lunes, 23 de julio de 2018

Una pantera y sus cachorros.

Mi casa era un puto show. Está feo que yo lo diga, pero deberíamos cobrar entrada por que la gente viniera a vernos.
               Cuando me desperté, pensé que mi situación y yo éramos lo más interesante que sucedía bajo el techo que mi familia compartía, pero claramente me equivocaba. Después de cambiarme, echar a lavar la ropa de mi cama y dejar sobre el colchón desnudo un nuevo juego de sábanas (con la esperanza de que mamá tuviera el día generoso y se ofreciera a hacérmela sin que yo selo tuviera que pedir), me dirigí a la cocina, movido por el hambre que sólo una noche de fiesta y el posterior entrenamiento de boxeo instalaban en mi interior.
               Estaba famélico, y no sólo de comida. Pensar en Sabrae y soñarla de una forma tan real me había hecho perder la cabeza. El sueño había sido tan intenso que ni siquiera tenía ganas de masturbarme, tan cansado como estaba y satisfecho con las reacciones de mi cuerpo.
               Pero que estuviera cansado y hambriento no impedía que me fijara en todo lo que me rodeaba. Miré hacia el salón, más por inercia que por cualquier cosa, y me detuve en seco al comprobar que mi madre y mi hermana se encontraban en él, acurrucadas la una contra la otra, hechas un ovillo sobre sí mismas con los pies sobre el sofá. Mamá nunca me dejaba subir los pies al sofá, porque “iba a ensuciarlo”, como si los muebles estuvieran para exhibirlos ante las visitas y no para utilizarlos. Además, si yo iba descalzo por casa, ¿qué más daba? Estaba lo bastante limpia como para que no se tuviera que preocupar por esas tonterías.
               En fin, el caso es que me sorprendió un montón encontrármelas de esa guisa. Parecían sencillamente consternadas ante lo que fuera que estuvieran viendo en la televisión. Me pregunté dónde estaba Dylan, pero ni siquiera me preocupé por él: el olor a café que manaba desde la cocina me indicaba que mi padrastro estaba vivito y coleando. Así que ni Mimi ni mamá lloraban por él.
               Mamá se inclinó a coger un nuevo pañuelo y dejó otro arrugado encima de la mesa del salón. Mimi hundió una cuchara de sopa en un bote de crema de cacao, empujándose las gafas redondas y empañadas por sus lágrimas por el puente de su pequeña nariz. Sorbió sonoramente y dejó escapar un sollozo mirando la televisión. Mamá se sonó escandalosamente la nariz y arrugó el pañuelo en su puño.
               -¿Pero qué os pasa?-inquirí, acercándome a ellas, que no me hicieron el más mínimo caso. Continuaron con la vista clavada en la caja tonta y yo me volví para ver las imágenes que tan conmocionadas las tenían.
               Vamos.
               No me jodas.
               El cámara enfocó a una novia radiante de tez café y ojazos inmensos mientras ella bajaba la vista a su ramo de flores blancas, y el hombre de pie a su lado con uniforme militar se mordía el labio enmarcado por la barba más pelirroja que hubieras visto nunca.
               ¿La boda real de Megan y Harry?
               ¿En serio?
               Los novios se miraron y mi madre y Mimi soltaron un gemido.
               -Ay, mamá-gimió mi hermana, y yo la miré, estupefacto. Joder, pero si hacía menos de un mes que se habían puesto a ver la boda de los reyes. ¿Cuándo iban a parar con el maratón?
               Bueno, pensé, al menos no han sacado la puñetera cinta con la boda de Diana.
               -Las hay con suerte.
               -Tú también te puedes casar con un príncipe, mi niña-mamá le acarició la mano a mi hermana, emocionada por la perspectiva de verla vestida de blanco o por mezclarse con la realeza a través de un matrimonio, no lo sé con seguridad.
               -Me sacan mucho, mamá.
               -Deberíamos empezar con la crema antiedad-bromeó mi madre, y mi hermana se echó a reír y asintió con la cabeza. Puse los ojos en blanco y me apoyé en el sofá. Me senté en el reposabrazos y Mimi se volvió hacia mí. Palmeó el espacio a su lado, invitándome a unirme al festival de lágrimas y emoción femenina.
               -No, gracias-rechacé, y Mimi sorbió de nuevo por la nariz y volvió a meterse una cucharada de medio kilo de crema de cacao en la boca. Luego lloras porque dices que estás gorda y los esmirriados de tus compañeros no pueden levantarte.
               Mamá extendió la mano y yo le di un suave apretón a modo de saludo antes de cruzarme de brazos y seguir observando a la pareja de novios, en aquel entonces todavía solteros. Tenía que reconocer que entendía a la perfección las miradas que Harry le echaba a la que hoy en día era su esposa. Incluso a mí me gustaba verlos en televisión cuando acudían a actos benéficos; los duques de Sussex te alegraban más la vista que la pareja real. Kate era un poco sosa, y tenía una pinta de estirada y de no levantar la voz en la cama que no podía con ella. Megan, en cambio… estaba hecha de otra pasta. Ese tipo de pasta que sólo tienen al otro lado del océano. Tenía un polvazo importante. Yo también estaría tan contento como el príncipe Harry si me estuviera casando con ella. Menuda fiera tenía que ser esa mujer en la cama.
               Puede que me hubiera tocado pensando en ella, quién sabe. Es decir, cuando un miembro de la realeza tiene un pasado anterior en el que le hacían reportajes, o grababa escenas, con poca ropa, sientes más interés por él. Y yo, como inglés, tengo el deber moral de conocer los entresijos de la aristocracia de mi país. Separar a las que están como un tren y que aportan cosas nuevas a nuestro país de las que han nacido en el sistema que llevamos arrastrando siglos,  y cuyos únicos usos son que el resto de países nos tengan envidia, y servir de base para fantasías eróticas de relaciones entre clases sociales muy diferentes.
               Vale, me estaba empezando a poner verla ahí y pensar en las pocas posibilidades que tenía de tirármela, principalmente porque me sacaba… ¿cuarenta años? Pero la tía seguía estando buenísima y tenía ese morbo tan propio de las MILF.
               Intenté no pensar en lo que haría si se me presentara la ocasión de meterme en la cama de alguno de mis mitos eróticos, porque conocía de sobra mi escala y las dos finalistas: Megan Markle y Sherezade Malik. ¿Seguro que un trío no estaba permitido?
               Sería mejor que me pirara antes de que yo también me pusiera a llorar, porque de ilusiones vive el tonto de los cojones.
               Me levanté de nuevo y las miré de soslayo.
               -¿Os traigo algo?
               -Un príncipe-contestaron al unísono. Vaya, vaya, parece ser que mamá tampoco está conforme con su estatus social.
               -Aquí tenéis a uno-contesté, abriendo los brazos, y mamá y Mimi se giraron para mirarme. Me escanearon de arriba abajo con verdadero odio y volvieron la vista a la televisión tras decidir que el imbécil de su hijo/hermano era un ser insignificante.
               Hora de largarse.
               A mí no me pagan lo suficiente por aguantarlas con las reglas sincronizadas, pensé sacudiendo la cabeza mientras me metía en la cocina. Acojonante. Las tres mujeres más importantes de mi vida, con la regla a la vez.
               Esto debe de ser una señal divina.
               Me detuve en seco, repasando lo que acababa de pensar. ¿Las tres mujeres más importantes de mi vida? Esbocé una sonrisa cínica al verme reflejado en la puerta de cristal del horno. Tronco, ¿por qué has pensado eso? Sí que te ha pegado fuerte.
               Abrí la nevera y saqué una botella de zumo natural, intentando apartar de mi cabeza la imagen de Sabrae desnuda, encima de mí, montándome como si fuera un pura sangre con el que pretende ganar una competición de hípica.
               Quizás me deleité un poco demasiado en cómo sus curvas se adaptaban a mi cuerpo y brillaban en la oscuridad, o cómo sus pechos se movían al ritmo que imponían nuestras caderas unidas, porque noté todo mi cuerpo despertar. Especialmente esa parte a la que ambos le teníamos tantísimo cariño.
               Di un sorbo y no me tranquilizó la sensación del líquido caliente descendiendo por mi garganta y siguiendo la misma trayectoria que tendrían sus besos. Lo volví a guardar en la nevera y deseché la posibilidad de regresar al salón para que las mujeres de casa me distrajeran. Un festival de sollozos y gemidos soñadores era lo último que yo necesitaba.
               Me asomé al comedor, donde Dylan le daba un sorbo a una taza de café, leyendo distraído el periódico. Trufas estaba en su regazo, frotándose contra él y exigiéndole todas sus atenciones. El conejo saltó al verme y corrió a mi encuentro. Me incliné y lo tomé entre mis brazos; a modo de respuesta, comenzó a agitarse en pleno éxtasis.
               Mi padrastro levantó la cabeza y me observó, divertido. Debía de tener una pinta de lo más curiosa: medio amodorrado, confuso, y con el cuerpo todavía acusando la presencia fantasmal de Sabrae, dándome caña como sólo ella podía.
               -¿Puedo acompañarte?
               -Por favor-respondió, abriendo una mano para indicarme que me sentara en una silla a su lado. La arrastré con el pie-. Alec… el suelo-me recordó, y yo bufé y asentí con la cabeza. Por suerte, tenía las manos lo suficientemente grandes como para sostener al animal sólo con una. Levanté la silla y me dejé caer sonoramente sobre ella, espatarrado. Sorbí por la nariz y Dylan se recolocó las gafas.
               -¿Mucha resaca?
               -Estoy bien.
               -No lo pareces.
               -El subconsciente-me encogí de hombros y levanté al conejo sobre sus patas traseras. Trufas se revolvió entre mis manos. Dylan alzó una ceja.
               -Ya veo. ¿Y qué tal anoche?
               -Mejor que bien-una sonrisa chula se apoderó de mi boca, y mi padrastro la imitó. A pesar de no haber follado, tremendamente bien, pensé, y mi sonrisa titiló un poco. Me sorprendió llegar a esa conclusión. ¿Qué coño me pasaba? ¿Qué hostias me hacía Sabrae?
               Aparte de echarme unos polvos increíbles en sueños, y hacer que babeara por ella como un calzonazos virgen.
               Y tenerme comiendo de la palma de su mano.
               Quiero decir… ¿has visto qué manos tiene?
               No vayas por ahí, hermano, me dije a mí mismo cuando empecé a imaginármelas dentro de mis pantalones, sopesando mis ganas de ella. Crecerían exponencialmente a su cercanía, y la presión que ejerciera en mí.
               Alec, me reñí, basta.
               Un nuevo gemido llegó a nosotros desde el salón. Trufas se acomodó en mi regazo, se estiró cuan largo era, y el gordinflón soltó un suspiro de satisfacción cuando me clavó las garras en el antebrazo. Hijo de puta. Me iba a hacer sangre.
               Dylan y yo nos miramos, yo puse los ojos en blanco y negué con la cabeza. Sabía lo que me gustaba tirarme en el sofá mientras esperaba a que mamá terminara de hacer la comida cada sábado, mirando los reportajes de deportes o pillando alguna retransmisión en directo de algún partido de baloncesto o, ¿por qué no? Incluso de boxeo.
               Dios, los días en los que no conseguía meterme en las bragas de ninguna tía, hasta las putas competiciones de motociclismo me servían. El salón era mi hábitat natural. La televisión, mi pareja.
               Me la estaban usurpando.
               Las cosas no podían quedar así.
               -¿Demasiados estrógenos?-se cachondeó Dylan, y yo me froté la cara.
               -Tío, te lo juro. Estaba a literalmente dos segundos de ponerme a menstruar yo también-rió entre dientes-. ¿Cuánto llevan así?
               -Les ha dado tiempo a ver el documental de la BBC del noviazgo de Diana-dijo sin ningún tipo de interés, con lo que sospeché que lo habían sacado de la cama con sus gemidos. Menos mal que yo dormía a pierna suelta y no había forma humana de despertarme si mi cerebro no lo consideraba necesario. Y estaba tan agotado que una bola de demolición derribando mi casa no podría conmigo.
               -Se la puto cargaron-rezongué, estirándome y recogiendo la taza de su café. Di un sorbo y Dylan alzó una ceja-. ¡Fue asesinada!
               -No está demostrado-estiró el periódico en su típico gesto para mi madre y mi hermana de “hasta aquí la conversación”. Una pena que Dylan no tuviera ningún tipo de poder sobre mí.
               Es decir, más allá de la autoridad moral que ejercía sobre mí por el simple hecho de ser él quien ponía la comida en la mesa… pero ya me entiendes.
               Cuando inviertes tu primer sueldo en comprarte la botella de champán más cara y mejor que puedes conseguir en Harrod’s, y la reservas para el día en que te digan que tu padre biológico está muerto, sabes que eres un cabrón duro al que no van a poder someter tan fácilmente.
               Jordan decía que lo de tener el traje del funeral preparado y guardado cuidadosamente en una bolsa en un armario era de ser un psicópata. Bey sostenía que era la manifestación de mis traumas infantiles.
               A mí me parecía que estaba siendo previsor.
               Y que le estaba dando una buena señal al universo para que espabilara. Tic tac, tic, tac, hijo de puta.
               -No puedes decirlo en serio. Tienes estudios superiores, Dylan.
               -Sí, bueno, yo no creo que ella fuera tan estúpida como para dejarse matar. Era lo suficientemente lista como para intentar fingir su muerte y que la dejaran en paz. Sería una jugada maestra. Sólo que… salió mal.
               -Nos gobierna una estirpe de corruptos y asesinos-le recordé.
               -La Corona no tiene ningún poder.
               -Tú ya me entiendes.
               -Mira el lado positivo.
               -¿Cuál es?
               Dylan sonrió, y no me miró cuando contestó:
               -Megan Markle.
               Solté una carcajada.
               -Vale, quizá nos merezca la pena mantener un par de palacios como residencia de la élite.
               -La verdad es que la mujer te alegra la vista.
               -Y lo que no es la vista-respondí, y Dylan volvió a reírse entre dientes. Pasó una página del periódico y, tras examinarlo por encima, lo cerró y lo dobló encima de la mesa. Apoyó las dos manos sobre el papel doblado, y me estudió a través del cristal de sus gafas. Le sostuve la mirada con todo el tesón que pude, aunque Dylan siempre terminaba intimidándome. Me daba la sensación de que podía leer mis pensamientos más oscuros, comprender ideas mías que a mamá se le explicaban.
               Él era hombre. Conocía mis instintos porque los experimentaba en sus propias carnes. Mamá, no.
               -Te noto diferente.
               -La barba-contesté, pasándome una mano por la mandíbula y encogiéndome de hombros. Empecé a considerar la posibilidad de dejármela crecer, a ver qué pasaba.
               No tenía nada que ver con el hecho de que Sabrae me hubiera confesado esa semana, en una de nuestras sesiones de chateo más picantes, a altas horas de la madrugada, que le gustaría saber qué se sentía teniendo mi mandíbula sin afeitar entre sus muslos.
               Esa puñetera niña tenía la capacidad de ponerme cachondo con frases tremendamente inocentes, ¿qué necesidad había de provocarme de esa forma tan obscena?
               Joder, me sorprendía no habérmela follado aquella noche, de tantísimas ganas que me tenía. Deberían darme el Nobel de la Paz. O el Nobel del Autocontrol. Que lo inventasen específicamente para mí.
               Dylan soltó una risotada.
               -Sí, va a ser eso. La noche, quedamos que bien, ¿no?
               Esbocé mi mejor sonrisa de cacería de mujeres.
               -Satisfactoria.
               -Satisfactoria-repitió mi padrastro, imitando mi sonrisa y asintiendo con la cabeza.
               -Satisfactoria-reiteré, y él rió. Seguramente estuviera pensando en la paga que habíamos perdido del Gobierno por no haber solicitado una pensión por tener un discapacitado mental en la familia. Ya me parecía a mí que había veces en que me costaba demasiado pillar las cosas.
               -¿Por las actividades o por la mujer?
               Las actividades, pensé mientras recordaba a la Sabrae imaginaria dándose la vuelta y proporcionándome unas vistas increíbles de su culo.
               -La mujer-contesté, porque también era cierto. Que fuera ella la que hubiera hecho especial mi noche, y que fuera una mujer-. Dejémoslo en que me ha visitado en sueños.
               -Qué afortunado.
               -¿Te pasa a menudo?
               -Casi nunca recuerdo lo que sueño.
               -Si yo dejara de soñar, me suicidaría.
               Anda que no me había tirado yo a actrices en sueños…
               -Espero que no dejes de hacerlo nunca, hijo.
               -Yo tampoco-contesté, bravucón, y él volvió a reírse-. No, pero, en serio, ¿jamás sueñas? ¿Ni con mamá?
               -Tu madre es la protagonista de uno de los pocos sueños que he recordado a lo largo de mi vida-dijo, empujando las gafas por el puente de la nariz.
               -¿De veras? ¿Y qué hacíais? Si se puede saber. Que es mi madre, Dylan-le guiñé un ojo y él alzó una mano.
               -No tendrás que hacerme nada, tranquilo. No-se aclaró la garganta-. La primera vez que soñé con ella, simplemente paseábamos por un parque, yo la invitaba después a un café, y le robaba un beso.
               -Qué romántico.
               -¿Y tú?
               -Yo, ¿qué? ¿Si sueño con mamá? Sí. Que no me castiga. Me dan ganas de llorar cuando me despierto. Mi vida es una espiral de sufrimiento constante-me llevé una mano a la gente en tono trágico y Dylan me dedicó una sonrisa cortés.
               -No, con esta mujer. ¿Ya habías soñado antes?
               Me la había imaginado. Pero nunca había invadido mis sueños.
               Y, curiosamente, todas las veces en que Sabrae hacía acto de presencia en mi subconsciente, nuestros cuerpos terminaban unidos en uno solo.
               Ni siquiera cuando pensaba en Pauline o en Chrissy me ocurrían estas cosas. Podía imaginármelas perfectamente conmigo, incluso algunas veces había acudido a sus cuerpos mientras me daba placer, pero otras simplemente pensaba en ellas como mis amigas. Cuando mi madre me mandaba a por pasteles, yo me imaginaba yendo a la tienda de los padres de Pauline y a ella recibiéndome. Cuando empezaba a llover a cántaros y yo estaba en casa, me imaginaba yendo con Chrissy a repartir los pedidos del día de Amazon.
               La única que no podía escapar de mi mente sin que yo la hiciera gritar mi nombre era Sabrae. Había algo en ella más sexual de lo que nunca había experimentado con ninguna otra chica. Ninguna me tenía como lo hacía ella. Ninguna conseguía esa absoluta dominación de mi cuerpo.
               Ninguna había hecho que me corriera en sueños.
               -No, y, si te soy sincero, espero seguir haciéndolo. Yo no le hago cosas tan inocentes como robarle besos.
               Esta vez fue Dylan quien llenó el comedor con sus carcajadas.
               -¡Me alegra saber que consideras que tu madre y yo hacemos cosas inocentes!
               -¿No es así?-fingí sorpresa-. Porque ella es tímida. A ver si vas a asustarla.
               -Lo dudo bastante-chasqueó la lengua y un par de chillidos entusiasmados llegaron a nuestros oídos. Trufas se puso en pie como un resorte y levantó las orejas, alerta. Yo me giré sobre mí mismo para inspeccionar la puerta por la que había entrado, dado que la del salón estaba cerrada-. Deben de haberse dado los votos.
               -¿Crees que Sherezade podría conseguirnos una indemnización? Estoy seguro de que algo en ellas no está bien. A ver si tú y yo vamos a estar trabajando como burros cuando podríamos vivir del cuento en las Bahamas.
               -Tú trabajas porque quieres-me recordó, y abrió de nuevo el periódico. Parecía su escudo anti-polémicas. Cuando la conversación conmigo fluía, lo cerraba. Cuando nos acercábamos a un tema delicado, volvía a abrirlo y levantaba un muro metafórico entre nosotros.
               -Me gusta mi independencia.
               -Y eso te honra.
               -Y mamá no me pagaría la gasolina de la moto.
               -Que te des cuenta de eso denota que no eres imbécil.
               -Además, así puedo darle de mi pasta a Mimi si me la encuentro de fiesta.
               -¿Tu hermana suele quedarse sin dinero de fiesta?-quiso saber Dylan, y entrecerró los ojos. Parecía molesto porque Mimi era incapaz de administrarse la paga, cuando la hija de puta lo hacía de perlas.
               Se fundía todo lo que le daban en ropa y maquillaje, y cuando salíamos de fiesta y ella se quedaba sin dinero, se aseguraba de coger a Eleanor del brazo y venir a comerme a mí la oreja. Ay, Al, me ha pasado esto. Ay, Al, no sé qué ha sucedido. Ay, Al… ¿me das cincuenta libras?
               Jodida niña.
               -No-mentí, porque si decía la verdad, que me desplumaba cada fin de semana (la tía siempre encontraba la ocasión), seguramente la castigasen y ella, a modo de venganza, se chivaría de mi tendencia a no respetar los semáforos en ámbar cuando iba con la moto-, pero siempre hay que estar preparado, ¿no crees?
               Dylan entrecerró los ojos, pero asintió con la cabeza. Sospechaba que no estaba siendo sincero, pero no podía acusarme de algo que, para colmo, me perjudicaba. Si yo dejaba que Mimi se fundiera mi sueldo era problema mío. De todas formas, ¿para qué lo necesitaba realmente? Jordan nos invitaba en sus locales, y casi nunca nos movíamos de esos sitios. Muy pocas veces salíamos a cenar por ahí o comíamos algo, y en esas ocasiones, Mimi no se cruzaba en mi camino hasta mucho después de acabada la cena o finalizada la partida en los recreativos. Mi hermana era un buitre, vale, pero tampoco venía a sacarle a uno los ojos cuando todavía no se había muerto.
               Y yo siempre llevaba todo lo que podía necesitar realmente conmigo. Tabaco, mechero, el teléfono bien cargado… y condones.
               Y si no, estaba Scott.
               Y si no… bueno, siempre puedes comérselo a una tía y luego que ella te lo coma a ti. No termina de ser lo mismo, pero… verlas con el maquillaje corrido y dejándote las marcas del pintalabios en la base de la polla, o el brillo del gloss en toda su longitud, no deja de tener ese encanto.
               Mi cerebro se deslizó sutilmente hacia la imagen del pintalabios de Sabrae. A pesar de nuestra sesión de rollo intenso, se había mantenido en su sitio sin que yo pudiera hacer nada más que robarle un poco de su intensidad. Lo mismo sucedía con su delineador y su rímel: nadie diría que había estado toda la noche dándose el lote conmigo y con los ojos cerrados, gimiendo mi nombre.
               Me habría encantado que todo el mundo supiera lo que habíamos hecho por cómo estaría su cuerpo, pero la sola idea de imaginármela haciéndome la mamada del siglo y luego yendo a bailar como si tal cosa, sin que nadie sospechara cómo me hacía gozar y se me llevaba a la boca, me ponía más incluso que tener su maquillaje por todo mi cuerpo.
               ¡Alec!, me recriminé, notando cómo despertaba de nuevo. Definitivamente, me estaba embrujando. No era ni medio normal su forma de influenciar en mí. Había tenido un sueño que me había llevado al orgasmo, estaba física y psicológicamente agotado… y aun así se las apañaba para arrastrarme lejos del que hasta ahora había considerado mi límite y demostrarme que tenía más libido de la que incluso yo mismo creía.
               Menuda mierda no tener el móvil conmigo. Le enviaría un mensaje preguntándole adónde iría esa noche y conseguiría que me dejara hacerle todo lo que quisiera.
               Me volvería loco si no me hundía en su cuerpo. Gemir su nombre estando solo en mi cama no me bastaba; necesitaba gritarlo mientras estaba en su interior.
               -Al-llamó Dylan, y chasqueó los dedos delante de mí. Di un respingo.
               -¿Qué?
               -Lo has vuelto a hacer-rió.
               -¿El qué?
               -Irte a tu mundo.
               -Ah. Perdona. Asuntos urgentes que atender. Últimamente, hay revueltas-con nombre de mujer y cuerpo de diosa-. ¿Decías?
               -No tenía importancia-sacudió la cabeza y volvió a centrar la atención en su periódico. Yo eché un vistazo al jardín. Las zarzas comenzaban a enredarse con las flores más delicadas. Estaban ganando terreno a pesar del clima frío y oscuro. Los días de sol de los que habíamos disfrutado últimamente no conseguían calentar las plantas más hermosas, pero sí daban ánimos a las más salvajes y rudas.
               Dentro de mí, algo se retorcía y crecía como las enredaderas de mi madre. Todavía no había tenido la oportunidad de florecer, porque yo no había visto a Sabrae a plena luz del día. Me pregunté si nos llevaríamos mal por la tarde. Si ella me odiaría como lo había hecho siempre. Si no me soportaría, como llevaba pasándole desde que había empezado al colegio.
               Éramos dos personas diferentes, con el sol en lo alto y oculto tras el horizonte. Yo siempre había considerado que de noche era cuando era más yo, ¿le sucedería lo mismo a ella? ¿La chica con la que me acostaba era la verdadera Sabrae… o sólo una ilusión, un espejismo hecho con luz de luna y polvo de estrellas?
               Algo me agarró del hombro y volví a estremecerme.
               -¡Alec! ¡Tranquilo! ¡Sólo soy yo!-mamá me dio un beso en la mejilla y sonrió-. ¿En qué pensabas?
               -En nada. ¿Ya habéis terminado vuestro ritual de lágrimas?
               -Sí.
               -Genial, ¿comemos? Me muero de hambre.
               -Tú siempre tienes hambre-acusó Mimi, arrebatándome al conejo, que se retorció en su regazo, mucho más pequeño, incómodo y frío. Mimi hizo una mueca. Jódete, pensé, tu bicho me prefiere a mí antes que a ti.
               -Y tú siempre eres tan amable.
               -De tarde tienes que llevarme a Trufas al veterinario.
               -¿Quién lo dice?
               -Lo dice mamá.
               -No suenas como mamá.
               -Mamá-protestó Mimi, y mamá habló desde la cocina.
               -Hazle este favor a tu hermana, Al.
               Puse los ojos en blanco.
               -De tarde me voy a echar la siesta del milenio-me estiré. Ni había dormido todas las horas que solía, ni estaba tan descansado. Eso sí, había disfrutado de mi sueño como un cabrón. El agotamiento merecía la pena una y mil veces.
               -Eso será después de llevar a Trufs, ¿verdad, pequeñín?-hundió la cara en el conejo.
               -Le iría de puta madre ir caminando. Está obeso. He levantado pesas más ligeras que él.
               -Trufas no está gordo, sólo es de hueso ancho y pelo espeso.
               -Está como una bola, Mary Elizabeth-acusé-. No haces más que cebarlo para cuando nos lo comamos.
               Mimi le tapó las orejas al animal, escandalizada.
               -¡Mamá!-chilló, apresurándose hacia la cocina-. ¿¡Has oído lo que acaba de decir Alec!?
               -Le quema la salud a cualquiera-protesté, pasándome las manos por la cara. Dylan me estudió.
               -No la lleves.
               -Luego me hace sentir como la mierda.
               -Si no la consintieras tanto…
               -Es que es mi niña-la defendí, y Dylan se echó a reír.
               -Vale, vale, león. Cuida de tu cachorrita. Venga, a poner la mesa, ¿no te morías de hambre?-se burló, y yo puse los ojos en blanco, pero hice lo que me decían. Devoré los dos platos de comida que mamá había preparado, y protesté cuando me obligaron a ir con Mimi al veterinario del conejo. ¿Qué profesional que se precie pasa consulta un sábado por la tarde? Si ni siquiera era una urgencia, por el amor de Dios.
               Mi hermana dedicó media tarde a tocarme los huevos, pinchándome con lo bien que me lo habría pasado a noche y el sueño que tendría (pues sí, listilla, necesitaba urgentemente dormir), comentando la grandiosa siesta que me estaba perdiendo…
               -Me voy a comer a tu puta mascota el día que tardes en venir de ballet-la amenacé, pero Mimi se echó a reír, acarició a Trufas sobre el lomo con dedos largos y cariñosos y me sacó la lengua.
               Lo único que me amenizó un poco la tarde fue el intercambio de mensajes con Sabrae, y hasta en eso mi hermana decidió tocarme los huevos. Cada vez que yo desbloqueaba el móvil y “sonreía como un imbécil” (según ella), Mimi se inclinaba hacia delante y trataba de espiar nuestra conversación, pero yo tenía los reflejos lo suficientemente desarrollados como para impedirle que viera nada.
               Nos hicieron pasar y yo apenas estuve atento a las tímidas explicaciones que daba Mimi para explicar nuestra consulta, demasiado ocupado en entrar 20 veces por minuto en la conversación con Sabrae. Me dieron ganas de llamarla por teléfono y exigirle que me hiciera más caso a mí que a sus labores de repostería, pero aquello ni sería justo ni útil. Seguro que si mostraba un interés excesivo en ella la terminaría asustando.
               Porque, a ver, una cosa es decirle que ella te apetece, como yo hice en plena consulta, y otra muy diferente era comportarme como un verdadero psicópata, llamando a su casa cuando no éramos nada.
               Porque no éramos nada… ¿verdad?
               El veterinario, un chico que no debía de sacarme ni 10 años, se me quedó mirando al mismo tiempo que lo hacía Mimi, con las mejillas encendidas. Me di cuenta de que el tío era justo el tipo de mi hermana: pelo negro y corto, ojos inocentes, barba negra incipiente sobre piel morena… y cara de no verle nada de malo en llegar virgen a los 40.
               -¿Qué?
               -Me he dejado el dinero para la vacuna de Trufas en casa-explicó mi hermana en un susurro, y su rubor se acentuó-. ¿Me prestas 50 libras?
               -¿Tengo cara de ser el Banco de Inglaterra?
               -Por favor, Al-insistió mi niña, y yo bufé. Miré al doctor y asentí con la cabeza.
               -Póngale la mierda que le tenga que poner al bicho.
               Mimi esbozó una sonrisa radiante que endulzó con un abrazo y un beso cuando deposité un manojo de billetes arrugados encima de la mesa de la secretaria, que se me comía con los ojos y cuyo escote en cualquier otro momento me habría empujado a conseguir un descuentito en el cuarto del conserje.
               Pero a esas alturas del cuento yo estaba tan hasta lo huevos de Mimi y de tan mal humor por la falta de sueño y la perspectiva de no ver a Sabrae de tarde, que lo único que quería era ir a casa, meterme en la cama y, con un poco de suerte, volver a correrme en sueños mientras me la follaba duro.
               O Sabrae me follaba duro a mí.
               Casi me gustaba más la segunda opción.
               Mimi coló una galletita con forma de zanahoria en la jaula de Trufas, que se abalanzó hacia la puerta de la jaula con violencia. Seguía enfadado por la traición de la vacuna, pero su obesidad le impedía ser rencoroso. Mimi soltó una risita y yo saqué de nuevo el móvil del bolsillo de mi pantalón, esperando no sé el qué. ¿Un mensaje de Sabrae diciéndome que había cambiado de planes? ¿Diciéndome que hoy salía? ¿O que se le había quitado la regla misteriosamente y teníamos un asunto pendiente que resolver?
               Lo último ya sería fliparse un poco, ¿verdad? Ni siquiera los primogénitos tienen ese tipo de suerte.
               Pero nada. Mi móvil seguía callado, sin ninguna notificación que mereciera la pena. Cerraba las del grupo con mis amigos nada más recibirlas, y entraba y entraba y volvía a entrar en Instagram con la esperanza de que Sabrae diera señales de vida. Por Dios bendito, ¿qué coño estaba haciendo? ¿Un puto bizcocho o un menú para una boda real? Dame bola, tía, le exigí telepáticamente, pero si recibió el mensaje, no me contestó.
               -¿Seguís hablando por Instagram?-preguntó Mimi, apartándose un mechón de pelo de la cara y empujándose unas gafas que no estaban ahí por el puente de la nariz, en su tic nervioso predilecto. Porque, ah, sí. Mi hermana se ponía lentillas para ir a ver al veterinario. No sé qué coño esperaba conseguir con eso, pero bueno… yo no iba a ser quien destrozara sus sueños.
               -Y a ti te importa, porque…-aventuré, mirándola de refilón.
               -Me da lástima, eso es todo. ¿No es un poco incómodo?
               -Es lo que hay-contesté. Incómodo es follar en un biplaza, niña. Lo que me está haciendo Sabrae negándose en redondo a darme su número es tocarme los huevos pero bien.
               -¿Quieres que le pida su número a Eleanor?-la fulminé con la mirada, estupefacto.
               -¿Tan mal te piensas que está el percal, que necesito que ligues tú por mí?
               -Es por deberte el favor-musitó con un hilo de voz, y se abrazó inconscientemente a la jaula donde Trufas vibraba con el traqueteo del metro-. Por acompañarme al veterinario.
               -¿Quieres devolverme el favor? Rompe tu ridícula hucha con forma de cerdo y dame mi dinero-espeté, y ella abrió mucho los ojos.
               -Por Dios, ¿qué es lo que te pasa? Te levantaste de un humor óptimo y… ahora, mírate.
               -Necesito mi siesta de los sábados-contesté, clavando los ojos en una anciana que leía el periódico del metro con gesto concentrado.
               -No es verdad-dijo mi hermana, y me apoyó una mano en el antebrazo. Me lo acarició suavemente-. ¿Qué te pasa, Al? De verdad.
               Su actitud conciliadora consiguió apaciguarme. Me encogí de hombros.
               -Tenía ganas de esta noche, y ahora me he llevado un chasco.
               -¿Por?
               -Sabrae no sale-expliqué, y la miré con gesto un tanto derrotado. Mimi me dedicó una suave sonrisa que me supo a premio de consolación.
               -Bueno. Siempre puedes ir tú a dar una vuelta. O quedarte en casa-se apoyó en mí, mimosa-. Podemos jugar al Scrabble.
               -Odio el Scrabble.
­               -¡Porque siempre pierdes!-rió.
               -Porque es un coñazo-protesté, y ella llenó el vagón con su risa y a mí se me pasó un poco el mal humor. Cuando llegamos a casa, le di un trocito de apio a Trufas para que no me cogiera odio, y fui quitándome la ropa a mi habitación hasta meterme en la cama.
               Cuando desperté, tenía varios mensajes, pero el más interesante estaba en la cima de mis notificaciones. El mensaje de Sabrae era el más reciente de los que me mostraba el móvil.
¿Qué tal la siesta?
Las he tenido mejores. ¿Tus trabajos de repostería?
Llevan un rato en la nevera. Hace tiempo que los terminé. No te hablé antes para no despertarte.
Yo nunca duermo😎.
¡Eso no es verdad! Fijo que tienes una cara de dormido que no puedes con ella.
Buen intento, pero si tú no me das tu teléfono, yo no voy a mandarte foto 😉.
Como si me interesaran tus fotos.
Seguro que te MUERES por verme en mi ropa de andar por casa.
Tampoco creo que me sorprenda.
Créeme, bombón: si me hiciera una foto ahora, te sorprenderías.
               Miré mi reflejo amodorrado en el espejo. Las mantas me cubrían el abdomen, pero si me hiciera una foto, estoy seguro de que la imaginación de Sabrae haría el resto. Mis pectorales al aire serían suficiente para que le entrara calor.
               Pero si ella iba a dejarme colgado esa noche, yo no le iba a mandar ninguna foto.
               Ojo por ojo.
Tengo de sobra para mirar en tu perfil, pero gracias.
En mi perfil no luzco todo mi armario.
Hay veces que no luces nada.
¿Hablas de las fotos de la playa?
😉
Seguro que son tus favoritas, ¿eh?
😂 ¿Puedo hacerte una pregunta?
Dispara.
¿Vas siempre de camisa? Las únicas fotos que he visto en las que no llevabas, eran en la playa. Y me he dado cuenta de que nunca te he visto con una camiseta.
Sí, salvo en casa.
¿Y cómo vas en casa?
               Sonreí. Bien. La conversación estaba yendo justo por donde yo quería llevarla.
¿Por qué? ¿Quieres que te invite?
Más quisieras.
Voy de camiseta, Sherlock. En invierno, al menos.
Ya. ¿Y el resto de estaciones, Watson?
Bóxers.
Interesante.
               Me la imaginé babeando sobre el teléfono, y sospechaba que no iba del todo desencaminado. Yo ganaba muchísimo sin ropa, y ella todavía no había terminado de verme sin nada puesto. Seguro que le encantaba lo que estaba dispuesto a mostrarle, igual que a mí me volvía loco imaginármela sin nada más que mis manos en su cuerpo.
¿Fijo que no quieres pasarte?
Lo pensaré. 😉
               Charlamos un poco más, pero enseguida nos quedamos sin tema de conversación y ella me abandonó por ir a jugar con su hermana más pequeña. Decía que era una de las cosas que más le relajaba en el mundo, aunque siempre había sido la primera y ahora no estaba segura del todo. Me regodeé en el final de su mensaje y en el cariz que parecía hacerle adquirir a la conversación, de una nueva forma de declararnos a la que ninguno le daba la importancia que parecía tener.
               No le conté nada de mi sueño con ella, ni de cómo me había despertado un poco decepcionado de mi siesta por el mero hecho de que no había retomado nuestro polvo demencial donde lo habíamos dejado.
               Miré sus historias en Instagram como si del telediario se tratasen, y me tuve que contener para no enviarle ningún mensaje. Mi tarde transcurrió tranquila, dormitando en el regazo de mamá en el sofá mientras ella veía la televisión y hundía sus dedos con aire ausente en mi pelo. Ni siquiera me di cuenta de lo que estaba viendo. Mi móvil vibró y me lo saqué el bolsillo de los pantalones.
               -¿Sales hoy?-me escribía Pauline, y yo levanté la mirada para comprobar que mamá no husmeaba en mi conversación.
               -Paso-tecleé-, hoy me toca noche de tranquis en casa.
               -Por si cambias de opinión…-respondió, y me envió la ubicación de la discoteca a la que tenía pensado ir. Me metí en su página de Facebook y vi que tenían un evento planeado para esa noche, al que Pauline había indicado que asistiría.
               Lo único que podía sacarme del bucle de hastío en el que me encontraba era ver que el evento de la noche sería una fiesta de la espuma.
               O de camisetas mojadas.
               O cualquier celebración a la que quisiera ir Sabrae.
               Pero, como no era ninguna de las tres cosas, y me sentía cansado después de la noche que había pasado y un poco confuso por el remolino  de sentimientos que había en mi interior, cerré la aplicación de Facebook y cerré los ojos sobre el regazo de mamá.
               -¿Quién era?
               -Una amiga-si le decía que había hablado con Pauline, empezaría a interrogarme sobre nuestra relación. Mamá estaba convencida de que tenía una novia secreta de la que no quería hablarle por si no aprobaba mi relación.
               Como si yo necesitara de su aprobación para conseguir que una chica se abriera de piernas para mí.
               Me tiraría a mujeres de la misma edad que mi madre si mi minoría de edad no supusiera un problema para ellas. Vamos… ¡me quedaban 3 meses para cumplir los 18! ¿Qué miedo le tienen las cuarentonas a echar una canita al aire? No hay quien las entienda…
               Mamá me acarició el mentón.
               -¿Quería convencerte de que salieras?
               -La tentación es grande-respondí, llevando una mano al bulto de mi teléfono y suspirando. Las cosas tenían que estar muy mal si a mí no me apetecía ir a ver a Pauline y canjear mi vale por un polvo garantizado por ella.
               -Siempre puedes cambiar de opinión.
               -No creo que cambie de opinión.
               -Te lo hará cambiar Jordan-rió mi madre, besándome la frente.
               -Jordan no se cambia ni los calzoncillos, va a hacerme a mí cambiar de idea…-contesté, pero una parte de mí quería que mamá tuviera razón. Que Jordan me hiciera cambiar de idea. Que me sacara de las manos de Sabrae y me permitiera volver a ser yo.
               Como si no me gustara ser el Alec en que Sabrae me estaba convirtiendo.

Llamé a la puerta sin esperar que no fuera Jordan quien me la abriera. Seguramente ya estuviera listo y llevara diez minutos agobiándose por mi “puñetera costumbre de llegar tarde a todos lados”. Como si tuviera a alguien esperándome que hiciera que mereciera la pena que me apresurara. Como ayer, pensé para mis adentros, y me obligué a contener una sonrisa.
               Para mi sorpresa (y la de un público imaginario que contendría sonoramente el aliento de ser mi vida una comedia de las que llevan incluidas risas enlatadas –y, créeme, a veces digo cosas que ni los mejores guionistas de Hollywood podrían imaginar-), no fue mi mejor amigo quien apareció al otro lado de la puerta, sino su hermana mayor, Enobaria, una delicia azabache más oscura que el carbón. Me repuse rápidamente de mi sorpresa y me permití examinar su vestuario: vestido hasta las rodillas color vino con tirantes gruesos que enmarcaban sus pechos.
               Enobaria hizo lo mismo conmigo: me escaneó de arriba abajo, rodeando con la lengua la piruleta que llevaba en la boca mientras se imaginaba cómo sería meter la mano en mis pantalones de chándal grises (de esos que a las tías les vuelven locas) y ponerse de rodillas frente a mí.
               Sus ojos cargados de maquillaje escalaron hasta mi cara al final del repaso, y Enobaria se sacó con ceremonia la piruleta de la boca. Flirtear con ella sin Jordan de por medio era incluso más divertido que cuando mi amigo andaba por ahí. Hacía que la tensión sexual entre nosotros escalara. Desde que se había matriculado en la universidad, hacía ya 3 años, yo había empezado a mirarla con un interés reverencial. Hacía un año escaso que sabía que ese interés no era más que unas ganas irrefrenables de echarle el polvo del siglo.
               Enobaria estaba buenísima. Todavía no me explicaba cómo podía ser hermana de Jordan, con la piel mucho más oscura que él y las facciones mucho más atractivas.
               -Está fregando.
               -Pobrecito, seguro que le generaréis un trauma.
               Enobaria se echó a reír.
               -Pasa, anda. Antes de que te quedes helado. ¿No llevas poca ropa?-inquirió, alzando una ceja, y no esperó a que le contestara. Se volvió y caminó sacudiendo las caderas de forma sensual en dirección a la cocina, como exhibiéndose. Lo mejor de nuestra relación para ella era que me consideraba un puto niñato que no tenía ni idea de la vida. Cómo se notaba que no me había visto en plena acción.
               Claro que, en realidad, lo nuestro era más platónico que otra cosa. Jordan no me dejaría tocarle un pelo de la cabeza. Seguramente ni ella lo permitiera. Puede que todo fuera un farol, pero, ¿qué más da? Me encantaba una buena partida de póker.
               Me asomé al arco sin puerta de la cocina mientras Enobaria se acercaba al frutero de casa de sus padres y elegía una fruta. Jordan la miró con fastidio cuando su hermana abrió la nevera, se echó un chorrito de leche condensada en una cuchara y la colocó en el fregadero, justo cuando él parecía estar a punto de terminar su tarea. Mi amigo bufó algo así como “hija de puta…”.
               -¿Vas a ir así?-gruñó de mala manera, examinando mi atuendo: playeros, pantalones de chándal, y mi sudadera negra favorita, la que me había hecho Sergei cuando empecé a entrenar con él. Tenía un guante de boxeo en blanco bordado sobre el corazón, y en la espalda, unas inmensas letras con mi apellido y mi dorsal hacían las veces de identificación y de decoración: WHITELAW 05.  Yo me crucé de brazos.
               -He venido a preguntarte si prefieres pizza o hamburguesa para cenar.
               -¿Es que no pensáis comer nada sano por una vez en vuestra vida?-se metió su hermana, y Jordan puso los ojos en blanco antes de mandarla callar.
               -Nena, si tú supieras las cosas que me llevo a la boca…-contesté, y Enobaria se echó a reír, comprendiendo exactamente a qué cosas me refería.
               -Alec-casi rugió Jordan. Joder, meterme con él de esa manera era divertidísimo. Ahora entendía por qué Scott y Eleanor tonteaban tanto delante de Tommy.
               -Sólo te estoy tomando el pelo, Jor-le guiñé un ojo y él bufó de nuevo.
               -No tiene posibilidades conmigo.
               -No me digas eso, Nob, que me partes el corazón.
               -No es nada personal. No salgo con blancos. Os encuentro…-me miró de nuevo de arriba abajo- decepcionantes.
               Jordan rió entre dientes.
               -¿Y conmigo no estás dispuesta a hacer una excepción? Te estás perdiendo todo un mundo de posibilidades. Y yo soy una buena tarjeta de invitación. Una vez que pruebas a un blanco, ya no hay vuelta atrás-me mordisqueé el labio, cosa que solía encantarles a las mujeres, pero a Enobaria sólo le hizo gracia. Se inclinó y le dio un beso en la mejilla a su hermano, que él ni siquiera le devolvió, antes de salir de la cocina. No nos privamos de las miraditas reglamentarias.
               Cuando me volví hacia Jordan, me encontré con una mirada cansada por su parte. Me miraba por encima de unas cejas fruncidas que denotaban decepción.
               -¿Qué?
               -Eres gilipollas, tío. Vete a cambiarte-añadió-, que yo voy enseguida.
               -No me apetece salir hoy.
               Jordan se quedó paralizado.
               -Hoy es sábado-me recordó, como si fuera ilegal que yo me quedara en casa un sábado. Vale, normalmente, me comportaba como si el Parlamento hubiera puesto sobre mis hombros la pesada carga de abrir cada bar la última noche de la semana, pero, ¡venga! Que yo también tenía un cuerpo, podía apetecerme perfectamente un día de descanso.
               -Quiero noche de tranquis. ¿Pizza o hamburguesa?-insistí.
               -¿Tienes miedo que te vuelva a poner a The Weeknd?-se cachondeó, y noté cómo me cambiaba la expresión de la cara.
               Ojalá pudiera decir que no sonreí como un puto gilipollas. Parecía un calzonazos en ese momento. Menos mal que no tenía el móvil a mano para hacerme una foto; los chicos se meterían conmigo hasta el día en que me muriera.
               -Respecto a eso, te voy a matar-me pasé una mano por el pelo, intentando apartar de mi cabeza las imágenes de Sabrae restregándose contra mí mientras sonaba Often a todo volumen. O mientras me la follaba en mi cama, aunque fuera en sueños-. No sé si te mereces saber todas las cosas que tengo que contarte.
               -Ahora mismo llamo y les digo que no voy-respondió. Quiso saber si había avisado a las gemelas, a lo que respondí con un asentimiento de cabeza-. Y respecto a Sabrae… ¿ella sabe que no vas?
               Le dediqué mi mejor sonrisa torcida.
               -¿Por qué te crees que yo no voy?
               Jordan se echó a reír, negó con la cabeza, susurró un escueto “pizza” y se dispuso a descolgar el teléfono.
               -Jordan, macho, no llames, en serio. Yo a ti no te cuento nada más. Bastante tuve con el numerito de Often como para que ahora tengas más información con la que amargarme la vida.
               -Vete a por la puta pizza-contestó, marcando de memoria mientras sujetaba el teléfono entre su hombro y su mejilla y me apuntaba con un dedo acusador-, que me da la sensación de que tienes muchas cosas que contarme y tenemos poca noche por delante. Yo voy sacando las cervezas-me atajó antes de que pudiera responder-, y encendiendo la Play.
               Me metí las manos en los bolsillos de la sudadera y enarqué una ceja.
               -¿Tan barato crees que voy a venderme?
               -Cervecita fría-canturreó, y yo me eché a reír. Veinte minutos después, aparcaba la moto en el garaje de mi casa y atravesaba la calle en dirección a la de Jordan. La puerta no estaba cerrada, así que sólo tuve que empujarla con la cadera, lanzar una exclamación de quién era para que sus padres no se alarmaran, y me fui derechito al cuarto de juegos de Jordan, un cobertizo en la parte trasera de la casa que tenía puerta propia pero que no podía usarse porque, en la misma pared, estaba instalada una televisión 20 pulgadas mayor que su soporte. Así que, si abrías la puerta, la tele se iba a tomar por culo.
               Jordan se frotó las manos cuando me vio llegar, abrió las dos cajas de pizza y…
               … cogió un trozo de la mía.
               -¿Qué cojones se supone que estás haciendo?-quise saber, y él masticó sonoramente para hacerme de rabiar.
               -Tío, hay que ver cómo eres, ¿eh? Luego te la pago, no te rayes.
               -No quiero que me la pagues. Te invito yo.
               -No vas a invitarme.
               -Madre mía-bufé-, que sí. Otra cosa es que no te pegue una paliza. Deja mi puta pizza. Ahora.
               -No la quiero con huevo y pimiento.
               Me quedé a cuadros.
               -Si siempre la pides de huevo y pimiento, pedazo de gilipollas.
               -Pero hoy no me apetece. La tuya, en cambio… mmm-se relamió, palmeándose la tripa y cogiendo otro trozo-, riquísima.
               -Deja mi puta pizza de sobrasada, último aviso. Prefiero que me robes la novia a que me quites la pizza, Jordan, joder. Es que, ¡tío! Siempre haces lo mismo. Tengo que ir yo detrás de ti, adivinando lo que te apetece. ¿Te parece que estoy en tu puta cabeza para saber que hoy no querías tu maldita pizza de siempre? Ahora te jodes, y te la comes. Habérmelo dicho, que la de sobrasada es más barata que la Carnívora. Setecientos tipos distintos de colesterol lleva la mierda que te comes todos los fines de semana-la señalé con desprecio y Jordan bufó.
               -Por eso mismo; tengo que cuidar la línea.
               Le di un manotazo a la tapa de mi pizza y la alejé de él.
               -A mí no me vas a endosar tu puta pizza de mierda, con el asco que me dan los pimientos que les ponen.
               -A ti te da asco todo lo que no le puedas poner encima a una tía-gruñó, cogiendo de malos modos su caja.
               -Qué virgen eres, Jordan-puse los ojos en blanco-. Si tú supieras la cantidad de cosas que se le pueden poner encima a una chica…
               -¡No jodas!-exclamó, y se sentó sobre sus rodillas-. ¿Tenemos nueva ensoñación?-casi celebró, y yo sonreí.
               -Tendrás que matarme para descubrir mis secretos.
               Levantó con ceremonia una de las cervezas y yo me eché a reír.
               -¿Esto sirve?
               -Necesitarás más de eso.
               -Pero bueno, ¡qué subiditos estamos hoy, ¿no?! ¿Acaso tengo que llamar a Sabrae para que venga y te baje esos humos?
               Otra vez la puñetera sonrisa de gilipollas, esta vez recordando sus mensajes. Me da rabia no poder ir porque me apetecía mucho verte hoy. Noté cómo mis dientes rozaban mis labios, imaginándome su sonrisa cuando envió ese mensaje y recibió el mío, contestando que lo que a mí me apetecía era ella, no sólo verla. Casi podía escuchar su suave risita al ver mi arriesgada jugada.
               -Cállate la boca, gilipollas-fue la contestación que le di a Jordan, que sonrió, sabiéndose vencedor. Recogí la cerveza que me tendía y la entrechoqué con la suya. Me incliné para recoger los mandos y encender la consola, pero me detuvo.
               -Primero, me cuentas qué tal ayer. Ya, luego, si eso, jugamos a lo que te dé la gana-contestó, y yo lo fulminé con la mirada cuando me arrebató el mando. Lancé un suspiro teatral y una sonrisa oscura me atravesó la boca. Le miré con los ojos entrecerrados y Jordan dejó escapar una exclamación.
               -Voy a disfrutar mucho con esta conversación-se frotó las manos y dio un sorbo a su cerveza.
               -No más que yo, rememorando todo lo que he hecho y pensando que soy una leyenda viva-me encogí de hombros, di un nuevo sorbo de mi bebida, y me arrellané en el sofá para empezar mi relato a gusto. Jordan escuchó en silencio, terriblemente interesado y sin intención de tratar de ocultarlo. Me hizo preguntas para ralentizar el ritmo de mi narración cuando yo iba demasiado rápido, escatimando en detalles que quería guardarme para mí… o que quería que él me sonsacara a la fuerza.
               Jordan lanzó un silbido cuando le dije que estuve a punto de hacer que Sabrae se corriera sin tocarla entre las piernas, sólo con la habilidad de mis manos y mi lengua en la parte superior de su pecho.
               -Si lo hubieras conseguido, te haría un puto monumento.
               -Ya lo conseguí más veces-respondí, encogiéndome de hombros y guiñándole el ojo. Jordan rió sonoramente.
               -De acuerdo, eres el mejor follador de Inglaterra, ¿te importaría seguir con tu clase magistral?
               Le hablé de lo bien que olía, de lo cómodo que estuve con su cuerpo sobre el mío y de cómo la manzana había escalado puestos hasta convertirse en mi nueva fruta preferida. Jordan se echó a reír.
               -Sólo tú podías hacer que una inocente fruta fuera la cosa más obscena del mundo.
               -¿Qué puedo decir? Soy una leyenda. De todas maneras, ella tampoco se quedó atrás. Jo-der-ahora, el que silbé fui yo-. Se nota que es una Malik. No me extraña que su hermano sea el único que puede hacerme competencia. Empiezo a entender por qué las tías pierden las bragas por Scott… ya sabes, al margen del piercing y su belleza exótica.
               -Yo también tengo belleza exótica y no ligo como Scott. Tendrá que tener algo más.
               -Lo de exótico no te lo discuto, hermano, pero en cuanto a lo de belleza…-alcé una ceja y Jordan se abalanzó sobre mí.
               -¡Cabrón de mierda! Venga, sigue contando antes de que por esa boca tuya se escape alguna mamarrachada que haga que tenga que echarte de casa.
               Pasé por el momento del baile, lo fulminé con la mirada cuando él me dio las gracias (me aseguró que ni en un millón de años habría imaginado que aceptaría bailar con Sabrae), y resumí todo lo que habíamos hablado ella y yo de camino a su casa.
               Aquellos momentos eran demasiado íntimos, demasiado especiales como para que yo los pervirtiera rememorándolos en voz alta. Ponerlos por palabras no le harían justicia… y, francamente, no estaba preparado para mi reacción cuando Jordan empezara a cachondearse de mí por lo atrapado que estaba en las redes de Sabrae.
               Me enfadaría. Lo sabía. Él no podía entenderlo. No había sentido la conexión que nos había unido mientras nos mirábamos con el sol saliendo. El amanecer siempre es un momento mágico, el nacimiento de un nuevo día cargado de posibilidades.
               Pero, cuando lo ves en los ojos de una chica tan increíble como Sabrae, todo se carga de una magia que nunca antes habías experimentado. Una magia que no podías profanar intentando describirla. Todo intento de reproducirla sería inútil. Un insulto. Una traición.
               Y yo no quería traicionarla. Todavía no.
               Ni siquiera con Jordan. Puede que fuera egoísta, que él no considerara justo lo que estaba haciendo… pero era algo que quería guardar sólo para mí.
               No sé si él se olió lo que pasaba, pero el caso es que en ningún momento intentó profundizar en todo el asunto.
               Se echó a reír cuando le conté el sueño (con pelos y señales, porque en los polvos sí que no reparo en detalles).
               -Tío, te vas a terminar secando, ¡ten cuidado!-se cachondeó, y yo me eché a reír. Le resumí la conversación y él me obligó a enseñarle el teléfono. Leyó todos los mensajes, riéndose, mientras yo lo miraba, recordando las reacciones que me había imaginado que le arrancaría a Sabrae conforme íbamos hablando.
               Me la imaginaba riendo, frunciendo el ceño, mordiéndose el labio mientras tecleaba una respuesta ingeniosa… y eso me ponía una sonrisa estúpida en la boca. Un calzonazos, estás tú hecho, me decía a mí mismo, y no dejaba de sonreír. Me mordisqueé el pulgar.
               Jordan me devolvió el teléfono y se me quedó mirando, una sonrisa satisfecha tatuada en la cara.
               -Así que… no salimos porque Sabrae no sale. ¿Voy metiéndola en el grupo, o es un poco temprano?
               -Eres imbécil, tío-me eché a reír y recogí los mandos-. ¿Qué pasa? ¿No puede apetecerme estar una noche sin juergas, con mi mejor amigo, poniéndonos ciegos a pizza y cerveza?
               -No te suele apetecer cuando hay mujeres involucradas.
               -Esta noche no iba a haberlas-contesté, encendiendo la consola y reclinándome en el sillón. Jordan dio una palmada en el sofá.
               -¿Intentas decirme que a Alec Whitelaw no le apetece jugar a su juego favorito, el de la seducción?
               -Alec Whitelaw, por mucha eminencia que sea, necesita descansar de vez en cuando. Lleva una vida agotadora.
               -Sí, estoy seguro de que soñar que te follas a una chica es extenuante-rió mi amigo, y yo me recordé hundiéndome en la humedad de ella, el tacto de su piel perfecta en las yemas de mis dedos, y no pude evitar sonreír. Sus gemidos aún reverberaban en mi mente mientras la embestía, allá donde ella era más mujer y yo era más hombre.
               -Al menos yo tengo recuerdos de los que tirar. Tú no distinguirías un coño de una papaya.
               -Estoy convencido de que las papayas están más buenas que los coños.
               -Porque nunca te has comido un buen coño.
               -Sabes que no vas a conseguir que dejemos de hablar de Sabrae por mucho que intentes llevar la conversación hacia mi casi nula experiencia, ¿verdad?
               -¿Qué oyen mis oídos? ¿Casi? Jordan, que cuando cumplas los 18, nos vamos de putas. Ya verás cómo se te quita la tontería de llevar esa mierda en la cabeza-señalé sus rastas-. Media horita con una mujer, y empezarás a cuidarte.
               -Ya me cuido. A mí me gustan.
               -A las chicas, no. Por eso no te comes un rosco.
               -Son exóticas.
               -Tu cara sí que es exótica-me reí, y reí más cuando él me hizo un corte de manga. Le di un mordisco a mi pizza y activé el modo multijugador para que Jordan pudiera utilizar también su mando. Él se inclinó hacia su caja y tomó un nuevo pedazo de pizza. Nos dedicamos a jugar al Far Cry Hunter Primal hasta completar las misiones del día y ver la noche caer sobre nuestro pequeño poblado. Luego, cuando ya terminamos de cenar, cambiamos a un juego de carreras de coches. Jordan me pasó la tercera cerveza y me preguntó si la sed que estaba sintiendo tenía algo que ver con la conversación que habíamos mantenido. ¿Acaso había despertado recuerdos latentes?
               Me eché a reír y lo mandé a la mierda. Mientras él preparaba el juego, me levanté y encendí el equipo de música. Metí un disco de The Weeknd dentro de la ranura y me volví a sentar en el sofá. Jordan sonrió, encendió un cigarro y me lo tendió después de darle una profunda calada.
               Canturreamos mientras corríamos, cada uno sacándole el máximo partido a su coche tuneado hasta hacer irreconocible el modelo original.
               Jordan recuperó el cigarro y le dio una nueva calada antes de tendérmelo y dejar que terminara con la carrera.
               -Parece que el sábado no pinta tan mal, después de todo-comentó en tono sarcástico, y yo me lo quedé mirando.
               -No tengo ni idea de por qué dices eso-se echó a reír y di una calada del cigarro antes de darle un sorbo a la cerveza, la línea de meta ya atravesada y el personaje que me representaba en el juego dando brincos en la cima del podio.
               -Adivina-dijo, críptico.
               -Joder, Jor-jadeé-. ¿No te parece que estamos de puta madre? En plan… cervecita, pizza, videojuegos, The Weeknd… es que sólo nos faltaban un par de rubias haciéndonos la mamada del milenio. La rubia de Tommy, por ejemplo-sonreí, recordando a Diana. Sí, definitivamente no me importaría tenerla de rodillas delante de mí, haciendo que me lo pasara tan bien con su lengua que me diera exactamente igual mi posición en el juego, fuera de cabeza de carrera o de último en la competición-. Tío, el mundo está fatal repartido. Algunos nacen con estrella, y otros nacemos estrellados
               -¿Seguro que quieres una rubia?-Jordan volvió a reírse, empezaba a sospechar que los pimientos de la pizza no tuvieran alguna sustancia extra de la que no me habían hablado cuando la compré.
               -De nuevo, hermano, no tengo ni idea de a qué te refieres.
               -Creo que últimamente te van las morenas.
               -Cierto-asentí-. Tu hermana, por ejemplo-ataqué, pero Jordan no acusó el golpe-. Le metería la lengua en el esófago si ella me dejara.
               -Sí, ya. Pero no te deja, y por eso tú finges querer hacerlo. ¿Cuándo habías tonteado tanto con ella?
               -Cuando llevo esta sudadera-me toqué el dibujo del guante de boxeo bordado sobre el corazón-, me siento tremendamente poderosa.
               -Si pudieras, ni siquiera tendrías la intención.
               -¿A qué te refieres?-pregunté sin mirarle a los ojos, fingiéndome ocupado en cambiarle el mono a mi personaje. Pero tenía todos los sentidos disparados, alerta a lo que sea que Jordan estuviera insinuando.
               -Has cambiado.
               Lo miré.
               -Me aburre la ropa de mi avatar.
               -Sabes que no estoy hablando del juego.
               Puse los ojos en blanco.
               -Jor…
               -He visto el mensaje de Pauline-reveló, y yo clavé la vista en él.
               -Pues no sé por qué-respondí en tono lacerante-, porque hablé con Pauline por Telegram, y te enseñé la conversación con Sabrae en Instagram.
               -No pensé que te molestara.
               -No lo hace.
               -Sí lo hace. Mira qué cara has puesto.
               -La que tengo.
               -Bailaste a The Weeknd-me recordó, hurgando en la herida, y yo me pasé una mano por la cara, bufé, y me volví hacia él. No podía creerme que me estuviera haciendo esto, después de todo lo que le había dicho… incluso le había contado que ahora boxeaba peor por culpa de ella. ¿De verdad iba a ponerme ahora contra  las cuerdas? Tenía que saber que las cosas estaban empezando y yo no sabía a qué puerto se dirigían. No era justo que me obligara a perfilar la ruta.
               -¿Y de quién fue la culpa?
               Jordan parpadeó, apoyó la cabeza en la mano, su codo clavado en el sofá, y contestó con una elocuencia que me irritó:
               -Podrías haberle dicho que no.
               -Yo a las tías no suelo decirles que no. Así me evito que ellas me lo digan a mí.
               -Sabrae te lo dice, y a ti te da igual.
               -Jordan-advertí-. Me estás tocando los cojones más de la cuenta.
               -Ella te importa-acusó, y yo miré el mando-. Bailaste a The Weeknd-me repitió, y yo tragué saliva-. Tú nunca...
               -Ya sé que yo nunca-le corté. Sabía de sobra mis normas con respecto a The Weeknd. Sabía de sobra que las estaba rompiendo todas. Pensaba en ella escuchándolo, pensaba en ella masturbándome con la música de fondo, las bailaba con ella. No iba a follármela con The Weeknd sonando. Eso lo tenía clarísimo. Como que me llamo Alec. No iba a permitir que se metiera en esa parte de mi vida.
               -¿Por qué te pones así? Sólo estamos hablando, tío. No hace falta que me muerdas, joder.
               -Yo también lo noto, ¿sabes? No necesito que me lo digas tú. Sé que soy diferente por ella. Y eso me acojona, ¿sabes? No voy a poder… mírame-bufé-. Míranos. Estamos en tu puta casa, jugando a videojuegos, porque ella no sale, y si ella no sale, a mí no me apetece.
               -Si te soy sincero, creo que estás siendo un poco exagerado, tío. Ella te gusta, no pasa nada.
               -¿He dicho yo que pase algo?
               -Calma, gatito, ¿me quieres dejar hablar?-frunció el ceño y yo alcé las manos-. Gracias. El caso. Ella te gusta, tú le gustas a ella… no, no lo creo, estoy seguro-asintió cuando yo lo miré con dureza-. Es decir, las tías no se abren de piernas para pavos que no les atraen. Qué vas a saber tú de eso, con esa cara que me traes… pero yo lo sé bien. Es normal que os gustéis. Eres chico, ella es chica, siempre hubo atracción…
               -¿Atracción? Es Sabrae Malik-le recordé, echándome a reír.
               -A ti siempre te han ido los retos, Al-sonrió, y yo tuve que asentir con la cabeza, más relajado.
               -No creo que estés comportándote de ninguna manera peculiar. Ya nos hemos quedado en casa más veces. Yo sólo te estaba tomando el pelo, tronco. Perdona si te ha molestado lo de las morenas. No pensé que fuera a ofenderte.
               -Es que lo has dejado caer de una manera… como si nos fuéramos a casar, o algo.
               Jordan parpadeó.
               -A ver, Al, que una cosa es que os vayáis a casar, y otra que me niegues que Sabrae es especial para ti. Que yo no soy gilipollas, ¿sabes? Cualquiera con ojos en la cara y dos neuronas conectadas se daría cuenta de eso. Bailaste The Weeknd-dijo por tercera vez, divertido, y yo bufé.
               -Créeme, si lo hubiera sabido, la habría sacado de allí a rastras. Con amigos como tú, ¿quién necesita enemigos?
               -Te encantó.
               -Me la liaste.
               -Me adoras por eso.
               -Te quiero arrancar la cabeza.
               -No habrías tenido cojones a pedírselo. ¿De verdad te crees que el haber bailado con ella y luego soñado con ella es casualidad?
               -Tengo una imaginación muy vívida.
               -La tienes metida en tu subconsciente.
               Esbocé una sonrisa maligna.
               -Si ese es el precio que tengo que pagar para meterme dentro de ella, adelante.
               Jordan rió entre dientes y yo seleccioné un nuevo circuito.
               -Hacéis buena pareja.
               -Jordan…-advertí, y él alzó las manos.
               -La hacéis.
               -Eres imbécil del todo-reí, negando con la cabeza y poniendo los ojos en blanco.
               -Es decir, teniendo en cuenta las dificultades…
               Me volví hacia él como un resorte.
               -¿Qué dificultades?
               -Quiero decir… ella es negra, tú eres blanco.
               -Tú también eres negro y tampoco es que nos llevemos especialmente mal.
               -Ya, pero no follamos-espetó-. Debe ser una imagen curiosa, veros enredados. Como el ying y el yang.
               -Los chinos adoran ese símbolo, y son gente muy lista-Jordan se me quedó mirando y yo me mordí el labio-. ¿Te parece una dificultad?-quise confirmar, en tono más preocupado del que me gustaría-. Porque a mí no me importa, y a ella tampoco, creo…
               Empezó a reírse en mi cara y yo le lancé un cojín.
               -Vete a la mierda, puto subnormal-le di un puñetazo en las costillas mientras él aullaba de la risa-. Me tienes hasta los huevos, Dios. No sé por qué coño te sigo dirigiendo la palabra.
               -¿Sabes qué cara has puesto? ¡La leche!
               -¡Estaba preocupado, retrasado! Vamos a decírselo a Scott-le revelé, y Jordan me estudió, intentando ver el atisbo de broma. Luego, soltó un silbido, como diciendo la cosa va en serio-. Ni fiu, ni fua-le hice burla-. Es lo que tengo que hacer.
               -Hay amor-canturreó, y yo lo fulminé con la mirada.
               -Cómeme los huevos-me senté en el sofá y me apreté las palmas de las manos contra los ojos, reteniendo la rabia que comenzaba a gestarse dentro de mí. Me palpitaban las sienes y veía puntitos flotando en mi campo de visión totalmente oscurecido.
               -¿Qué pasa, tío?-me tocó el hombro y yo no me aparté, porque por muy tocapelotas que fuera, seguía siendo Jordan.
               -Que me has levantado dolor de cabeza.
               -¿Migraña otra vez? ¿No te has traído las gafas?
               -No, Jordan-bufé, y lo fulminé con la mirada-. No me he traído las putas gafas, ¿las ves por aquí?
               -Buah-bufó con la boca llena de una risotada-, normal, es que son de contable…-empezó a descojonarse delante de mí, y yo puse los ojos en blanco, pero noté una sonrisa esparcirse por mi boca.
               -Un contable muy sexy-contesté, tirando el mando sobre la mesa y estirándome cuan largo era sobre el sofá. Jordan me estudió mientras me presionaba de nuevo los ojos.
               -¿Sabes cómo se quita el dolor de cabeza?
               La sonrisa que esbocé bien podría verse desde el a Luna. ¿Qué mejor que una buena sesión de sexo para quitarte el dolor de cabeza? Era un invento de los dioses, no había cosa que el sexo no resolviera.
               Salvo los embarazos.
               Y la sífilis.
               Sí, el sexo no era muy bueno para evitar la sífilis.
               -¿Lo sabes tú?
               -¿Llamo a Sabrae?-se abalanzó sobre mi teléfono-. Dile que te cuente algo; mira, incluso te puedo sujetar el teléfono mientras te la cascas.
               -No lo hay más gilipollas que tú en todo Londres, macho-ladré, arrebatándole mi móvil de las manazas y echándome a reír. El muy cabrón sabía cómo ponerme de buen humor e impedir que me volviera contra él.
               -¿Crees que podrías convencerla para que viniera? Te juro que me voy si ella viene, para dejaros intimidad y tal.
               -Está con sus amigas.
               -Pobrecito, ¿eso te duele?-me pellizcó la barbilla y lo fulminé con la mirada.
               -No te pases, Jor-me zafé de él y le di un empujón.
               -Si te sirve de consuelo, estoy seguro de que no dejan de hablar sobre ti.
               -Sí, ya-tiré el móvil sobre la mesa, al lado del mando, y él lo recogió y me lo tendió.
               -¿No dices que no para de subir cosas a Instagram? Míralas. Te apuesto 50 libras a que en alguna de las que haya subido, sale tu nombre mencionado. O algo que no tenga que ver contigo.
               Estudié el teléfono.
               -No soy el centro de su vida-Jordan alzó una ceja-. Pero me vienen bien las 50 libras-acepté el móvil y lo desbloqueé. Jordan se pegó a mí y estudió la pantalla del teléfono mientras yo abría Instagram y tocaba la cara de Sabrae, que aparecía en mi página de inicio rodeada de un círculo de colores. Tomé aire y le miré.
               Si Sabrae había grabado algo que tuviera que ver conmigo, Jordan no me dejaría tranquilo nunca.
               Y si Sabrae no había grabado nada que tuviera que ver conmigo, a mí me dolería. Me molestaba reconocerlo, pero el hecho de pensar que ella no me sacaba de la cabeza como a mí me sucedía con ella era fundamental para que mi estado de ánimo se mantuviera estable.
               Jordan me devolvió la mirada, notando el momento tan crucial en el que nos encontrábamos.
               -¿Quieres que lo active yo?
               Negué con la cabeza, me mordí el labio, dejé el móvil un segundo encima de la mesa, me pasé una mano por el pelo, estudiando las posibilidades…
               -A la mierda.
               … y lo cogí.
               Toqué la cara de Sabrae y mi estómago dio un triple salto mortal cuando comenzó a cargar el primero de sus vídeos. Solo que no era un vídeo. Era una foto de su cena, o más bien de su postre: los brownies de los que me había hablado y la tarta de queso que comenzaban a mutilar. Se intuían varios pares de piernas vestidos con pijamas rodeándola, como si del centro de una flor se tratase.
               Ni rastro de mí.
               Lo siguiente era un vídeo. Dos de sus amigas se peleaban por el último brownie mientras la tercera torturaba su tarta de queso.
               -Está riquísima, Saab-la alababa la chica, de pelo lila recogido en trencitas.
               -Gracias, cariño-le respondía Sabrae, y supe que en cuanto estuviera solo, grabaría esa historia para poder escucharla en bucle decir “cariño”.
               -Te voy a dar, Kendra, yo la vi primero…-le gritaba Amoke, la del pelo rizado y anaranjado, a la otra chica.
               Un nuevo vídeo en bucle de la consola encendiéndose, y luego un montón de vídeos de ellas alborotando, bailando y cantando y dando brincos y riéndose.
               Estaba a punto de perder las esperanzas cuando llegó el último vídeo.
               Se habían puesto a jugar a las cartas, en un círculo que también hacía las veces de cuadrado, tapadas con mantas. Sabrae se enfocó la cara y se llevó la mano a la mejilla, mostrando el signo de la paz, antes de que sus amigas se quedaran calladas y lanzaran después una exclamación.
               -¡Sabraeeeeeeee!-chillaron, y Sabrae las miró, escuchó un segundo… y después se llevó una mano a la boca y se echó a reír.
               Estaba sonando Jason Derulo.
               Sonriente, sin mirar a cámara, olvidado el teléfono, abrió la boca para contestarles a sus amigas.
               Y el siguiente vídeo empezó a reproducirse.
               Di un toque en el lado izquierdo de la pantalla para volver a ver el vídeo.
               Levanté la cabeza y me encontré con Jordan, que había imitado mis movimientos.
               -Me debes 50 libras-festejó, y yo sonreí, observando la sonrisa de Sabrae a baja calidad, totalmente pixelada y emborronada por su movimiento-. ¿Y si le contestamos? Ponemos Often, subimos una historia, y esperamos a ver si la ve.
               -Demasiado arriesgado. Y es un cantazo.
               -¿Dónde está tu espíritu aventurero, tío?-me dio un puñetazo en el hombro-. ¿No quieres saber si tu chica me corresponde?
               -¿Corresponderme a qué? Te chutas-sacudí la cabeza y miré de nuevo el teléfono, que había conseguido retener la imagen de Sabrae sonriendo como si fuera el marco de una foto.
               -Estás coladito-rió, agarrándome la mandíbula y sacudiéndome la cabeza. Me zafé de él y lo fulminé con la mirada.
               -Me apetece comprobar una cosa, pero no sé si tendré que irme a mi puñetera casa para poder hacerlo tranquilo.
               Jordan alzó una ceja y se llevó una mano al pecho.
               -¿Crees que yo boicotearía tu incipiente relación? ¡Si estoy impaciente porque te eches novia!
               -Jordan-gruñí, y él alzó las manos. Se cruzó de brazos.
               -Dime qué quieres que haga.
               -Ponte a jugar. Le quitamos el volumen a la tele y ponemos la música más alta. Quiero comprobar si ella me ve. Y si va a contestarme.
               Mi amigo se frotó las manos.
               -¡Qué emocionante, sesión de investigación!
               Hizo lo que le pedí, me coloqué en el sofá y enfoqué la televisión mientras él iniciaba una nueva partida, esta vez en modo de un único jugador. Subimos el volumen de la canción que estaba sonando, Rocking, y yo me balanceé involuntariamente (vale, quizá fuera para reprimir un poco los nervios) al ritmo de la música. Jordan hizo un derrape magistral y los dos lanzamos una exclamación, acallando por un momento la música.
               Cuando el vídeo no podía tener más duración, solté el dedo y presioné Enviar. Me quedé mirando un momento la barra que indicaba el estado de subida de la historia, con el corazón en un puño. Jordan detuvo la partida y se acercó a mí.
               La historia se subió, un círculo apareció alrededor de mi foto. Jordan lo tocó para ver cómo había quedado el vídeo, y asintió, satisfecho.
               Esperamos.
               Y esperamos.
               Y seguimos esperando.
               Entré de nuevo en el vídeo. Varias personas lo habían visto; entre ellas, Tam, que me envió un mensaje sorprendida porque era la segunda vez que utilizaba las historias en todo el año.
               -¿Pido un deseo?-se burló mi amiga-. ¿Tú usando las historias? Menudo influencer.
               -Había que celebrar de algún modo la noche de tíos que estoy teniendo con Jor.
               -Bey no da crédito. Quiere saber si eres tú de verdad. ¿Te han secuestrado? ¿Te encuentras bien?
               -Todo en orden-tecleé.
               -No todo-dijo Jordan en voz alta, y yo le di un codazo. Sabrae seguía sin aparecer.
               Hice bailar el móvil entre mis dedos, desbloqueándolo y bloqueándolo cada minuto que pasaba, pero Sabrae no daba señales de vida.
               Entré en su cuenta, y vi que llevaba sin estar activa desde que había subido la última historia. Seguro que ni siquiera había visto que yo la había visto.
               -Esto ha sido una mala idea-me lamenté-. Voy a borrar el vídeo.
               -¿Qué? Ni hablar. No puedes borrarlo. Seguramente ella esté…
               -Pasándoselo de puta madre con sus amigas, y nosotros dos aquí, más pendientes de ella que de nuestra puñetera partida-recogí de nuevo el mando y empecé a moverme por las pantallas de juego.
               -Tienes que tener paciencia, Al. No todas las…
               Un sonido hizo que Jordan se callara. Mi móvil.
               Con el tono de las notificaciones de Instagram.
               Me lancé sobre el teléfono.
               ¡Saab. 🍫👑 (@sabraemalik) ha respondido a  tu historia!
               -¡VAMOS!-tronó Jordan, y estaba a punto de abrir su mensaje cuando una nueva notificación saltó en la pantalla de bloqueo.
               ¡Saab. 🍫👑 (@sabraemalik) ha publicado una nueva historia!
               Toqué la nueva notificación y me llevé el pulgar a los labios. Me mordisqueé la uña mientras cargaba, y Jordan me contemplaba en silencio.
               Una maraña de cuerpos se agitaba al ritmo de una música que no podía escucharse debido a sus gritos.
               Y, aun así, yo me las apañé para reconocer la canción.
               -NO BRAKES WHEN YOU PUSH THAT BACK-gritaron las chicas, y yo sonreí. Tip toe. La primera canción que habíamos bailado juntos. ¿Sería nuestra canción?
               Un inmenso alivio me recorrió. La historia llevaba sólo unos pocos segundos publicada. No había tardado en contestar mi mensaje; había tardado en entrar en Instagram. Seguramente hubiera vuelto a tener problemas con internet.
               Joder, todo apuntaba a que ella tenía las notificaciones de mi cuenta activadas, igual que yo las de la suya. Y eso me hizo flotar.
               Consciente de repente de los ojos de Jordan sobre mí, levanté la mirada, inocente.
               -¿Tienes activadas las notificaciones de sus historias?
               Tragué saliva y bloqueé de nuevo el teléfono sin tan siquiera leer su mensaje.
               -No.
               -Alec.
               -Sí-admití-. ¿Qué pasa? Tengo las notificaciones de mucha gente.
               -Ni siquiera tienes las mías.
               -Nunca subes nada.
               -¡Pues con más razón!
               -¿Qué más te da, tío? ¡Si te la suda Instagram!
               Jordan sonrió, malévolo.
               -A ti también. O, al menos, hasta que apareció ella.
               -No dices más que gilipolleces.
               -¿Ella tiene también tus notificaciones activadas?
               -¿Y qué si las tiene?-contesté.
               -¿No te hace ilusión?
               -Me la suda.
               -Ya. Claro-su sonrisa se amplió-. El amor…-canturreó, y yo le di un empujón.
               -Eres un pesado de mierda.
               -¿Por eso quieres decírselo a Scott? ¿Para que te dé su permiso?
               -No necesito el permiso de Scott para nada.
               -¿Ah, no?
               -No. Sólo follamos. Y nos mandamos mensajes. No hay nada más-aseguré.
               -No me parece que no haya nada más, si estás ahora en casa en lugar de por ahí.
               -¿Otra vez, tío? Eres un puto pesado. Si hubiera sabido que te iba a joder tanto quedarte en casa, no habría venido a verte.
               -¡Admite que estás colado por ella, Al!
               -Tenemos muy buen sexo, ¿y?
               -¡Que hay amor!-se echó a reír.
               -¿En qué te basas?-me puse en pie y Jordan me imitó.
               -En cómo te pones por ella.
               -Me pongo así por muchas. ¿Lo dices porque la cuidé? Porque habría hecho lo mismo con cualquiera-eso no era verdad. No del todo, al menos. Sólo habría cuidado de otras tres chicas como lo hice con Sabrae. Cuatro, si metíamos a mi hermana en el grupo.
               Mis amigas.
               Y jamás las tocaría como tocaba a Sabrae.
               -Sí, ya. Ella te importa. Lo has dicho antes.
               -Que ella me importe no quiere decir que tú tengas razón. No hay amor. Sólo es sexo. Y atracción.
               -También tienes sexo y atracción con Pauline y con Chrissy. Y no tienes encendidas sus notificaciones.
               -Si hubiera amor… si estuviera colado… iría con ella. La estaría cuidando ahora mismo, en su casa.
               -Como un novio-Jordan se cruzó de brazos y sonrió, satisfecho. Lo fulminé con la mirada. Me eché a temblar de la rabia. No podía creerme las gilipolleces que se atrevía a decirme… a mí. Precisamente a mí. Que había cuidado de Scott. Que había cuidado de Tommy. Que aguantaba los intentos de depresión de Max cada vez que se peleaba con su novia. Que me alegraba en silencio de que Logan no tuviera pareja para evitarme el cuidarle también a él. Que había estado ahí cuando a Bey le rompió el corazón el gilipollas con el que había estado saliendo…
               Lo mejor de las parejas era el sexo. Lo peor, era la pareja.
               Yo tenía lo mejor sin tener que sufrir por lo peor.
               ¿Qué cojones ladraba Jordan? ¿Por qué iba a querer cambiarlo?
               -¿No tienes ganas?-insistió Jordan, y yo entrecerré los ojos-. Sueñas con ella. No te la sacas de la cabeza. Incluso planeas las cosas pensando en ella.
               -No vuelvo a contarte nada más-sentencié.
               -Admítelo, Alec-ordenó-. Te estás comportando como un puto crío. ¿Crees que Scott te querrá cerca de ella si tú no eres capaz de decirlo en voz alta?
               -¿DECIR QUÉ?
               -¡QUE EL SEXO ES BUENO PORQUE ES CON ELLA, Y NO PORQUE ES SEXO! ¡QUE TE GUSTA! ¡QUE LA DESEAS MÁS ALLÁ DE SU CUERPO! ¡LA DESEAS A ELLA!
               Algo dentro de mí se desconectó.
               El sistema de seguridad de una compuerta que retenía veneno en su interior. Una sustancia oscura, pegajosa, empezó a inundarme. Apático, sin sentir nada más que rabia contenida y un fuego que yo conocía muy bien, en el que había sido engendrado y en el que llevaba cocinándome lentamente toda mi vida, empezó a abrasarme.
               -Si la deseara a ella-gruñí con una voz grave que no era la mía-, ¿haría lo que estoy a punto de hacer ahora?
               Jordan se puso pálido. Su rostro se desencajó, comprendiendo mejor incluso que yo mismo lo que me proponía.
               -¿Qué vas a hacer?-quiso saber en tono asustado. Su voz apenas era un susurro. Sonreí y él retrocedió instintivamente un segundo. Me mostró las palmas de sus manos en actitud conciliadora, pero era tarde.
               La bestia estaba despierta. Había olido la sangre.
               -Alec…
               Salí del cobertizo como un rayo; atravesé su casa como llamado por el canto de una sirena. Crucé la calle, abrí la puerta de mi casa, y subí zumbando las escaleras en dirección a mi habitación. Jordan me siguió pisándome los talones, incrédulo. Había dejado las puertas de su casa y de la mía abiertas, y su madre nos gritaba desde el otro extremo de la calle que dejáramos de hacer el imbécil.
               No, que su hijo dejara de hacer el imbécil. Él no tenía ni puta idea de lo que me pasaba con Sabrae. No lo entendía. No era capaz de sentir lo profundo de nuestra conexión.
               El hecho de que se refiriera a ello como amor hacía que me hirviera la sangre. Aquello no era amor. Aquello dolía. Y el amor no tenía que doler. Yo lo sabía bien. Mi madre lo sabía incluso mejor.
               -Alec, ¿qué vas a hacer? No hagas nada de lo que…-empezó, pero yo lo eché de mi habitación mientras me enfundaba unos vaqueros, y me apoyé en la puerta para que él no pudiera abrirla. La golpeó con los puños mientras yo me ponía la primera camisa que pillé. Una blanca, resplandeciente. Agarré mi cazadora, abrí la puerta y eché a correr escaleras abajo, en dirección al garaje, aprovechando que Jordan trastabilló al eliminar su obstáculo y cayó al suelo. Me subí a la moto y la arranqué; tenía el casco colgando del brazo y me lo pondría en marcha. Tenía que salir de allí.
               Tenía que dejar de pensar en ella y dejar que fuera otra la que ocupara mis pensamientos. Una que no me haría abandonar quien era por su cuerpo. Una que no me hiciera romper mis reglas.
               Abrí la puerta del garaje y solté un bufido cuando la silueta de Jordan, recortada contra la luz de las farolas, cortándome el paso. Saqué la moto del garaje y Jordan retrocedió, acomodándose a mi ruta. Lancé un gruñido.
               -¿Adónde vas?
               -Quítate de en medio-ordené.
               -No hagas nada de lo que te puedas arrepentir.
               -Que. Te. Quites. De. En. Medio-silabeé, y Jordan dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo.
               -Al…
               -Te vas a cagar-me puse el casco-. ¿Que el sexo es bueno porque es con ella? Lleva siendo bueno desde que follé por primera vez. Sabrae no tiene nada que ver en que me guste. ¿Y sacarme a Scott? Eso es bajo incluso para ti, Jordan. Podría importarme tres cojones lo que pensara Scott de esto.
               -Pero lo hace.
               -¿Qué más da si lo hace?-arranqué la moto y ésta rugió y comenzó a vibrar entre mis piernas, lista para complacerme, para ser parte de mí.
               Como Sabrae…
               Deja de pensar en ella. No haces más que probar que Jordan tiene razón.
               -Vas a meter la pata hasta el fondo.
               -Lo que voy a hacer es meterte la rueda en el esternón-espeté-, si no te quitas de en medio.
               Jordan frunció los labios, se cruzó de brazos y alzó la barbilla. Solté una risotada y giré la muñeca para hacer que la moto rugiera, amenazante, como una pantera defendiendo a sus cachorros.
               -Pásame por encima, si tienes cojones-instó mi mejor amigo, y volví a dar un acelerón, pero Jordan no se movió del sitio. Sonreí por debajo de mi casco-. Bájate de ahí. Te estás comportando como un niñato.
               -Es que soy un niñato-ladré, y la moto rugió de nuevo. Jordan tragó saliva. Le pasaría por encima. Lo juro por Dios.
               -Tú no quieres esto.
               -Sí que lo quiero. ¿Qué día es hoy?
               Jordan refunfuñó su respuesta.
               -No te he oído-me recliné sobre el asiento de la moto, que ronroneaba expectante-. ¿Qué día es hoy?
               -Sábado.
               -¿Y qué suelo hacer yo los sábados?
               Jordan me atravesó con una mirada gélida.
               -Sabes la respuesta.
               -Quiero que la digas tú.
               -Me hincho a follar-volví a apoyar las manos en el manillar de la moto y lo atravesé con la mirada-. Y hoy, no va a ser diferente.
               -Eres terco como una mula.
               Bien.
               Había ganado yo.
               -Es parte de mi encanto.
               -Bájate la visera-espetó él, molesto, apartándose de mi camino-. Lo único que nos faltaba era que te dieras una hostia por no ver bien, y que te quedaras paralítico.
               -Incluso en esas, la mejor parte de mi cuerpo seguiría funcionando.
               Soltó una risa triste.
               -Eres gilipollas, Alec.
               -Noticias frescas-contesté, guiñándole un ojo y bajándome la visera. Le di una palmadita juguetona en la mejilla, di una patada al suelo y me senté sobre la moto, que se deslizó por el asfalto oscuro y echó a correr en dirección al centro de Londres, siguiendo la llamada de la naturaleza, que me apremiaba a encontrarme con una de mis chicas.
               Jordan salió a la calle y se quedó en el centro, donde habría una línea discontinua separando ambos carriles, mucho tiempo después incluso de que las luces traseras de mi moto desaparecieran al girar la esquina y la noche se tragara el rugido del motor.
               Nunca le había decepcionado tanto.
-En tu puta vida vas a serlo más de lo que estás a punto esta noche-les susurró a las estrellas y la Luna, que tampoco podían verlo. Un cielo gris oscuro, sin estrellas, se cernía sobre nuestra ciudad.
               Ninguna constelación contemplaría con el horror de Jordan lo que estaba a punto de hacer esa noche.
        
        
 



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4 comentarios:

  1. SÉ QUE TE DIJE QUE NO PENSABA QUE ME PARECERÍA MAL, PERO MIRA PAVA QUIERO ESTRANGULAR AL PUTO ALEC HASTA QUE ME PIDA CLEMENCIA. ES QUE ES PUTO IDIOTA. TIENE 3 UNIDADES DE AÑOS O QUÉ COJONES LE PASA. SE PISPA DE QUE ESTÁ PILLADO Y NO SE LE OCURRE OTRA QUE IRSE A FOLLAR CON OTRA. ES QUE ES PUTO TOOOOOOOONTO JODER. TONTO HOSTIA. QUE YO PENSABA QUE SE LA IRÍA A FOLLAR POR CALENTÓN O PORQUE LE APETECÍA, NO PORQUE NO ES CAPAZ DE ADMITIR QUE ESTÁ PILLADO, ES QUE QUE PAVO.
    Mención especial a Jordan y a que me parece un bollito de crema y que es un mejor amigo cojonudo.

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    1. MENUDO PLOT TWIST TÚ ENFADADA CON ALEC Y DECEPCIONADA ES QUE JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
      Mira Jordan de verdad santa paciencia tiene no nos lo merecemos

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  2. Lo mejor del capitulo es Alec discutiendo con Dylan sobre que Diana fue asesinada, PORQUE SI SEÑORAS, LO FUE.
    ME CABREA INFINITO QUE NO QUIERO ADMITIR QUE ESTA EMPEZANDO A SENTIR COSAS POR SABRAE. QUE YO ACEPTO QUE NO QUIERAS TENER NADA CON NADIE PERO CHICO ACEPTALO HOSTIA. Y ENCIMA COMO PARA "VENGARSE" DE JORDAN SE VA A FOLLAR A TODAS LAS TIAS QUE SE LE CRUCEN POR EL CAMINO Y MIRA ESQUE ES LO MÁS INFANTIL DEL MUNDO. QUE SE PUEDE FOLLAR A QUIEN LE SALGA DE LOS COJONES PERO NO PARA DEMOSTRAR QUE NO ESTAS POR UNA TIA. ALEC (NO ME PUEDO CREER QUE VAYA A DECIR ESTO) MADURA UN POQUITO Y ENFRENTATE A TUS PUTOS SENTIMIENTOS EN LUGAR DE HACER DAÑO A LA GENTE. ME CAGO YA EN CRISTO. Y LA POBRE SABRAE EN SU CASA SUPER FELIZ PORQUE PIENSA QUE ALEC MERECE LA PENA Y VA A TIRARSE A LA PISCINA. ES QUE ME CAGO EN CRISTO ALEC. ME. CAGO. EN. CRISTO.
    Jordan gracias por intentar que entre un poco en razon, estamos todas contigo en ese sentimiento de decepción que tienes.

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    1. SE NOTÓ POCO QUE METÍ LO DE DIANA POR TI EH PATRI JAJAJAJAJAJAJAJA
      Es TONTÍSIMO de verdad es que si lo hiciiera porque le apetece pues bueno, en realidad no le debe nada a Sabrae porque no son novios ni nada por el estilo y ella en realidad sabe cómo es, pero de ahí a pirarse por despecho con otra????? encima para putear a Jordan??????? Alec tuvo UNA neurona a lo largo de su vida y fue cuando estaba todavía en la tripa de su madre.
      Buah lo que me duele es lo dolida que va a estar Sabrae con este tema es que :( me pone triste imaginármela toda ilusionada en su cama con sus amigas hablándole de él y él de cacería por ahí buah le pegamos
      Jordan te queremos de verdad eres un santo y un sol

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