Cuando me desperté, pensé que mi
situación y yo éramos lo más interesante que sucedía bajo el techo que mi familia
compartía, pero claramente me equivocaba. Después de cambiarme, echar a lavar
la ropa de mi cama y dejar sobre el colchón desnudo un nuevo juego de sábanas
(con la esperanza de que mamá tuviera el día generoso y se ofreciera a
hacérmela sin que yo selo tuviera que pedir), me dirigí a la cocina, movido por
el hambre que sólo una noche de fiesta y el posterior entrenamiento de boxeo
instalaban en mi interior.
Estaba famélico, y no sólo de
comida. Pensar en Sabrae y soñarla de una forma tan real me había hecho perder
la cabeza. El sueño había sido tan intenso que ni siquiera tenía ganas de
masturbarme, tan cansado como estaba y satisfecho con las reacciones de mi
cuerpo.
Pero que estuviera cansado y
hambriento no impedía que me fijara en todo lo que me rodeaba. Miré hacia el
salón, más por inercia que por cualquier cosa, y me detuve en seco al comprobar
que mi madre y mi hermana se encontraban en él, acurrucadas la una contra la
otra, hechas un ovillo sobre sí mismas con los pies sobre el sofá. Mamá nunca me dejaba subir los pies al sofá,
porque “iba a ensuciarlo”, como si los muebles estuvieran para exhibirlos ante
las visitas y no para utilizarlos. Además, si yo iba descalzo por casa, ¿qué
más daba? Estaba lo bastante limpia como para que no se tuviera que preocupar
por esas tonterías.
En fin, el caso es que me
sorprendió un montón encontrármelas de esa guisa. Parecían sencillamente
consternadas ante lo que fuera que estuvieran viendo en la televisión. Me
pregunté dónde estaba Dylan, pero ni siquiera me preocupé por él: el olor a
café que manaba desde la cocina me indicaba que mi padrastro estaba vivito y
coleando. Así que ni Mimi ni mamá lloraban por él.
Mamá se inclinó a coger un nuevo
pañuelo y dejó otro arrugado encima de la mesa del salón. Mimi hundió una
cuchara de sopa en un bote de crema de cacao, empujándose las gafas redondas y
empañadas por sus lágrimas por el puente de su pequeña nariz. Sorbió
sonoramente y dejó escapar un sollozo mirando la televisión. Mamá se sonó
escandalosamente la nariz y arrugó el pañuelo en su puño.
-¿Pero qué os pasa?-inquirí,
acercándome a ellas, que no me hicieron el más mínimo caso. Continuaron con la
vista clavada en la caja tonta y yo me volví para ver las imágenes que tan
conmocionadas las tenían.
Vamos.
No me jodas.
El cámara enfocó a una novia
radiante de tez café y ojazos inmensos mientras ella bajaba la vista a su ramo
de flores blancas, y el hombre de pie a su lado con uniforme militar se mordía
el labio enmarcado por la barba más pelirroja que hubieras visto nunca.
¿La boda real de Megan y Harry?
¿En serio?
Los novios se miraron y mi madre
y Mimi soltaron un gemido.
-Ay, mamá-gimió mi hermana, y yo
la miré, estupefacto. Joder, pero si hacía menos de un mes que se habían puesto
a ver la boda de los reyes. ¿Cuándo iban a parar con el maratón?
-Las hay con suerte.
-Tú también te puedes casar con
un príncipe, mi niña-mamá le acarició la mano a mi hermana, emocionada por la
perspectiva de verla vestida de blanco o por mezclarse con la realeza a través
de un matrimonio, no lo sé con seguridad.
-Me sacan mucho, mamá.
-Deberíamos empezar con la crema
antiedad-bromeó mi madre, y mi hermana se echó a reír y asintió con la cabeza. Puse
los ojos en blanco y me apoyé en el sofá. Me senté en el reposabrazos y Mimi se
volvió hacia mí. Palmeó el espacio a su lado, invitándome a unirme al festival
de lágrimas y emoción femenina.
-No, gracias-rechacé, y Mimi
sorbió de nuevo por la nariz y volvió a meterse una cucharada de medio kilo de
crema de cacao en la boca. Luego lloras
porque dices que estás gorda y los esmirriados de tus compañeros no pueden
levantarte.
Mamá extendió la mano y yo le di
un suave apretón a modo de saludo antes de cruzarme de brazos y seguir
observando a la pareja de novios, en aquel entonces todavía solteros. Tenía que
reconocer que entendía a la perfección las miradas que Harry le echaba a la que
hoy en día era su esposa. Incluso a mí me gustaba verlos en televisión cuando
acudían a actos benéficos; los duques de Sussex te alegraban más la vista que
la pareja real. Kate era un poco sosa, y tenía una pinta de estirada y de no
levantar la voz en la cama que no podía con ella. Megan, en cambio… estaba
hecha de otra pasta. Ese tipo de pasta que sólo tienen al otro lado del océano.
Tenía un polvazo importante. Yo también estaría tan contento como el príncipe
Harry si me estuviera casando con ella. Menuda fiera tenía que ser esa mujer en
la cama.
Puede que me hubiera tocado
pensando en ella, quién sabe. Es decir, cuando un miembro de la realeza tiene
un pasado anterior en el que le hacían reportajes, o grababa escenas, con poca
ropa, sientes más interés por él. Y yo, como inglés, tengo el deber moral de
conocer los entresijos de la aristocracia de mi país. Separar a las que están
como un tren y que aportan cosas nuevas a nuestro país de las que han nacido en
el sistema que llevamos arrastrando siglos,
y cuyos únicos usos son que el resto de países nos tengan envidia, y
servir de base para fantasías eróticas de relaciones entre clases sociales muy
diferentes.
Vale, me estaba empezando a poner
verla ahí y pensar en las pocas posibilidades que tenía de tirármela,
principalmente porque me sacaba… ¿cuarenta años? Pero la tía seguía estando
buenísima y tenía ese morbo tan propio de las MILF.
Intenté no pensar en lo que haría
si se me presentara la ocasión de meterme en la cama de alguno de mis mitos
eróticos, porque conocía de sobra mi escala y las dos finalistas: Megan Markle
y Sherezade Malik. ¿Seguro que un trío no estaba permitido?
Sería mejor que me pirara antes
de que yo también me pusiera a llorar, porque de ilusiones vive el tonto de los
cojones.
Me levanté de nuevo y las miré de
soslayo.
-¿Os traigo algo?
-Un príncipe-contestaron al
unísono. Vaya, vaya, parece ser que mamá tampoco está conforme con su estatus
social.
-Aquí tenéis a uno-contesté,
abriendo los brazos, y mamá y Mimi se giraron para mirarme. Me escanearon de
arriba abajo con verdadero odio y volvieron la vista a la televisión tras
decidir que el imbécil de su hijo/hermano era un ser insignificante.
Hora de largarse.
A mí no me pagan lo suficiente por aguantarlas con las reglas
sincronizadas, pensé sacudiendo la cabeza mientras me metía en la cocina. Acojonante. Las tres mujeres más importantes
de mi vida, con la regla a la vez.
Esto debe de ser una señal
divina.
Me detuve
en seco, repasando lo que acababa de pensar. ¿Las tres mujeres más importantes de mi vida? Esbocé una sonrisa cínica
al verme reflejado en la puerta de cristal del horno. Tronco, ¿por qué has pensado eso? Sí que te ha pegado fuerte.
Abrí la nevera y saqué una
botella de zumo natural, intentando apartar de mi cabeza la imagen de Sabrae
desnuda, encima de mí, montándome como si fuera un pura sangre con el que
pretende ganar una competición de hípica.
Quizás me deleité un poco
demasiado en cómo sus curvas se adaptaban a mi cuerpo y brillaban en la
oscuridad, o cómo sus pechos se movían al ritmo que imponían nuestras caderas
unidas, porque noté todo mi cuerpo despertar. Especialmente esa parte a la que
ambos le teníamos tantísimo cariño.
Di un sorbo y no me tranquilizó
la sensación del líquido caliente descendiendo por mi garganta y siguiendo la
misma trayectoria que tendrían sus besos. Lo volví a guardar en la nevera y
deseché la posibilidad de regresar al salón para que las mujeres de casa me
distrajeran. Un festival de sollozos y gemidos soñadores era lo último que yo
necesitaba.
Me asomé al comedor, donde Dylan
le daba un sorbo a una taza de café, leyendo distraído el periódico. Trufas estaba en su regazo, frotándose
contra él y exigiéndole todas sus atenciones. El conejo saltó al verme y corrió
a mi encuentro. Me incliné y lo tomé entre mis brazos; a modo de respuesta,
comenzó a agitarse en pleno éxtasis.
Mi padrastro levantó la cabeza y
me observó, divertido. Debía de tener una pinta de lo más curiosa: medio
amodorrado, confuso, y con el cuerpo todavía acusando la presencia fantasmal de
Sabrae, dándome caña como sólo ella podía.
-¿Puedo acompañarte?
-Por favor-respondió, abriendo
una mano para indicarme que me sentara en una silla a su lado. La arrastré con
el pie-. Alec… el suelo-me recordó, y yo bufé y asentí con la cabeza. Por
suerte, tenía las manos lo suficientemente grandes como para sostener al animal
sólo con una. Levanté la silla y me dejé caer sonoramente sobre ella,
espatarrado. Sorbí por la nariz y Dylan se recolocó las gafas.
-¿Mucha resaca?
-Estoy bien.
-No lo pareces.
-El subconsciente-me encogí de
hombros y levanté al conejo sobre sus patas traseras. Trufas se revolvió entre mis manos. Dylan alzó una ceja.
-Ya veo. ¿Y qué tal anoche?
-Mejor que bien-una sonrisa chula
se apoderó de mi boca, y mi padrastro la imitó. A pesar de no haber follado, tremendamente bien, pensé, y mi
sonrisa titiló un poco. Me sorprendió llegar a esa conclusión. ¿Qué coño me
pasaba? ¿Qué hostias me hacía Sabrae?
Aparte de echarme unos polvos
increíbles en sueños, y hacer que babeara por ella como un calzonazos virgen.
Y tenerme comiendo de la palma de
su mano.
Quiero decir… ¿has visto qué
manos tiene?
No vayas por ahí, hermano, me dije a
mí mismo cuando empecé a imaginármelas dentro de mis pantalones, sopesando mis
ganas de ella. Crecerían exponencialmente a su cercanía, y la presión que
ejerciera en mí.
Alec, me reñí, basta.
Un nuevo gemido llegó a nosotros
desde el salón. Trufas se acomodó en
mi regazo, se estiró cuan largo era, y el gordinflón soltó un suspiro de
satisfacción cuando me clavó las garras en el antebrazo. Hijo de puta. Me iba a
hacer sangre.
Dylan y yo nos miramos, yo puse
los ojos en blanco y negué con la cabeza. Sabía lo que me gustaba tirarme en el
sofá mientras esperaba a que mamá terminara de hacer la comida cada sábado,
mirando los reportajes de deportes o pillando alguna retransmisión en directo
de algún partido de baloncesto o, ¿por qué no? Incluso de boxeo.
Dios, los días en los que no
conseguía meterme en las bragas de ninguna tía, hasta las putas competiciones
de motociclismo me servían. El salón era mi hábitat natural. La televisión, mi
pareja.
Me la estaban usurpando.
Las cosas no podían quedar así.
-¿Demasiados estrógenos?-se
cachondeó Dylan, y yo me froté la cara.
-Tío, te lo juro. Estaba a
literalmente dos segundos de ponerme a menstruar yo también-rió entre dientes-.
¿Cuánto llevan así?
-Les ha dado tiempo a ver el
documental de la BBC del noviazgo de Diana-dijo sin ningún tipo de interés, con
lo que sospeché que lo habían sacado de la cama con sus gemidos. Menos mal que
yo dormía a pierna suelta y no había forma humana de despertarme si mi cerebro
no lo consideraba necesario. Y estaba tan agotado que una bola de demolición
derribando mi casa no podría conmigo.
-Se la puto cargaron-rezongué,
estirándome y recogiendo la taza de su café. Di un sorbo y Dylan alzó una
ceja-. ¡Fue asesinada!
-No está demostrado-estiró el
periódico en su típico gesto para mi madre y mi hermana de “hasta aquí la
conversación”. Una pena que Dylan no tuviera ningún tipo de poder sobre mí.
Es decir, más allá de la
autoridad moral que ejercía sobre mí por el simple hecho de ser él quien ponía
la comida en la mesa… pero ya me entiendes.
Cuando inviertes tu primer sueldo
en comprarte la botella de champán más cara y mejor que puedes conseguir en
Harrod’s, y la reservas para el día en que te digan que tu padre biológico está
muerto, sabes que eres un cabrón duro al que no van a poder someter tan
fácilmente.
Jordan decía que lo de tener el
traje del funeral preparado y guardado cuidadosamente en una bolsa en un
armario era de ser un psicópata. Bey sostenía que era la manifestación de mis
traumas infantiles.
A mí me parecía que estaba siendo
previsor.
Y que le estaba dando una buena
señal al universo para que espabilara. Tic tac, tic, tac, hijo de puta.
-No puedes decirlo en serio.
Tienes estudios superiores, Dylan.
-Sí, bueno, yo no creo que ella
fuera tan estúpida como para dejarse matar. Era lo suficientemente lista como
para intentar fingir su muerte y que la dejaran en paz. Sería una jugada
maestra. Sólo que… salió mal.
-Nos gobierna una estirpe de
corruptos y asesinos-le recordé.
-La Corona no tiene ningún poder.
-Tú ya me entiendes.
-Mira el lado positivo.
-¿Cuál es?
Dylan sonrió, y no me miró cuando
contestó:
-Megan Markle.
Solté una carcajada.
-Vale, quizá nos merezca la pena
mantener un par de palacios como residencia de la élite.
-La verdad es que la mujer te
alegra la vista.
-Y lo que no es la
vista-respondí, y Dylan volvió a reírse entre dientes. Pasó una página del
periódico y, tras examinarlo por encima, lo cerró y lo dobló encima de la mesa.
Apoyó las dos manos sobre el papel doblado, y me estudió a través del cristal
de sus gafas. Le sostuve la mirada con todo el tesón que pude, aunque Dylan
siempre terminaba intimidándome. Me daba la sensación de que podía leer mis
pensamientos más oscuros, comprender ideas mías que a mamá se le explicaban.
Él era hombre. Conocía mis
instintos porque los experimentaba en sus propias carnes. Mamá, no.
-Te noto diferente.
-La barba-contesté, pasándome una
mano por la mandíbula y encogiéndome de hombros. Empecé a considerar la
posibilidad de dejármela crecer, a ver qué pasaba.
No tenía nada que ver con el
hecho de que Sabrae me hubiera confesado esa semana, en una de nuestras
sesiones de chateo más picantes, a altas horas de la madrugada, que le gustaría
saber qué se sentía teniendo mi mandíbula sin afeitar entre sus muslos.
Esa puñetera niña tenía la
capacidad de ponerme cachondo con frases tremendamente inocentes, ¿qué
necesidad había de provocarme de esa forma tan obscena?
Joder, me sorprendía no habérmela
follado aquella noche, de tantísimas ganas que me tenía. Deberían darme el
Nobel de la Paz. O el Nobel del Autocontrol. Que lo inventasen específicamente
para mí.
Dylan soltó una risotada.
-Sí, va a ser eso. La noche,
quedamos que bien, ¿no?
Esbocé mi mejor sonrisa de
cacería de mujeres.
-Satisfactoria.
-Satisfactoria-repitió mi
padrastro, imitando mi sonrisa y asintiendo con la cabeza.
-Satisfactoria-reiteré, y él rió.
Seguramente estuviera pensando en la paga que habíamos perdido del Gobierno por
no haber solicitado una pensión por tener un discapacitado mental en la
familia. Ya me parecía a mí que había veces en que me costaba demasiado pillar las cosas.
-¿Por las actividades o por la
mujer?
Las actividades, pensé mientras recordaba a la Sabrae imaginaria
dándose la vuelta y proporcionándome unas vistas increíbles de su culo.
-La mujer-contesté, porque
también era cierto. Que fuera ella la
que hubiera hecho especial mi noche, y que fuera una mujer-. Dejémoslo en que
me ha visitado en sueños.
-Qué afortunado.
-¿Te pasa a menudo?
-Casi nunca recuerdo lo que
sueño.
-Si yo dejara de soñar, me
suicidaría.
Anda que no me había tirado yo a
actrices en sueños…
-Espero que no dejes de hacerlo
nunca, hijo.
-Yo tampoco-contesté, bravucón, y
él volvió a reírse-. No, pero, en serio, ¿jamás sueñas? ¿Ni con mamá?
-Tu madre es la protagonista de
uno de los pocos sueños que he recordado a lo largo de mi vida-dijo, empujando
las gafas por el puente de la nariz.
-¿De veras? ¿Y qué hacíais? Si se
puede saber. Que es mi madre, Dylan-le guiñé un ojo y él alzó una mano.
-No tendrás que hacerme nada,
tranquilo. No-se aclaró la garganta-. La primera vez que soñé con ella,
simplemente paseábamos por un parque, yo la invitaba después a un café, y le
robaba un beso.
-Qué romántico.
-¿Y tú?
-Yo, ¿qué? ¿Si sueño con mamá?
Sí. Que no me castiga. Me dan ganas de llorar cuando me despierto. Mi vida es
una espiral de sufrimiento constante-me llevé una mano a la gente en tono trágico
y Dylan me dedicó una sonrisa cortés.
-No, con esta mujer. ¿Ya habías
soñado antes?
Me la había imaginado. Pero nunca
había invadido mis sueños.
Y, curiosamente, todas las veces
en que Sabrae hacía acto de presencia en mi subconsciente, nuestros cuerpos
terminaban unidos en uno solo.
Ni siquiera cuando pensaba en
Pauline o en Chrissy me ocurrían estas cosas. Podía imaginármelas perfectamente
conmigo, incluso algunas veces había acudido a sus cuerpos mientras me daba
placer, pero otras simplemente pensaba en ellas como mis amigas. Cuando mi
madre me mandaba a por pasteles, yo me imaginaba yendo a la tienda de los
padres de Pauline y a ella recibiéndome. Cuando empezaba a llover a cántaros y
yo estaba en casa, me imaginaba yendo con Chrissy a repartir los pedidos del
día de Amazon.
La única que no podía escapar de
mi mente sin que yo la hiciera gritar mi nombre era Sabrae. Había algo en ella
más sexual de lo que nunca había experimentado con ninguna otra chica. Ninguna
me tenía como lo hacía ella. Ninguna conseguía esa absoluta dominación de mi
cuerpo.
Ninguna había hecho que me
corriera en sueños.
-No, y, si te soy sincero, espero
seguir haciéndolo. Yo no le hago cosas tan inocentes como robarle besos.
Esta vez fue Dylan quien llenó el
comedor con sus carcajadas.
-¡Me alegra saber que consideras
que tu madre y yo hacemos cosas inocentes!
-¿No es así?-fingí sorpresa-.
Porque ella es tímida. A ver si vas a asustarla.
-Lo dudo bastante-chasqueó la
lengua y un par de chillidos entusiasmados llegaron a nuestros oídos. Trufas se puso en pie como un resorte y
levantó las orejas, alerta. Yo me giré sobre mí mismo para inspeccionar la
puerta por la que había entrado, dado que la del salón estaba cerrada-. Deben
de haberse dado los votos.
-¿Crees que Sherezade podría
conseguirnos una indemnización? Estoy seguro de que algo en ellas no está bien.
A ver si tú y yo vamos a estar trabajando como burros cuando podríamos vivir
del cuento en las Bahamas.
-Tú trabajas porque quieres-me
recordó, y abrió de nuevo el periódico. Parecía su escudo anti-polémicas.
Cuando la conversación conmigo fluía, lo cerraba. Cuando nos acercábamos a un
tema delicado, volvía a abrirlo y levantaba un muro metafórico entre nosotros.
-Me gusta mi independencia.
-Y eso te honra.
-Y mamá no me pagaría la gasolina
de la moto.
-Que te des cuenta de eso denota
que no eres imbécil.
-Además, así puedo darle de mi
pasta a Mimi si me la encuentro de fiesta.
-¿Tu hermana suele quedarse sin
dinero de fiesta?-quiso saber Dylan, y entrecerró los ojos. Parecía molesto
porque Mimi era incapaz de administrarse la paga, cuando la hija de puta lo
hacía de perlas.
Se fundía todo lo que le daban en
ropa y maquillaje, y cuando salíamos de fiesta y ella se quedaba sin dinero, se
aseguraba de coger a Eleanor del brazo y venir a comerme a mí la oreja. Ay, Al, me ha pasado esto. Ay, Al, no sé qué
ha sucedido. Ay, Al… ¿me das cincuenta libras?
Jodida niña.
-No-mentí, porque si decía la
verdad, que me desplumaba cada fin de semana (la tía siempre encontraba la ocasión), seguramente la castigasen y ella, a
modo de venganza, se chivaría de mi tendencia a no respetar los semáforos en
ámbar cuando iba con la moto-, pero siempre hay que estar preparado, ¿no crees?
Dylan entrecerró los ojos, pero
asintió con la cabeza. Sospechaba que no estaba siendo sincero, pero no podía
acusarme de algo que, para colmo, me perjudicaba. Si yo dejaba que Mimi se
fundiera mi sueldo era problema mío. De todas formas, ¿para qué lo necesitaba
realmente? Jordan nos invitaba en sus locales, y casi nunca nos movíamos de
esos sitios. Muy pocas veces salíamos a cenar por ahí o comíamos algo, y en
esas ocasiones, Mimi no se cruzaba en mi camino hasta mucho después de acabada
la cena o finalizada la partida en los recreativos. Mi hermana era un buitre,
vale, pero tampoco venía a sacarle a uno los ojos cuando todavía no se había
muerto.
Y yo siempre llevaba todo lo que
podía necesitar realmente conmigo. Tabaco, mechero, el teléfono bien cargado… y
condones.
Y si no, estaba Scott.
Y si no… bueno, siempre puedes
comérselo a una tía y luego que ella te lo coma a ti. No termina de ser lo
mismo, pero… verlas con el maquillaje corrido y dejándote las marcas del
pintalabios en la base de la polla, o el brillo del gloss en toda su longitud,
no deja de tener ese encanto.
Mi cerebro se deslizó sutilmente
hacia la imagen del pintalabios de Sabrae. A pesar de nuestra sesión de rollo
intenso, se había mantenido en su sitio sin que yo pudiera hacer nada más que
robarle un poco de su intensidad. Lo mismo sucedía con su delineador y su
rímel: nadie diría que había estado toda la noche dándose el lote conmigo y con
los ojos cerrados, gimiendo mi nombre.
Me habría encantado que todo el
mundo supiera lo que habíamos hecho por cómo estaría su cuerpo, pero la sola
idea de imaginármela haciéndome la mamada del siglo y luego yendo a bailar como
si tal cosa, sin que nadie sospechara
cómo me hacía gozar y se me llevaba a la boca, me ponía más incluso que tener
su maquillaje por todo mi cuerpo.
¡Alec!, me recriminé, notando cómo despertaba de nuevo.
Definitivamente, me estaba embrujando. No era ni medio normal su forma de
influenciar en mí. Había tenido un sueño que me había llevado al orgasmo,
estaba física y psicológicamente agotado… y aun así se las apañaba para arrastrarme
lejos del que hasta ahora había considerado mi límite y demostrarme que tenía
más libido de la que incluso yo mismo creía.
Menuda mierda no tener el móvil
conmigo. Le enviaría un mensaje preguntándole adónde iría esa noche y
conseguiría que me dejara hacerle todo lo que quisiera.
Me volvería loco si no me hundía
en su cuerpo. Gemir su nombre estando solo en mi cama no me bastaba; necesitaba
gritarlo mientras estaba en su interior.
-Al-llamó Dylan, y chasqueó los
dedos delante de mí. Di un respingo.
-¿Qué?
-Lo has vuelto a hacer-rió.
-¿El qué?
-Irte a tu mundo.
-Ah. Perdona. Asuntos urgentes
que atender. Últimamente, hay revueltas-con nombre de mujer y cuerpo de diosa-.
¿Decías?
-No tenía importancia-sacudió la
cabeza y volvió a centrar la atención en su periódico. Yo eché un vistazo al
jardín. Las zarzas comenzaban a enredarse con las flores más delicadas. Estaban
ganando terreno a pesar del clima frío y oscuro. Los días de sol de los que
habíamos disfrutado últimamente no conseguían calentar las plantas más
hermosas, pero sí daban ánimos a las más salvajes y rudas.
Dentro de mí, algo se retorcía y
crecía como las enredaderas de mi madre. Todavía no había tenido la oportunidad
de florecer, porque yo no había visto a Sabrae a plena luz del día. Me pregunté
si nos llevaríamos mal por la tarde. Si ella me odiaría como lo había hecho
siempre. Si no me soportaría, como llevaba pasándole desde que había empezado
al colegio.
Éramos dos personas diferentes,
con el sol en lo alto y oculto tras el horizonte. Yo siempre había considerado
que de noche era cuando era más yo, ¿le sucedería lo mismo a ella? ¿La chica
con la que me acostaba era la verdadera Sabrae… o sólo una ilusión, un
espejismo hecho con luz de luna y polvo de estrellas?
Algo me agarró del hombro y volví
a estremecerme.
-¡Alec! ¡Tranquilo! ¡Sólo soy
yo!-mamá me dio un beso en la mejilla y sonrió-. ¿En qué pensabas?
-En nada. ¿Ya habéis terminado
vuestro ritual de lágrimas?
-Sí.
-Genial, ¿comemos? Me muero de
hambre.
-Tú siempre tienes hambre-acusó
Mimi, arrebatándome al conejo, que se retorció en su regazo, mucho más pequeño,
incómodo y frío. Mimi hizo una mueca. Jódete,
pensé, tu bicho me prefiere a mí
antes que a ti.
-Y tú siempre eres tan amable.
-De tarde tienes que llevarme a Trufas al veterinario.
-¿Quién lo dice?
-Lo dice mamá.
-No suenas como mamá.
-Mamá-protestó Mimi, y mamá habló
desde la cocina.
-Hazle este favor a tu hermana,
Al.
Puse los ojos en blanco.
-De tarde me voy a echar la
siesta del milenio-me estiré. Ni había dormido todas las horas que solía, ni
estaba tan descansado. Eso sí, había disfrutado de mi sueño como un cabrón. El
agotamiento merecía la pena una y mil veces.
-Eso será después de llevar a
Trufs, ¿verdad, pequeñín?-hundió la cara en el conejo.
-Le iría de puta madre ir
caminando. Está obeso. He levantado pesas más ligeras que él.
-Trufas no está gordo, sólo es de hueso ancho y pelo espeso.
-Está como una bola, Mary
Elizabeth-acusé-. No haces más que cebarlo para cuando nos lo comamos.
Mimi le tapó las orejas al
animal, escandalizada.
-¡Mamá!-chilló, apresurándose
hacia la cocina-. ¿¡Has oído lo que acaba de decir Alec!?
-Le quema la salud a
cualquiera-protesté, pasándome las manos por la cara. Dylan me estudió.
-No la lleves.
-Luego me hace sentir como la
mierda.
-Si no la consintieras tanto…
-Es que es mi niña-la defendí, y
Dylan se echó a reír.
-Vale, vale, león. Cuida de tu
cachorrita. Venga, a poner la mesa, ¿no te morías de hambre?-se burló, y yo
puse los ojos en blanco, pero hice lo que me decían. Devoré los dos platos de
comida que mamá había preparado, y protesté cuando me obligaron a ir con Mimi
al veterinario del conejo. ¿Qué profesional que se precie pasa consulta un
sábado por la tarde? Si ni siquiera era una urgencia, por el amor de Dios.
Mi hermana dedicó media tarde a
tocarme los huevos, pinchándome con lo bien que me lo habría pasado a noche y
el sueño que tendría (pues sí, listilla, necesitaba urgentemente dormir),
comentando la grandiosa siesta que me estaba perdiendo…
-Me voy a comer a tu puta mascota
el día que tardes en venir de ballet-la amenacé, pero Mimi se echó a reír,
acarició a Trufas sobre el lomo con
dedos largos y cariñosos y me sacó la lengua.
Lo único que me amenizó un poco
la tarde fue el intercambio de mensajes con Sabrae, y hasta en eso mi hermana
decidió tocarme los huevos. Cada vez que yo desbloqueaba el móvil y “sonreía
como un imbécil” (según ella), Mimi se inclinaba hacia delante y trataba de
espiar nuestra conversación, pero yo tenía los reflejos lo suficientemente
desarrollados como para impedirle que viera nada.
Nos hicieron pasar y yo apenas
estuve atento a las tímidas explicaciones que daba Mimi para explicar nuestra
consulta, demasiado ocupado en entrar 20 veces por minuto en la conversación
con Sabrae. Me dieron ganas de llamarla por teléfono y exigirle que me hiciera
más caso a mí que a sus labores de repostería, pero aquello ni sería justo ni
útil. Seguro que si mostraba un interés excesivo en ella la terminaría
asustando.
Porque, a ver, una cosa es
decirle que ella te apetece, como yo hice en plena consulta, y otra muy
diferente era comportarme como un verdadero psicópata, llamando a su casa
cuando no éramos nada.
Porque no éramos nada… ¿verdad?
El veterinario, un chico que no
debía de sacarme ni 10 años, se me quedó mirando al mismo tiempo que lo hacía
Mimi, con las mejillas encendidas. Me di cuenta de que el tío era justo el tipo
de mi hermana: pelo negro y corto, ojos inocentes, barba negra incipiente sobre
piel morena… y cara de no verle nada de malo en llegar virgen a los 40.
-¿Qué?
-Me he dejado el dinero para la
vacuna de Trufas en casa-explicó mi
hermana en un susurro, y su rubor se acentuó-. ¿Me prestas 50 libras?
-¿Tengo cara de ser el Banco de
Inglaterra?
-Por favor, Al-insistió mi niña,
y yo bufé. Miré al doctor y asentí con la cabeza.
-Póngale la mierda que le tenga
que poner al bicho.
Mimi esbozó una sonrisa radiante
que endulzó con un abrazo y un beso cuando deposité un manojo de billetes
arrugados encima de la mesa de la secretaria, que se me comía con los ojos y
cuyo escote en cualquier otro momento me habría empujado a conseguir un
descuentito en el cuarto del conserje.
Pero a esas alturas del cuento yo
estaba tan hasta lo huevos de Mimi y de tan mal humor por la falta de sueño y
la perspectiva de no ver a Sabrae de tarde, que lo único que quería era ir a
casa, meterme en la cama y, con un poco de suerte, volver a correrme en sueños
mientras me la follaba duro.
O Sabrae me follaba duro a mí.
Casi me gustaba más la segunda
opción.
Mimi coló una galletita con forma
de zanahoria en la jaula de Trufas,
que se abalanzó hacia la puerta de la jaula con violencia. Seguía enfadado por
la traición de la vacuna, pero su obesidad le impedía ser rencoroso. Mimi soltó
una risita y yo saqué de nuevo el móvil del bolsillo de mi pantalón, esperando
no sé el qué. ¿Un mensaje de Sabrae diciéndome que había cambiado de planes?
¿Diciéndome que hoy salía? ¿O que se le había quitado la regla misteriosamente
y teníamos un asunto pendiente que resolver?
Lo último ya sería fliparse un
poco, ¿verdad? Ni siquiera los primogénitos tienen ese tipo de suerte.
Pero nada. Mi móvil seguía
callado, sin ninguna notificación que mereciera la pena. Cerraba las del grupo
con mis amigos nada más recibirlas, y entraba y entraba y volvía a entrar en
Instagram con la esperanza de que Sabrae diera señales de vida. Por Dios
bendito, ¿qué coño estaba haciendo? ¿Un puto bizcocho o un menú para una boda
real? Dame bola, tía, le exigí
telepáticamente, pero si recibió el mensaje, no me contestó.
-¿Seguís hablando por
Instagram?-preguntó Mimi, apartándose un mechón de pelo de la cara y
empujándose unas gafas que no estaban ahí por el puente de la nariz, en su tic
nervioso predilecto. Porque, ah, sí. Mi hermana se ponía lentillas para ir a
ver al veterinario. No sé qué coño esperaba conseguir con eso, pero bueno… yo
no iba a ser quien destrozara sus sueños.
-Y a ti te importa,
porque…-aventuré, mirándola de refilón.
-Me da lástima, eso es todo. ¿No
es un poco incómodo?
-Es lo que hay-contesté. Incómodo es follar en un biplaza, niña. Lo
que me está haciendo Sabrae negándose en redondo a darme su número es tocarme
los huevos pero bien.
-¿Quieres que le pida su número a
Eleanor?-la fulminé con la mirada, estupefacto.
-¿Tan mal te piensas que está el
percal, que necesito que ligues tú por mí?
-Es por deberte el favor-musitó
con un hilo de voz, y se abrazó inconscientemente a la jaula donde Trufas vibraba con el traqueteo del
metro-. Por acompañarme al veterinario.
-¿Quieres devolverme el favor?
Rompe tu ridícula hucha con forma de cerdo y dame mi dinero-espeté, y ella
abrió mucho los ojos.
-Por Dios, ¿qué es lo que te
pasa? Te levantaste de un humor óptimo y… ahora, mírate.
-Necesito mi siesta de los
sábados-contesté, clavando los ojos en una anciana que leía el periódico del
metro con gesto concentrado.
-No es verdad-dijo mi hermana, y
me apoyó una mano en el antebrazo. Me lo acarició suavemente-. ¿Qué te pasa,
Al? De verdad.
Su actitud conciliadora consiguió
apaciguarme. Me encogí de hombros.
-Tenía ganas de esta noche, y
ahora me he llevado un chasco.
-¿Por?
-Sabrae no sale-expliqué, y la
miré con gesto un tanto derrotado. Mimi me dedicó una suave sonrisa que me supo
a premio de consolación.
-Bueno. Siempre puedes ir tú a
dar una vuelta. O quedarte en
casa-se apoyó en mí, mimosa-. Podemos jugar al Scrabble.
-Odio el Scrabble.
-¡Porque
siempre pierdes!-rió.
-Porque es un coñazo-protesté, y
ella llenó el vagón con su risa y a mí se me pasó un poco el mal humor. Cuando
llegamos a casa, le di un trocito de apio a Trufas
para que no me cogiera odio, y fui quitándome la ropa a mi habitación hasta
meterme en la cama.
Cuando desperté, tenía varios
mensajes, pero el más interesante estaba en la cima de mis notificaciones. El
mensaje de Sabrae era el más reciente de los que me mostraba el móvil.
¿Qué
tal la siesta?
Las he tenido mejores. ¿Tus
trabajos de repostería?
Llevan
un rato en la nevera. Hace tiempo que los terminé. No te hablé antes para no
despertarte.
Yo nunca duermo😎.
¡Eso
no es verdad! Fijo que tienes una cara de dormido que no puedes con ella.
Buen intento, pero si tú no
me das tu teléfono, yo no voy a mandarte foto 😉.
Como
si me interesaran tus fotos.
Seguro que te MUERES por
verme en mi ropa de andar por casa.
Tampoco
creo que me sorprenda.
Créeme, bombón: si me hiciera
una foto ahora, te sorprenderías.
Miré mi reflejo amodorrado en el
espejo. Las mantas me cubrían el abdomen, pero si me hiciera una foto, estoy
seguro de que la imaginación de Sabrae haría el resto. Mis pectorales al aire
serían suficiente para que le entrara calor.
Pero si ella iba a dejarme
colgado esa noche, yo no le iba a mandar ninguna foto.
Ojo por ojo.
Tengo
de sobra para mirar en tu perfil, pero gracias.
En mi perfil no luzco todo mi
armario.
Hay
veces que no luces nada.
¿Hablas de las fotos de la
playa?
😉
Seguro que son tus favoritas,
¿eh?
😂 ¿Puedo hacerte una pregunta?
Dispara.
¿Vas
siempre de camisa? Las únicas fotos que he visto en las que no llevabas, eran
en la playa. Y me he dado cuenta de que nunca te he visto con una camiseta.
Sí, salvo en casa.
¿Y
cómo vas en casa?
Sonreí. Bien. La conversación estaba yendo justo por donde yo quería
llevarla.
¿Por qué? ¿Quieres que te
invite?
Más
quisieras.
Voy de camiseta, Sherlock. En
invierno, al menos.
Ya.
¿Y el resto de estaciones, Watson?
Bóxers.
Interesante.
Me la imaginé babeando sobre el
teléfono, y sospechaba que no iba del todo desencaminado. Yo ganaba muchísimo
sin ropa, y ella todavía no había terminado de verme sin nada puesto. Seguro
que le encantaba lo que estaba dispuesto a mostrarle, igual que a mí me volvía
loco imaginármela sin nada más que mis manos en su cuerpo.
¿Fijo que no quieres pasarte?
Lo
pensaré. 😉
Charlamos un poco más, pero
enseguida nos quedamos sin tema de conversación y ella me abandonó por ir a
jugar con su hermana más pequeña. Decía que era una de las cosas que más le
relajaba en el mundo, aunque siempre había sido la primera y ahora no estaba
segura del todo. Me regodeé en el final de su mensaje y en el cariz que parecía
hacerle adquirir a la conversación, de una nueva forma de declararnos a la que
ninguno le daba la importancia que parecía tener.
No le conté nada de mi sueño con
ella, ni de cómo me había despertado un poco decepcionado de mi siesta por el
mero hecho de que no había retomado nuestro polvo demencial donde lo habíamos
dejado.
Miré sus historias en Instagram
como si del telediario se tratasen, y me tuve que contener para no enviarle
ningún mensaje. Mi tarde transcurrió tranquila, dormitando en el regazo de mamá
en el sofá mientras ella veía la televisión y hundía sus dedos con aire ausente
en mi pelo. Ni siquiera me di cuenta de lo que estaba viendo. Mi móvil vibró y
me lo saqué el bolsillo de los pantalones.
-¿Sales hoy?-me escribía Pauline,
y yo levanté la mirada para comprobar que mamá no husmeaba en mi conversación.
-Paso-tecleé-, hoy me toca noche
de tranquis en casa.
-Por si cambias de
opinión…-respondió, y me envió la ubicación de la discoteca a la que tenía
pensado ir. Me metí en su página de Facebook y vi que tenían un evento planeado
para esa noche, al que Pauline había indicado que asistiría.
Lo único que podía sacarme del
bucle de hastío en el que me encontraba era ver que el evento de la noche sería
una fiesta de la espuma.
O de camisetas mojadas.
O cualquier celebración a la que
quisiera ir Sabrae.
Pero, como no era ninguna de las
tres cosas, y me sentía cansado después de la noche que había pasado y un poco
confuso por el remolino de sentimientos
que había en mi interior, cerré la aplicación de Facebook y cerré los ojos
sobre el regazo de mamá.
-¿Quién era?
-Una amiga-si le decía que había
hablado con Pauline, empezaría a interrogarme sobre nuestra relación. Mamá
estaba convencida de que tenía una novia secreta de la que no quería hablarle
por si no aprobaba mi relación.
Como si yo necesitara de su
aprobación para conseguir que una chica se abriera de piernas para mí.
Me tiraría a mujeres de la misma
edad que mi madre si mi minoría de edad no supusiera un problema para ellas.
Vamos… ¡me quedaban 3 meses para cumplir los 18! ¿Qué miedo le tienen las
cuarentonas a echar una canita al aire? No hay quien las entienda…
Mamá me acarició el mentón.
-¿Quería convencerte de que
salieras?
-La tentación es grande-respondí,
llevando una mano al bulto de mi teléfono y suspirando. Las cosas tenían que
estar muy mal si a mí no me apetecía ir a ver a Pauline y canjear mi vale por
un polvo garantizado por ella.
-Siempre puedes cambiar de
opinión.
-No creo que cambie de opinión.
-Te lo hará cambiar Jordan-rió mi
madre, besándome la frente.
-Jordan no se cambia ni los
calzoncillos, va a hacerme a mí cambiar de idea…-contesté, pero una parte de mí
quería que mamá tuviera razón. Que Jordan me hiciera cambiar de idea. Que me
sacara de las manos de Sabrae y me permitiera volver a ser yo.
Como si no me gustara ser el Alec
en que Sabrae me estaba convirtiendo.
Llamé
a la puerta sin esperar que no fuera Jordan quien me la abriera. Seguramente ya
estuviera listo y llevara diez minutos agobiándose por mi “puñetera costumbre
de llegar tarde a todos lados”. Como si tuviera a alguien esperándome que
hiciera que mereciera la pena que me apresurara. Como ayer, pensé para mis adentros, y me obligué a contener una
sonrisa.
Para mi sorpresa (y la de un
público imaginario que contendría sonoramente el aliento de ser mi vida una
comedia de las que llevan incluidas risas enlatadas –y, créeme, a veces digo
cosas que ni los mejores guionistas de Hollywood podrían imaginar-), no fue mi
mejor amigo quien apareció al otro lado de la puerta, sino su hermana mayor,
Enobaria, una delicia azabache más oscura que el carbón. Me repuse rápidamente
de mi sorpresa y me permití examinar su vestuario: vestido hasta las rodillas
color vino con tirantes gruesos que enmarcaban sus pechos.
Enobaria hizo lo mismo conmigo:
me escaneó de arriba abajo, rodeando con la lengua la piruleta que llevaba en
la boca mientras se imaginaba cómo sería meter la mano en mis pantalones de
chándal grises (de esos que a las tías les vuelven locas) y ponerse de rodillas
frente a mí.
Sus ojos cargados de maquillaje
escalaron hasta mi cara al final del repaso, y Enobaria se sacó con ceremonia
la piruleta de la boca. Flirtear con ella sin Jordan de por medio era incluso
más divertido que cuando mi amigo andaba por ahí. Hacía que la tensión sexual
entre nosotros escalara. Desde que se había matriculado en la universidad,
hacía ya 3 años, yo había empezado a mirarla con un interés reverencial. Hacía
un año escaso que sabía que ese interés no era más que unas ganas irrefrenables
de echarle el polvo del siglo.
Enobaria estaba buenísima. Todavía no me explicaba cómo
podía ser hermana de Jordan, con la piel mucho más oscura que él y las
facciones mucho más atractivas.
-Está fregando.
-Pobrecito, seguro que le
generaréis un trauma.
Enobaria se echó a reír.
-Pasa, anda. Antes de que te
quedes helado. ¿No llevas poca ropa?-inquirió, alzando una ceja, y no esperó a
que le contestara. Se volvió y caminó sacudiendo las caderas de forma sensual
en dirección a la cocina, como exhibiéndose. Lo mejor de nuestra relación para
ella era que me consideraba un puto niñato que no tenía ni idea de la vida.
Cómo se notaba que no me había visto en plena acción.
Claro que, en realidad, lo
nuestro era más platónico que otra cosa. Jordan no me dejaría tocarle un pelo
de la cabeza. Seguramente ni ella lo permitiera. Puede que todo fuera un farol,
pero, ¿qué más da? Me encantaba una buena partida de póker.
Me asomé al arco sin puerta de la
cocina mientras Enobaria se acercaba al frutero de casa de sus padres y elegía
una fruta. Jordan la miró con fastidio cuando su hermana abrió la nevera, se
echó un chorrito de leche condensada en una cuchara y la colocó en el
fregadero, justo cuando él parecía estar a punto de terminar su tarea. Mi amigo
bufó algo así como “hija de puta…”.
-¿Vas a ir así?-gruñó de mala
manera, examinando mi atuendo: playeros, pantalones de chándal, y mi sudadera
negra favorita, la que me había hecho Sergei cuando empecé a entrenar con él.
Tenía un guante de boxeo en blanco bordado sobre el corazón, y en la espalda,
unas inmensas letras con mi apellido y mi dorsal hacían las veces de
identificación y de decoración: WHITELAW 05.
Yo me crucé de brazos.
-He venido a preguntarte si
prefieres pizza o hamburguesa para cenar.
-¿Es que no pensáis comer nada
sano por una vez en vuestra vida?-se metió su hermana, y Jordan puso los ojos
en blanco antes de mandarla callar.
-Nena, si tú supieras las cosas
que me llevo a la boca…-contesté, y Enobaria se echó a reír, comprendiendo
exactamente a qué cosas me refería.
-Alec-casi rugió Jordan. Joder,
meterme con él de esa manera era divertidísimo. Ahora entendía por qué Scott y
Eleanor tonteaban tanto delante de Tommy.
-Sólo te estoy tomando el pelo,
Jor-le guiñé un ojo y él bufó de nuevo.
-No tiene posibilidades conmigo.
-No me digas eso, Nob, que me
partes el corazón.
-No es nada personal. No salgo
con blancos. Os encuentro…-me miró de nuevo de arriba abajo- decepcionantes.
Jordan rió entre dientes.
-¿Y conmigo no estás dispuesta a
hacer una excepción? Te estás perdiendo todo un mundo de posibilidades. Y yo
soy una buena tarjeta de invitación. Una vez que pruebas a un blanco, ya no hay
vuelta atrás-me mordisqueé el labio, cosa que solía encantarles a las mujeres, pero
a Enobaria sólo le hizo gracia. Se inclinó y le dio un beso en la mejilla a su
hermano, que él ni siquiera le devolvió, antes de salir de la cocina. No nos
privamos de las miraditas reglamentarias.
Cuando me volví hacia Jordan, me
encontré con una mirada cansada por su parte. Me miraba por encima de unas
cejas fruncidas que denotaban decepción.
-¿Qué?
-Eres gilipollas, tío. Vete a
cambiarte-añadió-, que yo voy enseguida.
-No me apetece salir hoy.
Jordan se quedó paralizado.
-Hoy es sábado-me recordó, como
si fuera ilegal que yo me quedara en casa un sábado. Vale, normalmente, me
comportaba como si el Parlamento hubiera puesto sobre mis hombros la pesada
carga de abrir cada bar la última noche de la semana, pero, ¡venga! Que yo
también tenía un cuerpo, podía apetecerme perfectamente un día de descanso.
-Quiero noche de tranquis. ¿Pizza
o hamburguesa?-insistí.
-¿Tienes miedo que te vuelva a
poner a The Weeknd?-se cachondeó, y noté cómo me cambiaba la expresión de la
cara.
Ojalá pudiera decir que no sonreí
como un puto gilipollas. Parecía un calzonazos en ese momento. Menos mal que no
tenía el móvil a mano para hacerme una foto; los chicos se meterían conmigo
hasta el día en que me muriera.
-Respecto a eso, te voy a
matar-me pasé una mano por el pelo, intentando apartar de mi cabeza las
imágenes de Sabrae restregándose contra mí mientras sonaba Often a todo volumen. O mientras me la follaba en mi cama, aunque
fuera en sueños-. No sé si te mereces saber todas las cosas que tengo que
contarte.
-Ahora mismo llamo y les digo que
no voy-respondió. Quiso saber si había avisado a las gemelas, a lo que respondí
con un asentimiento de cabeza-. Y respecto a Sabrae… ¿ella sabe que no vas?
Le dediqué mi mejor sonrisa
torcida.
-¿Por qué te crees que yo no voy?
Jordan se echó a reír, negó con
la cabeza, susurró un escueto “pizza” y se dispuso a descolgar el teléfono.
-Jordan, macho, no llames, en
serio. Yo a ti no te cuento nada más. Bastante tuve con el numerito de Often como para que ahora tengas más
información con la que amargarme la vida.
-Vete a por la puta
pizza-contestó, marcando de memoria mientras sujetaba el teléfono entre su
hombro y su mejilla y me apuntaba con un dedo acusador-, que me da la sensación
de que tienes muchas cosas que contarme y tenemos poca noche por delante. Yo
voy sacando las cervezas-me atajó antes de que pudiera responder-, y
encendiendo la Play.
Me metí las manos en los
bolsillos de la sudadera y enarqué una ceja.
-¿Tan barato crees que voy a
venderme?
-Cervecita fría-canturreó, y yo
me eché a reír. Veinte minutos después, aparcaba la moto en el garaje de mi
casa y atravesaba la calle en dirección a la de Jordan. La puerta no estaba
cerrada, así que sólo tuve que empujarla con la cadera, lanzar una exclamación
de quién era para que sus padres no se alarmaran, y me fui derechito al cuarto
de juegos de Jordan, un cobertizo en la parte trasera de la casa que tenía
puerta propia pero que no podía usarse porque, en la misma pared, estaba
instalada una televisión 20 pulgadas mayor que su soporte. Así que, si abrías
la puerta, la tele se iba a tomar por culo.
Jordan se frotó las manos cuando
me vio llegar, abrió las dos cajas de pizza y…
… cogió un trozo de la mía.
-¿Qué cojones se supone que estás
haciendo?-quise saber, y él masticó sonoramente para hacerme de rabiar.
-Tío, hay que ver cómo eres, ¿eh?
Luego te la pago, no te rayes.
-No quiero que me la pagues. Te
invito yo.
-No vas a invitarme.
-Madre mía-bufé-, que sí. Otra
cosa es que no te pegue una paliza. Deja mi puta pizza. Ahora.
-No la quiero con huevo y
pimiento.
Me quedé a cuadros.
-Si siempre la pides de huevo y
pimiento, pedazo de gilipollas.
-Pero hoy no me apetece. La tuya,
en cambio… mmm-se relamió, palmeándose la tripa y cogiendo otro trozo-,
riquísima.
-Deja mi puta pizza de sobrasada,
último aviso. Prefiero que me robes la novia a que me quites la pizza, Jordan,
joder. Es que, ¡tío! Siempre haces lo mismo. Tengo que ir yo detrás de ti,
adivinando lo que te apetece. ¿Te parece que estoy en tu puta cabeza para saber
que hoy no querías tu maldita pizza de siempre? Ahora te jodes, y te la comes.
Habérmelo dicho, que la de sobrasada es más barata que la Carnívora.
Setecientos tipos distintos de colesterol lleva la mierda que te comes todos
los fines de semana-la señalé con desprecio y Jordan bufó.
-Por eso mismo; tengo que cuidar
la línea.
Le di un manotazo a la tapa de mi
pizza y la alejé de él.
-A mí no me vas a endosar tu puta
pizza de mierda, con el asco que me dan los pimientos que les ponen.
-A ti te da asco todo lo que no
le puedas poner encima a una tía-gruñó, cogiendo de malos modos su caja.
-Qué virgen eres, Jordan-puse los
ojos en blanco-. Si tú supieras la cantidad de cosas que se le pueden poner
encima a una chica…
-¡No jodas!-exclamó, y se sentó
sobre sus rodillas-. ¿Tenemos nueva ensoñación?-casi celebró, y yo sonreí.
-Tendrás que matarme para
descubrir mis secretos.
Levantó con ceremonia una de las
cervezas y yo me eché a reír.
-¿Esto sirve?
-Necesitarás más de eso.
-Pero bueno, ¡qué subiditos
estamos hoy, ¿no?! ¿Acaso tengo que llamar a Sabrae para que venga y te baje
esos humos?
Otra vez la puñetera sonrisa de
gilipollas, esta vez recordando sus mensajes. Me da rabia no poder ir porque me apetecía mucho verte hoy. Noté
cómo mis dientes rozaban mis labios, imaginándome su sonrisa cuando envió ese
mensaje y recibió el mío, contestando que lo que a mí me apetecía era ella, no
sólo verla. Casi podía escuchar su suave risita al ver mi arriesgada jugada.
-Cállate la boca, gilipollas-fue
la contestación que le di a Jordan, que sonrió, sabiéndose vencedor. Recogí la
cerveza que me tendía y la entrechoqué con la suya. Me incliné para recoger los
mandos y encender la consola, pero me detuvo.
-Primero, me cuentas qué tal
ayer. Ya, luego, si eso, jugamos a lo que te dé la gana-contestó, y yo lo
fulminé con la mirada cuando me arrebató el mando. Lancé un suspiro teatral y
una sonrisa oscura me atravesó la boca. Le miré con los ojos entrecerrados y
Jordan dejó escapar una exclamación.
-Voy a disfrutar mucho con esta
conversación-se frotó las manos y dio un sorbo a su cerveza.
-No más que yo, rememorando todo
lo que he hecho y pensando que soy una leyenda viva-me encogí de hombros, di un
nuevo sorbo de mi bebida, y me arrellané en el sofá para empezar mi relato a
gusto. Jordan escuchó en silencio, terriblemente interesado y sin intención de
tratar de ocultarlo. Me hizo preguntas para ralentizar el ritmo de mi narración
cuando yo iba demasiado rápido, escatimando en detalles que quería guardarme
para mí… o que quería que él me sonsacara a la fuerza.
Jordan lanzó un silbido cuando le
dije que estuve a punto de hacer que Sabrae se corriera sin tocarla entre las
piernas, sólo con la habilidad de mis manos y mi lengua en la parte superior de
su pecho.
-Si lo hubieras conseguido, te
haría un puto monumento.
-Ya lo conseguí más
veces-respondí, encogiéndome de hombros y guiñándole el ojo. Jordan rió
sonoramente.
-De acuerdo, eres el mejor
follador de Inglaterra, ¿te importaría seguir con tu clase magistral?
Le hablé de lo bien que olía, de
lo cómodo que estuve con su cuerpo sobre el mío y de cómo la manzana había
escalado puestos hasta convertirse en mi nueva fruta preferida. Jordan se echó
a reír.
-Sólo tú podías hacer que una
inocente fruta fuera la cosa más obscena del mundo.
-¿Qué puedo decir? Soy una
leyenda. De todas maneras, ella tampoco se quedó atrás. Jo-der-ahora, el que
silbé fui yo-. Se nota que es una Malik. No me extraña que su hermano sea el
único que puede hacerme competencia. Empiezo a entender por qué las tías
pierden las bragas por Scott… ya sabes, al margen del piercing y su belleza
exótica.
-Yo también tengo belleza exótica
y no ligo como Scott. Tendrá que tener algo más.
-Lo de exótico no te lo discuto,
hermano, pero en cuanto a lo de belleza…-alcé una ceja y Jordan se abalanzó
sobre mí.
-¡Cabrón de mierda! Venga, sigue
contando antes de que por esa boca tuya se escape alguna mamarrachada que haga
que tenga que echarte de casa.
Pasé por el momento del baile, lo
fulminé con la mirada cuando él me dio las gracias (me aseguró que ni en un
millón de años habría imaginado que aceptaría bailar con Sabrae), y resumí todo
lo que habíamos hablado ella y yo de camino a su casa.
Aquellos momentos eran demasiado
íntimos, demasiado especiales como para que yo los pervirtiera rememorándolos
en voz alta. Ponerlos por palabras no le harían justicia… y, francamente, no
estaba preparado para mi reacción cuando Jordan empezara a cachondearse de mí
por lo atrapado que estaba en las redes de Sabrae.
Me enfadaría. Lo sabía. Él no
podía entenderlo. No había sentido la conexión que nos había unido mientras nos
mirábamos con el sol saliendo. El amanecer siempre es un momento mágico, el nacimiento
de un nuevo día cargado de posibilidades.
Pero, cuando lo ves en los ojos
de una chica tan increíble como Sabrae, todo se carga de una magia que nunca
antes habías experimentado. Una magia que no podías profanar intentando
describirla. Todo intento de reproducirla sería inútil. Un insulto. Una
traición.
Y yo no quería traicionarla.
Todavía no.
Ni siquiera con Jordan. Puede que
fuera egoísta, que él no considerara justo lo que estaba haciendo… pero era
algo que quería guardar sólo para mí.
No sé si él se olió lo que
pasaba, pero el caso es que en ningún momento intentó profundizar en todo el
asunto.
Se echó a reír cuando le conté el
sueño (con pelos y señales, porque en los polvos sí que no reparo en detalles).
-Tío, te vas a terminar secando,
¡ten cuidado!-se cachondeó, y yo me eché a reír. Le resumí la conversación y él
me obligó a enseñarle el teléfono. Leyó todos los mensajes, riéndose, mientras
yo lo miraba, recordando las reacciones que me había imaginado que le
arrancaría a Sabrae conforme íbamos hablando.
Me la imaginaba riendo,
frunciendo el ceño, mordiéndose el labio mientras tecleaba una respuesta
ingeniosa… y eso me ponía una sonrisa estúpida en la boca. Un calzonazos, estás tú hecho, me decía a mí mismo, y no dejaba de
sonreír. Me mordisqueé el pulgar.
Jordan me devolvió el teléfono y
se me quedó mirando, una sonrisa satisfecha tatuada en la cara.
-Así que… no salimos porque
Sabrae no sale. ¿Voy metiéndola en el grupo, o es un poco temprano?
-Eres imbécil, tío-me eché a reír
y recogí los mandos-. ¿Qué pasa? ¿No puede apetecerme estar una noche sin juergas,
con mi mejor amigo, poniéndonos ciegos a pizza y cerveza?
-No te suele apetecer cuando hay
mujeres involucradas.
-Esta noche no iba a
haberlas-contesté, encendiendo la consola y reclinándome en el sillón. Jordan
dio una palmada en el sofá.
-¿Intentas decirme que a Alec
Whitelaw no le apetece jugar a su juego favorito, el de la seducción?
-Alec Whitelaw, por mucha
eminencia que sea, necesita descansar de vez en cuando. Lleva una vida
agotadora.
-Sí, estoy seguro de que soñar
que te follas a una chica es extenuante-rió mi amigo, y yo me recordé
hundiéndome en la humedad de ella, el tacto de su piel perfecta en las yemas de
mis dedos, y no pude evitar sonreír. Sus gemidos aún reverberaban en mi mente
mientras la embestía, allá donde ella era más mujer y yo era más hombre.
-Al menos yo tengo recuerdos de
los que tirar. Tú no distinguirías un coño de una papaya.
-Estoy convencido de que las
papayas están más buenas que los coños.
-Porque nunca te has comido un
buen coño.
-Sabes que no vas a conseguir que
dejemos de hablar de Sabrae por mucho que intentes llevar la conversación hacia
mi casi nula experiencia, ¿verdad?
-¿Qué oyen mis oídos? ¿Casi? Jordan, que cuando cumplas los 18,
nos vamos de putas. Ya verás cómo se te quita la tontería de llevar esa mierda
en la cabeza-señalé sus rastas-. Media horita con una mujer, y empezarás a
cuidarte.
-Ya me cuido. A mí me gustan.
-A las chicas, no. Por eso no te
comes un rosco.
-Son exóticas.
-Tu cara sí que es exótica-me
reí, y reí más cuando él me hizo un corte de manga. Le di un mordisco a mi
pizza y activé el modo multijugador para que Jordan pudiera utilizar también su
mando. Él se inclinó hacia su caja y tomó un nuevo pedazo de pizza. Nos
dedicamos a jugar al Far Cry Hunter
Primal hasta completar las misiones del día y ver la noche caer sobre
nuestro pequeño poblado. Luego, cuando ya terminamos de cenar, cambiamos a un
juego de carreras de coches. Jordan me pasó la tercera cerveza y me preguntó si
la sed que estaba sintiendo tenía algo que ver con la conversación que habíamos
mantenido. ¿Acaso había despertado recuerdos latentes?
Me eché a reír y lo mandé a la
mierda. Mientras él preparaba el juego, me levanté y encendí el equipo de
música. Metí un disco de The Weeknd dentro de la ranura y me volví a sentar en
el sofá. Jordan sonrió, encendió un cigarro y me lo tendió después de darle una
profunda calada.
Canturreamos mientras corríamos,
cada uno sacándole el máximo partido a su coche tuneado hasta hacer
irreconocible el modelo original.
Jordan recuperó el cigarro y le
dio una nueva calada antes de tendérmelo y dejar que terminara con la carrera.
-Parece que el sábado no pinta
tan mal, después de todo-comentó en tono sarcástico, y yo me lo quedé mirando.
-No tengo ni idea de por qué
dices eso-se echó a reír y di una calada del cigarro antes de darle un sorbo a
la cerveza, la línea de meta ya atravesada y el personaje que me representaba
en el juego dando brincos en la cima del podio.
-Adivina-dijo, críptico.
-Joder, Jor-jadeé-. ¿No te parece
que estamos de puta madre? En plan… cervecita, pizza, videojuegos, The Weeknd…
es que sólo nos faltaban un par de rubias haciéndonos la mamada del milenio. La
rubia de Tommy, por ejemplo-sonreí, recordando a Diana. Sí, definitivamente no
me importaría tenerla de rodillas delante de mí, haciendo que me lo pasara tan
bien con su lengua que me diera exactamente igual mi posición en el juego,
fuera de cabeza de carrera o de último en la competición-. Tío, el mundo está
fatal repartido. Algunos nacen con estrella, y otros nacemos estrellados
-¿Seguro que quieres una
rubia?-Jordan volvió a reírse, empezaba a sospechar que los pimientos de la
pizza no tuvieran alguna sustancia extra de la que no me habían hablado cuando
la compré.
-De nuevo, hermano, no tengo ni
idea de a qué te refieres.
-Creo que últimamente te van las
morenas.
-Cierto-asentí-. Tu hermana, por
ejemplo-ataqué, pero Jordan no acusó el golpe-. Le metería la lengua en el
esófago si ella me dejara.
-Sí, ya. Pero no te deja, y por
eso tú finges querer hacerlo. ¿Cuándo
habías tonteado tanto con ella?
-Cuando llevo esta sudadera-me
toqué el dibujo del guante de boxeo bordado sobre el corazón-, me siento
tremendamente poderosa.
-Si pudieras, ni siquiera
tendrías la intención.
-¿A qué te refieres?-pregunté sin
mirarle a los ojos, fingiéndome ocupado en cambiarle el mono a mi personaje.
Pero tenía todos los sentidos disparados, alerta a lo que sea que Jordan
estuviera insinuando.
-Has cambiado.
Lo miré.
-Me aburre la ropa de mi avatar.
-Sabes que no estoy hablando del
juego.
Puse los ojos en blanco.
-Jor…
-He visto el mensaje de
Pauline-reveló, y yo clavé la vista en él.
-Pues no sé por qué-respondí en
tono lacerante-, porque hablé con Pauline por Telegram, y te enseñé la
conversación con Sabrae en Instagram.
-No pensé que te molestara.
-No lo hace.
-Sí lo hace. Mira qué cara has
puesto.
-La que tengo.
-Bailaste a The Weeknd-me
recordó, hurgando en la herida, y yo me pasé una mano por la cara, bufé, y me
volví hacia él. No podía creerme que me estuviera haciendo esto, después de
todo lo que le había dicho… incluso le había contado que ahora boxeaba peor por
culpa de ella. ¿De verdad iba a ponerme ahora contra las cuerdas? Tenía que saber que las cosas
estaban empezando y yo no sabía a qué puerto se dirigían. No era justo que me
obligara a perfilar la ruta.
-¿Y de quién fue la culpa?
Jordan parpadeó, apoyó la cabeza
en la mano, su codo clavado en el sofá, y contestó con una elocuencia que me
irritó:
-Podrías haberle dicho que no.
-Yo a las tías no suelo decirles
que no. Así me evito que ellas me lo digan a mí.
-Sabrae te lo dice, y a ti te da
igual.
-Jordan-advertí-. Me estás
tocando los cojones más de la cuenta.
-Ella te importa-acusó, y yo miré
el mando-. Bailaste a The Weeknd-me repitió, y yo tragué saliva-. Tú nunca...
-Ya sé que yo nunca-le corté.
Sabía de sobra mis normas con respecto a The Weeknd. Sabía de sobra que las
estaba rompiendo todas. Pensaba en ella escuchándolo, pensaba en ella
masturbándome con la música de fondo, las bailaba con ella. No iba a follármela
con The Weeknd sonando. Eso lo tenía clarísimo. Como que me llamo Alec. No iba
a permitir que se metiera en esa parte de mi vida.
-¿Por qué te pones así? Sólo
estamos hablando, tío. No hace falta que me muerdas, joder.
-Yo también lo noto, ¿sabes? No
necesito que me lo digas tú. Sé que soy diferente por ella. Y eso me acojona,
¿sabes? No voy a poder… mírame-bufé-. Míranos.
Estamos en tu puta casa, jugando a videojuegos, porque ella no sale, y si
ella no sale, a mí no me apetece.
-Si te soy sincero, creo que
estás siendo un poco exagerado, tío. Ella te gusta, no pasa nada.
-¿He dicho yo que pase algo?
-Calma, gatito, ¿me quieres dejar
hablar?-frunció el ceño y yo alcé las manos-. Gracias. El caso. Ella te gusta,
tú le gustas a ella… no, no lo creo, estoy seguro-asintió cuando yo lo miré con
dureza-. Es decir, las tías no se abren de piernas para pavos que no les
atraen. Qué vas a saber tú de eso, con esa cara que me traes… pero yo lo sé
bien. Es normal que os gustéis. Eres chico, ella es chica, siempre hubo
atracción…
-¿Atracción? Es Sabrae Malik-le
recordé, echándome a reír.
-A ti siempre te han ido los
retos, Al-sonrió, y yo tuve que asentir con la cabeza, más relajado.
-No creo que estés comportándote
de ninguna manera peculiar. Ya nos hemos quedado en casa más veces. Yo sólo te
estaba tomando el pelo, tronco. Perdona si te ha molestado lo de las morenas.
No pensé que fuera a ofenderte.
-Es que lo has dejado caer de una
manera… como si nos fuéramos a casar, o algo.
Jordan parpadeó.
-A ver, Al, que una cosa es que
os vayáis a casar, y otra que me niegues que Sabrae es especial para ti. Que yo
no soy gilipollas, ¿sabes? Cualquiera con ojos en la cara y dos neuronas
conectadas se daría cuenta de eso. Bailaste The Weeknd-dijo por tercera vez,
divertido, y yo bufé.
-Créeme, si lo hubiera sabido, la
habría sacado de allí a rastras. Con amigos como tú, ¿quién necesita enemigos?
-Te encantó.
-Me la liaste.
-Me adoras por eso.
-Te quiero arrancar la cabeza.
-No habrías tenido cojones a
pedírselo. ¿De verdad te crees que el haber bailado con ella y luego soñado con
ella es casualidad?
-Tengo una imaginación muy
vívida.
-La tienes metida en tu
subconsciente.
Esbocé una sonrisa maligna.
-Si ese es el precio que tengo
que pagar para meterme dentro de ella, adelante.
Jordan rió entre dientes y yo
seleccioné un nuevo circuito.
-Hacéis buena pareja.
-Jordan…-advertí, y él alzó las
manos.
-La hacéis.
-Eres imbécil del todo-reí,
negando con la cabeza y poniendo los ojos en blanco.
-Es decir, teniendo en cuenta las
dificultades…
Me volví hacia él como un
resorte.
-¿Qué dificultades?
-Quiero decir… ella es negra, tú
eres blanco.
-Tú también eres negro y tampoco
es que nos llevemos especialmente mal.
-Ya, pero no follamos-espetó-.
Debe ser una imagen curiosa, veros enredados. Como el ying y el yang.
-Los chinos adoran ese símbolo, y
son gente muy lista-Jordan se me quedó mirando y yo me mordí el labio-. ¿Te
parece una dificultad?-quise confirmar, en tono más preocupado del que me
gustaría-. Porque a mí no me importa, y a ella tampoco, creo…
Empezó a reírse en mi cara y yo
le lancé un cojín.
-Vete a la mierda, puto
subnormal-le di un puñetazo en las costillas mientras él aullaba de la risa-.
Me tienes hasta los huevos, Dios. No sé por qué coño te sigo dirigiendo la
palabra.
-¿Sabes qué cara has puesto? ¡La
leche!
-¡Estaba preocupado, retrasado!
Vamos a decírselo a Scott-le revelé, y Jordan me estudió, intentando ver el
atisbo de broma. Luego, soltó un silbido, como diciendo la cosa va en serio-. Ni fiu, ni fua-le hice burla-. Es lo que
tengo que hacer.
-Hay amor-canturreó, y yo lo
fulminé con la mirada.
-Cómeme los huevos-me senté en el
sofá y me apreté las palmas de las manos contra los ojos, reteniendo la rabia
que comenzaba a gestarse dentro de mí. Me palpitaban las sienes y veía puntitos
flotando en mi campo de visión totalmente oscurecido.
-¿Qué pasa, tío?-me tocó el
hombro y yo no me aparté, porque por muy tocapelotas que fuera, seguía siendo
Jordan.
-Que me has levantado dolor de
cabeza.
-¿Migraña otra vez? ¿No te has
traído las gafas?
-No, Jordan-bufé, y lo fulminé
con la mirada-. No me he traído las putas gafas, ¿las ves por aquí?
-Buah-bufó con la boca llena de
una risotada-, normal, es que son de contable…-empezó a descojonarse delante de
mí, y yo puse los ojos en blanco, pero noté una sonrisa esparcirse por mi boca.
-Un contable muy sexy-contesté,
tirando el mando sobre la mesa y estirándome cuan largo era sobre el sofá.
Jordan me estudió mientras me presionaba de nuevo los ojos.
-¿Sabes cómo se quita el dolor de
cabeza?
La sonrisa que esbocé bien podría
verse desde el a Luna. ¿Qué mejor que una buena sesión de sexo para quitarte el
dolor de cabeza? Era un invento de los dioses, no había cosa que el sexo no
resolviera.
Salvo los embarazos.
Y la sífilis.
Sí, el sexo no era muy bueno para
evitar la sífilis.
-¿Lo sabes tú?
-¿Llamo a Sabrae?-se abalanzó
sobre mi teléfono-. Dile que te cuente algo; mira, incluso te puedo sujetar el
teléfono mientras te la cascas.
-No lo hay más gilipollas que tú
en todo Londres, macho-ladré, arrebatándole mi móvil de las manazas y echándome
a reír. El muy cabrón sabía cómo ponerme de buen humor e impedir que me
volviera contra él.
-¿Crees que podrías convencerla
para que viniera? Te juro que me voy si ella viene, para dejaros intimidad y
tal.
-Está con sus amigas.
-Pobrecito, ¿eso te duele?-me
pellizcó la barbilla y lo fulminé con la mirada.
-No te pases, Jor-me zafé de él y
le di un empujón.
-Si te sirve de consuelo, estoy
seguro de que no dejan de hablar sobre ti.
-Sí, ya-tiré el móvil sobre la
mesa, al lado del mando, y él lo recogió y me lo tendió.
-¿No dices que no para de subir
cosas a Instagram? Míralas. Te apuesto 50 libras a que en alguna de las que
haya subido, sale tu nombre mencionado. O algo que no tenga que ver contigo.
Estudié el teléfono.
-No soy el centro de su
vida-Jordan alzó una ceja-. Pero me vienen bien las 50 libras-acepté el móvil y
lo desbloqueé. Jordan se pegó a mí y estudió la pantalla del teléfono mientras
yo abría Instagram y tocaba la cara de Sabrae, que aparecía en mi página de
inicio rodeada de un círculo de colores. Tomé aire y le miré.
Si Sabrae había grabado algo que
tuviera que ver conmigo, Jordan no me dejaría tranquilo nunca.
Y si Sabrae no había grabado nada
que tuviera que ver conmigo, a mí me dolería. Me molestaba reconocerlo, pero el
hecho de pensar que ella no me sacaba de la cabeza como a mí me sucedía con
ella era fundamental para que mi estado de ánimo se mantuviera estable.
Jordan me devolvió la mirada,
notando el momento tan crucial en el que nos encontrábamos.
-¿Quieres que lo active yo?
Negué con la cabeza, me mordí el
labio, dejé el móvil un segundo encima de la mesa, me pasé una mano por el
pelo, estudiando las posibilidades…
-A la mierda.
… y lo cogí.
Toqué la cara de Sabrae y mi
estómago dio un triple salto mortal cuando comenzó a cargar el primero de sus
vídeos. Solo que no era un vídeo. Era una foto de su cena, o más bien de su
postre: los brownies de los que me había hablado y la tarta de queso que
comenzaban a mutilar. Se intuían varios pares de piernas vestidos con pijamas
rodeándola, como si del centro de una flor se tratase.
Ni rastro de mí.
Lo siguiente era un vídeo. Dos de
sus amigas se peleaban por el último brownie mientras la tercera torturaba su
tarta de queso.
-Está riquísima, Saab-la alababa
la chica, de pelo lila recogido en trencitas.
-Gracias, cariño-le respondía
Sabrae, y supe que en cuanto estuviera solo, grabaría esa historia para poder
escucharla en bucle decir “cariño”.
-Te voy a dar, Kendra, yo la vi
primero…-le gritaba Amoke, la del pelo rizado y anaranjado, a la otra chica.
Un nuevo vídeo en bucle de la
consola encendiéndose, y luego un montón de vídeos de ellas alborotando, bailando
y cantando y dando brincos y riéndose.
Estaba a punto de perder las
esperanzas cuando llegó el último vídeo.
Se habían puesto a jugar a las
cartas, en un círculo que también hacía las veces de cuadrado, tapadas con
mantas. Sabrae se enfocó la cara y se llevó la mano a la mejilla, mostrando el
signo de la paz, antes de que sus amigas se quedaran calladas y lanzaran
después una exclamación.
-¡Sabraeeeeeeee!-chillaron, y
Sabrae las miró, escuchó un segundo… y después se llevó una mano a la boca y se
echó a reír.
Estaba sonando Jason Derulo.
Sonriente, sin mirar a cámara,
olvidado el teléfono, abrió la boca para contestarles a sus amigas.
Y el siguiente vídeo empezó a
reproducirse.
Di un toque en el lado izquierdo
de la pantalla para volver a ver el vídeo.
Levanté la cabeza y me encontré
con Jordan, que había imitado mis movimientos.
-Me debes 50 libras-festejó, y yo
sonreí, observando la sonrisa de Sabrae a baja calidad, totalmente pixelada y
emborronada por su movimiento-. ¿Y si le contestamos? Ponemos Often, subimos una historia, y esperamos
a ver si la ve.
-Demasiado arriesgado. Y es un
cantazo.
-¿Dónde está tu espíritu
aventurero, tío?-me dio un puñetazo en el hombro-. ¿No quieres saber si tu
chica me corresponde?
-¿Corresponderme a qué? Te
chutas-sacudí la cabeza y miré de nuevo el teléfono, que había conseguido
retener la imagen de Sabrae sonriendo como si fuera el marco de una foto.
-Estás coladito-rió, agarrándome
la mandíbula y sacudiéndome la cabeza. Me zafé de él y lo fulminé con la
mirada.
-Me apetece comprobar una cosa,
pero no sé si tendré que irme a mi puñetera casa para poder hacerlo tranquilo.
Jordan alzó una ceja y se llevó
una mano al pecho.
-¿Crees que yo boicotearía tu
incipiente relación? ¡Si estoy impaciente porque te eches novia!
-Jordan-gruñí, y él alzó las
manos. Se cruzó de brazos.
-Dime qué quieres que haga.
-Ponte a jugar. Le quitamos el
volumen a la tele y ponemos la música más alta. Quiero comprobar si ella me ve.
Y si va a contestarme.
Mi amigo se frotó las manos.
-¡Qué emocionante, sesión de
investigación!
Hizo lo que le pedí, me coloqué
en el sofá y enfoqué la televisión mientras él iniciaba una nueva partida, esta
vez en modo de un único jugador. Subimos el volumen de la canción que estaba
sonando, Rocking, y yo me balanceé
involuntariamente (vale, quizá fuera para reprimir un poco los nervios) al
ritmo de la música. Jordan hizo un derrape magistral y los dos lanzamos una
exclamación, acallando por un momento la música.
Cuando el vídeo no podía tener más
duración, solté el dedo y presioné
Enviar. Me quedé mirando un momento la barra que indicaba el estado de
subida de la historia, con el corazón en un puño. Jordan detuvo la partida y se
acercó a mí.
La historia se subió, un círculo
apareció alrededor de mi foto. Jordan lo tocó para ver cómo había quedado el
vídeo, y asintió, satisfecho.
Esperamos.
Y esperamos.
Y seguimos esperando.
Entré de nuevo en el vídeo.
Varias personas lo habían visto; entre ellas, Tam, que me envió un mensaje
sorprendida porque era la segunda vez que utilizaba las historias en todo el año.
-¿Pido un deseo?-se burló mi
amiga-. ¿Tú usando las historias? Menudo influencer.
-Había que celebrar de algún modo
la noche de tíos que estoy teniendo con Jor.
-Bey no da crédito. Quiere saber
si eres tú de verdad. ¿Te han secuestrado? ¿Te encuentras bien?
-Todo en orden-tecleé.
-No todo-dijo Jordan en voz alta,
y yo le di un codazo. Sabrae seguía sin aparecer.
Hice bailar el móvil entre mis
dedos, desbloqueándolo y bloqueándolo cada minuto que pasaba, pero Sabrae no
daba señales de vida.
Entré en su cuenta, y vi que
llevaba sin estar activa desde que había subido la última historia. Seguro que
ni siquiera había visto que yo la había visto.
-Esto ha sido una mala idea-me
lamenté-. Voy a borrar el vídeo.
-¿Qué? Ni hablar. No puedes
borrarlo. Seguramente ella esté…
-Pasándoselo de puta madre con
sus amigas, y nosotros dos aquí, más pendientes de ella que de nuestra puñetera
partida-recogí de nuevo el mando y empecé a moverme por las pantallas de juego.
-Tienes que tener paciencia, Al.
No todas las…
Un sonido hizo que Jordan se
callara. Mi móvil.
Con el tono de las notificaciones
de Instagram.
Me lancé sobre el teléfono.
¡Saab. 🍫👑 (@sabraemalik) ha respondido a tu historia!
-¡VAMOS!-tronó
Jordan, y estaba a punto de abrir su mensaje cuando una nueva notificación
saltó en la pantalla de bloqueo.
¡Saab. 🍫👑 (@sabraemalik) ha publicado una nueva historia!
Toqué la nueva notificación y me
llevé el pulgar a los labios. Me mordisqueé la uña mientras cargaba, y Jordan
me contemplaba en silencio.
Una maraña de cuerpos se agitaba
al ritmo de una música que no podía escucharse debido a sus gritos.
Y, aun así, yo me las apañé para
reconocer la canción.
-NO BRAKES WHEN YOU PUSH THAT BACK-gritaron las chicas, y yo
sonreí. Tip toe. La primera canción
que habíamos bailado juntos. ¿Sería nuestra canción?
Un inmenso alivio me recorrió. La
historia llevaba sólo unos pocos segundos publicada. No había tardado en
contestar mi mensaje; había tardado en entrar en Instagram. Seguramente hubiera
vuelto a tener problemas con internet.
Joder, todo apuntaba a que ella
tenía las notificaciones de mi cuenta activadas, igual que yo las de la suya. Y
eso me hizo flotar.
Consciente de repente de los ojos
de Jordan sobre mí, levanté la mirada, inocente.
-¿Tienes activadas las
notificaciones de sus historias?
Tragué saliva y bloqueé de nuevo
el teléfono sin tan siquiera leer su mensaje.
-No.
-Alec.
-Sí-admití-. ¿Qué pasa? Tengo las
notificaciones de mucha gente.
-Ni siquiera tienes las mías.
-Nunca subes nada.
-¡Pues con más razón!
-¿Qué más te da, tío? ¡Si te la suda
Instagram!
Jordan sonrió, malévolo.
-A ti también. O, al menos, hasta
que apareció ella.
-No dices más que gilipolleces.
-¿Ella tiene también tus
notificaciones activadas?
-¿Y qué si las tiene?-contesté.
-¿No te hace ilusión?
-Me la suda.
-Ya. Claro-su sonrisa se amplió-.
El amor…-canturreó, y yo le di un empujón.
-Eres un pesado de mierda.
-¿Por eso quieres decírselo a Scott?
¿Para que te dé su permiso?
-No necesito el permiso de Scott para
nada.
-¿Ah, no?
-No. Sólo follamos. Y nos
mandamos mensajes. No hay nada más-aseguré.
-No me parece que no haya nada
más, si estás ahora en casa en lugar de por ahí.
-¿Otra vez, tío? Eres un puto
pesado. Si hubiera sabido que te iba a joder tanto quedarte en casa, no habría
venido a verte.
-¡Admite que estás colado por
ella, Al!
-Tenemos muy buen sexo, ¿y?
-¡Que hay amor!-se echó a reír.
-¿En qué te basas?-me puse en pie
y Jordan me imitó.
-En cómo te pones por ella.
-Me pongo así por muchas. ¿Lo
dices porque la cuidé? Porque habría hecho lo mismo con cualquiera-eso no era
verdad. No del todo, al menos. Sólo habría cuidado de otras tres chicas como lo
hice con Sabrae. Cuatro, si metíamos a mi hermana en el grupo.
Mis amigas.
Y jamás las tocaría como tocaba a
Sabrae.
-Sí, ya. Ella te importa. Lo has
dicho antes.
-Que ella me importe no quiere
decir que tú tengas razón. No hay amor. Sólo es sexo. Y atracción.
-También tienes sexo y atracción
con Pauline y con Chrissy. Y no tienes encendidas sus notificaciones.
-Si hubiera amor… si estuviera colado…
iría con ella. La estaría cuidando ahora mismo, en su casa.
-Como un novio-Jordan se cruzó de
brazos y sonrió, satisfecho. Lo fulminé con la mirada. Me eché a temblar de la
rabia. No podía creerme las gilipolleces que se atrevía a decirme… a mí. Precisamente
a mí. Que había cuidado de Scott. Que había cuidado de Tommy. Que aguantaba los
intentos de depresión de Max cada vez que se peleaba con su novia. Que me
alegraba en silencio de que Logan no tuviera pareja para evitarme el cuidarle también
a él. Que había estado ahí cuando a Bey le rompió el corazón el gilipollas con
el que había estado saliendo…
Lo mejor de las parejas era el
sexo. Lo peor, era la pareja.
Yo tenía lo mejor sin tener que sufrir
por lo peor.
¿Qué cojones ladraba Jordan? ¿Por
qué iba a querer cambiarlo?
-¿No tienes ganas?-insistió Jordan,
y yo entrecerré los ojos-. Sueñas con ella. No te la sacas de la cabeza. Incluso
planeas las cosas pensando en ella.
-No vuelvo a contarte nada
más-sentencié.
-Admítelo, Alec-ordenó-. Te estás
comportando como un puto crío. ¿Crees que Scott te querrá cerca de ella si tú
no eres capaz de decirlo en voz alta?
-¿DECIR QUÉ?
-¡QUE EL SEXO ES BUENO PORQUE ES
CON ELLA, Y NO PORQUE ES SEXO! ¡QUE TE GUSTA! ¡QUE LA DESEAS MÁS ALLÁ DE SU
CUERPO! ¡LA DESEAS A ELLA!
Algo dentro de mí se desconectó.
El sistema de seguridad de una
compuerta que retenía veneno en su interior. Una sustancia oscura, pegajosa,
empezó a inundarme. Apático, sin sentir nada más que rabia contenida y un fuego
que yo conocía muy bien, en el que había sido engendrado y en el que llevaba
cocinándome lentamente toda mi vida, empezó a abrasarme.
-Si la deseara a ella-gruñí con una voz grave que no era
la mía-, ¿haría lo que estoy a punto de hacer ahora?
Jordan se puso pálido. Su rostro
se desencajó, comprendiendo mejor incluso que yo mismo lo que me proponía.
-¿Qué vas a hacer?-quiso saber en
tono asustado. Su voz apenas era un susurro. Sonreí y él retrocedió
instintivamente un segundo. Me mostró las palmas de sus manos en actitud
conciliadora, pero era tarde.
La bestia estaba despierta. Había
olido la sangre.
-Alec…
Salí del cobertizo como un rayo;
atravesé su casa como llamado por el canto de una sirena. Crucé la calle, abrí
la puerta de mi casa, y subí zumbando las escaleras en dirección a mi
habitación. Jordan me siguió pisándome los talones, incrédulo. Había dejado las
puertas de su casa y de la mía abiertas, y su madre nos gritaba desde el otro
extremo de la calle que dejáramos de hacer el imbécil.
No, que su hijo dejara de hacer el imbécil. Él no tenía ni puta idea de lo que
me pasaba con Sabrae. No lo entendía. No era capaz de sentir lo profundo de
nuestra conexión.
El hecho de que se refiriera a
ello como amor hacía que me hirviera la sangre. Aquello no era amor. Aquello dolía. Y el amor no tenía que doler. Yo lo
sabía bien. Mi madre lo sabía incluso mejor.
-Alec, ¿qué vas a hacer? No hagas
nada de lo que…-empezó, pero yo lo eché de mi habitación mientras me enfundaba
unos vaqueros, y me apoyé en la puerta para que él no pudiera abrirla. La golpeó
con los puños mientras yo me ponía la primera camisa que pillé. Una blanca,
resplandeciente. Agarré mi cazadora, abrí la puerta y eché a correr escaleras
abajo, en dirección al garaje, aprovechando que Jordan trastabilló al eliminar
su obstáculo y cayó al suelo. Me subí a la moto y la arranqué; tenía el casco
colgando del brazo y me lo pondría en marcha. Tenía que salir de allí.
Tenía que dejar de pensar en ella
y dejar que fuera otra la que ocupara mis pensamientos. Una que no me haría
abandonar quien era por su cuerpo. Una que no me hiciera romper mis reglas.
Abrí la puerta del garaje y solté
un bufido cuando la silueta de Jordan, recortada contra la luz de las farolas,
cortándome el paso. Saqué la moto del garaje y Jordan retrocedió, acomodándose
a mi ruta. Lancé un gruñido.
-¿Adónde vas?
-Quítate de en medio-ordené.
-No hagas nada de lo que te
puedas arrepentir.
-Que. Te. Quites. De. En.
Medio-silabeé, y Jordan dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo.
-Al…
-Te vas a cagar-me puse el
casco-. ¿Que el sexo es bueno porque es con ella? Lleva siendo bueno desde que
follé por primera vez. Sabrae no tiene nada que ver en que me guste. ¿Y sacarme
a Scott? Eso es bajo incluso para ti, Jordan. Podría importarme tres cojones lo
que pensara Scott de esto.
-Pero lo hace.
-¿Qué más da si lo hace?-arranqué
la moto y ésta rugió y comenzó a vibrar entre mis piernas, lista para
complacerme, para ser parte de mí.
Como Sabrae…
Deja de pensar en ella. No haces más que probar que Jordan tiene razón.
-Vas a meter la pata hasta el
fondo.
-Lo que voy a hacer es meterte la
rueda en el esternón-espeté-, si no te quitas de en medio.
Jordan frunció los labios, se
cruzó de brazos y alzó la barbilla. Solté una risotada y giré la muñeca para
hacer que la moto rugiera, amenazante, como una pantera defendiendo a sus
cachorros.
-Pásame por encima, si tienes
cojones-instó mi mejor amigo, y volví a dar un acelerón, pero Jordan no se
movió del sitio. Sonreí por debajo de mi casco-. Bájate de ahí. Te estás
comportando como un niñato.
-Es que soy un niñato-ladré, y la moto rugió de nuevo. Jordan tragó saliva.
Le pasaría por encima. Lo juro por Dios.
-Tú no quieres esto.
-Sí que lo quiero. ¿Qué día es
hoy?
Jordan refunfuñó su respuesta.
-No te he oído-me recliné sobre
el asiento de la moto, que ronroneaba expectante-. ¿Qué día es hoy?
-Sábado.
-¿Y qué suelo hacer yo los
sábados?
Jordan me atravesó con una mirada
gélida.
-Sabes la respuesta.
-Quiero que la digas tú.
-Me hincho a follar-volví a
apoyar las manos en el manillar de la moto y lo atravesé con la mirada-. Y hoy,
no va a ser diferente.
-Eres terco como una mula.
Bien.
Había ganado yo.
-Es parte de mi encanto.
-Bájate la visera-espetó él,
molesto, apartándose de mi camino-. Lo único que nos faltaba era que te dieras
una hostia por no ver bien, y que te quedaras paralítico.
-Incluso en esas, la mejor parte
de mi cuerpo seguiría funcionando.
Soltó una risa triste.
-Eres gilipollas, Alec.
-Noticias frescas-contesté,
guiñándole un ojo y bajándome la visera. Le di una palmadita juguetona en la
mejilla, di una patada al suelo y me senté sobre la moto, que se deslizó por el
asfalto oscuro y echó a correr en dirección al centro de Londres, siguiendo la
llamada de la naturaleza, que me apremiaba a encontrarme con una de mis chicas.
Jordan salió a la calle y se
quedó en el centro, donde habría una línea discontinua separando ambos
carriles, mucho tiempo después incluso de que las luces traseras de mi moto
desaparecieran al girar la esquina y la noche se tragara el rugido del motor.
Nunca le había decepcionado
tanto.
-En
tu puta vida vas a serlo más de lo que estás a punto esta noche-les susurró a
las estrellas y la Luna, que tampoco podían verlo. Un cielo gris oscuro, sin
estrellas, se cernía sobre nuestra ciudad.
Ninguna constelación contemplaría
con el horror de Jordan lo que estaba a punto de hacer esa noche.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
SÉ QUE TE DIJE QUE NO PENSABA QUE ME PARECERÍA MAL, PERO MIRA PAVA QUIERO ESTRANGULAR AL PUTO ALEC HASTA QUE ME PIDA CLEMENCIA. ES QUE ES PUTO IDIOTA. TIENE 3 UNIDADES DE AÑOS O QUÉ COJONES LE PASA. SE PISPA DE QUE ESTÁ PILLADO Y NO SE LE OCURRE OTRA QUE IRSE A FOLLAR CON OTRA. ES QUE ES PUTO TOOOOOOOONTO JODER. TONTO HOSTIA. QUE YO PENSABA QUE SE LA IRÍA A FOLLAR POR CALENTÓN O PORQUE LE APETECÍA, NO PORQUE NO ES CAPAZ DE ADMITIR QUE ESTÁ PILLADO, ES QUE QUE PAVO.
ResponderEliminarMención especial a Jordan y a que me parece un bollito de crema y que es un mejor amigo cojonudo.
MENUDO PLOT TWIST TÚ ENFADADA CON ALEC Y DECEPCIONADA ES QUE JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
EliminarMira Jordan de verdad santa paciencia tiene no nos lo merecemos
Lo mejor del capitulo es Alec discutiendo con Dylan sobre que Diana fue asesinada, PORQUE SI SEÑORAS, LO FUE.
ResponderEliminarME CABREA INFINITO QUE NO QUIERO ADMITIR QUE ESTA EMPEZANDO A SENTIR COSAS POR SABRAE. QUE YO ACEPTO QUE NO QUIERAS TENER NADA CON NADIE PERO CHICO ACEPTALO HOSTIA. Y ENCIMA COMO PARA "VENGARSE" DE JORDAN SE VA A FOLLAR A TODAS LAS TIAS QUE SE LE CRUCEN POR EL CAMINO Y MIRA ESQUE ES LO MÁS INFANTIL DEL MUNDO. QUE SE PUEDE FOLLAR A QUIEN LE SALGA DE LOS COJONES PERO NO PARA DEMOSTRAR QUE NO ESTAS POR UNA TIA. ALEC (NO ME PUEDO CREER QUE VAYA A DECIR ESTO) MADURA UN POQUITO Y ENFRENTATE A TUS PUTOS SENTIMIENTOS EN LUGAR DE HACER DAÑO A LA GENTE. ME CAGO YA EN CRISTO. Y LA POBRE SABRAE EN SU CASA SUPER FELIZ PORQUE PIENSA QUE ALEC MERECE LA PENA Y VA A TIRARSE A LA PISCINA. ES QUE ME CAGO EN CRISTO ALEC. ME. CAGO. EN. CRISTO.
Jordan gracias por intentar que entre un poco en razon, estamos todas contigo en ese sentimiento de decepción que tienes.
SE NOTÓ POCO QUE METÍ LO DE DIANA POR TI EH PATRI JAJAJAJAJAJAJAJA
EliminarEs TONTÍSIMO de verdad es que si lo hiciiera porque le apetece pues bueno, en realidad no le debe nada a Sabrae porque no son novios ni nada por el estilo y ella en realidad sabe cómo es, pero de ahí a pirarse por despecho con otra????? encima para putear a Jordan??????? Alec tuvo UNA neurona a lo largo de su vida y fue cuando estaba todavía en la tripa de su madre.
Buah lo que me duele es lo dolida que va a estar Sabrae con este tema es que :( me pone triste imaginármela toda ilusionada en su cama con sus amigas hablándole de él y él de cacería por ahí buah le pegamos
Jordan te queremos de verdad eres un santo y un sol