¡Hola, delicia! Hoy vuelvo a traerte una reseña de un
libro, en concreto, el último que terminé de leer. Se trata de:
A través de mis
pequeños ojos, de Emilio Ortiz. A
través de mis pequeños ojos es la historia de Cross, un perro guía que es
traído desde Estados Unidos (si no recuerdo mal, concretamente, desde Michigan)
para hacerle la vida más fácil a Mario, su dueño. En el libro, conocemos al
dueño y a su familia a través de los ojos del perro guía, que nos va narrando
todo lo que ocurre en la vida de su dueño desde esa perspectiva cariñosa y fiel
que sólo pueden tener los perros.
En el libro encontramos críticas a determinados
comportamientos de los humanos (por ejemplo, que no tengamos miedo de decir las
cosas malas que pensamos de alguien, pero sin embargo ocultemos lo bueno por
vergüenza, o el desapego que sentimos con la madre naturaleza) y descripciones
bastante pintorescas de situaciones tan cotidianas como ir al baño, cosa que
choca muchísimo al narrador en primera persona, Cross.
A través de mis
pequeños ojos se trata de un libro sencillo, incluso simplón, me atrevería
a decir. La historia, que en un principio podría tener mucha chicha, se queda
en nada a medida que vas avanzando páginas y descubres que el libro no es más
que una recopilación de anécdotas mal ligadas de la vida de una persona
ordinaria. Sí que es cierto que en los momentos más importantes, como el
instante en que Cross y Mario se conocen, son descritos con más detalle de lo demás,
pero por el resto se dan pinceladas a brocha gorda que no llegan a satisfacer
al lector. La prosa, por otro lado, cumple hasta cierto punto con lo que
podrías esperar de un libro narrado por un animal que no es humano. No hay
florituras en cuanto a la escritura, ni tampoco metáforas que hagan que sonrías
pensando en lo imaginativo que es el autor: el libro se apoya, única y
exclusivamente, en escasas reflexiones que hace el perro guía del mundo de los humanos
y las críticas veladas del autor hacia estos comportamientos (que puedes
compartir o no). Es por ello que este libro te marca y a la vez te deja completamente indiferente,
constituyendo una lectura insulsa que continúas más por amor propio y para
matar el tiempo que por real interés.
Sin embargo, aunque son interesantes esas comparaciones
que hace Cross entre el mundo humano y el canino, hay ocasiones en que al autor
se le va de las manos esa camaradería con la que trata al lector. Hay momentos
en que incluso se le olvida que está hablando con la boca de un perro guía, o
mejor aún, incluso se le olvida que
trata de un ciego. En muchísimos momentos hace referencia a que Mario “mira”,
“se ríe al ver”, y un largo etcétera que hacen que, como lector, tengas la
sensación de que escribieron este libro en dos días o directamente te están
tomando el pelo.
Otra de las cosas que no me ha gustado de la forma de
narrar (aunque esto ya es personal), es la forma de anteponer las ideas en una
oración. Emilio Ortiz abusa de “pues” como yo abuso de las metáforas astronómicas
en mis historias: si hubiera que contar los párrafos en que no se utiliza esta
palabra, sobrarían los dedos de las manos a
lo largo del libro. Hasta cierto punto es comprensible: a fin de cuentas,
cada uno tiene su forma de narrar y su debilidad por ciertas palabras; yo, la
primera. Sin embargo, hay ocasiones en que directamente el pues no tiene sentido en el uso que se le está
dando en la oración, o lo que es peor (y ya nada excusable): lo utilizan personajes jóvenes. Vale,
seguramente pienses “chica, tú también lo haces”, y sí, claro que lo hago, pero
te aseguro que ni yo nunca he dicho
ni escuchado el “pues” en frases como las que aparecen en el libro, por
ejemplo: “Fui en taxi pues no quería
que me llevara __”. ¿?¿?¿?¿?¿? Dime tú quién, nacido después de la llegada de
los Borbones al trono de España, metería el “pues” en esa oración y se quedaría
tan pancho.
Hablando de los diálogos, estos constituyen sin duda lo
que menos me ha gustado de todo el libro: son forzados, insulsos, carecen de un
mínimo de relevancia en muchísimas ocasiones, y hay veces en que incluso dan
vergüenza ajena por la forma en que interactúan los personajes. Varias veces he
tenido que parar de leer para calmarme, porque realmente había situaciones que
me hacían sentir incómoda leyendo (el tonteo de Mario con cierta chica) y que
hacían que valorara realmente el añadir este libro a la cortísima lista de
obras que no me he podido terminar.
Visto en retrospectiva, A través de mis pequeños ojos es un libro que he terminado más por
amor propio y no permitir que el libro me “ganara”, por así decirlo. La
historia prometía ya sólo por el narrador, pero la dejadez a la hora de
narrarla ha hecho que incluso la novedad de que no sea un humano, sino un perro
guía, quien te cuenta la historia, se vea eclipsada por los defectos que vas
viendo a lo largo de la lectura.
Al principio del libro, hay una especie de “carta de
recomendación” de otra autora en la que canta las alabanzas de la obra que
estás a punto de leer, las buenas reflexiones y la prosa graciosa del autor. Es
como si trataran de venderte el libro como algo revolucionario, lo mejor de su
género, y, sinceramente, prefiero pensar
que se están marcando un farol. Me niego a creer que este libro puede ser
lo mejor que haya en el sector en que se encaja en todo el mercado. Ni siendo
un completo ignorante en el mundo de los perros guía y sus amos ciegos podrías
meter tantas veces la pata como lo hace el autor, a quien se le exige incluso
más cuidado por el hecho de que cuenta una historia que él ha vivido en sus
propias carnes. Es increíble la cantidad de errores chapuceros que hay a lo
largo del libro (no ortográficos; la ortografía está muy cuidada, pero sí de
estilo), que puedes excusar en que el autor no haya podido darle una vuelta a
su obra, pero, entonces, ¿qué coño estaba haciendo su editor?
Lo mejor: el
final del libro que, contra todo pronóstico, no es triste (y que consiguió que
no suspendiera esta historia en Goodreads, poniéndole 3 estrellas que ahora
mismo voy a rebajarle).
Lo peor: tristemente,
se me hace muy difícil elegir la peor
cosa de este libro, pero tengo que quedarme con los diálogos. Demasiado
coloquiales incluso para mí, que literalmente
lleno de tacos las interacciones de mis personajes porque en la vida
real yo hablo así.
La molécula
efervescente: “Medidle la comida, pero nunca le midáis el afecto”.
Grado cósmico: Satélite
{2/5}. Ahora que se me han pasado los efectos del final feliz, tengo que ser
sincera conmigo misma y admitir que este libro ni me ha gustado ni me parece
que se merezca un aprobado.
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