casualidad, una forma en clave de llamar a Alec, no?-se cachondeó Taïssa, y yo puse los ojos en blanco, dejé escapar una suave risa y me puse a teclear rápidamente que no tenían ni idea de lo que estaban diciendo.
               -Claro, porque no nos quieres contar nada. ¡Detalles, detalles!-exigió Kendra mientras Amoke llenaba la conversación con un batallón de emoticonos partiéndose de risa. Dejé mi móvil encima de la mesa en el momento en que mamá se quedaba muy quieta, con los ojos cerrados. Papá la miró.
               -Sherezade.
               -¿Sí?
               -¿Acabas de…?-dejó morir la frase para que ni Scott ni yo nos alterásemos, lo cual consiguió el efecto contrario. Miramos a nuestros padres como si los viéramos por primera vez.

               -Sí-confirmó mamá, y papá rió-. Es que tienes unas manos perfectas, esposo mío-se incorporó y le dio un beso en la mejilla, acariciándole la otra, poblada por la barba, con la yema de los dedos. Papá buscó su boca.
               -Hechas para complacerte, amor-contestó, dándole un sonoro beso en los labios. Mamá sonrió cuando se separaron y se mordió el labio, los ojos un poco brillantes tanto por el amor como por el secreto a voces recién nacido que ellos compartían.
               -Mira, Dundun-musitó mamá, y Duna, que jugaba con unas muñecas cerca de la puerta que daba al jardín, ajena a todo lo demás, levantó la cabeza-; para esto sirven los maridos.
               Duna inclinó la cabeza hacia un lado y siguió jugando, todo el interés por el uso de un marido perdido en su juego. No le importaba lo más mínimo la utilidad que podía tener el hipotético hombre con el que Scott y yo vacilábamos a Shasha cuando empezaba a hablar sobre ordenadores en un idioma que sólo entendían ella y los profesores de ingeniería informática de Harvard. Así no vas a encontrar marido, nos burlábamos Scott y yo, sólo por hacer rabiar a Shasha, que decía que los hombres daban asco (salvo contadas excepciones, y en nuestra casa sólo había una) y que jamás se casaría con ninguno.
               -Haces bien-le decía mamá, y entonces papá se metía en la conversación, preguntándole a mamá qué quejas tenía exactamente con respecto al matrimonio, si la experiencia no le estaba resultando satisfactoria.
               -Sherezade-contestó papá en tono severo-, creo que yo sirvo para más cosas que para hacerte masajes en los pies.
               -Es verdad, también haces música muy buena, cariño-lo apaciguó intentando darle un beso, pero papá la esquivó de malos modos.
               -Vete a la mierda.
               Scott, mamá y yo nos reímos ante la expresión de papá. Ella se acurrucó contra él, metió la cabeza en el hueco entre su cuello y su hombro y lanzó un profundo suspiro de satisfacción.
               -Hueles genial.
               -Sí, tú hazme ahora la pelota.
               -Es que te quiero pedir un favor.
               Papá se apartó para mirarla con intención. Mi móvil volvió a pitar, pero decidí arriesgarme a que no fuera quien yo deseaba. Estaría durmiendo. Mis amigas estaban impacientes por conocer los detalles de mi noche, así que serían ellas, insistiendo en que no fuera mala y les contara con pelos y señales qué había sucedido en la habitación morada una vez la puerta se había cerrado.
               -Eso, no, Zayn-mamá puso los ojos en blanco-. Siempre piensas en lo mismo.
               -Nena, si tú tuvieras la mujer que tengo yo, te aseguro que tampoco dejarías de pensar en lo mismo.
               -¿Es algo de comer?-sugirió Scott-, porque me ofrezco voluntario a buscarte lo que quieras, mamá.
               -Ni hablar. Lo que quieres es una excusa para salir de casa e ir a ver a Tommy. Y no soy tan tonta como para dártela.
               -Pero, ¿qué más da un día más que menos? Ya es fin de semana. Me estoy muriendo del asco. ¿De verdad me vais a dejar encerrado aquí…?
               -Sí-sentenciaron papá y mamá a la vez, y Scott se envaró, dispuesto a luchar por su independencia. Llevaba unos días que incluso cuestionaba la autoridad de papá. Estaba entrando en esa complicada edad que atraviesan todos los machos de mamífero en el que necesitan reorganizar su estructura familiar. Ser el nuevo cabeza de familia.
               Por suerte, papá se mantenía muy firme en su posición. No iba a permitir ningún desafío hacia su lugar en la estructura familiar, justo por debajo de Duna, Shasha, y yo, sometido bajo el yugo de mamá, la que llevaba la verdadera voz cantante en casa. Scott tendría que acostumbrarse de nuevo a su posición como el miembro en el escalafón más bajo. No era nada personal.
               -¡No es justo! ¿Y eso, por qué? A Tommy le pusieron un castigo de 1 semana, a mí uno de 2, exactamente por lo mismo.
               -Tú dejaste a tus hermanas en otra casa. Y te dejamos quedarte el teléfono-le recordó mamá.
               -¿No he aprendido ya la lección?
               -No lo sé, Scott, ¿la has aprendido? ¿Has tenido tiempo suficiente para reflexionar?
               -No sé, mamá, ¿el agua moja?
               Mamá se envaró.
               -Cuidadito ahí, Scott-sonrió papá-. No es así como yo intentaba que mis padres me levantaran el castigo.
               -¡Por favor! ¡Me estoy muriendo del asco!
               -No-dijo mamá, muy digna, y Scott torció la mandíbula.
               -¿Por qué?
               -Porque lo digo yo.
               Scott y yo nos miramos, yo traté de contener mi risa. La elocuencia de nuestros padres cuando se trataba de explicarnos exactamente por qué nos aplicaban un castigo y no otro, y por qué teníamos que hacer una cosa en vez de otra, era legendaria. “Porque lo digo yo”. Estaba segura de que había visto eso en alguna sura del Corán.
               -Guau, mamá, ¿así ganas los casos?
               Esta vez miré a mi hermano, escandalizada por lo que acababa de soltar. Mamá se apartó el pelo de la cara antes de responder, en tono tranquilo pero con una amenaza apenas velada en su lengua:
               -No. Los casos los gano trabajando y cobrando unos honorarios de 15 mil libras por pleito mínimo, eso a las corporaciones a las que les aplico mi tarifa estándar-papá esbozó una sonrisa mal disimulada cuando miró a su mujer y a su primogénito alternativamente-. ¿Tienes 15 mil libras para pagarme, Scott?
               Mi hermano se hizo pequeño en el sofá.
               -No.
               -Pues entonces-sentenció nuestra madre-, aguántate con los argumentos de mierda que te doy, que soy tu madre y tengo derecho a no darte explicaciones cuando no me da la gana.
               Recogió el mando de la televisión y la encendió bruscamente, refunfuñando para sí misma. Scott puso los ojos en blanco, bufó algo también por lo bajo, y volvió a centrarse en su consola.
               -Sher…
               -¿Qué?
               -Iba a ponerme a leer ahora.
               -Este reportaje sobre redes de pesca es interesantísimo-mintió mamá, que lo único que quería era tener ruido de fondo que le impidiera pensar en cómo encerrar a mi hermano en una de las pirámides de Egipto. Por toda respuesta, yo di unas palmaditas en el sofá a mi lado, y no tardé en estar otra vez acurrucada sobre el pecho de papá, que agradeció un montón la salida que mi necesidad de mimos le ofreció. Mamá me fulminó con la mirada, todo el buen humor del masaje de los pies evaporado y caldeando el ambiente.
               -¿No decías que querías más a los niños que a mí?-rió papá, y mamá tomó aire.
               -A ver, Zayn, es que los niños salieron de mí, ¿sabes? Y a ti te encontré por la calle.
               -Lo encontraste en un barco-contestó Scott.
               -¿Quieres estar castigado hasta que cumplas 30 años? Porque te juro por Dios que lo hago-espetó mamá.
               -Pues yo igual-interrumpió papá, como si Scott no hubiera dicho nada-, fíjate. Primero soy padre, y después marido-me dio un beso en la cabeza y yo le sonreí a mamá, apoyando la mejilla en el pecho de papá y cerrando los ojos para escenificar lo cómoda que estaba con las manos de mi padre acariciándome la espalda. Apenas habían pasado los años, yo no era más que una recién nacida acunada en el pecho del hombre que más me quería en el mundo.
               Decidí hacer de rabiar un poco más a mamá y le saqué la lengua, juguetona.
               -¿Vas a consentirle que te haga eso?-malmetió Scott, pero mamá lo ignoró, recogió el mando de la televisión y subió el volumen.
               -Ti quieri mís qui i mi vidi, Shirizidi, ninini…-protestó sin mirar en dirección a papá y a mí.
               -Mamá está celosa-me burlé, divertida, y papá me dio una palmadita en los lumbares.
               -¿Acaso no tiene motivos, pequeñita?
               -Sí-pasé las manos por debajo del cuerpo de papá y me aferré con más fuerza a él. Podría quedarme dormida.
               -No me vas a perdonar en la vida, ¿a que no, Sher?
               Mamá no contestó, simplemente parpadeó en dirección a la televisión, se apretó el vientre y subió sus pies al sofá. Se sentó sobre ellos, con las rodillas dobladas, y cambió de canal.
               -Te vas a acordar de lo de hoy. Espero que tengas la espalda bien, porque esta noche duermes en el sofá.
               -¿No hay nada que pueda hacer para que me perdones?
               Mamá nos miró un momento, evaluando la situación.
               -Cántame algo-dijo por fin. Mi móvil tintineó de nuevo. Me estiré para recogerlo, pero papá me detuvo. Negó con la cabeza en dirección a su mujer.
               -No, Sherezade. Es mi trabajo, y las cosas que se hacen bien, no se hacen gratis.
               Mamá tragó saliva, intentando controlarse.
               -Eso explicaría-dijo por fin-, por qué nunca me has hecho pagarte por ningún polvo.
               Me incorporé y la miré, intercambié una mirada con Scott… y cuando mamá levantó una comisura de su boca en una sonrisa triunfal, Scott y yo nos echamos a reír. Duna levantó la cabeza para ver qué nos hacía tanta gracia mientras mi hermano y yo nos doblábamos de risa ante la cara de estupefacción de nuestro padre y la sonrisa de suficiencia de nuestra madre.
               -¡Pero, tía!-protestó papá.
               -Tranquilo-mamá levantó un dedo-, mi amor, que la que tiene la regla aquí soy yo, no tú. No te queda otra que apechugar; tú no te puedes enfadar así.
               -A ver qué cojones haces esta noche cuando estés cachonda perdida y a mí no me dé la gana de irme a la habitación.
               -Masturbarme-mamá se encogió de hombros, y papá sonrió.
               -¿Te crees que eres la única con cuerpo? Yo también sé qué tengo que hacer para que me necesites más que el respirar.
               -Ya te necesito más que el respirar-respondió mamá, y Duna lanzó un amoroso “ooooh”. Papá le sonrió.
               -Por cosas como ésta me casé contigo.
               -Te casaste contigo-mamá dejó caer un pie al suelo y se sentó sobre el que quedaba en el sofá, la televisión ya olvidada-porque me dejaste preñada.
               Scott tragó saliva y miró a papá, anticipando una respuesta que lo hundiera en la miseria. Pero papá no dejaría que mamá ganara la discusión, y menos a su costa.
               -Te dejé preñada porque estabas buena, pero me casé contigo porque eres la mujer más increíble que he conocido nunca, Sherezade.
               -Todo eso de la retórica está muy bien, papá-intervino Scott-, pero la dejaste preñada porque se os rompió el condón.
               -Chaval, si de verdad te crees a estas alturas de tu vida que no te planeé en el momento en que vi a tu madre, es que eres el más tonto de la familia. Y mira que mis hermanas son para darles de comer aparte.
               -Igual que tu madre-comentó mamá.
               -¡Sherezade!-bramó papá, y ella fingió sorpresa.
               -¿He dicho eso en voz alta? Vaya-mamá se frotó las piernas y se puso en pie-. Me he dejado algo en el fuego.
               -Hoy me toca cocinar a mí-le recordó papá. Los fines de semana, solían turnarse para hacer la comida y la cena. Normalmente, entre semana, mamá era la encargada de preparar la comida, y papá se ponía con la cena. Salvo que mamá tuviera un caso muy importante o un juicio, claro: en ese caso, calentábamos la comida preparada con antelación en el microondas mientras papá llegaba a casa, un poco más tarde que nosotros por todas las cosas que tenía que dejar cerradas en el instituto antes de poder marcharse. Después, a media tarde, mamá llegaba, nos contaba qué tal había ido su día, se sentaba un poco en el sofá para acurrucarse contra papá (nadie se preguntaba de dónde había sacado yo mis tendencias a los achuchones) para después preparar la cena entre los dos.
               Lo mejor de los fines de semana era el reparto de tareas por todo el tiempo libre del que disfrutaban nuestros padres.
               Eso, y que mamá preparaba un postre casero diferente cada semana.
               Hoy era ese día mágico en el que mi madre se encerraba en la cocina con una receta manuscrita, manoseada y arrugada por el paso de los años colgada en la nevera, receta que nunca necesitaba consultar. Tenía todos los pasos, cantidades y elaboraciones en su cabeza.
               Y la receta de hoy la había elegido yo. Después de comer y de que Shasha y Scott fregaran los platos, tal y como les tocaba, mamá se acercó a mí, me dio un beso en la frente y me acarició la mandíbula al preguntarme:
               -¿Cuál es el menú de hoy?
               Mis amigas venían a dormir esa noche, así que prepararíamos más dulces para que pudiéramos tomarlos mientras estábamos en la sala de juegos, viendo películas y cantando y bailando con el karaoke.
               -¿Brownie de tarta de queso y plátano?-sonreí, inocente, y mamá asintió con la cabeza.
               -Voy a necesitar una pinche.
               Me puse en pie de un brinco y la seguí hasta la cocina. Dejé el móvil encima de la isla mientras mamá comenzaba a sacar los ingredientes de la alacena superior. El teléfono tintineó de nuevo, y yo me incliné hacia delante para comprobar qué querían ahora las chicas. Les había dicho que iba a prepararles las golosinas de por la noche, y que iba a silenciar el grupo, por lo que sólo respondería cuando me mencionaran para cosas importantes.
               No era una notificación de Telegram.
               Era de Instagram.
               ¡A Alec (@Alecwlw05) le ha gustado tu publicación!
               Sonreí para mis adentros mientras recogía el teléfono y entraba en la aplicación. Por la mañana había subido una foto que me había hecho con las chicas cuando estábamos en la discoteca, deseosa de celebrar aquella noche, y también por hacerles un poco la pelota. Las había dejado muy abandonadas en cuanto apareció Alec, y esperaba que pudieran perdonarme con ese sencillo gesto de deferencia. La verdad es que no se hicieron de rogar ni me guardaron rencor.
               Me quedé mirando el nombre de usuario de Alec entre el ejército de personas que le habían dado “me gusta” a nuestra foto conjunta, dudando de si debería enviarle otro mensaje (le había enviado ya uno nada más levantarme, dándole las gracias de nuevo por cómo se había portado conmigo) o si sería mejor dejarle el espacio que hoy necesitara. No quería atosigarlo ni forzar mucho las cosas, pero me moría de ganas de seguir hablando con él, especialmente después de aquel precioso “ya estoy en casa” que me había dicho cuando estábamos juntos.
               Toqué su nombre y entré en su perfil. No había subido nada: ninguna historia, ninguna foto ni vídeo. Entré en nuestra conversación. El último mensaje era mío. Todavía no había entrado a leerlo.
Me lo he pasado genial esta noche pasada, aunque no lo parezca cuando dije que eras un sol, iba totalmente en serio. Gracias por haberme cuidado así
               Quizá me hubiera pasado un pelín con el corazón, pero después de haber estado tanto tiempo mensajeándome con él, mandándole un millón de emoticonos diferentes, habernos acostado, liado y cuidado como lo hacíamos, lo cierto es que ya me daba un poco igual.
               Decidí que no me pondría nerviosa, celosa ni nada por el estilo por el hecho de que todavía no hubiera entrado en nuestra conversación. El hecho de que estuviera activo no significaba nada, ¿verdad? Podría estar haciendo un montón de cosas diferentes, o quizá iba a entrar cuando le llamaron para hacer algo… habría muchas razones por las que no me hubiera leído.
               ¿Por qué tenía una sensación de vacío y de tener una piedra de una tonelada en el estómago?
               -¿Saab?-llamó mamá, y yo me volví y dejé el teléfono encima de la mesa-. ¿Lo tenemos todo?
               -Falta… la harina-murmuré, atolondrada, y me incliné para sacar un paquetito sin abrir.
               El móvil volvió a pitar y yo di un brinco de la sorpresa. No me esperaba que fuera tan rápido. Casi me doy un cabezazo contra una de las puertas de las alacenas, donde mamá todavía estaba sacando boles y demás utensilios de cocina.
               Papá entró en el momento en que yo recogía el teléfono y miraba la pantalla.
               ¡Alec (@Alecwlw05) te ha enviado un mensaje!
               Me dolieron las mejillas por la forma en que sonreí. Me dije que no debía entrar inmediatamente para que no pareciera que me había conectado en cuanto lo había visto a él.
               -¿Buenas noticias?-preguntó mamá cuando escuchó la sonrisa que se me escapó entre los dientes. Dejé el teléfono encima de la superficie de mármol y asentí.
               -Eso creo.
               El móvil tintineó de nuevo y yo me volví para mirarlo. La misma notificación había aparecido sobre la anterior. Me mordí el labio y me contuve para no entrar en la conversación.
               -¿Quién es?-preguntó mi padre, por la curiosidad que le producían mis reacciones, más propias de una novia que recibe el primer mensaje de su novio después de que éste se pase una semana en un pueblo perdido en la sierra, que de su hija. Intenté no sonrojarme al pensar en lo que podríamos hacer Alec y yo en un pueblo perdido en la sierra, y fracasé estrepitosamente, pero mis padres tuvieron la delicadeza de no mencionarlo.
               -Nadie importante.
               -Pjé-rió papá-. La última vez que yo cogí así el móvil, estaba naciendo tu primo.
               El móvil ardía en mis manos. No pude evitar deslizar el dedo en la última notificación y poner mi pulgar en el botón de menú para que se desbloqueara. Mi pulso reverberaba como los tambores de un ritual chamánico en mis tímpanos. Ensordecedores. Casi no me dejaban escuchar mis pensamientos.
               El logo de la aplicación se disipó y yo entré rápidamente en la bandeja de los mensajes, que estaba iluminada en azul, mostrándome que tenía nuevos mensajes pendientes.
               Contuve mis ganas de dar un brinco cuando vi la foto de perfil de Alec en la parte superior de mi bandeja de entrada.  Toqué sobre su nombre, que estaba resaltado en negrita.
Yo también me lo pasé genial, aunque sí lo parezca desventajas de ser un tío, que tu cuerpo te traiciona.🙅
El placer ha sido mío, bombón 😉 ojalá pudiera cuidarte así más a menudo.
               Jadeé en busca de aire. Ojalá pudiera cuidarte así más a menudo.
               Ojalá. Cuando tú quieras, pensé, y ahora sí que me puse rojísima. Me mordí el labio y dejé el móvil encima de la mesa, intentando contener las ganas de vibrar de pura felicidad. Me sentía ligera como una pluma, como un avioncito de papel que es arrastrado por el viento y consigue atravesar el vasto mar.
               -¿No contestas, pequeña?-preguntó papá, y yo negué con la cabeza.
               -Me estoy haciendo la difícil-expliqué, aunque en realidad lo que estaba era tratando de calmarme. No podía mandarle ese mensaje así. Lo ahuyentaría.
               -Mujeres-se rió mi padre, y mamá se volvió.
               -¿Disculpa?
               -Sois todas iguales. Dadnos un poco de bola, por Dios-me miró-. Tu madre, por ejemplo. ¿Sabes lo que tardé en conseguir que me aceptara en Facebook? ¡Manda huevos! Estaba embarazada de mí y no quería agregarme. Llevaba a mi hijo en su vientre, vivíamos juntos, pero, ¡nada, oye! ¡Que no me agregaba!
               -Sigues dolido, ¿eh, Z?
               -Siempre, mi amor-papá le dio un beso en la mejilla y salió de la cocina, dejándonos solas. Me volví de nuevo hacia mi teléfono, deseando que Alec me reclamara. Si volvía a enviarme un mensaje, no me haría de rogar: le contestaría sin dudarlo, pusiera lo que pusiera.
               -Puedes atenderlo, si te apetece-me dijo mamá-. Empezaré sin ti.
               -No te preocupes. No es importante, de verdad.
               Mamá me miró, contuvo una débil sonrisa y aceptó. Me acerqué a ella y recogí la nota con los pasos a seguir de la nevera mientras mamá comenzaba a prepararlo todo para la masa  del bizcocho. Me coloqué las trenzas por detrás de los hombros y esperé a que me asignara mi primera tarea. Confiando en que sabría qué hacer, me pasó el bol con las mezclas y se dirigió a los fogones, donde derretiría el chocolate antes de añadirlo a todo lo demás. Mientras yo mezclaba el yogur y la harina, mamá cascó tres huevos y los echó en mi mezcla.
               Mi móvil volvió a sonar y me volví hacia él. Me mordí el labio. ¿Y si se estaba impacientando? No quería que los brownies salieran mal, pero ahora mismo eran mi última preocupación.
               -¿Me ocupo yo?-se ofreció mamá, recogiendo la cuchara con la que estaba revolviendo-. ¿Quieres contestar?
               -De acuerdo-le agradecí en silencio que tuviera tan buena intuición y supiera  cuándo había de dejarme más espacio para mí. Recogí el teléfono y lo desbloqueé, después de comprobar que la notificación venía de la misma aplicación, de la misma persona.
¿Sales hoy?
               Alec prefirió no hacer mención al hecho de que yo no había contestado a sus mensajes. Y eso que tenía muchas cosas que podría decirle. Lamenté no haber aprovechado esa oportunidad, pero me dije que, con suerte, se me presentarían muchas más, y posiblemente mejores.
               Miré a mamá, que batía enérgicamente la mezcla, adelantándose a la velocidad del chocolate fundido, que poco a poco empezaba a derretirse. Como estaba de espaldas a mí, no había podido ver mi sonrisa al captar el interés de Alec, pero estaba segura de que no se le había escapado mi cambio de humor.
¿Quieres seguir cuidándome?
               Decidí tontear un poco con él, y estaba a punto de cerrar la aplicación cuando vi que él abría el mensaje y se ponía a escribir.
Puede ser 😝 no te voy a decir que me haya molestado lo de esta noche, porque estoy seguro de que sabrías que miento.
Sí, especialmente porque me lo has dicho tú. 😉
No se puede ser tan bocazas.🙊

Entonces, ¿tienes algún plan de exteriores?
Mamá se volvió un momento a comprobar qué tal iba el chocolate. Me causó remordimiento ver cómo se ocupaba sola del postre, cuando ni siquiera iba a disfrutarlo, y para colmo a mí me gustaba ayudarla.
No, hoy vienen mis amigas a mi casa. Por lo de la regla, y tal.
               -Saab…-me pidió mamá, y yo dejé el teléfono encima de la mesa y me acerqué a ella. Recogí la cuchara la golpeé contra el borde del bol mientras mamá revolvía el chocolate y comprobaba que no tuviera grumos. Todavía le quedaba un poco, pero ya estaba casi listo.
               El móvil tintineó de nuevo.
               -Estás solicitada hoy, ¿eh, mi niña?-mamá sonrió y yo sentí con la cabeza, riendo también-. Puedes irte a hablar con las chicas, si quieres. Me ocupo yo sola. Sabes que me gusta.
               -A mí también.
               Mamá alzó los hombros y continuó revolviendo. Por fin, levantó el cazo y vertió su contenido dentro de nuestra mezcla. Llevé un dedo al borde de metal del cazo y luego me lo llevé a la boca mientras mamá sacaba todo el chocolate con una lengua de gato.
               -Ten cuidado, no vayas a quemarte.
               -Podíamos haberlo hecho con crema de cacao.
               -La crema de cacao es veneno para tu hermana-me recordó, y yo asentí con la cabeza. A Shasha no le daba más la crema de cacao, así que podíamos comprar la marca a la que tenía alergia: Nutella. El resto de marcas las toleraba bastante bien, pero no tenían el mismo sabor y Duna y Scott protestaban cuando mamá aparecía con un bote que no fuera de esa marca en particular. Como tampoco le comprábamos un producto especial a la mayor de mis hermanas, teníamos que recurrir a recetas más tradicionales de repostería con chocolate para que ella no se muriera al comerlas.
               Quizás Shasha quisiera unirse a mis amigas y a mí en nuestra fiesta de pijamas. Yo no se lo impediría, aunque lo dudaba bastante. Mi hermana era muy reservada para sus cosas y no le gustaba estar en sitios con demasiado ruido: prefería estar en la tranquilidad de su habitación, escuchando sonidos de bosques, hogueras o mareas subiendo en los cascos y navegando en Internet cuando yo me ponía música en la habitación de al lado. No es que a mi hermana le molestara la música, pero prefería mil veces el silencio. La pobre había tenido mala suerte con el padre que le tocó, demasiado aficionado a las canciones como para pasar más de 3 horas sin escuchar nada.
               Por eso casi nunca venía al salón cuando estábamos todos allí. Demasiado ruido. No podía concentrarse.
               Pero, si le apetecía mezclarse con el  resto de los mortales, yo la acogería encantada y le ofrecería un trozo de bizcocho igual que lo haría con mis amigas. Además de mi hermana, Shasha era una amiga más. Un poco más joven y un poco más lerda, una amiga que a veces no soportaba y a la que asfixiaría si pudiera, pero… una amiga, al fin y al cabo.
Vaya. Es una pena. ¿Cómo te encuentras?
               Me quedé mirando el teléfono y sonreí. De todas las cosas que Alec podría haberme dicho, ésta era, con diferencia, la que más me sorprendía. Y mira que había sido bueno conmigo, pero… hasta hacía nada, había pensado que sólo estaba siendo cortés. Puede que incluso se garantizara más polvos, como él mismo había bromeado al respecto. Si me trataba bien ahora, volvería con él. Si se comportaba como un capullo, no dejaría que se acercara a mí.
               Pero una cosa era que no fuera un capullo cuando estábamos juntos, y otra muy diferente que continuara siendo un sol estando tan separados. Casi podía sentir la calidad de su cuerpo y la tranquilidad de su presencia inundándome de nuevo. Aquella sencilla pero preocupada pregunta era como tenerlo conmigo otra vez, a mi lado, acariciándome los brazos desde atrás y meciéndome suavemente, al ritmo de una música dulce que no debería pegar nada con nuestra relación. Pero que, contra todo pronóstico, lo hacía.
Bueno… me duelen más las piernas, pero Scott me ha prestado amablemente unos pantalones suyos (se los he robado, en realidad), y no tengo mareos, ni nada. A veces me dan. Mareos, digo. Es un poco coñazo. 😴
Jo, pobrecita.
               Sonreí. No sé qué me gustaba más, si ese inocentón “jo” o el protector “pobrecita”. Estaba descubriendo una faceta de Alec que me estaba encantando, la verdad. Era como si mi período consiguiera activar su lado de hermano mayor, pero inhibiendo ese factor de fraternidad que había en esa parte de su personalidad.
               Scott y Alec me protegían por igual, pero no lo hacían de la misma manera, y yo no lo percibía así.
Bueno, ya sabes que si necesitas a alguien que te haga un masaje en las piernas (o lo que surja😏), puedes llamarme.

AH, NO. QUE NO TIENES MI NÚMERO.
               Me eché a reír y mamá se giró. Sonrió al verme tan contenta y volvió a sus quehaceres.
Estás igual de localizable por Instagram.
Hasta que me lo desinstale para hacerme sufrir como haces tú  conmigo. Sabes que eres mala, ¿verdad? No tienes ni un mínimo de conciencia.
JJAJAJA.
               Mamá chasqueó la lengua mientras revolvía la mezcla. Cambió de mano y se sacudió el brazo derecho, el que había utilizado hasta entonces. Mis remordimientos crecieron, así que decidí hacer lo correcto, inspirada por el comportamiento que había exhibido Alec la noche anterior. Si él había podido reprimir sus impulsos sexuales y se había acomodado sin esfuerzo a mi ritmo, yo podía dejar el móvil a un lado y ayudar a mi madre. Me incliné de nuevo hacia la pantalla y tecleé apresuradamente:
Tengo que irme. Gracias otra vez por lo de anoche
               Bloqueé el teléfono antes de que él pudiera contestarme, y lo puse en silencio para que no me distrajera. Me acerqué a mamá, me froté las manos y me apoyé en la encimera.
               -¿Sigo yo?
               -¿Está todo bien?-preguntó ella, y yo asentí con la cabeza. Extendí las manos hacia ella, que depositó sobre mis dedos la cuchara cubierta de la mezcla de la masa y el chocolate, y se afanó en la tarta de queso.
               Me la quedé mirando mientras preparaba el otro postre, que mezclaríamos con plátano caramelizado más adelante. Volví a echarle un vistazo a mi móvil y me lo quedé mirando, anhelando que emitiera algún tipo de señal que me indicara que Alec seguía pensando en mí como yo pensaba en él.
               Una parte de mí, y no sabía la importancia que tenía esa parte, estaba convencida de que para él también había significado mucho lo que habíamos pasado esa noche. La atracción sexual era innegable entre nosotros, y ninguno de los dos dudaba de hasta qué punto podía llegar su influencia. Todavía se me aceleraba la respiración al pensar en cómo se había puesto de rodillas entre mis muslos la primera vez que lo hicimos, confiado en su experiencia y con el único objetivo de sentir mi placer llenando la estancia. Cuando su boca tocó la parte de mí que más le ansiaba, la única parte de mi cuerpo a la que yo nunca pensé que le permitiría acercarse, donde yo jamás creí que toleraría que estuviera, el concepto que tenía de él había empezado a cambiar. Siempre me lo había imaginado más chulo, muchísimo más prepotente y, especialmente, más egoísta. Me sorprendí a mí misma en ese instante, dándome cuenta de que, cuando mamá me había explicado que las violaciones podían ocurrir en camas de matrimonio ocupadas por la pareja rutinaria, que no sólo podían pasar en callejones oscuros o a punta de navaja, sino también después de un silencio incómodo que no quería decir sí, y que por tanto significaba no, yo había metido a Alec en esa categoría de chicos que no paran.
               Los que se refieren a la chica que cambia de idea como calientapollas.
               Los que sólo piensan en ellos mismos en cuanto la chica se baja las bragas.
               Los que sólo quieren follarte, y usan cualquier método para conseguirlo. Da igual la forma de llegar y da igual la forma de marcharse una vez que el polvo ya ha sido consumado.
               Era tremendamente injusto que hubiera pensado en Alec durante tantísimo tiempo de esa forma, pero en mi defensa diré que él jamás parecía hacer nada que indicara que fuera como realmente es.
               Y sospechaba que esa noche había descubierto cómo era él realmente. Bueno, protector, abnegado. Buen aliado (la pelea había dado fe de ello), gran amante, pero mil veces mejor amigo.
               Y gracioso.
               Y guapo.
               Ay…
               Tenía que estar eclipsada. Era imposible que Alec fuera tan diferente a como yo había creído durante casi toda mi vida. Sólo cuando era muy pequeña recordaba que me gustaba estar con él, porque él me cuidaba y me defendía incluso cuando hasta Scott no lo hacía. Se había preocupado por mí y habíamos tenido una conexión especial que ninguno de los dos recordaba apenas más que en retazos ocultos de su memoria, enredados en la maraña del subconsciente. Puede que esa conexión estuviera saliendo a la luz. Quizá la estuviera rescatando yo sola, como el marinero que tira del cabo con el que amarraba su barco hundido a puerto con la esperanza de volver a encontrarse con su casco una vez más. Descubrir que la tormenta había sido una pesadilla, y el hundimiento, una locura.
               Sólo había una manera de averiguar si el sol me cegaba y tenía peligro de correr la misma suerte que Ícaro: preguntarle al sol de mi vida.
               -Mamá…-susurré, tímida. La sola idea de hacer lo que tenía entre manos me aterrorizaba y me hacía flotar a partes iguales. Había tantas cosas que se liberarían en el momento en que la balanza se inclinara hacia uno y otro lado…
               Me jugaba todo a una carta.
               Y con “todo”, me daba miedo admitir que me refería a mi felicidad.
               Hace un mes mi felicidad era una semana sin Alec, pensé, y ahora, es una mirada suya.
               -Mm-respondió mi madre, sumida en sus tareas, decidida tanto a darme intimidad como a ser lo más eficiente posible.
               -¿Estás muy liada?
               -No, mi niña.
               -¿Seguro que no estás ocupada?
               Mamá detuvo su movimiento circular en la masa primigenia y me miró.
               -No, tesoro. ¿Qué ocurre?
               -¿Puedo hacerte una pregunta?-entrelacé los dedos de mis manos sobre mi regazo para sentirme protegida y que no viera que me temblaba el pulso-. Y, por favor, sé sincera.
               -Pues claro, mi amor-dejó la cuchara sobre la mesa y se llevó una mano a la cadera-. Yo siempre soy sincera contigo.
               Tragué saliva y me armé de valor. Dicen que nunca deberías mirar hacia abajo cuando estás a punto de lanzarte en paracaídas. Pero es que la sola idea de ver el mundo a tus pies, aunque sea sólo un instante, es demasiado atractiva.
               -¿Qué opinas de… Alec?
               Mamá parpadeó. Estaba casi segura de que no había escuchado bien mi pregunta. ¿Por qué iba yo a preguntarle sobre Alec?
               -¿De Alec?-quiso cerciorarse, y yo asentí y me aclaré la garganta. Su nombre quemaba en mi lengua, y no de la forma en que lo hacían mis gemidos cuando notaba su vigor dentro de mí.
               -Sí, Whitelaw-dije. Era la primera vez que decía su apellido en voz alta sin sorna por estar con él y con mis amigas. Intenté, sin éxito, no paladearlo en mi boca. Me mordí el labio.
               -El hijo de Annie-fue su contestación, casi en tono de pregunta, y es por eso que yo asentí con la cabeza. Sí, el hijo de Annie. Mamá y Annie tenían una relación especial cuyos lazos se remontaban a antes de que yo naciera. Sonrió, y por un instante pensé que lo hacía por pensar en su buena amiga. No por él.
               Estaba equivocada.
               -Es un buen chico. Muy buen chico-añadió, y yo me sentí flotar. Me lancé en paracaídas y mi corazón se disparó mientras yo me precipitaba en el aire, volando como un pájaro.
               -¿De veras lo crees?-casi podía escuchar el alivio y la emoción en mi voz, sólo espero que esos dejes estuvieran exclusivamente en mi cabeza.
               -Puede parecer un poco bravucón-continuó, volviendo al trabajo-, pero es la edad. Es muy buena persona, no hay más que ver como cuida a su familia. Y es inteligente. Más de lo que él cree. Es por eso que su madre a veces… se desespera tanto-me miró-. Nosotros vemos el potencial que tenéis antes incluso de que lo notéis vosotros mismos.
               Recordé que Alec me había comentado varias veces que pasaba de estudiar porque se consideraba un “caso perdido”. Eso a su madre la traía por la calle de la amargura, y yo no entendía por qué: si él notaba que había llegado a su tope, era absurdo que lo presionara para que intentara dar más de sí cuando claramente no podía. Se sentiría frustrado.
               Claro que Alec, en ese sentido, era bastante pasota. Le resbalaba todo muchísimo, cosas que a mí me enfurecerían. Se tomaba la vida con una calma que rayaba en el desinterés.
               -¿Por qué lo preguntas?-mamá me miró, perspicaz, y yo me encogí de hombros.
               -Curiosidad.
               -Ya.
               -Él me acompañó a casa ayer. Para no despertar a Scott, y tal. Y, bueno, vinimos hablando.
               Mamá chasqueó la lengua.
               -Ajá.
               La observé. Mierda, ¿tanto se me notaba? ¿Ya se imaginaba algo?
               -No pareces sorprendida, mamá.
               -Es que soy buena disimulando-se cachondeó, pero luego sacudió la cabeza-. A ver, ¿por qué debería sorprenderme? A ti te interesaba venir bien con él, no fueras a molestarle y se largara y te dejara tirada a mitad del camino.
               -¿Crees que me habría dejado tirada?
               -Creo… que te las habrías apañado para terminar viniendo sola-contestó después de una vacilación-. Él no te dejaría sola a no ser que tú te pusieras digna, o algo así.
               Me envaré y me la quedé mirando, estupefacta.
               -¿Yo me pongo digna?
               -A ver, Sabrae, que nos vamos conociendo ya eh. Yo te parí, ¿recuerdas?-soltó, y nos miramos y nos echamos a reír. Lo mejor de mi relación con mamá era que a veces se nos olvidaba que ella no me había parido. Lo cual ya demostraba lo fuerte de nuestro vínculo-. Bueno, lo que sea. Quiero decir… sé lo que tengo en casa. Y también sé cómo es Alec. La mayoría de las veces que os peleabais, empezabas tú.
               -Es que él es imbécil.
               -Es que tú no tienes paciencia.
               -¡Sí la tengo, solo que no con quien no la merece!
               -Ya-puso los ojos en blanco.
               -Alec es un machito.
               -Scott también es un machito-respondió-, menos, pero también. Lo que pasa es que tu hermano en ese sentido es más fino que Alec, y se cuida más de decir ciertas cosas (que estoy segura que comenta con sus amigos) en casa. Porque sabe que no nos iban a parecer bien. ¿A que tú no eres igual en casa que con tus amigas?-me dijo, y yo asentí con la cabeza-. ¿No te parece que eres un poco más respondona y chulita?-volví a asentir-. Pues eso es, exactamente, lo que le pasa a Scott. O a Alec. Entre amigos, estás muchísimo más relajado. Y tú nunca has visto a Alec en otra situación que no sea entre amigos-me tocó entre las cejas con el culo de la cuchara-. Sólo conoces una parte de él. No a todo él.
               Me mordí el labio y asentí con la cabeza. Tenía sentido. Tenía todo el sentido del mundo.
               La razón de que estuviera redescubriendo a Alec era porque le estaba conociendo cuando estaba solo. Cuando estábamos juntos, él no tenía reputación, ni fama, que mantener. No era Al, el mayor del grupo, el más ligón junto con mi hermano, el bocazas. Sólo era Alec. Simple, y llanamente Alec. Mi Alec.
               Una sonrisa estalló en mi boca cuando alcancé ese pensamiento. Mi Alec. Esa versión que tanto me gustaba de él me pertenecía sólo a mí.
               Mamá me tomó de la mandíbula y me hizo levantar la mirada para encontrarme con sus ojos marrones, con motitas doradas y verdes.
               -A ti te pasa algo-comentó, perspicaz, y yo me zafé de ella.
               -Simplemente estoy contenta porque no me esperaba que fuera así. Tan… majo. Y, bueno… las hormonas. Ya sabes que me da por comer dulce. Y tengo muchas ganas de que todo esté listo-señalé la cocina-. Y estoy emocionada porque vienen mis amigas. Tengo ganas de estar con ellas. ¡Hace un montón que no hacemos fiesta de pijamas!
               -Ya, bueno-me besó la frente-, tampoco alborotéis mucho, no se vaya a poner celoso tu hermano.
               Recogí mi móvil con disimulo mientras ella le echaba un vistazo a la masa del bizcocho de chocolate. Se giró hacia el horno, que todavía no estaba listo. Toqué el botón de desbloqueo y me quedé mirando la pantalla, esperanzada. No me decepcionó. La misma notificación de antes, con unos cuantos minutos de edad, había vuelto a colocarse en primera línea en mi pantalla de bloqueo.
               ¡Alec (@Alecwlw05) te ha enviado un mensaje!
               Mamá terminó de machacar la base de la que sería la tarta de queso, compuesta de galleta, y la mezcló con mantequilla fundida. Comenzó a extenderla por el molde de la tarta, y yo desbloqueé el teléfono.
Un placer, bombón. 😉
               Había pocas cosas que me apetecieran más en ese momento que leer en bucle ese “bombón”. Y todas tenían que ver con tenerlo a él delante.
               Era increíble cómo siempre me había molestado ese afán de los tíos de usar muletillas y nombres genéricos con nosotras. Nos cosificaba. Demostraba una falta de interés en nosotras, era un comodín cuyo uso no se molestaban en disimular.
               Y, sin embargo, que él me llamara así me encantaba. Ni siquiera sabía su significado (tenía que preguntárselo algún día), pero sospechaba que era especial. Y no hay nada mejor que sentirse especial.
El placer ha sido mío. 😉
               Bloqueé de nuevo el teléfono, segura de que no me leería hasta pasado un tiempo, y apoyé las manos en los bordes de la isla. Tiré de mis pantalones e hice ademán de acercarme a mamá, pero la vibración de mi teléfono al alcance de mis dedos me disuadió.
Dejémoslo en “recíproco”, bombón.
               Solté una suave risa.
               -¿Necesitas ayuda, mamá?
               -Todo bien.
Haces que “recíproco” suene sucio, criatura.
Cualquier palabra que salga de tu boca es sucia para mí, así que me alegro de que sepas cómo me siento.
😂
¿Te hago gracia?
Mucha, si te soy sincera.
Ya veremos si te ríes tanto la próxima vez que nos veamos. 😏
               Empecé a teclear una respuesta, pero mamá interrumpió el tren de mis pensamientos.
               -Mete esto en la nevera, pequeña-pidió mamá, señalando la mezcla extendida-. Y después, vienesa remover la cacerola-hizo un gesto con la cabeza en dirección a lo que se traía entre manos. Obedecí y recogí la cuchara que ella misma me tendió. Continué moviendo la masa gelatinosa en la olla, asegurándome de que no se pegara abajo, mientras mamá introducía con mucho cuidado de no quemarse la masa marrón en el horno-. Vale, el horno ya está listo…-se pasó las manos por la parte trasera de sus vaqueros y se acercó a mí. Sin miramientos, le entregué la cuchara y prácticamente salté sobre mi teléfono-. ¡Sabrae!-rió-. ¿Qué te pasa? Hoy estás muy distraída. Empiezo a pensar que no quieres tarta…
               -Claro que sí, mamá. Son las chicas-mentí, encogiéndome de hombros y fingiendo un gesto de fastidio-, que no paran de preguntar si traen algo para comer.
               -De eso, nada-sentenció mi madre.
               -Les diré que has dicho eso.
               Ella farfulló algo que no llegué a escuchar, tan distraída estaba en leer la respuesta que había empezado a redactar para Alec. Pensaba contestarle con una tontería para hacerle un poco de rabiar, pero, sinceramente…
               No se lo merecía. Se había portado genial conmigo, había sido sincero, me había contado la historia tras su colgante. Me había dejado conocerlo un poco más a fondo de lo que lo había hecho hasta entonces y, aunque Alec no era precisamente lo que llamarías “un chico misterioso”, estaba segura de que no le iba diciendo a todo el mundo de dónde venía ese amuleto suyo. Había sido un verdadero sol conmigo y se merecía saber que yo apreciaba ese calor que le había transmitido a mi alma.
               Quería que supiera que para mí, esa noche había sido importante. Un regalo. Que las cosas que le dije estando un poco borracha y cansada y con él, no las había dicho por estar un poco borracha, cansada ni con él. Las decía en serio. Así que toqué la tecla de borrar hasta que no quedó nada en el cuadrado de diálogo, y empecé de nuevo.
Jo, por mí nos veríamos hoy mismo. Ojalá no me pasara esto. Tenía muchísimas ganas de estar contigo ayer.🙈
               Él empezó a escribir, pero yo continué. No quería que me dijera algo y me sacara de mi momento de valentía personal. Necesitaba decírselo.
Y me apetece muchísimo verte.😊
Y estuviste conmigo, ¿no?
               Iba a contestarle, pero comenzó a escribir, así que decidí dejar que dijera lo que tuviera que decirme.
Nena, a mí me apeteces TÚ. Si quisiera verte, me bastaría con meterme en tu perfil de Instagram.
Como si no llevara haciéndolo obsesivamente desde que me desperté.
😂😂
Y volviendo a lo de ayer… a mí me gustó. ¿Me gustaría haber hecho más? Sí, claro. No puedo tener demasiado de ti.
Es que, literalmente, no me canso. Todo lo que me des me va a parecer poco.
No sé qué me estás haciendo, pero espero que no pares.
No tenía intención. Me gusta provocarte.
Ya me parecía a mí que ese escote no te lo habías puesto por ti…
😂😂 Para tu información, no eres el centro de mi vida. Me visto para mí, porque quiero.
Mírame a los ojos y dime que no te pusiste esa ropa con la intención de que yo te la quitara.
No puedo mirarte a los ojos; no estoy contigo.
Para mi desgracia.
De todas maneras, el hecho de que me divierta la forma en que babeas cuando me tienes delante no quiere decir que no haga más que pensar en ti.
¿Babear, yo? Siguiente chiste.
Ayer casi resbalo con tus babas. Cualquier día aparezco por la discoteca con una piragua.
No eran mis babas, Sabrae, pero me alegro de que hayas sacado el tema, ¿eres consciente de las respuestas que tiene tu cuerpo cuando yo ando cerca?
SERÁS GUARRO.
               Me eché a reír en silencio, negando con la cabeza.
¿Y acaso no te encanta?
Es posible. 😉
¿POSIBLE? Voy a empezar a grabarte mientras follamos. Me dices cosas que me dan vergüenza hasta a mí.
Es que tú eres un poco mojigato.
Sí, me da un poco de pudor el sexo 🙈 ¿me ayudas a que se me quite?
               Ahora sí que solté una sonora carcajada que hizo que mamá se volviera.
               -¿Qué pasa?
               -Taïssa. Que es tonta-comencé a teclear mi respuesta.
Eres de lo que no hay. Estoy intentando ponerme tierna contigo, y tú erre que erre, llevando la conversación siempre hacia el mismo sitio.
No me gusta que te pongas tiernita cuando estamos separados. Prefiero que lo hagas cuando estás acurrucada encima de mí.
Dios, Sabrae, en serio. Esta noche has hecho que sintiera partes del cuerpo que ni sabía que tenía.
Y no. No me refiero a ESA parte.
               Me quedé mirando la pantalla como una boba. ¿Estaba diciendo lo que yo creía que estaba diciendo?
A mí también me encantó lo de esta noche.
Ojalá me dejaras tenerte así más a menudo. No me malinterpretes, a ver. Me gusta tu lado ardiente, pero… yo también soy cariñoso, ¿sabes?
Me había dado cuenta 😉.
Tengo que dejarte. Estoy cocinando con mamá.
Mi vida es una espiral de tragedias.
¿Qué estás preparando?
Brownie y tarta de queso con plátano. Para mis amigas.
Deja a Sherezade tranquila, que se las apaña bien.
¡Eres malo! ¿Cómo voy a dejar a mi madre que lo haga sola? ¡Sería explotación!
Tiene experiencia con la repostería.
¿A qué te refieres?
Con el bombón que tiene de hija… 😉
               Volví a reírme. ¡Era increíble!
😍
Hablo de Shasha.
😒 Eres gilipollas, Alec.
Qué lástima que folle tan bien y no puedas alejarte de mí, ¿verdad?
Pues sí. Nadie es perfecto, supongo.
Intentaré no bajar el ritmo, no te me vayas a escapar, y a ver qué hago yo entonces sin ti. 😉
No me digas estas cosas sabiendo cómo estoy, porque me lo creo todo y soy capaz de ir a tu casa a acurrucarme en tu cama e hincharme a comida basura.
Me suena a planazo, ¿voy haciendo la cama?
😂
No, pero en serio, Sabrae. Ahora tienes que venir. Me has hecho ilusiones. ¿Vas a romperme el corazón? No está bien jugar con los sentimientos de la gente.
No, ¿no estabas tan interesado en Shasha? Pues corre a buscarla.
Vale, pero prométeme una cosa.
¿Encima con exigencias? Menudo morro tienes. A ver, dime.
Si voy a buscar a tu hermana, no dejes que te vea.
¿Por qué?
Porque eres muy fea. 😜
😒
Que es coña, joder.😂 Pues… porque no podría encontrarla.
¿Por qué? Vale que yo estoy más gorda que mi hermana, pero Shasha ya es más alta que yo.
Porque no la vería en cuanto tú entraras en escena.
               Me llevé una mano al vientre, estupefacta, mientras releía esa frase. Se me encendieron las mejillas.
Alec…
Sabrae…
De verdad que me tengo que ir.
Vale.
¿Seguimos con la conversación más tarde?
Me voy a echar la siesta, pero… cuando me despierte, te hablo. O me hablas tú cuando quieras, y yo te contesto, ¿vale?
Vaya, pensaba que tus horarios de fin de semana eran muy diferentes.
¿En qué sentido? ¿Qué pensabas que hago?
A ver si lo adivinas.
De día sexo, de tarde sexo, y por la noche…
Sexo también.
No, Sabrae, de noche tengo que dormir, que por muy legendarios que sean los polvos que te echo, soy mortal. 😎
Lo único legendario en ti es tu autoestima.
Con lo guapo que soy, como para no quererme. Si es que os traigo loquitas, normal. Con esta cara…
😂😂 serás flipado. Me tengo que ir. Ahora sí que sí. Ale, adiós
Nos vemos, bombón 😉
               Me quedé mirando de nuevo el mensaje en que me explicaba por qué no quería que me asomara cuando viniera a ver a Shasha. Agradecí que después hubiera relajado un poco el tono de conversación. Al ritmo al que estaba trabajando mi cerebro, estaba segura de que comenzaba a sacar las cosas un poco de su cauce, y obtener conclusiones que no tenían por qué estar allí. Es decir, sí que Alec me había dicho que no me iba a dejar sola, y en cierto sentido continuaba en su línea protectora. Incluso me había dejado caer por la noche lo mismo que acababa de insinuarme ahora: las demás no me interesan, sólo me interesas tú.
               No terminaba de tenerlas todas conmigo a ese respecto: Alec era muy mujeriego (lo cual no tenía nada de malo, pues me constaba que las chicas casi se peleaban por él), y le gustaba muchísimo tontear. La conexión entre nosotros era innegable, pero de ahí, a que me estuviera declarando amor eterno a través de mensajes…
               Simplemente estábamos tonteando, y a mí se me había ido un poco la mano con la conversación. Suerte que él había sabido mantener el tipo y había sorteado una confesión que no estaba segura de si terminaría haciéndole.
               No obstante, el hecho de que hubiera enviado ese mensaje en individual y no como parte de otro alimentaba unas esperanzas que yo no sabía que tenía. Y tampoco sabía si las quería tener, ya que estábamos.
               Me gustaba mi Alec, y tenía muy claro que él era bueno para mí. Incluso mamá me lo había dicho, aunque sin saberlo. Sin embargo, mi versión de Alec y la versión auténtica de él distaban bastante. Y yo no estaba segura de si quería arriesgarme a ver hasta qué punto él era auténtico conmigo, o simplemente se limitaba a adaptarse a mí.
               Dios, todo esto era un puñetero lío. Y, encima, me pasaba cuando estaba con la regla, justo el momento del mes en el que más insegura me vuelvo y más incómoda estoy con todo. Cuando estoy en esos días, me planteo absolutamente toda mi existencia. Alec era el último punto de una interminable lista que no paraba de aumentar con la llegada de esos días del mes.
               ¿Quería arriesgarme? ¿Estaba dispuesta a sacrificar ese dulce descubrimiento que acababa de hacer, el lado más tierno y amable de Alec, por saber hasta qué punto era auténtico? ¿Cómo sabía si estaba construyendo castillos en el aire? ¿Y por qué no podía conformarme con lo que lo había hecho hasta ahora: un poco de rollo por aquí, un poco de sexo por allá, y cada cual a vivir su vida?
               Tenía la respuesta al alcance de la mano, era una puerta entreabierta que yo solamente tenía que empujar. Pero me daba mucho miedo pensar en lo que habría al otro lado.
               Nos estábamos pillando. Yo de él, y creo que él de mí. Creo que eso lo sabíamos ambos. Ahora, el pensar si eso llevaría a algún sitio… y si estaría bien, en el caso de que nos correspondiésemos… de que yo no estuviera viendo cosas donde no las había… era algo totalmente diferente.
               Mamá continuaba revolviendo la masa, ajena a mi debate interno. Me acaricié el codo y me acerqué a ella, que me tendió la cuchara sin apenas mirarme y siguió con el resto de ingredientes. No me prestó la más mínima atención porque íbamos peor de tiempo de lo que pensaba: se suponía que la tarta de queso, una vez terminada, debía pasar seis horas en la nevera antes de consumirla.
               Consideré seriamente la posibilidad de guardarme mis dudas, pero finalmente cedí a la curiosidad. No sólo porque mamá siempre me daba buenos consejos, sino también porque necesitaba hacer las preguntas en voz alta. Escucharlas con mis oídos y constatar que no estaba loca.
               -¿Mamá?
               -¿Sabrae?-sus ojos no se movieron de la tarrina de queso en crema que tenía entre manos. Estaba pasando su contenido a un bol de cristal en el que luego mezclaríamos el líquido que yo removía, a fuego lento.
               -¿Tú cómo decidiste seguir con papá?
               Levantó la cabeza y se me quedó mirando. Un trozo de queso colgó durante unos segundos en el aire hasta que finalmente se desprendió de lo demás y se precipitó hacia el bol de cristal. Mamá parpadeó, puede que preguntándose por qué hoy estaba tan inquisitiva. O quizás estaba recordando.
               Mis padres se habían conocido en una fiesta en el extranjero (Ibiza, nos habían dicho, si no recuerdo mal), en la que disfrutaron del típico aquí te pillo, aquí te mato. A pesar de que tomaron todas las precauciones que nos habían inculcado a Scott y a mí, incluso después de rompérseles el condón y tomar mamá la píldora, ella terminó presentándose en la puerta del piso de Londres de papá, diciéndole que estaba embarazada de él, que estaba segura de que el bebé era suyo y que ni de coña iba a abortar, ni iba a consentir              que papá pasara de ella. Fue una suerte para mi padre, en realidad: se había pasado semanas enteras lamentándose de no haber conseguido nada más que su nombre, de no poder localizarla. Cuando abrió la puerta y la vio allí, y ella le anunció que en 9 meses tendrían un vínculo de por vida indivisible, papá supo ver que aquello era una señal de Alá indicándole la mujer con la que tenía que pasar el resto de su vida.
               Vivieron juntos, pero no revueltos, hasta que nació Scott. Ninguno de los dos sabía qué pasaría después de que naciera mi hermano. Se dieron un tiempo de prórroga, no como pareja, sino como compañeros de piso y de paternidad, para que mi hermano disfrutara de sus dos padres a la vez.
               Papá se enamoró de mamá en cuanto la conoció en el barco de Ibiza. A mamá le llevó un poco más. Había demasiados riesgos en juego. Papá la había ayudado a cumplir uno de sus mayores sueños, y que por un mal diagnóstico había creído imposible: ser madre.
               Pero que él le hubiera dado un hijo no implicaba que ella tuviera que darle su corazón, ¿no?
               -Ya le… conocía-se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja y depositó la tarrina de queso sobre la encimera-. Cuando se me acercó, quiero decir. No del todo, pero… tenía una idea general. Yo era una niña…-meditó-, pero… sabía lo que quería. Y, esa noche, lo quería a él. Y luego, quise a tu hermano. Desde el momento en que supe que venía en camino-aseguró-, supe que no me lo iba a quitar nadie, pero tenía responsabilidades. Encontrar a tu padre y obligarle a asumir las suyas fue la decisión más sencilla de mi vida.
               -Eso explica por qué le buscaste-paraguas en mano, investigación por Internet previa, hoja arrugada con direcciones falsas en la otra-, pero no por qué seguisteis juntos.
               -Le conocí-se encogió de hombros-. Sólo tenía un esbozo de él. No pensaba que fuera como realmente es. Tu padre…-sonrió, divertida- no da la misma imagen en casa que en los medios, ¿no te parece? Él sí que es distinto. Jamás he conocido a nadie que cambie como lo hace él. Me quedé con él porque era lo más fácil para mi embarazo. Sabes que yo no tenía nada. No me llegaba para pagar el alquiler, y cuando empezara a engordar, me echarían del restaurante en el que trabajaba con muy poca ropa y no tendría más remedio que volver a casa-se llevó una mano al vientre, recordando-. Después nació Scott. Y todo fue un poco más fácil y mil veces más aterrador. Pero Zayn me empezó a atraer con más fuerza-lanzó una mirada hacia la puerta, a través de la que él estaría sentado viendo la televisión, o leyendo, o componiendo, haciendo cualquier cosa, ajeno a los recuerdos de su esposa.
               -¿Y cuándo te diste cuenta de que te empezaba a atraer?
               -Siempre tuvimos esa atracción, de lo contrario, no habríamos tenido relaciones-contestó, tirando otro trozo de queso sobre los demás-. Pero… yo creo que fue cuando le veía con Scott. Me quedaba como más tranquila, ¿me entiendes?
               Asentí con la cabeza. Bueno, vale, creo que deberíamos descartar los pasos de mamá. No puedo tener un hijo con Alec. Ni siquiera estoy segura de si quiero tener hijos, o no.
               -Supongo que me gustaba su forma de ser padre, y de cuidarme-volvió a apartarse el mismo mechón de pelo de la cara-. Sí, cuando ves a alguien cuidando a otra persona, es muy fácil desarrollar sentimientos por él.
               Cuando ves a alguien cuidando a otra persona…
               ¿Y si ese alguien te cuida a ti?
               -¿Te acostaste con él antes de estar enamorada?-quise saber, y mamá alzó las cejas.
               -A ver, Sabrae, me acosté por primera vez con él a la hora de conocerlo…
               -No me refiero a eso. Digo… ¿Qué fue antes? ¿El sexo o el amor? ¿Crees que el sexo puede llevar al amor?
               -El sexo me llevó a tu hermano, y tu hermano me llevó a tu padre. ¿A qué tanto interés repentino en mis relaciones?
               -Las pelis siempre te venden un orden determinado en la historia. Clichés. No estoy segura de que la vida funcione así.
               -Es que no lo hace, cariño. Cada historia es diferente. Puedes follarte al hombre de tu vida y perderlo un tiempo, como me pasó a mí, y pasarte años haciendo el amor con alguien que es irrelevante. No es algo que esté reñido-me acarició la mejilla con un dedo frío pero suave-. Es lo mejor de la vida, ¿no te parece? La cantidad de vueltas que da. Las sorpresas que te llevas. Descubrir personas totalmente diferentes a como te las imaginabas. Descubrir que tú eres diferente también. Plantearte algo con alguien ya es cambiar un poco-me dio un besito en la punta de la nariz y sonrió cuando yo me acerqué instintivamente a ella, rodeándole la cintura-. ¿Por qué me preguntas esto?
               -Curiosidad-respondí en un murmullo, y mamá se echó a reír.
               -Seguro-contestó, separándose un poco de mí y guiñándome un ojo. Noté cómo me ponía colorada. Dios, me había pillado in fraganti. Mejor sería dar marcha atrás antes de que pensara que no me fiaba de ella, o algo así. Tenía muchísima confianza con mamá, no quería estropearlo por unas dudas tontas. Incluso si me estaba precipitando sacando conclusiones, no pasaría nada: ella no me juzgaría. Seguro que había pasado por lo mismo que yo y podría orientarme en el camino correcto.
               -Bueno… hay un chico.
               Se apoyó en la encimera y colocó una mano en su cadera.
               -¿Un chico?-repitió, nada impresionada.
               -Sí. Un chico. Nada serio. Sólo tonteo, lío, y tal.
               -¿Sexo?
               -Sí. Sexo también.
               -¿Tomáis precauciones?
               -Sí.
               -¿De qué tipo?
               -Usamos condón.
               -¿Y te aseguras de que no se rompa?
               -Pues…-noté cómo me sonrojaba-. No. Es que… cuando estoy con él, es en lo último que pienso, ¿sabes? En mirar que todo esté en orden. No sé si él lo comprueba-sinceramente, me extrañaría que Alec no lo hiciera. Y me extrañaría que me dejara verlo si lo hacía. Parecía tener la suficiente experiencia como para incluso notar el más mínimo pinchazo en los preservativos.
               -Hay que controlar esas cosas, Sabrae, que luego vienen los disgustos-alzó las cejas y yo asentí con la cabeza-. ¿Tienes bastantes? Ya sabes que si necesitas dinero, o que te los compre, no tienes más que decirlo.
               -Sí. O sea, bueno, yo no los llevo. Los lleva él.
               -¿Y se los pagas?
               -No ha salido el tema, pero… no creo que quiera. Tiene trabajo.
               -Ajá. ¿Y cobra más cuando viene a traernos los paquetes a casa?-quiso saber, y yo abrí los ojos como platos, estupefacta-. ¿O eso son otro tipo de favores que os hacéis?
               Se cruzó de brazos, satisfecha, y arqueó una ceja con una sonrisa de suficiencia adornándole la boca.
               -No sé a qué te… refieres-casi tartamudeé, y la sonrisa de mamá se amplió aún más.
               -Sabrae. A ver. Para empezar, me gradué cum laude en Derecho. En Oxford. No regalan esos reconocimientos, ¿sabes? Fui la primera de mi promoción, y te aseguro que los imbéciles no abundaban en mi promoción. Además… cariño, que soy tu madre. Yo me doy cuenta de estas cosas. En tu vida has pedido nada a Amazon, ¿por qué desde que Alec nos vino a traer un paquete para Shasha, no paras de encargar cosas? Sería estúpida si no llegara a esa conclusión yo sola-se dio un golpecito en la sien-. Además… tampoco estoy ciega. He visto cómo venías esta mañana, y tú misma me has dicho que venías con Alec. Y tu actitud…
               -¿Qué le pasa?
               -Pues que ha cambiado. Cuando Scott menciona su nombre ya no te dan arcadas.
               -A mí no me daban arcadas al escuchar su nombre-discutí. Sólo instintos asesinos.
               Es que era muy gilipollas.
               -Ya.
               -¿Parezco muy desesperada? ¿Es muy evidente?
               -Tranquila, pequeña, que es todo porque yo soy muy lista. Seguro que si le preguntas algo a tu padre, ni se ha enterado. Ni tus hermanas. Bueno, Shasha puede…-arrugó la nariz-. Como pasáis más tiempo juntas… y es muy intuitiva, tu hermana. Parece que no, pero percibe muchísimo.
               -Y cuando te he preguntado por él, ¿por qué no me has dicho nada?
               -Porque me preguntaste cómo me parecía él, no cómo me parecía él para ti.
               -¿Y cómo te parece?-insistí, estrujándome la parte baja de la sudadera que llevaba puesta, que ya tenía sus manchas de rigor de cada fin de semana actuando como pinche de cocina.
               -Creo que puede ser bueno para ti. Tampoco lo sé a ciencia cierta, porque nunca os he visto juntos-su boca formó un círculo de sorpresa-. ¿Estás pensando en traerlo a casa?
               -¡MAMÁ!-grité, poniéndome colorada, imaginándome a Alec en casa en concepto de algo relacionado conmigo y no con Scott-. ¡Él y yo no somos nada!-siseé-. ¿Cómo demonios pretendes que lo traiga a casa?
               -Chica, ni que fuera la primera vez que él cruza esta puerta-puso los ojos en blanco.
               -De momento, vas a tener que conformarte con las veces que lo traiga Scott.
               -Como prefieras, mi niña-se encogió de hombros y terminó de echar la tarrina-. Saca eso del fuego.
               ¿Ya estaba? ¿Hasta ahí nuestra conversación? Pues no me había servido tanto como yo esperaba. La sentía como si la hubiéramos cortado a la mitad. Estaba un poco a medias, la verdad. Las dudas seguían comiéndome.
               Era ahora o nunca.
               -Y… ¿tú le ves algo… malo?
               -¿Malo? ¿Como qué?
               -No sé…pues…
               Chulo.
               Creído.
               Gilipollas (a ratos).
               Guapo a rabiar.
               Muy alto.
               Irresistible.
               -¿No te parece mal que sea…?
               -¿Que sea…?
               -Blanco-solté, porque era lo único que se me ocurría. Mamá se me quedó mirando un momento.
               Y luego se empezó a reír.
               -Nena, te aseguro que no tengo nada en contra de los blancos. Ni de las leyes. Imagínate lo que me gustará un Whitelaw-se rió más fuerte, presa de su propio chiste, y yo la observé con fastidio, esperando a que terminara-. ¡Qué cosas tienes, hija! A ver, Saab: yo ya estaba segura de que en casa no ibais a terminar ninguno con nadie de nuestra cultura, porque es casi imposible viendo el entorno en el que os movéis, y en el que os hemos hecho crecer.
               -Tú te has casado con un musulmán. Un musulmán pakistaní.
               -¿Tiene pinta tu padre de ser pakistaní?-ironizó mamá-. ¿O de serlo yo?
               -A ver, mamá. Las facciones, las tenéis.
               -Yo soy inglesa. Tu padre es inglés. Son nuestros padres los que son pakistaníes. No me malinterpretes: me encanta nuestra cultura y nuestro país, pero yo soy inglesa. Igual que tú. Independientemente de dónde procedas. Pero en fin…-sacudió la mano para retomar el tema-. De todos modos, yo tuve suerte. Además, tenía muchas papeletas de casarme dentro de nuestra fe, porque todo mi entorno era así. Pero el tuyo, no lo es. Es más tradicionalmente inglés.
               -Pero, ¿no lo preferirías?-insistí.
               -Hay un montón de cosas que preferiría. Que no viviéramos en una sociedad patriarcal que va a hacer todo lo posible por destruirnos por ser mujeres está en la cima de esa lista. Pero no, que tú salgas con un musulmán, con un cristiano, con un judío o un budista, la verdad es que me da igual. Yo lo que quiero, es que estés con un chico que te haga feliz. Con el mejor posible.
               -¿No con el mejor, a secas?
               -Eso lo tienes un poco difícil.
               -¿Por qué?
               -Porque con el mejor a secas ya estoy yo-sonrió, orgullosa, y yo lancé un gemido que recibió con una reverencia.
               -Hay que estar espabilada en la vida-me guiñó un ojo y vertió el líquido que había removido hasta hacía poco yo en el cazo, y comenzó a mezclarlo con el queso.
               -Pero entonces, ¿no te parece mal nada de él?-quise asegurarme-. Porque seguro que tiene sus cosas.
               -Pues como todo el mundo.
               -Y tiene…
               -Uf, Sabrae. ¿Qué pasa? ¿Quieres que te prohíba salir con él? Porque si es así, me lo dices. Yo te lo prohíbo, y las dos tan contentas: yo haciendo algo en lo que no creo ni de lo que estoy convencida, y tú pasándote por lo que viene siendo la raja lo que te diga cuando lo veas el siguiente fin de semana.
               -Simplemente quiero asegurarme de que no hay ningún problema por tu parte.
               -Obstáculos, los vais a tener. Pero por mi parte, no.
               -¿Qué tipo de obstáculos?
               -Pues… los que tenemos todas las parejas, tesoro. Nada en especial.
               -Es que él es un poco peculiar, y no sé si quiero arriesgarme todavía. ¿Crees que me merece la pena?
               -¿Sois compatibles?-inquirió.
               -Yo creo que sí.
               -¿En todos los aspectos?
               -Sí, eso creo.
               -En el sexo, en especial. Sexualmente, ¿sois compatibles?
               Sonreí.
               -Uf. Sí. Sin duda. Ya lo creo, mamá.
               -Entonces-me dio un toquecito con la cadera-, te merece la pena apostar, ¿no crees?
               -Quizás-sonreí, agradecida-. Jo, mamá. No sabes el peso que me acabas de quitar de encima.
               -Para eso estoy, mi amor-me rodeó con sus brazos y me besó en la cabeza-. Mantenme informada, ¿vale?
               -Lo haré.
               -Lo digo en serio, preciosa-mamá me apartó el pelo de la cara y sostuvo mi rostro entre sus manos. Me acarició las mejillas con los pulgares-. Quiero que me lo cuentes todo, ¿vale? Él es mayor que tú-me recordó, y asentí con la cabeza, sabiendo por dónde iban los tiros. Aunque no creía que los años que me sacaba fueran tantos como para preocuparse, pero nunca estaba de más andarse con cuidado-, así que tiene más experiencia en estas cosas. Pero entre las dos, le ganamos-sonrió y me dio un toquecito en la nariz. Su sonrisa se amplió cuando yo solté una risita-. Pero, entre las dos, vamos a combatir su experiencia. Cuantas más cosas sepa yo, mejor podré saber qué tal os va y aconsejarte. Esto no quiere decir que no tengas intimidad-asentí con la cabeza, sino que, simplemente, cuando algo te parezca peculiar, o lo que sea, coméntamelo. Sin miedo, ¿vale? Tenemos confianza, ¿o no?
               -Sí.
               -Además, yo no te voy a juzgar por las cosas que hagas-me acarició la cabeza de nuevo, estudiándome de arriba abajo-, porque, aunque seas joven, tienes la cabeza muchísimo mejor amueblada que yo a tu edad. Ya eres mayorcita, y creo que puedes manejar la situación en la que te encuentras; más o menos, distingues las cosas que están bien de las que están mal. Yo sólo quiero que seas feliz.
               -De momento lo soy, mamá.
               -Y que seas feliz con alguien que sea bueno para ti-sus pulgares volvieron a mis mejillas y yo acuné la cabeza sobre una de sus manos. Cerré los ojos, disfrutando de la sensación de tranquilidad que me invadía teniendo a mamá tan cerca. Ella impediría que mis miedos me devoraran. Ella impediría que nadie me hiciera daño.
               Ni siquiera Alec podría arrastrarme a ningún abismo, por mucho que fuera Alec. Mamá me tenía bien sujeta y no me soltaría.
               Aunque…
               … Alec no me llevaría a ningún sitio al que yo no quisiera ir.
               Me lo había demostrado mil veces.
               A lo largo de los años, me lo demostraría un millón.
               -Creo que él es bueno, mamá-susurré, y ella rió entre dientes.
               -Quién nos lo iba a decir, tú diciendo cosas buenas de Alec. No nos precipitemos, ¿vale, tesoro? Algunas cosas hay que tomarlas con calma. Aunque no tomes el camino convencional.
               -Vale.
               Capté de sobra su mensaje: a pesar de cómo habéis empezado, ten cuidado. A pesar de vuestra conexión física, cuida la emocional. A pesar de que te quites la ropa para él, protege tu intimidad. A pesar de cómo confías en él, confía siempre primero en ti misma.
               Me abracé a la cintura de mamá y hundí la cara en su pecho, segura, protegida y feliz. Ni siquiera con Alec me había sentido así de a salvo. Inhalé el aroma que desprendía su cuerpo, el verdadero aroma a hogar y amor, y dejé escapar un suave suspiro. Mamá me acarició la cabeza hasta que quise separarme: ella jamás hacía ademán de romper nuestro abrazo, siempre nos separábamos cuando yo había tenido suficiente.
               -Te quiero-me dijo, besándome la frente.
               -Yo también te quiero, mamá.
               Me dedicó una dulce sonrisa, y tras un suave apretón de manos, se volvió para terminar con la mezcla. Juntas, la echamos sobre el molde para tartas, con la galleta ya fría, y vertimos un poco de sirope por encima.
               Fui en busca de Shasha, que veía una serie asiática en su ordenador, y que me acogió en su habitación y su cama en silencio.
               -¿Por qué estás tan sonriente?-quiso saber.
               -Me he comido el último de tus yogures-bromeé, y ella puso los ojos en blanco.
               -Cabrona.
               Pero ni siquiera Shasha conseguiría arrebatarme mi buen humor. No había dudas que nublaran mi felicidad, no había sombras oscureciendo lo que había vivido la noche anterior. Si tenía la bendición de mamá, era porque Alec podía ser bueno para mí. Podía pegarme aun así la hostia, pero no sería con alguien que no mereciera la pena.
               Y, si tenía la bendición de mamá, probablemente tuviera también la de Scott. Él sería más indulgente todavía, por el cariño que le tenía a Alec. No sería objetivo, y eso nos beneficiaba a todos.
               Sin embargo, seguía sintiendo unos pocos nervios en un rincón de mi estómago. Todavía me quedaba un obstáculo que superar.
               Contarles a mis amigas todo lo que había pasado de noche… y posponer todo lo que pudiera enseñarles la conversación.





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4 comentarios:

  1. SHEREZADE MALIK ES LA MADRE MÁS INCREÍBLE QUE EXISTE JODER AINS, ESTOY MUY SOFT CON LA ESCENA DE LA COCINA.
    "Alec no me llevaría a ningún sitio al que yo no quisiera ir. Me lo había demostrado mil veces. A lo largo de los años, me lo demostraría un millón." NO ESTARÉ YO CHILLANDO EN ARAMEO

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    Respuestas
    1. ES MÁS MONA SHEREZADE DIOS MÍO SI FUERA MADRE LA TENDRÍA DE MODELO A SEGUIR
      Que no se note la confianza ciega que tiene Sabrae en Alec y que él SE MERECE

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  2. Cada vez que leo Sabrae me pongo super sensible y esta vez no ha sido la excepción.
    Estos dos me llevan por el camino de la amargura y no se si podre recuperarme alguna vez en mi vida. Encima con la presencia de Zayn y las cosas que hace no es que me facilite mucho la supervivencia en este cruel mundo en el que no existe ni Alec ni Sabrae ni Scott y tampoco puedo casarme con Zayn.
    Sherezade es el tipo de madre al que toda mujer (en el casual de querer hijos) aspira. De hecho cuando termine de escribir el comentario voy a leer la historia de Zayn y Sherezade porque nunca está de más ser un poco masoquista.
    Estoy super ansiosa por leer lo que se nos viene encima. Se que voy a tener sed de sangre en muchas ocasiones pero también se que en muchas otras voy a estar super soft porque estos dos juntos son mas dulces que la miel y el azucar juntos. ENCIMA ESTOY ANSIOSA POR VER A ALEC ENAMORADO JODER, ES QUE ME CAGO ENCIMA. CASATE CONMIGO POR FAVOR *se pone a llorar*
    Ale me voy a leer como zayn en cacho de pueblo recién horneado.

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    1. Ay Patri ♥ siempre nos queda el consuelo del blog aunque eso haga que nos pongamos tiernitas por culpa de Scott, Alec y el resto de chicos <3
      BUAH TE ACUERDAS CUANDO YO ESTABA CORRIGIENDO EL MISMO CAPÍTULO QUE ESTABAS LEYENDO TÚ ME DES
      CO
      ÑO
      Dios mío va a haber veces que querremos pegar a Alec pero en estos capítulos que se vienen lo vamos a querer muy fuerte y con muchas ganas ay mi hijo

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