domingo, 1 de julio de 2018

Fruta prohibida.

Tengo una buena, muy buena noticia que daros. Si todo va bien, muy pronto tendréis el segundo volumen de Chasing the Stars en FÍSICO disponible en Amazon.
Y con muy pronto, me refiero a, con suerte, el 28 de julio.
Y con el segundo volumen, me refiero, a:




Él apenas se movió, la confianza creciendo entre nosotros como el vuelo titilante de una mariposa, marcados sus vaivenes por las subidas y bajadas de su pecho al respirar.
               Nuestra conexión se debilitó un poco cuando él buscó algo en sus pantalones, lo que hizo que abriera los ojos y lo mirara. No pude resistirme a pasarle un dedo por el mentón. Él sonrió y se estremeció.
               -¿Te he despertado?-preguntó, y yo negué con la cabeza.
               -No estaba dormida.
               -Pues te quedas asombrosamente quieta-comentó-. ¿Te importa si fumo?-dijo, sacando un paquete de tabaco del bolsillo de su pantalón y sosteniéndolo entre los dedos.
               -Claro que no-contesté, bajándome de su regazo y apoyándome en su costado para darle un poco de espacio-. Encima que no puedo hacer nada contigo, no te voy a poner pegas.
               -No te vayas-me pidió, pasándome el brazo por la cintura y asegurándome de que me quedaba pegada a él. Sacó un cigarrillo del paquete, se lo llevó a la boca, y lo encendió con el mechero con un gesto muy concentrado-. Y no te sientas mal-añadió dando una calada e inclinándose a por el mechero-, que estamos aquí, de tranquis, acurrucados y escuchando música. Yo estoy súper a gusto, siendo un colchón humano-se burló y yo sonreí-. Deja de comerte la cabeza-expulsó el aire y se me quedó mirando. Me tendió el cigarro-. ¿Quieres?
               -Sabes que no fumo-contesté, apoyando el codo en el respaldo del sofá y negando con la cabeza.
               -No, no lo sé.
               -Scott os lo comentaría si lo hiciera, estoy segura.
               -Yo no le fui diciendo a todo el mundo cuando empecé a fumar que había empezado-se encogió de hombros.
               -Ya-chasqueé la lengua-, supongo que es algo que no se cuenta. Pero no, el caso es que no fumo.
               -¿Y fijo que no te molesta?
               Sacudí la cabeza y él asintió, más tranquilo.
               -Vale…-susurró para sus adentros-. Cuando me lo termine, ¿quieres que vaya a por algo?
               -¿Como qué?
               -No sé. Un chupito, chocolate… tú pide por esa boca, que tus deseos son órdenes para mí-me guiñó un ojo y yo me reí de nuevo. Guau, era increíble las reacciones tan diferentes que podía sacar de mí.
               -No necesito nada.
               -¿Fijo?
               -Estoy bien-insistí, y él alzó las manos.
               -Tú mandas. En serio. Si tienes sed, o hambre, o te da el sueño y quieres irte a casa…
               -No voy a querer irme a casa-aseguré, y él sonrió, complacido, pero continuó hablando como si no me hubiera escuchado.
               -… me lo dices, ¿vale? Tus deseos son órdenes para mí, bombón.
               -Eres un sol-comenté, dándole un beso en la mejilla y acariciándole la contraria. Él cerró los ojos y puso cara de niño bueno-. No sé cómo he podido odiarte tanto tiempo.
               Se quedó en silencio un segundo, eligiendo sus siguientes palabras. Cuando me miró, sentí que estaba echando un vistazo en el interior de mi alma. Me sentí vulnerable bajo sus ojos, pero sorprendentemente orgullosa de poder mostrarme ante él como era. Mis cartas estaban sobre la mesa, las páginas del libro que yo era abiertas para que él echara un vistazo y leyera incluso entre líneas.
               -Porque no me conocías-susurró en tono íntimo, y yo me quedé mirando sus labios, deseando probarlos-. No quisiste.
               -Eras un capullo conmigo-le recordé, alzando una ceja.
               Me miró a los ojos y tragó saliva. Intenté no pensar mucho en el movimiento de la nuez de su garganta, porque lanzó descargas eléctricas por mi columna vertebral.
               -Porque no te conocía, Sabrae.
               Fue en ese instante cuando lo supe. O cuando empecé a sospecharlo, al menos. Y, por la forma en que el tono castaño de sus ojos cambió de color, supe que él había emprendido el mismo camino de comprensión que yo.
               Nos estábamos pillando.
               Estando con otros, sin embargo, sería cuando descubriríamos que estábamos enamorados.
               Pero para eso todavía nos faltaba algo de tiempo.
               Alec se relamió inconscientemente, de una forma tortuosamente lenta, y yo me incorporé ligeramente. Aún a su lado, me apoyé sobre mis rodillas, me incliné hacia él y le besé despacio. Él respondió a mi beso dejando caer el cigarro sobre el cenicero y pasándome una mano por la espalda; la que había sostenido el cigarro enseguida se reunió con la piel de mi hombro. Me recorrió el costado mientras nuestras lenguas se reconocían, tímidas pero confiadas en que todo saldría bien, en que nuestro beso no era sólo un beso.
               Le pasé una mano por el pelo, disfrutando de nuestro contacto mientras él me apretaba la cintura. Mientras nuestras esencias se mezclaban en nuestras bocas, tuve tiempo de recorrer su cuero cabelludo con las yemas de los dedos mientras él hacía lo mismo con mis curvas.
               Le sabía la boca a tabaco y aquella no era una sensación muy agradable, pero, combatida con sus caricias y la cadencia lenta de sus labios y su lengua, pude disfrutar de nuestra unión. Me separé de él en busca de aire y abrí los ojos, sólo para encontrarme con que él ya me estaba mirando.
               -Alec…
               -Sabrae…
               Dijimos nuestros nombres a la vez, como si fueran el final de una oración. Me noté sonreír y me mordí los labios, y él lanzó una enternecida exclamación ahogada y me besó en los labios. Su lengua exploró mi boca, pero ahora ya no teníamos esa conexión que pudiera luchar contra el deje repulsivo que el cigarro había dejado en su lengua, y es por eso que me aparté en cuanto se me presentó la ocasión, le di un beso en la mejilla y me colgué de su cuello.
               -¿Acabas… acabas de hacerme la cobra?-quiso saber él, sus manos tonteando con mi espalda.
               -Te sabe la boca a tabaco-expliqué a modo de excusa, y él rió entre dientes.
               -No es una sensación agradable, ¿verdad?
               -¿Por qué empezaste?-quise saber.
               -Quería impresionar a una chica.
               -¿Y lo conseguiste?-alcé las cejas, y Alec sonrió.
               -Te sorprendería lo útil que es tener cara de niño bueno y saber comportarte como uno muy malo.
               -¿Se supone que estás hablando de ti?-me burlé, y él se echó a reír.
               -No seas mala, ¿quieres, bombón?
               Recogió de nuevo el cigarro y yo me quedé sentada, abrazada a mis rodillas, mientras esperaba con impaciencia a que terminara de fumárselo. Me pidió que le contara algo y yo le respondí que no tenía nada interesante de lo que hablar, a lo que él me soltó:
               -Con lo que me gusta oír tu voz, y ver cómo se mueven tus labios, ¿me vas a negar ese placer?
               No pude evitar esbozar una sonrisa que él celebró con otra, su sonrisa de Fuckboy®, y guiñándome un ojo.
               -Eso está mejor.
               -Termínatelo deprisita-ordené-, que me apetece mucho meterte mano.
               -Puedes meterme mano mientras fumo; bien sabe Dios que puede hacerse sin usar la boca.
               -No es mi estilo-respondí, cruzándome de brazos y tocándole la rodilla con la punta de mi pie. Alec soltó una risita, dio una profundísima calada a su cigarro y aplastó lo poco que quedaba contra al suelo del cenicero. Se volvió hacia mí y me echó el humo a la cara-. ¡Alec!-protesté-. ¿Qué te crees que eres, un dragón?
               -Eso explicaría el fuego que noto dentro cuando tú estás cerca, nena-rió, y se puso de pie. Me dio un vuelco el corazón al comprender que nuestra noche tocaba a su fin.
               Y pensar que había empezado sin querer verle…
               -¿Adónde vas?
               -Vuelvo ahora.
               -Alec, que me puedo acostumbrar al sabor del tabaco, de verdad…
               -Vuelvo enseguida-respondió-, tú no te muevas de aquí, ¿vale?
               Me dejó sentada y preguntándome qué acababa de pasar, sola en la habitación. Las paredes vibraban con el sonido de la música que atronaba al otro lado de la puerta. Me crucé de piernas y tiré de mis leggings hacia abajo para hacer que la parte más ancha no me molestara. Tamborileé con los dedos en mis muslos y deseé tener conmigo mi móvil para ver qué pintas tenía.
               Mierda… mi bolso. Se lo había dejado a Amoke y no me había acordado más de él. Genial, ahora no sólo no tenía mi móvil conmigo, sino que tendría que llamar al timbre de mi casa y esperar que mamá no se enfadara conmigo por haberme dejado las llaves otra vez. Comencé a mordisquearme la uña del dedo pulgar, pensando en qué podía hacer. Quizás si le pedía el móvil a Alec para que avisara a Scott y viniera a abrirme…
               No, Scott no recibía llamadas de noche. Sólo de Tommy. Y no podía despertar a Tommy para que mis padres no me echaran la bronca. Era demasiado egoísta.
               Y puede que Tommy tampoco me cogiera el teléfono, así que…
               Dios, iba a matar a Momo. ¿Cómo se le ocurría dejarme ir sin entregarme mi bolso? Que lo tenía todo allí, por Dios. Llaves, teléfono, dinero…
               Pintalabios para retocarme…
               Me llevé una mano a la comisura del labio y me la quedé mirando. No parecía que tuviera nada de pintura corrida; el maquillaje que compraba con mamá era ecológico, cruelty free y de muchísima calidad. Las Malik nos tomábamos en serio nuestros productos de belleza.
               Me incliné hacia delante, preguntándome si podría ver mi reflejo en la mesa de cristal, pero una imagen difuminada me recibió en cuanto me acerqué al borde de ésta. Me mordí el labio y me toqueteé el pelo, de repente nerviosa por las pintas que tendría y lo mal parada que saldría si Alec me comparaba con las chicas de fuera, perfectamente vestidas y maquilladas, dispuestas a darlo todo mientras yo me quedaba sentada obedientemente en el sofá, a la espera de que volviera.
               ¿Y si te ha vacilado y no vuelve?, inquirió una voz en mi interior, pero apenas tuve tiempo de rebatirla con argumentos sólidos basados en el comportamiento que estaba demostrando esa noche, porque en cuanto esa imagen se materializó en mi cabeza y un catálogo de imágenes comenzaba a extenderse ante mí, todas protagonizadas por él con chicas de diferentes rasgos, la puerta volvió a abrirse.
               Alec alzó las cejas a modo de saludo y la cerró con el talón.
               -Mira lo que te traigo-comentó, y me lanzó un pequeño objeto que atravesó volando la habitación y habría impactado en mi cara de no tener buenos reflejos. ¡Mi bolso! Sonreí a modo de respuesta y levanté la mirada, confusa-. Amoke se lo dejó a Jordan en la barra cuando se marchó.
               -¿Fue hace mucho?-quise saber, pero Alec se encogió de hombros.
               -Lo cierto es que no pregunté. ¿Habías quedado con ellas en algo?
               -No. Es sólo que no me he despedido…
               -Sabían que estabas conmigo, así que te perdonan. O eso me dijo Jordan. Igual me estaba vacilando. No sé, la verdad es que este chaval es un poco gilipollas cuando bebe, ¿sabes?
               Abrí mi bolso y saqué mi móvil de su interior. En la pantalla pude comprobar que Amoke me había dejado un mensaje:
¡Pásatelo bien con tu chico! Acuérdate de que aunque estés en esos días, sigues pudiendo quedarte embarazada, y no queremos una mini Sabrae por ahí 😉
               Me mordí el labio para evitar esbozar una sonrisa; si ella supiera que Alec era capaz de parar incluso cuando ni yo misma las tenía todas conmigo en temas de autocontrol…
               -Tengo otra sorpresa para ti-añadió, acercándose y ocultando las manos tras su espalda. Alcé la mirada para encontrarme con sus ojos. Su respiración estaba un poco acelerada, pero no le di importancia-. ¿Kinder bueno normal o blanco?
               Parpadeé sin comprender a qué se debía este sondeo.
               -Blanco-dije por fin, y él me enseñó la bolsa que traía a su espalda, en la que había un paquete de Kinder bueno normal, otro blanco, y varias gominolas; las más abundantes eran regalices.
               -¿Los prefieres blancos?-se cachondeó Alec-. ¡Quién lo diría!
               Abrí la boca, estupefacta. ¿De verdad íbamos a hacer bromas de raza, él y yo?
               -¡No me puedo creer que hayas dicho semejante subnormalada!-ataqué, divertida, aunque ya notaba mi carcajada escalando por mi garganta. Alec tenía ese tipo de carisma que hace que no puedas ofenderte con él. No dice las cosas con mala intención.
               -Y yo no puedo creer que vayas a reírte de ella como estás a punto de hacerlo.
               Se sentó a mi lado y me tendió el paquete que había elegido. Extraje la barra de chocolate de su interior y lo desenvolví con cuidado de no ensuciarme mientras Alec dejaba encima de la mesa una manzana verde en la que yo no había reparado hasta entonces. Cogió el otro paquete de Kinder bueno y lo abrió sin las contemplaciones con las que lo estaba haciendo yo.
               -¿Para qué es la manzana?
               -Ya lo verás-respondió, dándole un bocado a la barrita de chocolate y masticándolo despacio, disfrutando de mi mirada sobre él.
               -¿Me das un cuadradito?-pedí.
               -No.
               -¡Qué malo!
               Me guiñó un ojo, me cortó el cuadradito y me dijo que abriera la boca. Me lo metió despacio y yo le mordí los dedos, haciendo que soltara una exclamación. Solté una risita por lo bajo y mastiqué despacio, observándole. Le imité y le metí un cuadradito blanco entre los labios. Me chupó los dedos y yo me eché a reír, le llamé guarro y me respondió que a mí eso me encantaba. Me quedé callada, porque era así.
               Paseé mi muñeca por su cuello y descubrí que tenía el pulso acelerado. Volví a mirar la manzana, preguntándome de repente de dónde la habría sacado: en las máquinas expendedoras de la calle no vendían fruta.
               -Te late el corazón a mil, ¿estás bien?
               -He ido corriendo para que no me esperaras durante mucho tiempo y te cansaras de hacerlo.
               -¿Adónde has ido?
               -Al kiosko de la esquina, el que abre hasta las 6-se encogió de hombros.
               -¡Pero si está a casi quince minutos andando!-protesté.
               -¡Será a tu paso! Nena, tienes las piernas mucho más cortas que yo. Y yo he ido corriendo. No sé de qué te escandalizas. Además, me apetecía una manzana.
               -Tienes unos antojos muy raros.
               -La manzana quita bien el sabor del tabaco-reveló, y yo alcé las cejas.
               -Ah.
               -Y...
               -¿Y?
               -Se me ha ocurrido que, si tú quieres, podríamos jugar un poco con ella.
               -¿A qué te refieres?
               Me guiñó un ojo por toda respuesta y contestó:
               -Ya lo verás.
               Nos terminamos el chocolate y luego él se inclinó hacia mí. Entreabrí la boca y dejé que me besara despacio, pero con muchísima profundidad, como si fuera un aprendiz de buceador que se adentra en las profundidades oceánicas por primera vez. Su lengua se paseó por mis dientes y sus labios capturaron los míos mientras yo me dejaba hacer. El deje cenizo del tabaco seguía ahí, pero ahora mucho más disimulado por la presencia del chocolate. No me gustó la mezcla; es más, incluso preferiría que no se hubiera tomado nada. Era como si me obligaran a tomar una taza de chocolate caliente en invierno, pero del fondo de la olla en el que se había quedado todo pegado.
               Alec se apartó de mí y sonrió ante mi expresión contrariada.
               -¿Qué tal la experiencia?
               -Pues…
               Mentiría si dijera que bien pero también lo haría si dijera que mal. Había puesto todo su empeño en hacer que disfrutara de ese beso y mi cuerpo comenzaba a despertar con su presencia. Notaba un hambre ancestral apoderándose poco a poco de mí.
               -Vamos a ver qué tal ahora-replicó, haciéndose con la manzana, llevándosela a la boca y mirándome a los ojos mientras la mordía. No pude evitar fijarme en la firmeza de su mandíbula mientras daba el mordisco, y el sonido de sus dientes arrancando una parte de la fruta hizo que mi interior se retorciera de una forma increíble. Casi estaba haciendo contorsionismo, como una stripper que se enreda en la barra de la que vive: aquí, la barra sería mi libido, ya de por sí en las nubes, disparada ahora hacia la estratosfera por la revolución de mis hormonas.
               Masticó despacio y me descubrí deseando que fuera yo a la que masticaba de esa forma. Entreabrí la boca y Alec sonrió al ver que respiraba por ella, porque con mi nariz no daba abasto. Tragó y me fijé en la forma en que la nuez de su garganta se movía. Me crucé de piernas y sus ojos bajaron en caída libre hacia mis muslos, que estaban haciendo presión el uno contra el otro para acallar los comienzos de llamada suplicante de mi sexo.
               Deseé tener su mandíbula entre mis piernas, su lengua explorándome.
               Pero eso no podía ser.
               -Ven-me invitó en tono sensual, y yo me incliné hacia delante para probar de nuevo su boca, ahora brillante por el jugo de la manzana. Alec me pasó la mano por la cintura y bajó hasta mi culo, apretándome contra él para evitar que me escapara.
               En cuanto mis labios tocaron los suyos y notaron el sabor chispeante y fresco de la manzana, comprendí por qué era la descendiente de la fruta prohibida que había sacado a la humanidad del Paraíso. Decir que sus labios eran deliciosos y su lengua exquisita con el sabor dulce de la fruta sería quedarse muy, muy corta: me descubrí nadando en su boca, recogiendo los restos de sabor de su interior y disfrutando de cómo bailaban en mis papilas gustativas. Alec me pasó la mano por los hombros, su otra mano en mi culo, apretándomelo ahora con más fuerza, en un tono posesivo.
               -¿Mejor el cambio?-quiso saber, y yo asentí con la cabeza.
               -Increíblemente mejor.
               -Menos mal, porque me costó bastante elegirla-respondió, y por la forma en que me inspeccionó con la mirada, sospeché que no hablaba de la manzana. Me eché a reír.
               -Tienes buen gusto-alabé, agarrando la fruta y jugueteando con ella en mi mano.
               -Noticias frescas-respondió en tono irónico, y yo contuve una risita. Le di un mordisco con fingida timidez y Alec se mordió el labio-. Joder, Sabrae…-gimió, y noté cómo su miembro despertaba ante mi provocación.
               Dios, me encantaba la facilidad con la que se le levantaba. Me hacía sentir la criatura más deseable del mundo.
               Mastiqué despacio, aleteando lentamente con las pestañas, y Alec se quedó sin aliento mientras me observaba. Se relamió los labios y se inclinó para besarme, y exhaló un suspiro de frustración cuando yo me acerqué a su boca y, en el último instante, me aparté para darle un nuevo bocado a la manzana.
               -Sabrae…-suplicó.
               -¿No decías que se te daba muy bien ser un chico malo? Pues resulta que yo no me quedo corta-informé, y él se echó a reír.
               -Ya lo veo.
               Mastiqué despacio y me incliné por fin hacia sus labios, dejando que su lengua entrara en mi boca de una forma apasionada, casi suplicante. Me agarró de las caderas y me sentó sobre él, haciendo que notara su vigor creciente. Sus ganas de mí crecían con cada respiración. Mis ganas de él crecían con cada latido.
               Alec me agarró la mano y se llevó la manzana a la boca, sin permitir que yo me apartara. Me miró a los ojos mientras daba otro mordisco y no pudo ocultar una sonrisa cuando me rozó los dedos con los dientes y yo me estremecí. Le deseaba. Ahora.
               Masticó despacio mientras yo le miraba, volvimos a besarnos y me tocó el turno a mí. Repetí su jugada y él rió entre dientes, sus ojos oscureciéndose a marchas forzadas.
               Continuamos así, dando bocaditos, masticando y mirando al otro, y besándonos cuando terminábamos, hasta rozar el corazón de la fruta.
               Le dije que se la terminara él, que arrancó la poca carne que le quedaba y, después de tragar por última vez, dejó los restos de la manzana en el cenicero. Intentó llevarse la mano a la boca, seguramente con la intención de chuparse los dedos y provocarme, pero no se lo permití.
               Con cierta rudeza, le agarré de la muñeca y clavé mis ojos en los suyos mientras le pasaba la lengua por la palma de la mano, y la punta por cada uno de sus dedos. Me metí en la boca su pulgar y succioné despacio, disfrutando tanto de los restos de la manzana como del efecto que eso tuvo en él.
               Se le puso durísima.
               Me sorprendía incluso que no le doliera.
               Todo mi cuerpo respondió a su reacción: arqueé la espalda y noté cómo mi interior comenzaba a palpitar, a la espera de marcar el ritmo de la guerra de nuestros cuerpos cuando se unieran.
               -¿La gatita quiere jugar?-preguntó, y yo sonreí a modo de respuesta. Me tomó la mano y me imitó, pasando la lengua en círculos por la palma de mi mano, separándome los dedos e introduciéndola por los huecos. Dejé escapar un gemido y Alec sonrió: no era la única que podía provocarle.
               Jamás pensé que diría esto, pero comer manzana con él fue lo más erótico que había hecho en toda mi vida.
               -No te creas que no te va a salir caro lo que acabas de hacerme-me prometió, y yo me balanceé sobre sus caderas, disfrutando de su gemido de satisfacción.
               -¿Cuál será mi castigo?
               Se inclinó hacia mi oreja y me mordisqueó el lóbulo con lentitud.
               -Te voy a follar tan fuerte-me prometió-, que no vas a poder andar en una semana.
               E hizo algo que me demostró hasta qué punto estaba dispuesta a implicarme con él.
               Me dio una palmada en el culo.
               Si no hubiera sido Alec, le habría soltado un bofetón.
               Pero como fue Alec, sencillamente me volví loca.
               Me pegué de nuevo a él y empecé a besarle de una forma que haría sonrojarse a mis padres (y, créeme, cuando creces sabiendo que tus padres follan mínimo dos veces por semana, creces sabiendo que el placer merece la pena de cualquier cosa, y no hay nada más placentero que el sexo), le pasé las manos por el pelo y él volvió a la carga. Me masajeó el culo y jadeó cuando yo gemí un contenido “sí”, y siguió besándome y besándome mientras sus manos se paseaban por debajo de mi camiseta. Llevó hasta mis pechos mientras yo le acariciaba los hombros y comenzaba de nuevo a desabotonarle la camisa. Me los apretó y yo dejé escapar un gemido.
               Me mordió los labios y luego descendió por mi cuello mientras yo arqueaba la espalda para que sus manos abarcaran mejor mis tetas. Por favor, sí, no pares.
               Su boca descendió un poco más, capturó una de ellas entre sus labios y rozó con los dientes mi pezón. Dejé escapar un alarido.
               -Por Dios, Sabrae, de verdad espero que nunca te quedes muda. Cómo me gusta oírte gritar…-gimió contra mi busto, y continuó torturándome mientras yo me pegaba a él y jadeaba en busca de aire.
               -Alec-le llamé, y él relajó la presión en mis tetas, malinterpretando mi toque de atención. Quería asegurarme de que me escuchaba. Las besó y luego volvió a mi boca-. ¿Hasta dónde podemos llegar?
               Se quedó muy quieto, sopesando mi pregunta. Quizá estuviera decidiendo si merecía la pena mancharse por mí. Si yo follaba lo suficiente bien.
               -Hasta el final-dijo por fin, y me sorprendió lo sincero de su respuesta, aunque me dio la sensación de que lo decía por mantenerme a mí contenta.
               -¿En serio?
               -Sí.
               -Pero, ¿no te da asco?
               Tragó saliva y se me quedó mirando.
               -No-dijo por fin. Es mentira, repliqué yo. Aunque, sinceramente, después de todo lo que estaba descubriendo de él, me sorprendía que pusiera su pudor con respecto a la sangre femenina por encima de su propio placer.
               -A mí sí-contesté para excusarlo, y él parpadeó.
               -Pues tenemos un problema, bombón.
               Fruncí el ceño.
               -¿Cuál?
               -Que yo no me pienso ir hoy a mi casa sin haber escuchado cómo te corres al menos una vez.
               Jadeé, sin comprender adónde quería ir a parar.
               -¿Cómo?
               -Magreándonos un poco-me acarició los glúteos y yo me mordí el labio.
               -No quiero mancharte.
               -Soy un hombre adulto, ¿sabes, niña? Puedo decidir por mí mismo, y no me da miedo un poco de sangre.
               -No eres adulto.
               -Sí que lo soy-contestó en tono duro.
               -¿Acaso puedes votar?-pregunté, y él hizo un mohín.
               -Ya empezamos mezclando la política con el sexo, cómo se nota que eres hija de tu madre…-puso los ojos en blanco y yo me eché a reír.
               -Mamá sólo quiere que mis hermanas y yo crezcamos en una sociedad en la que el sexo no sea un factor a tener en cuenta a la hora de saber cuánto valemos-respondí-. Y que podamos ir por la calle tranquilas sin ponernos nerviosas cuando veamos la silueta de un hombre a lo lejos.
               -¿Tú te pondrías nerviosa si me vieras a mí a lo lejos?
               -No-contesté, segura-, porque confío en ti-expliqué, y Alec sonrió con orgullo-. Sé que no vas a hacerme nada malo.
               -Oh, nena, confiarás en mí-me concedió, y sus ojos bajaron a mis pechos un segundo antes de volver a mi cara-, pero te aseguro que lo que se me está pasando por la cabeza ahora mismo no tiene nada de bueno.
               -Sorpréndeme, Whitelaw-le reté, y alzó una ceja y asintió con la cabeza.
               Se zambulló en mi escote y me hizo disfrutar de los preliminares más placenteros de mi vida. Me acarició, me besó, me mordisqueó e incluso paseó la lengua por casi todos los rincones de mi cuerpo. Cuando me empezó a quitar los pantalones, estaba tan borracha de él y tan ansiosa de sentirlo dentro que apenas pude protestar débilmente.
               -Al…
               -No te preocupes; no vamos a hacer nada, que para eso estoy yo aquí. Aunque tú no puedas parar, yo sí-me aseguró, y asentí con la cabeza. Dejé que me quitara los leggings y se puso encima de mí, su paquete presionando en mi entrepierna mientras continuaba besándome. Me pidió que me moviera y yo lo hice, la tela de mis bragas y de sus vaqueros y sus bóxers entre las partes de nuestros cuerpos que más se anhelaban.
               Cuando vio que yo no conseguía concentrarme del todo en su boca, decidió cambiar de estrategia y bajar a tocarme.
               -Alec-le advertí.
               -Ten un poco de fe en mí, tía-protestó, un tanto molesto, y yo me quedé callada y expectante. Todo mi cuerpo se puso en tensión. Si pensaba que iba a consentir que me metiera mano, iba guapo. Le cruzaría la cara. Lo juro por dios.
               Pero, por suerte, fue más inteligente y no intentó saltarse los muros que yo luchaba por derribar y mantener en pie a la vez. No coló sus dedos por el elástico de mis bragas (le habría soltado tal guantazo que le dejaría la mano marcada un mes), sino que pasó por encima de la tela y presionó suavemente justo encima de mi clítoris.
               -¡DIOS!-grité, y noté su sonrisa triunfal en mi clavícula cuando arqueé la espalda para que pudiera hacer presión con más facilidad en mí.
               -Parece que nos está gustando, ¿eh?-se burló.
               -Cállate y no pares-ordene, y él se echó a reír y siguió masajeándome lentamente.
               Podría haberme hecho llegar. De verdad. La reputación que se había ganado con el sudor de su frente y espalda era más que merecida.
               El problema era que yo no terminaba de concentrarme del todo en él. Y cuando se me ocurrió que podría estar haciendo esto a cambio de algo, ya supe que me sería imposible llegar.
               -Alec-le llamé, y él subió de mis pechos a mi boca y empezó a darme piquitos para hacerme saber que tenía su atención-. Para, por favor.
               Y se detuvo en el acto.
               Quise tirarme de los pelos por haberle detestado durante toda mi vida y haber estado convencida que era el mayor capullo que había pisado la faz de la Tierra. No había conocido a nadie que parase a la velocidad a la que lo hacía él.
               No había nadie que comprendiera mejor el significado de no que Alec.
               -¿Estás bien?-me preguntó, apartándome el pelo de la cara. Asentí con la cabeza-. ¿Por qué quieres parar? Creía que te gustaba.
               -No estoy dispuesta a chupártela-solté a bocajarro, y Alec alzó las cejas. Me miró los labios y luego se incorporó un poco. Tuve que contener una carcajada; se estaba mirando el paquete como quien valora la mercancía por la que está a punto de pujar.
               -Tú te lo pierdes-espetó, pero su tono no era nada borde; es más, incluso parecía divertido-. ¿Sabías que el semen tiene más vitamina C que una naranja?
               -Eh, ¡para el carro! Que ni te la voy a chupar, ni tenía pensado tragármelo en el caso de que fuera a hacerlo.
               -Vitamina C, Sabrae-canturreó en mi oreja, y yo me eché a reír.
               -¡Quítate de encima!
               Sorprendentemente, su insistencia no me estaba molestando lo más mínimo. Es más, incluso me parecía divertida. Me ayudó un poco a relajar la tensión que se había ido instalando en mi cuerpo.
               Caí en la cuenta de que no estaba ofendiéndome porque no estaba insistiendo realmente, sino distendiendo el ambiente.
               Él se incorporó y se quedó sentado entre mis piernas. Me pellizcó el tobillo del pie derecho.
               -Si no quieres continuar-dijo, en tono serio-, de acuerdo. Pero quiero que sepas que yo no lo estaba haciendo porque esperase nada de ti. Me gusta darte placer, Saab. Me lo da a mí también.
               -Te lo recordaré cuando te pongas pesadito con que te la chupe después de que me masturbes-le guiñé un ojo y él puso los ojos en blanco.
               -A ver, niña, evidentemente, prefiero que me hagas una mamada a que no me hagas nada, pero tampoco me voy a morir si no te apetece, ¿sabes?-bufó, y yo me eché a reír.
               -¡No te piques, Al! Quizá, en un futuro…
               -¿De verdad?-inquirió con el rostro iluminado por la ilusión, y yo sacudí la mano para que me dejara hablar.
               -El caso es que quiero que lo nuestro sea totalmente recíproco.
               -Nunca ha sido totalmente recíproco, bombón-me dedicó su mejor sonrisa torcida y yo me estremecí, comprendiendo a la perfección a qué se refería. Me puse roja como un tomate recordando la indecencia de mis gritos y gemidos y súplicas cuando él se ponía de rodillas ante mí, me separaba las piernas y hundía la cara en mis muslos. Vale, sí, puede que nuestra relación no estuviera basada en un equilibrio perfecto, pero… joder, nos beneficiaba a los dos que él me practicara sexo oral. Así podíamos disfrutar después de la penetración.
               Además, ¿qué demonios? Tenía una técnica increíble con la lengua y yo no estaba dispuesta a renunciar a eso. No señor.
               Se inclinó hacia mí y me besó los pechos una última vez, enternecido por mi rubor. Me los tapó y me dio un suave pero rápido beso en los labios.
               -Como quiera mi chica.
               -Yo no soy tu chica.
               -Porque no te lo he pedido aún.
               -¿Y vas a hacerlo?
               -No lo creo, la verdad-dijo, y eso me decepcionó un poco.
               Que me cerrara la puerta a mi esperanza tan rápido incluso me dolió. ¿Tan seguro estaba de que no debíamos intentarlo?
               Nos lo pasábamos bien juntos, incluso me caía bien. Éramos compatibles, eso estaba claro.
               Y, al margen de todo eso, creo que haríamos una bonita pareja. A pesar de que él me sacara dos cabezas.
               Y fuera blanco.
               Pero no es blanco, blanco. Ni siquiera es pálido. Y en verano se le pone la piel…
               Me mordí el labio, recordando el tono caramelo de su piel cuando volvía de Grecia.
               Y me descubrí deseando tener derecho a ir a verlo nada más llegar de sus islas.
               -¿No hay nada que pueda hacer para convencerte?
               Su eterna sonrisa de Fuckboy® volvió a su boca.
               -Soy un hombre con las ideas claras, nena.
               Tiré lentamente de la camiseta para dejar mis pechos de nuevo al descubierto, y él se los quedó mirando.
               -Claro que siempre estoy abierto a negociar-contestó después de carraspear, y yo me eché a reír y le besé en los labios.
               -Míralas todo lo que te apetezca. Lo que necesites para cambiar de opinión.
               -¿Sólo mirar?-inquirió, y yo me eché a reír. Le pasé los brazos por el cuello y jugué con los rizos que se le formaban en la nuca.
               -Úsame-susurré en tono íntimo, y él sonrió, se inclinó hacia mi boca y posó sus labios en los míos.
               -No te haces una idea-me confió al oído-, de lo muchísimo que me apeteces.
               Sonreí, feliz, dejando que esa breve frase llenara mi interior como los rayos de sol que por fin empiezan a derretir la nieve terca de un crudo invierno. Le pasé los brazos por la espalda y deslicé los dedos por sus músculos, respirando despacio para poder inhalar bien su aroma. Alec me imitó, pasó sus brazos por debajo de mi espalda y me incorporó para tumbarse él en el sofá y dejarme sobre su pecho.
               -Déjame verte con el pelo suelto-me pidió, y yo asentí con la cabeza, me llevé una mano a las trenzas y él me la cogió, negando-. ¿Puedo?-preguntó, y asentí de nuevo. Le miré a los ojos mientras sus dedos se enredaban lentamente en mi pelo, las gomas que sujetaban mis trenzas en su muñeca. Me las deshizo con muchísima lentitud, como si temiera hacerme daño. Por fin, cuando terminó, extendió mi melena por mi espalda y sonrió observando mis bucles negros volver a su forma original, libres al fin.
               -Eres tan hermosa…-susurró en voz baja, como si temiera que mi belleza fuera a romperse con el sonido de su voz. Sonreí-. Especialmente cuando sonríes-añadió, y noté cómo el color subía a mis mejillas-. Y más cuando te pones roja.
               -Sh-tomé su rostro entre mis manos y besé sus labios. No podía creerme el aura de intimidad que había entre nosotros cuando hacía escasos minutos yo estaba convencida de que terminaríamos haciéndolo. No me importaba mi semidesnudez, más allá de que pudiera mancharlo; no me importaba que Jordan supiera lo que estábamos haciendo y pudiera irle con el cuento a mi hermano; no me importaba nada que no fuera la cercanía de Alec y lo cómoda que me hacía sentir.
               -Y hueles genial-añadió, acercando un mechón de pelo a su nariz e inhalando-. ¿Es… manzana?-inquirió sorprendido por la revelación. Asentí.
               -Mi champú tiene extracto de manzana. Es bueno para los rizos y el brillo.
               -Pues funciona-me besó el hombro e inspiró en mi cuello. Se puso rígido.
               -¿Qué pasa?
               -¿Qué perfume usas?
               -De fruta de la pasión, ¿por qué?
               -Sabía que me recordaba a algo-murmuró para sus adentros, pensativo.
               -¿De qué hablas?
               -Mi hermana toma helados incluso en invierno (sí, en fin-puso los ojos en blanco cuando vio mi expresión de estupefacción, porque, ¿comer helados en invierno?-, ya sabes que los pelirrojos son gente muy rara, yo tengo suerte de que mi madre no me haya pasado sus genes), y el otro día abrió uno nuevo y a mí me sonaba muchísimo el olor.
               -Ah, ¡puede ser! Últimamente están sacando muchísimas cosas de maracuyá. Yo llevo usando este perfume desde mi cumpleaños. Me lo regalaron mis hermanas-expliqué, apoyando la barbilla en su pecho. Recuerdo la ilusión que me hizo abrir el pequeño paquete que Shasha y Duna habían comprado para mí, lo bien que casaba el aroma fresco, dulce y a la vez un poco picante de la maracuyá conmigo. Había sido el regalo perfecto, hecho a medida-. ¿Te imaginas que me embadurnara de helado para oler así?-me eché a reír-. ¡Qué asco! Estaría súper pegajosa.
               -A mí no me importaría lamerte el helado de encima-respondió sin pensar, y luego se dio cuenta de lo que acababa de decir, abrió muchísimo los ojos y exclamó-. ¡Mierda! ¿He dicho eso en voz alta?
               -¡Sí!-estallé en una carcajada y él sonrió, cohibido.
               -Bueno, ahora ya sabes cuáles son mis fantasías sexuales secretas.
               -¿Y qué me dices de lo de mis pechos de bronce?-me burlé y él puso los ojos en blanco.
               -Soy todo un poeta, ¿verdad? Eh, no te rías tanto, que te gustó que te lo dijera.
               -Fue original, nunca me habían dicho eso.
               -Es que cuando estoy cachondo no me llega sangre al cerebro y no pienso lo que digo.
               -No lo piensas nunca.
               -Listilla-bufó por lo bajo, y volví a reírme. Apoyé de nuevo la cabeza en su pecho y me quedé mirando fijamente su colgante. Acaricié el borde redondeado por el tiempo, gastado por años a la intemperie o de roce contra su pecho. O contra el pecho de otras chicas.
               Me pregunté cuántas chicas habrían gritado entre sus brazos, al alcance de ese pequeño colgante. Alec me cogió la mano y me la separó de él, como si estuviera contaminando su amuleto a base de manosearlo. No pienses en eso ahora, Saab, parecía decirme. Me lo intenté decir a mí misma.
               -Estás muy callada-observó, y yo me mordisqueé la sonrisa.
               -Estaba pensando-me encogí de hombros y él alzó una ceja.
               -¿De veras? ¿En qué?
               -Tu colgante-explicó, y él se lo quedó mirando.
               -¿Qué le pasa?
               -Me gusta. Y te pega. Llevas tiempo con él, ¿no?
               -Unos años, no recuerdo cuántos-asintió con la cabeza y se pasó una mano por el pelo, pensativo-. Lo traje de Grecia.
               -¿Qué significa?-quise saber, incorporándome hasta quedar apoyada sobre mis codos, estos sobre su pecho. Parpadeé para fingir que la pregunta no me aterrorizaba: ¿y si me decía que le recordaba a una chica especial? ¿A alguien a quien no había podido olvidar, por más que intentara reemplazarla?
               ¿Y si me demostraba que tenía un corazón, más allá de lo que yo ya sospechaba?
               Lo último que necesitaba era que me confesara un amor perdido que hiciera que cayera más profundo en el pozo sin fondo que era su presencia.
               -Nada en especial-respondió-. Es un regalo de una buena amiga, nada más. A ella también le pareció que me pegaba-sonrió con cariño, perdido en sus recuerdos, sus ojos atravesándome y nadando en un mar en el que yo estaba segura de que no era capaz de alcanzarlo.
               -Debe de ser importante para ti. Nunca te he visto sin él.
               -Me ayuda a recordar-se encogió de nuevo de hombros. No parecía del todo incómodo con la conversación. Quizá me dejara ahondar un poco en su pasado, en esos meses en los que yo no tenía ningún tipo de referencia con respecto a él. Cuando se iba a Grecia, desaparecía del mapa (de mi mapa) totalmente, y hasta hacía muy poco tiempo eso no me había importado lo más mínimo. Ahora, en cambio, me encontraba con una peligrosa curiosidad: quería saber más de él. Más de las cosas que tenían un significado oculto que sólo él comprendía y valoraba.
               Más de dónde venía.
               Y más de adónde quería ir.
               Es curioso: había crecido viéndolo, y sin embargo no sabía casi nada sobre él, más allá de lo que había ido descubriendo esta semana: que era un bocazas, que quería a su hermana con locura y moriría por sus padres. Y que era fiel, tremendamente fiel, a todo lo que a él le importaba: sus amigos, su familia. Valoraba su palabra más de lo que mucha gente valoraría la propia vida.
               Me gustaba ese concepto tan fuerte que tenía del honor.
               Algo me decía que el colmillo tenía algo que ver con ese honor.
               -¿Recordar el qué?-pregunté con cierta timidez, y sus ojos me enfocaron. Se mordió el labio y yo me relamí los míos, nerviosa-. Lo siento si me estoy metiendo donde no me llaman, no quiero ser cotilla ni nada por el estilo, simplemente…
               -Tienes curiosidad-contestó, y yo asentí-. Me gusta que tengas curiosidad, bombón-respondió, y yo me sorprendí estallando en una explosión de orgullo cuando adornó su respuesta con una sonrisa-. Es como… uno de mis animales espirituales, por así decirlo. Mi amiga (Perséfone, se llama) y yo nos pasábamos el verano bañándonos en las playas de Mykonos. Un día, después de que atracara un barco de pesca, salimos a nadar y nos encontramos con un tiburón. Nos acojonamos muchísimo, pero el bicho no nos hizo nada. Nos quedamos muy quietos-se toqueteó el colgante, pensativo-: pensábamos que, si no nos movíamos, pasaría de nosotros.
               -¿Le pasó algo?-pregunté, un poco nerviosa. Estaba claro que él estaba perfectamente, pero la chica… ahora me diría que se la había merendado, o algo así.
               -¿A Perséfone? Qué va. La tía está mejor que yo-sacudió la cabeza, divertido-. No, el bicho simplemente pasó a nuestro lado. Como estábamos a unos metros de distancia, incluso pasó entre los dos. Yo quería tocarlo, pero ella, por suerte, me convenció de que no lo hiciera. Parece ser que no sólo estoy como una puta cabra, Sabrae-comentó, arqueando una ceja-, sino que, para colmo, también soy gilipollas. Imagínate que al animal le ofende que estire mi mano y decide que él, a modo de respuesta, me va a saludar arrancándome medio brazo. Con lo perfecto que me ha hecho mi madre, no estoy hecho para ser un tullido-chasqueó la lengua y yo tuve que reírme-. El caso es que el animal pasó y Perséfone consiguió disuadirme de que yo le molestara, se acercó a donde habían caído algunos aparejos de pesca con peces dentro, se los comió y se piró de allí. Perséfone incluso se cabreó conmigo porque estaba disgustado porque había pasado de nosotros como de la mierda-negó con la cabeza, nostálgico-. Al día siguiente, ella se fue a bucear (bucea que te cagas, aguanta más de 3 minutos debajo del agua; 5 si se mantiene absolutamente quieta), y de la que salía, pisó el colmillo-se llevó los dedos a su amuleto y continuó-. Supo enseguida que era de un tiburón, así que le hizo el agujero, le puso el colgante, y me lo dio esa noche, cuando salimos a nadar otra vez.
               -¿Te imaginas que fuese suyo?-murmuré, rozando sus dedos cuando yo también acaricié el colgante.
               -Creemos que lo era, de hecho-se encogió de hombros-. ¿Sabes lo difícil que es ver un tiburón en Grecia? Muchos pescadores no habían visto ninguno en toda su vida, y eso que algunos son ancianos. Yo insistí en que se lo quedara ella, pero me convenció para que me lo quedara diciendo que lo perdería si lo llevaba al cuello a bucear. Y ni de coña se lo iba a quitar. Así que yo no me lo quito-lo miró de nuevo.
               No pude evitar pensar en ello, tenía las hormonas demasiado revolucionadas y estaba literalmente pegada a él.
               Si no se lo quitaba para ir a la playa, había muchísimas posibilidades de que también se duchara con él.
               Se me secó la boca imaginándomelo bajo el chorro del agua de ducha, pasándose las manos por el pelo, con el agua cayéndole por la espalda y los pectorales, haciendo que su piel brillara de un modo que sólo podría ser calificado de “tortura”. Y el colgante en su cuello, empapado igual que él.
               Me revolví sobre él, intentando controlar el tren de mis pensamientos, pero él notó que trataba de contenerme.
               -¿En qué piensas?
               -No te voy a dar el gusto de decírtelo-contesté, sacándole la lengua, y él esbozó su mejor sonrisa torcida, de Fuckboy®.
               -¿No quieres que te lo confirme?
               -¿El qué?
               Se inclinó hacia mi oído, me apartó el pelo de la cara y rozó el lóbulo de mi oreja con sus labios cuando susurró:
               -Que tampoco me lo quito para ducharme.
               -¿No lo haces?-ronroneé, y él se echó a reír. Me incliné hacia su boca y antes de que pudiera detenernos, estábamos besándonos con lenta pasión. Me mordisqueó los labios y sonrió cuando yo no pude contener un gemido al apretarme el culo con sus manos, pegándome tanto a él que por un momento pensé que nos fusionaríamos.
               -Eres mía-jadeó en mi oreja.
               -Ya te gustaría-repliqué yo, acariciando su pecho.
               -Pues sí-consintió-, pero más me gustaría hacerte suplicar.
               -¿Para qué? No eres un hombre de palabra. Dijiste que me recubrirías de sirope y me lo quitarías con la lengua, y todavía estoy esperando a que lo hagas.
               -Alguien tan delicioso como tú se merece algo más dulce que el sirope. Miel, quizás.
               -Demasiado dulce-contesté-. ¿Bombón y miel? No pega para nada.
               Se quedó quieto y se apartó de mí.
               -¿Cómo que no pega nada?-quiso saber, frunciendo ligeramente el ceño.
               -Vamos, ¡el sirope al menos sabe bien! La miel, en cambio…
               -¿¡No te gusta la miel!?-espetó, incrédulo, y yo me encogí de hombros.
               -Sólo con cosas muy puntuales.
               Alec se mordió los labios, me miró de arriba abajo y, ni corto ni perezoso, me agarró de la cintura y me obligó a sentarme.
               -Bueno, Sabrae-comentó-. Hasta aquí nuestro breve pero intenso idilio. Ha sido un placer correrme contigo-soltó, poniéndose en pie y abrochándose la camisa. Me quedé a cuadros mientras él se llevó dos dedos a la frente y, tras hacer el saludo militar, atravesó la puerta y me dejó sola en la pequeña sala.
               Ni siquiera me dio tiempo de asumir que se había ido. ¿Qué coño acababa de pasar?
               Crucé los tobillos y me quedé mirando el cigarro aplastado en el cenicero, el corazón medio roído de la manzana mezclándose con las cenizas, adquiriendo un feo tono naranja con el óxido.
               La puerta volvió a abrirse y Alec se apoyó en el marco.
               -¿Te he puesto nerviosa?-quiso saber, haciéndose oír por encima del ruido de la fiesta que estaba a su espalda.
               -Acabo de flipar un poco, la verdad-decidí ser sincera.
               -No te habrán entrado ganas de llorar.
               -Casi-contesté, apartándome el pelo de la cara y dando una palmada en el hueco a mi lado en el sofá. Alec se llevó una mano al pecho.
               -Debe de ser lo más bonito que me has dicho en todo el tiempo que nos conocemos.
               Vuelve conmigo, pensé. El espacio que nos separaba me parecía un abismo insondable. Me había acostumbrado al calor de su cuerpo. Necesitaba que su aroma me embriagase de nuevo.
               Supe exactamente qué debía decirle para hacer que regresara a mi lado.
               -Las ganas de llorar ya me han venido porque te abrochaste la camisa, no porque te fueras.
               Bien, Saab. Dórale la píldora, pero sin subirle demasiado ese ego estratosférico suyo.
               Aunque, bueno, quizá sí que el ego le creció un poco, porque cerró la puerta con su tobillo y su sonrisa patentada volvió a su boca.
               -Así que lo que te molesta no es que no esté aquí, sino que esté vestido.
               -Cuando llevas poca ropa no me importa que estés conmigo porque tus abdominales me distraen de las gilipolleces que dices.
               Se acercó a mí, chulito, y se plantó entre mis pies, mi cara muy cerca de su entrepierna. Disfrutó de la proximidad y de las posibilidades que ésta ofrecía. Me acarició la mejilla y yo me imaginé que así era como se comportaría si decidía bajarle la cremallera de los vaqueros, aunque quizá ahora lo estuviera haciendo con un poco más de delicadeza.
               -Antes no parecías muy molesta con mis gilipolleces-comentó, sus ojos oscuros de anticipación. Madre mía, ¿cómo podía escalar tan deprisa la tensión sexual entre nosotros?
               -Porque era como si estuvieras sin camiseta-contesté, y él se llevó el pulgar a la boca.
               -Eso tiene fácil solución, bombón.
               Y empezó a desabotonarse la camisa, sin dejar de mirarme a los ojos. La visión de su pecho, que yo sabía tan cómodo, era demasiado tentadora, pero no le dejaría ganar. Me conformé con vistazos de sus músculos por el rabillo del ojo mientras él sonreía, divertido ante mi obstinación a no dejarle ganar.
               Pero, cuando se deslizó la camisa por los hombros, y dejó que cayera sobre el sofá, no pude más. Tuve que echar un vistazo de su perfecta anatomía, y contuve el aliento ante la fuerza que desprendía su cuerpo.
               El chispazo del deseo volvió a encenderse en mi interior.
               Poséeme, pensé, y me descubrí abriendo involuntariamente las piernas y reclinándome hacia atrás en el sofá, ofreciendo todo mi cuerpo para su disfrute, con la única condición de que fuera bueno y compartiéramos placer.
                Sus dedos recorrieron el contorno de mi hombro, anhelantes. Se deslizaron por mis clavículas y rozaron el borde de mi camiseta.
               -Llevas mucha ropa-comentó, y yo sonreí.
               -Me gusta estar presentable-me encogí de hombros, divertida. Me gustaba que me provocara porque eso me desinhibía, y así podía provocarle yo sin sentir ningún tipo de pudor.
               -Para estar presentable conmigo, deberías estar desnuda-fue su respuesta, y se inclinó hacia mi boca y comenzó a besarme. Le acaricié la espalda, los hombros, el cuello y el pelo; incluso me permití bajar hasta su culo y hacer que cayera sobre mí, todo el peso de su cuerpo aplastándome y haciéndome perder la razón.
               Apoyó una mano en el sofá, por encima de su cabeza, y se incorporó para mirarme. Me mordí el labio bajo su escrutinio, sintiéndome sorprendentemente segura de que yo era lo que él quería. No había nadie más en aquel mundo: sólo estábamos nosotros dos.
               Y éramos precisamente lo que el otro más deseaba.
               -Eres tan hermosa… no sabes cómo te deseo, bombón.
               -¿Y por qué no me tomas?
               Le acaricié el pecho y descendí por sus abdominales, decidida a hacérselo pasar muy mal. No llegué a sus pantalones, quién sabe lo que podría hacer de haberlos alcanzado.
               -Porque no es el momento.
               Levanté la mirada y me encontré con sus ojos, sorprendentemente chispeantes de un cariño infinito. Cariño y comprensión.
               Tomé aire y lo exhalé despacio, y él me apartó un mechón rebelde de la mejilla.
               -No te importa-señalé, y él negó con la cabeza.
               -Pero a ti sí-respondió-, y con eso me basta. Tienes que estar cómoda cuando estamos juntos.
               -Tú haces que yo me sienta cómoda.
               -Vale, pero si soy yo el que hace que estés cómoda, no vas a estarlo al cien por cien. No es lo mismo que yo te dé algo a que tú lo tengas ya, ¿me entiendes, mi niña?-preguntó, y yo asentí-. Quieres que lo nuestro sea recíproco; vale, yo también. Y eso pasa porque los dos nos lo pasemos igual de bien.
               -Pero no nos lo pasamos igual de bien siempre-respondí, elocuente, esbozando una tímida sonrisa que él correspondió.
               -Vale, Saab, pero… dices ahora que sí, cuando estoy cerca y puedes no pensar en ello. ¿Qué vas a decirme cuando yo te desnude?-quiso saber.
               -Me seguirá apeteciendo.
               -¿Y cuando entre en tu interior?
               -Me gustará.
               -Hasta que te acuerdes de en qué momento estás y empieces a comerte la cabeza, pensando que yo no me merezco que me hagas parar. Y tú no te lo pasarás bien. Y yo quiero que tú te lo pases bien conmigo. Si lo nuestro tiene que ser recíproco, y lo nuestro se basa en que nos lo pasemos bien los dos, entonces el placer tiene que ser recíproco. No sería justo que uno disfrutara mientras el otro no.
               Me acarició los glúteos y yo tuve que darle la razón. Sus manos me aportaban una tranquilidad que puede que no sintiera más tarde. Necesitaba la calidez de sus caricias, no el fuego de su pasión. Bastante caldeada tenía yo la piel como para que él le prendiera fuego. Asentí con la cabeza y me mordí el labio.
               -De verdad que eres un sol, Al-musité con un hilo de voz, y él sonrió, se arrodilló entre mis piernas y me dio un beso en los labios.
               -En realidad, estoy siendo muy egoísta-me acarició la nariz con la suya-. Si te tratara mal ahora y me aprovechara de ti, cuando se te pasara la borrachera y estuvieras sola en tu habitación, decidirías que no vas a permitir que me acercara otra vez, ¿a que no?
               -Dudo que pudieras tratar mal a nadie.
               Él arqueó las cejas e inclinó la cabeza.
               -¿Te importaría repetir eso? Es que quiero grabarlo, para cuando mi madre me eche la bronca porque se supone que le doy malas contestaciones a Mimi-puso los ojos en blanco y yo me eché a reír.
               -Los hermanos mayores sois unos plastas. Menuda paciencia debe tener tu hermana para aguantarte.
               -Tía, acabas de decir hace literalmente dos segundos que soy un sol, ¿en qué quedamos? ¿Soy un sol, o mi hermana es una santa por aguantarme? Paciencia es la que tengo que tener yo-hizo una mueca y yo me eché a reír. Él sonrió cuando nuestros labios se encontraron, me pasó una mano por la cintura y volvió a tumbarme sobre él.
               Sus manos se enredaron de nuevo en mi pelo y bailaron en mi espalda mientras yo respiraba el aroma que desprendía, acunada por su respiración y el sonido de los latidos de su corazón en su pecho.
               Podría dormirme encima de él y disfrutar del sueño más placentero que hubiera vivido en años.
               La posibilidad de hacerlo era demasiado tentadora, así que cerré los ojos, agotada por una noche cargada de emociones y el cansancio que me producía la regla. Echaría una cabezadita, sólo un par de minutos… seguro que Alec ni lo notaría, tan ocupado como estaba en acariciarme el pelo y respirar el aroma de mi piel. Olía tan bien… me invitaba a acurrucarme sobre su pecho e hibernar durante todo el invierno, quizás un poco de la primavera también. Su cuerpo emitía un aroma suave a lavanda, mezclado con pasta de dientes y el ardor del alcohol que desprendía su aliento, que en cualquier otra persona habría sido desagradable, pero que en él me atraía terriblemente.
               Dejé escapar un suspiro de satisfacción después de llenar mis pulmones con su deliciosa colonia, fresca y atractiva, de ésas que llaman directamente a la puerta de tu libido, y busqué una postura más cómoda sobre su pecho.
               Pero Alec no me dejó dormirme. Detuvo sus caricias y levantó una mano de mis lumbares, donde había estado mandando nubes de calidez por mi espalda.
               -¿Estás cansada?-preguntó, y yo me vi obligada a asentir. La verdad es que no era de todo justo que yo me durmiera y esperara que él siguiera como si nada. Seguro que no había planeado que su sábado fuera así, cuidando de una chiquilla que terminaba grogui sobre su pecho.
               Aunque me daba la sensación de que tampoco le molestaba el giro que habían dado los acontecimientos.
               -Quizá sea hora de que te vayas a casa.
               Abrí los ojos y me quedé mirando el cenicero. Estudié los complicadísimos dibujos que las cenizas y la manzana dibujaban en sus pequeños muros de cristal. Consideré la posibilidad de decirle que no, que estaba bien… pero enseguida la deseché.
               No porque no me muriera de ganas de seguir juntos (créeme, en ese momento, era lo único que deseaba), sino porque, a pesar de mis anhelos, Alec no se lo merecía. No era mío. No era mi novio. No nos unía nada más allá de una amistad incipiente y una atracción sexual más poderosa que la gravedad que mantenía en equilibrio todo el sistema solar. Le estaba cogiendo cariño, y él a mí… pero ni siquiera con Hugo me había comportado de una forma tan egoísta. Cuando yo estaba cansada, simplemente me marchaba y le dejaba disfrutar de la fiesta.
               Si no había hecho eso con mi primer novio, el chico al que le había entregado en préstamo mi cuerpo y mi corazón, recibiendo a cambio los suyos, ¿cómo podía pedírselo a Alec? Por tentador que resultara aprovecharme en ese sentido de él, no sería justo.
               Así que me incorporé y dejé escapar un bostezo, concentrándome en el tacto de los músculos de sus pectorales en las yemas de mis dedos.
               -Sí, tienes razón-asentí con la cabeza y me llevé una mano a la boca para ocultar un nuevo bostezo, y solté una risita tímida cuando se lo contagié-. Disculpa.
               -No pasa nada.
               Él también se levantó y me observó mientras yo recogía mis leggings, me los ponía, y rebuscaba en el sofá hasta dar con el sujetador. Le miré y se me encendieron las mejillas estúpidamente. Te ha comido, literalmente, las tetas esta noche, ¿qué crees que estás haciendo?, me recriminé al notar mi sonrojo, pero a Alec mi ataque de timidez no le pareció mal. Es más, incluso le enterneció.
               -Claro-asintió, y se giró un poco para darme la espalda-, perdona-murmuró mientras se abrochaba su camisa.
               Es un auténtico y verdadero sol, pensé, sintiendo una oleada de cariño y gratitud inmensas apropiarse de mi ser.  Me quité la camiseta y me abracé los pechos instintivamente mientras buscaba con manos temblorosas el enganche de mi sujetador. Le miré, nerviosa, y me tranquilizó lo despacio que estaba enganchando los botones de su camisa. Le había visto quitárselos rapidísimo, y también ponérselos con una sola mano; el mero hecho de que lo estuviera haciendo con parsimonia era una señal de que quería darme el mayor tiempo posible.
Me entraron ganas de llorar de lo bueno que era. Por un momento, sopesé la posibilidad de recompensarle esa vena generosa y protectora suya tocándole el hombro y ofreciéndole mi torso desnudo para que hiciera con él todo lo que se le ocurriera; bien sabía Dios que nada me habría gustado más que sentir su boca en mi piel. Su lengua en mis pechos. Sus dientes en mis pezones.
               Sabrae
               Me enganché el sujetador y me lo coloqué, subiendo los tirantes por mis hombros. A continuación, introduje la cabeza en la camiseta y me terminé de vestir.
               -Ya estoy-comenté, y Alec se dio la vuelta. Nos miramos a los ojos y ambos nos dimos cuenta de la intensidad de la atracción que sentíamos el uno por el otro, como el canto de una sirena. Se había endurecido de nuevo, seguramente pensando en mi semidesnudez.
               Su mirada se deslizó por mi anatomía y se detuvo irremediablemente en mi busto, en el que se intuían los rastros de mi excitación, no tan evidentes como los suyos, pero a la vista de todos. Se relamió los labios y sus dientes aparecieron por entre su boca.
               -Estás…-empezó, y sacudió ligeramente la cabeza, apartando ideas sucias que yo me moría por que pusiera en práctica-, eh…-carraspeó-. Te queda muy bien el pelo suelto.
               Me toqueteé un mechón rizado y noté en mis dedos el ardor de mi rostro.
               -Gracias.
               Me miré las manos. Nena, ¿qué te pasa? Te encanta decir y que te digan guarradas, y le empotrarías en cada ocasión que se presentara, ¿por qué ahora no aprovechas para soltarle algo que le deje sin aliento?
               No pensaba que él pudiera ser tan… tierno.
               -Bueno-musité, incorporándome y recogiendo mi bolso-, gracias por lo de esta noche.
               -Un placer-contestó, poniéndose él también de pie.
               -No, va en serio, Alec, yo… gracias, de veras. Has sido tan bueno conmigo… no pensé que fueras así.
               -Supongo que soy más que una cara bonita, ¿no?-bromeó, pasándose la mano por el pelo y mordiéndose el labio. Y, cuando antes me había parecido la pose más sexy del mundo, ahora me apetecía protegerle de todo lo malo que pudiera hacerle daño.
               -Nunca lo he puesto en duda-contesté, y él hizo un mohín, conteniendo la risa-. Es la verdad-asentí, y decidí rebajar un poco la importancia de lo que le estaba diciendo-, es decir, siempre he sabido que eras algo más que guapo.
               -¿De veras?
               -Sí. Antes pensaba que eras guapo y gilipollas-se echó a reír, impresionado por mi sinceridad-. ¡Es cierto! De hecho, solía pensar en ti como gilipollas primero, guapo después.
               -Me halaga que pensaras en mí, Saab-dijo, tocándose el pecho y juntando las manos como si rezara.
               -Eres imbécil-me burlé, y negué con la cabeza-. Bueno, yo… creo que será mejor que me vaya. Gracias por todo. Te dejo para que disfrutes de…
               -No vas a ir sola-respondió, tajante, todo rastro de cachondeo borrado de su voz. Cambié el peso de mi cuerpo de un pie al otro.
               -No es necesario que…
               -No. Vas. A. Ir. Sola-repitió en tono incluso más duro. Mentiría si dijera que no quise que me follara duro en el suelo escucharlo hablar así-. Yo iré contigo.
               -Seguro que quieres quedarte.
               -Sabrae. Nena. Bombón-me acarició la mandíbula con el pulgar-. Te saco dos cabezas, ¿crees que tienes algo que hacer que pueda impedirme que te acompañe a casa?
               -Podría decirte que no quiero que vengas. Sabes lo que significa no-contesté, alzando una ceja.
               -Sí, bueno, y en ese caso, iría detrás de ti. A cinco metros de distancia, más o menos-se encogió de hombros cuando mi ceja subió un poco más-. ¿Qué puedo decir? Me gusta dormir tranquilo, y no creo ni que pudiera dormir si dejara que te marcharas sola. Sé que sabes cuidar de ti misma-me atajó cuando vio que abría la boca para hablar-, pero prefiero que haya dos personas cuidándote.
               -¿Y por qué no me acompaña Jordan?-pregunté, inclinando la cabeza hacia un lado, y Alec se echó a reír.
               -Porque quieres que vaya yo.
               -Eso…-comencé a hablar, pegándome a él, cogiéndole la mano y poniéndome de puntillas para acercarme a su boca, que entreabrió-, es…-me acerqué despacio a sus labios, inhalé su aliento-, … una falacia-zanjé, plantándole un beso en la mejilla y riéndome cuando él abrió los ojos, impresionado por la facilidad con que había jugado con él-. Pero como prefieras. Yo no te voy a quitar la oportunidad de hacerte el machito heroico.
               Rió entre dientes y exhaló un ofendido “mujeres” cuando me atusé el pelo y me encaminé a la puerta. La abrí y me volví hacia él, que me miró de arriba abajo y pasó delante de mí, permitiéndome retarle con la mirada y, de paso, echar un buen vistazo a su culo. Sí, definitivamente todo su cuerpo era perfecto.
               Me tendió la mano cuando salimos al barullo de la discoteca, ahora incluso más caótico a pesar de que había menos gente. La tasa de alcohol se había disparado desde que entramos en nuestro pequeño cuarto violeta, y la música sonaba mucho más estruendosa.
               La acepté, rozando la yema de sus dedos con los míos y acariciándole la palma de la mano antes de, por fin, rodear su mano con la mía. Alec se estremeció y tiró un poco de mí.
               -¿Tienes que hacer que todo sea una provocación, niña?
               Me mordí el labio a modo de respuesta y él lo liberó con su pulgar libre.
               -Madre mía, lo que le haría a esa boca…
               Hazle lo que quieras, pensé, imaginándome de rodillas frente a él, mirándolo a los ojos mientras le daba placer con mi lengua. Todas mis células se activaron ante esa ensoñación, fruto del cansancio, de los chupitos que había tomado, y también de su cercanía.
               Agradecí infinitamente su tozudez por acompañarme y el placer que me produjo saber que vendría conmigo un ratito más. Me inflaba el ego saber que no quería renunciar tan fácilmente a mi compañía. Después de que Alec le hiciera un gesto a Jordan para indicarle que se iba, nos pusimos en marcha. Él iba abriendo paso entre la multitud, haciendo que un puñado de chicas me lanzaran miradas envenenadas, viendo que me lo llevaba y que no podrían disfrutar de él esa noche. Mi ego creció un poco más mientras pensaba, victoriosa, ¡se siente!
               Con la cabeza bien alta, le seguí en dirección al principio de la rampa por la que se accedía al piso superior, al nivel de la calle, donde estaba la salida.
               No estaba prestando mucha atención a la música, hasta que el silencio entre canción y canción captó mi curiosidad. ¿Nunca has experimentado esa curiosa sensación de darte cuenta de que estás rodeada de barullo justo en el segundo en que éste se detiene?
               Algo así fue lo que me pasó. La música cesó un segundo, un único segundo, pero a mí me bastó para comenzar a prestarle atención.
               La canción empezó con un ruido raro que me llamó la atención. Era el típico sonido que a veces los artistas le arrancaban a los micrófonos cuando los acercaban demasiado unos a otros. Así me imaginaba, también, que sonaría el pop de alienígenas.
               Alec continuaba tirando de mí, ajeno a todo, pero cuando me detuve para escuchar mejor, atraída por ese extraño canto de sirena, no dejó que nuestras manos se separaran. Dejó de tirar de mí mientras una voz farfullaba algo incomprensible.
               Nunca había escuchado esa canción.
               Él, en cambio, parecía conocerla a la perfección.
               Cuadró los hombros como un guerrero, todo su cuerpo de repente en tensión, como si acabara de oler la sangre de una presa a la que quisiera devorar. Empezó a buscar entre la gente algo que yo no supe identificar. Todo su cuerpo irradiaba poder, un poder tenso, difícilmente controlado. Me pegó instintivamente contra él y yo no puedo decir que no me gustara. Se estaba comportando como un guardaespaldas.
               Vigila mis espaldas poniéndome contra la pared y follándome duro, me descubrí pensando al tenerlo tan cerca y tan fuerte y tan poderoso y tan protector y tan grande a mi lado.     Empezó la música, una chica pronunciaba palabras que yo no conseguí entender, pero la voz del chico jadeando me parecía ligeramente familiar. Y el ritmo me recordaba a algo, no lograba comprender qué.
               Alec encontró a su objetivo y apretó la mandíbula. Si no hubiera estado tan cerca ya de él, habría saltado sobre él y le habría arrancado la ropa. Le lanzó una mirada envenenada a Jordan, que había buscado su mirada y se había echado a reír, satisfecho.
               Jamás había visto a Alec mirar así a nadie. Parecía dispuesto a atravesar la pista de baile y cargarse a su mejor amigo. ¿Tan poco le gustaba la canción?
               Tragó saliva, la nuez de su garganta subió y bajó. Seguramente estaba pensando en arrancarle la cabeza a Jordan. Arráncame a mí la ropa y poséeme aquí mismo, pensé.
               No podemos irnos, no ahora.
               -Pinta bien esta canción-comenté, deseando aplacar su ira y que me preguntara lo que yo me moría por aceptar. Sus ojos bajaron hasta encontrarse con los míos, una ligera expresión de sorpresa brillando en ellos. Era como si no recordara que yo estaba ahí.
               Parpadeó lentamente, tomó aire de una forma profunda que hizo que creciera un par de centímetros y su pecho se hinchara de forma muy sugerente bajo las yemas de mis dedos, y explicó:
               -Es The Weeknd.
               Así que por eso me sonaba la voz; porque ya la conocía. Aunque no me sonaba del disco que Scott ponía a veces en el coche cuando íbamos de viaje; no estaba entre la selecta colección de mi hermano, que no dudaba en saltarse canciones a la mitad cuando ya habían pasado la parte que más le gustaban. Todo un sacrilegio.
               -Creo que me gusta-susurré mientras Abel continuaba cantando, todavía la introducción de la canción, en la que no decía nada.
               Alec tragó saliva y se mordió el labio, tímido. Se pasó una mano por el pelo y miró hacia el techo, como buscando inspiración divina. Pídemelo. Por favor, pídemelo. Ya me has hecho demasiados favores esta noche. Yo no te lo puedo pedir. Tiene que salir de ti.
               -¿Quieres… bailar?-preguntó, y consiguió sobreponerse a un tartamudeo adorable. ¡Sí! ¡Claro que sí! Asentí con la cabeza, la ilusión llenándome los ojos, y me relamí los labios mientras esbozaba una sonrisa radiante.
               Alec me llevó hasta el centro de la pista, olvidada su misión de transportista de personas. Ahora, se dejaría llevar. Me pareció todo un detalle que accediera a bailar conmigo una canción que no le gustaba (aunque juraría que The Weeknd le gustaba mucho, según le había entendido) sólo por el mero hecho de que había sabido leer mi ilusión. Mi ilusión, y mis ganas de quedarme un poco más con él.
               Eché un vistazo en dirección a la barra, a la que Alec no dejaba de lanzar miraditas amenazantes. Joder, su forma de fruncir el ceño y apretar la mandíbula y taladrar con decisión a Jordan me ponía muchísimo.
               Me regodeé en la expresión de sorpresa de Jordan. Parecía que le había salido el tiro por la culata: seguramente creyera que había conseguido amargarle la noche a Alec, pero él no se daría por vencido. No dejaría que saliéramos con una canción que no le gustara, apretando el paso como si fuéramos cobardes que huyen de una ciudad sitiada. Nos quedaríamos y disfrutaríamos. Por mí. Por él. Por ambos.
               -I usually love sleeping all alone-Alec me agarró de la mano y me hizo girar para ponerme frente a él-, this tie around bring your friend with you, but we ain’t really gonna sleep at all…-me acarició la cara y yo me estremecí.
               Un torrente de fuego se desató por mi espalda, subiendo hasta mi cerebro y descendiendo a la vez a mi entrepierna.
               -You ain’t gonna catch me with them sneak pictures, sneak pictures-me di la vuelta y noté que él se acercaba a mí-In my city, I’m a young god-sus manos bajaron por mis caderas, su boca estaba en mi cuello. Toda la tensión que habían puesto en su cuerpo los primeros acordes de la canción, yo había conseguido que se desvaneciera bailando por primera vez una obra que yo nunca había escuchado. Me dejaba mover por instinto. Y Alec respondía a los mismos instintos que me animaban a mí.
               -That pussy kill be so vicious-me estremecí escuchando la letra de la canción, que él acompañaba con caricias seductoras. Parecía familiarizado con ella, a pesar de no gustarle-. He got me redder than the devil til I go nauseous-me soltó de las caderas con la última palabra y yo levanté las manos, disfrutando de la canción.
               -Asked me if I do this every day, I said…
               -Often-cantaron Abel y Alec a la vez, y yo sacudí la cabeza al ritmo de la música.
               -Asked how many times she rode the wave…
               -Not so often-volvieron a cantar, y yo me estremecí.
               -Bitches down to do it either way, often. Baby I can make that pussy rain, often. Often, often, girl I do this often…-con el estribillo, empecé a balanceare como si todo mi cuerpo fuera la superficie del mar, curvándome al ritmo de la música. Él se ajustaba a mis movimientos como si lleváramos toda la vida bailando esa canción.
               -Infatuated by the fame status-continuó la canción, y yo seguí moviéndome con el pulso de la canción muy presente en mis caderas y en mi cuello. Alec se relamió, disfrutando del espectáculo. Seguro que la canción comenzaba a gustarle ahora-. I come around, she leave that nigga like he ain’t matter-le di un empujón para reforzar el mensaje de la canción, y él se echó a reír, me agarró de la muñeca y salvó la distancia que nos separaba tirando de mí.
               -She’s bout to go downtown for a whole hour-se pegó muchísimo a mí, y yo, a modo de respuesta, me froté contra él, me pasé las manos por la espalda y las levanté, tirando de mi pelo y haciendo que cayera en cascada.
               -I’m never sour, I’m just smoking something much louder-él abrió los brazos y yo me contoneé frente a él, centrándome en el estribillo y en torturarle con mi cuerpo. Se dejó hacer con muchísima docilidad, feliz de mis atenciones. Nos entregamos al otro en el estribillo y él sonrió cuando llegó el puente y yo no sabía muy bien qué hacer, confusa por el cambio que daba la canción.
               -I see in your eyes you wanna go again, girl I’ll go again… girl I’ll go again-se inclinó hacia mí y cuando la palabra se retorció sobre sí misma, su boca tocó la mía y mis manos se enredaron en su pelo. Gemí en su boca mientras la canción continuaba y él me pegaba a él, balanceándonos a un ritmo que curiosamente casaba con el de Often, a pesar de que la canción era un poco más movidita.
               Volvieron de nuevo los gemidos del cantante y aquellos susurros incoherentes de la mujer que no hablaba en toda la canción. Me separé un poco de él para escucharla con más atención, intentando descifrar lo que decía, y Alec se echó a reír a modo de respuesta.
               -¿Hablas turco?
               -No-contesté, con el ceño fruncido.
               -Entonces, es un poco complicado que entiendas lo que dice la chica.
               -¿Tú sabes qué dice?
               -Es un poema-se encogió de hombros y yo alcé las cejas, impresionada.
               -Y, por supuesto, no tienes ni idea de lo que significa.
               -La verdad es que nunca me he parado a escuchar lo que dice-bromeó, y yo me eché a reír.
               -Me he dado cuenta-otra canción empezó, pero yo no le hice el más mínimo caso. Me aparté un mechón de pelo de la cara y lo dejé tras mi oreja-. Para no gustarte la canción, la has bailado genial.
               -¿Quién dice que no me guste?-su ceño fruncido se imitó en mi frente.
               -Pues… la cara que pusiste cuando te diste cuenta de cuál era. Casi te cargas a Jordan con la mirada-me abracé a mí misma y Alec me observó mordiéndose el labio y tragando saliva.
               -Ah. Ya. Es que le gusta tomarme el pelo-se encogió de hombros-. Es un cachondo, el gilipollas de mierda éste.
               Sonrió cuando yo lo hice, escuchando el cariño en su voz a pesar de lo duro de sus palabras. El mechón rebelde se escapó de su prisión, pero él lo recogió y lo colocó con los dedos. Me acarició la mejilla con el pulgar y yo cerré los ojos, inclinando la cabeza hacia su mano y disfrutando de su contacto.
               -¿Estás muy cansada?-me preguntó en un tono esperanzado, y yo sonreí, entreabriendo la mirada.
               -¿Me estás preguntando lo que creo que me estás preguntando?
               -Me lo he pasado genial bailando contigo-confesó.
               -Yo también.
               -Bailando a The Weeknd-especificó, incrédulo-, contigo.
               -Quizás The Weeknd sea el nuevo Jason Derulo.
               -No sé yo si Jason Derulo se merece esa comparación.
               -No saldría muy bien parado, ¿verdad?-le dediqué una sonrisa mordiéndome la lengua y él se echó a reír.
               -Voy a hablar con Jor, pedirle unas cuantas canciones, ¿te parece bien? ¿Cuántas quieres?
               -Las que tú quieras.
               -Nena, si pido las que yo quiera, nos pasamos bailando hasta que cumplas 70 años.
               -Dos o tres-concedí-. No quiero cansarme demasiado y tener que pedirte que me lleves en volandas a casa.
               -Lo haría encantado-sonrió.
               -Seguro que sí.
               A pesar de todo, me obedeció, pidió un par de canciones más, y nos quedamos bailando hasta que terminaron de sonar. Alec, de un humor inmejorable, se volvió hacia la barra y se llevó dos dedos a la frente a modo de despedida. Jordan asintió con la cabeza y alzó la mano, dándonos por despachados. Tenía demasiado que hacer: los pocos que quedaban en la discoteca subterránea se mantenían allí a base de alcohol que les dificultaba mantenerse en pie.
               Fue él quien se encargó de abrir de nuevo hueco entre la gente (“no te vayan a pisar sin querer, con lo pequeña que eres, Saab”, se burló, lo que le granjeó un empujón por mi parte), y, cuando salimos a la calle, se detuvo para tenderme la mano y ayudarme a bajar el escalón de la entrada del local. Le di las gracias con una tímida sonrisa y recé por que no me soltara la mano.
               La tenía calentita. Y yo necesitaba su calor. Me subí la cremallera de mi chaqueta con la mano libre y, aliviada por sus reticencias a soltarme, eché a andar a su lado.
               Caminamos sin prisa, la noche clareándose con cada paso que dábamos, el sol empezando a escarbar el horizonte para terminar asomando con timidez. Hablamos de tonterías, de nuestra semana y de los exámenes, e incluso dimos un rodeo para llegar más tarde a mi casa. Me estaban matando los tacones, pero me daba igual. Podía concentrarme en su mano sobre la mía, en las nubes de vapor que salían de su boca al chocar su aliento cálido contra el gélido aire de las madrugadas de diciembre.
               Él iba completamente centrado en mí, sin ver nada más: prestaba atención a la más mínima expresión de cansancio por mi parte, comentaba cada mueca que hacía y sonreía cuando yo lo hacía también. Sus ojos no paraban de saltar de mis ojos a mis labios, y sus dientes aparecían para capturar su labio inferior cuando yo llevaba hablando mucho rato y él no podía resistirse las ganas de besarme.
               Pero todo lo bueno se acaba, y nuestro paseo no fue una excepción. Cuando llegamos a mi calle, nos miramos un momento, azorados, y nos soltamos las manos. Me dolió un poco dejar que se alejara de mí, consentir que ya no hubiera nada que nos mantuviera en contacto, y me reprendí por la sensación de vacío que experimenté al notar mis dedos desnudos de los suyos.
               Me detuve frente al portillo de mi casa; la verja estaba cerrada, pero yo no quería deslizar los dedos por el hierro frío y despedirme de él tan pronto. Alec se quedó a un prudente par de pasos de la barandilla, dejando que fuera yo la que decidiera si salvar la distancia o si era hora de decirnos adiós.
               -Me lo he pasado muy bien-musité, dándole una patadita al suelo con la punta de mi bota. Él sonrió.
               -Yo también, nena.
               Mis dedos bailaban, nerviosos, sobre el hierro helado.
               -Ojalá viviera un poco más lejos-me escuché decir, y me puse colorada. ¡Sabrae! ¿Qué te pasa?
               Su sonrisa se amplió.
               -¿Quieres que te acompañe?-preguntó, y yo me mordisqueé los labios.
               -Ya he llegado a casa.
               -Bueno, todavía te queda un trecho.
               -¿Quieres que te invite a mi habitación?-espeté, incrédula. No podía creerme que estuviéramos en este plan, siendo tan monos, después de que prácticamente nos pusiéramos a follar en la pista de baile escuchando Often, o que me invitara a su casa a hacer travesuras cuando sonó Sin pijama y yo me volví loca.
               -¿Entiendes lo que dice?-pregunté al ver su cara de estupefacción mientras me frotaba obscenamente contra él, otra copa más en mi organismo y muchas más ganas de pasármelo bien.
               -No, ¿tú sí?-coqueteó, y por su tono sospeché que me mentía.
               -Así es.
               -¿Me lo traduces, o lo ponemos en práctica, cuando tú quieras, en mi casa? Al fin y al cabo, una imagen vale más que mil palabras.
               Me había echado a reír y me había girado para comerle la boca como nadie se la había comido hasta entonces.
               -Me refería… a acompañarte hasta tu porche-señaló con la mandíbula las escaleras en las que empezaba mi casa, y yo abrí la boca y asentí, estupefacta. ¿Por qué iba a querer ir a tu habitación? Si estás sangrando.
               -Claro. Sí. Qué tonta-solté una risita nerviosa y abrí la verja. Escuché sus pasos detrás de mí y avancé despacio hacia mi casa, reticente. Tenía la sensación de que estaba abandonando algo muy importante para mí. De que, una vez nos despidiéramos, el hechizo se rompería y yo me tendría que ir a dormir con las manos vacías, su calor ya frío en mi interior.
               Subí el primer escalón. Él no me siguió.
               Subí el segundo. Tampoco.
               Me giré y me lo encontré con las manos en los bolsillos de su abrigo.
               -Bueno…-suspiró.
               -Bueno…-suspiré.
               -Bueno-sonrió.
               -Bueno-sonreí, y él se relamió, esperando mi adiós-. Esta noche ha sido increíble. Me lo he pasado genial.
               -Sí, algo había oído-se burló. Sabrae, tía, deja de ser tan tonta. Tira para casa.
               Entra de una vez. No te pongas en evidencia delante de él.
               -Para mí también ha estado de puta madre-me recordó.
               -¿Mañana a la misma hora?
               -Ya sabes dónde encontrarme. Estaré donde siempre-me guiñó un ojo y dio un paso atrás.
               -Eso no es verdad-acusé-. Hoy has tardado en aparecer.
               -Es que me lían, bombón-soltó una suave risa y se encogió de hombros.
               Bien. Hora de entrar en casa.
               -Gracias por acompañarme-rebusqué en mi bolso hasta encontrar las llaves.
               -Un placer-me transmitía una serenidad que a mí me costaba fingir, ya no digamos sentir.
               Me estaba destrozando por dentro ver cómo las excusas se me escurrían entre los dedos como si fueran blandiblú.
               -No-puntualicé-, el placer ha sido todo mío.
               -Créeme, Sabrae-arguyó, examinándome-. El que más ha disfrutado del paseo he sido yo. Si llevaras ese escote tan a menudo, te seguiría adonde fueras.
               -Me lo puse para provocarte-expliqué, bajándome la cremallera para mostrarle toda la piel que el jersey dejara a la vista, poniendo los brazos en jarras y agitando mis pechos delante de su cara. Se mordió el labio.
               -Uf, ¿seguro que no quieres que entre?
               -De lo único que no estoy segura es de que no quiero que te marches-confesé.
               -Yo tampoco quiero marcharme-respondió en el mismo tono íntimo con el que había hablado yo.
               El sol comenzó a desgarrar la noche, golpeándonos en la cara. Los dos nos volvimos a recibir el nuevo día, que teñía el cielo de unos preciosos tonos dorados y rosáceos.
               -Es precioso-comenté, necesitada de una conexión con él más allá de admirar el mismo espectáculo.
               -Sí-respondió, y aunque fue una sola palabra, para mí lo significó todo. Había tanta adoración escapando de su boca que me atraía hacia él como un caramelo atrae a un niño. Necesitaba oírle hablar así, lo necesitaba como el aire que respiraba. No podía dejar que se marchara.
               O, si lo hacía, no podía dejar que lo hiciera para no volver.
               -Quiero convertirte en sed-dije con un hilo de voz, pero muy segura de mí misma. Alec me miró-. Para que te sacies con mi cuerpo.
               Esbozó una sonrisa torcida, su mejor sonrisa de Fuckboy®.
               -Jamás podré saciarme de nada que venga de ti, bombón.
               Bajé un escalón, para estar más a su altura, y me quedé esperándole. Él dio un paso para salvar la distancia que había entre nosotros, se inclinó despacio y posó sus labios sobre los míos. Le besé despacio. Le besé como si fuera a romperse. Le besé como si quisiera decirle un millón de cosas y sólo tuviera un segundo.
               Le besé como si le amara.
               Ya no estaba segura de que hubiera vuelta atrás.
               Sus manos se detuvieron en mi cintura, las mías pasaron por sus brazos. Jadeé cuando se separó de mí; sus ojos tenían una adoración que nunca le había visto. Me acarició el labio inferior con la boca y se relamió cuando yo me lo mordí instintivamente.
               -Nunca había estado con nadie como tú-confesé.
               -¿Nadie como yo?
               Nadie que me volviera así de loca. Nadie a quien quisiera dárselo todo. Nadie que pudiera hacerme suya en el transcurso de una noche.
               -Con un hombre.
               Pronunciar aquella palabra se convirtió en mi nuevo fetiche. Hombre. Dios mío, lo resumía tan bien: ¡eso era! Había estado con niños. Con chicos, incluso. Pero nunca con hombres. Alec era mi primer hombre. El que tendría un impacto en mi vida más allá de haberme introducido en el mundo del sexo.
               En cierta manera, recordé ruborizándome, él también fue quien me introdujo en el mundo del sexo.
               Alec sonrió, divertido, sus ojos aún en mi boca, anhelantes.
               -Yo no soy un hombre-negó con la cabeza-. No contigo. Me haces sentir un niño porque tú eres una mujer-susurró. Creo que nunca me dijeron nada que me gustara tanto como que él me llamara mujer-. Y me gusta, me encanta ser un niño contigo, nena-me frotó la nariz y yo sonreí-. Hacía muchísimo que no lo era. Y se me da bien. Lo disfrutaba muchísimo, pero ahora, más aún. Sé lo valioso que es. Es por eso que creo que deberíamos contárselo a tu hermano.
               ¿Qué?
               Parpadeé, confusa. Me separé un poco de él. Tanto para ganar perspectiva como para poder examinar su rostro, poder ver sus intenciones.
               -¿A Scott?-pregunté estúpidamente, y él frunció el ceño.
               -¿Cuántos hermanos tienes?
               -¿Por qué?
               -Pues… porque sólo tienes uno, Sabrae.
               -No-sacudí la cabeza-. Digo que por qué quieres decírselo.
               Tú no eres mi novio.
               Eres Alec Whitelaw.
               Ya no sé cómo eres de día, sólo me gustas de noche.
               Una cosa es que nos atraigamos como imanes y otra ir contando por ahí que somos pareja. No tenemos nada.
               Nada.
               Menos mal que tardó una millonésima de segundo en responderme; de lo contrario, habría seguido torturándome con mis pensamientos negativos.
               -¡Ah! Pues… porque estamos follando con regularidad, y…
               -Bueno-atajé-, hay semanas en que no hacemos nada.
               -Ya, tienes razón. Pero aun así… pues… quiero que lo sepa. ¿Te parece bien?
               -¿Puedo saber por qué?-me crucé de brazos, enfurruñada, y él se envaró.
               -Por una cuestión de respeto, Sabrae.
               -¿Respeto? ¿Qué tiene que ver el respeto con esto? ¿Con…?
               -A mí me gustaría saber si alguno de mis amigos se está tirando a mi hermana-espetó, tajante. Alcé las cejas. ¿De veras? Te sorprenderías, entonces, del respeto que te tiene Scott a ti. O a Tommy. Él folla con Eleanor y ninguno de vosotros sospecha que probablemente ella esté ahora en su cama.
               -Mary no es de tu propiedad-discutí.
               -Ni lo pretendo. Simplemente…
               -Simplemente, ¿qué?
               Habla, Whitelaw.
               Joder, sabía que eras un machito de mierda.
               Un machito de mierda con una cara preciosa, una voz increíble y una polla genial.
               Pero un machito de mierda al fin y al cabo.
               -Quiero saber si a él le parece bien-explicó. Y eso me dejó totalmente desarmada. ¿Quería… la bendición… de mi hermano?
               Puede ser. Sí. Tiene sentido. Scott es la única persona que nos conoce como la palma de su mano a los dos. Sólo él puede saber lo que yo no sé. Mi hermano es el único que tiene las respuestas de las preguntas que me hago.
               -Vale-cedí, y Alec alzó las cejas. Supongo que se esperaba un poco más de oposición-. Sí; tienes razón. Tiene sentido. Yo… también quiero que Scott lo sepa. Es una buena idea, Alec.
               A ver qué opina él. A ver si él cree que eres bueno también, o soy yo, que estoy cegadísima por tu sonrisa.
               -Genial.
               -¿Se lo cuento…?
               -Podemos contárselo los dos.
               Tragué saliva.
               -Alec… a ver… que sólo estamos follando. Nada más.
               Sí, nada más. No me he puesto a pensar en qué pinta tendrían nuestros hijos. Especialmente porque tú eres blanco y yo soy negra. Hay que estudiar la compatibilidad genética.
               ¡Sabrae! ¿De verdad estás pensando en tener hijos con él? ¡Si ni siquiera habéis estado juntos de día!, me recriminó mi conciencia.
               Bueno… ahora es de día. Técnicamente.
               Rió entre dientes.
               -¿“Nada más”? ¿Es que quieres que haya algo más?
               -No lo sé. No te lances al espacio. Se lo cuento yo, si lo pref…
               -Se lo cuento yo-zanjó.
               -¿Seguro?
               -Sí. Déjamelo a mí. Soy más alto que él. Si me pega, puedo devolvérsela.
               Fruncí el ceño pero me noté sonreír, estupefacta.
               -Alec… Scott es mi hermano. Yo también se la puedo devolver.
               -Ya, pero si le zurro yo, le duele más.
               -Está bien-sacudí la cabeza y puse los ojos en blanco, riéndome-. ¿Cuándo tienes pensado…?
               -No tengo pensado. A mí lo que me va es improvisar-estiró los brazos y se puso de puntillas, guiñándome un ojo-. Oye, Saab… ¿sales de tarde?
               -No sé-contesté, intentando controlar las mariposas de mi estómago. ¡Me quiere ver de tarde!-. A mí, lo que me va, es improvisar-le saqué la lengua y él puso los ojos en blanco.
               -Qué chistosa.
               -A veces salgo, pero mañana…
               -¿Mañana domingo?
               -No entiendo por qué me acuesto con un gilipollas de tu calibre.
               -Técnicamente, no te acuestas. Sofaseas, más bien.
               -¿Sofaseo?
               -Sí, me acabo de inventar la palabra.
               -¿Qué autoridad moral tienes tú para inventarte palabras?
               -Estamos en un país libre-alzó las manos, mostrándome las palmas. Se mordió el labio cuando me eché a reír.
               -Ya. Vale. Pues… hoy-hice énfasis en la palabra y él asintió, complacido- no lo creo, la verdad. No me voy a encontrar muy bien, y tengo deberes atrasados.
               -Qué aplicada.
               -Me preocupa mi futuro-acusé-. Quiero tener opciones para una buena carrera, ¿sabes?
               -No, no, si me parece bien. Feminismo, mujeres independientes, todo ese rollo. Estoy súper a favor-levantó el pulgar y yo decidí en ese momento  que la primera actividad que haría con él de día sería arrastrarlo a una manifestación feminista. Te voy a dar yo a ti “estar súper a favor”.
               -Ya-contesté, cortante.
               -¿Estás enfadada?
               -No. ¿Qué vas a estudiar?
               -No lo sé. ¿Te ha parecido mal?
               -No-bufé, sí, gilipollas, claro que me ha parecido mal-. Alguna idea tendrás. Estás en último curso.
               -Pf. De momento, lo que tengo que hacer es graduarme. O intentarlo, al menos.
               -¿Es que no te preocupa nada tu futuro?
               Por Dios, si yo casi tengo elegido mi doctorado.
               -Sólo si tú vas a estar en él-espetó, y yo me lo quedé mirando, incrédula, pero me eché a reír a pesar de todo. Se pasó la lengua por los dientes mientras escuchaba mi risa-. Sabrae.
               -¿Qué?-susurré, en tono más dulce.
               -Seré un bocazas de mierda y un gilipollas, pero tienes que reconocer que sé cómo hacer que me perdones.
               -¿Quién dice que te haya perdonado?
               -El beso de despedida que estás a punto de darme-contestó, chulito, y yo arqueé las cejas. ¿Ah, sí? ¿Esas tenemos?
Le tendí la mano y él se me la quedó mirando.
-¿Qué haces?
               -Despedirme de ti.
               -¿Despedirte de mí o absorber mi puta empresa familiar? Qué tía. Eres muy mal tomada, ¿lo sabías?-atacó, extendiendo la mano.
               -Buenas noches-me despedí mientras me la estrechaba, y me solté y me encaminé a la puerta.
               -Sabrae-me llamó, y yo me giré. Ven a besarme.
               -¿Qué?
               -Ya son días-señaló el cielo naranja y yo puse los ojos en blanco.
               -Cómeme el coño, Alec.
               -Joder, nena, no sabes lo que me gusta cuando me invitas a hacer esas cosas.
               -Adiós-respondí, cerrándole la puerta en las narices. Traté de contener el aliento para escuchar sus pasos, pero los latidos de mi corazón me impidieron oír. Así que me puse de puntillas y eché un vistazo por la mirilla: seguía allí. Abrí la puerta y asomé la cabeza-. ¿A qué esperas?
               -A mi puto beso de despedida.
               -No va a haber beso de despedida.
               -Mira qué bien: así se lo cuento a Scott cuando salga a tirar la basura. Y nos ahorramos el buscar un día más propicio.
               -Si te piensas que con el chantaje vas a conseguir que te lo dé, ya puedes esperar sentado, cariño.
               Sonrió.
               Esa maldita sonrisa de Fuckboy®.
               Se sacó un cigarro del bolsillo de la camisa y se sentó en las escaleras de mi porche.
               Cerré de un portazo bastante más sonoro de lo que pretendía y gruñí por lo bajo, pero sonreía. ¿Esas teníamos? A ver cuánto tiempo estaba dispuesto a esperar. Me cambiaría de ropa, me lavaría los dientes, me haría unas trenzas y saldría a ver si seguía allí. Seguramente se largara en un par de minutos, cuando viera que iba totalmente en serio.
               Colgué mi abrigo del perchero y me quité las botas. Me puse unas zapatillas de botita y mis pies prácticamente gritaron del gusto.
               Atravesé el salón de mi casa en dirección a la cocina, rememorando todo lo que había pasado esa noche y decidida a impedir que Alec me lo fastidiara largándose después de soltar semejante gilipollez.
               Abrí la nevera y saqué la botella de zumo de naranja; después de tomar un vaso, o quizá dos, subiría a mi habitación, me cambiaría, me lavaría los dientes y bajaría al trote para ver si Alec se había marchado ya.
               Después de colocar el vaso recién lavado de vuelta en su alacena, salí de la cocina y comencé a subir las escaleras, pero una sombra me detuvo. Bajé hasta el nivel del suelo y me quedé mirando la silueta de mi madre, que en ese momento extendía una manta de intrincados diseños en el suelo.
               Me acerqué a ella, la botella de agua que había sacado de la nevera goteando entre mis dedos.
               -Mamá-saludé, y ella se volvió.
               -Mi amor. Vuelves tarde, ¿no te quedabas a dormir en casa de Taïssa?
               -Hubo un cambio de planes.
               -¿Todo bien?
               -Sí-y sonreí.
               -Uy. Sí que te debe de haber ido bien, si tienes esa cara. Pareces contenta.
               -Lo estoy-ronroneé, recordando los dedos de Alec en mi espalda.
               -Cómo me alegra oír eso, pequeña.
               Me quedé mirando la manta, y se me ocurrió una idea.
               -¿Puedo rezar contigo?
               -¿Para dar las gracias o para pedir algo?-me pinchó mi madre, cubriéndose el pelo con un pañuelo. Técnicamente, no tendría que hacerlo, pero a ella le parecía una muestra de respeto que no le costaba nada. Con un velo verde colocado sobre su cabeza como el tocado de una virgen cristiana ya bastaba para simbolizar sumisión ante Él.
               -Un poco ambas-susurré, y ella sonrió, sentándose sobre sus rodillas, remangándose la sudadera.
               -Claro, mi amor.
               -Pero estoy un poco chispa-advertí, y ella se encogió de hombros.
               -Seguro que a Él no le importará.
               Me arrodillé a su lado y me recogí el pelo en una coleta apresurada. Mamá cerró los ojos, sus manos en sus muslos.
               -¿Un caso complicado?
               Mamá sonrió y abrió un ojo.
               -¿Cuándo le he pedido yo a nadie que me resuelva mi trabajo? No podía dormir-explicó, tomando aire y cerrando los ojos de nuevo-. Me está viniendo la regla.
               -Ya somos dos.
               -No quería despertar a tu padre, así que… pensé en venir a charlar un poco con Dios. Le tengo un poco abandonado.
               -Estará celoso.
               -Si no me hubiera dado la familia que me ha dado, la prestaría más atención.
               -A ver si te la quita.
               -Él y yo no nos vamos a dar la espalda-mamá negó con la cabeza y se inclinó hacia delante, susurrando en el idioma del profeta, hasta que su frente tocó el suelo. Cerré los ojos y la imité, buscando esa conexión mística que ella aseguraba sentir con Dios. A mí no me hablaba. Y creo que tampoco me escuchaba.
               Pero incluso si le gritaba al vacío, eso me venía bien. No hay nada como empezar a girar con tu alma para que no te maree que la cabeza te dé vueltas.
               La impaciencia empezó a comerme. Un rayo de esperanza se abría paso en mi pecho. ¿Cuándo se habría marchado Alec?
               Me puse en pie y le di un beso en la cabeza a mamá.
               -Acuérdate de beber agua, tesoro.
               -Estoy bien, mamá.
               -Has entrado aquí haciendo eses.
               -Porque me duelen los pies-me excusé, saliendo de la terraza acristalada.
               -Sí, y a mí la cara, de tenerla tan guapa.
               Dejé escapar una risa y troté hacia el vestíbulo. Con el corazón desbocado, y no precisamente por la carrera, me asomé a la mirilla y eché un vistazo afuera, conteniendo el aliento.
               Se me cayó el alma a los pies al comprobar que el porche estaba vacío. Mierda. Había esperado demasiado.
               Cerré los ojos un instante, asimilando lo que acababa de pasar. No esperarías que él realmente se quedara a esperarte lo que hiciera falta, ¿verdad? No es tu novio, así que tú no eres su novia, así que no tiene que sacrificarse ni lo más mínimo por ti.
               Suspiré y abrí la puerta, el aire frío azotándome en la cara. Me mordí el labio, desesperanzada, y di un paso en dirección a la calle, quizá con la ilusión de verlo girar la esquina. Por lo menos, que se hubiera marchado hacía poco.
               -Sabía que no ibas a ser capaz de irte a dormir sin despedirte-soltó Alec a mi derecha, y yo di un brinco y me lo quedé mirando. Me miró con suficiencia, dándole una calada a su cigarro. Alzó las cejas y a mí me apeteció darle un tortazo y luego meterlo en mi cama.
               -¿No ibas a esperar sentado?
               -Cuando estoy sentado no te parezco tan alto, bombón-me guiñó el ojo, apuró su cigarro y lo lanzó a la calle. Se separó de la pared y me observó.
               -¿Y no te preocupa resultarme intimidante?
               -Nena, me encanta la cara que pones cuando algo de mí te resulta intimidante-me guiñó un ojo y yo puse los ojos en blanco.
               -Tengo que ir a acostarme, y tu madre no se merece que la tengas en vilo. Así que, ¡venga!
               Él sonrió, se inclinó hacia mí, y bufó cuando le di un beso en la mejilla en vez de en la boca.
               -Ah, ah, ah, ¿adónde vas? Yo también quiero despedirme-dijo, y me empujó delicadamente hasta tenerme contra la pared. Me dio un beso en la frente y luego su boca se deslizó por mi rostro, acariciándomelo. Escondió sus labios en mi pelo cuando bajó hasta mi hombro y volvió a subir de nuevo.
               Comenzó a darme pequeños mordisquitos por el cuello, subiendo por la mandíbula, en dirección a mi boca. Y, justo cuando llegó a la comisura de mis labios, sonrió.
               Me tenía boqueando, expectante de su lengua.
               -Nos vemos de noche, Saab.
               -Y una mierda-contesté, cogiéndolo del cuello y pegando su cara a la mía. Me comí su boca, literalmente. Abrí los labios y me metí en su boca todo lo profundo que mi lengua me permitió, y él respondió gimiendo, gruñendo e invadiéndome como si fuera territorio por conquistar. Pegué las caderas a las suyas y gemí en su boca al notar cómo su cuerpo estaba listo para complacer al mío. Mordí, lamí, besé y chupé sus labios hasta hartarme, hasta quedarme sin aliento y hasta estar segura de que su siguiente sesión masturbatoria terminaría con mi nombre.
               Me separé de él y clavé mis ojos en los suyos.
               -Vete a casa, Alec-le dije.
               -Ya estoy en casa, Sabrae-me respondió. Me eché a reír, negué con la cabeza y deposité un dulce beso sobre sus labios.
               -¿Hablamos?
               -Intenta impedírmelo.
-Podría bloquearte.
               -Sé dónde vives-me recordó, y yo me eché a reír-. Hablamos-asintió, más serio, y yo le acaricié la nuca-. Bueno, salvo si sigues haciendo eso. Entonces, de mucho, no vamos a hablar.
               -Perdón-reí, apartando mis dedos de su cuello como si quemaran. Él negó con la cabeza.
               -No te perdono.
               Me besó la frente y salió del porche. Atravesó la verja y la cerró. Sus ojos se levantaron hasta encontrarse con los míos, alzó las cejas a modo de despedida.
               -Que descanses.
               -Y tú-otra vez esa puñetera sonrisa.
               Me mordí el labio y observé cómo se marchaba. Sólo cuando dobló la esquina y desapareció, yo dejé escapar el aliento que contenía. Entré en mi casa, subí las escaleras, me metí en mi habitación y me puse el pijama, intentando no deleitarme en mi desnudez mientras me preparaba para acostarme como sabía que él la disfrutaría.
               No me lavé los dientes, porque quería sentir sus besos en mi boca, incluso aunque tuvieran el sabor a tabaco tan repulsivo. En cierto sentido, me recordaban que había sido suya y él había sido mío durante unos breves instantes.
               Cuando despertara, horas más tarde, me dolerían las mejillas de tanto sonreír. Soñaría con él, con la manzana que habíamos compartido, los besos que nos habíamos dado, y su colgante del colmillo griego golpeando rítmicamente contra su pecho mientras nuestros cuerpos se convertían en uno solo.







Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆

5 comentarios:

  1. ME HE CAÍDO AL PUTISIMO SUELO CON EL FINAL DEL CAPÍTULO. DE VERDAD QUE ME HA DADO HEAVY CRISTO CARMEN.
    NO ME PUEDO CREER QUE SABRAE Y ALEC SEAN TAN NOVIOS Y NI SIQUIERA ELLOS LO SEPAN.
    Debo admitir que también me he puesto un poco de mala hostia cuando le ha dicho lo de Scott, más que nada por la forma de enfocarlo pero la verdad es qur estoy deseando saber como se entera Scott.
    Y me muero de pena porque sé que ahora vienen curvas, pero bueno.
    Estoy preparada.

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    1. DIOS ES QUE SE ME HA IDO UN POCO DE LAS MANOS LAS COSAS BONITAS DE LAS SUPERNENAS EH PORQUE AHORA A VER CÓMO JUSTIFICO YO QUE ALEC SEA SUBNORMAL PERO BUENO
      Mira Paula soy gilipollas no sé por qué te dije que me explicaras pro qué te habías enfadado con lo de decírselo a Scott si en el propio comentario me lo dejas clarito es que xd
      No te mueras de pena, ya verás lo bien que nos lo pasamos, especialmente odiando a Alec, me voy a montar unos cuernos 2.0, de aquí no sale ni Cristo

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  2. Eri de verdad en mi vida me ha costado tanto leer un capítulo. Es que tenia que parar porque quería llorar todo el rato, no entiendo como pueden ser tan bonitos es que no me entra en la cabeza. Encima el puto Alec de mierda diciendo que Sabrae es casa no me lo pone fácil sabes, nO ME LO PONE FACIL.
    Gracias a esta novela tengo ya fruta favorita, animal favorito, canción favorita, cantante favorito y pAREJA FAVORITA PORQUE ES QUE HAN SUPERO A SCELEANOR, A STYDIA Y A ZAYN CONMIGO. ES QUE ME QUIERO ARRANCAR LOS OJOS CON CUCHARAS PARA NO LLORAR MÁS.
    He de confesar que al final del capítulo tenía fe en que Zayn saliese y le dijese a Alec que se fuese ya a su casa y dejase de dar por culo, solo para joder un poco.
    Y GRACIAS INFINITAS POR PONER OFTEN Y TAMBIEN ODIO INFINITO POR PONER OFTEN. EN MI VIDA ME HE PUESTO TAN PERRA Y TAN SENSIBLE A LA VEZ CON ALGO

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    1. Ay Patri pobrecita :( EN VERDAD LO HE HECHO TODO PARA TORTURARTE AHJAJAJAJAJAJAJA
      Tío lo de que Sabrae es su casa se me ocurrió en el último minuto menudo cerebro más privilegiado tengo hermana, me encanta improvisar, bien sabe Dios que lo hago muy bien (a que sí SCELEANOR y triángulo amoroso y SABRALEC ??????)
      Tía te tengo que dar las gracias porque en un primer momento iba a poner Party Monster y tenía pensado jugar con que Alec había escuchado esa canción antes y ya había pensado en Sabrae pero esto de meter Often por pedírmelo tú FUE MEJOR
      SABRALEC SUPERANDO A ZATRI DEFINE GOALS
      Perdí una oportunidad de oro no levantando a Zayn de su cama pero debíamos sacrificarla por un bien mayor, léase el momento "Sabrae es casa". De todas formas, no te preocupes que Zayn va a tener su momento de gloria en capítulos siguientes ;)
      GRACIAS A TI OTRA VEZ POR HACER QUE LA PUSIERA, AHORA NO LA PUEDO ESCUCHAR TRANQUILA PERO NO PASA NADA

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  3. SON DEMASIADO TIERNOS MADRE MÍA NO PUEDO CON LA VIDA
    Por fin la historia del colgante de Alec ❤
    Nunca me había  puesto a escuchar las canciones de The Weekend pero madre mía a este paso me hago fan por culpa de Sabralec


    "Le besé despacio. Le besé como si fuera a romperse. Le besé como si quisiera decirle un millón de cosas y sólo tuviera un segundo.
    Le besé como si le amara." ❤

    -Ana

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